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8

No he tenido la valentía de cenar ayer por la noche en el hotel ni tampoco para salir de mi habitación. En su lugar, he pasado varias horas repasando las fotografías y los videos que he tomado de Angie.

Subí uno a mi perfil "SRauch"; no es mi seguidora y no creo que me busque, sobre todo, después de estar a punto de besarla.

¿Cómo se me ocurrió cometer esa locura?

¡Jesucristo, ella está embarazada y no necesita un ligue ocasional, mucho menos a un tipo que está escapando de las aventuras y sobre quien recae la sospecha de un embarazo no deseado!

Un sujeto al que la sociedad más pacata y retrógrada de Charlotte debe estar señalando como a un depravado abusivo.

Sin embargo, cada vez que veo los ojos verdes de Angela temblando de dolor, cuando veo el modo en que lucha cotidianamente para sacar adelante a este establecimiento, cuando veo a una mujer que no le teme a ensuciarse las manos y limpiar como haría la Cenicienta, me doblego.

Angie es la mujer más fuerte y determinada que he conocido en toda mi vida.

Su prometido la ha dejado embarazada, sola, con un negocio en ruinas y luchando contra los molinos de viento.

Y yo aquí, quejoso como un niño al que le quitaron un dulce de la mano.

Por la mañana me calzo los calzoncillos de hombre, bajo a la cafetería y espero encontrarla para pedirle perdón y decirle que no soy el chico que ella necesita a su lado. Que, en cambio, soy alérgico al compromiso y a las segundas citas.

Duele reconocerlo, pero soy honesto ante todo.

Estoy nervioso y he estudiado un pequeño discurso que debo guardar rápidamente cuando no es Angela sino Brandon quien me sirve el desayuno.

Ciertamente me decepciona este cambio de planes de último momento.

―¿Sucedió algo con Angie? ―No existe un "hola" de mi parte.

Muy educado de tu parte, Spencer.

―No. Ha ido a Elizabeth City a hacer unas compras. ―Tampoco hay saludo de parte de la suya.

Asiento, confundido.

¿El viaje fue una estrategia evasiva?

―Oh, lo siento, tendría que haber empezado con un "buenos días". No he dormido bien anoche ―Y todo a causa de una mujer rubia de ojos verdes y sonrisa ensoñadora.

―No te preocupes, apenas llegué a Avon, el ruido del viento tampoco me dejaba descansar bien.

―¿Vives lejos de aquí?

―Solo a unas casas de distancia.

El diálogo es breve y conciso. Nos saludamos amablemente y mi mirada se pierde de inmediato en el horizonte lejano; los rayos amarillentos atraviesan las nubes y creo que será un hermoso día.

Lo cual me da una idea.

Cuando termino de comer y chuparme los dedos, tomo uno de los mapas que descansan en una aburrida pila sobre el mostrador de recepción y me dispongo a investigar un poco la zona. Marco algunos puntos, en su mayoría parques, reservas costeras y miradores que cazaré con mi cámara.

Paso todo el día exigiendo a mi lente y desafiando a la naturaleza al esconderme en recovecos que me permiten recoger el brillo natural de las cosas. Me pierdo en la magia del agua, en el ruido de las aves y en las playas que se extienden y contraen a su antojo ante el paso del mar.

Si alguien me hubiera dicho un mes atrás que estaría aquí y tan tranquilo, lo hubiera tildado de loco.

Con el atardecer por detrás, me detengo en una gasolinera. Cargo combustible y compro unas galletas y una bebida. Pago a la seductora chica que desliza la cuenta junto a su número telefónico y salgo espantado.

"Mantén tu bragueta en su sitio, Spencer", me repito en silencio y subo al Jeep.

Sobre la carretera, a poco de llegar al hotel, descubro una tienda de ropa infantil.

¿Aquí?¿En mitad de la nada?¿Será un espejismo después de tantas horas de recreo y verde césped? Reconozco el nombre en el gran cartel; frunzo mi boca de lado y doblo en dirección a su área de estacionamiento. El cartel me indica que no está cerrado.

Cuando ingreso, solo dos parejas merodean las estanterías. Una señora se me acerca con amabilidad y me ofrece su asesoramiento. Me siento muy perdido y no sé por dónde comenzar.

―¿En qué puedo ayudarte?

―Sinceramente, en todo lo que pueda ―le digo, rascando mi nuca.

Hay toda clase de cosas, los anuncios con ofertas me queman los ojos y los canastos con saldos me llaman con insistencia.

―Te ves como un joven primerizo ―me dice y enmudezco.

Bueno, sí, es la primera vez que tengo pensado comprar ropa de bebé.

―¿Es niña o niño?

―Aún no lo sabemos ―¿Por qué hablo en plural?

―¿Sabes cuándo tiene previsto dar a luz tu esposa?

―Oh, no, no es mi esposa...―respondo.

―Novia, esposa...¿pareja está mejor? ―pregunta con inocencia y no puedo refutarle nada a esa viejecita amorosa. Le sonrío sin responder nada en concreto ―. Entiendo ―¿Lo hace? ―: ¿Prefieres algo de color neutro? Podemos ver blancos, amarillos, verdes. En cuanto a diseños, hay muchas opciones ―de repente me encuentro frente a un mueble con toda clase de ropitas diminutas.

Me muestra pantaloncillos, pequeños monos, pijamas y un sinfín de productos infantiles. Cada modelo se encuentra con puntitos, rayas, figuras geométricas, osos, aves, flores...

Enloqueciendo en 3,2,1.

Una hora y media más tarde estoy en la caja frente a esta señora y no sé qué clase de espíritu me ha poseído, ya que cargo conmigo una enorme cantidad de regalos.

Todo lo que llevo es para ambos sexos y me alegra que Angela tenga posibilidad de cambio si algún modelo no le agrada.

La señora, de nombre Laura, me agradece la compra, envuelve todo con un gran moño y me obsequia un chupón con el dibujo de un patito en él.

Adorable.

Una vez dentro mi vehículo, caigo en la cuenta de que he ocupado todo el asiento trasero con ropa de bebé. De un bebé que ni siquiera es mío o de un familiar.

Algo de culpa atraviesa mi cuerpo; quizás haya una mínima posibilidad de que el niño de Grace Dunne sea mi hijo y yo no he pensado en ellos siquiera por un minuto. Resoplo, negándome. He usado condón y no estaba roto cuando me lo retiré.

¿O tuvimos sexo sin protección primero y me lo puse después? ¿Acaso mi mente me está jugando una treta inventando una realidad alternativa?

Cuando aparco en la parte trasera del hotel, una camioneta que no conozco ocupa la parcela más próxima a la puerta y la opción de bajar con todas las bolsas me avergüenza.

No quiero incomodar a Angie en caso de que sea un nuevo huésped. Tampoco me interesa tener que dar explicaciones de mi arrebato a su amigo Mark.

Doy la vuelta e ingreso por la puerta principal y mi corazón late fuerte de anticipación ya que no hemos tenido contacto tras el confuso episodio en la cocina del hotel.

¿Por qué me ocurre esto?

Avanzo lentamente y descubrir que es su amigo quien está con ella, tomándole las manos y a unos pocos centímetros de distancia, no es de mi agrado. Gruño en silencio y me acerco a la recepción.

―Spencer, ¡hola! ―Angela saluda desde atrás del mostrador, alejando sus manos de las de su amigo. Tiene una luz especial en el rostro y que el idiota pelirrojo haya puesto ese destello en su piel, me indigna.

Estúpida sensación.

―Hola. A ambos. ―no estoy de humor. Mark sonríe de lado, el muy presumido. Me acerco a la pareja, sin ánimo ―. ¿Estoy a tiempo de pedir la cena a Brandon? ―Son casi las seis y es obvio que me he pasado de la hora de aviso.

―Estoy segura de que ha hecho comida de más, no te preocupes. ―me responde sin siquiera mirar el reloj que hay a sus espaldas.

―Voy a mi cuarto. ¿Está bien si bajo en treinta minutos?

―Está perfecto. ―responde, frunciendo el ceño ante la dureza en mi tono de voz.

No los miro y subo escalón por escalón. Si bien son solo tres pisos, mis pies pesan como si estuvieran recubiertos de concreto.

En mi habitación todo huele a flores, a pleno estallido de primavera. Una gran toalla, mullida y blanca, me espera sobre la cama junto a una nota.

"Hoy eché de menos tus bromas".

Ese bello e inesperado gesto me arranca una sonrisa y por un momento olvido que más abajo ella se encuentra con su amigo. ¿Es que no ve las segundas intenciones del chico?¿Tan inocente es Angie?

Sin embargo, hay una tercera pregunta: ¿son amigos con derechos?

Miro hacia la ventana; el oleaje avanza y retrocede con su espuma a cuestas ignorando lo incómodo que estoy con lo que acaba de ocurrir recién.

Entro al baño, me preparo para una ducha caliente y gimo en señal de protesta en cuanto mi polla se engrosa al imaginar a Angela desnuda, entreabriendo sus labios carnosos y mirándome con indecencia.

Bajo mis párpados y trago, mi brazo izquierdo permanece extendido contra la pared en tanto que mi mano derecha pasa de acariciar mi polla con simple constancia, hasta bombearla con brutalidad.

El agua cae desde la parte superior de la ducha y mis músculos se aflojan, a excepción de la carne que mi palma envuelve y jala sin parar.

Es injusto que esté pensando en ella, es impropio que la anhele.

Ella es fuerte, pero no invencible.

Ella es hermosa, pero inalcanzable.

Ansío morder su boca, tocar sus pechos sensibles y explorar sus curvas.

Angela no es un desafío, no es una prueba. Ella es una mujer como nunca he conocido; un puñado de días me ha alcanzado para saber que es especial e incorruptible.

Yo no tengo nada que pueda interesarle.

¿Dinero? No es una chica materialista.

¿Placer? El goce es efímero.

¿Estabilidad emocional? Yo no sé lo que significar querer a alguien más allá de lo fraternal.

Descargo mi furia sexual entre mis dedos y en el piso de baldosas oscuras. El agua escurre los restos de mi explosión por el desagüe y mi respiración se ralentiza de a poco.

Me visto rápidamente intentando borrar la indecencia de lo que hice y bajo al restaurante sintiéndome sucio pese al baño que acabo de tomar. Como es de esperar, no hay nadie más que yo. Mi única compañía se resume en una vieja canción que suena de fondo y me esfuerzo por recordar su título.

―Es "The Carpenters" ―apunta Angie rompiendo mi burbuja mental ―. "Close to you".

―Lo sabía ―chasqueo mi lengua en señal de aceptación y agrego ―: Hubo una época en la que mi madre escuchaba esta canción una y otra vez.

Angie respira hondo. Nos miramos tímidamente, queriendo decir mucho y sin decir nada.

―¿Bailamos? ―Sugiero. Corro la silla hacia atrás antes de que me arrepienta. Las patas chirrían contra el piso y extiendo la mano una vez que estoy de pie. Ella mira sobre su hombro, como si alguien estuviera esperándola. Continúo mostrándole la mano acentuando mis intenciones.

Duda, pero finalmente la acepta y logro atraer su cuerpo hacia el mío.

Tardamos unos segundos en adaptarnos, en hacer que nuestros perfiles se ensamblen como los de dos perfectos bailarines. Una de mis manos entrelaza sus dedos con los suyos en el aire; la otra, se posa gentilmente en la curva de su espalda baja. Ella redondea mi hombro con su palma libre y su contacto escuece mis terminaciones nerviosas.

Mi frente se apoya en la suya y encapucho los ojos.

Huele a rosas.

Su cabello desordenado hace cosquillas en mi nariz y contengo las ganas de estornudar. Subo mi perfil con discreción y llevo mis labios a su sien derecha. Apenas cepillo su piel registro una pequeña cicatriz cerca de su ceja, persigo el nacimiento irregular de su flequillo y rozo unos mechones ondulados que escapan de su moño alto.

Ella respira contra la columna de mi cuello, su nariz respingada me acaricia la nuez y por instinto, comienzo a bajar por el pabellón de su oreja y por su lóbulo, el cual perfilo con mi lengua inquieta.

Angie se aferra a mi torso, un gemidito sale como un silbido entre sus dientes. Su pequeña barriga de embarazada acaricia mi vientre. Lamo la vena que recorre su cuello; el filo de mis dientes se arrastra hasta el hueco que sus tendones dibujan sobre su hombro.

Tres pequeños lunares forman una delicada constelación y quiero que sea mía para adorar, para nombrar en mis sueños más oscuros, para iluminar cada noche entre sombras. Su suspiro se entrelaza con el mío y es momento de romper el hechizo.

―No soy un buen chico, Angie. ―Murmuro con dolor, decepcionado de mí mismo.

―¿Quién te ha dicho que quiero un chico bueno, Spencer? ―Jadea y estoy seguro de que lo que dice no es lo que piensa.

Mi palma se ajusta a su sweater de lanilla rojo, arrugándolo mientras arrastro mi mano hasta su cuello. La ajusto en torno a su nuca. Mis ojos la miran fijo, sin darle salida.

Es la manzana prohibida del Edén y me siento tentado por la serpiente hasta que, finalmente, me zambullo en su boca.

Mi lengua se enrosca con la suya, la toca y ondas eléctricas sacuden mi cuerpo; sus manos se unen detrás de mi cuello y mi torso la reclama, acercándosele más.

Sonrío de lado al sentir su barriga entre nosotros y ella hace lo mismo por otras razones: la dureza entre mis piernas es palpable, porque soy un hierro rígido, irrompible.

Nuestras cabezas se mueven al compás de la siguiente canción que se reproduce suavemente y aunque quisiera que esto sea eterno, debo darle un final.

Soy quien tiene el control, el que no debe meterse ni meterla en problemas.

La maldita voz de mi conciencia me recuerda que no me quedaré aquí para siempre, que el reloj que signa mi regreso a mis obligaciones me apremia y que en menos de un mes me iré en busca de otros horizontes.

No quiero llevarme su corazón, no quiero destrozar su alma, no quiero darle falsas expectativas y por eso, me aparto a tiempo.

Su boca brillante, rosa e hinchada luce aún más deliciosa de lo habitual. Arrastro mi pulgar sobre su labio inferior con el hambre instalado en mis ojos.

―Angela, no quiero apartarme de ti.

―No lo hagas.

Inspiro profundo, perdido en su perfume, en su quimera y en mi desesperanza para cuando la tosecita inoportuna de Brandon nos despierta de este sueño.

―Mmm...¿Angie? La cena está lista.

―Sí, por supuesto. ―Ella asiente y da un paso hacia atrás, reafirmando la separación.

Ya no hay palabras entre nosotros, no hay expresiones de deseo ni promesas. Se aleja a desgano, su mirada indescifrable me abandona y un nudo anuda mis cuerdas vocales.

Tomo asiento, acomodo mi entrepierna con disimulo y aguardo por la comida como el perfecto huésped que soy.

La incomodidad me embarga cuando Brandon me acerca la cesta de pan y la bebida minutos más tarde; es también, quien me alcanza el plato cubierto por la tradicional campana de acero.

No pregunto por Angie; no obstante, él se encarga de darme una sólida advertencia.

―Angela no es como las mujeres a las que estás acostumbrado, Spencer. Ella no necesita aventuras de una noche, tampoco un tipo que la destroce. Ya tuvo bastante con el imbécil de su ex. ―Sentencia y mis mejillas se sonrojan, abochornadas.

Soy un tipo de 27 años que está haciendo el ridículo porque cada palabra que dice Brandon es tan cierta que me inmoviliza. Es inútil rebatir sus argumentos.

Me analiza con sus ojos oscuros mientras ubica la cena sobre la mesa.

Lo único que deseo es que no esté envenenada.

―Lo sabía. ―Rompe mi silencio con una apreciación inquietante.

―¿Qué cosa?

―Que no pelearías por ella. Que no significa nada para ti.

Trago ferozmente y ya no tengo hambre; no sé qué es lo que Angie significa para mí, pero está lejos de ser "nada".

―Le he dicho que no soy el correcto.

―Angela es obstinada. Tus palabras no la persuadirán.

Intimidante, se inclina sobre mí. Lo miro con desconfianza; mi vellos se levantan en señal de alerta.

―Es la hija que no tuve, chico. Y te juro por lo más sagrado que, si le haces daño, nadie te encontrará. ―me mantengo quieto ante su amenaza y me reconforta que haya gente que se arriesgue a tanto por ella ―. El mar es bravo. Y muy traicionero. ―Advierte.

No le tengo miedo pese a sus casi dos metros de puro músculo y tatuajes poco artísticos; he crecido viendo matones entrar y salir por las noches del despacho de mi padre.

Le sostengo la mirada, sin empequeñecerme, hasta que se marcha.

El peso de sus pasos en la escalera satura el ambiente y mis cubiertos revolotean en torno al bistec.

Apenas pruebo bocado.

Bebo agua y limpio mi boca en un acto reflejo.

Me debato si buscar los regalos del bebé y entregárselos a Angela o ir a la tienda y canjearlos por un cupón. O quizás convendría guardarlos para un futuro muy pero muy lejano.

He elegido cada prenda. Cada babero, cada pequeño pantaloncillo.

He escogido cada obsequio pensando en ese bebé que está creciendo en el vientre de Ángela.

Arrojo la servilleta sobre la mesa con ofuscamiento, me rastrillo el cabello pensando qué hacer y tomo una decisión. Una que, de seguro, no será la correcta.

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