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Tu reencarnación


No pasó mucho tiempo después de que el peso en el corazón de Erlang se acrecentara a tal punto de no poder soportarlo más. Aun después de haber reclamado la última reliquia secreta del cuerpo moribundo de Wukong tras abatirlo, su siguiente paso en el plan estaba a solo un paso de ser realizado, pero...no podía darlo. Todavía no. El peso de la culpa sobre sus hombros se equiparaba al Cielo entero encima de él, pero sentía que se había desconectado por completo de su divinidad al sentir aquello que supuestamente estaba prohibido en la Corte: amor. 

Más que una hermandad construida a través de los años, no pudo ocultar jamás el hecho de que lo que sentía por Sun Wukong era amor, y encima, era correspondido. Solo había alguien en el mundo entero a quien Wukong le podría haber confiado sus memorias y su identidad, y a diferencia de lo que se creía, la Divinidad Sagrada se había ganado ese privilegio por encima de los demás hermanos jurados del Rey Mono. 

- Y bien, Erlang? El camino está abierto para tí. -le dijo Maitreya enseñándole el pasaje con una mano abierta. 

A pesar de que aquello despertó a Erlang de su tren de pensamientos, aún no se atrevió a dar el primer paso para desaparecer. El pequeño Buda se giró para mirarlo con una sonrisa curiosa, ladeando la cabeza. 

- Aún hay algo dentro tuyo que no puedes dejar ir, cierto?

- ...Siento que...me falta algo por hacer. - Fue lo único que pudo responder el dios del tercer ojo al contrario. Maitreya sonrió suavemente y asintió con la cabeza, sobándose la barriga. 

- Ah...sí, el sentimiento más puro que un humano puede tener en su interior, y aun prohibido en los Cielos. Aún después de todos estos siglos, no puedes despegarte de tus raíces terrenales, y por lo que veo...seguirás viviendo con ellas. 

- Acaso es algo malo...?

- Nunca dije que lo fuera. - Maitreya sacudió la cabeza y se dio media vuelta para encarar el interior de la Pagoda, las paredes rojas aún seguían en blanco, listas para ser retratadas en el momento adecuado de las nuevas aventuras del próximo Rey Mono. - Mortales, Inmortales...humanos o dioses, para cada uno de nosotros siempre habrá una sola vida, y aunque nuestro espíritu reencarne, nunca vivirá la misma vida que la anterior. Aunque debes pensar con la cabeza fría, cualquier decisión que hagas, no debes arrepentirte nunca de ella. Si crees que todavía tienes algo que hacer allá afuera... - Maitreya movió una mano, rozando su palma en el borde del pasaje para sellarlo de nuevo, y el camino a la montaña desapareció, cerrando de nuevo aquel sexto mural rojo. - Eres libre de ir. El pasaje siempre estará abierto para tí, mi amigo. 

Erlang alzó las cejas sorprendido al oír que el Buda fue comprensivo con él respecto a sus sentimientos por Wukong, por lo que bajó la cabeza para encontrarse con su mirada y le sonrió levemente, inclinando la cabeza hacia él con gratitud. Sin perder más tiempo, se dio media vuelta para darle la espalda al mural, y ponerse en marcha a aquel lugar donde cometió tantos errores, y a la vez descubrió una faceta hermosa de sí mismo. 

***

Algo por lo que Erlang Shen era bastante reconocido, es por su conexión y profundo aprecio hacia los árboles blancos de ciruelo. Desde su hogar en el río de las Libaciones, los murales, tapices, e incluso en esa solitaria montaña, había por lo menos un árbol de ciruelo creciendo a donde sea que él se asentara. Sabía bien que ninguna deidad se atrevería a hacer lo siguiente, como mucho los monos de la Montaña Huaguo lo harían, pero ese peso en su corazón...le decía que debía hacerlo. 

Erlang lentamente, atravesando una desolación de guerra marcada por sí mismo y sus decisiones de las que se arrepentía, llegó a la solitaria roca en forma de huevo donde yacían los restos de Sun Wukong. No había nadie alrededor, pero el semidiós se había encargado de venir solo. No podía quitarle los ojos de encima a la piedra, y la presión en su pecho se acrecentó más, sin poder evitar sentir un profundo dolor. Erlang se arrodilló frente a la piedra, y se atrevió por primera vez en posar su mano sobre ella. Habría esperado sentirla fría, sin signos de vida alguno, pero notó todo lo contrario. 

Podía sentir una mística calidez en su interior, como si algo dentro suyo estuviera resonando, no un cuerpo en sí, sino...una reminiscencia. Tan fuerte y poderosa como para encerrar un mundo dentro de sí, el mundo interior del Rey Mono, lo que alguna vez llegó a ser, remontándose a sus orígenes como un simple mono de piedra, nacido de la Tierra y el Cielo...Aquel mundo se movía como un feto dentro del vientre de su madre, o un latente corazón, pero Erlang podía sentirlo...aunque su cuerpo estuviera roto, Wukong aún vivía, gracias a su espíritu partido en seis. 

Erlang dejó caer la cabeza con un fuerte suspiro, moviendo la mano para sentir la rugosa textura de la piedra. Ahora mismo, incluso para él, el destino era completamente incierto. Wukong había hecho la apuesta más grande de su vida, y le correspondía a él ayudarlo, pero...realmente podría ganarla? Solo el tiempo lo diría. 

- ...Espero que esto funcione. -murmuró en voz baja y metió su otra mano en la manga de su túnica blanca, para así sacar una pequeña pero hermosa y delicada ramita de árbol blanco de ciruelo de jade. Ofrecer parte del árbol de jade de su hogar como tributo a quien alguna vez amó podría parecer descabellado y considerado un pecado contra la Corte, pero Erlang ignoró por completo todo eso, y se enfocó únicamente en el peso que tenía ahora esa rama puesta sobre la piedra del Rey Mono, el único tributo que los restos de Wukong tendrían en muchísimo tiempo. 

El dios del tercer ojo se levantó sin quitar sus ojos de la rama de ciruelo, sumido en sus propios pensamientos que lo aislaban del exterior, a tal punto que...le tomó su propio tiempo darse cuenta que estaba recibiendo golpes en su pierna. Erlang frunció el ceño extrañado y se dio la vuelta para encarar a nada más ni menos que...un pequeño mono de la montaña, muy joven, de seguro aún pasaba por sus primeros años de vida, pero le sorprendió la audacia del pequeño el atreverse a golpear a la Divinidad Sagrada que le dio "muerte" a su rey. 

El pequeño mono golpeaba con sus puños y pateaba la pierna del pelinegro, gruñendo y gritando. Se encontraba sucio y con sus propias ropas rasgadas, producto de haber sobrevivido a la masacre, pero aunque lo atacaba con rabia, lágrimas sin cesar bajaban por sus mejillas. 

- Muere...muere!! -gritaba con rabia y dolor. 

Erlang endureció su rostro y sin esfuerzo alguno movió la pierna lo suficiente como para apartar al joven mono metros de él. El pequeño rodó por la tierra, ensuciándose más, y a pesar de que Erlang notó que le costaba moverse del dolor en su cuerpo, el contrario logró levantarse a duras penas, jadeando, temblando, pero sobre todo tenía una expresión que el semidiós no logró olvidar. Todo su rostro reflejaba una sola palabra: odio. Dolor, ira, pero más que nada odio, de que su preciado rey haya sido asesinado, de que su pueblo fue masacrado sin justificación alguna, de que su hogar haya sido reducido a una desolación de la guerra. 

El joven mono se limpió la boca de la sangre y la tierra, y con unos ojos brillantes y cargados de rencor, alzó su mano y apuntó a Erlang con dos dedos, directos a su rostro, pero el pelinegro tuvo la impresión de que también apuntaba a su tercer ojo. Pudo oír un profundo gruñido de parte del pequeño. 

- Asesino! - 

Con solo esa palabra, Erlang sintió un vuelco en el corazón. Aquel joven era...idéntico a Sun Wukong. No solo en apariencia de cuando se solía ver de joven, sino también en la posición, la actitud, el aura que emanaba...podía sentir un fuerte espíritu, un espíritu en contra del Cielo, de las normas, y en pro total de la libertad, palabra e ideología que el Rey Mono atesoraba por encima de todo. Aún le costaba creer la enorme valentía y descaro que tuvo ese niño de patearlo, pero soltó un suspiro incrédulo hacia él.

- Me sorprende tu audacia, niño...en todos mis años de vida, nadie como tú se habría atrevido a patearme, y no recibir una pena de muerte por ello. - A pesar de eso, el joven no se movió, ni mucho menos bajó la mano. Solo por querer ser compasivo, respetar el nuevo pueblo de quien alguna vez y admirar el coraje del pequeño, decidió perdonarlo por esa ofensa. 

El pequeño cerró finalmente el puño, apretando los colmillos y con su mano libre se trató de secar los ojos aguados sin mucho éxito. 

- Por qué...por qué tuviste que hacerlo?! Él solo quería volver con nosotros, por qué no lo dejaron en paz?!

Erlang notó dolor en la voz quebrada del niño, y suavizó su mirada, para así responder con pesar, negando con la cabeza. 

 - Solo hice lo que él quiso que hiciera...El mundo no es tan simple como crees. La caída de Sun Wukong era necesaria...para dar paso a algo mucho más grande, y a su verdadero deseo. - Erlang hizo una pausa al ver al pequeño cubrirse los ojos con su antebrazo, temblando al sollozar, estaba claro que se contenía de estallar. 

El pequeño mono no podía parar de lagrimear e intentaba con todas sus fuerzas no romper en llanto, pero aun así, pudo sentir una sombra opacando la luz del sol sobre él, y alzó la cabeza para encarar al dios del tercer ojo a solo unos pasos de sí, y sus miradas se encontraron fijamente. 

- Tienes agallas, niño. Tal vez...si concentras ese coraje en algo más que solo patear a una deidad, podrías llegar más lejos de lo que crees. 

A pesar de las palabras, el joven se quedó en completo silencio, pero su expresión lo decía todo por él. Una penetrante mirada cargada de rencor y odio no solo hacia Erlang, sino hacia el Cielo en sí mismo. Con solo esos oscuros ojos, ese pequeño en silencio le había declarado la guerra a la Corte por sus pecados imperdonables. El dios del tercer ojo más que ver a cualquier mono con ropa, sentía que estaba viendo directamente a una reminiscencia en carne de Wukong, desafiándolo, pateándolo, y declarándole una silenciosa venganza. No comprendió el porqué lo percibía de esa manera, tal vez solo necesitaba más tiempo...y así lograría entenderlo. Desde entonces, de los labios de ese joven mono no se volvió a escuchar ni una sola palabra. 

***

Después de tantos años oculto en su solitaria, al recibir la primera y única visita tras cinco largos siglos, Erlang por fin logró comprenderlo. Esa misma mirada la pudo notar y sentir con la fuerza de antaño y la de hoy, penetrando su cuerpo, no solo ahora con un ardiente deseo de venganza que permaneció intacta durante generaciones, sino también con una indomable determinación, el deseo intrínseco de reencarnar por completo. 

Erlang empuñó su lanza y le devolvió la misma dura mirada al Predestinado que yacía frente a él, portando el Jingubang, y la dorada armadura de su predecesor, convirtiéndose en la viva imagen del Rey Mono. Incompleto, por ahora...y a pesar de que Erlang no debía contenerse con él, muy dentro de él, ansiaba ver a aquel mono ganar el duelo inminente entre ellos. 

- Sun Wukong no tuvo elección...

Tanto el Predestinado como Erlang blandieron sus armas y en cuestión de un parpadeo que cortó el aire y voló la nieve por los aires, los dos guerreros cargaron hacia el otro para estrellar las dos armas que habían peleado entre ellas en antaño, inaugurando el clímax de la última voluntad del Rey Mono. 

"Y yo tampoco". 

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