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9| Un otoño en invierno

Solo en medio del bosque, su mente tenía muy en claro que se trataba del ritual de presentación, pero su cuerpo y su corazón se negaban a aceptar que los  seres mágicos hubieran elegido el invierno para realizar la ceremonia.

Él era un hada de otoño.

¡Todo su clan se presenta en pleno otoño, cuando el poderoso amarillo se rompe en cada tallo, en cada hoja, en cada flor!
Pero allí estaba él padeciendo las inclemencias del frío atronador.

Pero el clan no respetó lo que por siglos se había hecho entre sus pares. Ni siquiera le daban una explicación.
Papá y su mamá abrigaron su pequeño cuerpo que todavía no se había desarrollado y se dispusieron a hacerle compañía. Si su gente había decidido de manera arbitraria y sin dar explicaciones, que su hijo atravesara uno de los momentos más significativos en la vida de un hada, en una estación que no era la propia, ellos se quedarían con él para protegerlo.

—Mamá, papá, deben irse, no es así como se supone que sea. Ustedes no pueden estar conmigo cuando me presente y defina a qué casta pertenezco y deje de ser un niño.

—Es que no entiendes, Jimin, eres un otoño. Aún falta que el sol dé un giro completo para que tú te presentes. No pueden obligarnos ni obligarte a que definas tu rango un año antes.
¡Y en invierno!

—Creo que la naturaleza es suficientemente sabia para dejarme saber en estos días que vienen, si estoy listo para presentarme o no. No te preocupes mamá, estaré bien.

—Está bien, hijo, tienes razón.

Sus padres se resignaron a dejarlo bajo el inclemente frío y se despidieron con abrazos cálidos y sonoros besos.

Jimin sintió una incipiente angustia pero no permitió que ella lo habitara. En cuanto sus padres se fueron, él emprendió camino en busca de un buen sitio para armar un nido donde pasar la noche. A la mañana se tomaría el tiempo necesario para armar uno acorde a sus gustos y necesidades, hoy dormiría acurrucado con el aroma de su madre que había quedado impregnado en sus ropas tras el abrazo de despedida.

Cerró sus ojos, se envolvió a sí mismo con sus alitas y se durmió.

La noche cayó pesada, llena de sonidos y aromas que no le eran familiares. El clan le había dicho que era una prueba de valentía y madurez, pero él no se sentía del todo seguro. Cada tanto despertaba sobresaltado y quedaba con ojos muy abiertos tratando de adivinar en la oscuridad, qué cosas se ocultaban bajo el manto oscuro.

¿Y si había algún monstruo acechando entre los árboles?
¿Y si se perdía y no podía volver a casa?

Jimin se acurrucó en su nido procurando darse calor con su manta de lana roja y se encomendó a la luna para que la noche pasara pronto.

Después de esto, Jimin se dio cuenta de que el bosque no era tan terrible como él pensaba. Se dedicó a escuchar los sonidos de la naturaleza, el canto de los grillos, el susurro del viento, el murmullo tímido de un arroyo que, aunque se encontraba casi en estado de congelamiento, aún le quedaba una pequeña voz para cantar.

Ya casi amanecía, el sol llegaría a darle seguridad y calor a sus huesos jóvenes.

Se levantó y siguió el sonido del agua, hasta que encontró la pequeña cascada cantarina.
De su morral extrajo frutos rojos que había llevado desde su hogar para hacer frente al hambre y se sentó a saborear el elixir hecho pulpa mientras observaba su reflejo en el único ojo de agua que permanecía sin ser de hielo.

Se sorprendió de lo valiente que se veía, con su overall azul y su manta de lana roja que había anudado a su cuello como si fuera una bufanda.
Se sintió orgulloso de sí mismo y de su aventura. Ya no tenía miedo, sino curiosidad por explorar el bosque. La baja temperatura nocturna se hacía un poco más amigable con la llegada del astro matutino y eso lo impulsó a explorar. Luego del desayuno improvisado, siguió caminando y admirando las maravillas que se escondían.
Él conocía palmo a palmo el bosque donde había nacido, pero este sector estaba reservado exclusivamente para esta etapa en la vida de las hadas, en las que transitan a solas su paso a la madurez.
Todo era novedoso ante sus ojos inquietos.

Vio luciérnagas que bailaban en el aire, flores que se abrían paso entre las rajaduras de la nieve, árboles que susurraban secretos. Comenzaba de a poquito a sentirse feliz y agradecido por la oportunidad de vivir esa experiencia, casi se había olvidado que él, un hada de otoño, atravesaría su desarrollo hacia la adultez, en pleno invierno.

Un ruido extraño detrás de unos arbustos lo sacó de sus pensamientos y se acercó con cautela, pensando que podría tratarse de algún animal herido. Pero lo que encontró fue algo que nunca había visto antes: un joven de ojos enormes y pies… ¡Alados!
¿Alas en los pies?
Jimin había visto miles de hadas en su reino pero ninguno de esos seres portaban ¡Alas en sus pies!

No le hizo preguntas pero se acercó lo suficiente para notar que el alípede estaba temblando de frío y de miedo.
Tenía una herida en el brazo. Jimin se compadeció de él y decidió ayudarlo.

—No te acerques, no necesito tu ayuda —increpó el chico herido.

Jimin le ofreció su bufanda roja para que el ángel de pies alados dejará de temblar de frío.

—No te asustes, soy inofensivo. Me llamo Jimin, Jimin Otoño, ¿Tú quién eres?

—Me llamo Jungkook —susurró con un hilo de voz.

El chico tomó la manta y la olió antes de llevarla a su pecho y cubrirse con ella, suspiró al hacerlo. Pareció quedarse dormido y Jimin fue incapaz de distinguir si se trataba de cansancio o de debilidad por la herida en su brazo.

Jungkook ya no respondía a ninguna de sus preguntas, aún así Jimin le pidió permiso para curar su herida. Una vez más no obtuvo respuesta y no la esperó para sentarse a su lado y curar la herida con un hechizo.

Con un poco de esfuerzo, colocó a Jungkook bajo el sol invernal y el rostro iluminado del ángel, lo dejó maravillado.
Entre sus pequeñas manos, tomó la del alípede dormido y se quedó a su lado a velar su sueño.

Así comenzaría la relación entre este hada y aquel ser con alas en los pies, que cambiaría sus vidas para siempre.






















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