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Juego de Manos

Disclamer: Ya sabéis que los personajes, parte de la trama y demás pertenecen al señor Astruc y al señor Zag. Obviamente me aburría (estudiar no es nada divertido), me puse a imaginar tonterias y esto salió, sin ánimo de lucro, solo para divertirme.

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Juego de manos

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El albergue se llamaba Regreso, un nombre de lo más curioso para un sitio al que quizás nadie querría volver después de pasar un fin de semana allí. No era, lo que se dice, un lugar bonito. Estaba viejo y desgastado, en medio de una zona montañosa que respiraba con un aliento frío que se colaba por cada rendija y hueco vacío de las paredes mal encoladas y del ruinoso techo de madera.

El comedor era una sala húmeda color beige desvaído, mal iluminado y con una mezcla de olores poco apetitosa que se escapaba de la cocina y daba en la cara de los visitantes nada más entrar por la puerta. Tenía una gran cristalera que daba a un jardín, pero no estaba cuidado así que las vistas no consolaban, ni ayudaban a digerir la comida que les ofrecían.

Los pasillos que recorrían el edificio eran también deprimentes en cuanto a colores y decoración. Había un patio que separaba a este del centro de actividades, apenas un cuadrado de piedra blanca y tierra reseca.

Era una suerte que el mayor atractivo de ese sitio fuera el bosque que lo rodeaba y las actividades de exterior.

Es muy extraño, se repetía ella.

Era extraño que el Françoise Dupont los hubiera llevado de excursión, durante una semana completa a ese lugar. No menos extraño fue que, nada más llegar, los dividieran por parejas, asignándoles un compañero con quien comer, realizar los ejercicios al aire libre, las tareas escolares que se desarrollaban en las aulas del centro, hasta dormir... ¡Eso sí que fue extraño! Cuando les mostraron una gran sala cuyas paredes estaban forradas de armarios y con varias hileras de futones en el centro, colocados de dos en dos, aunque no muy separados los unos de los otros.

Todos juntos.

No fue nada raro que los estudiantes se sorprendieran, que algunos se quejaran y protestaran, que otros se burlaran y que, al final, todos aceptaran que tendría que ser así.

Sin duda, lo más extraño de todo, fue que Marinette Dupain-Cheng acabara siendo la compañera de Adrien Agreste en este viaje a las montañas.

O no tan extraño...

Solía meditar sobre eso antes de quedarse dormida. Y lanzaba una mirada por encima de su hombro izquierdo, a la pareja de futones que estaba a pocos centímetros del suyo, donde Alya y Nino dormitaban relajados y felices.

En realidad, aquello era como una acampada. Como estar sobre el pasto en medio de un valle, con los sacos de dormir echados sobre el suelo, todos cerca de todos, por si hubiera una emergencia o para mantener el calor corporal.

¿Había alguna diferencia porque estuvieran bajo techo?

No es tan extraño decidió Marinette, embutida en su futón, todavía despejada y con los ojos clavados en el techo. Se abombaba hacia el centro, como ocurre con las cópulas de las iglesias, solo que este lo hacía formando un triángulo alargado, construido con viejos paneles de madera que de vez en cuando crujían. El sonido reverberaba a lo largo del cuarto, creando la ilusión de que al crujido lo acompañaba un zumbido o un temblor; si el sonido la cogía con los ojos cerrados, casi sentía que la habitación se movía bajo su espalda.

Las ventanas que estaban daban al bosque y estaban cerradas, tenían un doble cristal que silenciaba los sonidos del exterior, pero dejaba entrar el resplandor pálido de la luna, este se deslizaba por la sala como un fantasma curioso, revelando formas y bultos. Marinette notaba también el frío de fuera, tal vez porque seguía despierta, acurrucada bajo la manta, con los pies apretados el uno sobre el otro para que no se le quedaran helados. Lo sentía, más que nada, en su mano izquierda, la que reposaba sobre la esterilla que cubría el suelo, en el hueco que había entre su futón y el de su compañero.

Para atraer el sueño, se fijó en las líneas irregulares de las tablas del techo y también, contó las numerosas respiraciones que había a su alrededor. En medio de tal quietud era fácil percatarse del sonido de los cuerpos moviéndose, dándose la vuelta, agitándose contra las sabanas, tirando de ellas hasta que la sabana superior escapaba del agarre de la esquina, y entonces pensaba: alguien se despertara con las piernas dormidas por el frío.

Adrien no hacía ruido al dormir. Si la oscuridad hubiera sido mayor, casi podría haber olvidado que el chico estaba ahí. Se movía poco y respiraba muy bajito, cuando estaba dormido...

Aquella noche, mientras Marinette reflexionaba sobre la extrañeza o no de las cosas, sobre el número exacto de paneles de madera que había sobre su cabeza y trataba de adivinar quién era el dueño de la respiración silbante que le llegaba desde el fondo de la habitación, notó un siseo de sabanas tan quedo que no supo si lo había oído de verdad.

La mano de Adrien se desprendió del amparo de las sábanas, aún cálida, y se deslizó prudente por el espacio vacío entre los futones, tanteando, hasta encontrar la de la chica. Rozó sus dedos, con torpeza y timidez, hasta que ella giró la suya ofreciendo la palma, solo entonces el chico se atrevió a avanzar, alargando la suya en la oscuridad, cubriéndola y cogiéndola.

Marinette aguantó la respiración, el furioso aleteo de mariposas que golpeó su estómago, la temible sensación de fuego que arrasó sus mejillas y el chillido nervioso que ascendió por su garganta para ser liberado. Se forzó a guardar silencio y la calma. Se quedó quieta, con los dedos encogidos en el hueco de la mano de Adrien, notando la suavidad de la piel contra la suya, ese calor agradable, seco, reconfortante.

Y volvió a reflexionar sobre lo extraño que era que Adrien Agreste, que fue el más emocionado y entusiasmado por la excursión de siete días en aquel albergue de la montaña llamado Regreso, hubiera descubierto, consternado, que le resultaba imposible dormir rodeado de tanta gente. El chico, acostumbrado a la soledad de su cuarto, al silencio cavernoso de la gran mansión donde siempre estuvo protegido, se encontró de pronto angustiado e incómodo rodeado de otras personas, de respiraciones extrañas, de olores intensos al intentar quedarse dormido.

No sé qué me pasa le había confesado a ella, tal vez porque era su compañera de excursión, la primera noche. Abrigados por la luz de la luna, entre susurros íntimos y dando la espalda al resto de la clase que dormitaba a su alrededor. Marinette no recordaba haber visto nunca esa expresión de vergüenza y desilusión en el rostro del joven. Supongo que no estoy acostumbrado... Mi padre nunca me dejó ir si quiera a dormir a casa de un amigo, ni permitió que invitara a nadie.

Me parece que sigo siendo un bicho raro...

Adrien Agreste era de todo menos un bicho raro, pero ella entendía que se sintiera así. Lo escuchó dar vueltas aquella noche, sus suspiros inevitables y apenas contenidos, le escuchó levantarse varias veces y regresar del baño o del pasillo, para seguir dando vueltas sin hallar descanso.

Marinette no supo de dónde sacó el valor, ni la calma suficiente como para girar sobre la delgada superficie del futón y mirarle, a través de la corta distancia que los separaba, tirando de su manta hasta casi su barbilla.

No te preocupes, yo te ayudaré le dijo, aunque no sabía cómo hacerlo. El resplandor lunar dibujaba los rasgos de su amigo con increíble claridad, sus cejas hundidas y la pesadumbre en su mirada. Para eso soy tu compañera de excursión, ¿no?

No eres ningún bicho raro.

Marinette rememoró la tierna sonrisa que el chico le mostró entonces, tan sincera y confiada. Ahora con ambos manos, Adrien sostenía la suya con cuidado, con la delicadeza con que se sostienen los objetos realmente valiosos. La acunó con la punta de sus dedos y la movió, ella notó que su brazo se estiraba un poco y después, que su mano era posada en otro lugar. Las manos del chico seguían estrechándola con suavidad.

Esperó un par de segundos antes de volver la cabeza.

Adrien había posado su mano, la de ella, aún sostenida por las de él, sobre su pecho. Tumbado boca arriba, con los ojos cerrados, exhibía ahora un semblante pacífico muy distinto a la mueca de incomodidad de la primera noche. Marinette podía apreciar el lento ritmo de su respiración, cada vez que el aire entraba en sus pulmones, expandiendo su pecho y sus costillas, como el encantador balanceo del mar.

Su rostro se encendió más todavía, todo el cuerpo le hormigueó de la emoción al contemplarle. Y no fue como otras veces... no se apoderó de ella ese encandilamiento infantil y pletórico, ni se llenó su mente con absurdos pensamientos idealizados sobre la belleza de él o ese futuro idílico de hámster y niños al que tanto le gustaba recurrir.

Aquella noche, en el ruinoso y desgastado suelo, del aún más ruinoso y desgastado albergue Regreso, Marinette no pensó en nada. Permaneció allí, atenta a los casi invisibles movimientos de los dedos de Adrien sobre su mano, al contacto cálido de la piel y también al leve, muy leve, golpeteo del corazón del chico a través de la camiseta del pijama. Y más aún, en la ligera curva de sus labios o el modo en que sus párpados se mantenían cerrados sin esfuerzo. Esa expresión de calma, de serenidad y casi, un poco también, de satisfacción mientras se deslizaba sin problemas hacia el sueño.

Conseguí dormir un poco gracias a ti le confesó él, también aquella primera noche. Me fijé en que susurrabas cosas dormida, cosas graciosas aunque un poco raras sobre un hámster y unos croissants. Entonces sí, se sonrió un instante, apartando la mirada como si le diera vergüenza. Me centré en escucharte a ti y dejé de oír a los demás, por eso pude dormir un poco.

Cuanto más le miraba Marinette a la luz de la luna invasora, con más fuerza golpeaba su corazón entre las paredes de su pecho y se atenuaba el enjambre de mariposas en su estómago, pero algo más intenso se apoderaba de ella. No era el sentimiento de amor romántico al que estaba acostumbrada, sino otra cosa. Más real, más sólido, más consistente.

Aquella noche, mientras se deleitaba con la alegría de poder ayudar a su amigo, de que fuera su mano en la oscuridad la que le ofreciera la calma necesaria para poder dormir, hubo algo que la atravesó con un dolor agudo que no sabía si había sentido antes, le pareció que no, pero que tampoco le resultó del todo desconocido.

Su cabeza, despejada por ese sentimiento, abandonó la contemplación y empezó a pensar con una convicción y firmeza arrolladoras para ser ella.

Te quiero, Adrien. Creo que te quiero tanto que si lo dijera en voz alta, la gente se reiría o se asustaría. Te quiero tanto que no puedo verte triste, ni asustado, ni cansado.... Y por eso siempre te ayudaré, estaré contigo y te daré mi mano en la oscuridad.

Siempre.

Siempre.

Siempre... te querré.

Incluso si algún día ya no estoy enamorada de ti, aun así te querré. No me importan los ridículos, ni los balbuceos, ni si mis amigas se siguen riendo de mí hasta el fin de los días. Solo me importa que te quiero... te quiero...

—...Te quiero...

Los párpados del chico se contrajeron y su ceño se frunció. Marinette se encogió bajó la manta, nerviosa.

¿Lo he dicho en alto? ¿Lo he hecho?

Adrien abrió los ojos, observó el techo un momento y después volvió su cabeza hacia ella.

—¿Me has dicho algo? —Le preguntó.

—¡Ah, no! —Soltó ella a toda prisa, tratando de controlar el tono de su voz—. O sea... —Sonrió de forma nerviosa—. Buenas noches.

Adrien también la sonrió, un poco somnoliento, sin percatarse de nada.

—Buenas noches, Marinette.

Volvió a acomodar su cabeza y cerró los ojos, lanzando una honda respiración al aire. Marinette hizo lo propio con un amplio suspiro de alivio, también cerró los ojos hasta que su cuerpo se relajó sobre el futón y su corazón se calmó, tras tragar saliva un par de veces.

La cara le ardía como una antorcha.

Se puso a contar los listones de madera, moviendo los labios en silencio y al ratito, se dio cuenta de que Adrien se había quedado dormido. Aun sosteniendo su mano contra su pecho, como si se tratara de un peluche muy querido, todavía con esa diminuta sonrisa en su boca. Por desgracia, ahora era ella quien creía que no podría quedarse dormida.

La adrenalina aún recorría su cuerpo.

Cuando se cansó de los listones de madera, giró un poco su cuerpo hacia él y le miró, tratando de que su calma la contagiara, que volvieran a ella esos tiernos sentimientos de amor y ternura, la visión de sus manos unidas era tan hermosa...

Empezó a calmarse, a ver ante sus ojos esas locas imágenes que preceden al sueño. Dejó caer también sus párpados, que sus labios formaran una sonrisa. Se diluyeron las otras respiraciones, el frío que se arrastraba por su brazo expuesto al aire, los crujidos invernales del Regreso...

Solo estaban ella y Adrien.

Las manos grandes del chico protegiendo la suya, ella velando su sueño. Y en medio de esa fantasía que ya la arrastraba hacia el sueño, se desprendieron unas palabras que quedaron tras ella:

—Yo también te quiero...

¿Las oyó o creyó oírlas? Ni siquiera le importó. Estaba a las puertas del sueño y todo era maravilloso, cálido, tierno... Alguien le estrechaba la mano y la levantaba, después, para besarla de forma afectuosa.

¿O también formaba parte del sueño?

O del juego de un par de manos en la oscuridad.

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Fin

¡Hola, miraculers!

Hoy he hecho algo que nunca suelo hacer, como un experimento. Normalmente cuando se me ocurre una idea para un fic me lo pienso mucho, mucho, mucho, hago un resumen, un esquema, lo vuelvo a pensar mucho, mucho, mucho, lo escribo, lo reviso una, dos y a veces hasta tres o cuatro veces y lo dejó estar un tiempo, para después volverle a repasar una vez más.

¿Sabiais que incluso el título de la historia o de los capítulos lo pienso mil veces antes de publicarlo?

Ayer por la tarde me puse a darle vueltas a ideas que tenía apuntadas en un cuaderno para posibles fanfics de miraculous, fanfics largos, y que no sé cuando escribiré y de una de esas ideas, se me apareció la esecena de este one-shot y pensé en escribirlo. Esta mañana me he puesto y, aunque mi idea era que fuera un drabble, se me ha ido de las manos (como siempre); y en lugar de revisar y pensarmelo mucho, he decidido probar a publicarlo sin más. Porque a veces es muy aburrido esforzarse tanto en que todo quede perfecto y puede que con tanta revisión y cambiar una palabra por otra, mis relatos pierdan algo de frescura y verdad.

Este one-shot es casi tal cual volcado de mi mente. A ver qué os parece...

Si os gusta, no olvidéis dejarme algún comentario sobre qué pensáis.

¡Besotes para todos y todas!


EroLady.


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