La visita
Sea para un inmortal, un Sabio, una deidad celestial, Bodhisattva o un mismo Buddha, 500 años serían menos que un parpadeo dentro de su vida equivalente al Cielo y la Tierra, inconscientes del paso del tiempo, pues sus cuerpos imperecederos no obedecían a las leyes terrenales. Pero para Sun Wukong...medio siglo encerrado debajo de la Montaña de los Cinco Elementos pasaba tan lento y tortuoso, peor que esperar a un caracol que cruzara todo el continente del Oeste de un extremo a otro.
Cada segundo de su castigo se sentía como un ciclo de 5400 años, sin posibilidad alguna de mover más allá de la cabeza, ya que ese condenado sello de "Om mani padme hum" le impedía articular un centímetro de su cuerpo, era como si el peso de la realidad, de la existencia, estuviera aplastándolo; y de hecho era así, gracias al dharma del Venerable. Cada día sentía menos los huesos, y se notaba a sí mismo como solo una cabeza al aire, pero ello solo le hacía bajar sus humores hasta el suelo.
Indignante era estar en esa posición, rodeado de soldados resguardando la montaña, convirtiéndose en la burla de toda la Corte, y obligado a comer esferas de hierro y tomar cobre fundido, los cuales sabían horrible, provocándole arcadas de asco cada vez que tragaba. Tampoco tenía muchas opciones de qué hacer aparte de mirar el mismo paisaje una y otra vez...el mismo árbol, las mismas piedras, incluso al alzar la cabeza para ver el cielo, podía asegurar que divisaba la misma maldita nube, cubriendo el lado derecho del sol. El aburrimiento era sofocante, el peor tipo de pena, más allá de intentar darse muerte. El sol de los días le quemaba el rostro y la noche calaba sus pómulos hasta no sentir la nariz. El tiempo parecía estar congelado, sin avanzar ni retroceder, y el hecho de que la rutina de no poder hacer nada, comer lo mismo a la misma hora, y que ninguno de los guardias le siguiera conversación, a excepción de la única respuesta "Cállate, demonio", lo frustraba y más que hacerlo reflexionar sobre sus malas acciones, solo alimentó su creciente rencor y odio hacia la Corte Celestial.
Wukong apenas podía ya discernir en cuántos años habían pasado así, pero ni siquiera estaba seguro. Sentía su rostro sucio y con trozos de musgo sobre su pelaje, lo que le causaba irritación, y lo único que podía hacer era sacudirse con la mínima esperanza de quitárselo de encima. Pero el Gran Sabio encontró un problema aún más deprimente, y era el hecho de que nadie, desde que fue aprisionado en esa montaña, se había atrevido a darle una visita. Un saludo, una conversación, cómo el mundo ha avanzado...nada. Ni sus hermanos jurados, o algunos de sus pequeños, o amigos tanto de la Tierra como de la Corte.
"Hipócritas...malditos hipócritas!" pensó Wukong cada vez más enojado, apretando los dientes y arrugando el ceño, pero solo podía quejarse en silencio y guardarse el peso en la garganta. Pero aparte de recelo, no podía evitar entristecerse y sentirse muy deprimido que duraba varias semanas, las cuales no eran nada dentro de 500 años. No podía negar que Wukong se sentía muy a menudo demasiado solo...el contraste de cómo antaño era un rey muy sociable, lleno de súbditos, aliados, amistades y hermandades tan aparentemente cercanas; al ahora, un mono condenado por una apuesta que él considera que fue ganada a base de trampa, chocaba como un meteorito en su ser. Nunca terminó de acostumbrarse a la soledad, le quitaba el apetito, y fue más propenso a dejarse llevar por sus sentimientos.
Esas noches lo único que se oía alrededor de la montaña eran sus llantos y sollozos, totalmente desconsolado y sin poder limpiarse los ojos ni la nariz. Los soldados que lo vigilaban no se molestaban en intentar mandarlo a callar. Wukong había aprendido a ignorarlos y solo tenía en enfocarse en sí mismo. Abrumado por el peso de su castigo y del tiempo, su corazón se había llenado de pena, y le quedaba desahogarse con sus tan limitadas opciones, haciendo uso solo de su voz.
Aquel día en específico hacía un calor sofocante, ninguna nube se asomaba en el cielo y el sol caía de lleno sobre la tierra, quemando y dejando todo hirviendo a su paso. La Montaña de los Cinco Elementos no era una excepción, y aunque los guardias celestiales no se inmutaban por la temperatura, no se podía decir lo mismo de Wukong.
- 99 botellas de vino en la pared, 99 botellas de vino...me robo una, la comparto, y tengo 98 botellas de vino en la pared... -cantaba sin energía alguna en su voz, echando su frente en tierra una y otra vez. Su voz rasposa y seca hacía evidencia de la poca hidratación que le quedaba en la garganta, y se relamía los labios sin éxito alguno en tratar de sentirse refrescado. El sol le rostizaba el pelaje de la cabeza, y su rostro, sucio en tierra y musgo, yacía también perlado en sudor.
Wukong no dejó de cantar aún cuando oía unos pasos de botas sobre la tierra acercarse a él y la sombra de aquel extraño lo cubrió, y se permitió soltar un suspiro lleno de alivio al sentir algo de frío en la cabeza.
- Ahh...ah? Qué...? -fue alzando la mirada en cuanto notó al desconocido agacharse y ofrecerle algo, pero apenas sus labios chocaron con la esfera hecha de hierro, una descarga de ira se apoderó de él. Mostró los colmillos, sus ojos se enrojecieron y soltando un profundo gruñido, tomó la bola con los dientes y la escupió a metros de distancia hasta que simplemente desapareció de la vista. – Malnacido, ya me harté! Tráiganme algo bueno de comer, un tazón de vegetales, de jugosas frutas maduras, ya no más metal! -empezó a gritar Wukong sacudiendo la cabeza. – O me ofreces algo decente o te escupiré esa estúpida bola en la cara!! E-eh...?
Wukong se sintió paralizado del shock, abriendo los ojos como platos apenas logró divisar aquella figura con todo el detalle que le permitía su vista. Acaso se trataba de...Erlang Shen? El mismo con el que había peleado en su hogar natal hace siglos? Ese cabello negro, esa tez rígida mas suave, ojos oscuros intensos mas delicados, y esa expresión que llevaba en el rostro, le indicaba que quería de todo menos iniciar otro conflicto con él, en especial esa...sonrisa, que más que alegrarlo, lo hizo enojar mucho más. Wukong le lanzó una mirada despectiva y resopló en la seca tierra, frunciendo el ceño de nuevo.
- Tch...tú, "Tres Ojos". Qué es lo que quieres, viniste a burlarte de mí, no es cierto? Por qué me diste esa cosa?
Erlang no borró su leve sonrisa, en parte un poco risueña hacia él, y se apoyó sobre sus dos rodillas esta vez. Alrededor de ellos no se veía ningún guardia, estaban solos...el mono sospechó que el Maestro Inmortal había tenido algo que ver con eso.
- Debía asegurarme de que estuvieras...lo suficientemente despierto. Estoy al tanto de que detestas comer metal.
- Ah, perfecto, muchas gracias por tu atención! -respondió Wukong con sarcasmo. – Qué haces aquí? Si vienes a recalcarme tu..."victoria", déjame decirte que sin la ayuda de Laozi ni de tu perro ni hermanos lo habrías logrado, no tienes ningún mérito! Eres un tramposo, como Buddha, como el Emperador, como todos!
Erlang enarcó una ceja sin sentirse ofendido en lo más mínimo por lo que espetaba el Gran Sabio con todo su rencor contenido, y en cambio suspiró negando con la cabeza, mostrando una falsa pena.
- Qué tristeza que recibas de ese modo a la única visita que has tenido durante estos primeros 342 años...exactamente hoy te has duplicado en edad. Ignorando las advertencias de mis hermanos me atreví a venir hasta aquí para ver cómo estabas y recibo este trato de ti? Vergüenza te debería dar, Sun Wukong...Si no cambias tu modo de actuar, cómo esperas que el Cielo te perdone por tus pecados?
Wukong se quedó en un atónito silencio, sin despegar sus incrédulos ojos de los del semidiós, pero en vez de sentirse apenado con él, con cada segundo que pasaba, su mente se calentaba y entraba en total tensión. Su rostro se crispó en ira y podía asegurar de que lanzaba chispas de fuego por los ojos hacia el hombre que osaba a arrodillarse frente a él. Esa explosión de emociones hizo latir su corazón tan fuerte que incluso con la Montaña sobre él, pudo sentirlo tamborileando en su pecho.
- ...Esperas que te trate bien? Esperas que me disculpe ante tí o ante ellos?! Oh, eres un hijo de ####, una #### tan gorda que tuviste que partir dos montañas con tu hacha de #####, lame####, cara de #####, ###### ######### ##########, tan diestro en armas que ni pudiste darme ni una vez, maldito incompetente! Jefe de una hermandad de #######, y encima sobrino de ese Emperador de #####, eres un tramposo y mentiroso, no haces más que restregarme en la cara una victoria que ni fue tuya, tú no hiciste nada! Hasta mi #### haría más que tú, "Tres Ojos" de ######! Cómo presumes tu cara?! Tu tercer ojo de ##### parece una ######, ###### ########## ############
La expresión en la cara de Erlang no cambió ni un poco aun con tantos insultos y babosadas que salían de la boca de Wukong, gritando y escupiendo blasfemias no solo hacia él sino hacia su tío y otras figuras del Cielo que recordó el mono en ese momento y decidió insultarlos también sin control alguno, ignorando por completo su presencia sentada frente a él. Erlang no podía enojarse con Wukong porque sabía bien que el mono no decía absolutamente nada de eso en serio, y solo lo decía para descargar el profundo peso de su mente llena de odio hacia la Corte, y hacia todo lo que ocurrió desde la guerra. Por lo que, el pelinegro se quedó en silencio sin inmutarse todo el tiempo que Wukong duró gritando al cielo y desahogando toda su ira hacia ellos.
Lentamente, cuando su mente por fin quedó vacía, el Gran Sabio fue bajando la cabeza hasta acostar su mentón en el suelo, jadeando sediento, rasposo y agitado. No le importaba si su voz sufría deslices por sus gritos, no se arrepentía de nada, y necesitó un tiempo para recuperar el aliento. Pero todos esos largos segundos en los que descansó, reparó que la sombra de Erlang lo seguía cubriendo del sofocante sol, y volvió a alzar la cabeza hacia él, pero lo único que recibió fue una seria y dura mirada.
- ...Terminaste?
Wukong respondió con un tenso silencio, y soltó un leve gruñido para apartar la mirada en un resoplido. Erlang respiró hondo antes de continuar, sin quitarle la vista de encima.
- Normalmente habría matado a cualquiera que se atreviera a hablar con tanta blasfemia de mi madre, o de mi familia...pero tú estabas a punto de estallar si no hacía que lo dejaras salir todo. Aunque pronto vayas a salir de aquí, si sigues viviendo con rencores...este castigo no habrá servido para nada.
Erlang pudo notar cierto aire diferente en el mono castaño, quien había bajado la cabeza como si por fin se lo hubiera pensado dos veces. Al parecer ahora estaba medianamente dispuesto a escuchar, por lo que el pelinegro continuó.
- No creas que desde esa batalla aún tengo algo en contra de ti, Wukong. De hecho, las recompensas que el Emperador me dio...se las regalé a mis hermanos y las doné a las tierras bajas, no me quedé con nada porque como tú dices, también considero que no lo merezco. – Erlang tomó una pausa para acomodarse mejor en sus rodillas, aunque no había visto reacción en Wukong, no le dejaría de hablar. - ...Entiendo bien cómo te sientes. Aunque yo responda a su llamado, no significa que lo apoye. Yo no vivo en la Corte por una razón, y muchos me juzgarían por tan siquiera estar aquí contigo. Por muchas blasfemias que hayas hecho...como todos en este mundo, mereces ser acompañado aún en tu peor momento, así sea un tiempo.
Por primera vez, Wukong se atrevió a alzar la mirada en dirección al mayor, sin terminar de creer sus palabras del todo, aunque tenía al unísono que hablaba con la sinceridad más pura que podría haber oído. Lo notó teniendo la cabeza en dirección al cielo, y por un momento se preguntó cómo podía aguantar tanto calor con todas esas túnicas y la armadura negra puesta, la cual por su color absorbía toda la temperatura para volverla un metal hirviendo. De solo pensarlo, Wukong sintió un escalofrío en su espalda al recordar esos días en los que estuvo encerrado dentro del horno de fuego de Laozi. Tal vez tardó demasiado tiempo en esas malas memorias, pues oyó cómo Erlang se había inclinado hacia él, y al abrir los ojos, se sobresaltó al tener su mano muy cerca de su cabeza. Intentó apartarla como pudo, aún sintiéndose desconfiado.
- Qué crees que estás haciendo?
- Me permites? Por favor... -le pidió Erlang suavizando su voz, y Wukong tuvo la sensación de que le estaba pidiendo permiso para siquiera tocarlo. Sus ojos escrutaron los oscuros de él y no pudo evitar perderse en ellos sin llegar a ningún lado, por lo que lentamente dejó caer la cabeza sobre el mentón, dejando al mayor posar sus dedos sobre él.
Con su mero tacto de las yemas de sus dedos sobre las fibras de su pelaje, el Gran Sabio sintió una ola de electricidad despertar su cuerpo entero enterrado bajo la montaña, viéndose evidente en su incrédulo rostro y en el pelo erizado de su nuca. Desde su encarcelamiento, no había sentido tacto alguno sobre él, y menos de esta forma. No solo se trataba de una suave caricia, cual hoja de rocío que era sobada por el viento, sino de un gesto para limpiarlo y cuidar de él. Con el pulgar, Erlang esclareció sus mejillas de la tierra, quitó las hojas y musgo de su pelaje hasta dejarlo impecable; su piel se vio más clara y su pelo castaño menos alborotado, y Wukong no pudo evitar cerrar los ojos en el proceso, relajando sus músculos y sobre todo, la mente. Muy dentro de él había añorado un acto así la sensación de que alguien estaba al tanto de sí y le deseaba todo el bien, demostrándolo con acciones tan sencillas pero poderosas como una limpieza.
- Se siente mejor, no lo crees? – La pregunta de Erlang lo sacó de su estado de meditación, y volvió a abrir los ojos, sintiendo los párpados pesados por lo relajado que se había sentido segundos atrás. Aunque haya sido algo pequeño, fue suficiente para que Wukong se volviera a sentir un poco más ligero de la cara, sin tanta suciedad ni mugre encima, fue reconfortante, aunque tuviera el resto del cuerpo aplastado. El mono soltó un suspiro afirmativo antes de volverlo a ver.
- ...Por qué viniste aquí? -le preguntó de vuelta al semidiós.
Erlang fijó su mirada en los ojos del contrario, notando que habían perdido bastante de su vívido brillo de antaño.
- ...Porque me veo en ti. Desde esa pelea, no ha pasado un día en el que no te haya pensado.
Wukong no pudo ocultar su enorme sorpresa ante tal confesión, y aparte de abrir grande los ojos, un fuerte sonrojo en sus mejillas no se hizo esperar, coloreándolo de rojo hasta las mismas orejas. Se habría esperado esa respuesta de cualquier otra persona, pero de Erlang...jamás lo creyó posible.
- M-me siento halagado...
- Tómalo como quieras, pero quiero que jamás olvides que no te guardo rencor alguno por lo que pasó. Y sé que cuando salgas de esta montaña, tu vida dará un giro tan brusco...pero necesario. Esta no será la última vez que nos veamos, te lo puedo asegurar. Y yo...por donde sea que vayas, estoy dispuesto a ayudarte. Han pasado siglos y ciclos en los que me consideraban imbatible, pero descubrí por fin a alguien que está a mi altura. Tú eres mi igual, Wukong.
El mono sintió un fuerte vuelco en el corazón al escuchar esas palabras tan cerca de él, y ya estaba empezando a creer que era una movida extraña de su cuerpo el que estuviera viviendo esto. Tal vez un sueño? Era demasiado real...y él muy en el fondo, quería creer en sus palabras. Pero a pesar de sus verdaderos deseos, el shock de Wukong se disipó con una seca y rasposa risita burlona que cortó de inmediato el humor que ambos compartían a solo pies de distancia, y el mono sacudió la cabeza sin dejar de reír.
- Jeje...ja ja ja! Tú, mi igual? No me hagas reír, Erlang Shen! Si estuviéramos en un duelo justo, ten por seguro que te cansaría hasta que flaquees e inevitablemente me des la victoria que merezco. Por favor, no me compares contigo... - Wukong se interrumpió de golpe, de nuevo quedándose en un congelante shock esta vez sin precedentes al ver que el pelinegro tenía un melocotón en la mano.
Tener el mismo paisaje de la Montaña de los Cinco Elementos frente a él durante ya trescientos años lo había agobiado lo suficiente como para sentirse en medio de una aburrida pintura de pergamino, sin posibilidad de observar elementos que tanto resonaban en él, ya sea...una sola fruta, como un melocotón. Verla tan colorida y madura, no pudo evitar que una ráfaga de nostalgia lo azotara, hasta que su corazón de piedra se agrietó, y se ablandó hasta quedar tan flácido de memorias y sabores que solo existían en su mente, que se le hizo agua la boca de inmediato.
- A donde sea que vayas...siempre recuerda que tendrás un lugar al qué ir si quieres descansar o simplemente charlar conmigo. Te daré esta fruta, a cambio de que aceptes mi invitación.
- Solo...debo aceptar prometer a visitarte? -le preguntó Wukong luego de relamerse los labios al notarse muy evidente su rugiente hambre.
Erlang asintió suavemente. – Siempre que quieras...pronto sabrás a dónde ir. Míralo como mi forma sincera de ayudarte.
Luego dicho, el mono castaño le regresó el gesto repetidas veces, desesperado por sentir el sabor de algo más que metal en su boca.
- Si, sí! Lo prometo, Erlang! Ahora dame el melocotón, quiero recordar su sabor! – le imploró el Gran Sabio. El semidiós se acercó a él y le ofreció de frente la fruta, a la cual Wukong sin perder un segundo más le dio un buen mordisco, llevándose media carne a la boca. Masticarla y el que ese dulce sabor inundara todo su paladar lo consumió de pies a cabeza. Gemidos y gestos de placer surcaron por su rostro, aunque también se volvió a unir una profunda y abrumadora nostalgia, que lo hizo bajar la cabeza y soltar un par de lágrimas mientras comía. Aunque pasen infinitos ciclos, Wukong siempre reconocería el sabor del melocotón de la Montaña Huaguo. Su hogar, que extrañaba tanto...y no dudaba que el resto de sus pequeños también lo echaban mucho de menos.
Wukong se lamentó una vez más que estuviera encerrado ahí abajo, sintiéndose cada día más impotente no solo sobre los que reposaban su fe en él, sino también en sí mismo. Pero el comer lentamente de la fruta que Erlang le ofrecía, el Rey Mono cayó en la cuenta que...a pesar de creer que se encontraba solo contra el Cielo, alguien más estaba dispuesto a ofrecerle la mano, irónicamente aquel hombre que clavó su lanza en su cuerpo en medio de una cruenta batalla. La posición del pelinegro frente a él hablaba de todo menos de querer sentirse superior, tal vez...de sentirse igual a él. Al alzar la cabeza y encontrarse con la mirada del semidiós, se perdió una vez más en sus ojos...viéndose a sí mismo en el reflejo.
Por un momento, la sonrisa de Erlang se desvaneció ligeramente al notar la intensa mirada atónita de Wukong sobre él, pero no dijo nada al respecto por unos silenciosos segundos. Ahora en esa montaña, eran solo los dos, viéndose a sí mismos a través de los iris del otro, y por unos instantes, el tiempo se congeló entre ambos, y un latido resonó en sus corazones.
Erlang se vio forzado a ser el primero en despertar de esa burbuja, y parpadeó varias veces al tiempo que sacudía la cabeza, sin ser consciente del muy ligero rubor en sus mejillas. Bajó la mirada y reparó en la semilla de melocotón que había dejado Wukong al terminarse toda la fruta. La encerró en su puño con cuidado, y volvió a encarar al mono castaño.
- ...Espero que mantengas tu promesa, Wukong.
- Hm- aunque sea un destructor de palacios celestiales, soy un mono de palabra – respondió el Gran Sabio asintiendo tras relamerse los labios muy gustoso al terminar la fruta. - , y más por aquel único que...quiso visitarme.
El pelinegro encontró bastante reconfortante y adorable esa última respuesta, y le devolvió la sonrisa antes de levantarse, sacudiéndose la tierra de sus ropajes y armadura.
- Sé que podrás descifrar la pista.
- Hm...? Cuál pista? – le preguntó Wukong de regreso tras acostar la cabeza en el suelo, ya que por alguna extraña razón, después de haber comido el melocotón, un incomprensible sueño lo empezó a abrumar. Desaceleraba su voz y sus párpados le pesaban, pero igualmente habló lento y rasposo. Había cerrado los ojos por unos breves segundos en los que preguntó, pero al poco rato de abrirlos, Wukong se quedó sin palabras en cuanto la figura de Erlang desapareció de su vista con un parpadeo, los soldados habían regresado a sus posiciones iniciales, y...tres esferas de hierro yacían a centímetros de su cabeza para que las comiera.
Wukong no acababa de entender lo que realmente pasó, y giró la cabeza de un lado a otro, buscando al pelinegro con la mirada pero fue en vano. No había rastro alguno de él, acaso se había tratado de un mero sueño? Tan siquiera cuándo se había dormido? Ni él podía responder a sus propias preguntas...pero su boca aún conservaba el dulce sabor del melocotón.
Un fuerte viento azotó la montaña entera, y forzó al mono a cerrar los ojos fuertemente para evitar que le entrara tierra y arena. Entre las innumerables hojas de los árboles que salieron volando al aire, una destacable flor blanca se deslizó entre la ventisca para parar directamente sobre la nariz del Gran Sabio, justo cuando la brisa había amainado. Wukong abrió de nuevo los ojos al sentir algo molestando sobre su rostro, y se sorprendió al descubrir la pequeña y joven flor...una flor de ciruelo; de inmediato sintió un vuelco en el corazón, sus pupilas se dilataron y no se movió un centímetro para que la flor no se cayera de su nariz.
Después de tanto tiempo entre pena, lamentos y arrebatos de insultos e ira durante siglos, Wukong finalmente se permitió sonreír muy levemente sin dejar de mirar esos pétalos blancos de ciruelo, ya que al verlos, estaba viendo directamente a Erlang, quien tal como lo prometió, lo esperaba con toda la paciencia de ese mundo en medio de un joven campo de césped y helechos blancos, con un pequeño bosque de ciruelos que solo estarían listos para crecer en cuanto Sun Wukong cumpliera su parte de la promesa.
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