Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 27 [parte 1] - Los Lowell y viejos sentimientos


Capítulo veintisiete: Los Lowell y viejos sentimientos [Parte I]


Reviso mis uñas por décima vez en lo que va de minuto. Madre mía, Tanner, ¿cómo puedes tardar tanto en decidir si usar sangría en el texto? Lleva cerca de cinco minutos poniéndola y quitándola para ir comparando. Le he ayudado, no, ¿qué digo ayudar? No, literalmente le he encontrado los autores y la unión entre ellos. Incluso he terminado de encontrar imágenes en lo que él terminaba por "contrastar" y "autentificar" la fecha de fallecimiento del primer autor. He tenido que crear un documento compartido para dejarle la información porque él iba demasiado lento. No entiendo cómo he mantenido la paciencia, la gente así me pone demasiado nerviosa.

—Entonces, ¿mejor lo quito?

Voy a saltar por una ventana o tomar un cuchillo de su cocina y clavármelo sólo para poder salir de aquí si vuelve a preguntármelo una vez más. Miro la hora en mi móvil de nuevo y fuerzo una sonrisa. Por favor, Ethan, aparece antes de que literalmente me mate.

—Como más te guste, Tanner.

—Es que no sé si...

—Está bien, déjalo.

Mi móvil se ilumina con una llamada de Ethan y meto el portatil en mi mochila con rapidez, estaba suficientemente preparada como para estar lista para echar a correr a la puerta en menos de tres segundos.

—¡Espera! —pide Tanner—. ¿Entonces qué...?

Voy a romper a llorar. ¿Cómo he podido mantener la compostura tantas horas? ¡Este chico es desesperante!

—Pon sangría, Tanner, usa la estructura del periódico que escribimos, esto es lo mismo.

—No es lo mismo, es para un trabajo de clase que...

—Entonces no la pongas.

—Pero...

Acomodo la mochila sobre mi hombro.

—Mira, haz lo que quieras, tengo que irme, te veré en clase.

Y antes de que pueda quedarme para recibir otra pregunta salgo de su casa. Acelero el paso por precaución, después de todo le veo capaz de salir por la puerta y empezar a seguirme sólo para preguntarme si el tamaño de la letra que ha elegido es el adecuado. Me estallaría la cabeza si lo hiciera.

Ethan ha aparcado cerca, lo más cerca que ha podido teniendo en cuenta que ha calculado dónde estaba por la ubicación que le he enviado a través de whatsapp. Claro que un minuto después me ha llamado para comprobar que la calle estaba bien. Odia los mensajes. Nuestro único medio de comunicación a través del móvil se han vuelto los audios y las llamadas. Si ha sido un mensaje escrito, es como si no existiera.

—Gracias, gracias —repito metiendo mi mochila a través de la ventanilla. Después abro la puerta y me meto también yo—. Por favor arranca antes de que salte por esta ventana y me deje atropellar.

Una sonrisa ladeada crece sobre sus labios.

—Supongo que no estás de humor entonces para lo que voy a proponerte.

Con eso arranca el coche y hace como lo he pedido, sale con rapidez de esta zona residencial, para mi alivio. Al llegar a la cabaña lo primero que voy a hacer va a ser pedirle a Ethan algo para el dolor de cabeza que tengo por culpa de Tanner. No pienso volver a ofrecerle mi ayuda durante lo que queda de curso, no puedo, por mi propia salud mental, no puedo.

—Si no se trata de ayudarte con un trabajo de literatura para que puedas desesperarme porque no eres capaz de elegir qué sinónimo porner, lanza.

Hace una mueca.

—Adiós a mi idea. —Sonrío un poco por su respuesta antes de que diga qué era lo que en verdad quería proponer—. Mi hermana está de vuelta y quiere una cena en familia para que conozcamos en persona a su novio. Digamos que le conozco, no me cae bien, tampoco llevo bien las reuniones familiares y no creo que sea buena idea que te quedes sola así que, ¿querrías venir?

—¿Quieres que vaya a comer con tu familia?

—A cenar —corrige.

—Con tu familia —repito.

—Con mi familia.

Apoyo el codo contra la ventanilla y dejo que los dedos hagan presión sobre mi frente. Esto es una mala idea por tantas razones que no puedo ni empezar a enumerarlas. Lo peor es que él lo tiene que saber tan bien como yo.

—Te das cuenta de que juntar a mi familia y a la tuya nunca ha ido bien, ¿no? Aparecer allí... —Lo imagino y aprieto los dedos con más fuerza contra mi frente—. Van a comerme viva y la tensión que habría ahí sería... ¿Es que quieres ver tu casa arder?

—No puede ir tan mal.

—Tu hermana habló tan mal de mí el año pasado que mis padres la tomaron conmigo por los rumores que se escuchaban. Verla no me haría demasiada ilusión que se diga. —Lo recuerdo bien. Danna nunca ha llegado a hablar conmigo en persona, aun así un día todo cambió y empezó a odiarme. Sin razones. Simplemente empezó a hablar mal de mí, a decir que falté a una subasta porque mis padres me habían castigado después de haber terminado acostándome con un hombre casado en la última gala de navidad. También me acusó de "acaparar" una gala benéfica, pero, en su mayoría, triunfaron los rumores sobre una relación mía con un hombre mayor y casado.

Mis padres lo escucharon y sus nervios estallaron.

Apenas recuerdo el fin de semana que pasé encerrada en la habitación de hotel porque no era capaz de enfrentar las miradas ni los rumores. Pasé dos días tan cargados de tensión que terminé con un ataque de ansiedad tras otro. Sobre todo por mis padres, su forma de mirarme, de no querer entender, de priorizar la imagen que teníamos que dar a creer a su propia hija. Lo odié. Y odié a Danna tras enterarme de que todo había sido cosa suya.

—Muchas personas cotillean, es lo normal si hay algo que se salga de lo normal.

—¿Perdón? —No puedo creérmelo. ¿Está insinuando lo que creo que está insinuando?—. ¿De verdad te has creído que con dieciséis me fui con un hombre más mayor incluso que mi padre?

El gesto que hace, esa forma tan sutil de encogerse de hombros me repugna.

—No puedo creerlo —murmuro antes de apartar la mirada. Estoy malditamente indignada ahora mismo. ¿Pero qué imagen tiene de mí?

—El rumor estaba muy extendido —defiende.

—¿Crees que no lo sabía? Exactamente por eso nunca voy a congeniar con tu hermana, ese fin de semana pude jurar en más de un momento que mis propios padres iban a hacerme daño, y eso sin contar con que todo el mundo dentro de nuestros círculos parece haberse quedado con esa idea.

—Mira, no es a mí a quien tienes que convencer, si dices que fue sólo un rumor, te creo.

—¡Pero es que no tiene nada que ver con eso! Es... —Ahogo un grito. El punto es que odio a su hermana—. Prefiero que me dejes en mi casa.

—Van a ser muchas horas.

—Ayer estuve toda la tarde sola, quizás... ¿y si las cosas ya están más tranquilas?

Sus manos se cierran con más fuerza sobre el volante y sé que hay algo que no me está contando. Aun asi lo entiendo y suelto un sonoro suspiro.

—Pero no me dejes sola —pido.

—¿Eso significa que vienes?

—¿Qué día será?

—Hoy —responde.

Oh, mierda.

—Vale, pero tengo mis condiciones, empezando por el no dejarme sola con tus padres y menos todavía con tu hermana.

—Hecho.

—Voy a ser cordial, pero si tu hermana me hace algún comentario, se termina. No pienso callarme así que o nos vamos de ahí o tu familia terminará con otra razón para odiarme. ¿Lo entiendes?

—¿Y si quiero terminar de cenar antes de irnos? —Está sonriendo, divertido con la imagen mental que se ha debido de crear en su cabeza. No quiero preguntar. Tampoco le respondo. Así que simplemente dejo que él ponga algo de música en lo que llegamos hasta mi casa. Rehago mi bolsa con rapidez y me aseguro de meter algo adecuado para una cena formal antes de subir de nuevo al coche de Ethan e ir a la cabaña. Esta vez incluyo el cuaderno en el que organizo las estrategias de marketing para la prensa que mi madre me hace organizar cada mes, tendré que hacerlo hoy antes de ir a la cena y enviárselo a mi madre.

Ella siempre ha dicho que hay personas especializadas, pero que, pese a ello, si queremos llegar alto debemos tener un conocimiento de todo un poco. Me ha inculcado eso mediante los años. Lo ha hecho con los libros de estudio, con las reuniones a las que me obligaba a sentir, con esos trabajos y redacciones o trabajos de investigación que me mandaba hacer para ella, con los discursos, con la repercusión que tendría un anuncio que sacaríamos en unos días y, además, con dejarme a cargo de la publicidad que sale en un conocido periódico cada mes. Me deja elegir el número de anuncios, su estilo, tamaño, color, posición, fechas, número, todo siempre y cuando consiga un buen equilibrio entre el gasto y la repercusión que tendrá.

Incluso he tenido que reunirme con el medio para conseguir una oferta por mi cuenta, sin agencias de por medio, algo que conseguí con apenas dieciséis años cumplidos. Actuando como una adulta desde que tuve oportunidad para no ser considerada una niña.

Durante las horas que tenemos bajo al salón con mi cuaderno y un bolígrafo para ir pensando tranquilamente en lo que reviso mis notas con la audiencia de ese medio del último mes, los precios y los descuentos que me mandaron para este mes, han hecho un pequeño aumento para las páginas impares que agradezco infinitamente.

Acabo de empezar cuando Ethan se sienta a mi lado en el sofá.

He encogido las piernas para poder apoyar el cuaderno contra las rodillas y ha cambiado mi ropa por algo más cómodo para estar por casa como son esos leggins oscuros y jersey largo. Eso sin contar que estoy descalza.

Ethan mantiene el silencio por unos minutos, mirando sobre mi hombro a los números que voy garabateando sobre la tabla que ya tenía preparada. Después me quedo repasando qué tal fue el último mes para equilibrarlo todo.

—¿Qué haces? —pregunta.

—Estoy preparando la estrategia para los anuncios que pondremos el próximo mes en uno de los periódicos con los que tratamos habitualmente.

Él frunce ligeramente el ceño antes de tirar de mi cuaderno. Lee el título del periódico, después sigue con la fila más extrañado cada vez.

—Formato, inserciones, tarifa total y reducida —lee, ni siquiera termina con todas las columnas antes de que lo recupere—. ¿No tenéis a gente que haga esto?

—Tenemos, pero mis padres no son de los que se quedan sentados esperando a que otros les hagan el trabajo, tampoco quieren que yo lo sea. Al fin y al cabo es más difícil que te mientan si sabes de lo que están hablando, ¿no crees?

Se acerca lo suficiente como para que su brazo roce el mío y, aunque mantiene su mirada sobre mi cuaderno, su rostro está a menos distancia del mío del que el espacio personal permitiría.

—Siempre estás con cosas de estas, estudiando o redactando o con algo de un nivel que debería de estar por encima del tuyo. ¿No has pensado en parar?

Golpeteo el cuaderno con mi bolígrafo. No lo dice con la intención de ofender, pero hasta cierto punto lo siento así.

—Puedo con ese nivel.

—No he dicho que no —se apresura a decir—. Sólo digo que entre eso y las clases, no sé, creo que deberías de darte un respiro. —Levanta la cabeza hasta sostenerme la mirada y su mano se desliza para agarrar la mía. El bolígrafo se desliza entre mis dedos hasta caer al suelo—. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que te he visto completamente tranquila, si sigues así vas a terminar muy quemada.

—No puedo cortarlo como si nada, no es tan fácil, Ethan.

—Puedes hacer que lo sea.

Niego. Él no está en mi piel, no sabe de los factores que me condicionan, no es capaz de opinar como yo lo hago. Muchas veces es más fácil aconsejar que actuar. No, no puedo tirar todo a la basura y esperar que todo esté bien con eso.

Sin soltar mi mano usa la otra para alcanzar mi piel. Me congelo en mi lugar al sentir el roce de sus dedos contra mi mejilla junto a esa mirada tan decidida. Un cosquilleo recorre mi columna y el corazón se acelera contra mi pecho.

—Necesitas un descanso, Emma —murmura con una suavidad tal que ahora mismo sería capaz de acceder a todo lo que me pidiera. Con el corazón acelerado tengo que hacer un esfuerzo mayor por calmar mis sentimientos.

Al cosquilleo que va dejando en caza zona que roza le acompaña un rápido pensamiento, tan precipitado que es como un grito en mi cabeza.

Quiero besarle.

Pero su mano deja mi piel como si hubiera empezado a arder y un segundo después también ha soltado mi mano. Se levanta del sofá.

—Salimos en una hora —avisa.

Le veo ir, después ahogo las ganas de gritar por pura impotencia y subo también a prepararme. Me pongo unas medias tupidas, tacones negros y un vestido simple azul oscuro, ceñido y con escote de hombros caídos. Es uno de los vestidos que me compró mi madre. Aun así trato de hacerlo mío con el maquillaje que uso, con esa simpleza donde lo único que hago es reforzar la mirada. Me dejo el pelo suelto.

Esto puede ser un completo caos.

Aun así cuando veo salir a Ethan de su habitación con pantalones oscuros y camisa blanca. Cuando le veo colocarse los puños de la camisa, esas ganas de quedarme aquí desaparecen. Es como verle en una gala, tan impoluto, tan "suavizado".

Mis dedos juguetean con el fino colgante que envuelve mi cuello.

—¿Te estás dejando ganar por una camisa? —lanzo con un deje de diversión.

—Esta mierda no quiere —Levanta la mirada y sus palabras mueren durante menos de un segundo, pero, por poco tiempo que haya pasado antes de que termine, se nota— ponerse bien. ¿Ese no es el de la subasta en Austria?

¿Cómo se acuerda de eso? Austria fue hace, ¿cuánto? ¿Dos años? ¿Y todavía recuerda el vestido que llevé?

No llego a preguntarlo porque no le veo ninguna finalidad a obtener esa respuesta así que en su lugar suelto mi colgante y apoyo la mano sobre mi abrigo.

—¿Nos vamos? —pregunto.

Él termina de acomodarse los puños de la camisa y de forma casi burlona levanta un brazo hacia mí. Mi sonrisa cae ante el gesto. Ethan baja el brazo pero antes de poder hacerlo del todo enredo mi brazo con el suyo.

—Josh siempre lo hacía —doy como única explicación. Por poco que sea, él lo ha entendido. Es algo que no es fácil, ver esos gestos y saber que no son suyos. Trago en seco.

Después vamos a casa de sus padres.

Una hora es lo que tardamos en llegar, una hora en llegar a la urbanización más codiciada de los alrededores. Y, por codiciada, me refiero a que es aquella en la que mis padres trataron de obtener una casa durante largos años. Todavía siguen atentos si no me equivoco. Al entrar a la urbanización una sonrisa cruza mis labios, así que los Lowell viven aquí, mi madre se subiría por las paredes si se llegara a enterar.

Desearía verlo.

Aquí tienen su propio campo de golf, una amplia piscina, un spa y pistas de tenis a las que sólo las pocas personas que viven dentro pueden acceder. Una vez escuché el rumor de que tenían su propio cine privado, aunque se quedó como rumor, después le preguntaré a Ethan por ello, me mata la curiosidad.

Únicamente las familias más ricas y conocidas viven aquí. No me extraña que los Lowell sean una de ellas, al fin y al cabo son grandes empresarios. Me hace demasiada gracia la situación, sobre todo porque mi madre suele tratar de pisarles los negocios, de quedarse con el territorio, y resulta que por años son ellos los que han tenido el terreno que mis padres en verdad ansiaban. Tengo que conseguir que mi madre lo sepa.

Al entrar Ethan saca una tarjeta de la guantera para pasarla por un lector. Hay una gran valla rodeándolo todo, es como una ciudad en miniatura bien asegurada en la que apenas hay personas por las calles. Es bonita, bien decorada y claramente costosa.

—No puedo creer que vivas aquí y prefieras la cabaña —dejo escapar.

Hay un par de fuentes con trabajadas figuras sobre ellas, flores y caminos claros perfectamente estructurados para que la imagen sea visualmente atractiva. Incluso hay belleza y unión entre el color de las flores elegidos. Lo han pensado todo para que te arrope, te llame y haga sentir una tranquilidad excepcional. ¿Quién querría irse de aquí? De vivir en esta urbanización yo ni siquiera pisaría el exterior más que para ir a clase. Pasearía, sólo pasearía incluso entrada la noche porque sabría que nadie podría hacerme daño aquí dentro.

—Nunca me ha gustado vivir aquí —admite.

—Tienes una ciudad en miniatura, segura y privada en tu mano, ¿por qué no querrías vivir aquí?

—Supongo que se vuelve aburrido después de un tiempo. Ves a las mismas personas, te acomodas, creas una rutina. Aquí es como si no existiera la libertad, Emma, sólo la vigilancia cada segundo. La cabaña es... es todo lo contrario.

—Entiendo, pero, perdona que te lo diga, creo que algo está mal en tu cabeza. Es decir, este sitio es una puta pasada, sólo tienes que verlo.

No me doy cuenta hasta segundos después de mi forma de hablar. Cierro los ojos fingiendo mirar al exterior cuando sólo estoy maldiciendo internamente. Hay algunas palabras que no se supone que deban de estar en mi vocabulario, que no debo dejar salir.

Me humedezco los labios, de golpe secos por mi error aunque, cuando escucho la suave risa de Ethan, eso desaparece. Le miro sin entender al encontrar esa sonrisa genuina cubriendo sus labios. Me dedica una rápida mirada.

—Emma Aldrich ¿Quién iba a decirme que esa palabra estaba en tu vocabulario?

Al principio no lo recuerdo. Siento la familiaridad en esa frase, pero nada más. Después mi cerebro hace un gran esfuerzo y saca a relucir el recuerdo.

En una recaudación a la que fui con mis padres cuando tenía unos catorce años, tuvimos la misma conversación. O algo parecido. Recuerdo que fue la primera vez que llevé un vestido a medida y que me negaba a alejarme de mi hermano. Jamás me había sentido tan intimidada así que, en medio de la noche, recogí un poco mi largo vestido y salí a la terraza en busca de soledad. Ese golpe de aire fresco tranquilizador es algo que, después de aquel día, he buscado una y otra vez. Sólo que, aquel día, no fui la única que salió.

Mis pies dolían por culpa de los tacones y sentía un extraño peso extra en mis pestañas por esas pestañas postizas que me pusieron por primera vez en mi vida. Me habían sentado y maquillado atenta la atenta mirada de mi madre y, aunque estuve ahí más de una hora, apenas sentí la diferencia después. ¿Por qué era eso algo necesario? En aquel momento no lo entendí, ahora dudo poder hacerlo, pero se ha vuelto una costumbre.

En la terraza tropecé, mi rodilla se raspó al darme contra la balaustrada y aunque no me doliese demasiado pude ver la rozadura. Sabía que mi madre no estaría feliz con eso y maldije en voz alta. "Esto es una puta mierda", murmuré cuando apenas conocía las palabrotas que le había escuchado decir a mi hermano.

Detrás de mí, una melodiosa voz me respondió.

"Emma Aldrich —dijo—. ¿Quién iba a decirme que esa palabra estaba en tu vocabulario?"

Esa fue, quizás, la primera vez que Ethan y yo nos relacionamos de una forma real. Es curioso cuánto han cambiado las cosas desde aquel entonces.

Antes de que Josh se "aliara con el enemigo", antes de que yo llegara a comprender la descabellada enemistad entre mis padres y los Lowell, me sentí atraída por el hijo de los Lowell. Le buscaba con la mirada cada vez que asistíamos a algún evento, le sonreía cuando él me devolvía la mirada, y más de una vez deseé que se acercase, dedicándome alguna frase estúpidamente cursi y confesándome que se había fijado en mí. Un tonto enamoramiento que tuve, pero fue eso, antes, antes de que le jodiera la vida a mi hermano. El único problema es que, como he terminado por aprender, es difícil que un sentimiento muera.

Todavía recuerdo mi respuesta de aquel día:

"Ethan Lowell, ¿quién iba a decirme que ni siquiera sabes atarte correctamente una corbata?"

¿Lo recordará él? ¿Lo habrá dicho por eso o sólo es una respuesta que le ha salido sola? Niego, ¿tanto me importaría esa respuesta? ¿Tanto cambiaría que se acuerde de eso, que tuviera algún significado para él?

Me saca de mis pensamientos al aparcar, con un suave "Hogar dulce hogar" que canturrea antes de salir del coche. Negándome a mostrar nerviosismo, le sigo de cerca.

Abre la puerta de su casa para mí. Me había esperado algo similar a sus hoteles, muebles de madera, cuadros, alfombras gruesas y tonos que me hacían recordar a algo más similar a la cabaña de Ethan. En su lugar me encuentro con muebles completamente blancos o de cristal, una casa blanca y negra con abstractos cuadros que apenas tienen tres líneas y dos colores. Sin alfombras. Con un suelo tan brillante que podría centrar mi reflejo en él. Incluso mi casa se me hace más cálida que esto.

Ethan cierra la puerta con fuerza y deja su llave junto a la figura de una bailarina de cristal que hay en el mueble de la entrada.

—Dame un momento, voy a ver si están en casa. —Su mano roza mi espalda al señalarme una dirección—. Puedes esperar en el salón si quieres. —Asiento, pero antes de irme me vuelve a parar—. Espera, dame tu abrigo.

Sin quererlo, mis dedos se aferran al abrigo con más fuerza, me lo he puesto para el corto camino entre su coche y la casa y ahora esa capa me da una seguridad de la que no quiero deshacerme, al menos no hasta que él esté de vuelta.

—Tengo algo de frío.

Espera, pero no dice nada. Finalmente mira una vez más la dirección que me ha señalado y se va hacia otro lado. Tomo eso como pie para buscar el salón.

Por el camino me voy parando en los cuadros, pero los paso con rapidez. Son aburridos para mí. Siempre me ha gustado el arte, pero un lienzo en blanco con una diminuta zona coloreada no me transmite nada. Así que voy pasando hasta llegar a la zona de los jarrones que exponen dentro de vitrinas dentro del salón. Reconozco un par de alguna subasta a la que he ido, aunque nunca me había fijado en ellos. Mis padres tampoco.

Giro para darle un vistazo a la habitación cuando algo me impulsa hacia atrás.

Un suave empujón desde delante que tardo en reconocer. Llego las manos a mi estómago, es como si alguien hubiera apoyado la mano sobre mi estómago para empujar. Al apartarlas lo único que veo es rojo.

De un rojo tan intenso que parece sangre.

¿Sangre?

Mi cabeza da vueltas cuando una figura emerge desde detrás del sofá más grande. Primero veo asomarse una cabeza cubierta por un grueso casco, después mangas oscuras y el pecho cubierto por un chaleco verdoso y un arma en sus manos. No, no un arma normal, la forma es diferente.

¿Eso es una pistola de bolas de pintura?

Mis manos están completamente rojas y entiendo al fin el porqué de esa intensidad.

Ha sido una bola de pintura. Nada más.

El hombre baja el arma para quitarse con la mano libre el casco. Su rostro es conocido para mí. Mark Lowell. Esto tiene que ser una broma.

El padre de Ethan acaba de aparecer de detrás de un sofá y disparado una bola de pintura.

Ambos nos quedamos en silencio, mirándonos el uno al otro sin entender por completo lo que acaba de pasar. Él no debe de saber por qué estoy aquí y yo definitivamente no entiendo por qué me ha disparado.

—Vale, no he encontrado a... —Ethan aparece en el salón y sus palabras mueren cuando se fija en mi mano, por un momento palidece por completo, después su mirada se desvía hacia su padre y pasa a mostrar molestia. Antes de que él pueda decir algo más se escucha un "plup" y él se gira. Ahora tiene una mancha de pintura verde en su espalda.

Un niño que le llega por la cintura se asoma al salón.

El señor Lowell salta sobre el sofá y sale corriendo detrás del niño, con un grito de guerra sobre sus labios y lanzando bolas de pintura a diestro y siniestro en lo que el niño se aleja de él.

Les sigo con la mirada, incrédula. Ethan parece querer pedirme disculpas cuando vuelvo a cruzar la mirada con él. Se le ve tan perdido como yo, pero diez veces más avergonzado.

"Hija, compórtate, los Lowell son una familia seria que no tolerará estupideces"

Esa fue la frase que salió de los labios de mi madre antes de presentármelos la primera vez. El señor y la señora Lowell eran intimidantes. Ambos serios, vestidos de forma elegante y con la cabeza alta. Parecían mirar al mundo con superioridad, no se dejaban corregir, la seriedad de su mirada hacía que te congelases. La primera vez que les vi no pude pronunciar más de dos frases.

Ahora estoy viendo al mismo hombre que parecía no tener sentimiento alguno jugando a paintball con su hijo pequeño en medio del salón y por toda su casa.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro