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9

Seco mi melena dorada y agradezco que Brandon se haya ofrecido a servirle la cena a Spencer. No sé si podría mirarlo a los ojos después del tiempo compartido.

Pero...¿fue algo más que tiempo lo que compartimos?

¿O fue solo un beso, un roce y ningún "próximamente", tal como prometen los anuncios de las películas?

Arrastro mis pies hasta la sala, apago el televisor y me alarmo cuando escucho un golpe en la puerta de entrada.

¿A esta hora? Son algo más de las ocho de la noche.

En puntas de pie, corro la mirilla y lo veo.

Es Spencer. Y no sé qué hacer.

Mis esfuerzos por esquivarlo han sido en vano.

Si la montaña no va a Mahoma...

Trago e inspiro profundo; abro y lo que veo me sorprende. No solo sostiene un montón de pequeñas bolsas en cada mano, sino que con sus dientes muerde el lazo que rodea el cuello de un oso de felpa.

―¿Qué significa esto? ―le permito pasar. En una maniobra un tanto ridícula deja el oso sobre la mesa.

―Esta tarde fui de compras. Puede que me haya excedido.

―Pensé que habías estado de excursión.

―Eso también, pero me desvié a mi regreso. ―Toco el osito; como Teddy, el de la película cómica, es color chocolate claro. El que trajo tiene un moño blanco en su cuello ―. Todo puede cambiarse o canjearse por vales de descuento. ―Se rasca la nuca en actitud nerviosa e impaciente.

Mi sonrisa sale disparada de mi rostro, ha traído seis bolsas con ropa de bebé.

Para mí bebé. El bebé que ni su propio padre reconoce.

―¿Vas a abrirlos? Tienen diseños variados, colores y motivos neutros. Al menos la señora que me asesoró me dijo que servirían tanto para niños como para niñas.

No abro nada y me arrojo a sus brazos. Lo lleno de besos, pero cuido de que ninguno caiga en su boca.

―Waw...―sus brazos se abren sin ajustarse a mi cuerpo.

―Gracias...es...es la primera ropa que tiene el bebé.

―¿No le habías comprado nada? ―Me alejo y cojo la primera bolsa, observando un precioso mono blanco con botones en forma de estrella. Lo llevo a mi nariz, el perfume es suave y atalcado. Lo froto contra mi mejilla y me emociona este acto de generosidad.

Porque no se trata de dinero.

No se trata de lo que ha gastado, sino de sus intenciones.

Apenas nos estamos conociendo, han pasado solo veinticuatro horas de nuestro coqueteo caliente y él ha comprado todo esto.

―Iba a esperar un poco más. Quería ahorrar para una cuna, para sábanas. Tener un niño significa un gran gasto. ―La vergonzosa verdad escapa entre mis labios.

Abro el resto de las bolsas y a medida que despliego el arsenal de ropa, cubro la mesa y el respaldo de las sillas con sus obsequios. Todo es precioso y no veo la hora de que mi bebé lo use; lagrimeo de emoción y sé que lo tomo desprevenido al capturar su mano y llevarla a mi vientre.

Él bate sus pestañas con el asombro gestándose en su mirada.

―¿Se está moviendo? ―pregunta, su sonrisa duda por el descubrimiento.

―Hoy por la tarde comencé a sentir algo distinto al burbujeo habitual.

―¿Me aseguras que no son gases? ―nos echamos a reír y niego con la cabeza.

Me quedo quieta, esperando por otro pequeño empujoncito. Spencer mantiene la palma abierta sobre mi barriga, sin despegarla y casi sin respirar.

―¡Ahí está! ―Grita y toma asiento en una de las sillas, entusiasmado. Me rodea la cintura y lleva su oreja a la curva de mi panza sin pedir permiso.

―No sabe hablar ―me burlo.

―Shhh, tú dejáme a mí.

Muero por tocarle el cabello y despeinarlo con mis dedos, por acariciar su mejilla y agradecerle con mi vida este dulce momento.

Aun no sé qué motivo lo ha arrastrado a este sitio alejado de Carolina, de qué se esconde realmente y cuáles son los secretos que guarda, pero ha hecho mucho más que cualquiera. Ni que hablar del padre biológico de mi hijo, aquel hombre en el que confié mi vida, junto al que crecí, al que creí con el corazón y me decepcionó completamente.

Mis manos se encuentran a ambos lados de mi cuerpo, muriendo por moverse.

Spencer alterna sus orejas sobre mi vientre. Detecta otro movimiento y se ríe.

―Hola, ¿estás allí? Sí, por supuesto ―habla a la tela expandida y es gracioso. Me gustaría grabarlo para reírnos de la situación ―. Soy Spencer, amigo de tu mamá, ¿puedes escucharme? ―Mágicamente siento un burbujeo interno que se intensifica tras sus palabras.

―Mmm, parece que sí ―le confirmo y me mira por sobre sus pestañas doradas y tupidas. Observa mi tripa y sus manos se afianzan en mis caderas, enviando una corriente eléctrica por mi esqueleto, tan inapropiada como deliciosa.

No quisiera tener esta clase de sensaciones, mucho menos con un forastero enigmático que grita "problemas", "mujeriego" y "huidizo".

―En unos días más, iremos a conseguir tu cuna y una carriola.

―¿¡Qué!? ―protesto, repentinamente fuera del sopor amoroso ―. No, no puedo todavía. No he reunido dinero suficiente para ello y... ―Mi voz se debilita, es horrible reconocer que no cuento con la posibilidad de darme todos los lujos que quisiera.

―¿Podrías decirle a tu madre que se calle? ―Él frunce la boca y sus hoyuelos salen a la luz. Me derrite y silencio de inmediato.

Estoy taaaaan jodida.

―Como te decía, próximamente iremos a ver cosas para ti. Y no aceptaremos un "no" como respuesta de tu mami, ¿cierto? ―Increíblemente, siento un "plop" en mi estómago que él también nota ―. Así me gusta, buena niña.

―¿Niña? ―pregunto.

―Sí...no sé...¿presentimiento? ―se pone de pie y su perfil está muy cerca del mío ―. Me imaginé una niña bonita como su madre ―la delicadeza de su tono me afecta, ¿cómo evito ilusionarme? ¿Cómo evito pensar en una oportunidad a su lado?

Angela, él no es para ti. Sería un enorme error involucrarte. Te romperá el corazón. ¡Él mismo te lo advirtió!

Las voces no cesan dentro de mi cabeza.

―Bueno, mmm...ya es tarde...―Retrocede cuando la intensidad de nuestras miradas se profundiza.

Agradezco su fuerza de voluntad y aunque no me agrade, sé que es lo mejor.

¿Es lo mejor?

―Gracias Spencer. Esto ha sido demasiado. Apuesto a que entraste a la tienda por un par de calcetines y terminaste comprando medio negocio ―lleva sus manos a sus vaqueros y su mirada divaga en el piso de la sala ―. Spencer, mírame por favor ―le ruego y él lo hace de inmediato ―. Eres un gran hombre. No me importa el motivo que te trajo hasta aquí, no me interesa saber de qué estás huyendo. Sea cual sea tu secreto, está a salvo conmigo.

―¿Cómo sabes que tengo secretos?

―¿No los tenemos todos, acaso? ―Elevo mi ceja y él muerde su labio seductoramente.

El silencio es espeso, repleto de anhelos no resueltos y peligrosos.

―Hasta mañana, Angie.

―Hasta mañana ―nos debatimos qué hacer en un ida y vuelta de miradas, hasta que él toma la decisión de marcharse.

Cierro la puerta con fuerza; la brisa nocturna es fría. Mi espalda se apoya contra la puerta cuando un golpe seco en la madera me sobresalta.

Abro sin siquiera preguntar, con la esperanza y el anhelo de saber que ya no hay vuelta atrás.

Spencer entra como un huracán, cierra detrás de mí y ajusta sus manos en mis glúteos, masajeándolos con devoción. En menos de un segundo, nos convertimos en un entramado de lenguas que no se dan tregua. Arrastro su sweater peludito y suave por su cabeza y me apresuro en abrir botón tras botón de su camisa. Jadeamos, reclamándonos, como dos muertos de hambre frente a un largo banquete de domingo.

―Angie, ¿estás segura?

―S...sí, ¿y tú? ―Espero su afirmación, desesperada. No sé si podría manejar lo que pasaría después en caso de que dijera que no. Cuando exhala su afirmación, culposa por cierto, mis hombros se aflojan.

No sé cómo resultará esto, pero jamás he sentido tanta adrenalina y necesidad sexual.

Con Ray era todo sencillo; nos conocíamos al dedillo y la pasión adolescente fue cediendo espacio ante el cansancio y la monotonía.

No la pasábamos mal. Tampoco, la pasábamos tan bien.

¿Me habrá dejado por suponer que estando embarazada mi libido no sería la de entonces?

Malas noticias, hoy estoy más encendida que nunca.

Cuando Spencer queda solo con sus bóxer negro, babeo. Literalmente. Su piel es dorada, cada músculo de su cuerpo está tallado a la perfección y sus ojos tienen un hambre atroz.

¡Esos abdominales!

Oh, Santa María, madre de Dios...,mi mente reproduce la última parte del Padrenuestro aunque, ahora mismo, pensar en catolicismos no es oportuno.

―Si continúas mirándome de ese modo me vendré en mis calzones. ―Explotamos de risa y, aun así, no perdemos el ardor.

Mi sudadera holgada acaba en el piso y el contacto con los mechones de cabello mojado contra mi piel, me enciende; mis pechos duelen, más llenos, desnudos e hipersensibles ante la expectación de tener su boca sobre ellos.

Spencer me miraba con adoración o con irresponsabilidad, no estoy segura en absoluto.

Tras un segundo más de admiración mutua, él se pone rodillas y me baja mis pantaloncillos de dormir, nada sexis ni reveladores, dejándome con mis bragas de algodón con distintos emojis.

Sí, porque soy así de ñoña.

Spencer sonríe y su aliento roza el interior de mis muslos, dando vida a ese fuego interno que me abrasa y convierte mis huesos en lava.

Mete los dos dedos en el elástico blando y las desliza hacia el piso; levanto mis pies uno a uno y ya no hay tela sobre mi piel que obstaculice su escrutinio visual.

Desde abajo, me contempla con sus ojos ensombrecidos y enigmáticos.

―No puedo verte bien con esta barriga. ―Bromeo, nerviosa.

Tierno, delicado, comienza a darme besos alrededor del ombligo, cimentando una tonelada de cosquillas a lo largo y ancho de mi cuerpo.

―Cúbrete los ojos, niña. Este espectáculo será solo para adultos ―Susurra a mi vientre hinchado, a la supuesta mujercita que hay dentro, y exhalo un jadeo pesado.

Cuando se para, sus manos enmarcan mi rostro con suavidad; su beso es todo lo contrario a ese delicado gesto. Su pecho se adhiere al mío y las chispas surgen de nuestra fricción. Como en un tango, vamos caminando hacia mi habitación con una coordinación asombrosa.

La parte trasera de mis rodillas choca con la cama y desciendo lentamente sobre ella; con cuidado de no aplastarme, él se hace lugar entre mis piernas empujando con las suyas. Besa la punta de mi nariz con sus labios tibios y baja de a poquito, dejando un reguero de besos desganados sobre mi piel

Me retuerzo, mi labio inferior siendo la víctima de mis furiosos dientes.

Spencer resopla en mi pubis, luego lo hace sobre mi hendidura jugosa y brillante antes de dar paso a su boca.

Agggrrrrr...su boca...

Un beso, dos, su lengua que sube y que baja. Un beso, dos, un mordisquito que tironea mis pliegues; un beso, dos, y la punta de un dedo que busca abrirse paso entre tanta humedad y deseo líquido.

Él da el tipo de dulce tortura que una chica siempre sueña en su adultez.

―Spencer...―lloriqueo ― Spencer...―mi voz se está rompiendo minuto a minuto y la rapidez del orgasmo me abruma.

El nudo sensible entre mis piernas estalla rápido. Pierdo la batalla en un soplido y me avergüenzo de hacerlo.

―Me encanta que te hayas entregado así, Angie. ―Me llevo las manos al rostro, tímida ―. No hay de qué sonrojarse.―Sisea y acto seguido, se quita el bóxer.

¿Cómo es que todavía lo lleva puesto?

Moja sus dedos con mis jugos y embebe la punta de su pene. Mis futuros orgasmos tendrán esa imagen como protagonista de mis fantasías.

―¿Tienes condones? ―pregunta con inocencia.

―Oh, mierda...realmente no lo sé...―¿Quién iba a pensar que necesitaría uno en este estado?

Me incorporo sobre mis codos y le pido un segundo de tiempo.

―Por supuesto ―su sonrisa es diabólica y sus manos lo son todavía más. Antes de arrojarme de cabeza a la mesa de noche que era de Ray, me quedo prendada ante su pervertida masturbación.

Sacudo el cajón hasta que se cae de sus guías. La paradoja se cierne entre nosotros cuando varias cosas se desperdigan sobre el piso y mi sortija de compromiso se destaca entre papeles sin importancia y el reloj que le compré a Ray cuando cumplió veintiún años.

―Oh...―Expresa, sin dejar de acariciarse.

Ignoro la burla del destino y tomo el paquete plateado que yace sobre la cerámica.

―Pasemos a lo nuestro, el pasado debe quedar atrás. ―Su gesto ladino me entorpece la motricidad.

Spencer avanza como un felino sobre mí y me besa apasionadamente hasta dejarme sin aliento. Le mordisqueo el labio y se contenta con ese lado salvaje que brota sin pedirme permiso.

―Habla conmigo. Si te hago daño me detendré de inmediato, ¿correcto? ―Su tono es dulce y su mano, tocándome "ahí abajo", es juguetona.

―Ajam...―mis piernas son una masa Play-Doh.

Se sienta sobre sus talones y se enfunda con el único condón que encontré y espero que, por favor, por favor, le podamos sacar provecho.

Cuando termina de cubrir su longitud, el calor que sube desde la plantas de mis pies es estremecedor. Estoy a su merced, entregada a la eternidad de esta noche.

Ya habrá tiempo para los reproches, ya me alcanzará el remordimiento de haberme entregado a un hombre del que desconozco su verdadero nombre.

Porque estoy segura de que no se llama Spencer Rauch.

Él mordisquea mis pezones y temo que algunas gotas de leche salgan de allí. Sería vergonzoso, ¿pero acaso no es uno de los riesgos de follar con una embarazada?

¿Lo sabrá o debería decírselo a modo de advertencia?

Su lengua toca mi cuello y aterriza en mi clavícula. Sus manos grandes juguetean con mis senos y cuando creo que todo es rosa y perfecto, el mundo me entrega un arco iris completo.

Su pene entra lentamente, estirándome, y vaya que es delicioso.

Se abre paso respetando mis tiempos, mi confusión y mi estado.

―Dime si estás bien, dime si te gusta así...―Eleva una de mis piernas cerca de su hombro y lame mi pantorrilla con un lengüetazo sexi; entra más profundo y le agradezco a Dios por este regalo fuera de temporada navideña.

La oportunidad de sentirme deseada aun estando embarazada, la posibilidad de sentirme bella a los ojos de un hombre que no era el mismo con el que había estado de novia desde hacía tanto tiempo y me abandonó, me colma de ansiedad.

Agradezco sentirme como el Sol del universo de un sujeto que tiene montones de mujeres por doquier y me ha elegido a mí, a esta pueblerina con problemas económicos, embarazada y sola.

Sus embates se intensifican cuando las paredes de mi vagina lo aceptan sin protesta. Sus movimientos son lentos y constantes y descubro cuánto me gustan.

Necesito más. Mucho más.

―Spencer, no soy de cristal. Dame...dame todo...

―Cariño, vayamos despacio. La noche es larga.

―Deja de torturarme, no me hagas rogar... ―Gimoteo y hago un puchero.

Mordisquea los dedos de mis pies y baja mi pierna; a juzgar por la malicia instalada en sus ojos, sé que tiene más planes para mí: su mano se escabulle en el punto más sensible de mi cuerpo, ese botón rosado en el que convergen mis terminaciones nerviosas y que tiene la capacidad de hacerme estallar.

Rueda mi pezón con su índice y su pulgar en tanto que con la mano contraria fricciona más y más.

En simultáneo su miembro penetra y penetra, taladrando fuerte y duro.

―Así, Spencer...¡Dios! ―Mis dedos se aferran a la sábana, la tela quema en mis yemas cuando la anudo en varias vueltas y dejo de respirar por un instante.

En el mismísimo instante en el que soy conducida al más intenso de los orgasmos, a la ola más alta del océano, a experimentar un placer celestial e inigualable.

Gruño, me contorsiono y lágrimas de placer se derraman de mis ojos.

Spencer no cede, por supuesto que no.

Se inclina sobre mí y enjaula mi cabeza con sus antebrazos para capturar mis gemidos, mi capacidad de reacción y mis fantasías oscuras con un beso salvaje.

Empuja más allá de lo posible y cuando echa el cuello hacia atrás en un latigueo repentino, sé que ha llegado a su límite. Siento el bombeo de su semilla en el interior del condón y a mis músculos vaginales adaptándose a su convulsión.

Besa mi hombro, besa mi nariz y entrega otro beso en la comisura de mis labios. Se desploma a mi lado, mirando hacia el techo, dejando caer su antebrazo sobre sus ojos.

¿Está avergonzado de lo que acaba de ocurrir?

Ambos estamos desnudos y sudorosos, además de silenciosos y aturdidos.

Esta situación es extraña e incómoda; ¿cómo seguimos adelante?¿Qué se dice en estos casos? Nunca he coqueteado con nadie, Ray ha sido mi primer y único hombre hasta el momento.

Súbitamente siento frío y no por el clima sino por el muro de hielo que se ha interpuesto entre nosotros. Busco las sábanas revueltas de mi cama y me cubro con ellas. Me hago un ovillo y le doy la espalda, como si no hubiéramos compartido más que una caricia.

Cierro los ojos con fuerza, no quiero llorar, no quiero sentir que el colchón se libera de su cuerpo, no quiero repetirme que yo sabía que esto no iba a ir más allá de la aventura...

Inesperadamente, él posa un suave beso en la curva de mi hombro derecho y amolda su duro cuerpo detrás de mí.

Mis pulmones respiran nuevamente y mis músculos se aflojan.

―Para mí todo esto es muy extraño, pero lo he disfrutado. ―Su susurro caliente me templa la oreja.

Una de sus manos vaga sobre mi abdomen grueso y una lágrima traicionera se desliza por mi ojo, resbala sobre mi nariz y muere en mi almohada.

Estoy tan agotada física y mentalmente, que termino por dormirme entre sus brazos, con sus dedos acariciando mi ombligo sobresalido y su respiración haciendo cosquillas en mi nuca.

No quiero despertar de este sueño hermoso.

No quiero que me abandone como lo hizo Ray...aunque sé que tarde o temprano, lo hará.

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