Un fantasma del pasado
Quinientos años habían pasado desde que él mismo, Erlang Shen, atravesó a Sun Wukong con su lanza. Presenció su caída, vio cómo su alma se dividió en seis reliquias que fueron entregadas a los reyes yaoguais de toda China, pero él, en secreto, pidió una última parte del Rey Mono. Una crucial, con la que sin ella, la próxima reencarnación de Wukong no estaría completa. Aquella que mantiene su persona adentro, sus hazañas, sus logros...su verdadero legado. Sus memorias.
No solamente por los sentimientos que tenía por él, sino también para guardar y proteger lo más preciado para el mono dentro de sí, nunca revelarlo ante nadie, y únicamente las entregaría a quien realmente las merece, a la verdadera y próxima reencarnación del Rey Mono. Pero hasta entonces, y por sentir una duradera presión en su corazón que no podía ignorar desde la batalla, la presencia de la Divinidad Sagrada simplemente...desapareció. Nadie ni en la Tierra ni en la Corte Celestial supo de su paradero por los siguientes siglos, a excepción de una sola persona.
En la cima de su montaña no había absolutamente nada más que un pequeño templo de una parte, apenas lo suficiente para pasar el resto de sus días, en absoluto silencio, meditando, y tratando de aclarar sus propios pensamientos y sentimientos que, cada día que pasaba, no lo dejaban en paz. Por lo menos, Xiaotian Quan, su perro; nunca se separó de él, y fue su fiel compañía durante aquellos siglos en los que se aisló por voluntad propia, no sin antes haber puesto una ramita de jade de ciruelo blanco sobre la piedra donde recaían los últimos restos de Sun Wukong.
El tiempo estaba congelado en aquella montaña. No amanecía, no anochecía, mucho menos podía ver un atardecer. Tampoco había tormentas, la nieve siempre se mantenía en una constancia de calma y silencio, obedecía su voluntad sobre el risco, y el sol siempre permanecía en la misma posición, otorgando una luz blanca entre las nubes, y aunque iluminaba desde el horizonte, no otorgaba calor alguno.
No importaba cuánto Erlang meditara sentado sobre el acantilado detrás del templo, o en medio del claro de nieve, su mente no podía permanecer en silencio por más de tres segundos, gracias a...él. Tantos siglos acumulados, tantas hazañas, aventuras, líneas, voces, sentimientos...la memoria no solo un concepto del recuerdo, sino que abraza todo lo que un ser vivo es, la experiencia que ha adquirido a lo largo de su vida, la formación de identidad, en este caso, del Rey Mono, vivía dentro de su cabeza. Era demasiado ruido...a veces podía controlarlo y llevarlo a sucesos concretos de silencio dentro de las memorias de Wukong, pero otras veces...simplemente era caótico, desordenado, apenas tenía oportunidad de acallarlo, u otras veces ni siquiera podía hacerlo.
Erlang a raíz de esto, en todos sus sueños de una forma un otra aparecía Wukong, una reminiscencia de él, o por lo menos una referencia, y por más sutil que sea, el pelinegro podía percibirla, por lo que en vez de dormir, ahora recurría a largos días sumido en una meditación profunda, tratando de evadir ver al mono en su subconsciente. Desde que se movió a aquella montaña, Erlang apenas volvió a tocar su lanza, puesto que la solución a todo este conflicto no eran las armas, sino tener la virtud de la más lenta paciencia, ni siquiera él sabía cuánto tiempo permanecería así, exiliado por voluntad, solo con las memorias del Rey Mono. Tal vez estaría así para siempre...pero dentro de él, existía la esperanza de que alguien lograra llegar hasta ahí, merecer las memorias, y continuar con el legado de Sun Wukong.
Pero los días fueron pasando, hasta convertirse en semanas, meses, años, décadas, y siglos...el silencio era exactamente el mismo. Una parte dentro de Erlang ya estaba empezando a creer que se mantendría ahí, resguardando lo único que le quedaba de Wukong en la montaña para toda la eternidad, sin compañía más que su perro Quan, pero...si algo había aprendido de la compañía del Rey Mono, era que...debía esperar lo inesperado.
Aquel día, sentado a horcajadas en un suave cojín de seda negra, yacía meditando ante el acantilado, al borde de la montaña, y detrás del templo. Su cuerpo no se movía ni un solo milímetro a excepción de su azabache cabellera, movida por la fría brisa, y una vez más, intentaba ordenar los pensamientos del Rey Mono entre tanto caos que poco o nada podía hacer al respecto. Unos pasos interrumpieron el silencio de la montaña, y Erlang pudo reconocer de inmediato las patas de Xiaotian Quan sobre la piedra del suelo para llegar con él, pero por alguna razón, sentía un aire...diferente en él, algo lo perturbaba, por lo que soltó un último profundo respiro antes de abrir los ojos, y girar su cabeza hacia su fiel amigo, quien chillaba levemente y se removía en su sitio, claramente impaciente.
- Quan...qué sucede? -le preguntó girando su torso para mirarlo, y como respuesta, el perro negro soltó un ladrido, seguido de más chillidos, y fue apuntando con su cabeza en dirección al claro de nieve al pie del templo, como si quisiera mostrarle algo.
Erlang endureció su mirada, tomó su lanza y se levantó para ir con él, inclinándose y acarició su cabeza para calmarlo.
- Tranquilo... -le murmuró con un suave tono, pero por dentro no se sentía nada calmado, sino más bien tenso, y se incorporó para seguir a su perro, quien lo guio hasta el amplio claro cubierto de nieve blanca, en donde no reposaba nada más que su antigua fogata. En circunstancias normales, solo estarían esos trozos de madera amontonados, pero esta vez...había una figura muy familiar en el centro del claro.
Esa silueta...esas largas plumas de fénix sobre la cabeza...esa brillante armadura dorada, y sobre todo...aquel largo cetro de hierro que hacía acto de presencia desde cualquier distancia. El alma de Erlang se le cayó a los pies apenas pudo reconocer esa figura que no había visto hace más de quinientos años, y su agarre en la lanza se volvió más fuerte.
Simplemente era imposible. Sun Wukong no podía retornar de la muerte, no sin sus memorias, las cuales Erlang conservaba dentro de él, pero sus ojos no le estaban fallando. Con una muy seria mirada, fue bajando muy lentamente las escaleras del templo hasta llegar al claro, sin quitar sus ojos de aquel mono que se postraba ante él. Pero algo que le estaba empezando a hacer dudar era que, en ninguna parte del claro se notaban huellas, ni rastro alguno de alguien mortal o inmortal dando pie en la montaña, por lo que solo tenía una teoría en mente...
El mono movió su cetro para apoyarlo sobre sus hombros, y posteriormente, las muñecas sobre éste. Era un gesto que solo Sun Wukong solía hacer, y fue dando los primeros pasos hacia el dios del tercer ojo. Una vez más, sus pisadas no dejaban huellas en la nieve.
- Erlang Shen...ha pasado mucho tiempo.
Pero Erlang aún debía dejar pasar su shock, por lo que ignorando que su respiración estaba agitada, apoyó la lanza contra el suelo, bastante desconcertado.
- Es imposible...que estés aquí ahora mismo.
- Es porque no soy Sun Wukong! eh..."completo", por decirlo así. -respondió el Rey Mono caminando ahora como para querer rodear al contrario.
- Entonces...tú eres...
- Su reminiscencia, sí. -terminó la frase por él, y se detuvieron cara a cara a solo unos metros de distancia. Una sonrisa se asomó en los labios de aquel Wukong. - Despojado de mi cuerpo y mis sentidos...solo soy un fantasma del pasado, o como me quieras llamar, pero estoy atado a tí.
Aquella respuesta solo confundió más a Erlang, y frunció el ceño, tratando de darle una explicación, pero por ahora, no encontró nada que le pudiera decir por qué o cómo estaba pasando esto.
- Cómo es posible que...que sus memorias se manifiesten en un cuerpo? En estos quinientos años que han pasado, no ocurrió nada así antes...
Wukong se encogió de hombros. - Si te soy sincero, ni yo lo sé! Pero heme aquí, Yang Jian. - El Rey Mono se acercó más al pelinegro, y aunque éste no se movió, su cuerpo estaba demasiado tenso. Se miraron fijamente a los ojos, y soltó una risita. - No sabes cuánto me regocija...volver a verte.
El corazón de Erlang sufrió un doloroso vuelco, y lentamente el agarre de la lanza se fue suavizando, hasta finalmente soltarla, y cada vez más estaban cerca del otro. Erlang pudo discernir ahora a más detalle el cuerpo ligeramente traslúcido que tenía Wukong, pero en aspecto y esencia...era el mismo mono rebelde de siempre. Wukong bajó el cetro de sus hombros, y al estar a solo centímetros del rostro del pelinegro, cerró los ojos y juntó su frente con la suya, más que nada para poder sentir el tercer ojo de Erlang, sentirlo a él, y...sentirse a sí mismo. Erlang también cerró sus ojos, pudiendo sentir el tacto de la frente del contrario sobre la suya, algo que consideraba imposible ya que solo era un fantasma, recuerdos condensados en una figura, pero al mismo tiempo pudo sentirlo tan real...
Lentamente, Erlang fue moviendo su mano para intentar agarrar la de Wukong, queriendo saber si al igual que su frente, podía sentir el resto de su cuerpo. Aunque les costó un poco materializar la sensación, fue posible que los dos se entrelazaran sus dedos en un cálido apretón de manos. La presión en su pecho se volvió más fuerte, y Erlang no pudo evitar soltar un jadeo tembloroso al volver a encontrarse con sentimientos que creyó haber olvidado. Sin querer, fue apretando el agarre de sus manos, a tal punto que el Rey Mono soltó una risita.
- Jeje, tranquilo~...Mientras me sigas manteniendo en su tercer ojo, yo no me iré. Y cuando llegue el momento...verás una nueva forma de mí. -le aseguró Wukong separándose del tacto, y su mano simplemente traspasó la de Erlang, haciendo que éste cerrara el puño por inercia. Wukong siguió su camino escaleras arriba, y Erlang se giró en redondo para verlo avanzar, apresurándose a estar a su lado.
- ...De verdad crees que tu plan funcionará? -le preguntó Erlang mientras rodeaban el pequeño templo para llegar a la parte de atrás.
- Por supuesto, cuándo he fallado en mis planes? -le devolvió Wukong la pregunta con una confiada sonrisa, y aunque no recibió respuesta, miró hacia el horizonte nevado, llevándose una mano al pecho. - Yo confío en mi gente...y agradezco que hayas sido compasivo con algunos. Llegará el día en que por fin...no solo mi espíritu completo renazca, sino también, seré libre.
Los dos guerreros se detuvieron al pie del risco, justo donde Erlang hace un tiempo estaba meditando.
- ...Al convertirte en Buda, ya se te otorgó la libertad que querías, Wukong-...
- Por favor, no me mientas en la cara. -le cortó el Rey Mono sacudiendo la cabeza, y suspiró pesado. - Aunque no la tenga en mi cabeza...esa maldita corona tiene encerrado mi corazón, mi espíritu...Ese viejo cuerpo siempre estaría arraigado a someterse ante Buddha, y la Corte Celestial. Yo solo quería volver a la montaña, y vivir finalmente...en paz. Por supuesto, ninguno de arriba estuvo de acuerdo con mi felicidad. Y por eso...te mandaron a tí y a esos reyes a matar a mi gente.
Erlang pudo notar un toque de rencor y dolor en las palabras de Wukong, y apartó la cabeza. Sabía que con decir "perdón", no enmendaría lo que ya está hecho, pero en el fondo sí se sentía arrepentido. Wukong igualmente soltó un suspiro, tirando la cabeza para atrás.
- De todas formas...todo va de acuerdo al plan. Solo así, lograré obtener la verdadera libertad. La inmortalidad no solo se arraiga a un cuerpo que jamás muere, sino también al espíritu. Si todas las piezas se unen al final...verás mi reencarnación sin ataduras.
Erlang volvió a mirarlo, con un atisbo de esperanza en sus ojos, pero también de incertidumbre.
- Entonces...por eso es que recién despertaste y...puedo verte de nuevo.
Wukong asintió con una sonrisa, mirando las montañas, y apoyó el cetro sobre el suelo. - Así es~ "Él" está viniendo. Puedo sentir mi cuerpo, mis ojos, mis orejas, y mi nariz en un solo sitio, y se están acercando. Y...mi mente, también. Te pido, Yang Jian, que no te contengas. Solo aquel que puede desatar todo tu potencial en batalla es merecedor de mis recuerdos. -le pidió Wukong girando la cabeza para mirarlo de reojo.
Erlang se encontró con la mirada del Rey Mono, y asintió con la cabeza. - Te lo prometo.
- Bien. Pero, aun así...tengo fe en él. Ha estado inactivo por tantos años...ya es hora de actuar. Y por fin, tú también serás libre.
- Libre...?
Wukong se volteó hacia él, con una suave sonrisa en los labios. - No solo libre de esta montaña a la que te exiliaste...sino también libre, - hizo una pausa para poner una mano sobre el pecho del pelinegro. - de lo que sientes aquí.
Erlang pudo sentir aquel tacto tan fuerte y real como si el Rey Mono que alguna vez vivió y amó estuviera ahí con él, y se llevó su propia mano al pecho para sentirlo. Pero de repente, sintió los dedos del contrario sostener su mentón, sus cálidos alientos se entrechocaron, y finalmente sus labios se unieron en un reconfortante beso. Erlang cerró los ojos con dolor en su rostro, pero no era físico, sino uno mucho más profundo, que evidentemente no había logrado superar en estos siglos.
"Confía en mí..." pudo oír a Wukong decirle en su mente aún unidos por el beso, y al momento que Erlang apretó su pecho con la mano y abrió los ojos, la calidez que había sentido de la presencia de aquella reminiscencia, desapareció. Una vez más se encontraba solo en el mismo risco de meditación, siendo abrazado por una brisa gélida. Erlang soltó un profundo suspiro que dejó una nube de vaho en el aire, bajando la cabeza, y ante la ausencia del Rey Mono, asintió a su última petición, de dejar todo en sus manos.
***
- ...Finalmente siento un aire completo en tí, mono.
Erlang se permitió girar la cabeza después de dar una buena inhalada al aire puro, fresco y renovado que emitía la Montaña Huaguo, y encarar una vez más a aquel joven mono que logró llegar hasta el fin del viaje de un viejo amigo, y dar comienzo a su propia historia como el nuevo Rey Mono.
El Predestinado no respondió, pero bajó la mirada a un lado, como si con solo sus expresiones, quisiera decirle lo que no podía contar. Erlang ante ello soltó una leve risita y se giró ante él.
- Agradezco la visita, a pesar de todo lo que pasó antes de esto. Si no te molesta...me gustaría permanecer en esta montaña un poco más. Me trae viejos recuerdos...y ten por seguro que, por parte mía, este lugar no sufrirá más daños.
Erlang pudo notar un atisbo de alivio en el rostro del Predestinado bajo esa estoica cara, y el contrario inclinó la cabeza, concediéndole la estancia. Erlang le sonrió suavemente, devolviéndole el gesto, y miró de nuevo al vasto horizonte.
- La historia de Sun Wukong ya está sellada, pero hasta ahora...comenzarás a escribir la tuya. No sé qué destino te depara más allá de la montaña, pero...si te sirve de alivio, al menos posees un aliado aquí, si surgen problemas que por tu cuenta no puedes resolver. - Erlang se detuvo al oír unos pasos acercarse a él, y al girarse de nuevo, se encontró con el Predestinado a solo unos pies de él. Era como ver directamente a Sun Wukong a la cara, pero renacido por completo...tal como le había prometido. El Predestinado alzó su mano hacia el pelinegro, esperando a que se la estrechara. En sus ojos reflejaban determinación por un nuevo capítulo en su vida. Erlang no tardó en tomarla, y apretarla en un pacto, una nueva promesa.
- Mantén tu nuevo nombre en alto, Predestinado, y honra a quien te precede. - El joven mono asintió levemente, y aquello fue suficiente para Erlang sentirse en paz. Después de separarse, el dios del tercer ojo alzó la cabeza para observar a la reencarnación del Rey Mono surcar el aire sobre la nube blanca, acompañado de una nube más oscura, hasta que finalmente desaparecieron de su vista.
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