4 | Nari, la ausente
—¿Jungkook? Pero... ¿por qué, Jungkook?
—Porque me gusta ¡Faltaría que deba pedirte permiso para ponerle nombre a mi hijo!
Minah dejó pasar una vez más que su compañera se refiriera a su nieto como «hijo».
—No, no quiero que me pidas permiso, pero ese es un nombre poco usual y ….
—Ese es un buen punto, ¡Poco usual! No quería ningún nombre que otros niños lleven.
—Pues lo lograste. Nadie se llama Jungkook...
Minah estrechó al bebé contra su pecho y lo respiró…
—¡Ahhh, ese olor a leche y miel! ¡Qué delicia cómo huelen estos bichitos! ¿Nari lo está alimentando?
—Sí, pero no de manera consciente. Cuando está despierta ella lo rechaza. Así que cuando duerme se lo prendo a la teta y él parece intuir que no debe hacer mucho ruido y mama hasta quedar redondo. Y todo lo hace casi en silencio. ¡Es muy inteligente!
—Y bello. ¡Va ser enorme, mira esas patitas! —Llevaba los piececitos del bebé a su boca y fingía dar un gran mordisco…
—Vas a patear muchos culitos con esos pies enormes, Jiho.
—¿Qué dijiste?
—¿Qué?
—¿Por qué lo llamaste así?
—Perdón… no me di cuenta.
Soomin le quitó el niño de sus brazos, con la cara roja de ira y la respiración entrecortada, interrogó con furia a su compañera.
—¿Por qué lo llamaste así?
—Cariño, perdona, me confundí, perdón, perdón.
—Él es Jungkook, nunca vuelvas a confundir su nombre… por favor.
Miró al bebé, deslizó los ojos a los de su pareja que la observaba con susto y sintió pena por ella y por sí misma, por ser tan dura y tan dramática con quién menos se lo merecía. Estiró el brazo libre y convocó a su amada a un abrazo para secar sus lágrimas.
—Amor mío, no llores. Disculpame por gritarte pero es que, yo nunca más volví a pronunciar el nombre de mi hijo muerto. Giró el rostro para observar a Nari que se balanceaba de una pierna a otra con la vista perdida sobre un punto fijo en la pared blanca.
Una estampida de recuerdos llegaron a azotar su cabeza de manera rápida y estruendosa. Realmente creyó volver a sentir en su vientre el movimiento de dos pares de pies que la patearon sin cesar durante más de cuarenta semanas.
Cumplido el plazo que la partera había estipulado como el indicado para que se produjera el parto, ambas intuyeron que algo no andaba bien con el embarazo de mellizos. Dejó de sentir tanto movimiento y cuando finalmente las crías decidieron salir, Soomin entendió que la ausencia de movimientos se debía a que uno de los bebés había muerto en el útero.
Lo sacaron de sus entrañas con el cordón enredado en el frágil cuello del alípede.
Lloró sobre el cuerpito inerte y con las tripas aun sangrando, ella sola, le dio sepultura en la parte trasera del enorme terreno que circundaba su vivienda.
Sin lápida ni flores, Jiho fue enterrado en un patio cenagoso y en el corazón partido de su madre.
Su consuelo, sería la niña. La llamó Nari. Quería un nombre único, que ningún otro niño ni niña tuviera. Un nombre que reflejara alegría y belleza. Nari, como los lirios perennes que crecían en el bosque de hadas.
—Serás mi bella florecita, Nari, ahora estamos las dos solas, pero seremos invencibles.
Pero no fue así y lo fue descubriendo de a poco, lentamente, cuando la niña mostró algunos retrasos a la hora de hablar, de caminar. Por no nombrar el hecho de que jamás la miraba a los ojos y mucho menos le sonreía. Nunca la vio sonreír.
Nari había tragado líquido amniótico modificado por los restos de su hermano muerto y al parecer, eso le afectó tanto que «dejó su cabecita tonta». Así dijeron los curanderos del poblado y ella no tenía porqué creer otra cosa.
A partir de esos momentos dos cosas no ocurrirían más dentro de su hogar: no se pronunciaría nunca el nombre de Jiho, su infante difunto y jamás se escucharían las risas de su niña, la ausente.
Los años pasaron veloces.
Abrazada a la cintura de Minah, el llanto de Jungkook despertó a Soomin que corrió a ver qué ocurría.
—¿Jungkook, hijito, que pasa? Ya estoy aquí, no llores.
—Mamá, no me dejes solito.
—Nunca, mi amor. Tuviste un mal sueño angelito. Descansa. Mami te cantará una canción y tú cerraras los ojitos para que el sueño regrese.
Soomin no tenía muchas habilidades, no sabía dibujar, ni pintar, mucho menos cocinar, pero cuando sus labios se abrían para cantar, cualquier ser vivo quedaba en ensoñación, oyéndola. Y su hijito tenía el privilegio de conciliar el sueño con el arrullo de la voz de ángel.
Él se durmió.
—Vuelve conmigo, amor, hace frío —demandó Minah.
Soomin fue en busca de agua y en el camino levantó del piso las mantas y cubrió el cuerpito de Nari.
Regresó al abrazo de su amada quién desde hacía más de un año, compartía con ella, más que el lecho.
—¿Otra pesadilla?
—Así parece.
Ni siquiera había amanecido cuando los sonido provenientes del exterior alertaron a las mujeres que salieron disparadas de la cama.
Por instinto, Soomin corrió al lado de la camita de Jungkook. De un tirón lo levantó dormido y lo llevó al refugio bajo tierra que ella y Minah habían construido adelantándose a situaciones como estas.
Ellas habían entrenado al pequeño para que se ocultara cuando a la casa llegara gente extraña.
Jungkook y su condición de varón es un problema en un clan de mujeres que son fertilizadas por los pocos machos alfas de una manada retrógrada. Las niñas no representan peligro, pero un varón, es un futuro macho al que hay que exterminar.
Por eso ellas lo habían mantenido oculto todos estos años. Por eso Jungkook no conocía nada, más allá de sus narices.
—No hables, no mires, no llores, casi que te diría que ni respires, Jungkook. Por favor, mi amor, quédate quieto y en silencio, cómo cuándo jugamos. ¿Sí?
—Sí, mami.
—Envuélvete en tu mantita. Vendré por ti en un rato.
Subió la endeble escalera de madera y entre las dos mujeres cerraron el hueco del refugio con un enorme barril grueso y pesado.
Nari seguía dormida.
Sean quiénes fueran los que llegaban a su hogar, no eran conocidos y tampoco provenientes de su pueblo. Eran extraños hombres barbados y de traza dudosa.
Soomin afinó su olfato y se dió cuenta, con horror, que eran humanos. El miedo le recorrió el espinazo y sus alas se crisparon ante el inminente peligro. Humanos y caos siempre van de la mano.
Ella se apresuró en salir antes que las bestias rompieran su puerta. No fueron amables en dirigirse a las mujeres y se burlaron de las alitas en sus pies.
—Fuera de mi propiedad. ¿Quiénes son y qué buscan?
Uno de ellos desensilló de su caballo y caminó hasta las mujeres que en ningún momento mostraron el miedo interior que las carcomía.
—No te hagas la mala, mujer. Menos delante de mis hombres. No les den motivos para hacer una fiesta de carne y semen con ustedes.
Soomin hizo gesto con sus dedos en su boca como si los dicho le provocaran arcadas.
Minah la fulminó con los ojos por ser tan malditamente audaz.
—Jodida loca, tú quieres morir —sentenció el tipo y el aliento a alcohol, de verdad sí hicieron que la mujer tuviera ganas de vomitar, pero esta vez se quedó quieta sin quitar la mirada asesina sobre el humano.
—No sé que quieren, pero esta es una casa de bien. Retirense
—Queremos lo que tienes.
Ella no entendió lo que decía, e inclinó su cabeza al costado como un cachorrito.
—Tienes a nuestro hijo. Y lo queremos de regreso.
Todas las fichas le cayeron de golpe y Soomin supo que esos cuatro seres infernales frente a ellas, eran ni más ni menos que los violadores de su niña.
Regresaron por Jungkook.
El corazón le trastabilló en el pecho y creyó que moriría.
—¿Niño? ¿Crees que después de la carnicería que hicieron a mi niña, algo podría haber salido vivo de ella?
La mentira parecía ser bastante cierta pero aún así no le creyeron.
Dos de ellos se abalanzaron a la joven pareja para golpearla, pero una voz detrás de ellos los detuvo.
—Mami, tengo miedo.
Parada en el umbral de la casa, Nari , descalza y con una muñeca de trapo en su manita, observó uno a uno a los hombres amenazadores.
Por primera vez en su vida, Nari hacía contacto visual con otro ser. Soomin hubiera llorado de alegría de no ser porque el humano cercano a ella bufó como un toro en celo y esa fue la señal que alertó a la madre para ponerse en modo animal que defiende a su cría.
El tipo dio tres trancos y quedó embobado frente a la niña.
—Le tocas un pelo y te quedas sin pelotas —Esta vez fue Minah quién amenazó al violador.
—¿Sí? ¿Tú y quién más me lo impedirán?
—¡Ellas con sus alitas de pollo! —gritó un imbécil desde el caballo.
La risotada de todos llenó el ambiente y para cuando los cuatros demonios reaccionaron, se encontraban rodeados de un centenar de mujeres armadas con espadas y puñales.
La líder del clan de las de pies alados, una enorme mujer de más de un metro ochenta, se interpuso entre Soomin que para esa altura ya sostenía entre sus brazos a la niña y el despreciable hombre de aliento fétido.
—Si no desaparecen en este instante, quienes harán una fiesta de sangre con vosotros seremos nosotras.
Superados en número y armas, los tipos subieron a sus caballos y se largaron no sin antes advertirle a Soomin que regresarían por el niño.
Ellas nunca supieron cómo el clan se féminas se había enterado de la presencia de los humanos, pero les salvaron la vida a las tres mujeres ese día. Y por ende, al pequeño Jungkook, oculto en el foso.
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