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21

He llegado a Charlotte y agradezco que no haya guardia periodística en el hotel que me he hospedado durante los meses anteriores a mi huida. Manteniendo un bajo perfil, me acerco al conserje y en cuanto atravieso la puertas del establecimiento, este me llama por mi nombre.

―Parker, ¿qué sucede?

―¿No lo sabe? ―pregunta con recelo. Estamos en un rincón. Me detengo con mi equipaje a cuestas y me quito mis lentes de sol para ver sus gestos con mayor nitidez.

―¿Saber qué?

―Cuando usted se fue de aquí, su padre ordenó desalojar la habitación y trasladar sus pertenencias a su mansión familiar.

Me quedo de una pieza, con la mandíbula colgando. Debería haber supuesto que el muy bastardo había omitido un par de detalles antes de irse de Avon.

Cuando salí del "Joya del mar" hecho un harapo, mi papá no estaba en la recepción. Su vehículo y "sus muchachos" brillaban por su ausencia. El bastardo arrojó la bomba y huyó feliz, con el deber de haber hecho lo que quería: ridiculizarme, minimizarme y verme acatando sus malditas órdenes.

Me froto el rostro; pasar los días en casa de mis padres no estaba en absoluto dentro de mis planes. Lo último que deseo es confrontar cada minuto con él y mucho menos, hacer de mi vida aquí una quimera.

―Gracias Parker. Ah, y siento haber sido un grano en el culo para ti ―le sonrío. El conserje ha limpiado mi trasero más de una vez.

―Lamento mucho lo que sucedió, muchacho. ―Su preocupación es genuina y me reconforta que haya gente decente en este mundo.

―Yo también. ―Asumo y regreso a mi camioneta nueva.

He estado pensando cómo es que mi padre dio conmigo y ato los pocos cabos sueltos que encuentro: ¿habrá rastreado mi comunicación con mi madre, los mensajes que pudimos haber intercambiado en las últimas semanas? ¿O dio conmigo después de haber comprado los muebles para la habitación de Bella?

Maldigo mi descuido; había estado tan entusiasmado con todo lo que vimos para ella, que no me percaté de pagar en efectivo y borrar el rastro.

Minutos más tarde estoy frente a la casa que me ha visto crecer. No guardo buenos recuerdos de este lugar; cualquier persona pensaría que el dinero hace a la felicidad, pero soy la excepción.

He tenido mucho en materia económica, he ido a colegios de renombre y me he codeado con familias de gran posición social. ¿Cariño, afecto, amor? A cuentagotas y solo cuando mi madre estaba sobria de sus medicamentos.

No estoy de humor cuando bajo de mi Lexus, ni tampco mejora cuando la empleada se alegra con mi llegada. A paso firme y al filo de la grosería abro las puertas dobles del despacho de mi padre haciendo que éste salte de su silla.

―¿¡Por qué demonios vaciaste mi habitación de hotel!? ―se quita los lentes de aumento con exasperación.

―Porque Anthony no quería tener ocupada una de sus mejores suites en vano.

―¡Estuve pagando por ella todos estos meses! Podrías haber tenido la delicadeza de avisarme. ―protesto.

―Bueno, evidentemente, alguien te ha estafado en tus propias narices ―se burla de mi desatino mientras se sirve una medida de escocés.

Frenético, tomo el vaso apenas lo apoya en su escritorio y se lo arrojo en el rostro. Sus abogados - unos lameculos de la primera hora que pululan a su alrededor como los moscos de verano alrededor de la fruta podrida - no pierden tiempo en alcanzarle un trapo para secar la mancha que he dejado en su camisa blanca.

Los ojos de mi padre lanzan dagas.

"Que comiencen los juegos del hambre", ruge mi espíritu interior.

Me he cansado de ser su saco de mierda, ser su mascota entrenada para hacer lo que se le plazca.

No, no más.

―¿Quién te crees que eres, ingrato inservible? ―grita, aceptando la bola de pañuelos desechables que el aburrido de Abbot le ofrece.

―La manzana no cae lejos del árbol ―mi sonrisa es socarrona. No hay nada que pretenda más en este mundo que ser diametralmente opuesto a él.

Busca controlar su respiración y del cajón de su escritorio obtiene una carpeta azul con varios papeles en su interior. La atrapo con dificultad y la incógnita en mi rostro es difícil de disimular.

―Este es el contrato prenupcial, aquí están escritos tus derechos y obligaciones como esposo de Grace Dunne ―hojeo rápidamente, leyendo datos personales y números de cláusulas. Las palabras restantes son un borrón que no voy a leer ni en esta ni en otra vida.

―Estás loco si piensas que me ajustaré a esto y mucho más, si crees que me casaré con ella. Ese niño no es mío.

―Lo será.

―No si demuestro la verdad.

―¿La verdad? ¡Ja! ¿Acaso has guardado el condón sano? No seas absurdo, Spencer. Debes hacerte responsable de tus actos por una jodida vez en tu vida.

Sus agravios e imposiciones están a punto de quebrar mi paciencia.

El timbre de la puerta principal de la casa suena y me provoca una jaqueca aún más molesta de la que tengo. Compartir el mismo ambiente con mi padre es sumamente tóxico.

Un minuto más tarde, el ama de llaves toca la puerta e ingresa al despacho. Mi padre la atiende a desgano y empalidece cuando escucha el mensaje a media voz que le transmite.

―Dile que no es momento...―gruñe por lo bajo, pero es tarde.

Victoria fuerza las puertas francesas, abriéndolas de un tirón. Mis labios se mueven hacia arriba y festejo su aparición al estilo Hollywood.

¡Esa es mi hermana!

―¡No te dije que entraras! ―Vocifera mi padre, olvidando que Tori no sucumbe a tu tono de mierda.

―Supuse que estarías aquí ―me acusa, siendo el destinatario de su enojo ―. ¿Por qué carajos no atendiste el teléfono ayer por la noche? ―mi melliza clava su dedo en la mitad de mi pecho y de seguro dejará la marca de su uña en mi piel. Hago el ejercicio mental que me pide y el sonido lejano de mi móvil mientras hacía el amor con Angie viene a mi mente. Por la mañana olvidé cargarlo y con todo el asunto de la dolorosa despedida, no registré el estado de su batería.

―He estado...ocupado ―no detallo.

―Llamé para advertirte que este tipo iría a buscarte hoy temprano ―señala a mi padre sin respeto alguno. Henry Nash nos mira con sus brazos en jarra en tanto uno de sus gigantones aparece en escena.

―Gracias, pero ya aquí estoy. Poniéndome a derecho. ―Elevo mis hombros sin perder de vista a mi hermana. Es mucho más baja que yo pero tiene la fuerza de mil huracanes juntos. ¿Katrina? Mi culo.

―No tienes por qué. ―sus palabras me impactan.

―Explícate ahora mismo, Victoria ―mi padre se acerca y mi hermana ni siquiera le dirige la mirada.

―Grace Dunne ha confesado ―su sonrisa maliciosa y su perfecta ceja en alto rezuman proeza. Ha ido a fondo con la infidelidad de su esposo y me temo que ha llegado el momento de mi liberación.

―Tori, esto no es una novela así que, por favor, vete de aquí y déjanos a solas. El imbécil de tu hermano y yo hablábamos cosas de adultos. ―La menosprecia como lo hace conmigo. ¿Es que acaso hay un minuto en el día en el que no sea desagradable con alguien?

―Pues ya no hay nada que discutir con respecto al bebé de Grace. Ella misma me ha dicho la verdad y ha firmado este papel ―saca una hoja doblada de su elegante bolso y la agita al viento ―: Es un papel en el cual admite que su hijo es de Chadwick Parrish ―Traga con dificultad. Esto es más que una prueba que certifica el engaño al que me han querido someter, sino que es la prueba viviente de que su esposo es una basura.

Mi padre se queda de piedra para cuando uno de sus lacayos toma el documento que mi hermana sostiene con determinación. Lo lee velozmente y exhala con incomodidad.

―Tendríamos que certificar que esta es su firma y pedir una pericia que indique que no hizo la confesión bajo coacción. ―Le entrega el papel a su colega, quien asiente unos segundos más tarde.

―Estoy dispuesto a hacerme el análisis de ADN, aunque de ningún modo será en el laboratorio que determinó el gobernador ―digo de brazos cruzados sobre el pecho, con el falso castillo de naipes construido por mi padre cayéndose a pedazos.

―Spencer, piénsalo, no es necesario que...―Tori quiere evitarme disgustos, pero estoy dispuesto a cooperar.

―Cariño, lo haré. No porque desconfíe del documento valioso que has obtenido, sino porque lo necesito. Por mí. Quiero demostrar que no le temo a una tonta muestra de sangre. Pero esta vez, lo haré bajo mis condiciones. ―Apoyo mis manos en sus hombros y los acaricio con gratitud.

―El juez ha determinado un lugar ―Apunta Andrews, el segundo abogado.

―Pues entenderá que dadas las circunstancias, no caeré en la trampa de este hombre aquí parado. ―Es mi turno de ofrecer una mirada superadora.

Victoria se queja por detrás, pero sabe que es inútil luchar conmigo. He tomado una decisión.

Fuerte, con ese temperamento que la hace lucir indestructible, mi melliza se recompone y camina en dirección al hombre que ha ocultado los engaños de Chad para su propio bien.

―Eres un ser despreciable. Una lacra. Un hombre que jamás debería haber tenido hijos, ni siquiera una esposa como mamá. No sé qué vio en ti, qué es lo que le hiciste creer. ―Sus grandes ojos verdes desprenden rabia, desazón. Las chispas usualmente marrones, son amarillas como las llamas del infierno.

―Tori...―advierte nuestro "donante de esperma", sin amedrentarla.

Por supuesto que no, ella es un Terminator con falda.

―Tori, ¡una mierda! Eres un bastardo arrogante, corrupto y mentiroso. Terminarás en la cárcel. ¡Te lo aseguro! ―Amenaza y me recorre un escalofrío al pensar que posee información que puede poner en riesgo la impunidad de mi padre.

Por primera vez en mi vida veo a Henry Nash en silencio, incapaz de reaccionar.

Su niña predilecta, su pequeña e indefensa Tori, la preciosa e inteligente muchacha que se ha casado con el hombre que toda madre quisiera tener como yerno, descubrió cuán retorcido es su propio padre y lo que este es capaz de hacer para salvar su pellejo. Aun a expensas de sus hijos.

Ella le sostiene la mirada con altivez y atraviesa el despacho sin mirar atrás. A punto de hacer lo mismo que ella, Henry me clava sus dedos en el codo, deteniéndome.

―No sé qué están tramando ustedes dos, pero no les resultará gratis. ―gruñe como un león enjaulado, pero mi hermana lo ha dejado indefenso como un gatito mojado.

Sé que contamos con varias cartas ganadoras y eso me engrandece. Estudio sus dedos en mi brazo y los retira al ver que no respondo a sus provocaciones más que con una sonrisa ladina.

Ni siquiera gasto energías en saludarlo y apresuro el paso en cuanto Victoria sale por la enorme puerta principal de la mansión Nash y es interceptada por su guardaespaldas. Ella se arroja en sus brazos y él la contiene, acariciándole la melena y acunándola en su ancho pecho.

Hay un gesto que traspasa el simple consuelo; aquí hay algo más que no me compete, pero me intriga.

Cuando ambos descubren que estoy como un fisgón parado en el cobertizo de entrada, se apartan bruscamente. Tori tose y se limpia el rostro humedecido a causa de sus lágrimas contenidas.

―No necesito explicaciones. ―les ahorro comentarios a ambos y mi melliza asiente en silencio. Paolo se retira con un breve movimiento de cabeza, regresando al Bentley que conduce.

Victoria sorbe su nariz y se coloca sus grandes gafas ahumadas.

―Gracias por intentar advertirme ―de haber atendido esa llamada, las cosas no hubieran explotado de este modo. Nobleza obliga, merezco el castigo de Angie ―. ¿Qué pasó con Grace? ―le pregunto llevándola a un rincón del porche, allí donde hay un gran macetero con un prolijo arbusto.

―Fui a verla, no pude contenerme ―explica con el pañuelo desechable en sus manos ―. Y allí estaba el bebé, regordete, lleno de salud...―gimotea y nuevas lágrimas caen de sus hermosos y tristes ojos ―. Apenas me vio lo confesó todo, dijo que responsabilizarte a ti fue una maniobra pergeñada por su padre y por el nuestro. Ella no estaba de acuerdo...pero...ama a Chad y, aparentemente, él la ama a ella.

La realidad se interpone como una bola de demolición entre nosotros. Limpia su nariz y continúa.

―Le dije que me firmara un papel. Fue un acto instintivo e infantil, jamás pensé que accedería tan fácil ni con todo gusto. Pero lo hizo, por culpa, por remordimiento, no lo descubrí todavía. Sin embargo, sabe que te debe unas disculpas en persona. En el fondo, creo que es tan víctima de un padre manipulador como nosotros.

―¿Has hablado con Chad?

―Apenas me marché de la clínica, intentó comunicarse conmigo. No he respondido ni una de las mil llamadas que hizo. Ya tengo todo listo para pedirle el divorcio.

Quiero preguntarle si su guardaespaldas tiene algo que ver al respecto, pero me reservo la consulta.

―Si el examen de ADN confirma que no soy el padre de esa criatura, estaré en deuda contigo por lo que me reste de vida.

―Ibas a hacerte el examen de todos modos, no tengo nada ver con los resultados.

―Por supuesto que sí, te has enfrentado a tus propios demonios y eso es muy valioso en esta historia.

Ella mira de lado, perdida. Sorbe sus lágrimas y traga duro.

―Debo regresar a casa. Chad vendrá a recoger algunas de sus cosas de un momento a otro.

―¿Quieres que vaya contigo?

―No, esto debo resolverlo por mí misma.

―Eres una guerrera, hermana.

―Soy más débil de lo que todos creen ―asume y sé que, bajo ese escudo, existe una mujer tierna y vulnerable que pocas veces dejar ver.

Nos despedimos en un abrazo sentido, repleto de esperanza y cariño. Se desliza elegantemente en el asiento trasero de su coche designado y se marcha. Entro a la mansión y descubro que el ama de llaves ha dejado mi equipaje junto al sofá de la sala; recojo mi mochila y mi valija y subo a mi vieja habitación.

Obviamente la puerta está cerrada con llave. Miro al techo y resoplo maldiciones para cuando aparece mi madre, demacrada.

―¿Mamá? ―Luce un color ceniciento impropio para su bello rostro. Extremadamente delgada, las clavículas parecen ser expulsadas de su cuerpo y su cabello está recogido sobre su cabeza en un moño desprolijo. Este aspecto no condice en absoluto con la estrella de cine siempre atenta a su imagen que una vez fue.

―Hijo...estás aquí...―dice adormilada, como un fantasma que deambula por el corredor. Sus manos vuelan a mi barbilla rasurada.

―Sí, mamá. Estoy aquí, pero me temo que será por poco tiempo.

―¿Ya te vas? ―sus ojos opacos delinean mis rasgos con un cansancio intolerable. ¿Cómo es que he permitido que todo su brillo se esfume?

―En principio, tendría que abrir esta puerta y verificar que hayan trasladado las cosas desde le hotel hasta aquí.

―No sé quién puede tener la llave ―lleva sus manos a la cabeza y un vahído la hace trastabillar. La rodeo con mi cuerpo notando su esqueleto. Apenas puede sostenerse; no dudo, la cargo en mis brazos y la llevo a su habitación.

―No, cariño, mi alcoba está hacia el otro lado.

―No, mamá, tu duermes en aquella ―Continúo mi camino hacia la recámara más grande de la casa.

―Cielito ―me acaricia la mandíbula con ternura, su voz en un susurro desganado ―, hace más de seis meses que tu padre me ha mudado al otro lado de la casa.

La revelación me deja de piedra a pocos pasos del dormitorio matrimonial. Trago con disimulo y puede que mi madre esté un poco evadida de la realidad, pero no es tonta.

Giro sobre mis talones obedeciendo a mi madre y abro la tradicional habitación de huéspedes sin esperar la escena perturbadora que se figura ante mis ojos: las cortinas cubren completamente las ventanas, la oscuridad es agobiante y el olor a desinfectante es pasmoso.

Frascos y más frascos vacíos de píldoras se desparraman sobre cualquier superficie: estanterías, muebles, incluso sobre las dos sillas que flotan en lo ancho de la habitación. Llevo a mi madre hasta la punta de la cama, donde se echa a llorar desconsoladamente. Sé que mi ausencia le ha hecho daño; dejarla con el lobo feroz la ha devastado.

Y es mi culpa.

―Mamá, mamá, no llores por favor...―le pido, sin éxito. Ella rodea mis manos, estoy a sus pies y solo busco redención.

―Esta es mi vida y está pasando por delante de mis ojos ―Su derrumbe me quiebra.

―¿Tori sabe lo que sucede aquí?

―No lo sé. Me la paso durmiendo la mayor parte del día y sé que ha estado ocupada con Chad. ¿Chad y ella siguen casados, cierto? ―pregunta, perdida.

La atraigo con fuerza a mi pecho, reafirmando a mi pesar que es un saco de huesos puntiagudos y músculos blandos que me dañan la conciencia.

―Mamá, debes escucharme, ¿de acuerdo? ―le pido, con una vaga idea en la cabeza. Ella asiente, dubitativa ―. Prometo que pronto volveré por ti; ahora, solo dime, ¿cuáles son las pastillas que estás tomando?

―¿Para qué? Tengo una doctora que viene dos veces a la semana a controlarme ―admite.

―¿Cómo se llama esa doctora?

―No lo recuerdo bien ―lleva sus dedos a sus sienes, trazando círculos a su alrededor. El barniz de sus uñas solo cubre algunas partes de estas ―. ¿Christy?¿Missy?¿Lizzy? Lo siento mucho, no puedo ayudarte ―se reprocha en un lamento.

―No te preocupes, mamá ―trago el nudo que formaron mis cuerdas vocales e imposto la voz ―. Júrame que te cuidarás, que correrás estas cortinas y que volverás a pintar esos cuadros bonitos con los que decorabas nuestras habitaciones ―pido. ¿Qué ha sido de esa mujer enérgica, la mujer que organizaba grandes banquetes para navidad y nos defendía de papá cuando él se enojaba con nosotros? De rodillas, me acurruco en su regazo ―. ¿Sabes? He conocido una chica. Es muy bonita. Estoy seguro de que te gustará ―Logro capturar su atención mientras, disimuladamente, tomo un frasco con algunas píldoras que encuentro bajo la cama. Lo guardo en mi bolsillo con la idea de llevarlo a un laboratorio y saber qué mierda está tomando―. Ella es dueña de un hotel en Avon.

―¿En Avon? Una vez he estado allí―acota con vaguedad.

―Tiene una beba llamada Bella.

Bella ―su lengua choca contra sus dientes delanteros con pronunciación italiana.

Me besa la frente y se pone de pie mientras repite el nombre de la niña una y otra vez. Se ovilla sobre la cama, sus párpados pesan y su sonrisa parece resurgir de las cenizas.

―Quiero casarme con ella y adoptar a Bella. ¿Qué opinas? Las amo con todo mi corazón. ―Le comento, con la ilusión de concretar mi sueño.

―Deberías hacerlo. Puedo darle mi brazalete de zafiros. Todas las novias deben llevar algo azul ―divaga antes de cerrar sus ojos por completo y hundirse en el mundo de tinieblas en el que la ha sumergido mi padre.

Las sospechas de envenenamiento se asientan en mi cabeza; el aspecto físico de mi madre, sus lagunas mentales, la tristeza que la envuelve y la deglute. Salgo del cuarto en puntillas de pie, miro que no haya moros en la costa y me escabullo en la habitación de mi padre, en la que encuentro a la empleada doblando unas mantas.

―¿Cuánto dinero te paga Henry para mantener el secreto? ―La abordo a sus espaldas, sobresaltándola. Se lleva una mano al pecho.

―¿De qué estás hablando, muchacho? ―los ojos naturalmente amables de Jane salen de sus órbitas. Es la mujer que ha estado a nuestro lado desde que éramos pequeños; nos ha cambiado los pañales, preparado biberones y cocinado por años.

―¿Cómo puedes? ―pregunto entre dientes, furioso ―. ¿Cómo puedes permitirlo? Mamá se está muriendo de a poco y tú eres cómplice de su agonía. ¿No lo ves? ―Acuso; parezco un león que acorrala a su presa después de varios días de inanición.

―No, Spencer. No...yo no...yo solo...―vacila y es el alimento de mis propias suspicacias. Mis ojos no la abandonan, mis manos son dos puños fuertes junto a mis caderas. Jane no tiene escapatoria más que la de decir la verdad.

―No me mientas, no a mí, por favor ―suplico y eso parece quebrarla.

―Yo no quería...¡adoro a la señora! ―balbucea con su labio inferior temblando ―, pero el señor Henry prometió darme mucho dinero y una casa para mi nieta Audrey. ―confiesa. En el fondo, siempre supe que tenía motivos valederos para vender su alma al diablo. Su nieta lo es todo y el bastardo de mi padre sabe cómo sacar provecho de la gente.

―Dime quién le da las mierdas que toma mi madre y redoblaré su oferta.

―¿Qué? De ninguna manera, Spencer. Usted se quedará sin nada.

―No me importa el dinero, sino recuperar a mi madre.

Su llanto comienza a ahogarla y acabo de ponerla entre la espada y la pared: ¿sumisión ante el hombre que le promete salvación financiera a su nieta o lealtad a la gente que siempre la trató bien y no como una lacra doméstica?

El debate se muestra en sus temblores, en su respiración errática y en su llanto inestable. Toma asiento en el extremo de la cama doble y odio ser quien está haciéndola sentir tan miserable.

―Su padre me dijo que eran hierbas medicinales, cosas inofensivas y beneficiosas para la señora. Le creí. ―Levanta un hombro, sabiéndose engañada.

―¿Cuánto tiempo pasa allí encerrada?

―Horas, días...siempre que le dejo la comida está durmiendo.

―Dame el nombre de su doctora y te juro que nadie sabrá que tocamos el tema.

―No puedo...―se cubre el rostro con ambas manos.

Exhalo con pesar y frustración. Arrastro mis palmas por mi rostro, desahuciado. Solo tengo un frasco con pastillas que quizás no tenga más que ibuprofenos. No me he detenido a mirar siquiera qué agarré con tal de hacerlo rápido.

―Está bien, no te presionaré más, pero que te quede claro que estás siendo testigo de la lenta muerte de mi madre. Testigo y cómplice. ―Le repito con el dedo en alto.

―Yo no quise...yo no quise...pero él me obligó.

―Seguramente sea así, pero estas son las consecuencias de tu fidelidad a este monstruo.

No logro sacarle una palabra más, contrariamente a lo que sus ojos me dan: lágrimas y lamentos adoloridos.

Retirándome de la habitación, ya no me importa dónde dormiré esta noche. Solo me interesa salvar a mi mamá.

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