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17

 Spencer me da un tierno beso en la boca antes de irse. Yo me quedo en la cama un rato más, rogando porque me abduzca una fuerza externa que logre eyectarme del colchón. Mi cansancio es cada vez mayor, mis tobillos se ven como dos troncos de palmeras y mi barriga pesa como un autobús escolar.

Aparentemente, la niña no será tan pequeña como yo.

Ese pensamiento me da una idea: en pijama, me levanto arrastrando los pies y voy a la caja dentro de mi armario que alberga los pocos recuerdos que tengo de mi madre.

Voy directamente al álbum amarillento y repleto de pegatinas con brillos que me recuerdan que alguna vez Viola Latwicki me amó y no fue solo mi padre el centro de su universo.

Paso las fotografías familiares una a una, en las cuales soy la protagonista casi exclusiva. Veranos con mis abuelos aquí en Avon, unas vacaciones en Virginia con los padres de mi papá y otras tantas haciendo muecas graciosas junto a la batería de mi padre, son las rescatables.

Nunca fui una gran fanática de la música pese a que mi papá siempre me sentaba frente a su ruidoso instrumento.

Una sonrisa tira de mis labios al verme con las mallas de baile y el esponjoso tutú rosa durante mis días como bailarina. Fueron dos años hermosos, pero también, tumultuosos.

No había suficiente dinero en casa para mis clases, las discusiones entre mis padres eran muy frecuentes y mi espíritu solitario se arraigó dentro de mí profundamente. Pasaba horas dentro de la pequeña habitación de nuestra casa en Jacksonville, rodeada por las mismas cuatro paredes repletas de imágenes de la banda del momento, de fotografías junto a Sammy -mi amiga de la infancia- y con estantes saturados de botellas pequeñas de cristal con arena de mis vacaciones en Avon.

Los momentos felices han sido pocos y breves. Cuando papá llegaba después de varias giras por el país, lo hacía apestando a alcohol y perfume barato; mamá lo esperaba perturbadoramente, día tras día, y cuando él por fin regresaba, discutían.

Y también tenían sexo.

Recuerdo cubrirme las orejas con mi almohada para no escuchar sus gritos impúdicos, sus palabras soeces ni el rechinar de la vieja cama.

Trago el disgusto que me provoca ese pasaje de mi vida.

Los buenos recuerdos se reducen al momento en que me regalaron mi primera y única Barbie. También, cuando fuimos al zoo de Carolina del Norte y cuando viajamos en una VAN durante un mes desde Wilmington hasta Nueva Jersey.

Cada fotografía cuenta una historia.

Beso la imagen de mamá, mirándome con ternura mientras yo soplaba las velas en mi pastel de cumpleaños. Cumplía solo cinco y papá no había llegado de su gira por Canadá. Mis abuelos habían viajado desde Avon y me habían sorprendido, haciendo que el dolor por la ausencia de mi padre no pesara tanto.

Sorbo mi nariz y llevo otra foto a mi pecho: la de una joven Viola, feliz, de cutis luminoso, risa plena y un resplandeciente cabello rubio largo hasta su cintura.

Mamá era hermosa y me consta que tenía muchos sueños. En oportunidades, antes de dormir, sus cuentos no solo hablaban de la muchacha que conquistó al príncipe sino también de la mujer independiente, estudiosa y luchadora que conseguía todo lo que quería.

En ese momento no entendía por qué lo decía, hasta que mucho después comprendí que esa descripción era la de la mujer que mi madre imaginó ser y quién sabe por qué, no pudo.

Guardo en el álbum todas esas fotografías y en mi corazón los recuerdos que provocaron, pensando en el lugar importante que ocuparán en la vida de mi pequeña.

Cierro las tapas de cartón cuando una imagen se desliza sobre piso. Me esfuerzo por alcanzarla y cuando lo hago, la desmenuzo con la mirada.

En ella veo a mi madre junto a un hombre, un hombre moreno, con barba acolchada y contextura robusta. Examino la desgastada fotografía que ocupa mis manos y la curiosidad da paso a la certeza.

Oh Dios santo, ¿estoy viendo a una joven versión de Brandon? ¿Mi Brandon?¿El hombre que ha prestado servicio en la cocina de mis abuelos desde hace tantos años? ¿Por qué nunca me dijo que la conoció?

Me apresuro ante la revelación - para ser honesta, me visto tan rápido como me responde el cuerpo - y camino hacia el hotel. Muy agitada llego a la cocina, el refugio personal de Brandon, en busca de explicaciones.

Como es de esperar, está en pleno proceso de una de sus preparaciones.

―Hey, cariño. Pensé que te quedarías un rato más en la cama. El cielo está muy gris hoy ―me besa la sien como lo hace habitualmente y debe de interpretar que algo me sucede ya que ni siquiera me molesto en abrazarlo ―. ¿Te sientes bien? Spencer no debe estar muy lejos. ¿Lo llamo?

―No, estoy bien. Quiero saber qué significa esto ―extiendo mi mano sin dudar, exhibiendo la fotografía que es anterior a mi fecha de nacimiento.

Brandon nunca empalidece. Nada lo intimida ni le da miedo.

¿Ahora mismo? Dudo que no se haya cagado en sus calzones.

―¿D-dónde has conseguido esta? ―Examina la imagen.

―Entre las cosas que me ha dejado mi madre. Nunca la había visto antes, supongo que ella pensó que la había escondido bien ―Elevo los ojos, con un dejo de aturdimiento.

―No puedo creer que la haya guardado ―su voz, generalmente fuerte y segura, es un suspiro.

―Brandon, ¿conociste a mi madre?¿Por qué nunca me lo contaste? ―mi labio inferior tiembla. Él toma asiento y me señala la silla frente a él. En la cocina, no hay mucho sitio en el cual sentarse más que por tres sillas de madera roída ―. Necesito que me hables de ella, que me expliquen por qué estaban juntos aquí y cómo es que se conocieron.

Brandon estruja el trapo de cocina sobre sus muslos, evaluando lo que dirá a continuación. Bella impacta lo que supongo es un piecito en mi boca del estómago, obligándome a respirar profundo.

Cuando me estabilizo, Brandon se predispone a derramar su verdad.

―Conocí a tu madre unos meses antes de que quedara embarazada de ti, Angie. Fui el vecino de tus padres cuando vivieron en Norfolk. ―su tono calmo es un bálsamo―. No la conocí en circunstancias...mmm...favorables. Ella estaba alcoholizada y triste en la puerta de su apartamento. La invité a pasar a mi casa y le ofrecí una taza de té caliente y un hombro sobre el cual llorar ―traga y continúa unos segundos después ―. Podría decirse que nos hicimos amigos de inmediato; esta fotografía ―la agita ―es la de su cumpleaños número 19. Unos diez días más tarde, me dijo que estaba embarazada y luego, ella y tu padre se marcharon para siempre de allí.

Me muerdo el labio; el dolor en su relato, su mirada esquiva y brillante, dan cuenta de un amor que nunca prosperó y del que jamás sospeché que fuera posible.

―Me enamoré de tu madre aun sabiendo que no me pertenecía. Jamás hice nada impropio y siempre me comporté como un caballero. Cuando supe que estaba esperando un bebé, mi mundo se derribó. Ella dejó de visitarme, apenas me saludaba. Estaba muy consumida por tu padre; él era el sol alrededor del cual Viola gravitaba. Ella era un ángel con las alas rotas ―resume y debo darle la razón. Me pongo de pie y lo abrazo. Su cabeza se recuesta en mi barriga y sonríe al notar el movimiento de Bella.

―Me hubiera gustado que tú fueras mi verdadero padre, Brandon ―digo en un sollozo ahogado.

―Vine aquí esperando conocerte; muchos años después de perder de vista a Viola, me propuse saber de ella porque no la había olvidado. Durante alguna de nuestras charlas, me dijo que tus abuelos trabajaban aquí así que llamé sin dudarlo, dispuesto a saber qué fue de su vida. Tu abuela me confirmó lo peor: que Viola se había suicidado y que tú estabas viviendo con ellos. Me sentí horrible y culpable por no haber hecho más cuando tuve la oportunidad, por no haberle dicho que la amaba ―su tono ronco es endeble ―; tuve la necesidad de ver con mis propios ojos a la niñita hermosa que Viola había concebido.

Brandon extiende su vertical y ahora soy yo la que queda envuelta por sus brazos, refugiada en su ancho pecho. Me frota la espalda y posa sus labios en mi frente, paternalmente.

―¿Por qué nunca me lo dijiste? ―Le reprocho otra vez.

―¿Tenía sentido hacerlo?

―Hubiera conocido otra faceta de Viola. A medida que pasa el tiempo, sus recuerdos se desvanecen y temo no poder transmitirle lo suficiente a mi hija.

―Háblale de aquello que te haya quedado en el corazón, esas cosas nunca se olvidan.

Nos miramos por un largo momento, nos sonreímos y arrastramos las lágrimas que caen de los ojos del otro.

―Solo para que quede en claro: ¿me adoptarías como hija? ―Él carcajea simpáticamente y su fila de dientes blancos me encandilan.

―Sí. ¿Y tú me adoptarías como padre?

―Ya te comportabas como uno, así que ¡pues claro!

***

La tarde transcurre entre reservas confirmadas y un carrito de compras que lleno y vacío constantemente con sábanas nuevas, mantas esponjosas y cojines con fundas pintadas a mano que quedarían perfectas en las habitaciones del hotel.

Miro de reojo la planilla con los gastos previstos para las mejoras, según el cálculo de Spencer. Es mucho, muchísimo dinero, incluso habiendo minimizado los costos.

Froto mis sienes y su propuesta de invertir en el hotel no se ve tan descabellada. ¿O será como esos tipos vestidos con trajes Armani que apilan billete sobre billete con la mera y única intención de obtener más billetes?

La oferta es tentadora, varios de los problemas estructurales que el hotel ha arrastrado por tanto tiempo desaparecerían y podríamos actualizar los electrodomésticos de Brandon además de comprar nuevos colchones, chucherías para decorar los cuartos, mantelería y vajilla...

Resoplo mirando la pantalla de mi ordenador, agobiada. Cierro la pestaña que contiene la larga lista de "cosas que me encantaría comprar, pero no sé cómo pagarlas" y recorro la página web que ha diseñado Tristán, el amigo de Spencer.

Es hermosa, verdaderamente hermosa.

Ha sabido capturar la esencia familiar, el esfuerzo de mis abuelos porque el "Joya del mar" invite a la paz. También ha mencionado la estadía de Donna Finley años atrás y no sé cómo hizo, pero esta promoción ha rendido sus frutos de inmediato.

Las fotografías de Spencer son de un gusto exquisito: una vieja imagen del hotel envuelto en bruma espesa, otra en la cual el agua besa la arena a su paso y la última, la más emotiva, es la de mi perfil embarazado en rojos, ocres y amarillos, con una frase que invoca a la tradición, a la fe en las nuevas generaciones y en la importancia de las raíces.

Hoy ha sido un día movilizador y estoy sola, aquí sentada, más que aburrida. Ally y Stacy ya han limpiado todo, Brandon ha salido a distribuir los pedidos de comida a domicilio y Spencer ha viajado a Elizabeth City a su entrevista laboral.

Apoyo mi cabeza sobre mis brazos cruzados en el mostrador y descanso por un rato.

***

―Angie...Angie ―mi nombre se escucha en un susurro. Un cálido aliento recorre mi oreja. Sonrío. La voz está muy cerca de mi boca y para cuando espero por un beso de Spencer, el reconocimiento me aturde ―. Angie, ¿te has quedado dormida? ―más clara, la voz de Mark me despierta.

Toso, sonrío nerviosamente y respiro profundo. La posición en la que me he quedado dormida me hace crujir todos los huesos y siento dolor en cada pedacito de mi ser.

―¿Por qué no estás en tu cama? Ya es muy tarde para que estés aquí adelante. ―en efecto, las luces exteriores alumbran la recepción. Mark toca la perilla y voilá. Ya no estamos penumbras.

―¿Qué hora es? ―pregunto sin poder contener un grosero bostezo que sale desde el fondo de mis entrañas.

―Hora de cenar y yo te haré compañía ―eleva las cejas en un gesto que me incomoda.

―Spencer debe estar por llegar, ya sabes...―Quiero que mi amigo se vaya y evitar altercados.

Desciendo de mi alta silla y él me sujeta por la muñeca, con una carga sensorial superior a la de una simple ayuda. Se me acerca más de lo que estoy dispuesta a aceptar.

―Angie, hay algo que debo decirte con respecto a Spencer. No ahora mismo ni aquí. Vayamos a cenar a otro sitio, por favor.

―No puedo.

―¿Por qué? Hasta donde sé no hay ningún huésped y el único que tenías se ha mudado de cuarto ―desliza con ironía.

―Lo que acabas de decir es de muy mal gusto, ¿qué demonios sucede contigo?

―¡Spencer es lo que me sucede!

―¡Deja ya de celarlo! ―exclamo en un tono demasiado agudo. Él se frota la nuca, ganando unos minutos ―. Mark, ya hemos hablado de esto y...

―¡Él te está engañando, Angela! ―Agita sus manos, fuera de quicio.

Las palabras me impactan como un camión a toda velocidad. Mi sonrisa es tensa y nerviosa, mi corazón late desbocadamente y debo apoyarme en el mostrador para mantener mi vertical. Mark se me acerca, pero lo espanto.

―¿Por qué mientes de esa manera? ―mis lágrimas no conocen de oportunismo, fluyendo sin parar.

―Ojalá fuera una mentira, pero acabo de estar en Elizabeth City y lo vi con mis propios ojos ―su voz es quejumbrosa y aunque quisiera que estuviera inventándolo todo, escucharlo tan seguro de lo que dice, me afecta―. Lo encontré en la cafetería de Cage, sobre la carretera de acceso. Y... no estaba solo: había una muchacha con él; se tomaban de la mano, se miraban con...

―¿Con qué? ―exijo. ¿Quiero saber los detalles?

―Con aprecio, dulzura ―eleva sus hombros y da un paso más en mi dirección. Esta vez, no lo repelo.

―Debe ser un error. ¿Estás seguro de que era él? Spencer me juró que nunca ha habido nadie importante... y que...

―Y quizás no lo haya habido ―blande una espada, pero de inmediato, se reposiciona en su contra ―, hasta que se dio cuenta que Avon es un mundo pequeño y limitado para él. Spencer es amable, atractivo y anda de un lado al otro con su cámara fotográfica tomando imágenes del atardecer, de los pajaritos que sobrevuelan la playa y del caminar de la gente. Las chicas siempre se sienten atraídas por los nostálgicos y con aspecto de ricachón ―lo dice con un dejo de envidia.

No sé qué prefieren las chicas de las que habla Mark, pero que Spencer no haya dejado de ser un jugador me hiere en lo más profundo de mi corazón. Me duele la cabeza y puede que la tensión arterial se me acabe de disparar peligrosamente. Mi vientre se endurece y comienzo a regular mi respiración.

Aun no es tiempo de que Bella vea la luz, mucho menos en este contexto.

―¿Angie? ¡Angie! ¿Te sientes bien? ―pregunta.

¡Obvio que no, idiota! Me acabas de arrojar un cubo de agua helada en la cabeza y pretendes que diga que "sí, me siento de maravillas".

―¿Está Brandon en la cocina? ―se desplaza erráticamente hasta las puertas dobles y sale al segundo, cuando ve que no hay nadie más que yo ―. Angie, dime a quién puedo llamar. ―me rodea, me toma de las manos mientras que yo, lo único que deseo, es descansar y despertar de esta pesadilla.

Siento las piernas flojas y el alma en pedazos.

―¿Cómo era...ella? ―¿De veras, Angie?¿Lo único que vas a preguntar es eso?

―¿Quién? ―miro a Mark con enojo y creo que se ha dado cuenta de quién le hablo ―. Oh, sí..."ella" ―entrecomilla absurdamente. Dios, cómo quisiera que volara de aquí pero, francamente, no deseo quedarme sola hasta que este vahído y este malestar no disminuyan.

¿Calmarán realmente?

―Bonita, de cabello castaño, tez blanca. De contextura pequeña. Grandes ojos y boca carnosa. Spencer no me vio, él estaba en una de las mesas de adentro y de espaldas para cuando bajé de mi coche en busca de unos pocos suministros.

Miro hacia el piso, imaginando el rostro de esa belleza que logró cautivar a Spencer, quien consiguió que me mintiera diciendo que iba a una entrevista con alguien del ayuntamiento.

Una gruesa lágrima se desliza solitariamente por mi mejilla y en mi garganta hay un nudo difícil de empujar.

―Angie, lamento decirlo, pero te lo he advertido. ―Hay de todo menos lamento en su voz.

―Lo sé ―Odio darle la razón, aunque sea justo.

La taquicardia cede y me tranquilizo, mi respiración llega a niveles estables y ya no siento las falsas contracciones. Bella se mueve serenamente. Todo recobra su orden universal, aunque mi corazón se quiebre un poco más con cada minuto que pasa.

―Ve a tu casa. Yo me encargaré de cerrar todo aquí ―acaricia mi rostro con el dorso de su mano. Está demasiado cerca y yo demasiado anestesiada con todo lo sucedido como para alejarlo.

Su aliento mentolado roza mi piel humedecida por el llanto.

En otro momento, pensaría que solo me ofrece consuelo; hoy, estoy segura de que está a la pesca de algo que jamás podré darle.

¿Podríamos Mark y yo tener algo más que una amistad?

Sería fácil y previsible que camináramos a la par, que continuemos compartiendo momentos...pero no puedo.

Él no es el correcto, él no es quien provoca que mi cuerpo tiemble con su cercanía, quien mueve mi mundo de su eje.

―Mark, no hagas algo de lo que puedas arrepentirte ―murmuro.

―Jamás me arrepentiría de besarte, Angie ―su voz es ronca y llena de deseo. Desagradable por completo.

Tomo sus manos y las arrastro hacia ambos lados de su cuerpo.

―Iré a casa y tú cerrarás todo. Luego, te marcharás de aquí ―le ordeno. Se toma un larguísimo segundo para aceptarlo. Lo hace a regañadientes.

Me pongo de puntitas de pie, le doy un beso en la mejilla y giro sobre mis talones para cuando sus palabras me detienen en mi lugar.

―Angie, a diferencia de ellos, yo siempre estaré aquí. Para y por ti.

Inspiro profundo, no quiero lastimarlo, tampoco darle falsas expectativas con un futuro en común.

―Gracias, Mark. ―Me retiro arrastrando los pies y con el alma destrozada.

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