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2

Vincent llevaba a su hermana más pequeña en brazos y la acercó al rostro de Joe para que lo golpeara suavemente y en repetidas ocasiones. Su hermano mayor despertó casi de inmediato y lo miró con odio por eso.

—Ni siquiera ha sonado mi alarma —dijo Joe enojado—, ¿por qué me despiertas?

—Tenemos que ir a la iglesia.

—Pero si es domingo...

—No, es sábado. Recuerda que ayer fue el funeral de papá.

—Cómo va a ser sábado...

Joe miró el calendario que tenían en el velador y abrió enormemente los ojos al darse cuenta de que su hermano tenía razón. Era sábado diez de septiembre del año 2005. Lo peor de todo era que su reloj indicaba que en unos minutos serían las diez de la mañana.

—¡Mamá me va a matar! —exclamó dando un salto de su cama.

—Mamá está durmiendo.

—¿En serio?, ella nunca es impuntual.

Vincent solo se encogió de hombros y salió de la habitación para ir a desayunar. Joe comenzó a vestirse. El dinero no les alcanzaba para comprar mucha ropa, por lo que el único traje y zapatos de vestir que tenía eran los que usó el día anterior, en el funeral de su padre. Se abotonó la camisa blanca y se puso un corbatín negro, pero al verse en el espejo no se hallaba. Volteó, vio la camisa negra que también había usado el día anterior y se cambió la que tenía puesta por esa, para después ponerse una corbata roja. Luego, fue a la cocina, en donde tenían una pequeña mesa en la que comían todos.

—Luces algo... —dijo Violet al verlo, pero no sabía como terminar de decirlo sin que se enojara su hermano.

—Emo —terminó la frase Vincent.

—Agh... saben que no lo soy.

—Eso es lo que tú dices...

—Pulgas, ¿alguno sabe dónde está mamá?

—Sigue durmiendo —respondieron al unísono los mellizos.

Joe se levantó de la mesa y fue a ver a su mamá. La puerta estaba entreabierta, así que pasó lentamente sin preguntar. Su madre seguía efectivamente acostada, pero estaba despierta. Veía hacia el frente pero sin fijarse realmente. Su mirada parecía perdida y melancólica, pero no era para menos.

—¿Vas a quedarte acá? —le preguntó Joe.

Su madre solamente asintió con la cabeza y sin mirar al chico. No podía asimilar lo que había pasado, aunque siempre supo que ese era uno de los riesgos.

Joe alzó ligeramente la mano en señal de despedida y se fue de la habitación lo más silencioso posible. Fue a la habitación que compartían sus hermanas y se aproximó a la cuna de Lily, quien hacía un rato alzaba los brazos riendo, como si esperara a que alguien la levantara. Joe la tomó entre su brazos y le sonrió, luego la dejó sobre la cama de Violet y buscó un vestido, zapatos, medias y un chaleco para vestir a su pequeña hermana, pero un olor lo detuvo y tuvo que buscar un pañal.

Se arremangó la camisa y le cambió el pañal a su hermana con cuidado pero desagrado. Si bien ya había tenido que cambiar el pañal y bañar a su hermana varias veces cuando su mamá tenía que hacer doble turno, todavía no se acostumbraba.

Una vez lista, la llevó a la cocina y buscó su papilla.

—¿Puedes apurarte? Vamos a llegar tarde —reclamó Violet.

—Sí... ¿y dónde está mamá?, ¿por qué no viene? —preguntó inquieto Vincent.

—Mamá... mamá no se sentía muy bien —contestó Joe—. Está enferma, así que se va a quedar. Iremos los cuatro solos... estaré a cargo de ustedes tres.

Violet miró con desconcierto a su hermano mayor. Él había comenzado a llevar una carta muy grande que nadie a esa edad debía llevar, pero creía que no tenía de otra.

Al terminar de dar de comer a Lily, limpió su boca y le sonrió. Tomó el bolso de cuidado de la bebé y lo usó cruzado, luego tomó a su hermana más pequeña en brazos y con la única mano libre que tenía abrió la puerta, indicándole a los mellizos que lo siguieran. Vincent cerró la puerta del departamento y bajaron para esperar un taxi, pero no tenían dinero suficiente para este.

—¿Puede hacernos un favor y llevarnos a mitad de precio? —preguntó Joe al taxista.

—¿Estás loco, niño? Perdería mucho dinero por la culpa de ustedes.

—Por favor... no tenemos más y ya vamos tarde.

—Ve a pedirle más dinero a tus padres. Por el edificio en el que viven, de seguro tienen mucho.

—No se equivoque. Las apariencias engañan.

»Nuestro padre murió hace unos días y mi mamá no se ha levantado de la cama desde el funeral —dijo en voz baja para que los mellizos no escucharan—. Ella realmente está mal y siempre hemos vivido con lo justo al ser cuatro. Por favor, si no fuera porque en serio estamos mal no le pediría que nos llevara a mitad de precio.

El taxista bufó, pero luego aceptó y les dijo que entraran. Los hermanos se sentaron atrás y Joe llevó consigo a Lily todo el tiempo.

—¿Y a dónde es que van?

—A la iglesia...

—¿En sábado?

—Sí, en sábado. Como le iba diciendo, vamos a la iglesia adventista.

—Ah... sé dónde queda, llegaré lo más directo y rápido posible.

Dicho y hecho. El taxista no tomó rutas alternativas y fue directo a su destino para que no saliera tan elevado y los niños pudieran pagar lo más posible, aunque de todos modos no alcanzaron a completar el total. El taxista torció la boca.

—Sé que acepté llevarlos, pero de por sí es bastante bajo el precio —les dijo el taxista—, ¿en serio no pueden pagar el resto?

Joe revisó sus bolsillos. Ni siquiera les quedaba para regresar a casa. Su vecina, la madre de Maddie y mejor amiga de su mamá, justo había salido para ver si llegaba la familia de su amiga, sin saber que los niños se habían ido solos.

—Chicos —los llamó ella, desconociendo la situación—, vayan adentro. Ya es tarde.

—Sí —contestó Joe—, es solo que me falta un poco para pagar el taxi.

Ella quedó atónita.

—Yo les pago.

Los chicos bajaron del taxi y ella conversó con el chofer, para posteriormente entregarle el dinero restante. Luego, puso su mano en el hombro de Joe.

—Vamos —le dijo—, el resto del grupo preguntaba por ti, todos estaban muy preocupados.

Los niños y adolescentes tenían grupos de clase que se dividían por rango de edad. Joe pertenecía al rango de trece a dieciséis años, el cual estaba a cargo como maestra su vecina. Al llegar a la división que tenían en la salita, se sentó en el suelo al igual que el resto y se percató de que ahí también estaba Maddie.

—¿Por qué estás aquí? —le preguntó—. Deberías estar con los otros niños.

Maddie no le respondió. Ella observó a su madre mientras se sentaba junto a los adolescentes y luego se tiró sobre ella para abrazarla.

—No sé qué le pasa hoy —contestó su madre—, pero despertó bastante asustada y no ha querido alejarse de mí.

—Espero que no te moleste que esté ella —le dijo Winnie, una chica afroamericana de quince años—, porque a nosotros nos encanta que esté acá.

—Me da igual.

Winnie era la hermana mayor de Sophie, una amiga de Violet y Maddie, por lo que era bastante cercana tanto a los Beckett como a los Schäfer. Joe se sentía atraído por ella, pero Winnie lo consideraba algo desagradable e impulsivo.

Al rato después, el culto siguió de forma habitual, pero él se sentía realmente incómodo, por lo que salió un rato y se topó con Maddie, quién estaba sentada en el suelo.

—Para tener siete años eres bastante extraña —le dijo Joe.

—Gr-gracias —contestó sin emoción alguna.

—¿Y qué haces afuera?

—¿T-tú qué ha-hace-es afu-fuera?

—Touché.

»Me sentí algo ahogado adentro.

—Y-yo también.

—¿Tiene que ver con el hecho de que estuvieras pegada a tu mamá hoy?

Maddie negó con la cabeza, aunque sabía que era así. Joe le restó importancia y siguió caminando hasta el baño, donde se lavó la cara y tomó agua. Al salir, volvió a toparse con Maddie.

—¿Pu-pue-edes co-compra-arme un he-ela... un helado? —le preguntó ella, haciendo que su tartamudeo irritara más a Joe.

—No, ni siquiera tuve dinero para terminar de pagar el taxi —respondió hastiado—. Absolutamente nada.

»Dile a tu mamá.

—M-me va-a a ret-reta-ar.

—Pues no es mi problema.

Joe entró para buscar a su hermana más pequeña y volvió a salir. Se quedó afuera hasta el final, dando la excusa de que su hermana no podía entrar cuando la madre de Maddie lo iba a ver, luego de hacer que la niña entrara. Él realmente quería estar lejos de todos.

Cuando llegaron al departamento, dejó a Lily en su cuna y fue a ver cómo estaba su madre. Ella dormía todavía, por lo que no quiso despertarla y fue a la cocina a ver si podía preparar algo para comer.

—Tengo hambre —se quejó Vincent.

—Yo también, es por eso que trato de cocinar algo.

—¿Y si pides comida?

—No tenemos dinero para eso.

—¿Significa que somos pobres?

—No...

—¿Somos pobres porque papá no está?

—¡No! ¡Solo cállate y deja que me concentre!

Vincent se puso triste y Joe dio un chasquido con la lengua.

—Lo siento —se disculpó Joe—. Después conversamos si quieres, ¿está bien?

Vincent asintió triste con la cabeza y se fue a su pieza.

—¡Lo hiciste muy mal! —lo reprendió Violet.

—Cállate, Vili, en serio no estoy de ánimos. Si quieres ve a jugar con Vincent o ve donde los Schäfer y te llamo cuando tenga lista la comida.

—Ok.

—¡Ah! Y si tratan de darte almuerzo, no aceptes porque yo estoy preparando algo, ¿ok? Tampoco andes pidiendo porque no somos mendigos.

—Tu orgullo es más grande que Central Park.

—Lo sé... ya anda y deja de molestarme.

Violet salió corriendo y fue al departamento de su mejor amiga, dejando a Joe solo en la cocina. Él revisó en el refrigerador y en la alacena, sacó un par de cosas y comenzó a cocinar según lo que recordaba haber visto que hacía su mamá y su abuela cuando iba a verla los veranos.

Pronto terminó, aunque la cocina quedó hecha un desastre. Avisó a sus hermanos y le llevó comida a la cama a su mamá, también sentó a Lily en la mesa y le dio papilla mientras sus hermanos comían.

Y así pasó un mes. Su madre no iba a trabajar, simplemente se quedaba recostada en su cama mientras Joe se hacía cargo de sí mismo y de sus hermanos, siendo Violet la única que intentaba ayudarlo en su hogar. Su vecina, la señora Schäfer, intentaba ayudarlos como familia, pero cada intento fallaba por el orgullo de Joe.

Llegó el sábado nuevamente, solo que esta vez Joe se fue con sus hermanos junto con la familia Schäfer, por la insistencia de su vecina. Al llegar, se dividieron por edades como siempre, pero llamaron a los maestros para que fueran un momento adelante, por lo que el grupo de adolescentes aprovechó la instancia para conversar, aunque Joe solo oía a medias lo que decían.

—Mi hermana me contó —dijo una chica—, que parece que una de sus amigas está embarazada.

—¿Y? —le preguntó Winnie.

—¡Es de esta iglesia!

—No hables tan fuerte —dijo un chico—, si nos escuchan nos van a regañar.

»¿Cuál de las chicas de la iglesia es?

—Emma, la novia de David, que es el hijo de nuestra maestra. ¡¿Se imaginan el numerito?!

—Oye —la interrumpió Joe enfadado al escuchar que hablaban de Emma y David—, ¿acaso a ti te pagan por meterte en la vida de las personas?

—No seas tan antipático, solo estamos conversando...

—Ella tiene razón —dijo Winnie—, no es como para que te enojes.

—No puedo creer que la defiendas. No sabía que fueras una chismosa como ella. Parece que soy el único que piensa acá.

—Joe, basta. No puede ser que soportemos tu mal genio solo por lástima.

—¿De qué estás hablando?

—De que todos aguantamos tu malhumor, pero no porque nos agrades sino por lástima por lo que les pasó, pero ya ha pasado un mes desde entonces.

—¿A qué te refieres con lo que nos pasó?

—¡Crees que tienes la razón solo porque te tenemos lástima porque tu padre murió!

—¡No es cierto! Creo que tengo la razón porque tengo sentido común. ¿Y sabes qué? Ya que piensas que creo que es así porque me tienen "lástima", espero que te pase algo así y comprendas cómo se siente.

Joe se levantó de su asiento y se paró frente a Winnie, a una distancia escasa.

—Nunca tuvo que ver, pero parece que quieres decirlo para sentirte mejor que yo y que cualquier otro, como siempre. Espero que muera alguien que quieras mucho y así te des cuenta de lo que se siente que el resto te ayude por lástima y el hecho de que todos crean que tu estado anímico depende netamente de ello.

Golpeó ligeramente con la punta de su dedo la frente de la chica y fue a buscar a David. Llegó hasta donde estaba sentado y apretó su hombro para llamar su atención.

—¿Qué pasa? —le preguntó David.

—Necesito que vengas para que hablemos. No te conviene que sea acá.

—No exageres, niño.

—Hablo en serio, es sobre un chisme.

—Está bien.

David se levantó de su asiento y salió siguiendo a Joe. Caminaron algunos metros fuera de la iglesia y Joe se detuvo.

—Más te vale que sea rápido —le advirtió David—, porque si mi mamá no nos ve allá se va a enojar.

—Lo que pasa es que estaban conversando en mi clase y una chica dijo que al parecer Emma está embarazada. Le dije que dejara de decir chismes, pero...

—Es verdad, lo está. Se suponía que nadie más lo sabía, queríamos cubrirlo...

—¿Ni siquiera tus padres lo saben?

—No, tampoco los de ella. Se haría un gran escándalo si alguien se enterara.

—¡Pues ya pasó!

—Ugh, ¿cómo se enteró esa chica?

—Según dijo, su hermana, que es amiga de Emma, le contó.

—Vaya amiga...

—¿Y ahora qué?

—Evitar que otra persona se entere y cubrir todo.

—¿Cómo piensas cubrir semejante embarrada?

—Pues... Desde hace un tiempo que estábamos pensando en casarnos y nuestros padres lo saben, supongo que así.

—Más les vale que sea rápido.

—Sí, por el momento trata de que nadie más se entere.

—Va a ser difícil.

—Escucha, Beckett, a mí me da igual si los demás lo saben, pero sé que a Emma no.

»Sabes que todo esto de la iglesia y la vida moral nunca me interesó, pero no quiero que ella lo pase mal.

—Te entiendo, tranquilo.

Volvieron a entrar, solo que esta vez Joe se quedó con el grupo de adultos jóvenes en lugar del de adolescentes.

Al volver al departamento, ni siquiera se interesó en ir a ver a su madre. En los últimos días tampoco la había ido a ver más que para dejarle algo para comer.

La barriga de Violet rugió al rato de haber llegado.

—Tengo hambre —dijo la niña.

—Yo también —replicó Vincent.

Joe comenzó a revisar la alacena, pero solo encontró un par de latas de sopa y un frasco de papilla para Lily. Sin previo aviso, su despensa que siempre había tenido comida incluso por reserva estaba vacía en ese momento. Revisó la nevera para buscar algo congelado y nada. Para colmo de males, Lily comenzó a llorar por el hambre.

—Vili —llamó Joe a su hermana—, necesito que le descuentan está papilla a Lily mientras voy a comprar algo para comer.

—¿Puedes traer pizza?

—Voy a pensarlo, ¿ok?

—Sí.

Le pasó el frasco de papilla y una cuchara, luego buscó el dinero que guardaba en un calcetín para poder ahorrar sin que el resto lo notará y salió del departamento.

Por un momento tuvo la idea de pedirle comida a su vecina, pero luego se esfumó al creer que eso sería muy lastimero, algo que él no quería parecer. Bajó en el ascensor hasta el primer piso y tomó su bicicleta que le dejaban guardar en la entrada. Así, llegó rápidamente a un Walmart y compró comida para toda la semana. No le alcanzaba para una pizza y además consideraba que sería un gasto innecesario, aunque le tentaba comer una como le había pedido su hermana. Como esperaba, al regresar lo interrogaron por la pizza.

—¿La trajiste?

—No. Si la traía, no me hubiera alcanzado para toda la semana y la pizza solo dura por un día.

»Oigan, en un par de meses ustedes están de cumpleaños, así que... ¿qué tal si ese día les traigo pizza?

—¡Sí! —gritaron al mismo tiempo.

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