Bien hecho, Joey, acabas de establecer un nuevo récord: esta es la séptima escuela de la que te expulsan.

Los nervios me están afectando más de lo normal. Normalmente, no me importa tanto como para ponerme nerviosa, pero esta es la primera vez que veo a mamá y papá tan enojados conmigo. Sé que me expulsaron de la escuela, pero estoy segura de que a ese profesor no le quedarán ganas de seguir dando clases. No me siento culpable en absoluto; alguna vez le advertí que si se metía conmigo, lo pagaría caro.

Aunque debo admitir que mi intención no era enviarlo al hospital, simplemente quería asustarlo. No pensé que sufriera un ataque al corazón. Pero lo importante es que sigue vivo.

— Joey, baja ahora mismo — escucho la voz de mi madre llamándome.

Tomo la estrella de mar de peluche que está sobre mi cama; es un peluche simple y pequeño, pero sigue siendo valioso para mí.

La acerco hacia mí y le susurro que me desee buena suerte, como si ella pudiera responderme.

Dejándola en la cama, salgo de mi habitación, dirigiéndome hacia la sala, rezando en mi interior para que papá no me asesine o no intente sacarme los ojos, como solía decir cuando era pequeña.

Llego a la sala, donde mis padres están conversando muy seriamente, más de lo que me gustaría. Comienzo a jugar con la cadena que llevo en el cuello, una manía que tengo desde que era pequeña, cada vez que me encuentro nerviosa.

Tomo asiento frente a mis padres, con el corazón acelerado. Ellos me miran fijamente, con expresión seria y molesta, lo cual es lo peor de todo.

— Joey, cariño, por más dinero que ofrezcamos, no hay escuela que te acepte — la primera en hablar es mi madre — tienes un historial realmente problemático.

Qué exagerados. Te han expulsado de 7 escuelas y ya tienes un historial malo.

— ¿Entonces, qué me pasará? — pregunto —. ¿No volveré a estudiar?

Aunque no me molestaría. Con el dinero de mi padre podría poner una empresa y vivir de eso. Quizás de ropa o maquillaje, ¿quién sabe?

— No — ahora mi padre habla — te conseguimos una escuela — hubo un breve silencio que me indica que lo que me dirá no me gustará — fuera de aquí. En Francia.

¿Francia? ¿El qué está en Europa? ¿Por qué allá? No tengo ningún familiar que viva en ese país. ¿Con quién me quedaré? ¿Nos mudaremos?

— ¿A Francia? — inquiero un poco confundida — ¿Nos vamos a mudar?

— No, la que te mudarás eres tú — decreta papá con firmeza.

¿Yo?, ¿me echarán de casa? Eso sería lo peor.

— La escuela a la que irás — Papá y mamá se miran al mismo tiempo — es un internado.

Mi cerebro lo procesa, y luego lo capta.

— ¡Qué! — grité, levantándome de golpe.

¿Acaba de decir un internado? Ese lugar donde hay reglas, vives con el uniforme puesto, te tienes que acostar a la hora que te dicen y muchas reglas más que no estoy dispuesta a seguir. Además, se están volviendo locos; no voy a dejar a mis amigos ni mi vida para ir a Francia.

— No quiero ir — gruño.

— Esto no es una propuesta, Josephine — gruñe papá — vas a ir y punto.

— Haré que me expulsen — reto a papá. Él se levanta de golpe y queda frente a mí.

— Si te expulsan de esta escuela, te voy a mandar a un convento — me amenaza, horrorizándome. El convento es peor que un internado.

Tengo una tía que es monja y dirige un convento. He visto todo ahí dentro; las chicas están completamente cubiertas y parecen no tener alma. Son bastante estrictas, y si te atreves a desobedecer, los castigos son crueles. Una vez, mi padre consideró mandarme allí, pero logré zafarme. Sin embargo, creo que esta vez va en serio. Dejo salir un suspiro de derrota.

Y lo peor de todo es que, como es mi tía, me molestará y castigará más de la cuenta. Realmente, ella y yo no somos muy cercanas. Según ella, tengo un comportamiento algo liberal y sin educación. No sé por qué lo considera, simplemente le dije que podía meterse sus creencias por donde no le da el sol.

— Te irás la próxima semana — decreta papá, ayudando a mamá a levantarse del mueble.

Cuando ellos salen de la sala, hago un mini berrinche.

Muy bien, Joey, lograste que te enviaran a un internado.

En Francia.