Una historia de amor
[Erlang Shen x Predestinado/Sun Wukong]
***
La prueba ya estaba hecha, y él la había pasado...o eso era lo que creía. En vez de aparecer en el hogar natal de Wukong, el Monte Huaguo; el Predestinado se halló a sí mismo en la mitad de un vasto lago congelado que se perdía a la vista, bajo una gélida medianoche, rodeado de montañas cubiertas de nieve que lo encerraban y cualquier suceso que podría pasar ahí, como unas silenciosas guardianas. Pero no era el Lago Espejo del Nuevo Oeste, se veía y sentía completamente diferente...emanaba un viento y un frío que se le hacía demasiado familiar, y no comprendía porqué. Intentó dar una vuelta para verlo en su totalidad, pero su cuerpo no pudo evitar perder el equilibrio por lo resbaladizo que estaba el hielo, y se apoyó en sus manos para evitar caer por completo.
Bajó la mirada y se sorprendió al notar que sus pies estaban cubiertos de unas botas...las Surcanubes se habían extendido por completo, era una versión de ellas que no había visto hasta ahora, y tampoco podía negar que se sentía raro tener todo el pie cubierto; pero al igual que el lago, el joven mono tenía una clase de deja vú, ya había visto esas botas antes, pero no recordaba dónde ni cuando...tal como esa estancia.
Lentamente se fue levantando de nuevo, y alzó la mirada al cielo. Era una despejada y estrellada noche, acompañada de una enorme y brillante luna blanca, coloreando todo de una luz fría, haciendo que incluso su armadura dorada perdiera ligeramente el color a inclinarse más al plateado. Pero...había algo en ella que no cuadraba. El Predestinado entornó los ojos para estudiarla mejor. Los cráteres, sí. Eso era, no tenían su habitual patrón, sino que ahí dibujaban el perfil de una silueta muy familiar y similar a él...
– Hay un punto en la vida...que no solo podemos valernos de nuestra fuerza.
El Predestinado se sobresaltó al oír aquella voz de golpe, cortando el silencio que dominaba en el lago y se giró en redondo para encontrarse con Erlang, la Divinidad Sagrada; a quien ya había vencido en el combate anterior. El joven mono no pudo evitar tensarse a su presencia, frunciendo el ceño hacia él, aunque el pelinegro no tenía ninguna arma a la mano. Aquella áspera y punzante mirada que el Predestinado le dirigía, no le importaba a Erlang en absoluto.
– Esta calma...te parecerá confusa, y entre todas las formas que creí que se manifestaría, jamás habría esperado algo así, pero ya veo...que eso es lo que él quiere. – Erlang extendió una mano hacia el Predestinado, con una calmada expresión, pero a la vez, se veía lleno de expectativa. – Déjame ver...tu voluntad.
El Predestinado no se movió de su puesto o tuvo el mínimo indicio de querer agarrar su mano, no después de haberle golpeado en la cara hace poco, y se vio atisbos de vacilación en su rostro. A pesar de la duda, él pudo notar una difusa aura oscura recorriendo el cuerpo de Erlang, y...también del suyo. Era aquella bruma negra que lo había rodeado en cuanto el contrario abrió su tercer ojo en el Monte Mei. "Eso" lo llamaba, lo empujaba a aceptar esa prueba final. Ya había demostrado su fuerza física, ahora le faltaba lo mismo que Erlang le había pedido...su voluntad por querer reencarnar una vez más.
Los ojos oscuros de los dos guerreros se fijaron entre ellos, y tras un gélido silencio por parte del Predestinado, endureció la mirada como siempre se había mantenido desde el inicio de su viaje, alzó el brazo y aceptó la mano de la Divinidad Sagrada, dando comienzo así a la última prueba del Gran Sabio.
Erlang lo agarró firmemente y solo requirió un paso para que los dos comenzaran a patinar sobre el hielo cual plumas volando por el viento, como si sus botas estuvieran hechas para este momento. Sin que sus miradas se separaran una de la otra ni un segundo, ambos actuaron al tiempo, y al pesar del Predestinado, se dejó sostener de la cintura por parte de Erlang, y él tomó tanto su hombro como su mano, sin que su seria expresión abandonase su rostro. A diferencia de éste, Erlang se hallaba...en una profunda y meditativa calma. Sus pies comenzaron a deslizarse por el hielo, el mono retrocedía al tiempo que Erlang avanzaba, y sus cuerpos iniciaron también un vaivén al girar sobre sus talones. Ninguno de los dos hablaba, ya que las palabras no parecían ser necesarias para ese val dentro de un lago hecho de tinta.
Erlang rebosaba de nostalgia, se le podía notar no solo en su rostro, sino también en cada desliz que hacía, en sus agarres, en cada giro, en sus latidos y su suave respiración que apenas lograba divisarse en un fino hilo de vaho. Cuerpo entero y su mente se sentían como una sola, bailando y fluyendo como el agua en el arroyo joven de montañas místicas.
Por el otro lado, el Predestinado se sentía...demasiado rígido. Su cuerpo lo percibía frío y difícil de mover con tanta fluidez, que empezaba a quedarse corto frente a Erlang. Pero lo que le irritaba no era su carencia de habilidad, sino la naturalidad del pelinegro, imponiendo un dominio absoluto de sus pies sobre el hielo, complementando con el resto de su cuerpo; el Predestinado tuvo la sensación de estar participando en una danza ensayada desde hace siglos. Desde que tuvo memoria, el rencor hacia la Divinidad Sagrada siempre estuvo latente y estalló al momento de la batalla en la montaña, pero mientras que su ira se exaltó en lo alto...sus espíritus hablaban en lo más bajo, bailando sobre el lago. El joven mono sentía una punzada en el pecho, como si hubiera algo entre ellos que él no alcanzaba a comprender, pero Erlang lo tenía más claro que el agua.
El semidiós le hizo dar una vuelta y luego lo atrajo de nuevo a él, teniendo sus cuerpos apegados y sus brazos rodeando al contrario por el agarre. Mientras Erlang no le quitaba la vista de encima, el Predestinado ni siquiera pudo mantenerla por uno segundo, y miró incómodo al lado opuesto, con un leve pero evidente sonrojo en sus mejillas. Ahí mismo, la brisa que los atravesaba la sintió aun más fría sobre su rostro, volviéndose a sentir igual de rígido que antes. El joven mono soltó un resoplido y cortando la suavidad de Erlang, siguió el giro para separarse de él, quedando de nuevo solo con las manos sostenidas. El pelinegro notó el agarre más fuerte, por lo que suspiró levemente, sin llegar a sonreír aún.
– Si solo piensas en el frío que te cala los huesos, jamás lograrás dominarlo. No batalles...solo siéntelo. – Los dos trazaron un círculo y al momento de culminarlo, Erlang lo soltó con la misma brusquedad del Predestinado, y éste siguió derecho por el hielo, sin poder evitar dar vueltas sobre su eje. Sacudió los brazos para mantener el equilibrio, sin tener control alguno sobre sí mismo, y su mano derecha fue lo único que le impidió caer de cara sobre el hielo. Su cuerpo siguió deslizándose por la inercia, y justo en esos segundos, el Predestinado pudo sentir el gélido frío del hielo y la nieve saltando sobre sus dedos al raspar con sus garras la corteza.
No podía creer que un simple baile le estaba dando tantos problemas, debería de ser sencillo...más fácil que darle un golpe a una rata en desierto, y al alzar la cabeza para divisar a Erlang, quien lo esperaba sin parar de patinar sobre el lago, dibujando amplias semilunas con sus pies, los cuales dejaban atrás una tenue estela dorada, una vez más envidió de su fluidez. Más como el semidiós con el que batalló y partió montañas, ahora veía a un hombre al cual no se diferenciaba con el agua, una corriente flotando en el aire con la más grande ligereza, tan fluyente y calmada que ni pronunciaba ruido alguno, pero también se integraba al ambiente como si fuera parte de la pintura. Su cuerpo emanaba palabras que no podían decirse en voz alta, emociones, sentimientos tan enterrados dentro de su ser que la única forma que podía expresarlos era mediante los movimientos de su voluntad, pero sus ojos tan profundos y oscuros como una noche sin luz, lo miraban fijamente.
El Predestinado se notó a sí mismo viendo de más, por lo que parpadeó varias veces para despertar de su burbuja, tomar impulso con sus piernas y brazos para volver al frente, pero esta vez, suavizó su rostro y dejó de tensar sus extremidades. Se permitió dar vueltas sobre sus talones para liberarse, soltando un profundo respiro, y justo al terminar de girar, su antebrazo chocó perfectamente con el de Erlang, y sus miradas volvieron a juntarse. Al avanzar por el lago de nuevo, el pelinegro pudo notar un nuevo semblante en el joven mono, uno más sereno, más lento...aceptando no solo físicamente aquel baile, sino también dentro de su mente, estaba dispuesto a hacerlo, y en sus ojos reflejaba la luz plateada de la luna con un nuevo brillo.
Los dos de nuevo se tomaron de las manos, y mientras ahora Erlang retrocedía, el Predestinado avanzaba, dejándose llevar por el vaivén del patinaje, y sus agarres se sentían igual de suaves que sus pasos. El pelinegro pudo notarlo, y queriendo avanzar más para probar esa nueva confianza, dio una corta anticipación para el castaño y se impulsó para dar un salto, apoyando las manos en sus hombros. Pero a diferencia de lo que Erlang se habría esperado, el Predestinado le siguió el ritmo, sosteniéndolo de la cintura para asistirlo como se debía, sin despegar sus ojos de él. Aquello por primera vez hizo a Erlang sonreír suavemente en ese lapso de segundos en los que estuvo y regresó del aire, y a propósito puso su pie para darle una zancadilla al castaño.
– !!! – Un respingo salió del aliento del Predestinado al perder el equilibrio una vez más, y se habría caído de espaldas al hielo de no ser por la firme mano del pelinegro, asistiéndolo por detrás, mientras que sus manos libres aún se mantenían agarradas. Un contraste entre calma y shock acompañados de jadeos clamó en el lago, pero una vez entendió que eso fue intencionado, el castaño relajó su rostro de nuevo, y dejó caer la cabeza para atrás. Notó todo el paisaje alrededor de ellos al revés, y aunque fuera algo superficial, él se quedó ahí unos buenos segundos. Había visto el mundo y vivido sus aventuras de un modo, la "forma normal" de sentir, pero tal vez...a partir de ahí debía ver y sentir de un modo diferente, desde otro ángulo, otra vista...otra mente. Aunque sus pies no se movían, sentía que sus cuerpos seguían patinando por el lago, y comprendió que en ese lugar, no debían estar arraigados a lo físico; sus espíritus, sus mentes debían conectar una vez más para alcanzar la verdadera libertad, una libertad...que ahora veía que no la compartiría solo.
El Predestinado tomó impulso para alzarse de nuevo y tener a Erlang de frente, sosteniéndolo y tomando su mano mientras seguían bailando sobre el hielo; pero ahora lo entendía por completo, y lo que una vez fue una corriente silenciosa de agua, otra más ruidosa lo acompañó. Erlang finalmente tenía a su igual, danzando a su mismo ritmo bajo la noche eterna del mural. Sus pies patinaban a un son sincronizado perfecto, y cuando Erlang ofrecía su mano, el Predestinado la aceptaba sin luchar, se asistían el uno al otro y al girar, se sentían como dos fuerzas contrarias pero que juntas, formaban parte de una unidad indiscutible.
El castaño puso ahora su mano sobre la cintura del semidiós y con un jalón, los apegó aun más, sus rostros solo centímetros de rozarse, pero lo suficiente como para sentir sus cálidos alientos entrecruzarse en nubes de vaho. A pesar de que la fluidez del baile no cesaba, Erlang ya no podía ignorar más la presión en su propio corazón. Siglos enteros había esperado para ese momento, y aunque lo estaba viviendo, no terminaba de creérselo...como si fuera un sueño efímero que supera la realidad, pero esta vez, la danza era más fuerte que cualquier deseo o sueño que hubiera tenido. Con un solo paso...ya lo habría conseguido, y podía sentir que el Predestinado estaba listo para asimilarlo, por lo que...decidió no contenerse más.
El joven mono notó aquella bruma oscura de antes volver a rodearlos. Hilos que contrastaban con las ropas blancas de Erlang fueron subiendo por su cuerpo, pero toda esa energía iba dirigida a él. Esa tormenta de voces, pensamientos, sentimientos, anhelos, sueños, deseos, vivencias, creencias, y hazañas de antaño ahora no era tan caótica, por el contrario; se fue arremolinando alrededor de él como una parte faltante de su ser que ansiaba volver a unificarse, y con cada paso y nuevo giro que hacía sin detener el baile, la última manifestación de la reliquia de la Mente se hacía presente no solo dentro de su recipiente vacío que comenzaba a llenarse, sino también de forma física. Con un nudo debajo de su cuello, cubriendo sus hombros y alzándose al aire como alas frenéticas, una capa rojiza se materializó por completo, siendo soplada y elevada por el aire, pero manteniéndose aferrada a su cuerpo gracias a ese nudo en su pecho.
A pesar que era igualmente una parte de él, era demasiado...demasiada información que le costaba asimilar de un solo disparo, por lo que rompiendo por completo la fluidez de la noche, el Predestinado apretó los dientes y en medio de quejidos, sus movimientos comenzaron a ser más bruscos y frenéticos, sin ser capaz de proseguir por ahora. Erlang se encontraba igual de impactado que el castaño, y sin esperárselo de su propio cuerpo pero sabiendo que lo necesitaba, soltó sus manos y dejó que el mono se alejara por la inercia del hielo, sosteniéndose la cabeza con dolor y dando vueltas sobre sus pies, pareciendo que la capa lo cubría y se arremolinaba en él por el viento. De repente, el Predestinado abrió los ojos, los cuales brillaban de un fulgor dorado e intenso, y sin poder soportarlo más, tomó impulso y dio un potente salto, dejando grietas tras de sí en el lago, propulsándose tan alto como para dejar todo ese relieve de montañas atrás, enfocándose solamente en la vigilante del cielo.
Pareciese como si solo le tomara extender la mano al mono para llegar a tocar la luna con sus dedos, y en ese éxtasis, la gravedad dejó de funcionar en él. El castaño no podía quitar sus ojos de ella, pasmado por su grandeza, su color, y su brillo que lo inundaba por completo, pero gracias a esa silenciosa calma que le trajo, la capa dejó de ondular furiosamente detrás suyo, y su mente pudo esclarecerse. Acaso siempre había sido un simple mono? El Predestinado? o...Sun Wukong? Tal vez ahora...era todo eso, y mucho más, no solo para sí mismo sino también para aquellos que lo habían querido, para ese alguien que lo había amado. Al tener esa conversación consigo mismo ante la luna, el mono no se dio cuenta de esa presencia que subía hasta llegar a él, y regresó al mundo terrenal en cuanto sintió una cálida mano sobre su espalda.
Wukong se encontró con la mirada de Erlang, quien había saltado hasta el cielo para alcanzarlo, pero...no para salvarlo ahí mismo. Los ojos del mono se fueron apaciguando para dejar ver su color dorado al tiempo que se daba cuenta de ello. Erlang había subido alto para salvarlo de la muerte y del olvido, recogiendo sus memorias, la parte más importante de la reliquia de la Mente, esa carta secreta que ni siquiera Wukong sabía que tenía, pero que siempre había estado en su mano todo este tiempo. La Divinidad Sagrada, el hombre que le dio muerte, y vida.
– Erlang Shen...
Wukong en medio del aire alzó una mano para posarla sobre la mejilla del pelinegro bajo ningún pronóstico, lo que sorprendió a Erlang, haciéndole sentir un vuelco en el corazón, pero mientras los dos volvían a caer a tierra, al lago del mural de tinta, el Rey Mono no pudo evitar empezar a esbozar una amplia sonrisa en sus labios, llena de felicidad y realización...dejando salir sentimientos que ambos habían enterrado, pero ahora tenían la libertad de soltarlos a la luz. Ambos al compartir el sentimiento, se separaron del agarre para así aterrizar sobre el hielo, las puntas de sus pies rozando la superficie como plumas, y con la misma velocidad, dibujaron un semicírculo para así unirlo en un YinYang lleno de amor. Conque eso era...el más puro amor que seres como ellos pudieron haber sentido, siempre silencioso y oculto, hasta ahora, y los dos podían verlo justo ante sus ojos.
Erlang se dejó caer en el brazo de Wukong, pero alzó la cabeza al sentir cierto agarre sobre su tobillo. El mono en efecto no solo sostenía su espalda, sino también con la mano libre agarraba el tobillo del pelinegro con una pícara pero complacida y nostálgica sonrisa, sin poder evitar soltar una risita al recordar ese momento siglos atrás que ciertamente, ninguno de los dos había olvidado. Con un impulso, el mono alzó a Erlang de nuevo y sin parar de sonreír ahora, el baile se sentía más vivo que nunca para él. Cada paso y giro lo hacía con la mayor energía, y soltó otra carcajada más fuerte de puro júbilo cuando los dos saltaron al aire al unísono, y sus sentimientos quedaron congelados en la brisa.
Al juntar sus manos y atraerse en un firme abrazo mientras no paraban de girar, dejando que la capa de Wukong y el cabello azabache de Erlang ondularan con el viento con cada vuelta que daban, juntaron sus frentes y cerraron los ojos en el último son del baile de la noche. Las palabras no eran suficientes para describir lo que sentían. Sus corazones bombeaban tan rápido y fuerte como uno solo, y compartían el calor de su cuerpo, tanto así que Erlang no pudo evitar soltar un tembloroso jadeo por el mar de emociones que tenía, y Wukong solo respondió con una risita al tiempo que acariciaba su mejilla para tranquilizarlo.
Cuando ambos decidieron que ya era tiempo de volver a verse, abrieron los ojos y se separaron lo suficiente para ver sus rostros, la sonrisa en Wukong no se desvanecía y Erlang no podía creer que estaba viendo al Rey Mono de vuelta a la vida frente a él, pero tal como la velocidad en la que iban sobre el hielo, sus pensamientos se fueron ralentizando y calmando, hasta que los dos quedaron en medio del lago, dejando que el viento ondulara sus prendas y cabellos.
– ...Así que...de eso se trataba todo esto, hm?
Erlang tomó unos segundos extras para responder a esa pregunta que rompió el silencio que habían tenido durante casi todo el baile, y aunque tardó un poco más en organizarse, con solo ver el rostro de la única persona que había amado en su vida, y sabiendo que el sentimiento era mutuo, no dio vuelta atrás, y le regresó la sonrisa, con el corazón rebosante de una alegría que no sentía en mucho tiempo. Entrelazó sus dedos con los suyos, fijando sus ojos en los del Rey Mono.
– Heh...creo que sí.
Wukong sabía que no necesitaba mejor respuesta, y dejándose sostener la mejilla contraria por el semidiós, los dos volvieron a cerrar los ojos para que sus labios se unieran en un cálido beso, cargado del sentimiento más impuro para los dioses de la Corte, pero el más puro para ellos en medio de un Lago Esmeralda congelado en el tiempo. Amor. Todo ese viaje de los dos se trataba de la historia de amor no escrita en hoja y tinta, pero que fue grabada en sus corazones, con cada mirada, palabra y toque que se dieron en el pasado, construyendo así un mural que no llegó a terminarse hasta esa misma noche. Erlang jamás habría hecho lo que hizo si no fuera por algo más profundo y complejo que él mismo: Amor. Y Wukong jamás habría confiado su propia memoria a él si no fuera por algo más...Amor.
Ninguno de los dos sabía qué les depararía el destino por fuera del mural, pero sea cual fuere el nuevo viaje, una historia de amor habrá sido registrada en sus memorias para nunca más olvidarse, escrita con una tinta invisible que solo Wukong y Erlang entenderían, y llevarían siempre consigo.
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