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«CAPÍTULO 16»:

El ser humano no está hecho para soportar el dolor. Ese es un hecho comprobado y no ha cambiado con el paso del tiempo. Incluso ahora, siendo razas superiores y poderosas, el dolor y el miedo, siguen siendo la epítome del desastre. El mayor desencadenante de calamidades.

JiMin no sabe cómo llegó al momento exacto en que todo se fue al demonio. Él recuerda estar junto a JungKook, compartir historias y estar perdido en la belleza del fuego y la algarabía de la gente. El pueblo era un remolino rojo y cálido como el más hermoso y delicioso infierno y se sentía bien.

JiMin no recuerda la última vez que se sintió tan vivo. Las emociones alrededor eran potentes, dulces y cálidas, solo felicidad alrededor. Entonces, ¿Qué salió mal?

JiMin chocó contra algo. No, era un alguien. Un ser pequeño y de cara redonda que golpeó su pierna. De cabello rojo, piel dorada y por alguna razón, muy parecido a JungKook. Con todo el sentido que pueda tener eso, y él estaba solo, JungKook había ido a comprar algo de beber, y JiMin sabía que no debía alejarse, que lo correcto sería esperar por JungKook e ignorar al pequeño niño que lo invitaba a seguirlo. Pero por alguna razón, JiMin no pudo resistirse.

El pequeño ser parecía brillar, atraerlo con un hechizo de profunda experticia o un canto antiguo y celestial proveniente de los mismísimos dragones, porque de otra forma JiMin no podía entender el porqué sus piernas comenzaron a moverse por sí solas hacia el callejón oscuro más cercano a la calle principal.

El niño corrió delante de JiMin, gritando y chillando. Parecía genuinamente feliz; llamando el alma de JiMin, haciéndolo caer en una espiral de curiosidad y genuina felicidad que no le pertenecía pero lograba calar en lo profundo de su pecho.

El callejón era amplio, oscuro y daba a la otra parte de la ciudad. Ahí no habían negocios, solo casas y una sensación desagradable que JiMin no lograba definir. El niño se detuvo en medio de la calle. Él giró y lo miró a con una sonrisa, con dientes faltantes y unos ojos rojos y brillantes como dos hermosas joyas preciosa.

El aisyah lo observó de vuelta, algo tonto y perdido, descubriendo aquello que desde el primer momento debió haber notado.

El infante sonrió, pero su rostro ya no era tan redondo y brillante. Parecía consumirse poco a poco como un cadáver que finalmente había alcanzado la epítome de la putrefacción. JiMin jadeó y dio un paso hacia atrás, viendo el pequeño cuerpo consumirse y volverse polvo. Entonces, pestañeó y miró alrededor, al gentío que lo observaba como atracción de feria.

Él necesitaba salir de ahí. Y lo habría hecho sí todo no se hubiera complicado. Un grito, un hombre en llamas y el pánico conjunto dio paso al caos.

JiMin sintió los cuerpos chocando contra él, los gritos y sobre todo ese desastre, el miedo. Uno que no era suyo, sino el de todos aquellos que parecían huir despavoridos. La sensación era horrible, retumbando en sus entrañas y aplastando sus órganos. El pánico corría por sus venas y los pensamientos ajenos eran demasiado altos.

JiMin intentó escapar, pero era demasiado tarde. Cayendo al suelo y siendo golpeado en el proceso.

JiMin cubrió sus oídos y empapó sus mejillas con lágrimas, desesperado por todo aquello que no le pertenecía y lo estaba volviendo loco. Las emociones de todos los presentes, empapadas por el calor y la terrible escena del hombre siendo consumidor por su propio don.

—¡Ayuda! ¡Ayuda!

JiMin apretó más las palmas de sus manos sobre sus canales auditivos. El aisyah se encogió en el suelo y entonces algo burbujeó en lo profundo de su pecho. Fue como si su mente se desconectara y todo pasara a segundo plano.

Él quería que se callarán.

Él necesitaba que dejaran de gritar y esas ráfagas incesantes de miedo, incertidumbre y dolor desaparecieran.

JiMin gritó, el ordenó tácitamente su deseo y todo se detuvo alrededor. Sus dedos picaron y su alma se volvió un pozo de lava ardiente, hirviendo y perdido en sus propios deseos. El hombre en llamas aún sufría y eso estaba volviendo loco al aisyah, su pecho palpitaba al crujir de los gemidos agonizantes del ser en llamas.

El rogan moriría lentamente, devorado y triste, y JiMin podría acabar con ello.

El aisyah se levantó, miró hacia el hombre y se acercó, tocó la mejilla ardiente y no habló. Él solo deseó. Deseó que el fuego se apagará y el hombre dejará de sufrir. Que la llama en su pecho, esa que tanto daño le hacia, finalmente se extinguiera.

Y JiMin no debió desear tal cosa, pero ya era demasiado tarde. El fuego desapareció con un soplo del viento, como una pequeña vela que es soplada demasiado fuerte o una fogata sofocada por la lluvia.

—JiMin —La voz de JungKook era un susurro lejano en la mente del aisyah. Bajo, suave y un poco temeroso— JiMin.

JiMin apretó los párpados y se tocó la cabeza, la meneó con suavidad y a ambos lados, tragando en seco antes de siquiera pensar en girar. Los ojos brillantes de JungKook parecían arder en pánico, en miedo e incertidumbre. JiMin lo observó lentamente, con los sentimientos a flor de piel y el corazón sumergido en un rápido trote.

Jadeando y retrocediendo en consecuencia ante la cercanía del rogan, JiMin intentó sentir el alma de JungKook entre su propio desastre. La calidez permanecía, también ese aura brillante que tanto amaba, y sí, una estela de miedo empañaba la hermosura de tal gema, pero no era más que la preocupación de JungKook por su bienestar.

—JiMin…

—No —pidió con voz ronca y los músculos rígidos. Estar cerca de él no era seguro, sus venas se sentían como ollas puestas al fuego y conteniendo toda la presión que podían. JiMin temía volver a estallar ante el más mínimo estímulo—. No te acerques.

JungKook no escuchó, él alzó las manos en el aire y frente al rostro de JiMin, como si el aisyah fuera una bestia peligrosa que necesitaba ser calmada. Dando un par de pasos, JungKook se acercó con cautela y calma. No había más que genuina preocupación irradiando desde el fondo de su pecho, uno que se resumía en abrazar a JiMin y descubrir qué estaba pasando.

—Está bien. Todo está bien.

JiMin tragó en seco, con las manos temblando y los pies aferrados al suelo.

—Yo… Yo no…

—Sssh. Está bien —repitió JungKook, desviando al mirada alrededor—. Tenemos que irnos. Lo guardias vendrán pronto. Me encargaré de esto personalmente. Pero tenemos que salir de aquí.

JiMin sintió la angustia apoderarse de su pecho. Su mente viajando directamente a esa noche en Prana, al momento exacto en que su vida cambió para siempre.

—No puedo.

—JiMin…

—¡Volvió a pasar! —dijo JiMin con voz temblorosa—. Dioses, yo no quería hacerlo.

—Está bien.

—¡No lo está! —explotó. Una farola hizo eco de su sentir, el cristal saltó por todos lados y la penumbra se apoderó de la deteriorada esquina. JiMin miró a JungKook con atención—. ¿Crees que no siendo tu miedo? ¡Me está volviendo loco! ¡Ellos me estaban enloqueciendo! ¡No sé callaban!

JiMin cayó al suelo en cuclillas, casi como si quisiera doblarse sobre sí mismo y perderse en algún lugar muy lejano del mundo. Los zapatos de JungKook ocuparon su limitada visión, agachado a su altura. JiMin levantó la vista y se perdió en esa suave y dorada mirada.

—¿De qué hablas?

—Podía sentirlo —susurró JiMin con voz tambaleante.— El miedo, la desesperación. ¡Todo! —un soplo de aire salió de sus labios, su cuerpo temblando—. Quiero dormir. Necesito dormir y desactivar mi mente. Yo...

La voz de JiMin desapareció en cuestión de segundos. JungKook dio media vuelta y encontró la razón envuelta en ropa militar perteneciente a la guardia. Un grupo de siete hombres construidos y serios se acercaba a pasos decididos.

—Retrocedan —ordenó JungKook, pero ellos no escucharon. El rogan convocó el fuego a sus manos y repitió la orden—. He dicho que retrocedan. ¡Ahora! Un paso más y los mandaré con la diosa creadora.

—Solo hacemos nuestro trabajo —dijo uno de los guardias, el que parecía ser el líder del escuadrón—. Seguimos órdenes.

—¿De quién? Mi padre no ha aprobado esto y yo tampoco.

El portavoz miró a sus compañeros y asintió.

—Debemos aprender a todo aquel que cometa un delito.

—Bueno, están en el lugar incorrecto, soldado —aclaró JungKook— Yo no vi nada. Nadie aquí, vio nada —sus facciones se endurecieron—. Largo.

—Alteza…

La llama en su mano aumentó, lanzando la a los pies del soldado.

—No lo repetiré de nuevo, soldado.

—JungKook…

La voz de JiMin llamó la atención de todos, JungKook no giró de inmediato, atento a los guardias que con reticencia se retiraron y abrieron paso. JungKook se acercó a JiMin, tomando sus manos. Necesitaban salir de ahí.

—Levántate. Te llevaré a casa —susurró—. Todo estará bien. Te pondré a descansar.

JiMin chilló bajo, con los dedos entre sus hebras oscuras, aún perdido en sí mismo.

—JungKook…

—Está bien —dijo el rogan con voz suave y un manto de sinceridad en sus ojos—. Todo estará bien.

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Llegar al palacio fue la parte fácil, descansar fue todo lo contrario. JiMin no logró conciliar el sueño. Su noche pasó entre el calor que devoraba lentamente su cuerpo y los gritos en su cabeza. El picor en su piel parecía intensificar a cada paso, con los oídos pitando y la garganta seca a cuestas.

JungKook se mantuvo a su lado, en silencio y con la mano en su espalda baja. JiMin estaba seguro que un contacto más directo lo haría menos miserable, pero el pánico que invadía todo su nervioso ser de solo pensar en las consecuencias lo hacían enviar cualquier deseo lo suficiente lejos de su mente.

Los pasillos del castillo mantenían una privacidad casi mágica, con antorchas alumbrando las esquinas y apenas un par de guardias en cada rincón, si algunos logró ver el rostro pálido de JiMin mientras se tambaleaba junto a JungKook hacia su habitación, nadie dijo nada.

JiMin tomó un sorbo de aire, él jadeó lleno de gusto al llegar a su habitación y tocar las mantas. Romi no estaba cerca y esperaba que se mantuviera así por al menos los próximos tres días. JiMin necesitaba descansar. Él estaba dispuesto a rogar por ello.

Su mente era un caos, un bombillo con parpadeo intermitente que comenzaba a dar sus últimos destellos de luz. Él sabía lo que pasaría a continuación y ni siquiera tuvo tiempo de prepararse para el momento en las náuseas comenzaron. JiMin apretó los dedos alrededor de su prendas y jadeó, levantándose como un resorte en dirección al baño. Su garganta protestó ante el esfuerzo, con los ojos húmedos y el cuerpo tembloroso por las sensaciones qué poco a poco comenzaban a devorarlo.

—¿Qué está pasando? ¿JiMin?

La voz de JungKook bailaba en sus oídos como un susurro lejano. Él quería hablar, contarle la verdad y decirle que apenas estaba comenzado, pero su cuerpo no respondía los mandatos de su mente, y se encontró a sí mismo doblado por la mitad mientras gritaba de dolor.

«Quema» maulló su mente. El rostro preocupado y las palabras nerviosas de JungKook surgieron como el acompañamiento de su tragedia teatral. JiMin estaba muriendo. Tan loco como pueda sonar tal afirmación.

—Pasará —susurró—. Siempre pasa.

—¿De qué hablas? —preguntó JungKook acercándose y retrocediendo en cuestión de segundos como si JiMin tuviera algo contagioso—. Estás ardiendo.

—Igual que él.

La voz de JiMin era suave, casi perdida entre los gritos silenciosos de su cuerpo y alma. Al ser un aisyah tenía un mandato que cumplir. Nunca debía tomar la vida de otro ser vivo. Pero entonces, el festival en honor a su madre celestial fue la antesala a todo este desastre y él, había perdido su pureza.

—Ven. Voy a ayudarte con esa fiebre.

JungKook lo levantó en sus brazos y puso en la cama, quitando la prenda superior, dejando al descubierto el pálido torso. El rogan tomó su mano, comenzando a susurrar en voz baja. JiMin cerró los ojos con la llegada de otra descarga eléctrica. Temblando y encogido como un niño desprotegido, él lloró. El calor de se su cuerpo subía sin cesar, el dolor comenzaba a tomar cada centímetro de su piel y se sentía como el infierno. Él estaba viviendo aquello que terminó abruptamente.

JiMin había tomado el alma de un rogan que pasó sus últimos momentos en una total desestabilización. Ahora, JiMin viajaba en la piel del hombre, sintiendo cada gramo de su angustia. Era el pago por su acto, uno que duraría para siempre.

—Tranquilo. Tomaré tu calor y aliviaré tu cuerpo —dijo JungKook bajo la mirada de JiMin. Los ojos violetas parecían tristes en él. Tristes y agradecidos.

—Lo siento, tanto.

JungKook negó.

—Todo estará bien —susurró el rogan tomando su mano con una sonrisa. JiMin suspiró con el ligero cambio de temperatura en su cuerpo. La sensación era tan desagradable como cocinarse lentamente en aceite a fuego lento. Por dentro y por fuera, él estaba ardiendo.

Los labios de JiMin temblaron, moviéndose incómodo en las sábanas y con los ojos derramando lágrimas. Su mirada cayó una vez más en JungKook.

—Me enviarán lejos —susurró, tragando saliva con dificultad. El rogan soltó su mano solo un segundo para buscar agua. La temperatura del aisyah había disminuido lo suficiente para que fuera posible. JiMin agradeció el líquido en su garganta y agregó—. El consejo no me lo perdonará.

JungKook resopló, casi como si el tema le molestara.

—Salvaste a ese hombre, JiMin. No tienes nada que temer.

—Maté a uno de los tuyos, eso es todo lo que verán.

El rogan apretó la mandíbula como un animal enojado y los dedos alrededor de la mano de JiMin.

—No lo permitiré.

JiMin sonrió, tanto como si situación actual se lo permitía.

—No puedes protegerme.

—Sí puedo y lo haré —aseguró JungKook, acariciando la frente sudada de JiMin con una sonrisa—. Sé que harías lo mismo por mí.

Él lo haría, escondería a JungKook de todos sin con eso lo mantenía a salvo. Por Aisyah, JiMin se pondría a sí mismo en peligro por ese hombre. Negarlo era solo una pérdida de tiempo.

—¿Te sientes mejor? —preguntó con los ojos en el rostro pálido de JiMin.

—Sí. No fue tan malo como la última vez.

—¿Es por tu corrupción?

—Es por el acto en sí. Nadie es el mismo después de tomar una vida, JungKook. No importa la razón.

JungKook no dijo nada, él lo sabía. Los soldados solían hablar mucho de ello. Algunos tenían pesadillas, otros no lograban comer correctamente. JungKook sabe algunos que incluso dejaron la milicia o cometieron suicidio. Pero al final sólo se acostumbran. Con un suspiro el rogan verificó la temperatura de JiMin, encontrándola ligera en comparación con la inicial.

—Un baño te hará bien —susurró JungKook moviéndose por la habitación iluminada. Su piel dorada era besada por la luz, dejando ver su ceño y labios apretados en concentración—. Dame un segundo.

—No tienes que hacer esto —El rogan lo miró como si ambos hablarán dos lenguas totalmente diferentes. JiMin sonrió, débil y doloroso con la frente perlada de sudor y el estómago revuelto—. Estaré bien. Ve a descansar. Lo haré por mi cuenta desde aquí.

JungKook lo observó en silencio, girando el cuerpo hacia él y caminando lo suficiente cerca.

—No te tengo miedo, JiMin —susurró con suavidad, levantando una mano hacia el rostro de JiMin, apartando los mechones húmedos con la punta de los dedos y cuidadoso deleite—. No has cambiado frente a mis ojos y no eres indiferente a mi corazón.

—Maté un hombre —jadeó con el cuerpo temblando y los hombros caídos—. Tomé su alma. Le quité el fuego que lo mantenía vivo.

—Le quitaste el dolor. Hiciste de su muerte un verdadero descanso. El fuego que nos abraza durante el descontrol del mismo no tiene la calidez y el amor del que con tanto orgullo presumimos. Es un beso mortífero e infernal que nos consume lentamente y nos sumerge en la más oscura agonía.

JiMin saltó en la cama como un animalillo asustado ante el toque inesperado del rogan. Su rostro estaba entre las manos de JungKook y sus frentes juntas. JiMin estaba listo para correr lejos, pero simplemente su cuerpo no respondía. Las emociones del rogan fluían a través de la habitación, una fogata de sentimientos que rascaban la piel de JiMin y se sumergían bajo su epidermis. Un beso dorado y cálido dispuesto a apagar su invierno.

—Te acepto con todos tus defectos, Park JiMin. Estoy dispuesto a vivir y morir por ti. A llorar y reír a tu lado por el resto de mi vida —El susurró de JungKook era una corriente cálida en los labios de JiMin, el hombre estaba conmocionado, bailando entre la diatriba de las palabras y el hecho de que JungKook no sintiera dolor alguno ante el contacto—. A tomar tu amor y dolor para siempre. Mi fuego arderá por ti y a cambio tomaré tu alma. Desde el momento en que te Vi supe que estaba en muchos problemas. Esta noche no cambia nada. Lo prometo.

—Yo… Te quiero tanto. Tanto.

JungKook sonrió y besó la mejilla húmeda, las lágrimas del hombre entre sus brazos. Una corrientes llenó el cuerpo del rogan, como una chispa que parecía ser la antesala a una explosión llena de luces. Él sonrió y besó una vez los cachetes sonrosados, el mentón y por último, dando una mirada a los ojos violetas, dejó un suave beso en la comisura de los labios de JiMin.

—JungKook —susurró el aisyah viendo al rogan levantarse y alejarse con pose relajada y una sonrisa. JungKook lo miró el tiempo suficiente para que JiMin formara una frase coherente y pudiera una sonrisa en su rostro—. Gracias. Siempre estaré agradecido del poder estar a tu lado.

JungKook asintió, moviéndose por la habitación y tomando lo necesario para preparar la tina de JiMin con una melodía bailando en su garganta.

Y JiMin sonrió, mirando sus manos y con mil emociones bailando en el alma.

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