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2.

Youngho (que así es como se llamaba el joven) no estaba de acuerdo, para nada, en viajar con sus padres hasta la otra punta del mundo, a un país desconocido para él donde el clima iba a ser de todo menos agradable. No soportaba el calor, y mucho menos la humedad, dos características que prácticamente definían Tailandia en el buscador de internet. Consideraba que tenía ya la edad necesaria para poder quedarse solo en su casa de Boston, la residencia de la familia Seo y donde había nacido y se había criado el joven. Pero, al contrario de su perspectiva personal, sus padres decidieron llevarlo con él sin escapatoria ninguna. "Debes aprender el negocio familiar", explicaba su padre, como principal argumento, "Y para ello debes viajar y estar allí donde esté tu empresa".

El único hijo del matrimonio Seo no estaba nada de acuerdo con aquello de continuar la línea de trabajo de su padre. Si bien la empresa era un éxito y les dejaba al año millones de dólares en beneficios, su verdadera vocación estaba en las calles, en la música de barrio, en el hip hop underground, ese que sus padres clasificaban como "una pérdida de tiempo y dinero".

Youngho veneraba a su madre, y fue por ella por quien acabó cediendo en esa loca aventura de cambiar de país de un momento a otro. No tenía ni la más mínima idea del idioma que allí se hablaba, y solo de pensar que tendría que aprenderlo, se agobiaba más de lo habitual. Es por ello que se pasó todo el viaje en avión y en coche en silencio, tan solo pendiente de lo que sonaba a través de sus cascos y lo que podía ver por la ventanilla de ambos medios de transporte.

Evitó mirar a nadie nada más entró en la gran mansión que, a partir de ese día, iba a ser su nueva casa, y tan solo subió decidido a la primera planta de la misma, donde buscó el que sería su cuarto. No le costó decidir, la primera puerta que encontró le gustó, así que allí mismo dejó caer su maleta de mano, y se lanzó boca arriba sobre la mullida cama de miles de dólares.




Al mismo tiempo, en la amplia cocina, se estaba llevando a cabo una reunión de las doncellas, mientras los cocineros se preparaban para servir la primera comida de la familia Seo en Tailandia. Los murmullos femeninos, sus risitas cómplices, se escuchaban por encima del entrechocar metálico de los utensilios de cocina. Chittaphon guardaba silencio, mientras escuchaba al resto de doncellas hablando. Cada una tenía una preferencia, algunas querían servir al señor Seo, otras a la señora y, en un número bastante reducido, al joven de la casa.

ㅡ Está bien, esto va a ser imposible si no nos organizamos. ㅡla más mayor y la más experimentada de todas fue la que tomó la voz cantanteㅡ. Hagamos un cuadrante y echemos a suertes el número de doncellas que irán a cada servicio, ¿de acuerdo?

Así se decidió que, de las veinte doncellas en plantilla, doce serían para la señora Seo, la cual había comentado su necesidad de mayores atenciones, seis para el señor, el cual pasaría más tiempo trabajando que en la casa, por lo que sus necesidades y la carga de trabajo sería menor para ellas y, finalmente, las dos restantes irían para el servicio personal del joven Youngho. El corazón de Chittaphon se aceleró cuando escuchó ese nombre, y apretó el mandil que llevaba atado a la cintura, de manera involuntaria, tragando saliva. Rezaba a todos los dioses que conocía para que no le tocara en ese servicio, tenía un 66% de posibilidades de entrar en uno de los otros dos, así que confiaría en las estadísticas.

Sus plegarias no fueron escuchadas.

Tanto ella como una de las veteranas fueron asignadas al servicio de Youngho Seo. Chittaphon quería se la tragara la tierra, no iba a poder soportar estar cerca de aquel joven de aspecto atractivo, pero que rezumaba soberbia por cada poro de su piel. No soportaba a ese tipo de personas.

ㅡ ¡Venga, todas a trabajar! ㅡaquellas dos fuertes palmadas hicieron a la joven doncella salir de su ensoñación, mirando con cara de susto y cierto terror a la que iba a ser su compañera de trabajo.

ㅡ No quiero ir... ㅡmusitó en un murmullo asustado, arrugando el ceño en una mueca triste, como si fuera una niña pequeña. Apretaba sus manos entre ellas, frotándolas con ansiedad.

ㅡ Agradece que nos haya tocado con él y no con la señora. Nos podría haber ido mucho peor, parece ser muy mandona y exigente. El joven amo seguro que pasará más tiempo fuera de casa que dentro, así que con suerte tan solo tendremos que lidiar con su ropa sucia y la cama deshecha.

Esos comentarios consiguieron calmar parcialmente el agitado corazón de la joven, que miraba al suelo constantemente en busca de ayuda. Nunca antes había estado tan cerca de un chico que no fuera Lucas y, sinceramente, le daba vergüenza y un poco de apuro. ¿Lo haría bien, conseguiría ser una buena doncella para el joven amo?




Unos suaves golpes en la puerta despertaron a Youngho, que había conseguido encontrar la paz necesaria para recuperar las horas de sueño que en el vuelo había perdido. De ahí la mueca de incomodidad que tenía instalada en la cara cuando se levantó a abrir la puerta. Para su sorpresa, lo que al otro lado de esta le aguardaba no era para nada desagradable a su vista.

Una joven tímida de cabellos azabache tenía la mirada agachada, las manos unidas a la altura de sus muslos con una delicadeza inusitada, el pelo trenzado sobre sus hombros, y vistiendo un traje de servicio bitonal.

ㅡ Di-disculpe las molestias, joven amo. Mi.. Mi nombre es Chittaphon, y desde hoy seré parte de su servicio personal. Si necesita cualquier cosa, no dude en llamarme, estaré a su disposición durante todo el día, incluso en la noche. ㅡse sorprendió a sí misma diciendo todas aquellas palabras de corrido sin pensar, a pesar del ligero temblor de su voz que, en alguna ocasión, le hizo cortar palabrasㅡ. Si no me necesita, me retiraré por el momento.

Chittaphon luchaba contra su propia vergüenza, y deseaba salir de allí cuanto antes, por ello rezaba para que el joven no dijese nada más, y la dejara marchar.

De nuevo, los dioses no estaban de su parte ese día.

Youngho tomó el rostro de la joven doncella por la barbilla, en un gesto inesperado, provocando que entre ambos se produjese un contacto visual directo. Chittaphon tuvo la oportunidad de contemplar, esta vez sin ningún impedimento, el rostro de aquel muchacho de proporciones envidiables. Era mucho más alto que ella, de hecho, apenas alcanzaba su hombro; se sentía intimidada ante la diferencia de tamaños. Sus penetrantes ojos marrones escudriñaban su rostro como si fuera una cara pieza de coleccionista que necesitaba inspeccionar bien a fondo antes de decidirse a comprarla. Al tenerla sujeta por la barbilla, tan solo le fue necesario unos leves giros, hacia un lado y hacia otro, para completar la visión que tenía de ella.

ㅡ Esto se pone cada vez más interesante.

Una ronca y masculina voz resonó en los oídos de Chittaphon, que sintió un fuerte fogonazo en todo su rostro. Tenía un marcado acento americano, pero gracias a las clases de idioma que había recibido en esas dos últimas semanas, había comprendido gran parte de la frase que había pronunciado el joven, y esa era la principal causa de su vergüenza. Consiguió hacerse dueña de su cuerpo de nuevo, zafándose de su agarre con un ligero movimiento de cabeza.

ㅡ Si me disculpa...

Murmuró, realizando una reverencia profunda, antes de caminar a lo largo del pasillo, con paso acelerado, en dirección a la planta baja, a la zona ajardinada. Necesitaba desahogarse con su mejor amigo y estar, cuanto más lejos del joven amo, mejor.

Youngho, por su parte, miraba embelesado el apresurado caminar de la joven, cómo la pomposa falda de ese traje de sirvienta se movía de un lado a otro. Huelga decir que el joven norteamericano, en sus días en el país occidental, era todo un seductor, que nunca pasaba más de dos noches seguidas con la misma chica. Esta vez, sus ojos de león se habían fijado en una nueva presa, a la cual no dudaría en hincarle el diente en cuanto le fuera posible.

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