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9

Joe miraba a su alrededor con ansiedad. Se había metido en un tremendo problema al aceptar actuar en la obra de navidad, en especial porque nunca había sido muy devoto y su personalidad era más bien rebelde. Sumándole a eso, estaba el problema de que le quitaba tiempo para cuidar a Lily y los proyectos que debía entregar a la vuelta de vacaciones.

Durante toda esa semana de vacaciones, aprovechó el entusiasmo navideño que había entre los neoyorquinos y se ponía a tocar villancicos en Central Park con su violín. Tenía que juntar dinero suficiente para comprarle regalos de navidad a sus hermanos, además de más ropa de invierno, sobre todo para Lily. Sentía que su día estaba saturado por todo eso.

Sus abuelos no se hacían muy presentes realmente. Como su abuelo había empeorado en su estado de salud, su abuela ya no podía ir a cuidarlos en ocasiones. Además, si bien la familia Schäfer los había estado ayudando bastante, los ánimos de la familia habían cambiado bastante luego de lo que pasó aquel día en el ensayo de la obra, tanto porque Emma había sufrido un aborto espontáneo como por la discusión subida de tono entre Kathy y Bailey.

Estaba al borde del colapso, pero aún no lo admitía.

Permanecía con su violín en el lugar que acostumbraba para tocar frente a los transeúntes inquietos que buscaban desesperadamente el regalo perfecto para sus seres queridos, puesto que solo quedaban unos días para navidad. Ahí, al terminar de tocar Silent Night, escuchó detrás de él la voz áspera de un hombre, la cual se le hacía un poco conocida.

—Parece que te olvidaste de mí.

Joe se detuvo y volteó. Al ver a Belcebú, bajó su instrumento y lo miró con asombro.

—¿Qué pasa, niño? —le preguntó burlón—. Parece como si hubieras visto al Diablo.

El muchacho lo siguió mirando sin moverse, a lo que Belcebú sonrió.

—Ven, vamos a dar una vuelta.

—No... no puedo, tengo que seguir tocando.

—Ok, sigue tocando por unos centavos. Quizás te dejen un par de billetes. Nunca había visto a un brujo que se vendiera por tan poco.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó, sin hacerle caso a lo que decía, ya que no lo comprendió en realidad.

—Nada, solo me pareció extraño que en todo este tiempo no te hayas comunicado conmigo. ¿Sabes? Cuando alguien como yo te dice cómo buscarlo, es porque realmente piensa que lo vas a hacer. Deberías sentirte especial por eso... porque lo eres.

»Ven, en serio tenemos que hablar.

Joe lo miró unos instantes con duda en lo que decía, pero finalmente decidió acompañarlo. Guardó sus cosas y lo siguió, estando pendiente en todo momento de lo que pudiera hacer Belcebú.

—Te llamas Joe, ¿cierto?

—Sí...

—Ok, escucha: cuando digo que eres especial, lo digo en serio. Sé que te has topado con cosas extrañas... y que tú eres una cosa extraña, y es justamente por eso que te busco tanto.

—No sé de qué estás hablando.

—Sé de tus poderes, y puedo ayudarte a desarrollarlos. Solo tienes que dejar que así sea, no es como que pudiera obligarte.

—¿Y por qué tendría que pensar que lo que dices es... cierto?

—Joe, por favor, has vivido varias cosas extrañas en este tiempo, ¿no? Cosas que van más allá de la lógica. Seguramente, hasta debes estar creyendo que te estás volviendo loco.

—Quizás tú lo estás.

—¿En serio?

Belcebú le hizo una seña a Joe para que se acercara a él mientras se agachaba a un costado del camino. Joe lo miraba extrañado. Por un lado, le asustaba el comportamiento del tipo, pero por otro le daba mucha curiosidad.

Belcebú movió sus dedos sobre un arbusto que sobrevivía al frío invierno, del cual salieron una especie de ondas lumínicas, de color celeste, y quedaron entre medio de los dedos de Belcebú, hasta que empuñó la mano y las ondas desaparecieron. Por consecuencia, el arbusto se marchitó.

—¿Qué fue eso? —preguntó Joe con temor.

—¿Vas a venir conmigo o no?

—Bueno... ¡sí! —afirmó, como si fuera lo más obvio en el mundo.

Belcebú sonrió de una forma maliciosa y sus ojos transmitían una profunda agonía a quien los viera. Eso fue lo último que vio el adolescente antes de que todo se volviera oscuro. Cerró los ojos atónito, pero al abrirlos de nuevo todo era normal, como siempre. Nuevamente estaba en su sitio, con su violín en sus manos y con un par de dólares en el estuche del violín. Sentía un ardor intenso en la frente, un dolor tan fuerte que jamás había sentido en su vida.

Guardó sus cosas para irse rápidamente al departamento, puesto que el ardor se le estaba extendiendo por todo el cuerpo. Al guardar su instrumento, no solo encontró unos centavos y los billetes de un dólar cada uno, sino que además halló una nota con una letra prolija:

«Te veré luego».

Solo eso decía, nada más. Una frase tan corta, pero a la vez tan significativa que le causó un escalofrío, al punto de poder olvidar momentáneamente el ardor que tenía.

Corrió al departamento en que vivía, provocando que los autos se detuvieran de golpe y le gritaran improperios tras su gran imprudencia, cosa que ignoró por completo. No importaba la parte en que estuvieras en Nueva York: sus calles son la selva misma, e incluso las bestias tienen mayor respeto por la vida que los transeúntes de la Gran Manzana, no en vano es que "Welcome to the Jungle" haga referencia directa a la ciudad de Nueva York.

Al entrar, cerró fuertemente la puerta y corrió al baño. La piel le quemaba a tal grado que sentía que le llegaba a los huesos. Sin tener tiempo para quitarse la ropa, se metió rápidamente a la ducha, sacándose únicamente el abrigo y el gorro que tenía puestos.

Mojarse con agua helada cuando estaba a punto de nevar parecía una simple locura, pero ante tal grado de ardor era necesario. Una vez adentro y tras recibir un chorro de agua helada directamente por un minuto, procedió a desvestirse, tirando para afuera su ropa.

Luego de un rato, pudo recién percibir que aquella sensación disminuía, siendo reemplazada por el frío. Perdió la noción del tiempo ahí, lo cual realmente no importaba ese día, más allá de que después tendría que cuidar a sus hermanos, pero jamás se le pasarían las horas como para olvidar aquello.

Al salir de la ducha, se miró en el espejo, razón por la cual realmente se espantó: tenía una marca extraña en la frente. Esta marca resplandeció luego de estarla mirando por unos segundos, desapareciendo de ahí pero recorriendo con un rastro luminoso desde su cara hasta localizarse en su brazo izquierdo, casi en el hombro. Se quedó boquiabierto viendo su reflejo y luego golpeó ligeramente sus mejillas en reiteradas ocasiones.

—¿Es real? —Logró decir y palpó con espanto la marca que más bien parecía un pequeño tatuaje bajo su hombro—. ¡Oh por Dios! ¡Es real!

Tenía algo de miedo, pero no podía quedarse observando todo el tiempo. Se fue a vestir rápidamente y luego fue a buscar a sus hermanos al departamento vecino.

—Joe —lo llamó Rosetta, la mamá de los hermanos Schäfer—, para esta navidad queríamos invitarlos a cenar con nosotros, incluso podrían pasar la noche acá y a la mañana siguiente puedo llevarlos a ver a su mamá, creo que les haría bastante bien...

—No, creo que no. O sea, lo de la invitación a cenar suena bien, pero no creo que debiéramos ir a ver a mi mamá.

—¿Estás seguro? Todavía son muy pequeños, no es correcto que los obligues a estar lejos de su mamá.

—Totalmente seguro. Con permiso.

Joe tomó a Lily en brazos y salieron del departamento, seguidos por los mellizos, quienes entraron callados a su hogar. El mayor pudo percibir en seguida que algo les pasaba, tanto por el hecho de que era raro que permanecieran en silencio como porque últimamente se volvía más sensitivo, sin darse cuenta claro. En un principio no quiso preguntarles, pero la quietud del departamento le parecía casi un tormento, por lo que decidió acercarse a ellos para preguntarles, pero no fue necesario hablarles, ya que ellos empezaron a soltar todo... o eso creyó Joe que pasó.

«No entiendo por qué Maddie se puso así. De repente se quedó callada y quieta, para que después empezara llorar y a decir que algo muy malo estaba por pasar» pensaba Violet.

«Maddie estaba rara, más rara que de costumbre... ni siquiera tenía hambre. Yo tengo hambre, quiero comer, ¿y si vamos a comer un hot dog? Quiero un hot dog», pensó Vincent.

—¿Quieres un hot dog? —le preguntó Joe extrañado a su hermano.

—¡Sí! ¿Como lo supiste?

—Lo acabas de decir.

—No, no lo hizo —contestó Violet mientras lo miraba extrañada por su comportamiento.

—¡Claro que lo dijo! Estaban hablando de algo que le pasó a Maddie y de repente lo dijo...

—¿Qué? ¡No! Hemos estado callados hasta que hablaste tú.

—¿Ah?

Joe comenzó a conectar en su cabeza con lo que le había pasado anteriormente y concluyó que accidentalmente había leído las mentes de sus hermanos.

—Fuck —murmuró al darse cuenta de la situación.

Se quedó mirando a sus hermanos, tratando de pensar lo que podría hacer.

—Como sea, vamos por un hot dog. He estado juntando dinero, así que no hay problema.

Los niños se emocionaron y fueron a abrigarse rápidamente. Por su parte, Joe preparó a Lily para salir a la calle y la colocó en el coche con varias mantas.

Mientras sus hermanos comían en Central Park cerca de otros niños, él tomó en sus brazos a Lily y aprovechó de ir a comprar algún regalo a las tiendas que estaban cerca de ese sector. Compró al final para cada uno una bolsa de dulces y chocolates, porque tampoco podía demorarse mucho en elegir un regalo, pues le daba miedo dejar solos a sus hermanos por mucho tiempo. Luego, volvió a ver cómo estaban y los encontró jugando con otros niños. Se sentó, con Lily todavía en brazos, momento que usó para darle de beber leche de la mamadera, sin dejar de observar a su alrededor por si veía a Belcebú otra vez, cosa que no pasó (o al menos no en ese día).

Al día siguiente, llevó a sus hermanos al último ensayo de la obra. Kathy había llevado sola a Maddie, como ya era de costumbre, por lo que los hermanos Beckett aprovecharon de ir con ellas en el auto.

Luego del ensayo, los niños seguían jugando, por lo que los mayores fueron a buscarlos para poder irse. En eso, Maddie quedó mirando a la nada y sin respirar. Su rostro era inexpresivo, por lo que los demás se asustaron. Al cabo de poco más de un minuto volvió en sí, pero comenzó a llorar desconsoladamente y a chillar.

—¿Maddie? —dijo Kathy preocupada. No era la primera vez que le pasaba algo así, pero por lo general ocurría cuando tenía una pesadilla, por lo que no entendía lo que ocurría.

—Hey, ¿qué ocurre? —le preguntó Joe y se le acercó.

Joe le tocó el hombro y, al hacer eso, un escalofrío le recorrió desde la mano hasta la cabeza y supo lo que pasaba por la mente de la niña en ese momento. Las palabras "va a morir, Sophie va a morir" se repetían sin cesar, al igual que el llanto de la pequeña.

Él la miró atónito y se apartó bruscamente. Su respiración estaba acelerada y no lograba calmarse, puesto que, por un lado, le asustaban los pensamientos de la niña y, por el otro, todavía no se acostumbraba a sus poderes. Todavía era algo irreal para él.

—Vamos —le murmuró a sus hermanos.

—Pero... no podemos dejarla —objetó Violet.

—Además de que ellas nos trajeron —agregó Vincent.

—¡Dije que nos vamos! ¡Ahora!

Tomaron rápidamente sus cosas y se retiraron del lugar, mientras que Kathy seguía tratando de consolar a Maddie, quien no hablaba en absoluto.

—¡N-no q-qui-quier-ro q-que ella m-mu-muer-ra! —tartamudeó, mostrando un retroceso en su tratamiento.

—¿Quién?

—So-soph-ph-phie... y-yo la vi... la Vi m-mor-rir. E-ella... r-recién-n... Yo la vi.

—¡Maddie, entiende que no vives en un mundo de fantasía! En la vida real, las personas mueren, pero no porque tú hayas soñado que eso pasaba, porque lo que imaginas o lo que ves en tus sueños es solo producto de tu mente. No sucede realmente.

—¡P-per-ro yo la vi!

—¡No, no lo hiciste! Solo lo imaginaste. Y solo es eso: es tu imaginación. Nada de eso es real, ¿ok?

La niña la miró boquiabierta y asintió. Su hermana le pasó un pañuelo desechable por la cara para secarle las lágrimas y luego se fueron juntas hasta el auto.

***

El silencio reinaba en el departamento de los Beckett. Los mellizos no querían hablar de lo que había pasado, y Joe tampoco, a pesar de conocer los pensamientos de sus hermanos. Todo eso era algo nuevo para él y no tenía idea de cómo afrontarlo. Ya llevaba un buen tiempo tratando de evadirlo, pero era imposible.

De repente, el teléfono sonó y el adolescente contestó rápidamente, cambiando la monotonía en la que estaban, tratando de distraerse. Sin embargo, lejos de poder olvidar lo ocurrido, la llamada profundizó su temor: Winnie estaba llorando, mientras le decía que su hermana había sido aplastada por el escaparate de una tienda comercial, y que en ese momento estaba siendo transportada al hospital. Le pidió si podía ir y le dijo el piso del hospital en el que estaban, y él no dudo en hacer caso a su petición.

—Oigan... —llamó a sus hermanos—. Es que...

—¿Qué pasó? —preguntó asustada Violet. Era evidente que algo malo pasaba.

Joe los miró en silencio, sin saber qué responder. Solo podía pensar en el momento en que vio los pensamientos de Maddie, y que todo parecía indicar que aquella fatídica advertencia estaba por cumplirse.

—Quédense aquí, ya vengo.

Salió del departamento rápidamente y se dirigió al departamento de los Schafer. Sin embargo, se detuvo antes de tocar la puerta y cambió su rumbo, yendo al departamento de otra vecina, que era una señora de la tercera edad. Le pidió si podía cuidar de sus hermanos, lo cual aceptó de inmediato, y la llevó con ellos.

—¿Recuerdan a la señora Lucy? —le preguntó a sus hermanos, a lo cual ellos asintieron—. Bueno, ella los va a cuidar mientras no estoy. No sé a qué hora voy a regresar y...

—¿A dónde vas? —dijo Violet con curiosidad.

—¿Yo? Ah... eh... ¡Matt me pidió que lo fuera a ayudar con algo sumamente urgente!

—¿En serio?

—Sí. Quizás me quede con él esta noche, aunque trataré de volver, ¿ok? Sé que no es lo que acostumbramos, pero créanme que todo saldrá bien.

—Ok.

Le sonrió a sus hermanos menores y ellos fueron a él para abrazarlo y despedirse. Le dijo un par de indicaciones a su vecina y se fue, antes de que sus hermanos notaran que mentía.

Salió en su bicicleta y fue andando en ella hasta el hospital. Al entrar, la recepcionista del lugar le dijo que debía dejar su bicicleta afuera, lo cual no quiso, argumentando que no tenía cadena y corría el riesgo de que se la robaran. Ella insistió, pero él no le hizo caso. No estaba dispuesto a perder su bicicleta, porque sabía que no tendría la oportunidad de obtener una nueva.

Subió por el ascensor y luego fue a sentarse al lado de Winnie. Ella, al verlo, lo abrazó, dejándolo perplejo. ¿Desde cuándo tenían ese nivel de confianza? Ni siquiera entendía por qué lo llamó... o por qué él fue a verla.

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