Pesadillas
- Bebamos todos juntos, hermanos! La noche es joven, y nuestra gloria infinita! -proclamó el Rey Mono ante todos sus súbditos de la montaña, y también a sus queridos hermanos jurados, los seis alrededor de Wukong y estando de frente ante el resto de monos, tigres y osos que igual celebraban con alegría. Wukong alzó su propio vaso para celebrar un brindis, y todos siguieron su paso. En cuestión de segundos, el interior de la cueva se llenó de vítores y choques de copas y vasos llenos de alcohol. La bebida caía por el mentón del Rey Mono a medida que éste bebía, y y esbozó una sonrisa junto a un gruñido en cuanto apartó el vaso de su boca y soltó una carcajada llena de euforia.
Al sentarse sobre su trono de piedra, dejó que sus hermanos se dispersaran para compartir con los demás, mientras que otros se quedaron con él para intercambiar historias, anécdotas y hazañas de antaño que entre todos lograron. "Todos alaben al Apuesto Rey Mono!" "Rey Mono, eres lo máximo!" le dijo uno de los aprendices más jóvenes en cuanto tuvo la oportunidad de acercarse a él. "Eres nuestro héroe, y quiero convertirme en un formidable guerrero como tú algún día!" Wukong soltó una risita complacida y le dio una palmada a aquel joven mono, invitándolo a comer con él. La comida llegaba como oleadas al igual que el vino, y en cuanto llegaban al lugar de Wukong, lo único que quedaba en las bandejas eran migajas, cáscaras de fruta y polvo de harina. Las calabazas se fueron vaciando, el ambiente iba subiendo de tono a medida que el alcohol iba afectando las mentes de todos los guerreros, sus estómagos se iban llenando de comida hasta no dar más, y la música resonaba por toda la estancia de piedra.
A pesar de ser una gran fiesta sin precedentes en toda la montaña, mientras que sus hermanos se dejaban llevar por el divertido ánimo festivo, Wukong se mantuvo sentado en su trono, observando en un profundo silencio un melocotón que tenía en la mano. Maduro, con un rosado vibrante y del tamaño de su palma, incluso tan apetitoso como se veía, el Rey Mono no le dio un mordisco al instante. En cambio, se tomó el tiempo de estudiarlo, y lo lanzó al aire para volver a atraparlo para sentir su peso, y esbozó una leve y tranquila sonrisa con un suspiro. A pesar de haberse terminado él solo varias botellas de vino, se encontraba perfectamente sobrio, y aunque los platillos más grandes se los comió sin ayuda, su estómago se sentía vacío. Wukong se sintió desconectado de su propia fiesta. Alzó la vista para encarar todo el lugar frente a él...jamás lo había sentido tan lleno de gente, de seres queridos y hermanos, incluso entre la multitud vio al Rey Toro dirigirse hacia él e invitarle a que se uniera al juego.
Wukong sintió un vuelco en el corazón, pero no de dolor, sino...de felicidad. Muy dentro de él, esto es lo que siempre quiso. Un atisbo de libertad, sí, esa era la palabra...libertad. Sin ningún Buddha o deidad que lo doblegara, había pasado muchísimo tiempo desde que celebró una fiesta como aquella. Desde...desde.....no podía recordarlo. Eso debió de haberle molestado o tan siquiera desconcertado, pero tal vez...mantenerse en la ignorancia por ahora era un sinónimo de no preocuparse por nada malo, simplemente disfrutar del eufórico presente que tenía ante él. Wukong soltó una risita y miró relamiéndose los labios al melocotón; abrió la boca y estuvo a punto de darle el primer mordisco, cuando de repente, algo captó su atención por el rabillo del ojo.
El Rey Mono apartó la mirada de la fruta y notó que, muy al fondo de la cueva, se hallaba una figura exactamente igual a él. A diferencia de la armadura que portaba él, aquel individuo iba con un conjunto más sencillo de ropa oscura azulina, pero portando alrededor de su cintura la falda de piel de tigre que le pertenecía al castaño. Apoyado sobre una pared de piedra, aquel mono le dirigía una punzante mirada en una sombría expresión. Entre todos los que reían y se la pasaban bien, ese mono era el único que no sonreía. Antes de que Wukong pudiera permanecer más en la guerra de miradas, ese ser desapareció por el túnel que tenía detrás. Wukong dejó el melocotón en la mesa sin probar, y se levantó de su trono para abrirse paso entre sus invitados, y dar con aquel castaño.
Wukong no necesitaba empujar a nadie porque a medida que andaba, los monos y demás guerreros se apartaban unos pasos para dejar que caminara, hasta que finalmente llegó a la boca del túnel por donde había ido aquel mono, pero una voz prominente lo llamó desde atrás.
- Wukong, hermano; a dónde vas? -
El castaño pudo diferenciar bien que se trataba del Rey Toro quien lo llamaba, pero solo se detuvo unos segundos antes de retomar su camino, y sin siquiera dirigirle la mirada a su hermano, se adentró en la penetrante oscuridad de la cueva. Los dos monos fueron avanzando montaña arriba, y a pesar de que Wukong apretaba el paso para alcanzarlo, el otro hacía exactamente lo mismo para no dejarse atrapar, e incluso con el eco de la cueva, el Rey Mono pudo oír una risita burlona a la distancia. Apretó los dientes en un gruñido, comenzando a trotar por encima de las rocas.
- Hey! Alto ahí! -gritó Wukong, pero ninguno de los dos se detuvo. Cruzaron pasadizos oscuros, salieron del túnel para volver a entrar a otro que los dirigía a la cima de la montaña, y tras las rocas que saltó y atravesaron los monos, incluso la radiante luz de la luna lo cegó por unos segundos al salir finalmente de la cueva, encontrándose en la pendiente que lo llevaba a lo más alto del monte Huaguo. Wukong miró alrededor jadeando, pero de nuevo oyó aquella risita, burlándose de él, y se dio media vuelta para así encontrar a su doble exacto, esperándolo a que siguiera la persecución hasta arriba, incluso se atrevió a provocarlo con un ademán, por lo que Wukong gruñó frustrado en respuesta y partió a la carrera para pisarle los talones, pero el contrario era igual de rápido que él, por lo que todo el trayecto de la pendiente estuvieron separados por la misma distancia.
Wukong mientras más subía, mayor era el presentimiento de que jamás lo alcanzaría, por lo que en el camino, tomó una piedra del suelo y tras llegar finalmente a la cima de la montaña, tomó impulso para lanzársela a su polizón. Debido a su fuerza, la piedra voló por los aires como si se tratara de una bala de cañón, disparada hacia la cabeza del contrario.
- Toma esto!
Aquel mono tras llegar finalmente a la cima junto al castaño, en un parpadeo se dio media vuelta y atrapó la piedra con su mano, como si solo fuera una pelota de tela. El impacto cortó el aire entre los dos, y punzantes miradas se dirigieron de un extremo a otro en medio del sepulcral silencio nocturno. El mono fue apretando su mano hasta que la piedra empezó a agrietarse, y en cuestión de segundos, quedó reducida a polvo y escombros. A diferencia de antes, ya no se oían más risas, y la sombría expresión en aquel mono había vuelto. Wukong debajo de su armadura no pudo evitar tensar los músculos sin quitarle la vista de encima.
- ...No invité un impostor a mi montaña.
- Es porque no necesitas invitarte a tí mismo...o sí? -le devolvió la pregunta aquel mono, incluso sus voces sonaban prácticamente igual. Empezó a caminar lentamente de un lado a otro. - Puede que se te haya olvidado, pero...la naturaleza no olvida. - El castaño de a poco se fue pasando las manos por sus propias orejas, como si se estuviera quitando mugre de ellas, y en donde originalmente había dos, ahora había seis. Wukong abrió los ojos en shock y se tensó aun más. Como si fuera una bomba de humo y ruido, los recuerdos volvieron a su mente, y apretó el puño, endureciendo la mirada.
- Cómo te puedes considerar parte de mi naturaleza?
- Porque es cierto -respondió el Macaco de las Seis Orejas con un gesto arrogante, y se llevó una mano a la cintura, sin verse a la defensiva. -. Yo soy...todo lo bueno que tú no tienes, y no tengo todo lo malo que tú sí. El benevolente Apuesto Rey Mono siendo doblegado por un monje? Que patético...de los músculos de tu cuerpo, el único que no fortaleciste fue el del cerebro...cómo te dejaste engañar tan fácilmente? A diferencia de tí...yo soy libre. - El Macaco se dio unos ligeros golpes con el dedo en la sien de su cabeza, atreviéndose a reír burlón hacia el contrario.
Wukong soltó un profundo gruñido y se llevó la mano detrás de su oreja para sacar así al jingubang, y blandirlo en sus manos en dirección al Macaco, una vez más. - Acabé contigo una vez...si esto es lo que quieres...no me opondré a un segundo duelo!
Tras gritar, Wukong se impulsó con sus piernas para cargar directamente contra el Macaco, alzando su cetro por encima de la cabeza para propinarle un golpe que abatiera al contrario, pero muy para su sorpresa, el mono adversario bloqueó su ataque con...otro jingubang. No brillaba con la luz de la luna, de hecho la opacaba, y la onda expansiva del choque de armas mandó disparadas por los aires todas las ramas, hojas y rocas que había en la cima. Ambos monos se miraron fijamente, sin que ninguno dejara de presionar sobre el otro, y el Macaco de las Seis Orejas se atrevió a sonreír y soltar una risa burlona, enseñando los dientes. La vestimenta de éste fue cambiando hasta portar la misma armadura de Wukong, el peto dorado, las botas surcanubes, la desafiante capa rojiza, y el imponente sombrero de plumas de fénix en la cabeza.
- Pudiste haber acabado con mi cuerpo...pero mi espíritu está dentro de tí. Somos la misma naturaleza. Yo soy...esa naturaleza con la que naciste! -vociferó el Macaco y tomó la iniciativa para alzar su propio bastón, y en un parpadeo, le dio una estocada a Wukong en el corazón, tan potente que lo mandó hacia atrás. El Rey Mono no pudo hacer nada contra ello, y en menos de un milisegundo, volvió a divisar al Macaco justo encima de él, alzando el jingubang que aun por la luna, brillaba de un fulgor dorado. Ese cetro le pertenecía...el contrario no tenía derecho alguno de reclamarlo...
- Renunciaste a tu naturaleza nata por querer ascender al lado de los mismos que te aprisionaron...Y eso te llevó aquí! -declaró el Macaco de las Seis Orejas y le dio un golpe final al Rey Mono, de nuevo en todo su pecho, lo que lo mandó a estrellarse contra el suelo, pero esta vez, primero sintió cómo debajo suyo se partió una piedra en dos, y al llegar a la tierra, las grietas que se formaron con su caída se fueron expandiendo más y más, revelando así luces rojas debajo de éstas. La cima entera tembló al tiempo que se fue colapsando.
Wukong sintió un fuerte vuelco en el corazón que le dio una vuelta al vacío dentro de su pecho en cuanto su cuerpo comenzó a caer. La figura del Macaco frente a él desapareció con una amplia pero siniestra sonrisa, su cuerpo volviéndose uno con el creciente humo negro que empezó a rodear la montaña entera. Lo que antes fue luz blanca y pura, en cuestión de segundos pasó a ser una carmesí y sangrienta, la luna que predicaba una absoluta tragedia. Más que preocuparse por sí mismo, Wukong se dio la vuelta en el aire y horrorizado, pudo oír los desgarradores gritos de terror de todos aquellos que se encontraban dentro de la cueva. La presión en su pecho creció aun más y apoyándose sobre un escombro de la montaña que caía con él, se propulsó lo suficiente para salir disparado por los aires en dirección al santuario de la Cueva detrás de la Cortina de Agua.
- No...no, esperen! -gritó Wukong mientras esquivaba en el aire cada piedra que se le cruzaba que antes era parte de su hogar. Tajos de armas que caían del cielo cortaban no solamente el aire, sino también cada metro que quedaba de la montaña, partiéndola en pedazos al tiempo que ésta se desmoronaba frente a los ojos del Rey Mono. Al llegar finalmente a lo que solía ser la gran cascada, Wukong se sintió paralizado en mitad del aire al ver cómo no solamente sus hermanos jurados caían al vacío, sino también todos sus compatriotas y amigos monos que desde siempre habían sido parte de su familia. Wukong no aguantó más y tras dar un chiflido, Nimbus llegó como una estrella del cielo, siendo la única nube blanca entre las negras que cubrían el cielo, y tras subirse en ella, voló a toda velocidad hacia ellos con tal de salvarlos.
Wukong abrió los brazos para atrapar a unos monos que caían a centímetros de él, pero...lo que hizo el Rey Mono fue atravesarlos. Como si su cuerpo se tratara de un fantasma, pasó a través de ellos sin siquiera poder agarrarlos en sus brazos e impedir que siguieran cayendo. Wukong se miró a sí mismo incrédulo y bajó la vista, notando que efectivamente seguían cayendo, y sin perder más tiempo, se lanzó en picado junto a su nube para intentarlo una vez más.
- Mierda! Sujétense a mí! -gritó el Rey Mono a sus amigos, pero al tratar de alcanzar sus manos, otra vez solo los atravesó sin más. - No...no..! - Rápidamente se arrancó un buen puñado de pelos de su piel para soplarlos y los lanzó al aire, creando un gran número de clones suyos que, en sus propias Nimbus, comenzaron a volar por los aires tratando de hacer lo mismo con cada mono, y guerrero que caían, incluso con sus seis hermanos jurados. Pero tal como el Rey Mono original, ninguno de los clones lograba atrapar a nadie, pues solo atravesaban los cuerpos como espectros. Wukong, sintiendo la adrenalina de desesperación, probó desde todos los ángulos posibles para sujetar a sus amigos, a su familia, quienes lo vieron convertirse en Rey y siguieron su liderazgo sin dudarlo hasta el fin del tiempo mismo...pero absolutamente nada funcionaba, y Wukong no pudo evitar lo inevitable.
La Nimbus se detuvo de golpe y lo elevó metros arriba, justo a tiempo para que un escombro gigantesco no lo aplastara en el último segundo en el que él intentó agarrar las manos de sus seres queridos, quienes tuvieron el destino de perder la vida tras sus cuerpos ser destrozados al impactar contra el suelo, y segundos después, ser aplastados por aquella piedra que caía del cielo. El horror reflejado en el rostro de Wukong era uno sin precedentes, quien aún tendía la mano el aire, pero por primera vez, su cuerpo empezó a temblar...de miedo. Sintió su propia lengua salada, pues lágrimas bajaban sin control por sus mejillas. Lentamente se incorporó y se dio media vuelta para observar cómo la Montaña Huaguo se desplomaba en pedazos, un coro de aullidos y gritos de horror resonaron en sus oídos, los valles y árboles verdes quedaban reducidos a cenizas a medida que las infalibles llamas rojas de la guerra lo consumían todo.
Sus clones aún intentaban salvar a aquellos que todavía vivían, pero era en vano, pues se estrellaban contra el suelo y se hacían añicos, eran aplastados por los escombros de las montañas, o eran rematados por soldados celestiales con sus espadas y lanzas. La sangre corría como furiosos caudales por su montaña donde prometió que ninguna otra guerra se desataría. Wukong al divisar al ejército del Cielo, no pudo evitar apretar los puños y los dientes, sintiendo una ferviente ira dentro de él, y volviendo a empuñar su Jingubang, se propulsó a la batalla con un rugido fúrico.
Alargó su bastón lo suficiente para acabar con la primera línea de una sola barrida, y al alzarlo por encima de su cabeza, Wukong dio el golpe final...que resultó en nada. Apenas levantó un poco de polvo de la tierra, pero los soldados continuaron su camino al genocidio sin ser interrumpidos, como si el mismo Rey Mono no estuviera ahí para hacerles frente; quien de hecho estaba en mitad de ellos, sin poder creerlo.
- Qué?! No!! - Wukong empuñó con más fuerza su cetro y sin importarle que su cuerpo atravesara a los soldados como si de una ilusión se tratara, empezó a propinar golpes y porrazos a diestra y siniestra, descargando toda su fuerza con cada swing que hacía, pero al fin y al cabo...no conseguía nada con eso. - No, no!! Mueran! Mueran!!! - Su voz se desgarraba con cada grito de dolor e ira que soltaba al ver que nada de lo que intentaba hacer afectaba en algo...los soldados continuaron atravesando su cuerpo. Wukong se detuvo, hiperventilando y al ver a un guerrero celestial correr hacia él, lo único que hizo fue alzar la mano para detenerlo, pero una vez más...fue un fantasma para el contrario.
Tratando de secarse los ojos tan rápido como podía, arruinando su delineado rojo, Wukong giró sobre sus pies tratando de hallar un modo de ser útil en batalla y dejar de ser literalmente un espectro, pero la impotencia que sentía ahora mismo era incomparable. De repente sintió un temblor bajo sus pies, y al alzar la cabeza, divisó en shock a las figuras de los cuatro Reyes Celestiales, quienes habían bajado también para destruir su montaña. Una vez más, el agarre sobre el Jingubang fue más fuerte, y Wukong saltó sobre su nube para plantarles cara y echarlos de su hogar. Al estar en la altura suficiente, bajó de la Nimbus y agrandó su tamaño tan grande y alto como el de los Reyes.
- Malnacidos! Porqué no nos pueden dejar en paz?! Lárguense de mi montaña, o verán!! -les gritó Wukong furioso y temblando de la ira que sentía, pero parecía que ninguno de los cuatro lo escuchó, pues utilizaban sus arsenales para partir los montes y causar estragos abajo. Gruñendo sin poder contenerse más, el Rey Mono cargó en dirección al primero que captó su atención, el Rey del Este, quien tocaba su laúd y los sonidos cortaban la superficie de la tierra. - Ya cállate!! - Wukong alzó su cetro y lo descargó contra el Rey, pero una vez más, el bastón solo traspasó el cuerpo del gigante, y por inercia de su propia fuerza, Wukong trastabilló y también lo atravesó. - No otra vez! Alto! - Intentándolo de nuevo, trató de asaltar al Rey desde atrás, pero lo volvió a traspasar. Optó por ir contra el Rey del Norte y romper su paraguas con sus propias manos, pero su cuerpo salió despedido hacia delante en cuanto lo atravesó. Se miró sus manos sucias y mojadas en sangre de aquellos que intentó salvar, y se volvió a los cuatro Reyes, quienes avanzaban sin más, sin reparar en su existencia.
- Wukong!
El mencionado se congeló en su sitio al oír aquella voz resonar como si le hubiera gritado a solo metros de distancia, y giró su cabeza en dirección al valle en llamas, divisando horrorizado a cuatro figuras que hace unos instantes, se había olvidado por completo de ellas, pero tal como ocurrió con el Macaco de las Seis Orejas, sus recuerdos estallaron en su mente.
- ...Maestro...? Maestro!! - De inmediato, Wukong regresó a su tamaño original y volando sobre su nube, atravesó toda la desolación de lo que antes era su amado hogar, y aterrizó sobre sus pies sobre las cenizas de la tierra, sin ser consciente de cómo era el ambiente a su alrededor. Un fuego tan ardiente y poderoso como el de las mismísimas Montañas Ardientes lo consumían todo, y el aire caliente que soltaba era insoportable. Aunque no ardía, Wukong sentía su cuerpo quemándose en fuego infernal, y debido a aquel maldito caldero de Lao Zi en su momento, se vio obligado a taparse los ojos con las manos, puesto que éstos le empezaron a arder como si estuvieran envueltos en llamas imperecederas. Soltó quejidos de dolor a medida que fue avanzando, siguiendo la voz de su maestro a través del campo.
Cuando intentaba apartar sus manos y abrir los ojos, lo único que podía ver eran figuras llameantes muy borrosas y un valle desolado, pero entre todo eso, esas cuatro figuras destacaban en la lejanía, por lo que Wukong apretó el paso, gimiendo de dolor y se obligó a cubrirse los ojos otra vez. Con cada paso que daba, podía sentir que, no su cuerpo, sino la armadura que lo protegía comenzaba a cambiar. La capa desapareció, sus botas igual, el peto se transformó en una túnica oscura sencilla, pantalones oscuros, y una falda de tigre apareció alrededor de su cintura; pero sobre todo...el sombrero de plumas de fénix se tornó en una corona que rodeó su cabeza.
Al estar ciego, Wukong no reparó en lo que se hallaba por su camino, y tropezó varias veces hasta caer y ensuciarse en cenizas...sobre los cadáveres de sus hermanos monos que habían muerto ya fuera de la caída o rematados por los soldados. El Rey Mono reconoció sus figuras con solo tocarlas, y aunque lagrimeaba no solo por el ardor de sus ojos, sino también por el dolor en su corazón, se obligó a abrirlos para ver sus rostros, aunque borroso y casi indistinguible.
- L-lo siento...lo siento mucho, perdónenme... -balbuceaba mientras se intentaba poner de pie, y avanzar en dirección a su maestro, teniendo ya mucho cuidado por donde pisar ahora, hasta que finalmente, dio con sus amigos. Sus ojos ya rojizos por el ardor, pudieron distinguir al caballo blanco, a Sha Wujing, Zhu Bajie, y sobre todo...al venerado Monje Tang, quien lo había estado esperando.
- Hermano Wukong, porqué te habías tardado tanto?! El maestro decidió detenerse y esperar por tí! Este lugar es un desastre, tenemos que largarnos! -exclamó Bajie.
- Las escrituras...lo logramos, verdad? -preguntó Wujing.
- ...Qué? - fue lo único que pudo decir Wukong ante todo lo que decían, pero en especial esa última pregunta de Arenas le hizo dudar. Si de verdad lo hubieran logrado, haber llegado al Paraíso del Oeste, porqué tenían que sufrir de nuevo todas estos calvarios? Sus estados de Buddha y demás cargos al final...no sirvieron de nada? Qué sentido tenía curar al mundo del mal si siempre los de arriba seguirían como siempre...? Tal vez era por eso que...él no podía evitar nada de esto? Era el castigo definitivo por sus crímenes, los cuales nunca fueron perdonados? ...No. Él había seguido el juego, había seguido sus reglas, cumplió su cometido, logró un estatus más alto que cualquiera...los de arriba no tenían derecho alguno, ninguno! Si algo sabía del Wukong del destino...es que debía romperlo a como diera lugar.
Abrió los ojos, y sin dejar de lagrimear pero con una endurecida y seria expresión, miró a sus hermanos y maestro. - Vámonos de aquí...lo pondremos a salvo, Maestro..-
- Wukong, cuidado! -gritó Bajie señalando al cielo. El mono se dio la vuelta para encarar cómo caían del cielo una lluvia de flechas de fuego. Desde allá abajo, parecía un cielo estrellado de rojo que iba en dirección a ellos. El caballo relinchó aterrado, y a pesar de que Bajie y Wujing alzaron sus armas, Tripitaka fijó su mirada en el Rey Mono. Debía protegerlos, a como diera lugar...debía intentarlo, una vez más. Probar que no era un fantasma.
- ...Ustedes huyan, hermanos! Yo les abriré el camino! -exclamó Wukong y blandiendo su cetro, dio un potente salto al cielo, encarando la lluvia de flechas que caían directamente hacia él. Mientras más se acercaba, comenzó a girar el Jingubang en su mano más y más rápido, hasta que su figura se distorsionó con la velocidad. Sin miedo alguno, alargó la longitud del bastón para que alcanzara a cubrir todas las flechas que volaban en picada, y con un aullido, empuñó su arma con las dos manos para bloquearlas todas de un solo golpe, destruyéndolas al paso del giratorio bastón. Una nube de fuego y humo rojo se alzó en el cielo, y las piezas de las flechas cayeron como polvo por toda la montaña.
Wukong aterrizó en el suelo, levantando aun más polvo, jadeando muy agitado y con el cuerpo adolorido. Alzó la cabeza al cielo y notó que ninguna flecha se hallaba surcando los aires. Por unos segundos y por primera vez en toda la noche, sintió un rebosante alivio por todo su corazón que se extendió hasta que una sonrisa victoriosa se asomó en su rostro. Lo había conseguido! Pudo salvar a sus amigos, después de tantos intentos fallidos y tantas bajas...su esfuerzo no fue en vano. Giró en redondo para encarar al grupo muy feliz.
- Maestro, hermano Bajie! Ya están a salv..-
Se interrumpió de golpe y de inmediato, la sonrisa se le borró del rostro. Justo detrás de él, yacían todas las flechas que del cielo habían caído, enterradas en la tierra, y...el caballo blanco fue el primero en desplomarse al estar su cuerpo envuelto en flechas, luego cayó Wujing, y por último, aunque intentó protegerse con su rastrillo, Bajie se desplomó al suelo, sin ningún atisbo de vida dentro de él. El Monje Tang era el único que se mantenía de pie, y aunque solo tenía una flecha clavada en su corazón, lentamente cayó sobre sus rodillas, sin bajar nunca las manos en su gesto oratorio.
El alma de Wukong se le cayó a los pies, y el Jingubang se le hizo tan pesado en su mano que lo tuvo que soltar, pues su cuerpo temblaba, y perdía fuerzas con cada segundo. Sin creer que todo su esfuerzo otra vez había servido para nada, se acercó como pudo a su maestro para caer de rodillas también frente a él, jadeando sin poder controlarse y lágrimas bajando sin cesar de sus mejillas. Sentía que estaba al borde del quiebre mental, solo una tragedia más y...lo perdería todo.
- M-maestro...perdóneme, lo intenté, de verdad que lo intenté! -suplicó Wukong sin poder controlar ya sus sollozos y el temblor en sus manos.
Tripitaka se quedó en silencio unos segundos, pero a pesar de que el mono estaba a punto de quebrarse, él le dedicó una suave y tranquila mirada, asintiendo lentamente. - Lo sé...tú, más que nadie, lo intentaste. - Y con esas últimas palabras, el Monje Tang cerró los ojos, y al igual que los cuerpos del caballo, Wujing y Bajie, el suyo fue pasando a ser rápidamente de piedra, como una estatua, la cual dio un último rezo antes de morir por una sola flecha en su corazón. Wukong no podía controlar sus jadeos, sentía que no le entraba aire a los pulmones, y sin importar el temblor en su mano, la acercó a la mejilla de su maestro para querer tocarlo, aunque...una vez más, sus dedos atravesaron la piedra.
A pesar de que temía que pasaría, no podía sentirse más miserable ahora. Literalmente no podía evitar nada, ni la destrucción de su hogar, ni la muerte de sus seres más queridos...era solo un fantasma, condenado a presenciarlo todo, y ser el único con la capacidad de ver lo que ocurría. Ver, mas no tocar. De repente, se llevó las manos a la cabeza, gruñendo y quejándose del dolor. No sabía si se trataba de la corona haciendo su trabajo de hacerlo sufrir, pero...había más que le estaba faltando. Una parte de su memoria y de su...corazón, que seguían vacíos a propósito. Tenía esa sensación de que se estaba olvidando de algo, y trató con todas sus fuerzas quitarse la corona, queriendo pensar sin dolor, pero como siempre, estaba atada a su cabeza. Se removió en el suelo, gruñendo y quejándose sin control, hasta que...escuchó la última voz que necesitaba para mantenerse cuerdo.
- Wukong...
El mencionado se detuvo de golpe, y se incorporó en medio de la ceniza, para divisar una figura más en medio del valle, acercándose hacia él con paso débil y lento. Pero esa voz...y esa silueta, aun con los ojos enrojecidos por el fuego, pudo divisar perfectamente de quién se trataba. Con el corazón en la garganta, y apretando fuerte la mandíbula para no romperse, Wukong se levantó y partió a correr en dirección a él. Era la única esperanza que tenía, el único que le quedaba en medio de toda aquella masacre, la única cuerda que le quedaba de no ser cortada, y así perderse para siempre. Sin importarle que tal vez lo atravesaría, Wukong usó las fuerzas que le quedaban para alcanzarlo, y abrió los brazos hacia él.
Muy para su sorpresa y quedándose en shock consigo mismo, su cuerpo no traspasó el de Erlang, quien lo recibió con un abrazo un poco más débil, pero con el mismo peso que el suyo. A Wukong le tomó unos segundos digerir que finalmente, no era un fantasma para una sola persona, y los dos cayeron de rodillas. El Rey Mono con tal de expresar el torbellino de emociones que sentía, se aferró fuertemente al pelinegro, jadeando y sollozando sin poder controlarse.
- Estás aquí...oh, estás aquí!
Erlang lo miró en silencio, y lentamente alzó una mano para así acariciar su espalda con suavidad para calmarlo, y desafiando el temor de Wukong, la mano del mayor no lo atravesó, y pudo sentir ese toque tan real que le hizo su corazón derretirse dentro suyo. Lentamente, Erlang forzó la separación del abrazo para que se pudieran ver la cara, y mientras Wukong era un completo desastre entre lágrimas, sangre y cenizas a punto de perder su sanidad, Erlang esbozó una leve sonrisa, alzando una mano para secar la mejilla del castaño con su pulgar.
- Ya, ya...jamás pensé que tuviera el privilegio de ver al gran Rey Mono llorar.
Wukong no respondió a eso, sino que agarró la mano del contrario en la suya, suspirando tembloroso al reforzar la idea de que podía sentir su persona junto a él. Su piel, su calor...todo del primer y único hombre que llegó a amar con todo su ser.
- Erlang...
- Has pasado por mucho, no es así? -le preguntó el semidiós, quien tomó con ambas manos el rostro del mono y le dio un suave beso en su cabeza, pero éste no se sentía satisfecho con solo eso. Necesitaba más, necesitaba saber si en serio podía sentirlo y tocarlo, y así evitar una tragedia más, por lo que alzó su rostro y tomó el del contrario para así guiarlo a sus labios y darle un silencioso beso. Erlang no pudo evitar sorprenderse un poco, pero no dudó en corresponderle con la misma suavidad y cariño, acariciando sus mejillas para tranquilizarlo, puesto que lo veía y...lo sentía demasiado tenso, con muchísimo peso sobre sus hombros, mente y corazón, que si no hacía algo, más pronto que tarde Wukong terminaría explotando.
Volver a sentir esa calidez en sus labios, las caricias en su cuerpo y sobre todo, las memorias de su amor inundando su mente, fueron el combustible necesario para que su respiración se fuese calmando, el ruido de su cabeza disminuyendo, y los latidos de su corazón regresaron a un nivel mucho menos mortal. Alzó lentamente una mano para agarrar la de Erlang, y entrelazó sus dedos con los suyos, pero a pesar de que no quería separarse de él, debía hacerlo...y el beso terminó con el sonido de sus labios apartándose, y volvió a abrir los ojos para ver al pelinegro.
- Eres el primero...que puede tocarme, literalmente. He sido un fantasma desde siempre aquí, y-y... - Wukong se dio una pausa para mirar alrededor, apretando los puños. - No entiendo nada de esto, todo pasa demasiado rápido..! Antes lo tenía todo, y ahora... - se miró las manos, éstas no paraban de temblar. - ...Lo único que me queda eres tú...
Erlang aunque estaba escuchándolo en silencio, bajó la cabeza con tristeza, y soltando un entrecortado quejido, se llevó una mano al cuello justo donde, de la nada aparecía una cortada que le abría la piel, y la sangre no tardó en filtrarse entre sus dedos, mojando su túnica blanca y la armadura negra de rojo. El rostro de Wukong palideció al darse cuenta de ello, y toda la calma que logró sentir hace unos segundos desapareció por completo.
- Q-qué...? No, no, espera! -balbuceó y se apresuró a ayudarlo también a presionar la herida que se extendía por todo su cuello, pero...tal como temía, sus manos atravesaron el cuerpo de su amado, volviéndose fantasma una vez más. Las lágrimas no tardaron en bajar de nuevo, negando incrédulo con la cabeza. - No...no, mierda, no!! Erlang, haz algo! Maldita sea, por favor! - le suplicaba con la voz quebrada y sin parar de intentar en tocarlo y evitar a que la sangre siguiera fluyendo, pero cada vez más, el cuerpo del pelinegro se mojaba en rojo. Pudo ver cómo lentamente bajaba la mano para apoyarla en su regazo, dejando que se desangrara por sí mismo, y su corazón se detuvo del horror. - Erlang!! No-no!!! No... -no pudo evitar sollozar tras haber quemado sus cuerdas vocales en gritos desgarradores de dolor, y sintió que su cuerpo no podía más.
Wukong se vio obligado a apoyarse sobre sus manos para no caer desplomado, mojando las cenizas con sus propias lágrimas, sin poder controlar más su voz y dejando salir aullidos adoloridos que le rasgaban la garganta reseca. Se apoyó en un brazo mientras que con su mano libre intentó igualmente impedir que el contrario siguiera sangrando, pero era totalmente inútil, y él lo sabía.
- ...Wukong, mírame. -le pidió Erlang luego de mantenerse callado por un buen tiempo, sin moverse de su puesto, pero el mono no se levantaba. - Mírame. -repitió sin quitarle los ojos de encima, y el castaño se obligó a sí mismo a quedar de rodillas junto a él, compartiendo la mirada. A pesar de estar en lo que sería su lecho de muerte, su rostro no reflejaba ni dolor ni angustia, sino una silenciosa calma. Lentamente movió una mano para posarla sobre la suya, dejando que el viento caliente ondulara su pelo azabache. - Esto...es tu miedo. Tu más profundo...miedo.
Wukong no entendió una sola palabra de lo que le dijo Erlang, pero ni siquiera tuvo tiempo de preguntárselo, ya que el pelinegro fue cerrando los ojos, y su cuerpo se tumbó sobre el suelo, al no tener más fuerza para mantenerse sobre sus rodillas. El Rey Mono intentó igualmente atraparlo en sus brazos, pero una vez más, solo lo traspasó, y observó atónito el cuerpo de su amado y cómo éste se envolvía en un charco más grande de sangre.
- N-ngh!! - Un quejido salió de su boca al sentir un creciente dolor en su cabeza. La diadema empezó a brillar con fuerza, oh...estaba activada. Y ahora que su maestro ya no estaba, permanecería así para siempre. Wukong se levantó sobre sus pies y la desesperación lo consumió. Removiéndose como un guai retorcido, se la intentaba quitar por todos los medios posibles, aunque eso le arrancara la cabeza, no podía soportar más el dolor, a medida que sus gruñidos pasaron a gritos que resonaban por toda la montaña, destrozándole las cuerdas y sus propios tímpanos. Sentía como si su cráneo se estuviera fracturando, e hilos de sangre empezaban a bajar por su frente. Wukong se desplomó al suelo, revolcándose como loco entre las cenizas sin parar de rugir, pateando al aire y arrancándose pelos de su cabellera, pero nada podía pararlo, la diadema lo mataría, y él sabía mejor que nadie que estaría condenado así...toda su inmortalidad, sufriendo y gritando al cielo sin que nadie pudiera venir a ayudarlo, o tan siquiera, a matarlo.
***
- !!!! - Un fuerte respingo salió de su boca al despertar, incorporándose de un salto y jadeando fuertemente como si el oxígeno no pasara por sus pulmones. A pesar de ver bien en la oscuridad, todo a su alrededor lo percibía demasiado borroso e indistinguible, y su corazón...latía tan fuerte y rápido en su pecho que cualquier movimiento en falso y le daría un infarto. Wukong lo podía oír y sentir en sus sienes. Su cuerpo temblaba y sentía demasiado calor, tenía que irse de ahí.
- ...Wukong? - Al lado del Rey Mono, Erlang se dio lentamente la vuelta para encarar a su pareja, quien había despertado demasiado alterado esa noche, e incluso él pudo sentirlo y oír como respiraba fuertemente. Pero Wukong apenas lo oyó llamarlo, y sin importarle nada, apartó rápido las sábanas que lo cubrían para bajar de la cama, y con solo unos pantalones sueltos, el mono salió de la habitación a toda prisa.
A Wukong le costaba mantenerse de pie, como si aun con su cola, no tuviera equilibrio alguno, por lo que tropezó con algunos muebles y como pudo con la visión borrosa, se abrió paso para deslizar la puerta corrediza y salir de la pequeña casa donde se encontraban. No alcanzó a ver los escalones que bajaban al suelo de la montaña, por lo que cayó de lleno, raspándose las manos y el pantalón, pero eso apenas le molestó, y siguió adelante. Finalmente podía sentir la fría brisa sobre su pelaje, el cantar de los grillos y ranas, por lo que guiándose solo del sonido, Wukong cayó de rodillas en la orilla del Lago Esmeralda. Metió ambas manos en el agua y sin dudarlo, se llevó un buen puñado de ésta al rostro para mojárselo y poder despejarse. Se pasó también las manos por su cabeza entera, dejando que su cabellera se mojase también, y así se mojó la cara unas tres veces más, antes de detenerse...pero eso poco o nada ayudó.
Aún podía sentir su corazón latiendo tan rápido y fuerte que le empezaba a doler, y se llevó una mano al pecho, apretando su piel y tratando de respirar, pero no conseguía calmarse, ni siquiera mirando su propio reflejo borroso en el lago. Mucho menos así pudo oír unos rápidos pasos que se acercaban a él.
- Wukong! Qué ocurre? - Erlang llegó corriendo detrás de él y se arrodilló a su lado, mirando al castaño muy preocupado sobre porqué huyó así de la nada, pero el mono no le contestó, pues se hallaba demasiado inmerso en su propio ataque de pánico, que no podía prestarle atención a nada a su alrededor. Erlang miró a los lados, notando que estaban completamente solos, y se volvió a su pareja. No tenía sentido seguir hablándole, por lo que, fue posando una mano en la espalda del contrario, para así acariciarla muy lentamente, con la esperanza de poder así calmarlo. Su mano libre la fue moviendo de a pocos hacia la del mono para tratar de agarrarla, pero Wukong se adelantó y la tomó con fuerza, aún sin ser capaz de verlo a los ojos.
Los segundos se sintieron como horas, y ninguno de los dos dijo nada, pues eso no era lo que Wukong necesitaba. Solo debía...enfocarse en las sensaciones, y tratar de respirar. Las caricias de Erlang sobre su espalda eran el único nexo que tenía con la realidad, y a medida que se fue enfocando en ellas, cómo su mano pasaba por su pelaje, el ruido de su mente y sus latidos se fueron calmando. Bajó su palma que sostenía su pecho para posarla sobre el pasto, y sentirlo, junto con la húmeda tierra de la orilla del lago, el tacto le daba cosquillas por el césped y suavidad por el barro. Por otro lado, el agarre a la mano de Erlang también se fue suavizando, y lentamente fue acariciando su dorso con el pulgar, sintiendo su suave piel sobre la suya...y con cada lento respiro que daba, el dolor en su corazón se fue despejando.
Wukong dio un último profundo respiro para relajar por completo su cuerpo, y finalmente, pudo abrir los ojos y ver todo el paisaje alrededor con la mayor nitidez. Se incorporó lentamente y con un suspiro, giró la cabeza para encontrarse con la mirada de Erlang, quien lo había estado esperando con paciencia para por fin hablarle.
- ...Estás bien?
El Rey Mono asintió levemente. - Sí...ahora sí, gracias, Erlang.
Pero el pelinegro frunció el ceño, más que nada de la angustia. - ...Qué fue eso?
Wukong volvió a apartar la mirada para fijarla en la superficie del lago. - ...Una pesadilla.
- He visto demasiados sueños y eso no fue solo una pesadilla.
Erlang pudo notar el agarre de su mano apretarse un poco más en respuesta.
- ...Supongo que...jamás había sido expuesto tan de frente a...mis miedos.
Aquello desconcertó a Erlang, ya que entre todas las discusiones que alcanzaron a tener, el mono jamás había mencionado algo parecido.
- Sé lo que piensas, Erlang...cómo el gran Apuesto Rey Mono puede tener miedos? Pues sí, incluso alguien como yo puede tenerlos. - Wukong se oía y notaba molesto, como si le costara aceptar esas palabras que él mismo dijo. Pero la expresión del pelinegro volvió a suavizarse y negó con la cabeza.
- Yo nunca pensé en eso, pero ahora que lo dices...no debes sentirte avergonzado por esa parte que todo ser vivo posee, incluso los de allá arriba en la Corte. - Erlang hizo una pausa para apartar su mano de la espalda del mono. - ...Te importaría decirme?
Wukong apretó los dientes. - Para qué, para burlarte de mí?
- Solo quiero ayudarte, Wukong.
- ...Yo...mierda... -musitó el castaño y se llevó una mano para pasársela por el rostro mojado, mirando al cielo estrellado. Se tomó su buen tiempo en atreverse a volver a hablar, pues sentía un nudo en la garganta, pero Erlang lo esperó. - ...Tengo miedo que...su destino, su último aliento, ocurra, sin que yo pueda hacer nada. Llevo evadiendo y burlando a la muerte toda mi vida...jamás me perdonaría si...alguno de ustedes llegara a su día final y...dejaran de existir...y más si yo pude haberlo evitado.
Erlang se quedó atónito ante esa respuesta. Incluso después de tantos siglos, Wukong no temía su propia muerte, sino la de sus seres queridos, incluso aunque se haya asegurado de haberlos hecho inmortales también como pasó con los monos de la montaña. También pudo sentir que no solamente hablaba de ellos, sino también de sus hermanos, su maestro, y sobre todo...de él. Desde aquella batalla hace más de 500 años, Erlang definitivamente sintió un aire diferente en Wukong. Tal vez su ego seguía siendo demasiado grande, pero su corazón había abierto espacio para que más lograsen entrar en él. Aquello le hizo sonreír levemente, y alzó un brazo para rodear los hombros del mono y apegarlo a él, inclinándose a besar su mejilla.
- Te aseguro, Wukong...que ninguno de nosotros, ni mucho menos yo...dejaremos este mundo. Tú piensas en nosotros, y nosotros en tí...todos los días. - Entrelazó lentamente sus dedos con los suyos. - Tenemos un vínculo tan fuerte que...ni siquiera la muerte puede romper.
Wukong no pudo evitar sonrojarse ante esas palabras, y apartó la cabeza avergonzado, pero en silencio, correspondió el agarre, como si lo hubiera aceptado. Erlang soltó una risita y lo ayudó a levantarse, pero ahora tenía otros planes en vez de regresar a la cama. Se llevó los dedos a la boca para chiflar al aire, y del cielo bajó una nube lo suficientemente grande como para que cupieran los dos. Wukong miró confundido la nube, ya que no tenía muchas ganas de volar ahora.
- Un vuelo nocturno...?
- Créeme, te gustará. -le aseguró Erlang y sin soltarlo de la mano, lo condujo a subirse a la nube, y los dos rápidamente ascendieron del suelo para empezar a surcar el cielo, en marcha a un nuevo destino. El viento ondulaba sus cabellos y ropajes, pero ninguno tampoco dijo palabra alguna, pues el solo gesto de Wukong recostándose sobre el hombro de su pareja ya era suficiente. Acariciando el bíceps del contrario, Erlang bajó la cabeza para ver al castaño, pero se dio cuenta que éste tenía los ojos cerrados, aunque no dormía. Eso lo tomó como si no quisiera arruinarse la sorpresa, y lo apegó más a su cuerpo mientras llegaban.
Finalmente, Wukong sintió que la nube se detuvo, y abrió los ojos para sentir un vuelco en el corazón. Era ese árbol...ese melocotonero donde habían pasado tantas cosas en el pasado. El aire caliente nocturno lo decía todo, y el paisaje que tenían ante ellos igual. Erlang lo había llevado a su hogar natal, la tierra que siempre amó y defendió con todo su ser, la Montaña Huaguo. Se bajó de la nube y de a poco se acercó al árbol, posando una mano sobre el tronco, y lo inspeccionó con el tacto. Una oleada de nostalgia asaltó su corazón, y se permitió sonreír levemente, lanzándole una mirada de reojo al pelinegro.
- Heh...sí que eres un meloso de cojones.
- Definitivamente lo necesitabas. -respondió Erlang con el mismo aire, y se acercó a él para sentarse a su lado. Wukong poco después se recostó cruzando las piernas a horcajadas, y los dos se mantuvieron la mirada por unos infinitos segundos ante la despejada y estrellada noche. Perdiéndose en los oscuros ojos del pelinegro, Wukong a veces no podía creer la inmensa suerte que tenía al estar con alguien como Erlang, y ahora más que nunca, se sentía agradecido.
- A veces me pregunto...si de verdad con todo lo que he hecho, te merezco a tí, Erlang Shen...
- No dudes en que sí. -le respondió entrecerrando los ojos y tomando la mejilla de Wukong, Erlang se inclinó para besar sus labios, cosa que el castaño no tardó en corresponder con el mismo cariño.
Aunque ya no tenía sueño, a medida que el beso entre los dos avanzaba, esa misma pesadilla que lo atormentó a tal punto de causarle pánico, Wukong la fue olvidando como si de malas aguas se trataran, llevadas por un caudal mucho más grande...
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