2.- Verte otra vez
Querido lector:
Antes de comenzar quiero comentarte que si leíste el Prologo y el Capítulo 1 el día que se publicaron, quisiera recomendarte que los leas de nuevo :3
He hecho ajustes en la redacción de esos capítulos, por lo que espero que al leerlos, tengas una experiencia nueva y diferente a la primera vez que los leíste. No he cambiado los detalles, por lo que en historia es lo mismo, pero en estilo narrativo, siento que lo he mejorado.
Espero te animes a leerlos de nuevo.Gracias por tu atención 🥰
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— Derecha. Izquierda. Derecha. Izquierda. ¡La otra izquierda!
El eco de las órdenes resonaba en la amplia sala del templo, llenando el espacio con la frustración de dos voces muy diferentes: una firme y autoritaria, y otra claramente agotada.
— ¡Maestro, estoy cansadaaaaa~! —se quejó Mana, dejando caer los hombros mientras sostenía su báculo a duras penas. Sus pies deslizaban torpemente sobre el suelo pulido, revelando que la noche había sido más larga de lo que podía soportar.
Mahad, sin siquiera mirarla, dejó escapar un largo suspiro, lleno de la paciencia forjada por años de enseñar a la testaruda castaña.
— No. Así aprenderás a pensar mejor la próxima vez que descuides tus hechizos. —Su tono no admitía discusión, pero Mana no era del tipo que se rendía con facilidad.
— ¡Maestro, por favor! Estoy cansadaaaa~ —repitió con un tono aún más quejumbroso, casi arrastrando las palabras como si eso pudiera ablandar el corazón de piedra del mago.
Mahad frunció el ceño, girando hacia ella con exasperación.
— Ya te dije que... —Su frase quedó a medias. Sus ojos se clavaron en la figura de la joven, que ahora permanecía inmóvil frente a él. Algo estaba mal.
Lentamente, Mahad levantó su báculo y lo bajó con fuerza, golpeando a Mana... o al menos lo intentó. Ante sus ojos, la castaña se desvaneció como si hubiera sido hecha de humo, dejando tras de sí únicamente un pergamino flotando en el aire.
— Un talismán... —murmuró Mahad, tomando el papel entre sus dedos. Lo observó con atención, su expresión pasando de sorpresa a orgullo en cuestión de segundos— Pero aún no te he enseñado a hacer esto... —Su voz, que siempre tenía un tono severo, se suavizó mientras una sonrisa orgullosa se formaba en su rostro—. Parece que el ponerte a organizar esos pergaminos no fue tan mal castigo después de todo.
Alzó la vista al cielo estrellado del patio exterior del templo y dejó escapar un leve suspiro.
— Aprendiste a usar talismanes en una sola noche. Quizá no eres tan distraída como pensaba.
Justo en ese momento, una voz familiar rompió la calma.
— Mahad. —El tono solemne y autoritario del joven príncipe resonó mientras cruzaba el umbral de la sala. Atem, con la postura elegante y los ojos brillantes de determinación, se acercó al maestro con la tranquilidad de quien sabe que siempre será escuchado.
Mahad, aún sosteniendo el talismán de Mana, alzó una ceja, claramente ya sospechando lo que venía.
— ¿Podrías prestarme un rato a mi querida prima? —pidió Atem, su voz teñida con un toque de burla juguetona.
El mago soltó una risa seca y burlona antes de hablar, alzando el talismán que tenía en la mano.
— Muy gracioso Mana, pero necesitas mejorar tus invocaciones —Con un movimiento rápido, hizo desaparecer al príncipe en humo y a su vez, recogió un segundo talismán en su puño cerrado, mientras una vena comenzaba a pulsar en su frente.—. Atem jamás te llamaría "querida prima". Más les vale regresar temprano —advirtió Mahad, bajando la voz con una gravedad que hacía temblar hasta las paredes del templo—. ¡O haré que organicen todo el templo oeste, mocosos malcriados!
Mahad se quedó solo, aunque tecnicamente lo habia estado todo el rato. Mirando al cielo estrellado y respirando profundamente.
— Malditos mocosos... —gruñó para sí mismo, aunque en su rostro permanecía esa leve sonrisa de orgullo que solo él conocía.
•••
—¡Atem! ¡Ese tipo está comiendo fuego! —exclamó Mana, señalando con entusiasmo al artista callejero mientras se giraba hacia su primo.
— Lo vi, pero ya deja de gritar mi nombre, alguien podría escucharte. Y ya deja de comprar cosas, Mana. Si alguien ve estos adornos en el palacio, nos meterás en problemas. —El tono de Atem era firme, aunque la diversión en su mirada traicionaba su aparente molestia.
—¡Pero son preciosos! —recalcó ella, sosteniendo un colgante de piedras iridiscentes que destellaban bajo los rayos de sol que caían sobre la plaza.
—Mana, somos egipcios. Ellos son gitanos. No puedes simplemente... —Atem suspiró, ajustando la capucha de su capa para ocultar mejor su rostro—. A mí también me parecen hermosos, pero si mi padre los viera, lo consideraría una falta de respeto a nuestros dioses.
—Por favor, Atem, tu padre jamás se enterará. —Con una sonrisa traviesa, pagó al vendedor antes de guardar el colgante en su bolso—. Me aseguraré de esconderlos bien en mi habitación. Mi tío nunca entra ahí. —Guiñándole un ojo, tomó su brazo y lo jaló hacia adelante con determinación—. ¡Vamos, no seas tan aguafiestas!
Atem bufó suavemente, pero no pudo evitar sonreír ante la testarudez de su prima.
—Como sea. Date prisa, el espectáculo está a punto de comenzar.
—¿Qué? Ah, claro... El chico que conociste ayer. —Mana arqueó una ceja, divertida—. ¿Estás seguro de que lo dejarán participar otra vez?
—Eso espero. Pero primero, vamos a buscar un lugar alto donde podamos verlo sin ser notados.
La castaña asintió y lo siguió mientras avanzaban por el bullicioso mercado, rodeados de vendedores que gritaban sus ofertas y de clientes regateando por todo tipo de productos. Atem caminaba con cautela, manteniendo la cabeza gacha bajo su capucha para evitar llamar la atención. Al notar que la capucha de Mana estaba ligeramente caída, le dio un pequeño toque en la cabeza.
—Cúbrete bien, Mana. Si alguien nos reconoce, nos meteremos en problemas serios.
—Lo sé, lo sé. —Se ajustó la capucha con un gesto impaciente, aunque sus ojos seguían brillando de emoción al mirar los puestos a su alrededor—. ¡Mira ese brazalete!
—Concéntrate, Mana.
Finalmente, Atem se detuvo frente a un callejón donde unas cajas apiladas ofrecían acceso al techo de una casa cercana a la plaza central.
—Sube rápido, antes de que alguien nos vea.
Mana trepó con facilidad, sujetándose de las cajas mientras Atem vigilaba los alrededores. Una vez en el techo, ambos se acomodaron para apreciar mejor el espectáculo. Desde allí, tenían una vista privilegiada de la plaza, donde la música y las risas ya llenaban el aire.
—Esto está increíble —comentó Mana mientras observaba a los gitanos que comenzaban su actuación. Los bailarines giraban en círculos perfectos, sus ropas coloridas creando remolinos de luz y movimiento.
—Ese es su grupo —dijo Atem, señalando discretamente hacia un grupo que se preparaba en el centro de la plaza—. No tardará en aparecer.
—Eso espero, porque ya casi me acabo mis bocadillos. —Mana sacó un dátil confitado de su bolsa y se lo llevó a la boca—. Por Ra, están deliciosos.
Atem negó con la cabeza, divertido.
—Shh. Mira. Es él...
La música cambió de tono, volviéndose más intensa y rítmica. De entre los bailarines, un joven apareció envuelto en telas vaporosas que se movían como si el viento mismo las guiara. Su entrada fue elegante, sus pasos ligeros, como si flotara sobre la tierra.
Cuando los demás bailarines se apartaron, el chico quedó en el centro. Su vestimenta era un espectáculo en sí misma: una pequeña falda morada adornada con detalles dorados, una blusa dividida que dejaba al descubierto su torso, y un velo transparente que cubría su cabeza y la mitad de su rostro. Su piel resplandecía bajo los rayos del sol, y sus ojos, dos amatistas brillantes, atrapaban la atención de todos los presentes.
—Wow... —murmuró Mana, sin apartar la vista—. ¿Ese es un chico? Parece... una mujer increíblemente hermosa.
—Lo sé. Yo también lo pensé ayer, pero créeme, es un chico.
—Pues es muy bello... —admitió ella, fascinada—. No es de extrañar que lo llamen "La joya del desierto". —exclamó, recordando el nombre artístico que Atem había mencionado el día anterior.
Atem observó al joven con atención renovada. Había algo en él que iba más allá de su apariencia física: una gracia innata, una energía magnética que hacía imposible mirar hacia otro lado.
Justo entonces, el bailarín levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Atem. Fue un instante fugaz, pero suficiente para que el corazón del príncipe latiera más rápido. El chico le sonrió, una curva suave en sus labios que parecía guardar un secreto.
—Mana, ¿crees que él aceptaría venir al palacio? —preguntó Atem, todavía absorto en el recuerdo de esa sonrisa.—¿Mana? —Atem miró a su alrededor, buscando una respuesta que no llegó. La chica ya no estaba—. Hija de...
El moreno soltó un suspiro de frustración. Era típico de ella desaparecer sin previo aviso. No estaba preocupado; Mana sabía cuidarse mejor que nadie. Sin embargo, no pudo evitar pensar que era una constante batalla seguirle el paso.
Desde lo alto del tejado, Atem contempló el espectáculo. La luz del sol del mediodía caía directamente sobre la plaza, realzando los colores vivos de las telas y los adornos de los artistas. El calor hacía que el aire vibrara ligeramente, como si todo el lugar estuviera envuelto en un aura dorada. Los aplausos atronaron cuando los artistas terminaron su número con un giro final espectacular. Atem observó cómo los gitanos se inclinaban en reverencia, agradeciendo el entusiasmo del público, antes de comenzar a pasar pequeñas bolsas para recoger monedas. Aprovechando el final del espectáculo, descendió del tejado con agilidad, ajustándose la túnica que cubría todo su cuerpo, de la cabeza a los tobillos. Su identidad debía permanecer oculta.
—Fue un espectáculo maravilloso —comentó Atem con voz profunda, depositando dos monedas de oro en la bolsa del joven bailarín de piel pálida.
El chico quedó perplejo al ver el brillo dorado en la bolsa. La moneda común era de plata, por lo que aquel gesto no solo era generoso, sino también inusual. ¿Quién era ese joven?
—T-te lo agradezco mucho... —murmuró con voz tímida, luchando por contener la sorpresa—. Creí que no te vería.
—No me gusta romper mis promesas —respondió Atem con una leve sonrisa—. Te dije que estaría aquí hoy, y ahora quiero estar en todos tus espectáculos mientras estés aquí. Además, prometí protegerte de los guardias, ¿no?
El bailarín sintió cómo sus mejillas se sonrojaban, incapaz de disimular la emoción que aquellas palabras le provocaban.
—Entonces puedo bailar sin miedo. Sé que estarás ahí para protegerme.
Una risa suave escapó de los labios de Atem. Había algo genuino en la mirada del joven bailarín, una inocencia que no había visto en mucho tiempo. Los intercambios de miradas, las risas bajas y los gestos tímidos entre ambos hablaban más de lo que las palabras podían expresar. Desde la distancia, Tea observaba la escena con el ceño fruncido, incapaz de ocultar su incomodidad.
—¿No son lindos? —bromeó Joey a su lado, disfrutando de la incomodidad evidente de la castaña.
—Cállate, Joey —gruñó Tea sin apartar la mirada de Atem.
—Está creciendo, Tea. No puedes evitar que sienta afecto o atracción por alguien.
—Lo sé —admitió ella con tono áspero—, pero me preocupa que ese alguien sea un... agh... egipcio.
—No todos los egipcios son malos. ¿Ya olvidaste lo que pasó con Kisara?
—La rescató un egipcio. ¿Y qué? Solo tuvo suerte. Ese tipo... —miró fijamente a Atem, con desconfianza evidente— no me da buena espina. Siento que solo quiere aprovecharse de la ingenuidad de Yugi.
—Yo creo que...
—¡Guardias! —gritó una voz a lo lejos.
Tea reaccionó de inmediato, girándose hacia la dirección del llamado, mientras Joey la tomaba del brazo.
—Maldición. ¡Yugi! —le gritó a su hermano, viendo cómo este se alejaba junto a Atem, ambos perdiéndose entre la multitud.
—¡Estará bien, Tea! Vámonos YA —exclamó Joey, tirando de ella con fuerza. Aunque quería quedarse, Tea no tuvo más opción que confiar en las habilidades de Yugi y alejarse a toda prisa antes de que los guardias los atraparan.
—¡Joey! —gritó Mai desde la entrada de una vivienda, su tono lleno de urgencia. Tan pronto como Joey y Tea cruzaron el umbral, Mai cerró la puerta con rapidez, recargándose en ella mientras trataba de controlar su respiración. Su rostro reflejaba el miedo que aún no se había desvanecido—. ¿Y tu hermano?
—Se fue con ese mequetrefe otra vez —respondió Tea, entre jadeos. El esfuerzo de haber corrido tanto la hacía hablar entrecortadamente, pero el enojo en su voz era evidente, casi eclipsando su preocupación.
Joey bufó mientras se acercaba a Mai, rodeándola con sus brazos en un intento de calmarla.
—Ya te dije que confíes en él —le dijo a Tea con un tono tranquilo, aunque una ligera preocupación se asomaba en sus ojos—. ¿Estás bien? —Se dirigió ahora a su mujer.
Mai asintió, apoyando su cabeza en el pecho de su amado por un breve instante antes de enderezarse.
—Sí... gracias a que la señora Kamill me vio correr hacia aquí.
—¿Té? —interrumpió una voz amable.
Desde la cocina apareció la señora Kamill, una mujer de porte elegante, con un rostro marcado por el tiempo, pero cuyos ojos aún brillaban con el fuego de la experiencia. Sostenía una bandeja con tazas de té humeante, el aroma reconfortante llenando la habitación.
—Déjeme ayudarla, señora Kamill —se ofreció uno de los jóvenes gitanos presentes, tomando la bandeja con cuidado para repartir las tazas entre los demás.
La casa de Kamill era un refugio, un santuario para los gitanos en peligro. Mitad gitana y mitad aventurera, Kamill había dedicado su vida a proteger a los suyos mientras coleccionaba tesoros e historias de tierras lejanas. Aunque sus viajes solían mantenerla lejos por largos periodos, siempre volvía durante estas fechas para abrir las puertas de su hogar a quienes lo necesitaran.
—Joey, Mai, qué gusto verlos juntos todavía —comentó Kamill con una sonrisa cálida mientras abrazaba a ambos—. ¿Boda? ¿O aún están aplazando? —bromeó con una risa suave.
Joey se rascó la nuca, incómodo.
—Bueno, nosotros...
—Señora Kamill, ¿puedo salir por el techo? —interrumpió Tea, su tono impaciente mientras se movía inquieta.
Kamill ladeó la cabeza con una expresión de leve reproche, pero su voz se mantuvo serena.
—Querida Tea, aún hay guardias afuera.
—Lo sé, pero necesito buscar a Yugi.
El nombre de su hermano hizo que Kamill arqueara una ceja, su interés despertado.
—¿Yugi? —preguntó con sorpresa, su tono ligeramente más animado—. ¿Al fin lo has dejado bailar en el espectáculo callejero? ¡Qué maravilla!
Tea soltó un suspiro frustrado, cruzándose de brazos.
—Lo sería si supiera cuidarse —murmuró, más para sí misma que para los demás.
Joey, que había permanecido callado hasta entonces, dio un paso hacia adelante. Sus ojos estaban llenos de una mezcla de preocupación y determinación.
—¿Y cómo esperas que lo haga si no le permites aprender? —preguntó con firmeza, su tono tranquilo pero con un peso que resonó en la habitación—. Tu hermano ya tiene 15, Tea. A su edad, nosotros ya sabíamos escapar, trepar tejados y despistar guardias. Él apenas sabe correr.
Tea se giró hacia él, su mirada encendida de enojo.
—¿Me estás culpando?
Joey alzó las manos en un gesto conciliador, aunque no bajó la voz.
—No es culpa tuya querer protegerlo. Lo entiendo. Pero ese miedo lo está alejando de la realidad. Somos gitanos, Tea. Nuestra existencia aquí siempre será un peligro, y aprender a sobrevivir es nuestra única arma. Si no fuera por ese chico que lo salvó ayer, Yugi estaría ahora mismo fregando suelos en el palacio.
Las palabras de Joey cayeron como un golpe. Tea apartó la mirada, pero la tensión en sus hombros la delataba. Antes de que pudiera responder, Mai intervino con un intento de calmar la situación.
—Joey tiene razón, Tea. Sé que lo amas, pero...
—No me ayudes, Mai —respondió Tea, su voz cortante, aunque un atisbo de arrepentimiento se asomó en sus ojos.
La señora Kamill, que había estado escuchando atentamente, se acercó con pasos lentos. Su presencia siempre traía consigo una sensación de calma, como si sus palabras llevaran el peso de la sabiduría.
—Joey tiene razón, querida. No puedes protegerlo para siempre. —Su voz era suave, pero su mirada penetrante, obligando a Tea a mirarla—. Si algún día te atrapan, él tendrá que valerse por sí mismo. Podrá contar con amigos, pero jamás recibirá los mismos cuidados que tú le das. Es un camino difícil, pero también necesario.
Antes de que Tea pudiera responder, unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación, y todos se tensaron al instante. Mai, que estaba más cerca, apretó los labios y se acercó lentamente.
—¿Señora Kamill? Soy Yugi —la voz al otro lado hizo que Mai soltara el aliento contenido y abriera apresuradamente.
La figura de Yugi apareció en el umbral, con la ropa ligeramente desordenada pero una sonrisa aliviada en el rostro.
—¡Yugi! —exclamó Tea, corriendo hacia su hermano con el corazón en un puño. Lo atrapó en un abrazo tan apretado que casi lo dejó sin aire, pero rápidamente lo soltó para inspeccionarlo de pies a cabeza. Sus manos temblaban ligeramente mientras recorrían sus hombros y brazos, buscando señales de daño—. ¿Te lastimaste? ¿Estás bien?
Yugi sonrió con una calidez que solo parecía irritar más a su hermana. Colocó sus manos sobre las de ella para detenerlas.
—Estoy bien, Tea, de verdad. —Su voz era serena, como si no entendiera del todo la magnitud de la preocupación que había causado—. Él me protegió de nuevo.
—¿Él? —repitió Tea, desconfiada, mientras arqueaba una ceja. Yugi ya estaba mirando por encima de su hombro hacia la puerta, como si esperara que alguien apareciera de la nada.
—Sí. Estaba conmigo... pero ya no está —dijo, con un destello de decepción en sus ojos.
Joey, que había estado observando en silencio, no pudo evitar intervenir, inclinándose hacia adelante con curiosidad y una sonrisa burlona.
—¿Es el chico con quien hablabas en la plaza? —preguntó, mientras cruzaba los brazos.
—Sí —respondió Yugi, animándose un poco—. Me ayudó a trepar a un techo para escondernos. Fue increíble, Joey. Y ahí conocí a su prima.
La mención provocó una carcajada de Joey, quien no dejó pasar la oportunidad de bromear.
—Ah, mira nada más. Ya te está presentando a la familia. Esto va rápido.
Mai y Kamill rieron suavemente, aunque Tea se mantuvo seria, fulminando a Joey con la mirada como si quisiera borrarlo del mapa. Sus ojos se fijaron de nuevo en Yugi, quien parecía no notar la incomodidad de su hermana.
—¿Su prima? —preguntó Tea, con un tono más cortante de lo que pretendía.
—Sí, una chica muy linda. Es amable, pero tiene algo de locura... divertida, supongo. Me contó que la estafaron con unos talismanes falsos —respondió Yugi, su sonrisa iluminando la habitación, como si esa pequeña anécdota hubiera sido la mejor parte de su día.
Pero Tea no estaba lista para relajarse. Su preocupación hervía bajo la superficie, transformándose en frustración.
—Yugi, Yugi... —dijo mientras lo tomaba por los hombros y lo empujaba suavemente hacia el interior de la casa cerrando la puerta detrás de ellos con firmeza—. Lo que importa es que estás aquí, sano y salvo. —Su voz era urgente, casi desesperada—. Me tenías muy preocupada. Escúchame, tienes que aprender a escapar por ti mismo, a cuidarte. ¡No puedes confiar tan rápido en cualquiera! ¿Qué pasaría si fuera alguien peligroso? ¿Si te estuvieran tendiendo una trampa?
Yugi, que había estado escuchando pacientemente, finalmente dio un paso atrás, soltándose de su agarre. La intensidad de su mirada sorprendió a Tea; su expresión había cambiado de la dulzura habitual a una determinación que no esperaba.
—Pero ya sé que no lo es, Tea. Él es un buen chico. Qué lástima que tú no puedas verlo así —respondió con una firmeza que hizo que Tea retrocediera un poco.
El silencio que siguió fue denso, cargado de emociones reprimidas. La tensión entre Tea y Yugi flotaba en el aire, pesada como una nube que no terminaba de desvanecerse. Kamill, siempre tan perspicaz y consciente de las dinámicas entre la relación de aquellos hermanos, percibió de inmediato la incomodidad. Con una sonrisa que escondía más sabiduría de la que dejaba ver, decidió intervenir.
—Yugi, querido, ¿me ayudas con unas cajas? Están en el techo —preguntó con su tono suave, ligeramente juguetón, como si se tratara de un simple favor, pero sus ojos brillaban con una intención más profunda. La mirada en su rostro era la de alguien que entendía las tensiones, pero también sabía que a veces, cambiar de aire era lo único que podía romper el nudo de un momento cargado.
Yugi miró a Kamill, luego a los escalones de la estrecha escalera que conducía al techo. Entendió que la invitación era realmente para escapar, aunque fuera por unos momentos, de la conversación incómoda que había quedado suspendida en el aire. El peso de las palabras no dichas parecía haberse adherido a su piel, y por más que quisiera romper ese silencio, no encontraba las palabras adecuadas.
Suspiró profundamente, como si todo el aire de la sala le aplastara el pecho. Sin decir nada más, asintió lentamente, y con paso medido comenzó a ascender por las escaleras. El crujir de la madera resonó en el vacío de la casa, marcando el contraste con el silencio que había dejado atrás. A medida que subía, un extraño alivio se apoderaba de él, como si cada peldaño lo alejase no solo del cuarto, sino también de esa conversación que lo había dejado tan confundido.
Al llegar arriba, el aire fresco del exterior lo recibió, despejando la neblina de pensamientos que se había acumulado. El cielo, aún cálido por el sol del atardecer, parecía más cercano desde allí.
Desde lo alto, el sol bañaba el horizonte con su luz dorada, pintando la ciudad de tonos cálidos. Las casas, cubiertas de una capa de arena fina, parecían descansar bajo el peso de los siglos, sus paredes resplandeciendo suavemente con la luz del día. El calor del desierto había comenzado a disminuir, pero aún conservaba su abrazo. Desde el techo de la casa de Kamill, se podía ver la plaza, llena de gente, y más allá, las callejuelas serpenteantes de la ciudad que siempre parecían estar cubiertas por una capa de polvo brillante. El contraste entre las sombras y el resplandor del sol le daba una sensación de quietud, como si el tiempo pasara de manera distinta en ese lugar, más lento, más eterno.
A cada paso, el crujir de la madera resonaba bajo sus pies, como si la casa misma se ajustara al peso de sus cuerpos. Al llegar arriba, Kamill señaló un rincón cercano, donde unas cajas estaban apiladas, listas para ser dejadas en su sitio.
—Ayúdame con esto, Yugi —dijo Kamill con voz tranquila pero firme, señalando unas cajas que parecían contener herramientas y algunos productos que debían ser almacenados.
Yugi, sin pensarlo demasiado, se acercó y comenzó a levantar una de las cajas más pequeñas. Aunque era algo pesado, logró equilibrarla en sus brazos y la siguió hasta el borde de la azotea, donde Kamill ya había dejado las otras. Las dejó con cuidado a un lado, notando el peso de su propia presencia al observar las cajas, tan simples, pero necesarias.
Kamill, con una calma serena, guardó silencio por un momento, observando el horizonte. Aunque el sol todavía estaba alto en el cielo, su luz dorada bañaba todo a su alrededor, impregnando el aire con una atmósfera cálida y vibrante. La ciudad abajo parecía detenerse bajo esa luz, los tejados reluciendo suavemente y las sombras aún cortas, como si el día estuviera suspendido en un equilibrio perfecto. La calidez del desierto todavía abrazaba el aire, pero no había prisa. No parecía haber prisa en Kamill, ni en ese momento.
Después de unos segundos, ella se giró hacia Yugi, quien seguía con la vista fija en la escena frente a él, como si intentara atrapar algo que se le escapaba en el juego de luces y sombras que el sol dibujaba en el horizonte. Con un suspiro suave, Kamill habló, su voz tranquila pero firme, cargada de algo más que una simple observación.
—Tienes un gran corazón, Yugi —dijo, y sus palabras, sencillas pero llenas de una profundidad inusual, hicieron que Yugi se sintiera, casi sin quererlo, más expuesto de lo que había estado en todo el día. Sus ojos se encontraron con los de ella, y en ese instante, Yugi sintió que Kamill veía más allá de la fachada que todos los demás conocían de él. Vio más que la fragilidad que intentaba esconder, más que la confusión que lo mantenía cautivo en su propio corazón.
Las sombras de la tarde todavía no se alargaban, pero la conversación ya comenzaba a tomar una forma más densa. Yugi podía sentir que las palabras que Kamill estaba a punto de compartir serían algo más que una lección sobre cómo cargar cajas o sobre la vida cotidiana. Había algo en su tono que le decía que esta conversación cambiaría algo profundo en su alma. Algo que no podría deshacer.
—No dejes que te lo apaguen —añadió, casi como un susurro, pero con un tono lleno de urgencia, como si quisiera transmitírselo directamente al alma del joven.
Yugi se quedó en silencio, observando cómo el viento jugaba con su cabello. A pesar de las palabras de Kamill, algo dentro de él seguía inquieto, como si hubiera algo más, algo que no podía poner en palabras.
Kamill se acercó un paso más y, apoyando una mano sobre su hombro, miró hacia el mismo horizonte que Yugi contemplaba, ese mar de casas cubiertas por el polvo, ese mundo tan vasto y lleno de peligro, pero también de promesas.
—Sé que no es fácil. La vida no lo es. —Su tono se suavizó—. Pero hay algo que tienes que entender, querido. Ser bueno, confiar en tu corazón y en tu instinto, eso es lo que te define. No dejes que las circunstancias te quiten eso, no dejes que el miedo te haga perder lo que eres. El corazón tiene una fuerza que muchos no comprenden, pero también hay que saber usarlo con sabiduría.
Yugi asintió, aunque aún no estaba seguro de comprender completamente lo que Kamill quería decir. En su interior, siempre había querido ser bueno, siempre había tratado de serlo, pero a veces, las cosas no salían como esperaba.
Kamill lo miró de reojo, como si estuviera observando una parte de él que Yugi mismo aún no entendía.
—Pero también debes tener precaución. Porque la vida es impredecible, y las personas pueden ser impredecibles, querido. No todo es como parece, ni todos tienen las intenciones que dicen tener. —Su voz adquirió un tono más grave, como si compartiera una verdad dolorosa, una lección aprendida a costa de heridas profundas—. Tu hermana... Tea... ella solo quiere protegerte, lo sabes, ¿verdad?
Yugi frunció el ceño, mirando a Kamill como si acabara de dar en el clavo. No había pensado en eso de esa manera, pero ahora que lo decía...
—Ella tiene miedo —continuó Kamill, su voz volviéndose aún más suave—. Como yo tuve miedo cuando vi a mis propios hermanos y amigos enfrentarse a la oscuridad de este mundo. No es fácil dejar ir a quienes amamos, Yugi. No es fácil verlos salir a luchar sin poder hacer nada para detenerlos. Pero lo que Tea no sabe, lo que aún no comprende, es que tú también tienes que aprender a pelear tu propia batalla. Aunque suene duro, aunque te duela... un día no estarás bajo su ala protectora.
Yugi sintió un nudo en la garganta. ¿Era cierto? ¿Realmente estaba tan desprotegido? Él siempre había creído que lo estaba haciendo bien, que podía evitar que las cosas malas le sucedieran. Pero Kamill tenía razón: en algún momento, Tea ya no estaría a su lado, y tendría que valerse por sí mismo.
Kamill le dio una palmadita en el hombro, un gesto sencillo pero cargado de un profundo significado.
—No dejes que el miedo la controle, Yugi. No dejes que el miedo te controle a ti tampoco. La vida puede separarnos, pero siempre te quedará lo que eres en lo más profundo de tu ser. Confía en tu instinto, confía en el camino que tienes por delante, y si alguna vez te caes, recuerda que puedes levantarte. No porque los demás lo digan, sino porque tú eres más fuerte de lo que crees.
Yugi miró a Kamill, viendo la sinceridad en sus ojos, y sintió que algo dentro de él empezaba a cambiar. Por primera vez, comprendió que había más en juego que solo el amor y la protección de su hermana. La vida le exigiría mucho más de lo que había imaginado, y debía prepararse para enfrentarlo, incluso si eso significaba dejar ir lo que más amaba.
—Gracias, señora Kamill —murmuró Yugi, sintiendo una mezcla de gratitud y tristeza, mientras el viento acariciaba su rostro.
—No me agradezcas, querido —respondió Kamill, dándole una sonrisa cálida—. Solo recuerda lo que te he dicho. Y ahora, ¿qué harás?
Yugi se quedó unos momentos en silencio, mirando el horizonte, con una sensación de responsabilidad renovada en su pecho. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero ahora sentía que tenía una pequeña chispa de algo que lo impulsaba hacia adelante: la confianza en sí mismo, algo que nunca antes había entendido completamente.
—Voy a encontrar mi camino, señora Kamill. Gracias por ayudarme a verlo. —dijo Yugi, con una sonrisa decidida, pero algo vacía. Era como si estuviera buscando consuelo en la idea de tener el control, sin entender por completo los riesgos que implicaba ese "camino" del que hablaba.
Kamill asintió, con un leve destello de aprobación en sus ojos, pero algo en su interior la alertó. No podía evitar sentir que Yugi no había comprendido completamente el alcance de sus palabras. Había algo más en esa luz que él llevaba, algo que todavía no estaba listo para manejar, algo que aún no entendía bien. Y ella sabía que no podía dejarlo seguir adelante sin hacerle ver la otra cara de la moneda.
—No lo dejaré de ver. No dejaré pasar la oportunidad.
Antes de que pudiera decir más, la puerta de la azotea se abrió bruscamente, interrumpiendo sus pensamientos. Tea, con el rostro encendido de ira, apareció en el umbral, sus ojos fijos en Yugi con una intensidad que rara vez mostraba.
—¡¿Qué dijiste!? —exclamó Tea, su voz rasposa por la frustración. El brillo de su furia no podía esconderse, y en su expresión se reflejaba una preocupación palpable. Ella había estado esperando abajo, procesando lo que Kamill le había dicho, pero lo último que esperaba era escuchar a Yugi hablar de "encontrar su camino" sin considerar las consecuencias.
—No lo dejaré de ver. —Yugi repitió con determinación, sin comprender aún el peso de sus palabras.
Tea no pudo evitar soltar una exhalación de incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
—¿Qué tú qué!? —dijo, casi gritando, acercándose rápidamente a Yugi con los ojos llenos de desesperación. —¡¿Acaso no entiendes el peligro!? Ese sujeto es un total extraño, Yugi. ¡No sabemos quién es ni qué quiere de ti!
Yugi, sorprendido por la reacción de Tea, trató de calmarla, pero la rabia que sentía la joven lo dejó sin palabras. Era difícil explicarle lo que sentía sin parecer egoísta o irreflexivo. ¿Cómo podía decirle que, aunque el peligro estaba presente, algo dentro de él lo atraía hacia esa figura misteriosa, que no podía dejar ir?
—Tea, yo... —su voz vaciló por un momento, pero se recompuso rápidamente, su decisión se cristalizó con fuerza. —No puedo simplemente ignorarlo. Hay algo en él, algo que me hace pensar que es importante, que puedo confiar en él.
Tea dio un paso atrás, con las manos levantadas como si intentara defenderse de las palabras de Yugi. Su rostro estaba marcado por una mezcla de frustración y miedo.
—¡Confíar en él! —repitió Tea con ironía, claramente agotada de ver a Yugi tan absorbido por ese sentimiento que no lograba comprender. —¿Y qué tal si es una trampa? ¿Qué tal si te está manipulando? ¡No lo sabes, Yugi! ¡Ni siquiera sabes quién es en realidad! ¡No sabes ni su maldito nombre!
La tensión entre ellos se hizo palpable, como una cuerda tensada a punto de romperse. Kamill observaba la escena con una mezcla de pena y preocupación. Yugi, con su corazón tan puro, a veces parecía no entender los matices del mundo exterior, los peligros ocultos detrás de las sonrisas y las palabras. Tea, por otro lado, estaba atrapada en un mar de temores, protegiéndolo no solo de lo desconocido, sino también de la tristeza que podría llegar a él si no podía salvarlo de su propia naturaleza confiada.
Kamill dio un paso hacia Tea, sus ojos reflejando una comprensión silenciosa.
—Tea, querida, entiendo tu miedo. —dijo suavemente. —A veces, la mayor protección que podemos ofrecerle a alguien es dejarlos tomar sus propias decisiones. Pero también debemos estar ahí para ayudarlos a entender las consecuencias de esas decisiones, aunque no siempre podamos prevenirlas.
Tea la miró por un momento, asintiendo lentamente pero aún sin convencerse completamente. Luego sus ojos se fijaron nuevamente en Yugi, un leve temblor en su voz.
—No quiero perderte, Yugi. Pero... ¿cómo puedo estar segura de que no estás caminando hacia algo que no podrás controlar?
Yugi, que en ese momento se sintió atrapado entre dos fuerzas opuestas, entre su propio deseo de seguir su instinto y el amor que Tea le tenía, sintió una punzada en el corazón. Kamill tenía razón. Él debía caminar por su propio camino, pero también debía ser consciente de lo que podía perder.
—Tea... —murmuró, con los ojos bajando hacia el suelo, como si esas palabras pesaran más de lo que imaginaba. —Lo sé, y lo siento. Pero... quiero hacerlo.
La decisión estaba tomada, aunque las palabras de Tea, llenas de angustia, aún rondaban en su mente. La línea entre seguir su corazón y protegerse de sí mismo parecía más delgada de lo que había pensado.
Continuará...
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Dedicado a Yulie63 por su paciencia, espera y apoyo a ésta historia :)
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