† 𝕬 𝖉𝖔𝖚𝖆 𝖕𝖚𝖙𝖗𝖊𝖋𝖆𝖈ț𝖎𝖊 †
♰
(𝔖𝔢𝔤𝔲𝔫𝔡𝔞 𝔓𝔲𝔱𝔯𝔢𝔣𝔞𝔠𝔠𝔦𝔬𝔫)
Mis padres realizaban una ceremonia en el cementerio comunal cada diez días para honrar la memoria de los fallecidos, había perdido la cuenta de las que hubo los últimos tres meses, no asistí a ninguna. Era susceptible a esos sentimientos tan amargos, mi padre me reclamó, pero respetó mi decisión de quedarme en el castillo.
Ahora no tenía opción. Era la representación de la familia real, además quería despedirme como correspondía de Lazar Vasile y deseaba acompañar al pueblo en su profundo dolor. Veía el féretro delante de mí mientras marchaba con los habitantes a mis espaldas y la institutriz a mi lado, sostenía un paraguas negro sobre la cabeza de ambos y podía escuchar las finas gotas de lluvia que rebotaban en este.
Ardeal era un pueblo sombrío y algo deprimente, pero aquel día permanecerá en mi memoria como el más trágico de todos.
Compartí unas palabras no demasiado memorables antes de que el féretro desapareciera en el agujero, la gente sollozaba y el Sr. Lazar le daba un adiós silencioso a su nieto. Tuve una corta conversación con el hombre, no había nada que podía decir para consolarlo así que sólo le dejé saber que podría contar conmigo para lo que necesite y así, el funeral acabó.
La melancolía me invadía y pensaba que esa tumba sería lo último que vería de Lazar Vasile.
Estuve un rato más andando por el pueblo, la lluvia se había detenido y las personas volvieron a su vida diaria, los niños entraban a las escuelas y los adultos a trabajar, el luto era palpable, pero el tiempo no podía detenerse. Regresé al castillo cerca de las diez de la mañana y el anuncio del mayordomo al abrir las puertas hizo que algo que había olvidado por completo volviera a mi mente:
—El huésped ha despertado.
Por la mirada que me dio mi institutriz supe que ella también lo había pasado por alto. Caminamos hasta la habitación que resguardaban los soldados, les ordené quedarse allí para velar por la seguridad de todos.
—Oh, querido.
La mujer bajó la guardia en seguida estuvimos dentro del cuarto y los ojos perdidos del desconocido se clavaron en nosotros. Caminó hasta él, se sentó a un costado de la cama y sostuvo una de sus manos. Él tuvo la intención de soltarse, se notaba a la defensiva.
— ¿Dónde estoy? - Preguntó.
No era una historia muy larga o difícil de explicar. Recuerdo haberme sentido un poco fuera de mi mismo, entendía el comportamiento tan empático que mostraba mi institutriz, este chico tenía una apariencia angelical.
Con el pasar de los días, cuando se hizo la idea que viviría allí por un tiempo y tomó la confianza necesaria, descubrimos que muy a contraste con su apariencia era alguien bastante terco y cerrado. No sabíamos de dónde provenía ni cuál era su familia, deduje por mi cuenta que vivía en Inglaterra por su acento.
En el castillo solo habitábamos mi institutriz, el mayordomo, dos soldados y el personal que se encargaba de la limpieza por lo que fue bastante emocionante para mí tener a alguien contemporáneo con quién compartir y esto era por lo que podía apreciar ya que no me dijo su edad hasta mucho tiempo después. Poco a poco fui acercándome, con preguntas banales que a veces ignoraba, anécdotas sin importancia que compartía con él queriendo tener una respuesta de su parte.
No sabía por qué, pero quería ser su amigo a toda costa, por eso aún no olvido la inmensa alegría que sentí cuando por fin me dijo su nombre.
—Jeon Jungkook.
Estábamos sentados en el jardín trasero del castillo bajo un inmenso árbol de hojas frondosas que nos protegían del sol.
—De los Jeon de Inglaterra, debí imaginarlo.
Él sonrió al escucharme hablar e hicimos contacto visual. Todavía puedo sentir los latidos fuertes de mi corazón al recordarlo. Como sus ojos, casi tan oscuros como su cabello, se achicaron para darle espacio a sus labios estirados.
—No es como que los inmigrantes asiáticos abunden entre los nobles de Europa, príncipe -. Dijo con el usual tono burlesco.
—La Reina Victoria es de ascendencia alemana y mi madre, la Reina de Rumanía, es coreana. No me sorprendería de la existencia de mucho nobles cuyas raíces no sean Europeas, Jeon Jungkook.
Aún sonriendo se arrastró para acercarse a mí. Yo tenía la espalda recostada al tronco y él estaba sentado de piernas cruzadas, luego de moverse su rodilla flexionada rozaba contra mi muslo y era un contacto que no podía ignorar.
— ¿Que hace el príncipe de Rumanía en un sombrío pueblucho? - Preguntó, o más bien: exigió saber.
Sus ojos me estudiaban y no los apartaba ni un segundo, sabía que al acercarse pretendía intimidarme.
—No me has dicho nada sobre ti más que tú nombre y ya quieres averiguar los secretos reales. Ten un poco de decoro.
— ¿Qué más podría decirle que sea de su interés, príncipe?
La verdad era que sólo con su nombre y su presencia tenía las suficientes razones para entregarle mi confianza. Y él lo sabía.
—Llámame Taehyung -. Dije.
No quería que hubieran títulos entre nosotros, yo confiaba en él como si lo conociera de toda la vida y quería pensar que él sentía lo mismo conmigo.
—Y tú Jungkook. Sólo Jungkook.
Estiré poco mis comisuras sin perder el contacto visual y él de igual forma me devolvió un contento semblante.
Mis padres hubieran estado felices de enterarse que había hecho un amigo, bajo unas extrañas condiciones, pero seguía siendo mi amigo. Y era el primero que tenía en toda mi vida, debido a esto me costó entender que los sentimientos que despertaba Jungkook en mi no era precisamente de amistad.
Mi institutriz estaba complacida con la relación que estábamos forjando, ella fue mi única compañía durante mucho tiempo. Podría decirse que ya estaba mayorcito para tener una institutriz o una "Nana", sin embargo ella representaba más que eso, era como mi familia y estaba acostumbrado a su constante presencia. Supongo que se sintió alegre de verme entablando conversaciones con alguien sin que hubiera una responsabilidad diplomática de por medio, estas eran las únicas relaciones que mantuve hasta el momento.
Me desperté un día y vi a través del ventanal de mi habitación que estaba nublado. Esto me hizo sonreír, era la oportunidad perfecta para llevar a Jungkook al pueblo sin poner en riesgo su salud así que sin preguntarle mandé a preparar los caballos.
Jungkook despertaba muy temprano, todas las mañanas lo encontraba en el comedor con un plato vacío frente a él y esa mañana no fue la excepción. Aceptó mi propuesta de dar un paseo y unas horas después estábamos montados en los caballos. Descendíamos por el camino de la montaña uno junto al otro en un lento galope.
Estaba sorprendido de ver lo bien que Jungkook controlaba al caballo con una mano, debido a que la otra sostenía un paraguas negro para cubrirse de los rayos solares que, aunque escasos, no deseaba que le dieran directo.
Me había codeado con las clases más altas del continente, pertenecía yo mismo a la familia real y aún así no había nadie que me haya parecido tan majestuoso como Jeon Jungkook esa mañana de cielo nublado. Con el paraguas negro, su traje rojo de cuello alto y el oscuro pelaje del caballo que montaba parecía el Rey de algún pequeño reino gótico sacado de un cuento de fantasía.
Cuando llegamos al pie de la montaña tuve un "deja vu". En la casita vecina estaba reposando una persona de aspecto cansado, tal como Lazar Vasile la mañana que murió, sólo que está vez se trataba de su abuelo quién con esfuerzo reunió la suficiente energía para devolverme el saludo y no estaba solo, parecía que el doctor Dragomir terminaba de hacerle un chequeo.
El Sr. Lazar ya no regaba las plantas de su jardín, hace más de un mes, desde la muerte de Vasile, que no lo veía haciendo aquello. Ahora sólo se dedicaba a sentarse en el porche y observar a su alrededor.
—Que joven tan peculiar el que lo acompaña, príncipe. Me parece haberlo visto antes -. Dijo. Lucía cansado y fuera de sí, sus parpados luchaban para mantenerse abiertos. El doctor terminó con lo suyo y se dirigía hacia la reja de salida -. No hay ni un poco de luz solar y sin embargo, viaja bajo la sombra.
A Jungkook no le agradó para nada la intromisión del señor, chasqueó los dientes y ordenó al caballo seguir con su camino. Quería imitarlo, pero tuve que contenerme, el doctor venía hacia mí y tenía pinta de estarse atorando con algo importante.
—Príncipe, primero debo pedirle que se aleje de aquí y segundo creo que debería regresar a la capital —. Fruncí el ceño y fue notoria mi respuesta negativa.
—Le ruego que se explique mejor.
—La epidemia ha llegado al pueblo, ya no está a salvo aquí.
Alcé la mirada de forma inconsciente al Sr. Lazar y luego la volví al hombre frente a mí.
—No creo que sobreviva a esta noche. Está desvariando y ese es uno de los últimos síntomas -. Dijo -. Será el tercer deceso en lo que va de semana. En el hospital estamos trabajando arduamente para contrarrestarla, aún así no sabemos cómo se contagia si quiera, esto nos supera. Mandaremos una carta a la capital para...
—No lo hagan —. Lo interrumpí —. Yo mismo aportaré para lo que necesiten, si los Reyes se enteran me sacarán de aquí y no se le dará el apoyo necesario al pueblo. Todo el país está infestado y las grandes ciudades tienen prioridad.
No fue difícil convencerlo de abandonar su idea. Di una última mirada al moribundo Sr. Lazar, sentía que quería decirme algo, pero no pude descifrar qué. En ese instante sólo quería ir tras Jungkook.
Lo encontré a unos cuantos pasos, hablaba con alguien que desapareció tras la casa del enfermo y su expresión no era nada amigable cuando cruzamos miradas. Tuve curiosidad más no indagué para no causarle molestia, ahora sé de quién se trataba y pienso que fue lo mejor dejarlo pasar. Habría creído que perdí la cordura si lo hubiese visto ahí mismo.
— ¿Está todo bien, Taehyung? - Preguntó.
No soy capaz de explicar las emociones que me embargaban cada vez que lo escuchaba pronunciar mi nombre. Asentí, todavía abrumado por todo lo que ocurrió anteriormente y él entendió que no debía seguir preguntando.
Los pueblerinos no tenían idea de lo que ya estaba atacándolos, me di cuenta en el instante que comenzamos a transitar por las angostas calles. Todo estaba como siempre, las personas charlaban entre sí animadas, algunos me saludaban con reverencias y me daban pequeños presentes. Sentí el pecho muy apretado y al mismo tiempo, ante la buena atmósfera que me rodeaba, vi un rayo de esperanza de que quizás el doctor se haya equivocado y las muertes se detendrían.
Jungkook llamaba bastante la atención, su aspecto combinaba con el pueblo, su actitud sin embargo distaba mucho de quienes vivieron allí desde que nacieron. No volteaba a mirar a nadie y cuando alguien le saludaba por amabilidad respondía con una mirada tan fría que incluso a mí me hacía temblar.
—Tienes un rostro angelical, unos ojos cautivadores y eres agradable cuando quieres. Deberías intentar ser más cordial con las demás personas, Jungkook - Dije.
Dábamos vuelta alrededor de una fuente, cuyo centro era una estatua de alguna extraña criatura con largos colmillos y alas de murciélago, las herraduras en las patas de los caballos resonaban contra los adoquines de la acera.
Jungkook aceleró a su caballo y en cuestión de segundos lo tenía junto a mí, me miraba con una radiante sonrisa que no brillaba más sólo por estar bajo la oscuridad de la sombrilla.
—Esa es una extraña manera de decir que te gusto.
No supe cómo responder a eso y no lo creí necesario al ver su expresión tan segura.
Me gustaba, sopesé, ¿es por eso que me sentía de alguna manera prendado de él? ¿Era así como se describía la atracción? Aunque lo vi bastante posible no lo acepté del todo.
El sol se ocultaba cuando emprendimos de regreso al castillo, Jungkook había cerrado la sombrilla y ahora tenía completa visibilidad de su cara. En el corto paso baldío que había antes de entrar al camino de la montaña se hallaban varios comerciantes ofreciendo los últimos productos que les quedaban del día. La chica que estaba rodeada de flores en su local puso una gran sonrisa cuando me vio, tomó una rosa y corrió hasta donde estaba. Detuve el caballo para prestarle total atención una vez estuvo frente a mí.
— Lasă-mă să-ți dau asta, prințe. (Permítame regalarle esto, Príncipe) -. Dijo y extendió la rosa luego de hacer una reverencia -. Es la más hermosa que he recogido hoy, consérvela o regálela a alguien que sea de su aprecio.
Le devolví la venia como agradecimiento y me incliné para tomar el tallo de la rosa.
— Mulţumesc mult. (Muchas gracias).
Me despedí y utilicé una mano para dirigir el caballo, la muchacha tenía razón, la rosa era hermosa, tan roja y brillante que parecía artificial, el potente aroma que esta desprendía servía de prueba para saber que era real, no quería echarla a perder y por eso la llevaba con cuidado con mi otra mano.
—Las personas de aquí parecen quererte mucho.
Jungkook y yo cabalgábamos con lentitud, como habíamos hecho todo el día, disfrutando de los alrededores y de la compañía del otro.
—No hice nada especial para ganar su cariño.
—No es necesario que hagas gran cosa para encariñarse contigo. Sólo hay que verte.
Volteé a mirarlo, entre la negrura de la noche próxima sus ojos chispeantes aún eran visibles y su sonrisa juguetona había hecho acto de presencia otra vez. Recordé las palabras de la joven que me regaló la rosa, la observé durante unos segundos en mi mano dándole vueltas y luego sin pensarlo dos veces la estiré hacia él.
Parecía sorprendido más no disgustado por mi acción, recibió la rosa y en ese momento nuestros dedos se hubiesen rozado de no ser por los guantes de cuero que utilizábamos para que la cuerda no nos quemase las manos.
—Parece ser todo un romántico, príncipe. Qué suerte tengo.
No perdí detalle de como la llevó hasta su nariz y la olfateó, todo lo que hacía resultaba encantador a pesar de lo ordinarias que fueran sus acciones.
Pasábamos frente a la casa del enfermo Sr. Lazar, que a partir de ese momento debería ser denominado como el difunto Sr. Lazar pues, pude ver cómo sacaban su cuerpo con su cara tapada en una camilla. Esa escena fue un gran impacto para mí, no pude disimular mis reacciones y estoy seguro que Jungkook notó como temblaron mis manos y mi mandíbula.
—La muerte es aterradora —. Me dijo —. Apresuremos el paso, no te expongas a algo tan macabro.
Quise obedecer, pero al ver el rostro conocido del doctor Dragomir y como este se deformaba en una extraña expresión mientras hablaba con uno de los ayudantes que trasladaban el cuerpo la curiosidad me ganó y dirigí mi caballo hacia donde se encontraban.
Fueron unas palabras extrañas las que pude escuchar:
—... Las alucinaciones que provoca son espeluznantes. Ese pobre hombre me aseguraba que cada noche su nieto venía a visitarlo —. El doctor Dragomir guardó silencio ni bien me reconoció y me miró con un semblante cargado de tristeza.
Era una muerte esperada así que no había gran cosa que discutir, cuando la carroza partió con el cadáver nos inclinamos en señal de respeto.
Allí pregunté en mi interior si Jungkook ya se había relacionado con la muerte ya que su actitud era bastante indiferente, no lucía consternado, preocupado por la creciente epidemia o si quiera parecía que sintiera emociones humanas respecto a lo que estaba pasando, no demostró gran impresión ni tampoco mayor respeto por el deceso.
Se quedó montado en su caballo, inmóvil mientras observaba hipnotizado la rosa que le regalé hace unos minutos.
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