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5

Al cabo de unas horas, Joe y Matt se fueron juntos, mientras que Spencer se quedó un rato más con una chica. Habían tomado un par de tragos que habían llevado otros chicos, pero nada que los dejara realmente mal, a pesar de ser la primera vez en que ambos tomaban una bebida alcohólica.

Caminaban por las calles casi vacías de Brooklyn. El plan era conseguir un taxi para que Joe pudiera regresar y Matt seguiría hasta su departamento, pero querían seguir pasándola bien.

—Oye —le dijo Matt—, ¿y si vamos por más tragos?

—¿Y dónde los vamos a conseguir? Te recuerdo que tenemos catorce y la edad mínima es de veintiuno.

—Spencer me contó que siempre hay alguien que le vende alcohol a los menores.

—Ustedes están locos en serio. Además, ¿por qué esa fijación en el alcohol? Creí que no tomabas.

Matt dejó de caminar y miró al suelo.

—¿Has tenido esa sensación de decepción cuando dejas de reír y vuelves a la realidad? Pues... así me siento ahora. Lo pasamos bien en la fiesta, pero tengo que volver a mí departamento... a enfrentar mi realidad. Solo quiero desaparecer un rato, ¿sí? Olvidar todo.

—Está bien... supongo que también quiero desaparecer —respondió sonriendo.

Buscaron una botillería mientras cantaban algunas canciones, pero cuando encontraron una, les faltaba alguien que accediera a ir a comprarles alcohol. Le preguntaron a algunos tipos que pasaban caminando, pero todos se negaban, por lo que decidieron entrar al callejón que estaba al costado para intentar ver si había algún vago que accediera a comprarles alcohol a cambio de un par de billetes como paga.

—Considerando que estás en la quiebra —le dijo Matt bromeando—, no deberías gastar tu dinero en eso.

—Tranquilo, sabes que tocando guitarra en el metro igual obtengo una buena ganancia.

De repente, escucharon un grito de temor proveniente del fondo del callejón, por lo que Joe fue corriendo. Vio a la rápida que un hombre tenía acorralada a una chica de diecisiete años disfrazada, intentando tapar su boca  con la mano para evitar que siguiera gritando. Joe no lo pensó e instintivamente empuñó su mano y golpeó la hombre, dejándolo así en el suelo. No entendía de dónde había salido esa fuerza, aunque tampoco le dio el tiempo para razonarlo. Matt, que llegó poco después de Joe, alcanzó a ver aquel golpe y quedó atónito.

—Hey —lo llamó—, corre.

La chica, asustada se quedó mirando al hombre que ahora estaba tirado en el suelo y con la cara reventada. Con temor se agachó y tocó su cuello para palpar su pulso.

—Está muerto —dijo impactada.

—Es... imposible —fue lo único que pudo decir Joe.

—¡Joe, corre! —le gritó Matt.

Joe se quedó mirándolo unos segundos y luego salió corriendo, mientras Matt lo seguía. Luego, consiguieron un taxi y fueron juntos a Manhattan, bajándose al rato después, en el edificio en que vivía Joe.

—No pasó nada, ¿ok? —le dijo Joe en el ascensor.

—Sí... ¿te parece si me quedo esta noche contigo?

—Matt, vinimos juntos hasta acá, ¿no te parece obvio que te vas a quedar?

—Cierto. Entonces, ¿puedes prestarme ropa?

—Claro que sí.

Al entrar al departamento, Joe solo tomó una toalla y fue de inmediato a ducharse. Al inicio, permaneció inmóvil de pie bajo el chorro de agua que caía desde la regadera. Su mirada estaba perdida mientras recordaba lo sucedido para tratar de entender cómo fue que dejó a un hombre así con solo un golpe en la cara. Pensó que tal vez al caer pudo haberse golpeado además la cabeza, pero tampoco concordaba con que le dejara la cara deformada. Vio entonces que una extraña luz de color celeste rodeaba su cuerpo, pero realmente no le dio importancia pensando en que tal vez estaba ebrio. Y si estaba ebrio, tal vez el tipo no quedó tan mal como creyó ver. Pensó que tal vez con la poca luz y la borrachera no vio realmente bien y sintió cierto consuelo por aquello.

Siguió bañándose y procuró especial atención en su cabello para quitarse la pintura verde que tenía, además claro de su cara para quitarse el maquillaje. Mientras lo hacía, el agua quedaba de colores y se escurría por el resto de su cuerpo. Le encantaba la sensación que le producía, lograba hacer que se relajara y se sintiera bien. Los pensamientos desaparecían de su mente cuando lo hacía y eso provocaba incluso en ocasiones que olvidara su existencia, como en este caso. Pero, como nada es para siempre, no podía bañarse infinitamente y, al cabo de un rato, salió de la ducha, tomó una toalla y se cubrió con ella. Fue a su habitación y estaba su hermano Vincent jugando con la game boy de Matt, quien estaba a su lado mientras le contaba algunas anécdotas.

—Oigan —dijo Joe con voz somnolienta—, tengo que vestirme para dormir. Si quieren salir, bien, si no, me da igual.

—Oye —le llamó Matt—, ¿voy a dormir en el sofá o aquí en el suelo?

—Vincent, ¿no te molesta ir a dormir al lado de mamá hoy?

—¿Por qué me tienes que echar a mí? ¡Ándate tú! —gritó Vincent enojado con Joe.

—Joe, si quieres puedo dormir en el sofá...

—¡Porque Matt es mi amigo! —gritó ignorando lo que le decía en ese momento—. Yo lo invité a quedarse y no es lógico que me vaya yo si es así. Además, ¡yo soy tu hermano mayor y debes hacer lo que te ordeno!

—¡¿Y por qué?! ¿Desde cuándo debo obedecerte como si fueras papá? ¡No puedes actuar como que pudieras dar órdenes como él!

Joe perdió el control en ese momento. Empujó con fuerza a Vincent y Matt le gritó que parara. Su amigo tuvo que alejarlo mientras Vincent se levantaba para irse corriendo asustado. Mientras más lo detenía Matt, más energía en forma de un extraño espectro celeste rodeaba su mano empuñada.

—Joe, por favor, reacciona —le decía Matt una y otra vez—. Es tu hermano, es solo un niño.

Finalmente volvió en sí y aquel espectro celeste se desvaneció, provocando que Joe cayera sobre la cama un poco aturdido.

—¿Qué pasó? —preguntó confundido.

—Creo que intentaste matar a tu hermano —contestó Matt impactado aún.

Joe solo miró hacia el techo.

—¿No vas a vestirte? —le preguntó Matt.

—Cierto...

Se levantó para ir a cerrar la puerta y en su andar se notaba lo agotado que estaba. Luego, volvió a sentarse en la cama y exhaló pesadamente. Se volvió a levantar un poco, pero esta vez para ir por un calzoncillo y una polera.

—¿Vas a vestirte aquí? —le preguntó Matt—. Es decir, ¿conmigo acá?

—Les dije que me da igual. Solo cierro la puerta porque está Violet y... bueno, solo es una niña pequeña.

—Eh... iré a ver cómo está Vincent.

—Dale... igual, gracias por preocuparte por él.

Matt salió, cerró la puerta y Joe se quitó la toalla. Se puso el calzoncillo y, cuando estuvo por ponerse la polera, su hermano entró corriendo desesperado.

—¡Mamá no despierta! —gritó Vincent.

—¿Qué?

—Tu madre —dijo Matt— está inconsciente.

Joe tardó en reaccionar por el cansancio y, cuando comprendió lo que pasaba, cerró los ojos fuertemente. Luego, corrió hacia su madre y trató de que reaccionara.

***

—Chico —le dijo a Joe un paramédico—, ¿seguro que no quieres acompañar a tu madre?

—Seguro... debo quedarme con mis hermanos.

El paramédico asintió, cerró la puerta de la ambulancia y partieron rápidamente. El plan de Joe era que se quedaran todos en el departamento durante la noche y que al día siguiente tal vez fueran para ver cómo estaba su mamá, pero Violet y Vincent no pensaban igual.

—Tenemos que ir ahora —insistía Violet.

—Mamá no se va a sentir mejor hasta que estemos al lado de ella —agregó Vincent.

—Cuando ella se despierte tenemos que estar ahí, así nos verá y saltará de la cama de alegría.

—Sí... ¡por favor, Joe, tenemos que ir!

Él suspiró agotado.

—Está bien.

Volvieron a subir al departamento y Joe tomó en brazos a Lily, quien había estado durmiendo en su cuna. Sonrió al ver que seguía durmiendo y preparó el bolso de la bebé, mientras sus hermanos se alistaban para ir. Joe salió del departamento con su hermana en brazos y el bolso sobre su hombro, caminando hacia el departamento de los Schäfer. Antes de que pudiera tocar siquiera la puerta, la señora Schäfer abrió.

—¿Qué fue lo que pasó ahora? —preguntó preocupada.

—Mi mamá... creo que ella trató de matarse.

La mujer lo miró con asombro y pena a la vez, incomodando a Joe, ya que a él no le gustaba que lo vieran de forma lastimera.

—Bueno... quería pedirle si podía cuidar de Lily. Nosotros trataremos de ir al hospital por si mi mamá despierta. Sé que es complicado porque mañana David se va a casar, pero vamos a regresar en la mañana, lo prometo.

—Por supuesto que sí, no te preocupes. Por cierto, Hans puede llevarlos en nuestro auto, no se preocupen.

—¡No! Tranquila, ya tenemos cómo ir.

—¿Seguro?

—Eh... ¡sí! Mi abuelo nos está esperando abajo, así que no se preocupe. Gracias igual.

Joe le pasó a la bebé, se dio media vuelta y se dispuso a irse, pero escucho la voz de Maddie y se sorprendió.

—¿Puedo tomarla? —preguntó fluido por primera vez.

—¡Maddie! —exclamó alegre su mamá—. ¡Hablaste bien! ¡Por fin lo hiciste! ¡Oh mi pequeña Mad!

»Joe, ¿puedo pasársela?

—Sí, claro —contestó todavía impactado por aquello.

Le pasó la bebé a Maddie y ella la tomó con dificultad. Para la edad que tenía era bastante pequeña y delgada, por lo que le costaba aún más y su mamá la tuvo que ayudar. Joe sonrió al ver el trato que tenían hacia su hermana y se fue, sabiendo que la cuidarían bien.

Cuando estaba bajando por el ascensor con los mellizos y Matt, se fijó en una cosa: Maddie estaba despierta en la madrugada, lo que se le hizo bastante raro ya que su hermana siempre le contaba que ella se acostaba bastante temprano para poder quedarse dormida a eso de las diez de la noche. Recordó luego la vez en que la niña se quedó en la clase con su mamá, diciendo que había dormido mal por pesadillas.

—Vili —le dijo cuando iban saliendo del edificio—, ¿es normal que Maddie tenga pesadillas?

—Supongo. A veces me cuenta unas cosas bien raras, como que ve a chicos que nunca había visto en su vida, usando cosas raras y todo eso, también que hay voces en sus sueños, que según ella son sus hermanos, pero hay otras, como de conversaciones, que no logra distinguir. Es bien extraño.

—Sí... ¿sabes si le ha pasado eso de escuchar voces que no distingue cuando está despierta?

—No, solo te estoy hablando de sueños. Lo que dices es... perder la cabeza por completo.

—Supongo —murmuró.

Matt llevaba cerca de un minuto tratando de parar un taxi, pero nadie se detenía, hasta que Joe distinguió a un taxista que conocía por su padre y le hizo señas específicamente a él para que le parara, lo cual hizo.

—¡Hola Joseph! —le saludó.

—Hola Greg, ¿puedes llevarnos al hospital?

—Claro que sí.

Subieron todos y Matt se fue conversando con el taxista sobre cómo es que conocía a Joe, quien a su vez aprovechó el tiempo para seguir hablando con su hermana.

—Oye, ¿y qué otras cosas raras le han pasado?

—Solo eso, creo. Y solo son sueños, no son reales, ¿cierto?

—Pues... a veces las cosas que nos parecen irreales pueden ser más importantes de lo que parecen y pues... tal vez sí sean reales.

—Si es así, ¿por qué siempre dices que la magia no existe?

—Eso lo digo por los ilusionistas que se hacen pasar por magos.

—¡Y por todas las cosas!

—¡Pero eso no viene al caso! Solo digo que tal vez no es tan descabellado.

—¿Qué significa "descabellado"?

—Que algo no va con la razón, como una locura.

—¿Y según tú tal vez lo de los sueños podría ser real?

—O sea... no sé si los sueños podrían suceder o algo así, pero tal vez no son tan raros y tampoco lo sea lo de las voces, o sea sí pero... olvídalo, no importa.

—¡Es descabellado! —exclamó riendo.

—Sí... algo así.

Una vez que llegaron, Joe le pagó y luego entraron rápidamente al hospital. Preguntaron por su mamá y les dieron las indicaciones para llegar a la sala de espera de las emergencias.

Estuvieron sentados en la sala de espera un buen rato, hasta que a Joe se le ocurrió preguntar nuevamente, pero esta vez a uno de los doctores que cubrían turno esa noche.

—Verás, chico —le respondió—, yo no atendí a tu madre, pero el que está por ahí revisando unos papeles creo que la vio.

Joe le agradeció y luego fue donde el otro doctor. Nuevamente se presentó y preguntó por su madre.

—Llegó algo grave sí, pero esperamos que evolucione bien durante la noche. Eso sí, no le podemos dar el alta por lo menos a partir de mañana por la tarde y debe venir un adulto.

—¿Por qué?

—Bueno... ella trató de suicidarse.

—No me sorprende.

—¿Ha tenido este comportamiento antes?

—No trató de suicidarse antes... creo, pero siempre luce como si no quisiera vivir.

—Deben internarla en un centro, es por eso que resulta de suma importancia que venga un adulto.

—Está bien... ¿podemos quedarnos aquí hasta la mañana? Va a ser difícil tratar de llevar a mis hermanitos a un taxi y regresar.

—Sí, no hay problema mientras no hagan desorden ni mucho ruido.

Luego de un rato, sus dos hermanos se quedaron dormidos sobre él. Joe logró dormir unas cuantas horas también, pero se le hizo inevitable despertar a eso de las cinco de la mañana. Se levantó y dejó a sus hermanos durmiendo uno sobre el otro con cuidado para evitar que se despertaran. Recorrió un poco el lugar, buscó el MP3 con unos audífonos que le había regalado Michael y comenzó a escuchar música. Buscó después una máquina de café y llegó hasta la recepción solo para hacerse uno.

Llevó el vaso con café a su boca y estuvo a punto de beber, pero escuchó unos ruidos extraños y volteó. Todo estaba oscuro de repente, por lo que retrocedió hasta que encontró la puerta y salió. Respiró hondo, miró hacia adentro pero esta vez todo estaba normal.

—¿Estás bien? —le preguntó un joven que estaba a un costado, provocando que se asustara porque no se lo esperaba.

—Sí... oye, lo siento si esto suena raro pero ¿hubo un apagón momentáneamente?

—No, imposible, tal vez solo andas con mucho sueño. Anda a dormir mejor.

El joven, de estilo punk, sacó un cigarro y lo encendió. Joe lo observó y, tras pensarlo unos segundos, decidió pedirle uno también.

—Chico, lo siento, pero no lo haré. Sé que parece bastante tentador, pero es mejor que evites probarlo.

—Ya he fumado. Por favor, solo será uno.

Desde que probó por primera vez un cigarro con Michael, se habían juntado varios días, por lo que Joe aprovechaba la oportunidad para fumar con él.

El joven le extendió la cajetilla y Joe tomó un cigarro. Sacó el encendedor que le había dado Michael un par de días antes y encendió el cigarro.

—Eres un poco pequeño para estar fumando.

—Bueno, también lo soy para varias cosas que me pasan.

—A ver, cuéntame qué es lo que te pasa.

—Mi padre murió hace como un mes y medio ya y mi madre trató de suicidarse hoy por eso.

—Vaya... eso sí es trágico. ¿Estás aquí por tu madre entonces?

—Sí, ¿y tú?

—Por mi hermano. Lo apuñaló un bastardo de otra pandilla.

Joe lo miró con asombro y no supo qué decir.

—Te juro que cuando vea a ese tipo otra vez, lamentará su mísera existencia.

—Y... ¿sabes si vivirá tu hermano?

—Sí, yo estoy seguro de que sí. Ese idiota es de acero.

»Por cierto, ¿eres de acá? ¿De Manhattan?

—Sí, ¿por?

—Es que no pareces un chico de Manhattan. Luces más como uno del Bronx.

—Es que... vengo de los barrios bajos de Brooklyn.

—Se nota. Yo soy del Bronx.

—¿Solo viniste por tu hermano?

—Más bien, venimos juntos por Halloween. Es la noche perfecta para hacer caos por estos lados.

—Supongo que sí. Más temprano fui a una fiesta, luego anduve por las calles y todo parece una locura.

Al joven le pareció divertido Joe, por lo que le extendió la mano y él le devolvió el saludo.

—Soy Belcebú por cierto —le dijo a Joe, quien lo miró extrañado.

—¿En serio es tu nombre?

—No, idiota, es mi apodo. Espero que puedas imaginar un poco porqué me llaman así.

Siguieron conversando un buen rato y Belcebú le dio el número del teléfono público de su barrio, por si alguna vez quería ir a El Bronx y pasar el rato con su pandilla.

Joe volvió a subir mientras escuchaba música y se sentó al lado de sus hermanos, quienes seguían durmiendo, al igual que Matt. Ya eran las siete de la mañana y estaban dando las noticias matutinas. Violet, que Joe la había dejado sobre Vincent, se despertó sin que su hermano mayor lo notara. En eso, transmitieron la noticia de la muerte de aquel hombre al que Joe golpeó en el callejón. Él se quedó mirando atentamente el reporte y con cierto temor de que algo le pasara a él.

La denunciante declaró que aquel hombre trató de violarla cuando un chico apareció y lo golpeó en la cabeza —decía la reportera en la televisión—. Se desconoce la identidad del sujeto puesto que estaba disfrazado de The Joker.

—Mierda —murmuró Joe.

Gracias por la nota, volvemos al estudio —dijo el conductor de noticias desde el estudio—. Al parecer, Halloween logró que los villanos se volvieran superhéroes.

—Eres tú —le susurró Violet a su hermano—, tú lo mataste.

—Vili, no fue así.

—¡Sí, Joe, fue así!

—Ven conmigo, tenemos que hablar.

Tomó a su hermana por el antebrazo y fue hacia las escaleras de emergencia.

—Vili, debes prometerme que no le contarás a alguien sobre eso.

—¿Por qué lo mataste?

—No quería hacerlo, te lo juro. Él estaba atacando a esa chica y yo solo lo golpeé. Solo quería que se le quitara de encima, nunca pensé que podría matarlo. Fue un accidente.

—Pues el resto no lo va a entender así.

—Por eso no le puedes contar a otras personas, ¿ok?

—Sí.

—¿Me lo juras?

—Supongo.

—Violet, este es un tema muy delicado, no me sirve un "supongo".

—Es que... ¡no lo sé, es difícil!

—Bueno, a ver, dime un secreto tuyo, uno muy malo.

—Pues... rompí el jarrón favorito de la señora Schäfer.

—¿El chino?

—Sí.

—Cuesta una fortuna...

—¡Lo sé! Dijimos que lo rompió la perrita maltés de Kathy.

—¿Le echaron la culpa a un pequeño bichón maltés?

—Sí...

—¿Viste? Ahora debo guardar tu secreto. Si tú guardas el mío, me salvas de la cárcel y, si yo guardo el tuyo, te voy a salvar tu amistad con Maddie y más encima no tendremos que pagar miles de dólares.

—Cierto.

—Entonces, ¿ninguno va a contar el secreto del otro?

—Sí.

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