Capítulo 17 - Llamadas y enigmas
Capítulo diecisiete: Llamadas y enigmas.
Lleva lloviendo desde que anocheció el martes, ahora la lluvia ha cesado un poco, pero todavía el cielo está lleno de nubes y sonoros truenos hacen eco en el exterior. Con cada uno, cierro los ojos como acto reflejo. No me gustan las tormentas.
Tanto Ethan como yo nos habíamos quedado dormidos y, por culpa de ese agotamiento y que mi móvil seguía arriba, ninguno escuchó alarma alguna. Así que me desperté después de las diez, alterada y recibiendo como única respuesta que me relajara, después de todo ni Ethan se veía cómodo con la idea de conducir ni ninguno de los dos estaba con ganas de meterse en una clase durante las próximas horas.
Ahora, al mediodía, no tengo nada más que hacer que quedarme en el sillón individual que el perro de Ethan no suele ocupar y apoyarme en el respaldo mientras miro por la ventana. Ethan ha subido antes para sacar a los perros de la habitación en la que Cole les dejó anoche, me explicó que ahí tenían comida al notar mi mirada. Después volvió al sofá, esta vez se recostó ahí y Fenrir no tardó en dormirse en el suelo, a sus pies. Hati, en cambio, subió al sofá para hacerse un hueco entre las piernas de Ethan y el respaldo del sofá.
Llevan así la última hora.
Muevo las manos contra el respaldo del sillón, metida por completo en mis pensamientos. No quiero moverme del salón, de golpe el piso de arriba se ha vuelto un lugar muy oscuro en el que estar. Además, me preocupa y altera en el mismo nivel no saber la razón. No entender cómo Ethan puede irse y volver así, gravemente herido y sin explicaciones. Me pregunto si yo tenía razón, si fue por la zona que le comenté ayer, si conocía algo allí.
De ser así, ¿qué es lo que le hizo terminar de esa forma?
¿Qué hay allí? Y, ¿qué tenía que ver Josh con eso?
Apoyo la barbilla sobre mi brazo, con la mirada puesta en el exterior. En cómo todavía parece de noche y el suelo lleno de pequeñas piedras ha empezado a volverse marrón por culpa del barro. Incluso el bosque parece un lugar aterrador ahora mismo. Un relámpago lo ilumina todo y me sobresalto al ver el fuerte flash en el exterior.
El corazón se me acelera cuando justo después se escucha otro trueno.
Si estuviéramos en casa supongo que también estaría en el salón sabiendo que por mucho que mi hermano haya cambiado, él también estaría por el piso de abajo. Se prepararía algo de comer o sentaría en el sofá con su móvil. Fingiría que no lo hace por mí, que no está intentando consolarme sin decir palabra alguna, pero es lo que estaría haciendo. Es lo que siempre hacía.
Le echo en falta. Ya no me importa si es el niño sonriente o el chico malhumorado, sólo le quiero de vuelta. Me tragaría mis palabras, mi orgullo, mis intentos por ayudar. Lo dejaría todo a un lado por verle de nuevo en casa.
Escucho un suave golpe y al girarme veo a Hati estirándose en el suelo. Olisquea el sofá y sale del salón. Fenrir también ha levantado la cabeza, atento a su alrededor. Después se levanta, pero, tras unos segundos, vuelve a sentarse, completamente tranquilo.
Ethan no tarda en moverse y ocupar el hueco que antes era de Hati, sólo que esta vez se aferra a las mantas y la palidez con la que lleva desde ayer parece haberse cubierto con un ligero rojo. Extrañada, me levanto. Trato de no hacer ruido al acercarme. Fenrir clava sus oscuros ojos en mí como advertencia.
Sí, perro, sé que no te gusto, pero no te pongas a ladrar de nuevo.
No lo hace, aunque sí me enseña por un momento los dientes. Termino rodeando el sofá para apoyarme sobre el respaldo al mirar a Ethan. Sigue sudando, con las mejillas algo rojas. Bajo la palma de mi mano hasta su frente, vacilo por miedo de despertarle y que me encuentre ahí, pero por lo demacrado que se le ve dudo que se dé cuenta de algo.
Al tocar su frente espero que tenga fiebre, pero no. Al contrario, está helado.
"No estoy preocupada por él —me digo—. Sólo es que me sirve más estando bien que así."
Con eso, le llamo. Repito su nombre porque sé que mi instinto será tocar su brazo para despertarle y ahora mismo no sería buena idea. Cuando él abre por fin los ojos, lo hace con pesadez, todavía aferrándose a las mantas pese a estar sudando.
—Estoy tratando de dormir —murmura.
—Han pasado muchas horas, ¿no deberías tomarte algo?
Se lo piensa, aparta la manta y hace una mueca de dolor al reincorporarse. Lo único que lleva encima son los pantalones negros que tenía al irse y las vendas ahora manchadas que el puso Cole. Pasa la mano derecha por su frente antes de darle un pequeño empujón a Fenrir para que se haga un lado y poder levantarse.
—Necesitas cambiarte esas vendas —aviso.
Él las mira, después echa a andar hacia la cocina.
—Ethan, si no las cambias podrías tener problemas.
Sigue ignorándome, abre un par de cajones y desliza dos pastillas en su mano antes de metérselas en la boca y tragar sin agua. Después le veo acercarse de nuevo al sofá, listo para seguir durmiendo. Maldita sea, ¿piensa ignorarme?
Decidida, me acerco a la pequeña mesa de cristal que hay frente al sofá y agarro las vendas que Cole dejó aquí.
—Puedes no hablarme, pero vas a sentarte y dejarme cambiarte eso antes de que por tus tonterías termines necesitando una ambulancia.
Ethan parece apunto de rodar los ojos, pero obedece. Se sienta en el sofá y una sonrisa ladeada se forma en sus labios cuando Fenrir se sube para quedar a su lado. Al momento, el perro también me mira y entiendo el porqué de la sonrisa: sabe que su perro no va a dejar que me acerque demasiado.
Esta vez ignoro que me gruña, enseñe los dientes e incluso que me ladre en lo que recupero las tijeras y corto un trozo de las vendas que cubren el dorso de Ethan. Dejo las tijeras y empiezo a quitárselas.
Fenrir ladra de nuevo, alterado cada vez que llego a rozar a Ethan. Puedo sentir el aliento del perro contra mi brazo, listo para morder. Ethan parece divertido.
—¡Fuera! —El perro deja de ladrar con la intensidad de mi grito—. Fuera.
Lo hace. Le he gritado con toda la convicción que he podido y el perro ha hecho un extraño sonido antes de girarse y tumbarse dándonos la espalda. Ethan enarca una ceja.
—¿Acabas de gritarle a mi perro?
—Sí, y tú serás el siguiente si no te estás quieto.
—Y yo pensando que eras pacífica.
Lo soy. Al menos suelo serlo, pero que se congele el infierno si estos últimos días no han sido de locos. Mis nervios están a flor de piel y no puedo contenerme ahora mismo. Ya no es sólo la mayor facilidad para llorar o que todo duela más porque está amontonándose, sino mi paciencia. Mi paciencia y control han ido rasgándose paulatinamente. La situación me está consumiendo.
Termino con las vendas y le quito con cuidado la gasa que hay sobre su herida. No sé cómo lo ha hecho Cole o de dónde ha sacado lo que sea que ha usado, pero le ha cerrado la herida. Agarro el frasco que también dejó a la espera de una confirmación por parte de Ethan. Frunce el ceño y sé que es para limpiar la herida, un paso que no parece apetecerle. Saco una gasa, le echo parte del líquido y dejo que la queja de Ethan sea música para mis oídos al rozar la zona. Él fue lo peor que pudo haberle pasado a mi hermano así que, sí, disfruto un poco de verle así. Al terminar la dejo sobre la mesa y saco una gasa nueva.
—¿Eso son grapas? —No puedo evitar preguntarlo.
—No de las de grapar hojas.
La herida no es demasiado grande, sólo tiene dos grapas que sellan la rojez. Alrededor de la herida ese tono se ha extendido.
—Va a quedarte marca.
Ethan ríe a desgana.
—Un bonito recuerdo —responde. Acto seguido se queja cuando le coloco la nueva gasa con más fuerza de la necesaria. Sabe que lo he hecho a propósito, su mirada lo dice todo.
—Me caes mejor cuando no hablas —sonrío.
Uso el adhesivo que había en la gasa anterior para pegar esta. Queda a medias, pero aguanta lo suficiente como para poder sostenerla con la nueva venda. No sé cómo lo hizo Cole, de verdad que no lo entiendo. A él le había quedado todo decente, incluso visualmente quedaba bien. A mí me queda un desastre. Son tiras de venda que sólo tratan de sostener todo en su lugar y la gasa apegada a su cuerpo.
—¿Piensas usar todo el arsenal de vendas de la ciudad o ya estás acabando?
Su pregunta se queda sin respuesta en lo que corto la venda y agarro ambos extremos para atarlos a su costado. Doy un fuerte tirón que, de nuevo, por cómo se tensa ha tenido que doler.
—Perdón, ¿decías algo?
—Decía que como enfermera vivirías en la miseria.
—Entonces es una suerte que no lo sea, ¿verdad? —A propósito le doy una suave palmada sobre la parte superior de su brazo izquierdo a sabiendas de que lleva sin moverlo todo este tiempo. Debe de dolerle. Conforme con eso me pongo en pie. Dudo que después de esto quiera dejarse ayudar una segunda vez, pero no he podido desperdiciar la oportunidad, hay demasiado por lo que todavía quiero hacerle pagar.
Vuelvo al sillón individual, lista para quedarme mirando por el mismo ventanal hasta que me dé el hambre. Al acercarme veo algo fuera, una bola de pelo marrón que reconozco como Hati. ¿La puerta no estaba cerrada?
El perro está contento fuera, saltando y moviendo piedras, incluso juraría que les está ladrando en alguna clase de juego.
—Ethan, tu perro está fuera —aviso, todavía sin entender cuándo ha salido. Tiene que haber sido por la puerta, ¿no?
Ethan me ignora y me veo obligada a cruzar el marco del salón para comprobar que la puerta de la entrada sí está abierta. Cole debió de haberla cerrado mal anoche y con el fuerte viento ha terminado por abrirse. Me abrazo a mí misma en lo que bajo los pocos escalones hasta el aparcamiento improvisado. Estoy descalza todavía.
—Perrito —llamo—, Hati, perrito, ven aquí.
El caniche sigue a lo suyo. Silbaría como hizo Ethan la otra vez, pero no sé hacerlo así que simplemente trato de alcanzarle. Cuando me ve se lo toma como un juego y echa a correr más lejos, se agacha y vuelve para dar una vuelta a mi alrededor. Ladra y mueve la cola con entusiasmo.
—Vamos, ven. —Doy un paso de vuelta a las escaleras con la esperanza de que me siga, pero el perro se aleja más creyendo que estoy jugando con él.
—Hati, aquí.
Me giro para ver a Ethan apoyado en la puerta de su casa y señalando el suelo a sus pues. Hati también le ignora a él. Ethan insiste y, cuando el caniche se acerca con la cola baja como si hubiera recibido un castigo, algo cambia en él y, esta vez, al volver a echar a correr, corre hacia el bosque.
—Estúpido perro —murmura Ethan por lo bajo. Lo entiendo, tampoco él está de humor hoy. Silba con fuerza, pero el perro no vuelve—. ¡Hati, aquí!
Nada.
Con eso, Ethan vuelve su molestia hacia mí.
—¿Has dejado la puerta abierta? —pregunta con rabia, más bien me mira como a si fuera tonta.
—No.
—¿Y cómo ha salido Hati entonces?
—No lo sé, le he visto fuera, pero me has ignorado.
—Ya —murmura sin creérselo—. Bien pues ahora adivina quién tiene que ir a buscarlo.
—¿Me tomas el pelo? ¡No ha sido culpa mía!
—Apáñatelas.
Ahogo un grito al verle entrar de nuevo. Es su perro, pero, ¿soy quien tiene que ir a buscarlo? Al menos he tratado de que vuelva. Aun así la certeza de que pese a que haya sido culpa de Cole, Ethan no estaba en condiciones de enterarse de lo que pasaba a su alrededor y que tendría que haber sido yo quien hiciera algo tan simple como revisar que la puerta esté cerrada, hace que me sienta culpable.
Me meto en la cabaña para poder subir a ponerme algo de abrigo. Me enfundo el único par de botas para la lluvia que he traído y un grueso abrigo azul que había metido entre capas de ropa poco abrigada. Con eso agarro mi móvil y salgo de la casa no sin antes ver que Ethan está merodeando tranquilamente por su cocina.
Idiota.
¿Por qué tiene que ser mi culpa? Es decir, es su perro, su casa.
Cierro la puerta de un portazo detrás de mí y enciendo la linterna del móvil antes de meterme en el bosque por donde he visto a Hati desaparecer, gritando su nombre una y otra vez a cada paso que doy.
La noche es fría, helada a decir verdad. Mis pies se hunden en el barro que la lluvia ha ido formando. Todavía puedo escuchar algún trueno cada cierto par de minutos y la única iluminación que tengo es la de mi linterna. Fácilmente podría confundirse el mediodía de hoy con una oscura noche. Una en la que el viento provoca que los árboles hagan ruido al ser sus ramas golpeadas. Todo eso me va creando una tensión en aumento que me fuerza a bajar el tono de voz a cada llamado. Mis pasos se vuelven más lentos.
Pierdo la cuenta del tiempo que paso buscando al pequeño animal entre los árboles, cada vez más nerviosa, cada vez más cansada. El tiempo sigue empeorando, el viento es más fuerte y el ruido se vuelve un fuerte murmullo que me hiela la sangre.
Cuando me doy cuenta de lo tensa que estoy, el móvil vibra en mis manos y suelto un grito. Después rompo a reír por haberme asustado de eso. Respondo sin darle importancia el número, incluso escuchar la voz de mis padres echándome la bronca sería reconfortante en este momento. En lugar de eso nadie habla al otro lado.
—¿Hola? —nada. Aparto el móvil para comprobar que tengo cobertura, poca, pero hay. Devuelvo el móvil a mi oído—. ¿Quién es?
Cuento hasta tres, al no tener respuesta me preparo para colgar.
Pero alguien habla y, pese al viento y la distancia que he puesto con mi móvil me sería imposible no reconocer esa voz. Mi nombre pronunciado por él. Temblorosa devuelvo el móvil a mi oído. Se me olvida dónde estoy y el miedo que estaba creciendo en mi interior.
—¿Josh?
Tarda en responder, escucho su respiración antes de que lo confirme y mi corazón salte dentro de mi pecho.
—Soy yo.
—Josh —repito. Una sonrisa tira de mis labios y paso una mano por mi pelo, emocionada al saber algo de él. Se ha puesto en contacto, ya está, está todo bien, estará bien—. Josh, lo siento, de verdad, siento cómo me porté, siento todo lo que haya dicho. Te prometo no volver a juzgarte, lo juro, pero, por favor, vuelve a casa.
—No puedo, Emma.
—¿Qué? Claro que puedes. Mira, sé que ya no me consideras tu hermana. —Decirlo en voz alta hace demasiado daño—. Sé... sé que me odias, pero, prometo que te dejaré tranquilo. Por favor, Josh.
De nuevo, sólo le escucho respirar y un pequeño golpe al otro lado.
"Quedan dos minuto, si desea ampliar el tiempo de la llamada, inserte otra moneda."
—¿Estás...? ¿Es una cabina telefónica? ¿Dónde estás? Escucha, iré a buscarte, sólo dime dónde estás.
—No puedo —murmura, tan bajo, tan impotente, que mi corazón se encoge.
—Seré mejor —repito—. Prometo que seré mejor, pero no me hagas esto. Han pasado tres semanas, me tenías muy preocupada.
—Perdóname.
—Te perdono, te perdono, Josh, todo está bien, ¿vale? —Me apresuro a decir. Ahora mismo diría lo que hiciera falta, cedería cuanto él quisiera para tenerle de vuelta—. ¿Dónde estás?
—No puedo, no sería justo.
—Por favor, dime dónde estás.
—Sólo... sólo llamo porque necesito, porque necesitas saber lo que está pasando. Emma, lo siento, la he jodido, pero tienes que saber que no me arrepiento. Todo esto lo he decidido yo. ¿Lo entiendes?
—Sea lo que sea que hayas hecho, se arreglará. Mira, sé que debías dinero a Colton, pero eso ya está arreglado. Ya no tienes ninguna deuda, puedes volver.
—No puedo —repite.
—Déjame ayudarte.
—Siento lo que te dije. Lo sabes, ¿no? No dejo de pensar en cómo me porté y me arrepiento. Siempre serás mi hermana pequeña.
Otro trueno hace eco en el bosque, pero ya apenas me importa.
Sus palabras me quitan un peso de encima, y, a la vez, lo empeoran todo.
—¿Por qué lo dices como si te estuvieras despidiendo?
"Queda un minuto, si desea ampliar el tiempo de la llamada, inserte otra moneda."
—Escúchame —suplico—. Por favor, escúchame, tienes que decirme dónde estás. No tienes que pasar por nada de esto solo, vuelve y te ayudaré, te ayudaremos.
—¿Qué? No. Emma, ¿quiénes? ¿De quiénes estás hablando? —Su alteración es notoria, puedo imaginármelo pasar de estar calmado en una cabina a apoyarse contra el teléfono anhelando una respuesta.
—Tus amigos. Josh, ellos también están preocupados.
—Emma, no hables con ellos. Tienes que hacerme caso, no hables con ellos, no confíes en ellos. ¿Queda claro? Quédate fuera de esto, ve con nuestros padres, aléjate ahora que todavía tienes tiempo.
—¿Alejarme de qué? —Si hay algo que no esperaba escuchar decir a mi hermano era que fuéramos con nuestros padres. No por voluntad propia. Ambos sabemos el daño psicológico que han llegado a causarnos así que, ¿qué es lo que está pasando que puede ser peor que eso?
—De aquí, de todo esto.
—¿De qué estás hablando, Josh?
—Emma, lo siento, tienes que saber que lamento lo que dije antes de irme.
—No. ¡Joder, sólo dime dónde estás!
—¿Recuerdas lo que te dije cuando éramos pequeños?
—Josh... —maldita sea, la impotencia me está haciendo llorar de nuevo. ¿Por qué no puede ceder? ¿Por qué no puede volver y explicármelo todo? Se puede arreglar, sé que puede hacerse, no tiene que irse así.
—Te dije que siempre cuidaría de ti —dice.
—¡Eres mi hermano! ¿Crees que yo no haría lo mismo? ¿Crees que puedo dejar de buscarte después de saber esto? Deja que lo arreglemos juntos.
—No voy a volver a llamar, sólo quería que supieras que estoy bien. No me busques, déjalo estar. Aléjate de aquí y, por lo que más quieras, no confíes en nadie, menos en los que eran mis amigos. Si confías algo en mí, quédate con nuestros padres, deja que los medios te vean.
—No puedo dejarlo ir.
—Aléjate, Emma, aléjate antes de que den contigo.
Con eso la voz metálica que ha ido advirtiéndonos del tiempo restante de la mañana sustituye la voz de mi hermano. Avisa de que la llamada ha terminado y yo grito, grito el nombre de mi hermano como si todavía pudiera escucharme, como si siguiera ahí.
No puede hacerme esto, no puede hacerlo.
Grito de pura impotencia. Me llevo las manos a la cabeza y la desesperación me puede, pero, entre todos esos sentimientos, mis sentidos siguen alerta.
Algo se mueve detrás de mí.
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