Capítulo 6 - Temas de instituto
Capítulo seis: Temas de instituto.
Después de no haber obtenido nada nuevo el martes y de que Ethan desapareciera el miércoles, el jueves trato de hablar una y otra vez con él. Le alcanzo más de una vez por los pasillos, pero no le importa. Me ignora y sigue con su camino.
Una de las veces, Roy lo ve y suelta un humillante comentario antes de irse con su amigo sobre mi forma de perseguirles. La única vez que alcanzo a ver a Ethan desde la suficiente cercanía como para que no pueda apartarse con suficiente rapidez, encuentro ese pequeño corte sobre el pómulo rodeado por tonos oscuros, algo que cubre fácilmente con su incapacidad para estarse quieto. Desaparece un día y vuelve con alguna herida. Definitivamente ya veo de dónde ha sacado Josh su estilo.
Durante el resto del día me mantengo en tensión, garabateando en mi cuaderno durante las clases al ser incapaz de concentrarme más que en la lista que saco una y otra vez. Trato de pensar como mi hermano, de adivinar dónde está antes de terminar llamando a la policía o, peor, a nuestra madre, para pedir ayuda.
No sé qué hacer. Conozco las consecuencias que tendrá en él hacer esto público. No somos lo que se cabe como "personas anónimas", menos ahora que se ha puesto en marcha la nueva campaña de nuestros padres. Estamos cada vez más cerca de los medios y nuestro apellido está apareciendo tantas veces en los medios que pedir ayuda sería poner una diana en la espalda de mi hermano. Sobre él caerían críticas, ataques y acusaciones de drogadicción entre otros. Perjudicaría su futuro y, conociendo a nuestros padres, nuestra madre se molestaría tanto al manchar así el apellido de la familia que si no le deshereda sería por pura suerte.
Hemos pasado por mucho, hemos soportado crecer con el cariño de una niñera porque nuestros padres apenas estaban en casa o mostraban gestos de cariño hacia nosotros. Hemos tenido demasiada libertad cuando lo único que anhelábamos era esa atención, esa por la que Josh gritaba al empezar a juntarse con Ethan. Él quería alarmar a nuestros padres, quería que le hicieran caso por una vez.
No lo hicieron y Josh se perdió a sí mismo.
Mi último año ha consistido en cuidar de él, quiero hacerlo porque le debo mucho. Era él quien me abrazaba de niña y, aun teniendo la misma edad, me contaba historias antes de dormir. Adoptó ese papel más maduro y me permitió ser a mí la persona que sufría en lo que él callaba, aguantaba y mostraba una fuerza que apenas tenía. Ahora delatarle sería traicionarle, aunque estoy empezando a ver esa línea cada vez más difuminada. La desesperación de cada día que se suma sin respuestas me está matando.
Cuando suena el timbre me sobresalto y el bolígrafo se escapa de mi mano. Tengo que obligarme a borrar el sueño y volver a la realidad.
Alguien deja el bolígrafo de vuelta en mi mesa, al levantar la mirada encuentro ese pelo rubio de los gemelos y una mirada suave que me hace saber que se trata de Zac.
—¿Se sabe algo? —Con su pregunta ambos sabemos a lo que se refiere.
Me encantaría que el resto de los amigos de mi hermano estuvieran aquí para echarles en cara que al menos uno de ellos sí se muestra colaborador y amable hasta cierto punto.
—No estaba allí. —Zac asiente con lentitud ante mis palabras—. ¿Sabes de algún otro lugar donde pueda estar?
—Puedo mirar yo.
La clase se vacía con rapidez. Recojo como puedo y cargo un par de cuadernos entre mis brazos mientras termino de hablar con Zac. Dudo que en el pasillo vaya a querer seguir en mi compañía así que me apresuro.
—Podemos dividirnos —ofrezco. Los ojos grises de Zac me miran cargados de duda, finalmente vuelve a negar.
—Josh me mataría si fueras donde tengo pensado sola, no hay buena gente, pero te avisaré con lo que sea. ¿De acuerdo?
Tengo que recordarme que discutir no me va a hacer más que empeorar las cosas antes de aceptar. Si me pongo a discutir con Zac sólo perderé esa pequeña confianza que puso en mí desde que tuvo un accidente de coche hace medio año y me quedé en la sala de espera con mi hermano y sus amigos. No me moví de allí para no dejar que Josh pasase sólo por eso, pero también me preocupé, es imposible no hacerlo si ves a una persona de tu misma edad, con toda la vida por delante, en una camilla de hospital, inconsciente y lleno de heridas. Zac tomó ese gesto como algo que agradecerme y, aunque sea poco, desde entonces dejó de comportarse como un completo idiota a mi alrededor.
—De acuerdo.
Sale de clase antes que yo.
En lugar de irme al fin a casa paro, como todos los jueves, por el aula en el que organizamos la extraescolar del periódica escolar y dejo ahí mis cosas. Somos once alumnos, siete de último curso, cuatro de un curso menos y luego tenemos, a los que apenas contamos, tres "becarios". Es más un juego entre nosotros, están dos cursos por debajo pero suelen venir una o dos veces al mes para curiosear. Esta vez me siento en un ordenador junto a Tanner y curioseo el reportaje en el que lleva semanas trabajando sobre el concurso de ciencias que hubo a principios de mes. Se pone nervioso al notar mi mirada en su documento, lo noto porque se pone a cometer demasiados errores que va borrando en lo que escribe. Me rindo pronto, vuelvo a mi sitio y abro la carpeta donde van metiendo los archivos. Lo meto en un pendrive, me acerco a Hannah y Terrence y me quedo con ellos en lo que van estructurando todo. Es entretenido ver cómo lo hacen. Al contrario que ellos, yo nunca he sido demasiado buena con los ordenadores. Todavía tenemos maquetas de antiguas versiones, esas hechas con Word, pero desde que llegaron lo cambiaron todo, se encargan de perfeccionarlo con un programa que tiene su propio lenguaje. Nadie entiende la mitad de lo que hacen al abrir esa pantalla en negro y empezar a escribir, pero el resultado siempre es bueno. Lo curioso es que ellos dos son parte de esos "becarios" que no suelen pasarse nunca por aquí, pero les gusta esto y se han vuelto parte de la pequeña familia.
—Emma. —Levanto la mirada cuando el profesor me llama, hace una seña para que me acerque.
Echo la silla hacia atrás sin mucho cuidado e ignoro la mirada de Lissy al ir hasta él. Acaba de llegar a clase, más tarde de lo habitual cuando me llama.
—¿Quería algo?
—El director quiere hablar contigo.
—¿Por qué? —Mentalmente hago un repaso de mi día. Nada raro. Nada diferente. Me he comportado como siempre lo hago: fingiendo. He mantenido esa imagen que me han obligado a adoptar, he mantenido las apariencias porque es lo que me han enseñado. Las apariencias son lo único que importa. Así que ignoro mis sentimientos desde que salgo de casa hasta que entro. En cierta forma eso ha empezado a sentirse como la única barrera que me mantiene a flote porque, si lo dejo caer, entonces mis sentimientos y miedos terminarán conmigo.
—No te preocupes, es sobre tu hermano.
"No te preocupes porque no es por ti", ha querido decir con esa tranquilizadora sonrisa. Mi estómago se revuelve por completo. Cómo me gustaría que sí fuera por mí. Hago un amago de recoger mis cosas, pero las manos me tiemblan y prefiero irme antes de que alguien lo note. Hago una parada en el baño para poder regular mi respiración y tranquilizarme. En estos momentos me espero cualquier cosa, incluso que hayan encontrado algo indebido en su taquilla o que la policía esté ahí también por una u otra razón. Busco ayuda en mi reflejo para levantar de nuevo la capa de seguridad a mi alrededor.
Es curioso. Cuando me veo así llego a creerme que es la clase de persona que soy, una que tiene todo bajo control y que mueve el poder entre sus dedos. No hay más. No hay rastro de la soledad, de la ansiedad o del continuo sentimiento de pérdida. No, eso desaparece en el momento en el que evito que se vea.
Para muchos si no puede verse, no está ahí. Esa es la primera lección que aprendí.
Una vez tengo todo bajo control me echo el pelo hacia atrás, muevo las manos para que dejen de temblar y salgo del baño. Los pasillos están vacíos durante el tramo. Me alegra que nadie pueda ver cómo mi corazón parece apunto de salirse del pecho, me alegra y al mismo tiempo asusta. He estudiado sobre ello, he estudiado sobre la apariencia y su efecto en las personas, sobre las emociones, pero saberlo no quita lo raro que es cómo la imagen que transmites sea tantas veces adoptada como la verdad.
Pero ahí está el problema, que eso es parte de nuestra naturaleza humana porque, queramos o no, nuestro primer instinto es fiarnos siempre de las apariencias.
El truco está en saber utilizarlo a tu favor.
La secretaria que me ha hecho esperar me hace un gesto para avisarme de que ya puedo entrar, me quito la fina chaqueta antes de hacerlo como si tuviera calor, ojalá, lo que ocurre en realidad es que ese es el único gesto que puede darme algo más de tiempo antes de entrar, cerrar la puerta detrás de mí y esperar cualquier cosa.
Cuando entro el director está tratando de organizar las cosas sobre su mesa, su chaqueta está abierta, no parece poder cerrársela, como si hubiera olvidado que es de una talla menor. O dos. El hombre de pelo canoso y nariz respingona mueve una de sus gruesas manos para señalarme las sillas al otro lado de su escritorio.
—Eres Emma Aldrich, ¿no? —pregunta.
Me siento en lo que él sigue moviendo objeto tras objeto. No entiendo qué está haciendo y puedo jurar que es la primera vez que dejo ver algún sentimiento que no sea indiferencia al mirarle. No. De verdad. ¿Qué está haciendo?
—Bien, le he hecho venir para preguntarle por... un momento. —Estira la mano para alcanzar una fotografía enmarcada que ha ido deslizándose hasta el final de la mesa empujada por los papeles que no deja de mover. La agarro para acercársela—. Gracias.
Con eso se queda un poco más tranquilo, la deja a un lado, desordena todavía más sus documentos y deja caer un bolígrafo sobre los papeles como punto final.
Ha quedado peor de como estaba cuando he entrado.
El director apoya ambas manos juntas sobre los papeles. Apenas queda madera a la vista.
—¿Qué quería preguntarme? —lanzo con impaciencia.
El corazón me está latiendo con tanta fuerza que tengo miedo de que él pueda escucharlo y encontrar mi miedo.
—No sé si lo sabrá, pero su hermano ha estado faltando durante la última semana. —Oh, eso—. He querido hablarlo primero con usted porque sé que sus padres son unas personas muy ocupadas y no quería molestarles por algo tan insignificante. ¿Entiende?
Por una vez el dinero que nuestros padres han donado a este instituto y su apellido me es de ayuda. El director puede ser un hombre de armas tomar, pero cuando se trata de inversores de algún tipo o personas que dan "generosas donaciones" va con pies de plomo. Mentalmente lo agradezco antes de pensar en qué hacer. Me había olvidado por completo de cubrir sus ausencias aquí.
—Están algo ocupados con el tema de entrevistas y nuevos proyectos —miento. El director asiente con fuerza. Ahí muevo ficha—. Mi padre nos dijo que le enviaría un email a sus profesores explicando por qué Josh estaría fuera unos días. Uno de sus nuevos proyectos implica a mi hermano y nuestros padres querían que él estuviera con ellos para enseñarle todo, claro está que si quiere puedo llamarles para preguntar por ese mensaje. Supongo que puedo llamarles cuando salgan de la reunión con esa empresa, ¿cómo se llamaba? —Antes de poder pensar en un nombre, el director se inclina hacia adelante en su asiento como un amigo. Acepta mis palabras porque teme en cierta forma a nuestros padres. Sí, tienen un apellido fuerte, gran fortuna e imagen potente. Aunque el punto no es ese, el punto es que nuestra madre tenía razón cuando eligió cómo guiaría el negocio. En ese sentido, hizo demasiado caso a las ideas de Maquiavelo y eligió que era mejor ser temido que amado. Así obtuvo respeto y autoridad.
—Oh, no se preocupe por eso, estoy seguro de que ha debido de extraviarse, deje que mire. —No sé si su ordenador está encendido o si está buscando en realidad, pero en pocos segundos finge haber encontrado algo—. Aquí está, siento mucho el inconveniente, señorita Aldrich. Al final no va a haber necesidad de molestar a sus padres.
—Estoy segura de que se lo agradecerán. —Sonrío con suavidad para dar por terminada la conversación. En su día me pareció mal que nuestros padres hicieran ciertas donaciones a nuestro instituto. Consiguieron nuevo equipo de laboratorio, aulas, pagaron reformas e incluso consiguieron que pusieran un polideportivo más grande. Lo odié porque sabía que esa era una disimulada forma de soborno. Ahora no puedo estar más agradecida, el director no se arriesgaría algo que pudiera disgustarles ahora que queda tan poco para que nos graduemos.
Salgo de su despacho algo más tranquila, después de todo, acaba de evitarme pensar en un lugar más en el que debería cubrir a mi hermano. Me ha dado más tiempo.
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