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16

Joe llegó a la escuela en bicicleta, junto a Matt, quien decidió ir en su patineta el día lunes. Al llegar, dejó su bicicleta en la entrada, sabiendo que nadie se la llevaría, y se fue a buscar a Amy, dejando a Matt solo, mientras guardaba su patineta en el casillero. Esta vez, se levantó el cabello con gel luego de bañarse y consiguió que se quedara en su lugar, formando una pequeña cresta.

Se acercó por detrás a la rubia y con sus manos tapo los ojos de la chica.

—Adivina quién soy.

—Joe, ¿conoces algo llamado "espacio personal"? —replicó molesta y apartó al chico.

—Perdón, creí que nosotros... bueno, ya sabes.

—¿Nosotros? Nada.

—¿Y lo que pasó el sábado?

—Solo pasó y ya. No significa que somos algo. Solo porque hayamos tenido sexo no significa que estamos en una relación.

—¿Y qué somos entonces?

—¿Por ahora? Solo amigos. Si vas a seguir molestando, terminaremos siendo solo conocidos.

—Genial... me gusta la categoría de amigos entonces.

—Bien. —Sonrió—. Si quieres podemos ir después de clases a algún lugar.

—¿Podría ser que se repita lo del sábado?

—Quizás —contestó sonriendo de medio lado.

El timbre sonó y Amy se alejó rápidamente. Él se quedó mirándola mientras se iba, sonriendo, sin poder creer que aquella chica era real y de verdad estaba sucediendo todo eso.

—¡Beckett, a su sala! —le gritó un inspector de pasillo, sacándolo de su estado de ensimismado.

El chico caminó de mala gana y entró a la sala de física. Se sentó junto a Matt e hizo los ejercicios del libro que indicó la profesora.

—Hey —lo llamó su mejor amigo—, ¿sabes cómo se hace esto?

—Eh... sí. Si lo haces de esta forma, te va a resultar fácil.

Le explicó a Matt y le dio un consejo para recordar fácilmente las fórmulas. Si bien a Joe no le gustaba estudiar, se le hacía fácil la escuela, ya que, tenía maneras distintas de ver las cosas, como atajos, que lo ayudaban a calcular rápidamente. Así había sido desde pequeño y, por ello, lograba estar entre los primeros lugares de su generación sin un gran esfuerzo.

—¡Chicos, silencio! —exclamó la profesora—. Dejen que sus demás compañeros puedan concentrarse.

—Solo le estaba explicando cómo se hacía.

—Si él tiene alguna duda, me la puede plantear cuando acabe la clase. No es momento.

La profesora se dio vuelta y caminó hacia su escritorio. Joe levantó su dedo del medio e hizo una mueca de desagrado, por lo que, varios de sus compañeros rieron, advirtiendo a la profesora de que algo estaba pasando.

—¿Dijo algo? —preguntó enfadada.

—¿Yo? ¡Nada, lo juro!

Se dio vuelta y los chicos volvieron a reír. Hacer callar a un montón de adolescentes era prácticamente imposible, sobre todo si casi ninguno quería estar ahí y los que sí querían se sentían presionados por la mayoría a seguir el juego y encajar.

Joe pasó su mano por su moicano y se echó hacia atrás, esperando a que la clase acabara. A pesar de dedicar casi nada de tiempo a estudiar y mantener una actitud altanera, era uno de los mejores alumnos de la escuela, tanto así que por ello ni siquiera lo expulsaban de la escuela, solo lo enviaban a veces a detención y lo suspendieron una vez, aunque a veces a sus profesores les daba ganas de nunca más verlo, pero todavía debían soportarlo otros dos años antes de su graduación.

Durante el día, no estuvo prestando atención en clases, pues no podía evitar pensar en Amy, igual que un preso no deja de anhelar su libertad. A la salida de la escuela, se encontró con la chica, que ya iba en último año, aunque todavía no cumplía la mayoría de edad.

—¿Iremos a tu departamento entonces? —le preguntó él, sonriendo.

—Mi mamá debe estar durmiendo. Tuvo que trabajar anoche y tendrá que hacerlo de nuevo en la tarde.

—Que mal... pero sí vamos a ir a algún otro lugar, ¿verdad?

—Sí. —Rio—. Estás muy ansioso parece.

—¿Yo? Nah... es solo que... no he dejado de pensar en ti.

—Se nota que no habías estado con otra chica antes.

—Quizás, pero también es porque tú eres distinta a las demás personas. No lo sé, tu presencia es reconfortante.

La chica rio al escucharlo.

—Ya pareces de esos tontos de las películas románticas.

Matt llegó agotado hasta ellos, después de correr desde el salón de clases y ver que Joe se estaba yendo con Amy.

—¿Qué pasa? —le preguntó Joe, preocupado al ver su mal estado.

—Es que... tú... —No dejaba de jadear, tratando de respirar normal.

La rubia se cruzó de brazos y alzó una ceja, molesta. 

—Te estabas yendo sin mí. —Logró articular.

—Oh... sí, lo siento.

—Vamos a salir esta tarde —contestó Amy, aferrándose del brazo de Joe, quien sintió que se derretía ante el contacto.

—Bien, ¿a dónde vamos? —preguntó Matt, sin comprender.

—Oh, amigo...

—Tú te vas a tu casa, nosotros... por ahí. —Sonrió pícara y miró a Joe a los ojos.

—Matt, lo siento, pero vas a tener que irte solo.

—¿Es broma? —exclamó dolido.

—Matt, por favor... —Le hizo señas direccionadas hacia Amy—. Comprende.

—Entiendo, descuida.

Matt asintió con evidente decepción, para después caminar en dirección a su hogar. Joe lo miró confundido, sin saber si había hecho lo correcto al decirle a su mejor amigo que se fuera solo.

—Oye, tranquilo: no puedes andar todo el tiempo con tu mejor amigo, sobre todo si... —Sonrió con picardía.

Él comprendió de inmediato a lo que se refería y le devolvió el gesto. Giró su rostro para besarla, pero ella se apartó riendo, soltando el brazo del chico.

—No seas tan ansioso. 

—No es ansiedad, es que haces que mi cabeza no funcione.

—Quedamos en que solo somos amigos.

—Me confundes. —Rio—. Hablaste como si fueras mi novia y ahora me recuerdas que solo somos amigos.

—Dejémoslo en que somos amigos... con ciertos beneficios. 

Joe rio al escucharla y asintió alegre. Siguieron caminando uno al lado del otro, sin saber él a dónde iban, pues no le importaba en ese momento el lugar, mientras fuera con ella.

Observaba sus rubios cabellos y uno que otro mechón teñido de rosado, viendo cómo se movían con el viento. Un pensamiento cruzó rápidamente por la mente del chico: si los dioses existían, ella tenía que ser una.

Llegaron a un edificio deteriorado y entraron. La chica caminaba en todo momento delante de él, para guiarlo, hasta detenerse frente a una puerta en el segundo piso. Amy sostuvo el pomo de la puerta y forzó empujando un par de veces, hasta abrirla.

—A veces vengo por la noche con mis amigos —explicó la chica—. A esta hora dudo que haya alguien.

Cerró de nuevo la puerta y se le tiró encima al chico para besarlo. Tras salir de su asombro, Joe correspondió a sus acciones y acarició su espalda por debajo de su blusa. Sin embargo, Amy tomó su rostró y lo apartó, deteniendo de inmediato al chico, quien la miró confundido.

—Ven —pidió y volteó rápido.

Se alejó para desaparecer por un pasillo hasta una habitación y él la siguió riendo, sin poder creer que de verdad estaba viviendo eso. La encontró echada sobre un viejo colchón con una sábana sobre este, en un estado igualmente deteriorado. Se acercó a la chica y se quitó su chaqueta, para luego posicionarse entre sus piernas, con el aliento agitado, pero ella lograba controlar el propio pese a estar también ansiosa.

Amy subió con su mano ligeramente su playera, dejando ver parte de su abdomen y le dijo al chico que la besara ahí. Joe siguió cada una de las indicaciones que le dio, descubriendo nuevas sensaciones de la chica con cada una de sus caricias y besos.

—Eso estuvo mucho mejor —murmuró Amy, mientras trataba de regular su respiración.

Él se le acercó para besarla en los labios de nuevo y la mordió, causándole otro gemido.

—¿También pudiste sentirlo? —preguntó ella, sorprendiéndolo.

Joe asintió y siguió besándola. Ni siquiera pensó a qué se refirió ella, pero sí era cierto que sintió el placer que ella tenía, solo que no logró distinguir de dónde venían esas sensaciones en ese momento.

Cuando otra vez acabó, se apartó de ella y se echó sobre el colchón. Amy se tendió sobre él y lo abrazó, completamente desnuda.

***

Luego de un par de semanas de encuentros ocasionales, él se puso de pie después de terminar y empezó a acomodarse su ropa, pero ella se sentó sobre el colchón, para luego llevar sus rodillas al pecho.

—¿Solo amigos dijiste? —preguntó él.

—Sí... es lo único que te puedo ofrecer —respondió en un murmullo, casi arrepintiéndose de sus palabras—. Me gusta hacerlo contigo, pero te mentiría si te dijera que podría ser tu novia.

Cerró el cierre de su pantalón y se arrodilló para estar a la altura de ella en ese momento. Buscó sus labios una vez más, pero ella lo esquivó. Amy se puso de pie y empezó a reunir su ropa, desparramada por todo el lugar.

—Bien, no quiero una novia —sentenció él—. Creo que ambos tenemos suficientes problemas por ahora.

Ella asintió y forzó una sonrisa. Tomó el rostro del chico y besó sus labios, sabiendo que pronto acabaría todo y aquella idea no le gustaba.

Luego de que se apartara, Joe se puso de pie con su playera en la mano. Tomó su chaqueta de cuero que estaba en el suelo también, se la colocó y se marchó del departamento.

—Sé que estás aquí —murmuró Amy, luego de ver que Joe salió—. Él ya se fue, puedes aparecer.

—¿Por qué tardaste tanto?

—Me estaba divirtiendo. Cada parte saca provecho en un trato, ¿no? Estas semanas fueron mi pago por nuestro trato.

***

Joe encendió un cigarro y caminó triunfante por el pasillo. No tenía idea de a dónde lo llevaría todo eso, pero poco le importaba. Al fin le había dejado de importar.

Se colocó un audífono, luego el otro y encendió su MP3, todo con su mano libre. Dio una calada al cigarro y botó el humo, para luego sonreír.

Se dirigió al departamento de Matt y llegó cerca de media hora después, caminando.

—¿Qué quieres? —preguntó Matt en cuanto le abrió la puerta.

—Que me acompañes. Me dieron un dato hace un rato de un buen tatuador que no cobra mucho y...

—¿El dato te lo dio Amy?

—Sí. —Sonrió de medio lado.

—¿Y luego tuvieron sexo?

—Oye, no voy a...

—Joe, no creas que no es obvio. Y no quiero acompañarte, pídele a ella.

—Vengo de su departamento y vine a verte para que vayamos. Será divertido.

—Lo único divertido será escucharte gritar de dolor.

—¿Por qué estás tan enojado?

—¡No estoy...! —Exhaló—. Ok, sí estoy enojado. Siempre te he acompañado y apoyado en todo, pero desde que la conoces, me has dejado de lado.

—No te he dejado de lado, te estoy invitando a que nos hagamos tatuajes.

—¡No me voy a hacer un tatuaje! Y sí me has dejado de lado. Te entendería si esa chica fuera tu novia, pero ni siquiera es tu amiga, solo se divierte contigo cuando nadie los ve, porque ni se te acerca en la escuela.

—Claro que nos divertimos cuando nadie nos ve: tenemos sexo ocasional, se trata de divertirse sin que el resto vea. No necesitamos una relación y por eso no damos demostraciones públicas de afecto.

—Joe, desde que tienes lo que sea que tienes con ella, te has convertido en alguien desagradable al que ya no le importan sus amigos, incluso Chris me ha dicho.

—Sí me importan, solo que ya no puedo pasar tanto tiempo con ustedes. Chris se la pasa pegado a sus estudios, así que, tampoco me puede reclamar algo. Tú deberías conseguirte una novia, si tanto te preocupa que yo sí tenga sexo y tú no, que se nota que te falta.

Se quedaron callados y Matt frunció el ceño, sin que Joe todavía notara lo hiriente que fue con él.

—A eso me refiero con que te has convertido en alguien desagradable. ¿Sabes? Hasta Noah se me hace más amable que tú ahora, y eso que él es homofóbico.

Matt cerró la puerta frente a Joe, quien al fin se dio cuenta de su error. Golpeó varias veces la puerta, pero el chico no le abrió.

—¡Pizza! —Fingió otra voz, como si fuera un repartidor.

Matt se quedó sentado en el sofá de su casa, con el control del televisor en la mano, sin encender el aparato todavía.

—Vamos, Matt. Fue tonto lo que te dije, pero debes admitir que si fueras yo, no estarías molesto.

—No estaría molesto porque no tendría un gramo de empatía y sentido común para darme cuenta, pero si tú fueras yo, entenderías por qué estoy molesto.

—Claro, cualquiera lo tendría si no tuviera sexo.

Matt encendió el televisor y puso el volumen fuerte, queriendo darle a entender a Joe que no lo iba a seguir escuchando.

—¡Bien, me voy a tatuar sin ti! —gritó hacia adentro—. ¡Y tal vez vaya a ver a Amy de nuevo!

No obtuvo respuesta y se marchó. Fue a la dirección que le dio Amy, sin estar del todo seguro de lo que se iba a hacer, pero estaba emocionado porque iba a ser su primer tatuaje. Ya tenía algunas perforaciones, pero siempre quiso tener un tatuaje para presumir.

El lugar era una especie de bodega abandonada, lo que le pareció extraño, pero no se asustó por eso, pues la chica le dijo que se trataba de un tatuador clandestino.

Al entrar, se dio cuenta de que todo estaba oscuro y trató de encender la luz, pero no resultó. Sospechó de que tal vez se equivocó de dirección, quizás la anotó mal, aunque de todos modos se aventuró en el lugar, que parecía estar vacío.

—¿Hay alguien? —preguntó. No quería retroceder—. ¿Hola?

Escuchó un estruendo y sintió que el suelo se desvaneció debajo de él, formándose un abismo por el que cayó. Agitó inútilmente los brazos, tratando de aferrarse a algo en medio de la oscuridad, pero solo era el vacío. De pronto, el aire le faltó y empezó a cerrar los ojos, con un fuerte dolor en el pecho que inició por un ardor que tuvo en el brazo sin que alcanzara a notarlo.

Un golpe en la cara lo despertó. Estaba tendido sobre tierra árida y se levantó a tientas, con el cuerpo adolorido. Estaba oscuro, pues era de noche, y había carpas grandes.

Un par de soldados pelearon a varios metros de él y corrió en esa dirección, sin entender qué era lo que pasaba. ¿Acaso estaba soñando? ¿O alusinaba? No recordó haber fumado algo y tampoco tenía ese efecto en él, entonces ¿qué era?

—¡No hagas una estupidez! —gritó uno.

—¡No lo vas a entender! ¡Nunca lo entenderás! —Esa voz se le hizo demasiado conocida. No podía ser cierto—. Esta es la única forma... no hay otra... no hay demonio del que se pueda escapar.

—No, escúchame...

Joe alcanzó a llegar y ver su rostro: era su padre, con una pistola en la mano. Corrió para estar a su lado y quitarle el arma, pero en cuanto intentó tomar su antebrazo, lo traspasó, con miedo y desesperación.

—¡Joseph, espera...! —Su amigo no pudo evitarlo.

El sonido momentáneo del dispari rasgó la noche y se hizo eterno en los oídos del chico, quien se tiró al suelo junto a su padre y trató de auxiliarlo, pero no pudo tocarlo realmente, sin embargo, las manos del adolescente estaban empapadas de sangre, que se mezcló con las lágrimas que cayeron de sus ojos. El amigo de su padre trató de detener la hemorragia sin éxito, mientras pedía a gritos ayuda.

Escuchó pasos cerca de él. El sargento de la unidad estaba ahí, tras despertarse por los gritos y correr al oír el disparo, siendo guiado por los gritos del soldado. Llegaron otros y apartaron al amigo de su padre, diciéndole que ya había muerto.

—Diremos que fue una emboscada —ordenó—. Nadie puede saber que se suicidó... esto no es algo que un niño deba saber sobre su padre.

Joe levantó el rostro para ver al hombre y luego lo bajó, observando a su padre. No podía creer que eso pasó, que le mintieron así.

No, era una pesadilla, eso no pasó. Debía despertar, pero ¿en qué momento se fue a dormir si eso era un sueño?

No eres el hijo de un héroe, eres el hijo de un cobarde.

No sabía de dónde provenían tantas voces, en medio de la oscuridad que otra vez se apoderó de todo, como si fuera el vacío.

No eres el hijo de un héroe, eres el hijo de un cobarde.

No podía estar pasando, definitivamente era un sueño.

El hijo de un cobarde solo puede ser un cobarde.

Una pesadilla.

Un cobarde no puede ser un salvador.

Las voces parecían hacerse más fuertes, tanto que sintió que su cabeza iba a explotar.

Un cobarde está condenado.

Y entonces hubo silencio, aunque la migraña no cesó, imposibilitando que abriera los ojos. Solo se tomó con fuerza la cabeza y se revolcó en el suelo. El dolor se hizo cada vez más intenso y dio gritos de desesperación.

—Hicimos un trato. —Recordó a la perfección esa voz y supo quién era—. Tu padre lo dijo: no hay demonio del que se pueda escapar.

En medio de la oscuridad, la sonrisa en el rostro de Belcebú se volvió visible, parado junto al chico que no paraba de retorcerse.

Se le acercaron formando un círculo varias personas, entre ellas Amy, y rodearon al chico sin dejar de llamarlo "cobarde".

Joe alzó la vista y vio que estaba en un desierto, completamente solo. Nunca había estado en uno, pero la sensación de deshidratación y ardor en la piel era demasiado real. Se intentó poner de pie, pero solo logró estar de rodillas en la arena.

—Quizás no recuerdes esto. —Era la voz de Belcebú, pero ¿dónde estaba? No lo podía ver—. ¿Tienes hambre? La tuviste, pero siempre fuiste lo suficientemente engreído como para hacerles creer a todos que eras superior. En todas tus vidas, lograste engañar a demasiada gente. ¿Qué se siente que te engañen?

No tenía idea de a qué se refirió Belcebú, solo podía pensar en todo el dolor que sentía, sobre todo en su brazo, pues el ardor era más intenso ahí.

Pestañó como si sus párpados tuvieran pesas y notó que todo estaba oscuro otra vez, pero el lugar era distinto. Estaba en una habitación, tirado en el suelo y sintió adormecido su cuerpo, con todo dándole vueltas. Dirigió su vista hacia su brazo izquierdo, de donde sentía un ardor mayor, y notó una jeringa incrustada. Trató de quitarla, pero no pudo levantar su brazo derecho.

—En cada vida has sido un mentiroso, un cobarde... un maldito miserable.

Belcebú puso su mano sobre la cabeza del chico y empezó a absorber parte de su alma.

Afuera de aquella pesadilla en la que estaba metido gracias a los brujos que lo rodeaban, Amy se dio cuenta de que Belcebú estaba matando a Joe, en lugar de cumplir con el plan de volverlo uno de sus brujos.

—¡Para! —exclamó y extendió sus manos hacia el recolector de almas, rompiendo el hechizo en el que sumieron al adolescente.

Belcebú volteó para mirarla con ira. Si bien Joe ya no estaba bajo el control del hechizo, su alma se estaba desprendiendo con lentitud de su cuerpo y, con ello, su propia magia.

—Este no es el trato. Pactaste que le enseñarías sobre la magia y a cambio él haría lo que le pidieras, no que le robarías el alma, ¡y ni siquiera has cumplido con tu parte!

—Si hiciste un trato con él y estás haciendo esto, ¿qué nos asegura que no nos engañas? —preguntó otra mujer, alzando también su mano, lista para atacar si Amy también lo hacía.

Belcebú se detuvo y regresó lo que le había robado al cuerpo de Joe, para luego desvanecerse en el aire. Era riesgoso hacer enojar a los brujos y sabía que lo iban a atacar si no dejaba al muchacho.

Joe quedó boca arriba, tratando de respirar a bocanadas. Amy, quien interfirió para salvarle la vida, se arrodilló junto a él para intentar ayudarlo, pero en cuanto el chico recuperó el ritmo normal de sus respiraciones, apartó con el brazo a la chica, mientras se sentaba en el suelo.

—¿Qué fue eso? —preguntó y respiró profundo de nuevo—. ¿Qué haces aquí? ¿Por...? ¿Por qué...?

Amy tomó entre sus manos el rostro del chico.

—Soy una bruja, como tú y los demás. Servimos a Belcebú, a cambio de que él cumpla lo que nos prometió... y tú tienes el mismo derecho.

Un chico moreno de veintiún años se agachó junto a él y le extendió un vaso de agua.

—Amy tiene razón: Belcebú no puede matarte si hizo un trato contigo y no ha cumplido.

—¿Entonces después...? —Trató de decir Joe, pero su boca se cerró de repente.

El otro chico tampoco podía hablar, pues Amy les puso a ambos un conjuro para callarlos, sellando sus labios hasta que ella dijera tres veces los nombres de cada uno.

Belcebú volvió a aparecer frente a Joe.

—Bien, niño, este era el trato que hicimos: yo te enseño a usar tus poderes y todo lo que necesitas saber sobre la magia y a cambio tú me vas a servir. Si rompes el trato, voy a absorber tu alma y tu poder va a ser traspasado a mí, ¿entendido?

Joe trató de hablar de nuevo y no pudo, así que, solo asintió con su cabeza.

—Idiota, a penas te veo. Además, debe ser una aceptación audible para que el resto no se enoje conmigo si desobedeces y te mato.

—Ugh, ok... —dijo Amy, al ver que era necesario que el chico hablara—. Joseph Beckett, Joseph Beckett, Joseph Beckett.

El sello se rompió y pudo volver a hablar:

—¿Cómo es que...? No importa. Eso de decir mi nombre fue como los juegos de niños, cuando...

—¡Solo di que entendiste! —le gritó Belcebú.

—¡Sí entendí! —Miró hacia el suelo—. Entendí —murmuró.

Se quedó unos minutos más sentado en el suelo, pensando en todo lo que vivió esas últimas semanas. Lo peor de todo fue asumir que Amy lo engañó para llevarlo a Belcebú, que todo lo que pasó con ella fue por una mentira.

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