Capítulo 14 - Formas de romperse
Capítulo catorce: Formas de romperse.
Golpeo la puerta del cuarto de Ethan de nuevo, está un poco abierta pero como todavía dentro no hay nada de luz supongo que seguirá dormido. Reviso la hora en mi móvil, el profesor de italiano llegará en una hora y él ni se ha despertado.
—Ethan —llamo—, es domingo.
Escucho las mantas, pero nada más, probablemente sólo se haya reacomodado para continuar durmiendo. Ayer estuve más de una hora para conseguir que accediera en voz alta a seguir fingiendo ser Josh durante las clases de italiano de los domingos hasta que mi hermano aparezca. Ahora parece más bien capaz de actuar como si eso no hubiera pasado.
Vuelvo a llamarle. Con eso hay más movimiento y esta vez escucho un suave golpe seguido de pisadas, de rápidas pisadas que claramente no son de Ethan. Acanzo a ver, a través del hueco de la puerta, a Fenrir moverse como si necesitara quitarse algo de encima. Sin estar dispuesta a dejar que Ethan se quede durmiendo, abro del todo la puerta para dar la luz.
Mala idea.
Fenrir ve la puerta abrirse y lo primero que hace es gruñirme. Al ver que sigo ahí rompe a ladrar con fuerza. Me mira como si fuera su presa, lo hace antes de inclinarse un poco y dar el primer paso más cerca, gruñendo de nuevo. Doy un paso atrás, el perro ladea la cabeza y se impulsa hacia adelante. Lo siguiente que sé es que me he encerrado en la habitación más cercana, el baño, con el maldito perro de Ethan ladrando como un loco al otro lado de la puerta.
—¡Ethan, maldita sea, o te levantas y alejas a este perro de mí o te juro que te mato con mis propias manos! —Fenrir ladra con más fuerza y suelto un grito al escuchar el golpe que da contra la puerta. Maldito perro loco—. ¡Ethan, joder, aleja a tu perro!
Los ladridos tardan unos segundos en cesar y después lo único que hay es silencio. No, ni loca voy a abrir la puerta para comprobar si se ha ido o se ha escondido. Ese maldito animal es más listo de lo que había esperado.
—Está sujeto —escucho decir al otro lado de la puerta. Aun así tardo unos segundos en asomar la cabeza, aunque compruebo que Ethan no ha mentido, no me termina de convencer la idea de salir—. ¿Pero qué le has hecho?
—Nada. Se ha vuelto loco.
Ethan acaricia a un calmado Fenrir, a uno que parece excesivamente inocente. Incluso parece sonreír el muy capullo.
—Ha debido de pensar que eras un intruso. —Con eso acaricia al perro con las dos manos—. Buen chico, Fenrir, defendiendo el fuerte.
—¿Le estás felicitando por haber querido descuartizarme?
Ethan no me responde a eso, pero sé que la respuesta es que sí. Increíble.
Con eso mi mirada cae de nuevo en Ethan, mientras que yo ya me he cambiado de ropa él sigue en pijama o con lo que usa de pijama al menos. Me apoyo ligeramente contra el marco de la puerta del baño, todavía con la mano contra la puerta por si Fenrir vuelve a su estado anterior y necesito volver a encerrarme. Es curioso, extraño incluso, la forma en la que ahora mismo Ethan parece de nuevo ese chico con el que me encuentro en las galas, ese que da la impresión de ser una persona encantadora. Quizás sea porque acaba de despertar, puede que por eso sus facciones den la sensación de ser más suaves y, con su pelo hecho un desastre, llega a parecer eso; bueno. Angelical incluso.
Me aclaro la garganta, no en busca de atención sino por incomodidad.
—Espero que no te hayas olvidado de la clase de italiano de hoy —digo. Ethan hace una mueca, suelta al perro y me mira con cansancio.
Me descoloca por completo.
Ahora mismo mi corazón ha querido acelerarse y mi mente ha decidido que el control se escape de sus manos. Sí, ver a Ethan recién despierto, con una sonrisa ladeada al felicitar a su perro y sin camiseta actúa en mí por poco que quiera. Me dificulta mantenerme como debería, con la imagen de saber lo que estoy haciendo, de poder controlarlo.
—Por desgracia acabas de recordármelo.
A lo lejos Hati, ese adorable caniche, se acerca con rápidos pasos. El collar que tiene atado al cuello con su placa personalizada suena cuando se mueve. Al llegar hasta nosotros se estira y abre la boca en un largo bostezo. Después se deja caer.
Ethan le da una rápida mirada.
—Bueno, ya estamos todos despiertos —dice—. Voy a cambiarme.
—Espera. ¿Te puedes llevar a...? —Señalo a Fenrir. Ethan le mira, me mira, y dice ese simple "no" antes de encerrarse de vuelta en su habitación.
Idiota.
Paso con cuidado entre sus perros, ni siquiera me atrevo a pararme cerca del pequeño, sólo por si acaso. Les esquivo o más bien huyo de ellos decidida a esperar a Ethan en el primer piso.
Él baja bastante tarde, abre la puerta de la cabaña y la deja así en lo que desayuna para que los perros estén fuera un rato. Al menos la zona está alejada, con el inmenso bosque a un lado y la carretera a al menos dos minutos en coche. Sí, los perros pueden llegar hasta ahí, pero por la poca preocupación que pone Ethan, dudo que lo hagan.
Reviso el reloj cada poco tiempo. Calculé que fueron al menos quince minutos hasta aquí cuando Roy me trajo y sólo nos quedan veinte para que llegue el señor Marinelli. Aun así cuando se lo digo a Ethan él se asegura de comer con más lentitud.
Agarro con fuerza uno de los cojines en lo que espero sentada en el sillón.
—Claro, tú tómate tu tiempo —murmuro con resentimiento—. No es como si tuviéramos prisa o algo.
Le miro, sonríe un poco y sigue tan tranquilo. Lo peor es que eso nunca lo había visto en él, esa ligera sonrisa como si acabara de compartir una broma privada con alguien más. Incómoda, me agacho más en mi lugar.
Se toma su tiempo para terminar de desayunar, recoge, mete a los perros de nuevo en casa y se asegura de preguntarme si no era yo la que tenía prisa cuando llega a la puerta antes que yo. No sé de dónde sale, pero le empujo con molestia para salir antes que él. Rompo la barrera del contacto físico en ese momento, aunque, extrañamente, se siente como algo natural.
No me gusta la confianza que le estoy empezando a tener.
Por suerte, cuando mi hermano vuelva podremos volver a como era todo antes. Sin dirigirnos la palabra más que al tener que echarle la bronca por algo en lo que ha metido a Josh. Por ahora, ese enfado se ha quedado guardado en un rincón de mi mente porque, por una vez, ambos buscamos lo mismo. Es curioso como un fin común es capaz unir incluso a aquellos que más pueden odiarse.
Ethan deja una única canción sonando durante el viaje, en bucle, una que no reconozco pero que él parece sí hacerlo. Eso hasta que llegamos y, a un minuto de la hora pactada para las clases, salgo del coche lo más rápido que puedo para llegar hasta mi casa. Ethan, en cambio, se acerca con tranquilidad. Aunque el profesor llega diez minutos tarde con la excusa de que había atasco, sigo nerviosa cuando llega. Mi cuerpo tiembla con la idea de que él pueda darse cuenta de algo. No, él no es la mujer que nos crió a Josh y a mí, que nos terminó teniendo cariño y ahora nos deja notas porque apenas nos vemos. Él es un hombre que a las únicas personas a las que les debe algo es a mi padres, si ve algo raro, se lo dirá.
A cada día que pasa me cuesta más ser como se supone que debería. Mantener en mi cabeza todo lo que he estudiado y ser como mi madre, una figura, algo a lo que mirar sin poder entender. Alguien cuyos sentimientos, miedos y dudas estén ocultos. Alguien que ya tiene toda la partida mirada y ganada antes de dar el primer paso. Cuando despierto, los nervios me acompañan, la incomodidad, la falta de control, el miedo, la inseguridad. No, no es como antes y cada semana, cada día, va a peor.
A lo largo de las siguientes horas me siento tan perdida como durante la primera clase, y, cuando tanto la mirada de Ethan como la del profesor Marinelli caen en mí, sé que es mi turno de decir algo.
—Le è piaciuta l'Italia? [¿Le gusta Italia?] —Lo único que entiendo es "Italia". El profesor sigue esperando una respuesta así que me la juego con una de las pocas palabras que conozco.
—Sì. —Él hace un gesto con las manos para invitarme a seguir hablando. No, no quiero seguir hablando. Rápido, Emma, di otra palabra—. Sì, molto.
Sí, mucho, creo que eso he dicho al menos. Y, callada, espero a saber si al habérmela jugado lo he hecho, o no, decentemente. Me niego a mirar a Ethan porque conociéndole empezará a reírse de mí.
Para mi suerte, aunque no muy complacido, el profesor Marinelli se vuelve hacia sus papeles en busca de algo. ¿Eso quiere decir que he hecho algo bien?
Antes de que alguien pueda volver a hablar suena el timbre y yo no pierdo el tiempo. Un poco para librarme de esta clase y en mayor parte porque podría ser mi hermano, salgo a toda prisa para llegar a la puerta. Abro sin mirar. Al otro lado, la mujer que prácticamente me crió espera con su pelo canoso recogido en un moño italiano y una de sus cálidas sonrisas.
—Marilyn, qué sorpresa, ¿mis padres la han obligado a venir en su día libre?
Ella ríe con suavidad y las arrugas de su frente se intensifican con el gesto.
—Oh, nada de eso cariño, y sabes que puedes tutearme. Quería venir porque ayer no te vi por casa y el sábado pasado estabas algo mal, espero que no te moleste.
—Sabes que me encanta tenerte por aquí. —Y es verdad, ella es como una madre para mí. La única persona que me ha llegado a conocer por quien realmente soy y no por quien debería ser—. Lo único es que mis padres bueno, me han hecho tener clases de italiano los domingos, pero estábamos a punto de tomarnos un descanso. ¿Me das un minuto?
—No te preocupes, esperaré. ¿Está tu hermano también por aquí? Quisiera saludarle.
Mi sonrisa cae. ¿Qué digo? Tengo a Ethan y al profesor en el salón que, aunque no puedan vernos por dónde está la pared, estoy segura de que pueden escucharnos perfectamente. Si digo que no, el profesor dudará y, si digo que sí, Marilyn verá a Ethan, hará algún comentario y, de nuevo, el profesor lo sabrá. Ella debe de notar cómo su pregunta me ha dejado sin habla porque me pregunta si estoy bien.
—Dame un minuto —pido con otra falsa sonrisa. Me asomo al salón—. ¿Podemos hacer ahora el descanso?
Con un leve asentimiento por parte del profesor me conformo, agarro con suavidad el brazo de Marilyn para que no se meta en el salón como está apunto de hacer y le pido que me acompañe escaleras arriba, hasta mi habitación. Sólo cuando cierro la puerta me atrevo a hablar. Ella es la única persona en la que confío con los ojos cerrados. Tengo miedo de que saber lo que está pasando la perjudique, que alguien pueda usarlo en su contra, pero no puedo callarme. Mi madre y mi padre apenas estaban en casa, ellos no nos criaron, Marilyn sí. La siento como a mi más cercano ser querido y, cuando estoy mal, es la persona que más puede ayudarme. Esa mujer ya en sus sesenta que todavía suele venir a limpiar nuestra casa para poder tener un ojo en nosotros y cuidarnos a su manera. Esa que todavía nos prepara cocidos porque sabe que ni Josh ni yo preparamos más que una comida rápida o algo fácil.
Nos cuida, justo como siempre ha hecho.
—Ha pasado algo horrible, Marilyn —suelto, gesticulando en exceso en lo que busco centrarme. Termino sentada sobre el colchón, dejando que la Emma que muestro desaparezca para dejar a la chica insegura a la que ha estado cubriendo—. Josh se ha ido de casa. Lleva dos semanas fuera y no sé nada de él.
Los ojos marrones de Marilyn se llenan de preocupación.
—¿Tu hermano? —pregunta, incapaz de creérselo.
—Se ha ido.
—¿Lo saben vuestros padres?
Niego.
—Si se enteran sólo harán las cosas peor —admito. Ethan me convenció de ello y, aunque no quiero decirle a Marilyn el tema de las drogas y de Colton porque temo su reacción, esto sé que lo entiende. Ella conoce a nuestros padres y sabe de lo que son capaces, sabe todo lo que son capaces de sacrificar en un pestañeo con tal de mantener su imagen y la de la empresa impoluta.
—Tu hermano es un chico muy perdido, pero es listo. Además, nunca se ha podido separar de ti por mucho tiempo.
—Esta vez es distinto. —Paso la palma de mi mano por mis mejillas, no, no puedo estar llorando de nuevo, pero lo hago—. Él me odia.
—Él te adora.
Marilyn se sienta a mi lado y pasa un brazo sobre mis hombros para abrazarme. Se comporta como cuando yo, de niña, lloraba por la falta de cariño y atención por parte de nuestros padres. Me consoló una y otra vez. Ahora hace lo mismo.
—Emma —sigue—. Para tu hermano, tú eres su mundo. Eres su mayor tesoro, jamás te odiaría.
Esas palabras me hacen llorar con más fuerza. Esta vez no son sólo lágrimas, caigo en el llanto. Dejo que todo lo que he estado conteniendo salga. Siento que están desgarrándome por dentro al comparar el recuerdo de mi hermano con la persona que salió de casa. Esas palabras, esa rabia, esos comentarios hirientes. Me siento egoista por querer al antiguo Josh de vuelta, él se molestó por eso también, pero, ¿cómo evitarlo? ¿Cómo evitarlo cuando él era la única familia real que tenía? ¿Puede culparme de querer recuperar la poca felicidad que teníamos?
—Tengo miedo de que le haya pasado algo —sollozo. Si le ha pasado algo, si le han hecho daño, si está herido, no sé qué haría. Primero, porque sigo sintiéndome culpable por no haber podido ayudarle y, segundo, porque nadie quiere ver a un ser querido en ese estado. Ya me ha dado bastantes sustos con anterioridad como para sumarle algo más—. Marilyn, si le pasa algo yo no sé qué haré.
—Tranquila, él estará bien, ya verás, es listo, no lo olvides.
En lo que ella trata de tranquilizarme encuentro el centro de mi miedo. He sido sincera. Si le pasa algo realmente no sé cómo seguiré con todo. Sería robarme lo único que me ha mantenido a flote durante años, la única persona que hace que me sienta de alguna forma segura. Josh es la única realidad que conozco en un mundo donde todo lo que me han enseñado es a aparentar.
Hay unos suaves golpes en la puerta que me hacen levantar la mirada. Con la puerta un poco abierta, Ethan se ha asomado.
—El profesor amargado quiere seguir ya con la clase —avisa.
Marilyn pasa la mano por mi pelo una vez más en busca de tranquilizarme.
—Eres una chica fuerte, Emma —susurra—. Y tu hermano lo es también. Él te quiere, no va a mantenerse alejado de ti por mucho tiempo, ya lo verás. —No puedo parar de llorar, tener a alguien que te reconforte es suficiente como para dejar las barreras caer. Ella seca mis lágrimas y me mira con el cariño de una madre—. Ahora lávate la cara y, si necesitas algo, sabes que puedes llamarme. Avísame con lo que sea.
Antes de que ella se vaya, una última petición cargada de súplica se escapa de mis labios.
—Por favor, no les digas nada a nuestros padres.
—No lo haré —promete, y sé que está siendo sincera.
Ethan se aparta lo suficiente de la puerta como para que ella pueda irse. Al hacerlo trato de borrar todas las lágrimas aunque todavía sigo llorando. No puedo pararlo de golpe, es difícil controlarlo cuando todo lo que te supera ha estado guardado por tanto tiempo.
Espero una burla por parte de Ethan, que me diga que soy débil por estar llorando, que soy un desastre o que, como él creía, no soy capaz de ayudar, pero no lo hace. Mantiene el silencio y sólo hay una cosa que soy capaz de decirle.
—Olvida esto, te juro que como saques el tema te lo haré pagar.
¿Cuál es vuestro color preferido? El mío el azul *-* ღ
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