Modern AU: Sobredosis
[El capítulo más largo jamás escrito...contiene mucho Angst...Disfruten!]
Ningún tipo de iluminación, ni cargo divino, mucho menos una ascendencia a ser un Buddha lo habrían hecho sentir tan desconectado de la realidad como estaba ahora. Se percibía a sí mismo como...Un ente, una mente flotante en mitad de un vacío infinito, oscuro y frío...Una mente sin cuerpo ni mucho menos espíritu, el concepto de su existencia vagando como un espíritu errante sin realmente ir ni querer llegar a ningún lado. No sabía donde se encontraba, no sentía su propio cuerpo bajo una superficie, ni flotando, simplemente...La nada absoluta. Sus extremidades y tronco se hallaban dormidos por completo, no los sentía unidos a su cabeza...La cual era lo único ahora que lo mantenía a lo que podría llamar realidad. Aún así, lo único que podía percibir frente a él eran flashes y aces de luz blanca, inspeccionándolo, pero sin quitar el foco de sus ojos, los cuales a ojos exteriores, no parecían contraerse por las linternas. Escuchó su propia respiración: lenta y profunda, pero fue suficiente para que también pudiera ser capaz de oír crecientes llamados y gritos a su alrededor...Dos voces, dos hombres, pero no podía decir de quiénes se trataban. No podía decir ni hacer nada en ese estado, solo percibir lo mínimo de sus sentidos, reduciéndose solamente a su cabeza física, ya que su mente estaba perdida...demasiada perdida.
A pesar de que sus ojos no reaccionaban a la luz, una parte muy profunda de su subconsciente sí lo hizo, y esas voces desesperadas, oyéndose tan distante como si estuvieran separados por anchas montañas con kilómetros de grosor de pura piedra...Lo hicieron ser consciente de su persona. Cómo se encontraba ahí, porqué y...quién era él? Quién era...antes de poder siquiera pensar en esa pregunta, las luces blancas que se filtraban por sus ojos llegaron hasta su mente, y su consciente se quedó ciego.
- Wukong...Wukong!
- Mierda, mierda...No responde, el muy idiota no responde! Ha-ha dejado de respirar!
- Ve al auto y saca las jeringas, rápido! Por favor, Wukong, quédate aquí...
Pero el mono no dio respuesta alguna.
***
El olor a la ciudad mojada después de un diluvio, combinado con los carteles de neón, los postes de luz, el ruido indistinguible de los autos y sirenas, y sobre todo, el denso humo y vapor que flotaba en el aire; inundaron sus fosas nasales al llegar al bar. Un pub de mala reputación, ubicado bajo los subsuelos de una metrópolis "perfecta" que en realidad era una de las muchas distopías, reinas del dominio yaoguai; de los pocos sitios que solía visitar con frecuencia ya que adentro...Las identidades y nombres no importaban.
Él no esperó mucho tiempo antes de cubrirse la cabeza con la capucha de su sudadera y entrar por el pasillo principal, pasando como una simple sombra entre los demás comensales hasta llegar a la zona más grande. A ese local no le cabía un cliente más, ya sea humano o yaoguai, cada grupo o individuo metido en sus asuntos y propios mundos, conversando animados entre ellos y riendo; los vasos y las copas chocaban unas a otras llenas de alcohol, el humo a los cigarrillos ya sean de tabacos o drogas más fuertes nublaban la vista, la música y los canales de televisión no hacían buena convergencia y solo dejaban un ruido ilegible para aquellos que estaban en el centro del bar. Él recorrió con la mirada a los presentes, hombres y mujeres que tenían demasiado dinero...o no tenían un solo Yuan en sus bolsillos; Yaoguais de todo tipo, desde caninos hasta felinos, bovinos, insectos y reptiles. Estaba claro que solo en lugares como ese, las diferencias no importaban.
Se sentó en silencio en una de las pocas sillas libres que había al frente de la barra, y al poco tiempo llegó una kuai zorruna para atenderlo. Ella se inclinó hacia delante, moviendo la cola curiosa y esbozando una provocativa sonrisa.
- Trabajo aquí tiempo completo, y he visto toda clase de Yaoguais...los de tierras lejanas y en el vecindario, todos terminan en esa silla donde estás sentado ahora mismo. Pero... -hizo una pausa para apoyar su mejilla en su mano. - Jamás había visto un mono...no creí que serían tan grandes. Vienes de la Montaña Huaguo, me equivoco~?
Él no respondió a su pregunta, y solo se limitó a alzar la cabeza para corresponderle la mirada en un absoluto silencio. Sus ojos no reflejaban la misma energía que ella quería compartir, pero la luz del bar puso en evidencia una profunda cicatriz que recorría todo su rostro. Desde su frente hasta su puro mentón, atravesando su ceja derecha, el inicio de su ojo y labios. Con solo su semblante, dejó en claro que no había venido ahí a conversar. Pero más que espantar a la raposiana, ella lo miró con asombro y luego con más interés.
- Hmm~ No te gusta hablar mucho, eh? Una pena...todos tienen una historia que contar, y me interesan las historias interesantes...como tu cara. Pero creo que sé qué te puede hacer hablar. - Al momento de incorporarse, la kuai empezó a trabajar en su bebida con una fluida y veloz habilidad. El mono solo bajó la cabeza y se miró en silencio las manos, sin saber que gracias a su cola salida del pantalón, había llamado la atención de otros ojos puestos encima de él.
- Aquí tienes, querido. Es mi especialidad~ - La raposiana volvió con él después de unos minutos y le dejó un vaso grande lleno de una bebida de color naranja que degradaba al rojo. Con poco hielo, los bordes del vaso decorados con azúcar y había un trozo de melocotón cortado para decorar. De la superficie emanaba una fina capa de vapor blanco. Ella le guiñó el ojo y estuvo dispuesta a hacerle más preguntas, pero al ser llamada a otra parte, se vio obligada a dejarlo solo. El mono ni le dirigió la mirada al retirarse, en cambio, agarró el vaso y se lo acercó primero a la nariz para dar una buena inhalada. El fuerte olor a alcohol lo inundó por completo, y al suspirar profundo, no perdió otro segundo en dar en primer trago. La mitad de la bebida se fue por su garganta. Sacó el melocotón del borde y le dio una mordida para sentir su dulce sabor, y no pudo evitar sentir una inherente nostalgia que le hizo mover la cola levemente.
Oyó pasos pesados acercarse a él desde atrás, pero no hizo movimiento alguno más que seguir masticando de la fruta, mientras que un grupo pequeño de yaoguais lobunos dominaron la barra a sus dos lados, rodeándolo. El más grande de los cuatro se inclinó para recostarse, mirándolo de reojo.
- Esa zorrita no pudo contener su lengua y tampoco pude evitar oírla. No hizo falta verte la cara para saber que eres un mono del Monte Huaguo. Estás muy lejos de tu montaña...te perdiste persiguiendo bananas? -le preguntó soltando una risita burlona, pero el contrario no hizo gesto alguno. El lobo se dio la vuelta para apoyar los brazos en la barra, acercándose más a él. - Da la casualidad...que vi en la televisión que hoy allá están celebrando un día muy especial. Cómo se llamaba...?
- "El Día del Rey Mono" -contestó uno.
- El Día del Rey Mono, eso es! Es muy famoso por todos lados, he oído que construyeron templos en su honor y todo...Ni que fuera una deidad. Qué me dices tú, acaso también le rezas?
El mono tardó en responder unos pesados y lentos segundos mientras terminaba de tragar la fruta, pero más que eso, le costaba de por sí hablar.
- ...No, no lo hago.
- Ah, tenemos un ateo aquí, muchachos! - Los kuais lobunos rieron entre ellos. - Esta ciudad la conozco como la palma de mi mano, sé quienes entran o salen, y...es la primera vez que veo un mono. Te importaría darme la cara mientras te hablo? Solo estamos conversando, verdad?
Más que una invitación lo tomó como una amenaza, pero de todos modos volteó la silla y alzó la mirada para conectarla con el lobo. Aquellos que estaban frente a él no pudieron ocultar su asombro, pero aquel de pelaje gris se presentó incrédulo y disgustado.
- Pero qué cara más fea! Si no fuera por esa cicatriz, juraría que estaría viendo al Rey Mono en persona...te pareces a él, sabes? Es que todos los monos se parecen entre ustedes, o qué? - Hubo un silencio entre los dos, y el kuai agarró su propio vaso y se lo llevó a los labios para darle un sorbo. - ...Qué puto asco.
El lobo volvió a ver su vaso aún lleno de alcohol y desvió los ojos a la bebida del mono, y sonrió levemente. - Pero...no desperdiciaré la oportunidad de probar nuevas recetas con un nuevo invitado. Espero que los monos tengan buena tolerancia. Cuál es tu nombre?
De nuevo, él se tardó en responder a eso, y volvió su silla al frente para agarrar el vaso con ambas manos.
- Eso no importa.
- Hombre, si pensamos apostar nuestro dinero en el otro, claro que importa! Dicen por ahí que el Rey Mono debía presentarse en ese viaje... - El lobo hizo un gesto con el vaso a modo de presentación. - Linzhi, ahora tú.
A diferencia de las otras veces, el mono sentía un fuerte nudo en la garganta que le fue difícil desatar durante los próximos segundos. Mantuvo la boca abierta pero sin ser capaz de decir algo hasta que reunió la fuerza suficiente en su mente como para hablar.
- ...Tian Ming.
Linzhi asintió levemente y soltó un resoplido al oír ese nombre. - Bien, "Predestinado". Veamos si logras aguantar hasta vaciar todo el desván!
...No habían pasado ni cuatro horas para que tanto Linzhi como los lobos que lo acompañaban cayeran sin sentido alguno contra la barra, desprovistos de su consciencia y fuerzas. La cantidad de vasos vacíos que se lavaron y volvieron a usar superaba el centenar, y al parecer eso había sido suficiente para abatir al presumido lobo yaoguai. El mono no se había movido de su asiento en todo ese tiempo, y tras agitar con lentitud su vaso que aún le quedaba un poco de su bebida, giró la cabeza para ver al gran can sumido en un profundo sueño, apestando a alcohol y soltando saliva de su hocico. Él arrugó la nariz asqueado y dio su último sorbo. Lo que se supone que era de los tragos más fuertes no le sabían a nada más que a jugo de naranja.
Se ajustó la capucha para que le cubriera mejor y sin pagar un solo Yuan por las rondas, se dio media vuelta para bajarse de la silla y dirigirse a las profundidades del club. A diferencia del bar, las luces eran mucho más tenues, y no solo tintineaban bebidas alcohólicas, sino también que caían pastillas al suelo, el humo era más denso, y los dedos daban golpeteos a las jeringas. Pasó a través de una cortina negra para encontrarse con el vendedor, un kuai rata; rodeado de otros entes que disfrutaban de su mercancía, aunque ninguno de los presentes era humano. El mono no tardó en reconocer ese porte de la Cordillera del Viento Amarillo. Se puso delante del roedor, quien yacía sentado en su sillón, riendo entrecortado y abrazando a su compañera, hasta que se encontró con su nuevo comprador.
- Un mono, eh? No es común encontrarse a uno fuera del Monte Huaguo. Este lugar no es para tí...no le vendo lo mejor de lo mejor a un culo pelado.
Él hizo un corto resoplido, señalando con la cabeza el pote más grande de pastillas que había en la mesa, y la rata al seguir su mirada no pudo evitar soltar una carcajada, sacudiendo la cabeza.
- A ver, a ver...creo que no me hice entender. - El roedor se levantó y aunque no le llegaba a la altura del mono, su semblante amenazante no cambió. - Te dije que no te venderé a tí. De seguro ni tienes el dinero suficiente para comprarte solo una, y me pides todo el frasco? La moneda de ustedes los monos está por los suelos, así que no me vengas de exigente! - La rata se interrumpió de golpe al sentir un golpeteo en su pecho, y al bajar la vista, sus ojos se abrieron como platos con tantísima cantidad de dinero. Le rapó el fajo de billetes al mono para contarlos bien, eran del valor más alto de la moneda...y fácilmente había más de cien ahí atados. Con solo tocarlos podía saber si eran falsos o no, y al terminar de contar, le dirigió una mirada al mono, alcanzando el bote con la cola. - Bien, bien! Conque sabes hablar mi lenguaje...jamás me negaría a hacer un negocio tan grande. Plata es plata - La rata le lanzó el frasco, y él lo atrapó en el aire con una mano. - , ahí tienes...fenómeno.
El mono miró el pote y le lanzó una punzante mirada al roedor gris antes de retirarse del lugar e ir por la puerta que dirigía a los baños. Demacrados, carentes de higiene o mantenimiento, vacíos, con las paredes y cubículos llenos de grafitis, y las luces del techo, frías y enfermas, parpadeando de forma intermitente. En el aire se respiraba una densa niebla. Teniendo por fin un lugar privado para él, se echó la capucha para atrás y así revelar su pelaje castaño cubriendo su cabeza. Permaneció más tiempo de lo esperado sin quitar sus ojos del frasco lleno de pastillas, pero al sacudir la cabeza, finalmente lo abrió y sacó la primera. No dejó que se diluyera en su boca, sino que la partió y la tragó sin más, pero no pasó nada. Todo lo sentía, olía y oía igual, no le había hecho efecto...por lo que tomó otra y la volvió a tragar. Nada. Sacó una tercera, pero ni siquiera sentía un cosquilleo en sus dedos, por lo que descargó una buena cantidad del pote en su mano, un puñado como para matar a un hombre y se las llevó todas a la boca.
Todas por igual reaccionaron como un millar, y él soltó el pote sobre el lavamanos, tirando la cabeza para atrás a medida que perdía sensación en su cuerpo. Su cabeza se sintió mucho menos pesada, sus ojos se dilataron a pesar de la luz que le daba desde arriba, sus dedos daban tics involuntarios, la vista se distorsionaba y la música se oía más distante. Cerró los ojos y dejó salir los más placenteros y lentos suspiros acompañados de una creciente sonrisa, permitiendo que todas las pastillas dominaran por completo cada centímetro de su cuerpo. La presión en sus arterias se aligeraba, y el sabor del más dulce melocotón subía a su paladar. Su pecho se sentía cálido y sentía como si todos su órganos fueran hechos de algodón. Sin peso, sin inmundicias, se sentía exfoliado después de haber pasado meses acumulando kilos de mugre sobre sus hombros. Dejó de sentir ruido en su mente y ese éxtasis subió por todo su cuerpo como un calor que lo abrazaba...
Su mano fue lo único que lo detuvo de venirse abajo, agarrado al lavabo, y se vio obligado a abrir lentamente los ojos. Las baldosas del baño bailaban en la pared, y patrones ilegibles se trazaban en las superficies, pero sobre todo...al ver su reflejo en el espejo roto frente a él, se encontró con una figura borrosa y oscura, como un ente atrapado en los dos mundos, con apenas forma visible pero ni siquiera él era capaz de discernir de quién se trataba. Eso...no le pudo traer más alivio. Dejó caer la cabeza sin parar de jadear lento, pero sin borrar ese júbilo de su rostro, y agarró el pote para llevárselo al bolsillo, y así caminar a la salida. Balanceándose de un lado a otro, apenas pudiendo mantener su equilibrio, el mono empujó la puerta para salir, pero apenas puso un pie afuera, se chocó contra una chica en medio de la pista de baile del club.
Pudo oír cómo le reclamó muy molesta, pero no logró identificar ninguna de sus palabras. De todos modos se disculpó con ella y lleno de confusión, continuó su camino a través de las personas. La pista parecía ser eterna, ya que no podía divisar el final en medio de tanta gente, gas y luces que saltaban directamente a sus ojos. Aún en su estado, trataba de hallar una respuesta de cómo llegó desde el baño al centro de la estancia, pero con cada paso que daba, sentía que menos debía indagar. Sus pies se detuvieron, y el mono miró alrededor. Nadie reparaba en su presencia, y le costaba diferenciar a los humanos entre los yaoguais, todos se veían como siluetas vacías, sin rostros ni nombre...solo bailando al son de la música y la energía de sus cuerpos. Por algo había ido a ese lugar a tomar las pastillas, a sentirse exactamente igual, a olvidarse del mundo y lo que haya fuera de ese lugar...entonces para qué luchar por encontrar la salida, si ya estaba donde quería estar?
De a pocos, su cuerpo se fue moviendo al ritmo del beat que dominaban las bocinas, y volvió a cerrar los ojos, cada vez más y más activo, dejándose llevar por la música, hasta que el ritmo retumbó dentro de él e hizo caso omiso a su mente, comenzando a bailar entre los demás invitados, hasta que lo que sentía por dentro también lo hiciera por fuera, y lo que divisara al tener los ojos cerrados, también lo viera al despertar. No le importaba en lo más mínimo el que estuviera bailando en solitario, no necesitaba a nadie más para sentir ese éxtasis subiendo por su espalda y haciendo mover sus pies, sus brazos y su cintura al ritmo de las canciones sin letras ni sentido. Evocaban a las emociones y sensaciones, y eso era a lo único que aquel mono podía aferrarse ahora. Alzaba los brazos y saltaba al unísono con los otros, haciendo un recorrido por toda la pista con sus pasos desequilibrados, soltando aullidos de euforia al oír una ola llegar a él, pero no podía sentirse mejor, bailando y saltando entre las luces y el gas.
Cada vuelta que daba sentía que recorría el mundo y convergía con los demás, volviéndose más como ellos, unas sombras sin nombre...pero acaso importaba? Por supuesto que no, un nombre, su nombre...no importaba. De tantos siglos que vivió como Tian Ming, tal vez...haya olvidado su nombre original. Y eso no importaba. Todos lo querían así, él lo quería así, era el único modo...
Al hundirse tanto en sus pensamientos, se dio cuenta demasiado tarde de sus talones que se torcieron y le hicieron perder la compostura, pero su sensación de vacío fue aún peor cuando los cuerpos de los invitados lo traspasaron como humo negro. La caída al suelo era inevitable...excepto que una sola mano logró evitarla. A pesar de que al fiesta continuaba como si nada, para el mono se detuvo por completo. Sus ojos contraídos no podían esconder el tembloroso shock al encontrarse cara a cara con el único que reparó en su presencia desde que comenzó a bailar y tuvo la valentía de ayudarlo. Mano fuerte pero delicada a la vez, tez dura pero suave, ojos punzantes pero gentiles...un rostro pálido perfectamente esculpido y un cabello negro que reposaba en su espalda.
El mono no podía pronunciar palabra alguna gracias al nudo que ataba sus cuerdas vocales en su garganta, también parecía que su mente y el efecto de las drogas dejó de funcionar en él y solo tenía sus ojos posados sobre los del pelinegro, dejando que los sentimientos y memorias explotaran dentro suyo. Erlang Shen...la deidad y único hombre del que se había enamorado en su vida. Antaño amantes con locura, pasión y una devoción que ambos juraron que sería eterna; destinados a enfrentarse contra lanza y bastón más de una vez, asuntos sin resolver y palabras al aire jamás dichas...pero el sentimiento jamás había muerto. Un amor que había encerrado en las profundidades de su corazón, y que justo ahí estaba volviendo a florecer con solo una mirada.
Erlang le dio un suave jalón para ayudarlo a levantarse, y tenerse uno al otro tan cerca como nunca desde hace...milenios. El corazón del mono iba a mil por hora en su pecho, y sintió la estancia tan caliente como un horno, el tacto del pelinegro sobre su muñeca le quemaba la piel. Le costó demasiado reunir la fuerza necesaria para desatarse, pero por fin se aventuró a preguntar lo obvio, con una voz quebrada.
- Erlang...?
- Wukong...
El rostro del mono palideció del horror al oír ese nombre. Un tren descarrilado estrelló contra su memoria en ese instante...Sun Wukong, ese era su verdadero nombre...Del que se había olvidado hace ya mucho, mucho tiempo. Tantos siglos tratando de olvidarlo, de enterrarlo en lo más profundo de un abismo inescrutable, y con solamente Erlang volviendo a pronunciarlo, la iluminación regresó no solo a su cuerpo, sino también a su mente. Tantas hazañas, tantos logros, batallas, amistades...fracasos, demasiados fracasos que le presionaban el corazón a tal punto de hacerlo estallar. Más que sentir júbilo por recordarse a sí mismo, Wukong sintió todo lo contrario. Se llevó la mano al pecho, apretando con fuerza la sudadera mientras el dolor crispaba su rostro.
- ...Por qué...? No quería regresar...
- El tiempo y el mundo te han pasado factura, no es así? -le preguntó Erlang con pesar y sin soltar su mano, con la otra sujetó su mejilla para acariciarla suavemente, pasando el pulgar por su pómulo, y entrelazando sus dedos por el pelaje de su sien. - Shh...solo concéntrate en mí. Mírame, escúchame y siénteme.
Wukong no despegó sus ojos de los de Erlang ni un segundo, al dejarse tocar y acariciar; con cada roce su pelaje de la nuca se erizaba, ya que también había olvidado cómo se sentía ser cuidado y amado. Las manos de Erlang se movían con lentitud por la palma del mono y su rostro, inclinándose más a él hasta besar su mejilla, una, dos, tres veces, dejando un rastro de sus marcas pordoquier. Al entreabrir los ojos, Wukong reparó que la pista de baile se había desvanecido, mas la música y las luces permanecían bailando en el aire, pero sobre todo, el gas...Un gas rosa y azul los abrazaba, coloreaba sus ropas y cuerpos como si quisieran fusionarse en un solo pigmento, y al inhalarlo, Wukong no pudo percibir más que el aroma de su amante. Tan refrescante, vivo, intenso y suave a la vez, sin nunca faltar ese toque a flores de ciruelos impregnadas en su piel y cabello, que inmediatamente lo atrajeron como un imán. Él tampoco pudo quedarse quieto mucho tiempo, y posó una mano sobre la suave mejilla del semidiós, acariciándolo, hasta ir más atrás y enredar sus dedos en su pelo azabache; su otra mano recorría la esbelta figura del mayor sin importarle la camisa blanca que lo cubría. Reconocía muy bien cada uno de sus músculos al subir por su cintura, su torso y su pecho hasta terminar otra vez en su rostro, esos ojos oscuros y labios carnosos que prometían, las facciones de un guerrero despiadado y de un hombre dispuesto a sacrificarse por amor, Wukong se perdía en su etérea belleza.
Ambos inclinaron sus cabezas y rozaron primero sus narices, y luego sus mejillas hasta las sienes para terminar Wukong en medio de su cuello y hombro. No veían necesario un beso en los labios para expresar lo que sentían: la nostalgia, el anhelo, los recuerdos...aunque muy en el fondo, Wukong no se sentía dispuesto a dar ese paso, no por Erlang, sino por sí mismo. Ni siquiera se dio cuenta de cuán fuerte lo estaba abrazando y apretando su mano, de cuánto lo había extrañado y nunca haberlo olvidado; más que un pote de pastillas, Erlang Shen era su más poderosa adicción. El pelinegro notó el agarre, y de a poco fue moviendo su mano para entrelazar sus dedos con los suyos, al tiempo que besaba su cabeza para que se volvieran a ver.
- La fiesta no ha terminado...déjame invitarte. - Él no pudo evitar sonreír levemente al ver la confusión en los ojos de Wukong, como si la mera idea de bailar en pareja le fuera completamente ajeno. - Descuida, solo sigue mis pasos.
Pareciera que la música estaba guiada tanto ritmo como la letra para ellos específicamente, y una vez Erlang comenzó a mover los pies, Wukong se obligó a seguirle el ritmo. Se sentía torpe y con los huesos congelados, ya que una cosa era bailar en solitario como había hecho por tanto tiempo, y lo otro era volver a tener un dúo con un amor que nunca pudo olvidar. Los focos de las luces los iluminaban desde arriba, la única pareja en medio de una pista de baile vacía, donde la música comenzaba a resonar en sus oídos al tiempo que no podía ignorar la suave pero risueña sonrisa de Erlang sobre él, invitándolo a soltarse, a dejarse llevar, a bailar con él.
Cómo puedo hacer que me ames?
Cómo puedo hacer que te enamores de mí...
El agarre de su mano se iba haciendo más suave, y Wukong dejó que el color rosa coloreara su cuerpo al tiempo que permitía a sus pies dar vueltas y terminar entre los brazos del semidiós, los dos moviendo la cintura de un lado a otro, y sus rostros a solo centímetros de rozarse. Al momento de soltarse del abrazo, Wukong era un reflejo de los pasos de Erlang y viceversa, se sentía la energía y la temperatura aumentar entre los dos.
Cómo puedo hacer que me quieras?
Y hacer que dure eternamente...
No solo eran el perfecto reflejo del otro, sino también el complemento cuando juntaban sus manos y mientras sus ojos no se despegaban, sus cuerpos se movían por sí solos. Wukong se dejó caer sobre el brazo de Erlang, echándose para atrás, y éste se aseguraba de sostenerlo firmemente, el único que se preocupaba de no hacerlo caer. El jalón para volver a sus pies lo recibió con gusto, y ahora el mono tenía una pícara pero divertida sonrisa en sus labios. El frío abandonó su cuerpo de inmediato y se liberó por completo frente a Erlang, dejando salir toda su energía con cada paso, cada salto, cada vuelta y cada sacudida de cintura y cabeza, sin poder evitar soltar risitas de por medio.
Cada vez que se tomaban de las manos y se apegaban para dar vueltas o seguirse el paso, las memorias fluían en su mente: Los incontables días en los que se visitaban ya sea en el Lago Esmeralda, el Monte Mei o Huaguo, las incontables noches que pasaron juntos compartiendo un buen vino y terminando todas las botellas, las risas, historias, palabras...los toques, las caricias en sus cuerpos desnudos, la pasión que ambos sentían tanto dentro como por fuera al tenerse envueltos en las sábanas de las camas, los besos que les quitaban el aliento, el calor que compartían, las miradas llenas de sentimientos y amor...Wukong era capaz de romper cada regla impartida por el Cielo y por su maestro con tal de ver a Erlang una vez más, ya sea para zambullirse en un río juntos, en aguas termales, para perseguirse transformados en animales por las montañas, para compartir vuelos juntos entre las nubes, para que Wukong escuchara a su amado tocar el guzheng al rocío del amanecer, o simplemente acompañándose mutuamente en un relajante silencio meditativo. Siglos enteros trazando una ruta y pintando pergaminos juntos llenos de amor y devoción, el primer y único amor que alguna vez podían sentir Sun Wukong y Erlang Shen...y eran el único que necesitaban.
Cada destello de memoria que se esclarecía en su mente hacía a Wukong estallar en júbilo, riendo en los brazos del pelinegro y sin importarle que su baile tuviera sentido o no, la emoción de alegría auténtica que lo recorría era irremplazable. Al dar vueltas, el castaño se apegaba a él en fuertes abrazos, acompañados de besos en su mejilla sin parar de reír, y con solo verlo así de feliz, Erlang tampoco se podía contener risitas, sosteniéndolo de la cintura.
Cómo puedo hacer que me ames?
Cómo puedo hacer que te enamores de mí...
Cómo puedo hacer que me quieras?
Y hacer que dure eternamente...
El efecto de las pastillas se había ido de su cuerpo para abrir paso a algo mucho mejor, algo que no podía describir con simples palabras pero que lo llenaba de energía y euforia, aclaraba su mente e impulsaba su cuerpo a bailar con tanta pasión como nunca, y todo se debía al hombre que lo acompañaba. Probablemente eso era lo que necesitaba...la única droga que realmente necesitaba y siempre había anhelado: amor. Lo pudo ver en los ojos de Erlang, que eran un reflejo de los suyos, dorados, brillantes y llenos de color. Sin necesidad de cantarlo a todo pulmón, sus labios recitaban la letra que iba dirigida al pelinegro, y él también se la devolvía. Era un acto recíproco que ambos estaban dispuestos a hacer, solo necesitaban un paso más. Se tomaron de las manos y la pista comenzó a dar vueltas alrededor de ellos, giraban cada vez más rápido que el gas se distorsionaba, y solo quedaban sus imágenes nítidas frente al otro. Wukong se sentía feliz...realmente feliz. Su corazón rebotaba a mil en su pecho, como un niño a quien habían llevado a un parque de diversiones por primera vez. No podría pedir más...por lo que le correspondió la sonrisa a Erlang, volviendo a reír hasta estallar en eufóricas carcajadas, tirando la cabeza para atrás. Se sentía tan ligero como una pluma de fénix, tan aliviado y realizado...todo lo que había anhelado en tanto tiempo lo tenía tomándolo de las manos.
Wukong podía confiar en Erlang, pero aún no terminó de confiar en su propio cuerpo. Sus pies lo traicionaron en el peor momento, los tobillos se doblaron y de inmediato, el mono perdió el equilibrio. Su tropiezo chocó con el semidiós pelinegro, y sus cuerpos se vinieron abajo. Como si sus manos estuvieran mojadas en mantequilla, Wukong se zafó del agarre de Erlang y los dos trastabillaron en direcciones opuestas. Aquella sensación de vacío en su corazón lo dejó sin aire, y lo único que pudo ver el castaño antes de caer fue el rostro de horror en su pareja; pero su espalda no chocó contra las casillas de la pista de baile, sino que se dio un chapuzón en la superficie de un estanque tan denso y pesado, que su cuerpo se hundió como una piedra sin poder hacer nada al respecto.
De inmediato su vista se tornó rojiza, puesto que el agua era de un pigmento carmesí que lo tinturaba por completo de sangre. Wukong sacudió sus brazos y piernas para intentar nadar de vuelta arriba, incluso aún podía oír la música distorsionada cada vez más distante, y los desesperados gritos de Erlang también se fueron perdiendo, junto con su silueta sombría en el exterior. Pero a medida que se iba hundiendo más y más...Wukong dejó de intentar salir.
Algún rastro de la fiesta anterior se había esfumado entre las burbujas, y lo único que tenía cada vez más lejos era una tenue luz blanca que iluminaba desde afuera del estanque, pero él estaba llegando tan lejos que su cuerpo se oscurecía y no era alcanzado. A pesar de que no podía moverse, lo sentía como en mitad de un vasto océano, tan ligero y pesado al mismo tiempo que había terminado en el punto medio perfecto. No oía nada a su alrededor, solo aquel líquido rojo fluir, manteniéndolo en las profundidades. Sus pulmones se llenaron de la sustancia, y no tuvo más la necesidad de aguantar la respiración. Como si estuviera volviéndose uno con aquel extraño bioma, su mente se apagaba, sus sentidos lo abandonaban, dando solo paso a...una nada que lo abrazaba, que lo dejaba flotando entre el limbo de la vida y la muerte. Se sentía tan bien...no sentir nada, no pensar ni recordar. Así que...este era la sensación más cercana a desaparecer por completo, y muy dentro de él, Wukong no quería despegarse de ella.
A pesar de que quería permanecer en ese abrumador silencio todo lo que pudiera, el flujo del líquido sangriento lo despertó, algo se estaba movilizando hacia él. Le costó volver a abrir los ojos, notando que aquella luz blanca seguía allá arriba, como un destello de una estrella distante en el cielo, pero lo que opacó su vista fue una figura que se detuvo ante él. Su mente se reanimaba para trabajar el desconcierto que sintió al volver a ver a...Erlang. Horrorizado, angustiado, nostálgico...pudo leer esas emociones en su semblante. Pero Wukong no entendía porqué...su cabeza no lograba trabajar en una razón como para que Erlang se viera tan desesperado por él, por lo que no se movió de su lugar y solo se limitó a mirarlo.
Erlang nadó un poco más hasta llegar a centímetros de su cuerpo, e intentó agarrar su mano, pero su cuerpo traspasó a Wukong como si estuviera hecho de burbujas, atrapado en un paso nuboso eterno. Mas eso no le impidió seguir tratando. Mientras más intentaba tan siquiera tocar al mono, más burbujas subían alrededor de ellos, y Wukong no hacía intento alguno en querer ser agarrado. Finalmente Erlang se detuvo respirando agitado y lo miró incrédulo, como si estuviera a punto de perderlo, y se acercó a él para tratar de al menos rozar sus manos en su rostro, encontrándose de nuevo con su mirada. El mero tacto entre los dos soltaban burbujas a la superficie, y mientras que el pelinegro parecía a punto de quebrarse por la tristeza, Wukong lo miró con una adormilada serenidad, y lentamente pudo mover su mano, lo suficiente para rozar su palma en su mejilla y que más burbujas minúsculas surgieran del tacto.
"Tranquilo...voy a estar bien. Solo tengo sueño, mucho sueño..." le quiso decir Wukong con palabras, pero ya su mirada le hizo el favor. A pesar de que estaban en medio del agua rojiza, él notó cómo una pequeña burbuja emergía del ojo del pelinegro, como si fuera una silenciosa lágrima que subía hasta perderse, y Erlang se aferró más a él, rodeándolo con los brazos, negándose a dejarlo ir. El contacto entre los dos solo desató burbujas cada vez más fuertes. Tanta turbulencia sacudía a Wukong, tal era la fuerza que su cuerpo volvía a recobrar sus sentidos, pero su mente quería permanecer dormida. Miró con pena a Erlang, como si querer dormir fuera lo incorrecto y algo...muy egoísta, pero cada centímetro que subía sus brazos para intentar corresponderle el abrazo, la presión en su corazón acrecentaba.
Finalmente rodeó la espalda del contrario como pudo e intentó abrazarlo tan fuerte como pudo, pero tal fue la presión de los dos que...el cuerpo del semidiós terminó estallando en burbujas. El estallido lo despertó por completo, dejando tras de sí un ensordecedor pitido en sus oídos. Su rostro se crispó del dolor, y al llevarse las manos a las orejas, toda esa calidez que lo rodeaba, de repente se tornó en un gélido frío que le calaba los huesos. Además del frío, sintió más flujos alrededor suyo, pero a diferencia de Erlang, éstos se sentían más densos, más...agresivos, pues esta vez pudieron tomarlo de las muñecas, los brazos, de la cintura, sus extremidades y la cola; manos furiosas que lo arrastraban mucho más profundo, incontables manos oscuras sin dueños, pero sí poseyentes de voz.
"Por qué lo hiciste?"
"Mi Rey, qué fue lo que hiciste?"
"Duele mucho, por favor ayúdenos!"
Garras de monos y yaoguais rasguñaban y herían su piel. Wukong se retorcía y sacudía furiosamente para intentar liberarse, pero era en vano. En sus brazos, piernas, estómago, cuello, y sobre todo, sintió una filuda uña rasgarle la cara desde la frente hasta el mentón, y su sangre que emanaba sin cesar de su cuerpo se veía más oscura que la sustancia. Su cuerpo finalmente tocó fondo, ya ni siquiera veía la luz a lo lejos, y cada vez más brazos y manos lo sujetaban y herían sin piedad, presionándolo contra la arena negra.
"Por qué, por qué, porqué?"
"No debiste haberlo hecho"
"Su Majestad, confiábamos en usted!"
"Pudiste haberlos salvado, pudiste haber hecho más!"
"Mi familia está muerta por tu culpa!"
"Por qué, por qué, por qué?"
Desde entonces, no volviste a hacer una buena decisión en tu vida.
Esa frase resonó con su propia voz tan fuerte en su cabeza y oídos, cargada de odio y desdén hacia sí mismo que le hizo espabilar de inmediato, con un punzante vuelco en el corazón. Wukong apoyó sus manos en el fondo y haciendo uso de sus fuerzas, ignoró las manos que intentaban mantenerlo hundido, e incorporó su torso. Al momento de hacerlo, salió de la superficie de lo que ahora parecía ser un mero e insignificante charco, impregnado de barro y sangre, pero Wukong sentía que estuvo a punto de ahogarse. Tosió y escupió todo el agua que había tragado, soltando jadeos ahogados al tiempo que se dio la vuelta y empezó a arrastrarse por el húmedo suelo para tratar de levantarse.
Un retumbante temblor sacudió la tierra y lo hizo caer, pero ello sirvió para que se diera cuenta que estaba portando su armadura dorada del Rey Mono, ahora sucia de barro, el cual opacaba todo glorioso esplendor de ella, y los extremos de su Jingubang...mojados y goteando sangre para ensuciar el suelo. A pesar de que Wukong lo agarró y se apoyó en él para levantarse como pudo, sentía su cuerpo a punto de colapsar. Los huesos rotos, músculos desgarrados y tendones partidos, heridas abiertas que manchaban su armadura de rojo, le costaba respirar, y al mínimo movimiento le provocaba un fuerte gruñido de dolor. A medida que su vista se fue aclarando y su oídos también, Wukong observó con horror que se hallaba a la mitad de una cruenta guerra..."esa" guerra que azotó la Montaña de las Flores y Frutos hace siglos por completo.
Donde antes había campos de césped y flores de colores ahora solo había barridos de tierra, sangre y cadáveres. El sonido de las armas celestiales de los Cuatro Reyes estallaban cual sónicos en el cielo al partir las piedras y los montes, reduciéndolos a escombros sin sentido. Las ciénagas, ríos y lagunas cristalinas ahora teñidas de rojo, armas de hierro chocando entre ellas y atravesando la carne sin piedad alguna, la ira de la Corte Celestial y los países de continentes vecinos abalanzándose sobre los inocentes, la sangre y lágrimas salpicando los hogares, árboles partidos y sacados de sus raíces, y el último bastión de la isla, la Cueva de la Cortina de Agua, se había reducido a una hondonada quebrada, sin cascada alguna, el santuario en su interior destruido y saqueado. Incontables vidas tanto de los monos de la montaña como los yaoguais que lucharon en su bando se estaban cobrando frente a sus ojos, y Wukong podía sentirlo en su corazón. Decenas, centenares y miles de agujas penetraban su pecho con cada vida que se perdía en su hogar, un caudaloso río de sangre parecía bajar por la montaña...pero no podía soportarlo más.
No podía soportar tanta masacre y destrucción en el hogar que juró proteger y amar para toda su eternidad, no podía permitir que una sola gota de sangre más se derramara en su presencia, no podía quedarse impotente ante esos desgraciados, desgraciados del Cielo y de la Tierra...no podía! Sus manos temblaban fuertemente pero eso no le impidió blandir de nuevo su bastón, y comenzó a reunir fuerzas tanto en sus piernas como en su cuerpo entero para echar a correr al borde de la montaña en la que se encontraba para dirigirse a la cueva, con el corazón bombeando a mil por hora, y de sus ojos echando chispas a la ira.
Solo le faltó dar un paso más para tomar impulso y dar un potente salto que lo mandaría volando como una flecha en dirección a la contienda, pero Wukong frenó en golpe apenas una lanza muy familiar lo detuvo a un lado, amenazando con rebanarle el cuello si avanzaba un centímetro al frente. Ni siquiera tuvo que bajar la cabeza para saber que se trataba de la lanza de tres puntas...empuñada por quien más temía ahora mismo. Giró lentamente la mirada para encarar al portador en un sepulcral silencio que congelaba el aire, ignorando las batallas que estallaban a su alrededor.
Tanto Wukong como Erlang Shen compartían la misma mirada, llena de dolor, pero el mono se sentía más incrédulo que cualquier otra cosa. Sabía bien que el semidiós del tercer ojo respondía siempre al llamado de la Corte Celestial, pero dentro de esa guerra...lo sintió como un golpe demasiado bajo, una puñalada directa a su corazón. Ya habían peleado siglos antes en la primera contienda, y de ahí habían evolucionado a algo mucho más profundo. Con solo viendo a Erlang apuntándolo con su lanza, Wukong sintió como si todo lo que habían construido se hubiera partido, tal como su hogar ahora mismo...pero también podía ver en los ojos de Erlang que él no quería hacerlo, nada de esto. Le pedía a gritos silenciosos que detuviera esta masacre.
Erlang sostenía con fuerza su lanza para que se le evitara ver que su mano temblaba. Su túnica blanca desgarrada y manchada al igual que su armadura negra y con heridas y suciedades por todo el cuerpo, pero en sus ojos se leía que no quería seguir peleando.
- Tú pudiste haberlo evitado. Te lo ruego, detén esto...
Wukong retrocedió unos pasos para tener espacio, pero sentía que con cada segundo que pasaba no solo quemaba tiempo, sino que algo dentro de él se rompía.
- Yo no empecé nada de esto...fueron ellos. Ellos siempre lo empiezan. Crees que no he hecho todo lo que está a mi alcance, eh?! Y tú! Qué me dices de tí?!
- ...Yo no tengo opción-..
- Sí que la tienes! Tenías una opción! -Wukong lo interrumpió con un grito, pero luego se llevó la mano libre al rostro, tratando de contenerse y tragarse el fuerte nudo en su garganta. Las incontables noches y días de aventuras, besos y abrazos, y esas frases..."Te amo", al final todo sería en vano? Por qué Erlang permitía que la Corte Celestial lo manejara así? No lo entendía, simplemente no lo hacía...por unos instantes se sintió como una marioneta al lado del pelinegro, dos títeres con hilos más duros que otros, imposibles de cortar, manejados por los de arriba, quienes solo se deleitaban ante sus problemas, un acto de traición ante un amor prometido.
Cada movimiento de guardia le dolía a Erlang, pero si no podía hacer entrar en razón a Wukong...aquel era el único modo. - Si no estás dispuesto a detenerte...te haré hacerlo.
El mono bajó lentamente su mano, incapaz de ignorar el fuerte dolor de su pecho que envenenaba todo su cuerpo, pero aquel desazón solo se transformó en una creciente ira, el combustible necesario para hacer que apretara tanto sus dientes como su bastón, y le devolvió la mirada al pelinegro cargada de desdén.
- Oblígame.
Muy al pesar de Erlang, se vio forzado a endurecer su rostro, y sin quitarle la vista de encima a aquellos ardientes ojos dorados, los dos guerreros cargaron con todas sus fuerzas hacia el otro sin la más mínima intención de arreglo pacífico, ambos alzando sus armas para arremeter con violencia, una vez más la lanza de tres puntas y el Jingubang chocando en una cruenta batalla. Pero...el tiempo y espacio parecieron congelarse a solo metros de ambos, y Wukong pudo tener ante él el rostro de su amado tan nítido en su expresión que un debate comenzó a surgir en su cabeza. Erlang lo había traicionado ahí mismo, decidió pelear por la Corte otra vez en lugar de elegirlo a él...pero de verdad tenía opción? Erlang no apoyaba ni confiaba en nadie del Cielo, no después de lo que sucedió con su madre, era un hombre atado de manos...pero eso no justificaba nada de lo que hizo, ni mucho menos ahora. Sus ojos no reflejaban brillo alguno, no deseaba pelear con él, nunca quiso llegar a nada de esto. No expresaba ira ni mucho menos rencor...solo una profunda pena de tener que doblegar al amor de su vida de este modo.
"A quién has amado antes de mi?"
"A nadie"
"Ya~ Y a quién amarás después de mí?"
"...a nadie"
Esa conversación resonó en la memoria de Wukong y parecía que los dos la compartían al unísono, y el vuelco dentro de su corazón se hizo más grande. Sería que...era su culpa de haber empujado a Erlang a esto? No...él hizo lo que pudo para prevenir una nueva guerra. Los dioses de arriba no escucharon, los continentes terrenales no escucharon. Todos sus intentos acabaron en nada pues terminó sucediendo de todos modos, y por ello, terminó arrastrando a Erlang una vez más a pelear contra él. Los culpables eran ellos...y por más que le doliera aquella lanza apuntada hacia él, lo amaba demasiado. No podía...no pudo hacerlo.
Ahí fue cuando cometió el primer error que le salió demasiado caro. Detenerse. Wukong se sintió incapaz de herir a Erlang aún teniéndolo a centímetros de distancia, el Jingubang no se movió en sus manos, y en cambio, recibió de lleno en toda la mitad de la cara un limpio tajo de una lanza que le cortó el rostro, permitiendo así que esa arma fuera la única que penetrara en su piel una primera y última vez. Apenas tuvo tiempo de reacción, ya que unos segundos después sin siquiera haber caído al suelo, recibió de lleno una patada en su pecho, y ahí antes de ser propulsado hacia atrás, Wukong pudo ver cómo lágrimas caían de los ojos de Erlang al ver que fue incapaz de hacerle daño pero él sí; y el mono salió disparado, volando por los aires por toda la montaña hasta caer una vez en la tierra, rebotando y atravesando los montes.
Con cada rebote que daba, el ambiente se iba transformando alrededor suyo. Las montañas derruidas fueron dando paso a crecientes edificios, la tierra donde caía Wukong pasó a ser un rígido asfalto, que se agrietaba cada vez que caía con una gran salpicada roja, y su cuerpo sin poder rebotar más, rodó y se deslizó metros y metros, dejando un extenso rastro de sangre que fácilmente se podía traducir a una cruda alfombra roja, donde al final yacía un rey caído bajo una capital que intentó construir a partir de los escombros de un hogar desolado por la guerra.
Lo que antes estaba partido en su cuerpo, ahora había quedado reducido a añicos. Sin siquiera moverse y ya cada músculo y hueso roto aullaban de dolor dentro suyo. Sentía su propia cabeza a punto de estallar, y tenía la vista dividida entre los colores grises de la metrópolis y el rojo de su propia sangre, aquella herida tinturando su rostro a la mitad de rojo. Pero tenía la necesidad de levantarse, una presión más grande que él le obligaba a hacerlo. "Levántate...el Gran Sabio debe siempre levantarse". Trató de ignorar el ardiente dolor de su cuerpo para moverse, pero de repente, lo poco que tenía de la vista fue anulado por completo gracias a un montón de flashes de grandes y caras cámaras de foto y video que lo enfocaban directamente a él, y por reacción, se cubrió los ojos con el antebrazo.
No solo eran los flashes y destellos blancos poniéndolo cada vez más ciego, sino que eran los sonidos de los aparatos y sobre todo...las incesantes preguntas de reporteros, todos aclamando al unísono como un coro sinsentido de cantos ilegibles, pero los más cercanos pudieron ser percibidos por sus oídos.
"Gran Sabio, se puede saber la razón de por qué decidió declararle la guerra a los reyes Yaoguais del Oeste?"
No...ellos me la declararon a mí.
"Gran Sabio, cómo se siente después de haber sufrido bajas sin precedentes tanto en personal como en dinero para la Montaña Huaguo?"
"Gran Sabio, hay un cierto grado de descontento entre los habitantes de la montaña hacia usted, pero la mayoría aún confía en su palabra. Puede asegurarnos que el pueblo puede seguir confiando en usted?"
Sí...por favor, confíen en mí. Yo solucionaré todo.
"Gran Sabio, por qué las negociaciones fracasaron? Su actitud arrogante tuvo algo que ver?"
"Gran Sabio, por qué mandó miles de reclutas a la guerra para morir?" "Sabía que cada uno de esos hombres tenía familia?"
"Gran Sabio, por qué lo hizo?"
"Gran Sabio, por qué decidió ser egoísta?"
Una lluvia sin parar de preguntas que se transformaban en gritos de ira lo atacaron por todos lados. Era incapaz de abrir los ojos, y con tanto ruido alrededor, solo hacía que el dolor en su cabeza y su cuerpo se acrecentara, e incluso le costaba demasiado siquiera apoyarse en su bastón, el cual temblaba en su mano.
No...hice todo lo que pude. Luché, hablé, e hice todo lo que pude por ustedes, por nosotros, por nuestro hogar.
"Usted es un mentiroso. Gran Sabio, por qué dejó que perdiera de ese modo? Por qué se detuvo?"
"Gran Sabio, por qué dudó?"
"Gran Sabio...Por qué...?"
Un alto quejido salió de sus labios ante tanta presión, no importara cuán fuerte se tapara las orejas, los gritos y preguntas seguían lastimando sus tímpanos, ignorando sus respuestas. Sentía empujones que lo hacían trastabillar, manchando sus pies de la alfombra de sangre, y las cámaras chocando contra su cabeza y cuerpo, no podía soportarlo más, debía largarse de ahí como sea. Pero al tratar de abrirse paso entre la multitud que ya parecía infinita, cometió el error de abrir los ojos, y ante eso, lo primero que recibió fue una cámara que disparó el flash más fuerte y grande que pudo ver en su vida. Quemó sus retinas por completo, dejándolo ciego y soltó un grito desesperado, presionando sus palmas ahora sobre sus ojos. Wukong notó su alrededor distorsionarse gracias a su ceguera, el bullicio lo mareaba y aturdía, su ser a punto de estallar y no dar más hasta que...ellos lo lograron. Sus pies una vez más trastabillaron y sin que nadie lo ayudara esta vez, se desplomó de lleno contra su alfombra roja, perdiendo toda razón.
***
...Era curioso cómo una simple pastilla, dividida en dos colores primarios y que ni siquiera alcanzaba el tamaño de su uña, era capaz de disolver todo dolor tanto físico como mental, así sea un par de horas, para él era más que suficiente. Wukong observó en completo silencio la pequeña píldora entre sus dedos, jugando con ella, sintiendo su plástica textura, sabiendo que lo que en verdad importaba estaba en el interior. Hizo caso omiso al debate lleno de contraargumentos y calurosas discusiones detrás suyo, para simplemente abrir la boca y tragarse su primera dosis. No pasó mucho tiempo para que hiciera efecto, y su cuerpo se estremeció, dando paso así a la disolvencia de todo ardor dentro suyo. La cruda cicatriz que atravesaba su cara dejó de palpitarle, y por fin pudo concentrarse en lo que ocurría detrás de él.
- Su Majestad, por favor...nos estamos quedando sin recursos, los aliados de antaño nos dan la espalda, estamos solos en esto!
- Gran Sabio, la guerra ya no es una opción. No podemos continuar, si no nos detenemos...nos reducirán a cenizas.
- Mi Rey, debe tomar una decisión. Hemos sufrido demasiadas bajas, no podemos seguir con este paso...!
- Gran Sabio, sabe que esto es lo mejor.
Wukong se dio media vuelta al oír eso último, encarando a todo el consejo que él mismo había creado para la Montaña Huaguo. Todos monos, y aunque la mayoría se veían angustiados y muy estresados, había otros que le lanzaban miradas llenas de seriedad. Una única solución ya había sido discutida.
- Tarde o temprano, esa máscara que porta ante todos se romperá. De verdad cree que nuestra isla merece ver a su héroe así? -le preguntó aquel mono señalando con la palma ese pote de pastillas que yacía en el escritorio del rey.
- Ninguna roca por más sólida que sea puede resistir a la erosión.
- Sabe bien que la Corte y los reinos yaoguai no nos dejarán en paz...si no lo ven muerto a usted.
- Su vida sola...es una trasgresión.
Wukong no se vio capaz de responder ahí mismo, y volvió a darse la vuelta para mirar por la ventana. Su armadura, aunque ya limpia, no emitía brillo alguno ni estaba en las mejores condiciones. La sentía desgastada y pesada...muy pesada, como si estuviera sosteniendo la montaña de Buddha una vez más sobre sus hombros. Su reflejo en el vidrio se veía borroso, inescrutable, como un fantasma a punto de desaparecer entre la neblina. Enfocó su vista a algo más, a lo que antes solía ser un paraíso para ellos, no era más que una ciudad que a duras penas se mantenía en pie, los edificios, las calles, la poca vegetación qué sobrevivió y sobre todo...sus habitantes, sus pequeños, abatidos por incansables guerras que venían una tras otra, todas y cada una de ellas que él intentó evitar a toda costa y hacerles frente, y lo único que consiguió con ello fue una desolación, no solo para él, sino para todos...ninguno merecía sufrir por sus pecados, solo a él le correspondía pagar la deuda.
Desde aquella batalla no volvió a ver a Erlang, ni a muchos de sus amigos y hermanos, ya sea porque perecieron luchando por su causa o porque se distanciaron de él. Del pelinegro no tenía idea, y ya había pasado demasiado tiempo en silencio. Todas sus búsquedas habían sido en vano, y había perdido la cuenta de cuántas llamadas perdidas tenía por haber tratado de contactarlo. Por más que en su corazón le doliera, todos tenían razón. Y el hecho de que Erlang haya desaparecido de su radar solo lo confirmaba. Apretó los puños para evitar que sus manos temblaran, y aun así, no pudo cesar. Si morir era realmente la única opción que le quedaba, que así sea. En ese momento, Wukong entendió que seguir luchando no era siempre la solución.
- Yo lidiaré con ellos, una última vez, por mi cuenta. Solo prométanme...que esta montaña me recuerde como lo que fui, no como lo que soy ahora.
Su voz reflejaba el dolor tan contenido como pudo, pero por ellos y su hogar, debía ser fuerte una vez más. Todos los monos ahí reunidos a su alrededor juntaron las manos e inclinaron sus torsos para mostrarle respeto una última vez, puesto que una vez el Rey Mono partiera a la contienda...nunca más se le volvería a ver.
- Tiene nuestra palabra, Su Majestad.
***
El mundo entero se quedó en silencio, y en la Montaña Huaguo jamás había reinado tanta quietud, pero los medios fueron los primeros en hablar.
"Después de un último batallón, nos informan que...Se confirma por los soldados de la Corte Celestial, y la contienda de los cinco Reyes Yaoguai, entre ellos el Oso del Viento Negro y el Rey Toro, que el legendario Rey Mono, el Gran Sabio Igual al Cielo, el Buddha Luchador Victorioso...está muerto".
"Se confirma la muerte del Rey Mono, Sun Wukong; gobernante de la Montaña de las Flores y Frutos."
"Fue el único de la isla Ao-lai que se presentó a la batalla, y cayó abatido en manos de los dioses y reyes de los países vecinos que le habían declarado la guerra"
"Ha habido declaraciones por igual de parte del Inspector Supremo, mensajero del Emperador de Jade y los Reyes Yaoguais, que la guerra contra la Montaña Huaguo ha finalizado de forma oficial".
"Las fronteras entre las islas se reabren, y los habitantes del Monte celebran una nueva era de paz después de más de 342 años de guerra"
"...Es cierto que cometió muchos errores, todos le dieron la espalda. Pero lo enmendó todo con el acto más noble, sacrificó su vida por su hogar. Desde siempre lo he tenido en alta estima, y ahora...aún más"
"La Montaña Huaguo ha decidido nombrar este mismo día en el Día del Rey Mono, para conmemorar a su líder que los gobernó durante milenios, y la gran lucha que dio por todos ellos"
"Toda la isla llora la pérdida de su héroe. Esa noche las velas se encienden ante la estatua que construyeron para él, y la luz es tan intensa, que desde los aviones se puede ver un peculiar patrón"
"Muchos se alegran de su muerte, pero la mayoría se entristece. Al fin y al cabo...nunca dejó de ser amado por los suyos"
"Tenemos ante nosotros un héroe histórico! Nos encargaremos de mantenerlo siempre en alto"
...La lluvia caía del cielo nocturno directo a la ciudad, mojando todo aquello carente de refugio, incluido a Wukong, quien a pesar de tener dinero de sobra para comprarse un paraguas, nunca lo consideró oportuno. El agua empapaba sus ropas y le calaba los huesos, pero prefería sentir eso al incesante dolor de su cuerpo, ya que desde "esa" pelea, sus músculos se fueron agrietando, y el ardor de su cicatriz nunca se fue. Apoyado sobre la pared de un edificio, oculto entre la oscuridad del callejón como un polizón dentro de su mismo hogar, no dejaba de observar las pantallas de televisión masivas que yacían a decenas de metros de él y todas proyectaban lo mismo: un tráiler de la próxima película de una productora extranjera, un filme sobre las aventuras del Rey Mono, mas en específico, todos sus conflictos con la Corte Celestial desde ser el cuidador de caballos hasta el haber sido cocido vivo por Laozi.
Se llevó el cigarrillo de los dedos a los labios y dio una profunda inhalada, como si no terminara de creérselo. Veía esa película, esa versión tan idealizada de su persona como un completo extraño, un crítico que autosabotearía su propio trabajo sin dudarlo. Siglos habían pasado desde entonces en el que se vio obligado a fingir su propia muerte para que el mundo entero dejase a su hogar en paz, y vivir como un fantasma...cada día lo agotaba más. Podían transcurrir días sin que pudiera ser capaz de levantarse de la cama, ya que no encontraba la motivación de hacerlo. De poner los pies en el suelo. Y cuando lograba salir al exterior solo para comprar nuevas botellas o cajas de cigarros, le enfermaba verse a sí mismo en cada minúscula cosa.
- Mamá, puedes comprarme este peluche? Por favor! Todos en la escuela tienen al Gran Sabio y yo también quiero, se ve genial!
Wukong observó luego el lote de peluches y figuras, y tomó uno en su mano. Era pequeño, con una armadura bastante simplificada de color dorado, la capa y las plumas en su sombrero. Notó a aquel pequeño muy contento de haberle sido regalado ese peluche, abrazándolo fuerte con cariño y tocando su cabeza. Volvió la cabeza al muñeco, con el ceño fruncido y un vuelco en el corazón.
"El Gran Sabio...era más feo". Y lo apretó fuerte en su mano antes de dejarlo de nuevo en el estante antes de darse la vuelta y retirarse del almacén, sin darse cuenta que el peluche había caído al suelo.
- Las ventas de la colección del "Viaje al Oeste" cada día suben por los cielos, realmente el Rey Mono es muy popular...tal vez podríamos considerar publicar una nueva edición pronto.
"...De verdad dije eso?" se preguntó Wukong al ojear uno de los libros y ver uno de sus diálogos en el capítulo donde se desató la primera batalla del Cielo contra él, después de haber abandonado su puesto como cuidador de caballos. "...Yo no hice eso" "Se saltaron una parte" "No era tan genial en ese entonces". Dejó todas las versiones de la misma historia sin terminar, arrinconadas en una esquina de su apartamento.
- No te creas, yo mismo lo vi pelear cuando aún seguía vivo. No ves que borró los nombres de toda nuestra especie en el libro? De por sí tenemos una eternidad de vida! ...Era increíble, ver una leyenda con tus propios ojos, nada jamás se le comparará al esplendor que dio en sus días.
- Y por aquí tenemos la armadura de oro del Gran Sabio, acompañada por su inseparable amigo, el legendario bastón del Jingubang. Esta barra de hierro pesaba ocho toneladas en total, y Sun Wukong era el único que podía cargarla en sus manos como si se tratara de una rama!
El mono vio desde la lejanía del museo aquella vitrina donde mantenían en perfecto estado dos de sus posesiones más preciadas, antaño legendarias, ahora una reminiscencia quieta que apenas reflejaban lo que solían ser. Lo último que pensó antes de irse con un dolor en el pecho fue que al menos era mejor que fueran exhibidas y admiradas en vez de estar en manos de alguien que no las merecía.
Por eso mismo al ver aquel tráiler en la televisión esa noche, se sintió encogido por su propia imagen de antaño. A pesar de que su deseo de ser recordado se le había cumplido, más pronto que tarde ser convirtió en un martirio, un recordatorio eterno de que ya no volvería a ser como antes, el héroe y guerrero que todos conocían e idolatraban; volviéndose así una sombra de su propio pasado sin posibilidad de escapar. Y desde que desapareció, dejó de considerarse digno de tantas menciones honoríficas. Con su mera existencia llevó a la ruina a incontables vidas, el país donde reinaba la paz fue desolado gracias a sus malas decisiones por querer hacer lo correcto. Por querer seguir siendo egoísta y salirse con la suya, su hogar y aquellos a quienes amaba pagaron el precio. Era un castigo más justo que estar atrapado en una montaña, convertirse en una página olvidada del presente, pagando con la soledad y la inmortalidad por sus pecados.
Aquellos que alguna vez conoció y fueron muy queridos para él nunca volvió a saber de ellos. Tampoco podía contactarlos, pues dejaría de ser un fantasma y...no quería traer más problemas. Si alguien lograra enterarse de que Sun Wukong seguía con vida, el rumor no tardaría en propagarse, y más que celebraciones o vítores, lo único que llegaría serían conflictos. Más de una vez se vio tentado a emprender una búsqueda por Erlang...pero debía cumplir con la condena que él mismo se impuso, y ya le había dado demasiados problemas. Por lo que, se obligó a apagar el celular incontables veces, no sin antes ver el historial de llamadas perdidas que le había dado al pelinegro en el pasado. A pesar de tener la "libertad" de poder hacer lo que quisiera, nunca la aprovechó, porque no se sentía igual, indigno de salir a la luz como alguien normal, por lo que siempre permaneció en las sombras, olvidándose de su propia identidad y de su nombre...puesto que dejó de referirse a sí como Sun Wukong.
Tampoco podía creerse ni tragarse el hecho de que cada vez más personas le rezaban a su imagen por prosperidad, fuerza y protección. Aunque era cierto que no dejaba de ser el Buddha Luchador Victorioso, ni siquiera se atrevió a dar un paso adentro de su propio templo, construido por su gente que le rendían tributo todos los días. Los monos que subían por la montaña hasta llegar hasta allá, ofrecer comida e incienso a una enorme estatua del Buddha, sentado a horcajadas sobre un loto de piedra, el Jingubang reposando en su regazo y la kasaya de cuadros aunque tallada en roca, resplandecía mística y suavemente. Wukong vio al pie de una columna a las personas arrodillándose y tocando el suelo con la frente, rezando por él y el bienestar de su alma difunta...ese hilo que lo conectaba con el Buddha Luchador Victorioso se rompió por completo, desconectado de lo que era y debía ser, ahora siendo no más que una imagen reducida a alguien patético, sin llegar a la altura de sus otras caras.
En medio de la lluvia, Wukong se desconectó también del hilo del Gran Sabio Igual al Cielo, y restregó el cigarrillo sobre el edificio para apagarlo. En su propio templo, Wukong partió en su mano los palillos de incienso que iba a ofrecer, y los dejó caer al suelo. Ya sea en el día o en la noche, se dio media vuelta para darle la espalda a figuras que no dejaban de verlo, quemándole la nuca por haber caído tan bajo...y fracasado.
- Sé que las drogas comunes no te afectan...pero no te preocupes, tengo algo mucho más fuerte para tí, si lo que quieres es desconectarte de este mundo. -le dijo Can Xu, el perro del zodiaco que en días pasados había sido un gran aliado para causas justas, ahora era un aliado...para una causa más egoísta. El perro le enseñó al mono toda la mercancía que tenía con una risita: bolsitas llenas de "harina", jeringas llenas de sustancias, potes de pastillas, píldoras mucho más grandes, hierbas y bolsitas con un polvo especial que solo podían consumirse vía ultra venosa. - Pero he de decir que nada de esto será gratis, incluso para alguien como tú.
Wukong lo escrutó en silencio, sin que la luz del techo lograra iluminar su rostro gracias a la capucha, y se limitó a sacar un grueso sobre de su oreja para así lanzársela al dios. Can Xu lo atrapó y se puso a contar cada billete, mostrándose más sorprendido con cada segundo. Al terminar de tener todo su dinero zanjado, lo guardó en su bolso muy satisfecho, y procedió a juntar todo lo que el mono le había pedido.
- Qué te pasó, "Tian Ming"? Tan difícil se volvió ser un fantasma para tí?
El mono tardó en responder unos segundos, sabiendo que no podía ocultar su identidad ante él, pero confiaba en que el perro mantendría el secreto. Dejó caer los hombros, y soltó un profundo suspiro.
- ...Solo estoy cansado.
Wukong entró a su apartamento con pasos pesados. La estancia con apenas tres espacios estaba hecho un completo desastre, el bombillo del techo roto, la despensa tan vacía que solo sobrevivían cajas con aperitivos expirados, el desorden y la suciedad se acumulaban por montón en cada esquina, ni siquiera poseía una cama, sino un viejo colchón con sábanas desgastadas. Polvo, cigarros terminados, jeringas y potes vacíos se desparramaban en el suelo. Dada su condenada condición como inmortal, no le hacía falta sufrir de una felicidad que no podía sentir en una mansión. Despojado de todo de lo que solía estar orgulloso, deja caer todas sus nuevas compras en la mesa. Vació toda la calabaza en miniatura que contenía las píldoras, y sin vacilar un segundo, las partió en su mano y se las llevó trituradas a la boca.
No pasaron un par de segundos para que el efecto de todas las píldoras celestiales estallaran en su cuerpo, y Wukong sintió su propio ser tan ligero que se sentía capaz de volar...volar como aquellos años. Cerró los ojos y con una creciente y placentera sonrisa en su rostro, se dejó llevar por la el vuelo. Sus pies dejaron de sentir el suelo, sus vaqueros y sudadera se volvieron más ligeros y pesados al unísono cuando se transformaron en su armadura suozi de oro, y los tablones de madera se volvieron tan esponjosos como su querida Nimbus. Ligera al tacto y siendo su mejor montura, Wukong no dudó en ponerla en marcha y empezar a surcar los cielos sobre ella.
No tardó en alcanzar tal velocidad que provocó el estallido de un sónico a su paso, pero él no podía sentirse más eufórico, alzando un brazo al aire y aullando de alegría al cielo. El viento pegaba con fuerza su rostro y sacudía su pelaje; atravesaba las nubes como un meteorito y surfeaba sobre la superficie del mar, para luego zigzaguear entre las montañas. Había olvidado lo increíble que se sentía volar de esa manera, sentirse tan rápido y sobre todo...libre. Libre de poder disfrutar el mundo sin ninguna consecuencia, sin ataduras, siendo rey de sus propias normas, no podía quitarse la dicha de la cara. Entre el mar de nubes, su mano dejó una marca al atravesarlas de forma recta, y tras coger más velocidad, Wukong tomó impulso para dar un potente salto, dejando agujeros en las nubes hasta que llegó a lo más alto que pudo estar. Sacó su Jingubang de la oreja e hizo un barrido con ella para despejar el cielo entero de cualquier nube que pudiera ocultar el sol. Los continentes se postraban ante su vista, y su isla...tan viva como nunca, se imponía como una reina. Su corazón corría cual galope veloz de caballo, y jadeaba con energía, podía sentir la sangre fluir su cuerpo y el aire llenar sus pulmones. Sin duda...había echado tanto de menos este tipo de éxtasis.
Wukong cerró los ojos y empezó a dejarse caer, gritando y estallando a carcajadas llenas de euforia y placer, disfrutando de su más grande gozo: la libertad. Sabiendo que su nube bajaría a toda velocidad hacia él, siguió volando al vacío hasta que la notó llegar justo debajo de su espalda para atraparlo, pero en vez de sentir su esponjosa suavidad, en cambio recibió un brusco choque en su columna al haber caído de espaldas contra el suelo de su apartamento.
- U-ugh... -soltó un gruñido muy adolorido con toda su espalda y cabeza palpitándole de dolor, y a duras penas logró darse la vuelta para apoyarse sobre sus brazos y piernas, y reparar que había vuelto a la realidad...la peor realidad. Un escalofrío lo hizo estremecer al tener los efectos de la píldora aún latentes dentro de él, y cada vez tenía menos fuerza sobre su cuerpo, pero entre quejidos y esfuerzo, logró levantarse, sobándose detrás de la cabeza. Lo primero que vio fue la mesa donde aún tenía todo lo demás, y tanto su mente como su cuerpo reaccionaron al tiempo. Sin pensarlo dos veces, el mono se abalanzó sobre el primer brebaje que tocó su mano, y al destaparlo, se lo tomó de un solo trago, el cual le quemó la garganta, pero más pronto que tarde, empezó a trabajar en su mente...
"Este vino está delicioso. Tráiganme más!" Ordenó un Rey Mono soltando una carcajada muy satisfecho y contento, sentado en su trono de piedra y con todos sus súbditos monos alrededor de un espléndido banquete. Si alguno de los platos y tazones de piedra se quedaban sin comida, inmediatamente se llenaban con más. Abundantes de todo tipo de fruta, todos comían con ganas y no dejaban más que las cáscaras y migajas. Se servían el vino y las calabazas llenas de licor paseaban por todas las mesas sin cesar hasta que se agotaban y se rellenaban. La música y ánimo deslumbraba la Cueva de la Cortina de Agua, pero Sun Wukong se hallaba más feliz que nunca.
Tras limpiarse la boca con el dorso de la mano, miró a todos sus pequeños celebrando junto a él. "Celebremos hasta no dar más, mis pequeños! Puesto que el Rey Yama ya no tiene poder alguno sobre nosotros, nuestros nombres ya no figuran en ese hediondo libro, somos libres de las ataduras de la muerte!"
"Mi Rey, un brindis por eso!" propuso un mono alzando su copa llena de vino de coco.
"Sí, brindemos! Por nuestro Rey!" gritó otro.
"Vida eterna al Hermoso Rey de los Monos! Vida eterna a nuestro Rey!" vitorearon los monos sin poder ser controlados. Wukong solo respondió con una risotada y alzó también su vaso para inaugurar el brindis por su segunda capa de inmortalidad. Se relamió los labios dichoso y tomó de toda su bebida hasta que hilos del vino bajaran por las comisuras de su boca hasta gotear por su mentón. El Rey Mono apretó los dientes en una energética sonrisa, pero en vez de suspirar satisfecho, lo que le provocaron fueron arcadas, cada vez más fuertes hasta que no poder soportarlo más, y sintiéndolo como un puñetazo en el estómago, Wukong despertó segundos antes de vomitar todo lo que yacía en su panza directo al retrete del baño.
La oscuridad de su apartamento lo cegaba y contrastaba fuertemente cada vez que despertaba. Jadeos temblorosos salían de su boca al tiempo que un hilo de sangre bajaba por su labio, sintiendo el sabor metálico en su lengua combinado con la acidez de su garganta. Sus manos no paraban de tiritar sin control, y podía asegurar que ya ni siquiera podía sentir sus piernas que lo mantenían de rodillas. Lágrimas tanto conscientes como inconscientes caían de sus mejillas, ya que cada vez que volvía en sí, el dolor en su cuerpo y la cicatriz se volvían más punzantes e insoportables. Era como si su sistema repudiara cada cosa que entraba en él, pero al tiempo...lo deseara con todas sus fuerzas. Esta era la única forma de poder escapar y sentirse bien, por más nefastas que fueran después las consecuencias. Para alguien olvidado como él...solo podía sobrellevar la inmortalidad tratando de destruirse.
Al soltar la cisterna a duras penas, se limpió con la manga sus ojos llorosos y vio que se le había caído del bolsillo una de las jeringas que había comprado del Can Xu, y su mano sin parar de temblar, la agarró para así quitar el seguro de la aguja, descubrirse la vena del brazo contrario, y en esa zona ya de tanto abuso, ni le crecía un pelo. La piel morada y maltratada, parecería que no aguantara un aguijón más, pero eso no lo detuvo de inyectarla justo donde estaba su vena y apretar el gatillo para que lo soltara todo. Otro fuerte escalofrío lo hizo temblar de pies a cabeza, y soltó agitados quejidos, encogiéndose en su lugar mientras trataba de asimilarlo lo mejor que podía.
"Rey Mono?"
Lo siguiente que vio Wukong no fue la entrada al corto pasillo de su lamentable departamento, sino el inocente rostro de un joven mono que se atrevió a acercarse a él en medio de una amplia pradera en el valle de la montaña. Vio al pequeño ofrecerle un hermoso melocotón rosado, perfectamente maduro y más grande que sus manitas, y él lo aceptó dichoso. Le dedicó una sonrisa agradecida antes de darle un mordisco, dejando que el jugo de la fruta bajara por sus dedos.
"Hmm, está deliciosa! Elegiste muy bien, pequeñín. Siempre estaré abierto a recibir la mejor fruta, te lo agradezco."
...
"Hmm~ Este debe de ser el vino del banquete. Como ya me lo comí todo, tampoco puedo dejar una gota sin beber!" proclamó el Rey Mono después de haberse zampado toda la comida del Festival de los Melocotones dentro de la Corte Celestial. Abrió la primera botella del vino inmortal y se lo bebió todo como si se tratara de agua. Una brusca tos y una escupida lo volvieron a despertar en la oscuridad de su encierro, y Wukong, viendo tembloroso la botella de cerveza barata vacía en su mano, la estrelló con rabia contra la pared, reventando en pedazos.
Sus manos temblorosas buscaban con desespero algo entre las paredes, alguien a quien agarrarse, y una vez su mente volvía a divagar fuera de este plano, su cuerpo fue atrapado por aquel semidiós del tercer ojo, y sus miradas se profundizaban como si fueran su mundo entero. Sus manos se entrelazaron y el viento ondulaba sus ropajes ante la luz de la luna.
"No confíes más en nada de lo que te digan allá arriba en la Corte. No quiero que te ocurra nada. No quiero volver a perderte"
Esa voz tan suave acariciaba sus oídos y Wukong rozó su mejilla con la suya, moviendo la cola.
"Descuida, cuando todo esto acabe...volveré a vivir el resto de mi eternidad a tu lado, Yang Jian~" le aseguró Wukong con una sonrisa cargada de amor, y los dos se inclinaron en un cálido beso que los envolvió, al pie del Lago Esmeralda y dejando a la espera al Monje Tang, Bajie y Wujing para retomar el viaje. No quería separarse de él, y con las caricias y abrazos que le correspondía Erlang, podía decir que el contrario tampoco quería hacerlo. Deseaba retrasar lo inevitable y congelar el tiempo en un segundo eterno junto a él, pero a medida que continuaban, el cuerpo de Erlang se iba enfriando a las manos de Wukong.
Un vuelco en el corazón lo punzó, y Wukong se aferró a él, sintiendo cómo su piel y ropajes se humedecían, el tacto de Erlang lo mojaba, y a pesar de que el mono no iba a separarse por si él fuera, el pelinegro tiró la cabeza atrás unos centímetros para verlo a los ojos y besar su mejilla, susurrándole al oído.
"...No me dejes ir"
Apenas volvió a abrir los ojos, lo primero que sintió fue frío...mucho frío, y el agua inundando su respiración. De inmediato reaccionó y se sentó de un salto, saliendo a la superficie de la bañera llena de agua y grandes pedazos de hielo. No tenía idea cuándo la había llenado ni mucho menos metido hasta quedar inconsciente, pero las luces coloridas que se filtraban por la ventana, los signos vitales de una ciudad que su vivir era la noche, lo dejaron atontado.
Tan frío y doloroso era el recuerdo de Erlang y el no poder dejarlo ir por más que se obligara...deseaba salir a buscarlo, ver su cara otra vez, perderse en sus ojos y ceder a sus manos...pero no podía hacerlo. Erlang había desaparecido de su radar y seguro que querría seguir así. Se forzó a sí mismo a distanciarse de su amor, y solo podía ahora vivir con él en su memoria.
Aunque hubiera perdido la razón en muchas cosas, Wukong estaba seguro que el agua potable no era salada...
Incontables horas pasaban y se convertían en días, noches en vela, meses sin descansar y así transcurrieron décadas y siglos desde que comenzó con esa vía de escape que lo transportaba a lo más profundo de sus recuerdos más preciados pero que al mismo tiempo, lo envenenaba hasta dejarlo inútil por soles enteros. Para su percepción, el tiempo se congeló en un ciclo infinito de ser azotado por su imagen del pasado, la pérdida de fe en sí mismo, su nombre, y el placer efímero de unas píldoras y drogas que lo abrazaban, clavándole puñales en el cuerpo. Las risas de sus memorias se traducían a gritos y llantos del presente...
"Estas son las Sagradas Escrituras?" preguntó Wukong al final de su viaje junto a su maestro y compañeros, sosteniendo los pergaminos, y los abrió para leerlos con asombro y brillo en sus ojos. Pasó los dedos por los caracteres, justo para después apretar las hojas entre sus garras y desgarrarlas de los libros con furia. Las ediciones que había comprado de su aventura del Viaje al Oeste quedaron reducidas a trocitos ilegibles, rompiendo y rasgando cada página entre ira y dolor, con lágrimas corriendo por sus ojos, y lo que quedaba junto con las portadas rasguñadas y dobladas, salió despedido por la ventana, rompiéndola en mil pedazos hasta caer como basura sobre el asfalto de la calle.
La misma rutina una y otra vez, sin parar ni ningún cambio, como si lo tuviera en su poder. Solo le quedaba su marchito cuerpo, una mente destrozada y fracturada sin nada de lo qué sentirse orgulloso. No hacía más que caer y seguir cayendo en aquel espiral que lo engullía sin piedad y ahogaba el aire de sus pulmones, al tiempo que la fuerza en sus músculos y la razón en su cabeza. Perdiendo por completo la noción del tiempo, no podía decir qué hora o día era, ya que ambos tiempos se veían iguales a sus ojos. Vivir con su fracaso lo estaba matando, y con cada nueva droga que consumía sin consciencia, solo alimentaba más al pozo sin fondo de su alma.
Wukong creyó que mientras más consumía, mejor podría a callar esas voces, pero resultó ser todo lo contrario. Un fuerte gemido adolorido salió de su garganta reseca, y se sostuvo la cabeza con ambas manos, dando vueltas y caminando por todo el apartamento. Esas mismas manos qué lo querían hundir jamás lo habían abandonado, trataban de sostenerlo de los brazos y las piernas, desgarrando su ropa e hiriendo su piel, y peor aún, esos susurros que pasaron a ser murmullos, dichos y finalmente a gritos se arremolinaron como un torbellino caótico, envolviéndolo a él como el ojo de la tormenta. Wukong hacía un esfuerzo sobrehumano para detenerlo, pero solo hacía que su cabeza le doliera más, a tal punto de no poder aguantarlo más y soltar gritos y lágrimas sin cesar, quedándose sin aliento ni fuerzas. Cada paso que daba lo sentía como si estuviera cargando el triple del peso del Jingubang, y sentía su cuerpo más rígido y débil.
Trastabilló y se tambaleó por cada esquina de la sala, estrellándose contra las paredes y tirando cada mueble que encontraba, ya fuera una mesa, silla o un armario. Entre el escritorio cayó al suelo su celular con la pantalla rota, pero eso no lo detuvo de vibrar por el incontable número de notificaciones nuevas; mensajes de texto y llamadas perdidas que entraban al buzón, por parte de un número desconocido que no paraba de insistir, pero el ruido solo empeoraba su condición. Solo quería silencio, sin sentir ni oír nada...por querer llegar a un estado imposible, estaba perdiendo la cordura.
- Cállense...Cállense todos!! -gritó quedándose en medio del lugar, hiperventilando sin control y se apretaba tanto el cuero cabelludo que hilos de sangre bajaban por sus sienes, todo para detener en vano el temblor que lo sacudía. Sus piernas finalmente colapsaron, quedándose sin fuerza alguna, y se desplomó primero sobre sus rodillas para luego quedar encogido como un feto, abrazándose la cabeza pero el dolor que lo partía en pedazos, aplastaba sus huesos, desgarraba sus músculos y trituraba sus órganos no lo abandonaba. Podía incluso comparar la presión de su cabeza como si la Corona de la Disciplina nunca hubiera dejado de apretarlo y partir su cráneo.
Su agonía lo drenaba, desesperaba, y lo horrorizaba Entre sus gemidos figuraban sollozos que evolucionaron a llantos, y un miedo inconmensurable lo dominó por completo. Presa del pánico, imploraba con la poca ímpetu que tenía que todo se detuviera, hecho una bola y la cola enrollada entre sus piernas, sin dejar de removerse ni temblar. Su corazón estallaba en su pecho y palpitaba como tambores en sus sienes, pero de lo rápido que iba, en cualquier momento le podría dar un infarto ahí mismo, y nadie se daría cuenta, ni le importaría...
- Por favor...ayuda...
Entre el tornado de caos sin forma, una figura logró materializarse, y se sentó de cuclillas detrás de él, sin parar de mirar al cuerpo aterrado y patético que en un pasado solía ser la presencia más imponente. El Rey Mono, Gran Sabio Igual al Cielo, mantuvo apoyado su bastón en su hombro con una mano, mientras que la otra reposaba en su rodilla, lo miró con desaprobación, desdén y un profundo disgusto. Se inclinó hacia él para hablarle directamente al oído, y aunque el mono se los cubría con los brazos, pudo sentir su voz como un corto-punzante en sus tímpanos.
Dejaste viva la memoria del Rey Mono, pero ahora te pudrirás en el olvido.
Wukong sintió unos pesados pies rodearlo lentamente y unos ojos más lo escrutaron, quemándole la nuca, y al final también se arrodilló, para esta vez agarrarlo con fuerza de su cabeza y obligarlo a mirar directamente a sus propios ojos, la mirada del discípulo de Tripitaka lo penetró con decepción y asco.
Todo ese viaje fue en vano al fin y al cabo, hm? ...No aprendiste nada. El maestro estaría tan decepcionado de tí.
Y una vez más, sintió una última presencia ahí con él, pero era grande...demasiado grande para resistirlo. Tiró de su cabeza para zafarse del agarre del discípulo y se la volvió a abrazar, sin poder evitar toser salpicaduras de sangre al sentir sus pulmones perforados, y un hilo rojizo fue bajando por su nariz de igual forma. Aquel ser omnipotente lo aplastaba con solo su presencia, pero cuando abrió los ojos para fijarlos en él, Wukong no soportó gritar desesperado.
El Buda Luchador Victorioso? No has hecho más que perder.
Las tres mejores versiones de sí mismo calcinaban su piel y nervios, y él no tenía el vigor suficiente ni de moverse de su puesto, soportando su ardor y dolor que cada vez más rápido apagaba su cuerpo...y así sucedió. Wukong cedió ante la presión, dejó de resistirse, y simplemente dejó de sentir. Cada músculo, cada fibra, cada pelo de su piel, dejó de sentirse a sí mismo y lo único que quedaba de él eran sus pensamientos, flotando por el aire y pronunciándose implorosos, con temblor...y miedo, mucho miedo. Su subconsciente se transformó en su único medio de pedir ayuda.
No tengo fe en mi mismo...Ni siquiera sé quién o qué soy.
Prefiero que me recuerden por cómo fui, no...por lo que soy ahora.
Dudé...ellos merecían vivir. Puedo sentir sus fantasmas arrastrándose por mi espalda...
Nadie busca a una leyenda muerta.
Tantos que conocí...ojalá nunca lo hubiera hecho.
Debería odiarlo, entonces porqué me duele tanto...?
No puedo pedir ayuda, el Gran Sabio...no puede pedir ayuda...
No le llegas ni a los talones.
Ojalá pudiera verlo...
Te traicionó. Lo odias.
No...yo lo amo.
Acaso mereces amar o ser amado?
Tengo mucho miedo...
Eres un cobarde.
Siempre anhelaste ser inmortal, pero ahora todos los días luchas por morir.
Aunque sea unos segundos...quiero desaparecer...
La inmortalidad...es el peor castigo.
Inmortalidad? Ja ja ja! con solo esa palabra, todos los seres y reinos se han destruido a ellos mismos!
Duele...me duele mucho...
Inmortalidad...eso no es para mí.
Un brusco choque le partió las costillas al estrellarse de lleno contra la única cómoda de su apartamento que había quedado intacta, y aquello fue suficiente para devolverlo al presente con un fuerte quejido rasposo que le hizo doler la garganta. No podía controlar los tics y espasmos que soltaba en cada centímetro de su cuerpo. Su alma había regresado a sus fibras, pero sintió como si todo se hubiera sacudido y le hubiera pasado un terremoto encima. Apenas lograba mantenerse de pie gracias a que se apoyaba en el mueble, su cabeza daba vueltas como loca, soltaba fuertes jadeos entrecortado y ahogados, con un ardiente dolor que lo incinerada por dentro. Su pelaje hecho un desastre, y sus mejillas mojadas de tantas lágrimas que había caído, sus ojos no se quedaban quietos de temblar, las pupilas con traídas del horror y shock que lo poseía. Wukong ignoraba el desorden de su apartamento; pulseras de mala rotas por doquier, los muebles partidos y telas desgarradas. Nada había quedado sin destruir a excepción de esa cómoda, la cual tenía un espejo roto, a punto de colapsar contra la pared. Una vez más, el silencio que reinó adentro fue interrumpido por el tono de llamada de su celular, vibrando furtivo en el suelo, otra vez ese número desconocido...pero Wukong ni siquiera lo estaba escuchando.
Cada vez que se presentaba ante un espejo o vidrio, su reflejo siempre aparecía borroso, su mente se quería borrar a sí mismo a propósito, no era capaz ni de verse a su cara ni los ojos...pero realmente le quedaba algo más que su persona destrozada? Cada centímetro que subía la cabeza sentía su cuello partirse, pero finalmente logró devolverle la mirada al espejo roto. Muy para su sorpresa, no vio su imagen demacrada, sino...a Erlang Shen. Alguien a quien amó y sigue amando con todo su ser, pero ese amor se transformó en un dolor venenoso al convencerse que no era merecedor ni de ser correspondido.
Wukong no podía leer nada más que shock y horror en la cara del semidiós, la misma que él tenía en su semblante. Era simplemente imposible, acaso se trataba de otra alucinación? Ya ni era capaz de discernir lo real de lo abstracto, y el tener a Erlang en el espejo era la prueba. O tal vez...eso era lo que su mente en el fondo pedía a gritos. Dejar de estar solo, dejar de lastimarse, sentirse acompañado y amado. Su corazón se volcó en su pecho con dolor y lágrimas bajaron de nuevo por sus mejillas, al tiempo que en las de Erlang también. Alzó una mano y tocó el espejo agrietado, y aunque sintió el frío y punzante vidrio con la palma, también notó la mano del pelinegro sobre la suya, como si de verdad Erlang también quisiera volver a verlo. La pena dominaba en su rostro y si realmente podía tocarlo...quería sentir su suave rostro una vez más.
A medida que fue moviendo la mano, los trozos del espejo caían a la cómoda, pero al pasar por el rostro de Erlang, lo que hizo fue manchar el vidrio de su propia sangre, ya que su palma yacía cortada. Wukong se vio la mano confundido y tembloroso, pero al regresar la vista al espejo, se congeló de horror al verse a sí mismo, ya no más como una sombra, sino tan nítido como al reflejo le era posible. Se vio su pelaje, su piel, su sudadera sucia y desgastada, sus ojos...carentes de cualquier brillo los cuales solo rezaban un profundo agotamiento, moribundos, pero temblaban aterrorizados al volver a verse a sí mismos, como eran en realidad.
Aquella punzada en su corazón se propagó cual enfermedad terminal por todo su cuerpo, sus manos convulsionaron y su mente estaba colapsando. No pudo soportar ver su propia imagen, cómo se pudo haber destruido así, rebajado a ser un fantasma olvidado cuando estaba en la cima, el culpable de tantas desgracias dentro del hogar que se supone que amaba, el daño irreparable que causó a los que quería, quien solo vio consuelo en las drogas que lo enfermaban, un adicto a las memorias y un odio indescriptible al presente eterno. Un mono que perdió su nombre. Ese horror rápidamente se transformó en una explosiva ira. Apretó los puños y los dientes, tensó sus músculos y su rostro se crispó en una furia irracional.
Usando la poca adrenalina que le quedaba, tomó el espejo con ambas manos, lo arrancó de un tirón de la cómoda y no dudó en lanzarlo a la pared con todas sus fuerzas, haciendo que estallara en trozos por todo el piso. Aquel esfuerzo por tratar de borrarse de su propia mente supuso ser el último, pues no mucho después, sintió su corazón subirle a la garganta al tiempo que sus extremidades perdían toda fuerza. La vista se le fue borrando y sin poder aguantar su peso, se desplomó entre los pedazos del espejo. Apenas su cuerpo tocó el suelo, su cara fue rasgada por el rasposo cemento de la calle, incapaz de moverse y quedando en el centro de un inmenso charco de agua, confundiéndose en la oscuridad de un solitario callejón, bajo un diluvio nocturno que lo presionaba y golpeaba con cada gota.
Las bocinas y motores de los autos, las sirenas de las ambulancias y policías hacían eco entre los rascacielos, las luces de cada poste, negocio y ventana teñían la fría noche, y a pesar de que le parecían distantes a Wukong, al mismo tiempo lo cegaban. Así que aquí había ido a parar...a un colapso. Las píldoras yacían quebradas en el agua, los caudales se llevaban el polvo y el charco se manchaba de rojo por los densos hilos de sangre que bajaban sin parar del brazo abierto del mono, justo donde al lado había una jeringa considerablemente más grande que el común, completamente vacía y agrietada. No tenía fuerza alguna de moverse, le costaba respirar y temblaba sin ser consciente de ello. Tenía frío, mucho frío...pero cada segundo que pasaba, iba perdiendo el sentido de sus extremidades hasta quedar despierta su consciencia. Había alcanzado el punto más cercano que podría estar de una auténtica muerte. Se arrepentía de tantas cosas...pero tampoco se arrepentía de haberlo hecho. Si una sobredosis era lo único capaz de hacerlo dormir, que así sea...
No...había algo que no lo dejaba irse. En un extremo de los colores oscuros que lo engullían, Wukong ya no veía sino sentía un color que se iba acercando a él, y teñía todo a su alrededor, cual luz al final del túnel, pero esta vez se trataba de un color contradictorio al suyo; un azul...tan intenso que no había visto en mucho tiempo, ni mucho menos sentido tan cerca de él. Una figura marcaba el inicio y el final de ese tono de azul, y aunque yacía empapado por la lluvia, con la ropa pegada al cuerpo, Wukong con solo sus sentidos pudo discernirlo. Un semidiós...el único ser vivo que Sun Wukong llegó a amar. Lo sintió dar un paso, y el callejón dejó de verse tan oscuro. Cuantos más pasos daba, los azules aumentaban de luminosidad, hasta que un puro y suave tono de blanco contrastaba directamente con el negro en el que se había convertido. Wukong era incapaz de verlo, pero lo podía sentir justo a pasos de él, el blanco lo cegaba y le iluminaba el rostro...enfocado directo a sus ojos como una fuente de luz.
Había sido encontrado, y por primera vez, sus pupilas se contrajeron ante las linternas.
***
Lo primero que sintió al regresar a este mundo fue un frío que le calaba los huesos, y fuertes jadeos con vaho salieron de su boca al tener de repente demasiada energía en todo su cuerpo que le hacía temblar e hiperventilar. Las linternas se apartaron de su rostro y rápidamente sintió unas manos sostener su espalda y ayudarlo a sentarse, mientras que una palma agarró con suavidad su puño apretado.
- Oh mierda, has vuelto y no te atrevas a irte otra vez!
- Vamos, respira, respira...sigue mi voz, si? Tranquilo, respira...todo está bien...respira...
Wukong sintió esa gentil palma sobar lentamente su espalda y no soltó su otra mano, y fue su ancla para lentamente regresar. Sus palabras dichas muy despacio...intentó seguir su ritmo de a pocos, inhalando por la nariz y exhalando por la boca, y sin saberlo, había correspondido el agarre. Los segundos pasaban como minutos, pero fueron necesarios para desacelerar su corazón hasta no escucharlo más en sus oídos ni sentirlo golpear su pecho. Su frío aliento también se ralentizó, y tomó un profundo respiro final para volver a sentir su adolorido cuerpo bajo la lluvia. Pero, esta vez...acompañado de alguien más.
Abrió los ojos despacio a medida que su vista volvía a aclararse, y la primera imagen que lo recibió fue el agitado rostro de aquel hombre por el que había sufrido demasiado por amor. No pudo contener su silencioso shock, los ojos cada vez más cristalizados, pero los desvió hacia el otro que lo había ayudado. Aún con la memoria fragmentada, podría reconocer esa peluda y baja figura en cualquier sitio. No podía creer que tanto Erlang Shen como Zhu Bajie lo estaban asistiendo, y fueron los únicos en salvarlo de un final desconocido. Ni siquiera había formulado una respuesta en su mente cuando el cerdo soltó un tembloroso suspiro, empujando bruscamente su hombro.
- M-mono estúpido! Casi me das un doble infarto hoy! Te encontramos y lo primero que haces es casi morir en serio. Sobre mi cadáver iba a dejarte ir, me escuchas?! E-eres un imbécil, mono! -escupió Bajie sin poder evitar regañarlo con la voz quebrada, pero una mirada de parte de Erlang lo hizo detenerse.
- Bajie...ya basta. - Esas duras palabras fueron suficiente para hacer callar al cerdo, y se volvió suavizando su rostro hacia el mono, muy preocupado pero aliviado de verlo otra vez. - Wukong...te encuentras bien?
Wukong...conque ese era su nombre. Tantos años viviendo como Tian Ming, se había olvidado incluso de su nombre real, Sun Wukong. Un despertar del vacío. Bajó la cabeza, tratando de responder, y al final se optó por negar lentamente. El dolor por todo su cuerpo despertó junto a él, y no tardó en fruncir el ceño lleno de pena.
- ...Por qué?
Tanto Erlang como Bajie lo miraron atónitos, sin poder creer que el mono les estaba preguntando aquello. El cerdo refunfuñó sacudiendo la cabeza.
- Cómo que preguntas que por qué?! Nunca nos creímos que realmente te habían dado muerte, debías de estar vivo en alguna parte! En serio creías que estarías escondido toda tu vida?! Un estúpido es lo que eres, Wukong!
- Bajie, por favor. -le pidió de nuevo Erlang que se mantuviera callado, y el cerdo gruñó levantándose para empezar a caminar de un lado a otro en la salida del callejón para resguardarlo, mientras él se encargaba de las palabras. - ...No podía dejarte ir, Wukong. No podía... - Erlang cerró con fuerza los ojos para reunir las palabras necesarias, apretando el puño libre. Sus hombros temblaban, conteniéndose las ganas que tenía de lanzarse a abrazarlo, pero sabía que no era el momento. - Apenas vi que te declararon muerto, que desapareciste...no pude creérmelo. No ha pasado un solo día en el que no te estuviera buscando desde entonces.
- ...No debiste hacerlo.
- Disculpa...?
- No debiste hacerlo, Erlang. - Wukong alzó la mirada para encontrarse con él, y se soltó del agarre de sus manos para abrazarse a sí mismo, ya que no paraba de temblar de frío. - No merecí que me salvaras, desperdiciaste tu fuerza en alguien que no lo vale más...
- Qué te hace pensar eso? -preguntó Erlang sin poder evitar alzar un poco la voz de lo incrédulo que estaba. - Ni con tus siete capas de inmortalidad habrías podido sobrevivir a esto..! - Le levantó la jeringa que el mismo mono se había inyectado.
- Eso es lo peor, Erlang, claro que puedo! -espetó Wukong. - No lo ves? Nada puede matarme, nada! No sabes cuánto tiempo llevo intentándolo, siendo un puto fantasma dentro de mi propio hogar, mi pasado siendo idolatrado mientras que el aquí y ahora estoy obligado a deambular, sin rumbo, sin ayuda...ni mucho menos contigo. - Antes de que Erlang pudiera decir algo, Wukong se encogió sobre sí mismo, enrollando la cola y sin poder contener su voz quebrada. - ...No paré de cometer errores, todos los pagaron menos yo. Linajes enteros, muertos. De la Hermandad de los Siete? Solo el Rey Toro queda vivo, todo porque...me declaró la guerra para poder sobrevivir. Los niños, Erlang...no quedó ni uno ese día. Puedo sentir todos los días sus pesos sobre mi espalda. La gente ahora le reza a un Buddha que llevó a la ruina su propia nación. Y todo para qué...? - Lágrimas caían directamente sobre el charco, tratando de tragarse sus sollozos. - Lo mejor que puedo hacer por ellos es morir. Por Bajie...y por tí. Yo te llevé a eso, los arrastré a todos por querer seguir en pie...
Erlang se quedaba en total silencio mientras lo escuchaba cada vez más quebrado, y más que cualquier enojo, sentía una impotencia que no sentía en milenios. Wukong se pasó las garras entre el pelaje de su cabeza, sollozando.
- Tengo frío, mucho frío, Erlang...ni siquiera Sun Wukong cabe en este cuerpo maltrecho. Todos los días me duele tanto el cuerpo, tanto...estoy cansado, muy cansado. Pero no puedo hacer nada, no puedo pedirles ayuda... -se llevó las manos a la boca, con la espalda temblando. - El Gran Sabio jamás podría pedir ayuda...ni el rey, ni el Buddha...pero dejé de ser ellos. Ya no-ya no sé ni lo que soy... -hubo una pausa entre los dos con solo sus sollozos y jadeos ahogados en medio de la lluvia. - ...No debí nunca ser un inmortal. Me quema, me quema tanto...Todo es por mi culpa. Si no hubiera despertado de esa roca, todas sus vidas habrían sido mejores! L-lo siento, lo siento, lo siento mucho...
Aún en ese estado, Wukong hacía lo imposible por no estallar en llanto, tratar de tragárselo, pero su corazón no podía aguantar más la carga que había estado llevando por siglos, y Erlang solo lo empeoraba. El pelinegro lo miraba horrorizado, pero más que seguir debatiéndole, lo siguiente que hizo fue inclinarse a él y envolverlo en un fuerte abrazo, aferrándose a su gélido cuerpo, y soltando silenciosas lágrimas que dejaron en shock al mono castaño.
- ...No lo vi en ese entonces, pero yo...también cargo con la culpa. La culpa...de haberte empujado a esto. -empezó Erlang tratando lo posible también por no quebrarse. - Tenías razón, desde el principio, yo...siempre tuve opción. Siempre creí que mis hilos empujados por la Corte eran grandes, pero...los pude haber cortado mucho antes. Tuve la opción de estar junto a tí, y...no lo estuve. Te traicioné y no ha pasado un segundo en el que no me arrepiente de eso. Perdóname, Wukong...en verdad lo siento... - En esas últimas palabras no las pudo decir sin quebrarse, y su espalda tembló por los sollozos que soltaba.
Los dos se quedaron congelados en medio de la incesante lluvia, y ambos podían saborear el salado de sus lágrimas. Wukong estaba en shock, le costaba digerir cada palabra que oía de Erlang, más que nada por el hecho de que después de tantos siglos...por fin estaba oyendo su voz de verdad.
- ...Ya no estarás solo, nunca más, si? Yo...renuncié ese mismo día que te hice esto. No podía con la culpa. Soy un fantasma, como tú. - Erlang entreabrió los ojos para verlo de reojo y notar cómo no se movía aún, pero eso no le impidió abrazarlo con más fuerza, rodeando toda su espalda con los brazos. - Wukong...yo te amo...me has hecho...el hombre más feliz del universo. No podía dejarte ir, no podía... - Erlang en ese momento pudo sentir cómo lentamente los brazos de Wukong se movieron para corresponderle el abrazo, aunque no tan fuerte como él, podía sentir sus manos sobre su espalda y cintura. - No me importa si eres el Gran Sabio, o el Buddha Luchador Victorioso...eres tú, y nadie más... -hizo una pausa para alzar su cabeza y hablarle directamente al oído. - Incluso un rey puede llorar...
Con esa sola frase, todos los muros que aquel mono había construido con el paso de los años se desplomaron por completo, quedando tan vulnerable como el día que nació a partir de esa piedra...su corazón quedó al descubierto, palpitante y débil, pero cargado de sentimientos que no podía aguantar más. Fue entonces que abrazó con más fuerza al semidiós, y tras unos sollozos que lo hicieron temblar, Wukong estalló en llanto. Su voz desahogada en gritos resonó más fuerte que el golpeteo de la lluvia sobre la calle. Tantos siglos convertidos en milenios conteniendo aquel llanto, pero era incapaz de sobrellevarlo un segundo más. No podía ocultarlo, desde siempre quiso pedir ayuda, quería ser encontrado, salvado, escuchado y cuidado con el amor que había olvidado. Siempre quiso volver a estar con él, y su deseo más profundo se había cumplido, que lo convirtió en una razón más para llorar. Lloró por todo aquellos que murieron en su causa, por los que lo apoyaron incondicionalmente, por los que perdió a lo largo de su vida, lloró por su hogar, donde nació, murió y vivió. Lloró por su vida, dividida en facetas de grandeza cada vez mejores hasta la más baja posible, un simple fantasma que imploraba consuelo. Lloró por aquellos que aún lo extrañaban y querían, por el cerdo, y por el hombre con quien pasar el resto de su vida, sin más ataduras, ya sea si estuvieran caminando como espíritus...cada lágrima caída y cada sollozo suelto hacían que su cuerpo se sintiera más ligero...
No importaba los deslices por los que pasaron, si pelearon entre ellos, si se amaron con locura, eran dos almas unidas por el destino, su vínculo iba mucho más allá que las vivencias terrenales, pues ataron alrededor de ellos un hilo inquebrantable de devoción, mucho más profundo que el simple hecho de amarse. Erlang dejó que Wukong se desahogara todo lo que necesitaba, mientras él también dejaba salir su propio llanto en silencio, pero no podía estar más feliz de haberlo encontrado y salvado, y no se dispuso a soltarlo del abrazo, ninguno de los dos quería soltarse. Ya no era necesario congelar el tiempo, pues tenían todo el que podrían desear.
***
- Iré a visitarlos en la mañana. Te lo dejaré a cargo...sé que lo cuidarás mejor que yo.
- No tienes porqué preocuparte...él estará bien. -le aseguró Erlang al cerdo mientras lo dejaba conducir de vuelta al edificio donde él residía. Se encontraba en los asientos traseros, con el mono castaño acostando su cabeza en su regazo. Acariciaba su rostro con suavidad y delicadeza, y bajó la mirada para ver cómo estaba. Los dos empapados, pero Erlang le había dado su abrigo seco al contrario para que se arropara con él. Lo notaba con la mirada perdida en un punto vacío, sin verse totalmente feliz, pero tampoco tan afligido como antes.
Wukong dirigió su mirada de reojo hacia arriba para encontrarse con los ojos de Erlang, y éste le devolvió el gesto con una triste pero reconfortante y suave sonrisa, sin dejar de acariciarlo. En ese momento, Erlang supo que aún había demasiadas heridas profundas en el corazón del mono que tardarían bastante en recuperarse, pero...no sanaría solo. Notó la pupila de Wukong dilatarse levemente antes de apartar de nuevo la mirada y cerrar los ojos, y aquella fue la única respuesta de que había comprendido el mensaje.
Ya sea por la calefacción del auto o la presencia y las caricias que tanto había extrañado de Erlang, o...por ambas cosas, el temblor de su cuerpo desapareció. Aunque todavía sentía frío por sus ropas y pelaje empapados, su dolor había cesado a tal punto de sentir un ligero malestar, pero soportable, como si tan solo fuera un resfriado y no una sobredosis que lo llevó al punto de la muerte. Aunque no se sentía nada listo para reaparecer...tal vez ni siquiera tenía que hacerlo. Tal vez...el ser un fantasma con una pareja era el nuevo camino que podía recorrer y que jamás creyó que podría. Ya ni sentía la cicatriz dibujada en su rostro...y después de tanto tiempo que había olvidado, de sus labios esbozó una muy leve sonrisa. Se sintió tan reconciliante que su cuerpo por sí solo se fue relajando.
...Y por primera vez desde hace milenios, Wukong pudo dormir...en paz.
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