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11

Ya había pasado más de un año desde que Joe había dejado de vivir en Manhattan. Si bien su madre seguía viviendo con sus padres en Brooklyn cuando él volvió, ella se terminó yendo al cabo de unos meses tras sentir el rechazo de su hijo mayor. Sin embargo, a él le daba igual si su madre se iba o no: ya había cortado el lazo emocional que tenía con ella desde hacía tiempo, aunque a su abuela igual le dolía.

Como el departamento de sus abuelos no tenía muchas habitaciones, compartía el cuarto con su primo Chris, lo cual incluso le divertía mucho más que cuando compartía con Vincent, gracias a que Chris tenía casi su misma edad, aunque aquello no evitaba los roces, en especial porque el cuarto era mucho más pequeño que el de Manhattan.

Pese a los problemas y las diferencias, en ese año y cuatro meses metido en el departamento de sus abuelos ya se había adaptado bastante bien. Joe se había acostumbrado al orden casi compulsivo de Chris, quien a su vez ya se había acostumbrado a la personalidad un tanto irresponsable consigo mismo de su primo. Era irónico pensar que Joe, siendo tan desordenado, sarcástico, sin un sentido del deber e impuntual fuera tan preocupado y protector con respecto a su familia, como si fuera capaz de dejar de lado su inmadurez para hacerse cargo en su momento de sus hermanos, como si fuera un adulto.

Y ahora que no debía cuidar de alguien más, sino que solo de sí mismo, podía darse el lujo de volver a ser un adolescente más del montón, y eso fue lo que simuló ser durante más de un año ahí, acercándolo a muy malas juntas.

Él sabía que si quería realmente sobrevivir en el barrio siendo nuevo, debía hacerse de amistades, no como Chris que iba de la escuela a la biblioteca y luego se encerraba en el departamento, ausente de la realidad en la que les tocó vivir. Joe quería tener un poco más de libertad que su primo, sin tener problemas con los demás jóvenes de Bedford-Stuyvesant. Así que, habló con Michael, quien iba de vez en cuando a ver a sus abuelos, para que lo presentara con algunos amigos de él en el barrio.

Y así, Michael lo integró a una pandilla de descendientes irlandeses, que le ofrecía protección a cambio de que vendiera un poco de hierba en su escuela y en el parque. Joe decía que era solo por protección dentro del barrio, pero lo que él no le dijo al resto, era que temía que apareciera Belcebú y no tuviera a alguien que lo respaldara, ya que, luego de estudiar bastante el libro que encontró Matt, llegó a la conclusión de que Belcebú era demasiado peligroso, pero no se le acercaría mientras no tuviera que usar sus poderes... y para eso debía evitar exponerse a situaciones en las que debiera defenderse solo de lo que fuera o que le provocaran ira, puesto que, en ese estado se descontrolaba. El único poder que seguía usando era ver lo que pensaban los demás, gracias a que era algo que simplemente fluía de él, sin tener que forzarlo o que detone por alguna emoción fuerte.

Fuera de su situación personal, el año 2007 fue bastante ajetreado, en especial por la masacre de Virginia Tech, el 16 de abril de ese año. Claro, no tenía que ver con su vida o con Nueva York, pero había estremecido al país y causado mucho pánico por el incesante recuerdo de Columbine. Ante el pánico de la población en cuanto al comportamiento de los jóvenes de ese entonces, las escuelas e institutos comenzaron a tomar cartas en el asunto entorno a la convivencia escolar, lo cual sí terminó repercutiendo en la escuela a la que asistía Joe.

Su comportamiento iba cada vez de mal en peor, provocando que sus profesores y las autoridades de la escuela realmente lo odiaran, pero irónicamente sus notas eran casi perfectas. Esto provocaba que el odio de sus profesores hacia él aumentara al ser alguien difícil de controlar, por lo que, aprovechaban cada oportunidad para dejar que cayera por su propio peso. Si encontraban alguna forma de restarle puntos en las evaluaciones, la tomaban sin duda. Si podían, le daban tareas adicionales por cada vez que lo encontraban en una conducta "sospechosa". Incluso, si alguno veía que tenía problemas con otros alumnos, ninguno interrumpía para calmar los humos como correspondía, sino que, dejaban que los otros alumnos se encargaran de él.

Gracias al don que poseía con naturalidad ya, Joe podía evitar meterse en más problemas al sentir que alguna autoridad se acercaba. Es más, eso le facilitaba poder vender la marihuana que le enviaba la pandilla, sin ser atrapado en algo.

Volviendo a la masacre de Virginia Tech, o más bien, al día después de la masacre, ya se había comenzado con algunas charlas sobre convivencia escolar sana en el auditorio de la escuela a la que iba Joe. Como consecuencia de ello, los estudiantes ya se encontraban cansados de tanto que hablaba el director y un experto en seguridad. Para casi el final de la jornada escolar, distribuyeron al alumnado en distintas salas por grupos, para realizar una actividad de seguridad.

—¿Todo este show sobre convivencia escolar es por lo del tiroteo en Virginia? —le preguntó Joe a una chica que estaba sentada frente a él. No era el primero que murmuraba, mucho menos el primero que estuviera molesto por como era la jornada.

—Cállese, señor Beckett —le llamó la atención la profesora que estaba a cargo—. Si no le importa la sana convivencia con sus compañeros y la seguridad estudiantil, vaya a la oficina del director porque en mi grupo no permitiré que siga conversando, menos durante un tema tan importante.

—Ahora es importante... ¿Sabe? Por cosas como las que me hacen a diario ustedes es que nacemos los marginados y los locos.

Tras decir eso, llevó una mano a su mochila, simuló sacar algo y puso sus dedos como pistola, para posteriormente alzar la mano e imitar sonidos de disparos. La clase comenzó a reír y la maestra se enfadó mucho más, ya que sí había creído que tenía un arma.

—¡Suficiente! —exclamó ella.

Tomó del brazo a Joe mientras sus compañeros reían y aplaudían, provocando que todos se callaran preocupados. Lo sacó del salón y lo llevó a la oficina del director.

El director le pidió que se sentara al otro lado del escritorio. Lo miró durante un rato, que a Joe le pareció que era una eternidad.

—¿Te parecen divertidas las masacres? —le preguntó finalmente el director—. Voy a ser muy sincero con usted, Beckett, como comunidad educativa estamos al pendiente de usted y nos preocupa su situación...

—¿En serio les preocupa? ¿Ahora les preocupa?

Joe comenzó a reír.

—¿Qué le da risa?

—Oh, muchas cosas. La ironía de todo esto, la hipocresía y el hecho de que se quita un peso de encima creyendo que ha solucionado un grave problema en esta mierda, en donde por cierto mi "situación" parece ser parte de esa mierda, cuando en realidad no da resultados porque nunca se han preocupado. Claro, ahora todos están alarmados, pero pasó así con Columbine y luego nadie se volvió a preocupar al respecto. Así va a pasar con lo de Virginia: el próximo semestre todo volverá a ser como antes.

—Siempre nos hemos preocupado por nuestros estudiantes.

—No se nota. Pero da igual, para los adultos siempre seremos un montón de personas difíciles de entender, con problemas emocionales, controlados por nuestras "hormonas alborotadas", como les encanta decir. Siempre seremos unos idiotas que no saben lo que es la vida hasta que son adultos. Siempre seremos violentos y unos hijos de puta, pero se soluciona una vez que cumple veintiuno y deja de ser adolescente, ¿no es así? Para personas como usted, la adolescencia es una enfermedad, aunque lo único enfermo es su mentalidad.

—No es cierto. Para mí y para todos los educadores de este país, los alumnos son los más importantes.

—No se nota. Nos tratan como a un montón de mierda violenta.

Joe fijó su atención en la foto del presidente y sonrió de medio lado.

—Que se jodan Bush y todos ustedes —dijo.

—¡Beckett!

—¿Qué? Es ridículo que crean que van a lograr algo, aunque en realidad creo que hacen todo esto para entregar una falsa seguridad a las personas. Solo es por protocolo.

»Las masacres en escuelas y universidades seguirán pasando, en especial en este jodido país, porque la mentalidad de nuestra sociedad es una mierda.

—¡Suficiente! ¡No dejaré que siga hablando así! Escuche: le hemos entregado todas las facilidades, pero usted solo se mantiene en una postura altanera, desafiante y antisocial.

—¿Todas las facilidades?

—Si no fuera por sus calificaciones, usted ya estaría fuera de esta escuela, pero la ley debe ser pareja para todos, así que, le pondré una sanción como advertencia.

—¡Bravo! Quítese al loco de encima.

—No haré eso, como le dije, solo será una advertencia. Usted queda suspendido de este establecimiento por una semana.

»Llamaré a su madre para que venga a recogerlo.

—¿En serio en todo este tiempo no se ha dado cuenta de que técnicamente yo estoy a cargo de mí? No se preocupe por llamar, yo me puedo ir solo.

—Tengo que decirle a su madre.

—Ok, pero está más loca que yo, así que, le recomiendo llamar a mi abuela... solo espero que su inoperancia no le cause un paro cardíaco al decirle que su nieto es una mierda.

El director lo miró molesto, usó la marcación rápida para contactarse con su secretaria y le indicó que llamara a la abuela de Joe. El joven se quedó a esperar sentado, sintiendo el flujo de pensamientos negativos hacia él que brotaban de la mente del director.

—¿Puedo salir de su oficina por mientras? —preguntó abrumado.

—No.

—Me incomoda que un hombre de edad media se rehúse a dejarme ir de una habitación. Es... extraño.

—La situación es distinta a como la describe.

—Es que quiero ir al baño. ¿Puedo orinar en su oficina entonces?

—¿No vas a dejar de decir tonterías hasta que te deje salir?

—¡Siento como está por fluir de mi interior!

—¡Ya está, vaya al baño! Pero debe regresar a acá rápido.

—Está bien.

Joe salió de la oficina del director y se dirigió al baño de varones. En realidad, no sentía la necesidad de orinar, pero tenía dos grandes razones: quería encontrar alguna ventana por la cual pudiera escapar y necesitaba alejarse de la mente de él, porque sentía empezaba a envenenarlo. Entró al baño, se echó mucha agua en la cara para despejarse y luego miró su reflejo, apoyando sus manos en el lavamanos. Vio hacia el lado, notando las pequeñas ventanas. Podía escapar, era posible aunque costara, pero no lo hizo. No sabía exactamente el porqué de su decisión, si fue por eso simplemente o por un tema de moral y consciencia. Solo se quedó pensando en todo lo que había pasado desde 2005, sin comprender si cada cosa había sido real, ya que, para él todo parecía surreal.

Luego de varios minutos recordando y reflexionando, salió lentamente del baño y el director lo agarró de inmediato del brazo. Lo llevó así hasta su oficina y lo obligó a sentarse. El adolescente podía sentir la ira emanando del director y lo vio sentarse rápidamente.

—Llamé reiteradas veces al número que aparece en el registro y nadie contestó —le dijo enojado.

Joe sonrió. Había olvidado que nunca actualizaron el registro para poner el número de su abuela, sino que seguía puesto el de su madre, cuyo celular había dejado de funcionar meses antes y ella no lo cambió. Obviamente, no sería tan estúpido como para dar el del departamento de sus abuelos ni el del celular de su abuela, aunque ella ni siquiera sabía cómo responder a las llamadas ahí.

—¿Hay otro número con el que podamos comunicarnos? —preguntó ella y Joe recordó a su primo Michael.

—Sí —dijo y escribió el de Michael en un papelito, que después le entregó—. Este.

—¿De quién es? —preguntó con inquietud el director.

—De mi primo mayor.

Tras la respuesta de Joe, el director lo miró desconcertado y pensó en que era una mala idea, lo cual Joe pudo ver sin problemas.

—¿Qué? ¿Acaso prefieres que me quede todo el día en su oficina atormentándote? —preguntó con sarcasmo, queriendo seguir molestando al director—. Ni tú ni yo queremos algo así, ¿no? Porque, evidentemente, me quieres fuera de aquí antes que tener que seguir lidiando conmigo...

—¡Ya cállese, hombre! —gritó enojado—. Está bien, llamaremos a ese número, al menos se trata de un mayor de edad, ¿no?

—Completamente. De hecho, es el adulto más responsable que podrá encontrar en su vida —insistió con una sonrisa burlesca en el rostro.

El director lo miró molesto, pero no tenía otra opción. Usó la marcación rápida y le dio el número a su secretaria, sin quitarle el ojo de encima a Joe. Después de poco más de media hora, llegó Michael y el director comenzó a arrepentirse de su decisión al reconocer que había sido su alumno hacía años.

—¿Qué pasa, imbéciles? —exclamó Michael al llegar—. Oh, perdón, se supone que no debería decir eso... ¡pero ya no estoy en la escuela! Esto es casi como mi revancha, que hermoso.

El director estaba hastiado del par de primos, así que, dejó que se fueran rápidamente antes de que perdiera los estribos.

—No puedo creer que él sea tu director.

—Es el director de la secundaria desde hace años.

—Sí, bueno, ese imbécil era mi profesor de matemáticas. Por lo visto, su recuerdo de mí vive en ti —afirmó sonriendo—, y eso amerita una celebración, ¿qué te parece si te invito un trago?

—Ningún bar me dejaría entrar, porque mi apariencia delata mi edad. Además, dudo mucho que encontremos uno abierto a las tres de la tarde.

—Conozco uno que está siempre abierto y te van a dejar entrar por la gente que conoces.

***

—Hola, Sandy —saludó Michael al barman—, te traje a mi primo.

—¿No es un niño?

—Sandy, escucha, él es uno de los chicos de El Lobo, pensé que todos sus chicos eran mayores para ti.

—No es eso, Michael, es solo que no quiero dejar intoxicado a un muchacho y luego me cierren el lugar.

—Tranquilo, viejo, te recuerdo que en un par de años seré abogado, así que ya me sé algunas cosas que te podrían salvar, ¿ok? Además, si a este pendejo le pasa algo, a nadie más que a mí le va a importar, porque si a alguien le importara lo que le pase, te aseguro que él no estaría conmigo y menos en este lugar, ¿o no?

—Ok. Así que, ¿qué se sirve el lobezno?

—Un shot de vodka —contestó Joe.

—¡Oh vaya! Yo había pensado más bien en darte cerveza, pero en un vaso de shot y luego mandarte a tu casa.

—Vine a tomar, ¿no?

—Ok, entonces, ¿no prefieres empezar con algo más suave?

Joe comenzó a reír y luego su primo también.

—Ya he tomado varias veces algunos tragos. Michael ya te lo dijo: El Lobo es mi jefe.

El barman se alejó para buscar el vodka, le extendió luego un vaso al chico y se fue a atender a otros clientes de la barra.

—¿En serio dijiste "El Lobo es mi jefe"? —le preguntó Michael riendo.

—Sí. Sonaba rudo y tú lo llamaste "El Lobo", así que solo te seguí el juego.

—Primero, eso sonó a un diálogo de alguna película vieja y mala sobre mafia y gánsters. Segundo, obviamente le llamé así porque ese es su apodo, la diferencia es que son como una manada, no como la mafia. No soy un enfermo como para meterte a un grupo en donde se crean mafiosos.

—Es que... no sabía qué decir. Además, no sabía sobre eso.

—¿Sobre qué?

—Sobre los apodos.

—Oh vaya... eso significa que todavía no estás tan adentro. Es increíble que lleves meses ahí y todavía no te tengan tanta confianza. De ser así, no creo que dure mucho la protección que te puedan dar, porque no te consideran parte de la manada.

—¿Y qué debo hacer para que me integren bien?

—Para eso habla con Lobo, aunque creo que quizás vaya por algo que debas hacer para el grupo, un acto que demuestre que eres confiable para la manada, pero que a la vez muestre que eres de temer.

—¿Y entonces?

—Ni idea. Ya te dije: habla con Lobo.

—Stephan.

—Sí, sí, Stephan. Sigue siendo Lobo para mí y para todos, debes grabarte eso en la cabeza.

Joe probó el vodka, pero este estaba bastante fuerte para él, por lo que puso mala cara y su primo se dio cuenta.

—¿No que ya habías tomado?

—Sí, pero otras cosas.

—¿Y entonces? ¿Por qué pediste vodka si no tomas eso?

—Porque quería probarlo. Los tipos rudos de las películas suelen tomar cosas como vodka o whisky.

—¿Y? No estamos en una, así que tú vas a tomar lo que puedas y nada más. Ya estoy siendo muy irresponsable al traerte acá, así que no quiero que tomes algo que no soportes y me traigas problemas, ¿está claro?

—Sí.

—Vamos, dámelo y te pediré otro.

—¿Estás loco? Me encantó.

—Bueno... si en serio te lo vas a tomar, debes hacerlo de una, porque es un shot. Si te pones a probar y vas lento, se te van a ir las ganas de tomarlo. Además, le estás quitando lo divertido a los shots.

En eso, la puerta se abrió y entró David, dejando sorprendido a Michael, pero Joe ni siquiera se había dado cuenta. David se sentó al principio de la barra, cerca de la puerta, así que estaba como a metro y medio de Joe.

—¡David! —exclamó Michael, haciendo que Joe volteara en esa dirección—. ¿Qué haces en Brooklyn?

—Conseguí un trabajo nuevo por aquí hace unos meses —le empezó a explicar David—, así que, conseguimos un alquiler hace unos días y Emma buscará un trabajo por aquí, ya que, en Manhattan nunca encontró uno.

David se les acercó para saludarlos y se sentó al lado de Joe, obligando a Michael a presentarlos.

—David —le dijo el primo mayor—, él es Joseph, mi primito.

—Sabes que ya lo conozco: era vecino mío en Manhattan e iba a la iglesia de mi mamá, hasta que se fue con su abuela. Dime, ¿sigues asistiendo a alguna iglesia?

Michael y Joe comenzaron a reír. En el departamento de sus abuelos solo había una regla: nadie hablaba de religión. Su abuela era católica, pero rara vez asistía a la iglesia y nunca llevaba a sus nietos o a su hija menor con ella, así que, ninguno asistía a alguna iglesia y a su abuelo le daba exactamente igual la iglesia. Hubo un tiempo en el que, como familia, eran muy católicos, hasta que su hija mayor —la madre de Michael— falleció, su otra hija (Caroline) se fue de la casa para casarse con un chico que no era católico y una de sus hijas menores se embarazó —la madre de Chris—. Cómo siempre, siguieron apoyando incondicionalmente a sus hijas y a sus familias, por lo que, apoyaron en la crianza de Michael y en la de Chris cuando nació.

—Bueno, pero —continuó David—, ¿no eres muy pequeño como para estar bebiendo?

—¿Y no es muy temprano como para que alguien que trabaja esté bebiendo? —lo cuestionó Michael, evitando que su primo contestara.

—Tengo permiso administrativo.

—¿Por qué? Te ves sano... ¿falsificaste un papel?

—Es psiquiátrico.

—Oh por Dios... ¿Enloqueciste en la oficina y golpeaste a alguien? ¿Le gritaste a tu jefe? ¡Ya dime qué hiciste! ¡Siempre fue mi fantasía que tú hicieras algo muy malo! Porque, ya sabes, solo eras el gordito del salón que...

—Emma estaba embarazada, tenía dos meses ya y... perdió al bebé, por lo que, me dieron una licencia por la semana. Ella está de compras con mi familia, ya saben: para subirle el ánimo y esas cosas, pero no me levaron a mí porque era "cosa de chicas", o al menos eso me dijo Kathy.

—Oh rayos... Eso es muy malo. Te puedo invitar un trago si quieres.

—Me encanta la idea.

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