Descansa conmigo
Entre tantas aventuras que habían ocurrido, fácilmente cada uno de los integrantes de los peregrinos podría escribir un libro de más de quinientas páginas sobre cómo cada uno lo vivió. Batallas contra osos negros gigantes, cordilleras desérticas, atravesar la densa y dura nieve entre los altiplanos, recorrer oscuras cuevas donde la penumbra muerde la carne, o pasar entre el fuego incandescente que solo se podía apagar con un abanico de plata, el Monje Tang y sus discípulos con cada paso que daban, estaban más cerca a llegar al Paraíso del Oeste para recuperar las escrituras.
Por ahora entre aquellas montañas que recorrían no había pasado nada, y era todo un alivio para Tripitaka, quien un poco cansado que cada vez que pasaban de una región a otra apareciera un yaoguai a querer comerlo, pudo finalmente disfrutar del paisaje que se les ofrecía. Un buen día entre la humedad de las nubes, clima templado y sin nada que los molestara para seguir, además que tanto Wujing como Bajie se encontraban de buen humor, andando a su alrededor como los escoltas que eran.
- Y así, maestro, fue cómo dirigí más de 80.000 hombres a mi comando en los ríos celestiales, ¡je je! ¡Era de los almirantes más respetados allá arriba en la Corte, nadie se atrevía a cuestionar mi autoridad!
El Monje esbozó una suave sonrisa dirigida al pequeño jabalí. – Todo suena maravilloso, y no lo dudo en absoluto. Es curioso que ustedes cuatro antes de ser encontrados por mí, hayan tenido problemas con la Corte...pero estoy seguro que una vez culminado el viaje, se les perdonarán por sus pecados pasados.
Wujing inclinó la cabeza hacia Tripitaka en señal de respeto mientras cargaba el equipaje, atado a su lanza de medialuna.
- Agradecemos mucho su compasión hacia nosotros, maestro.
- Si, si...como sea – sacudió Bajie la cabeza al caminar. –, al que deben perdonar de verdad es al Hermano Mayor, él cometió más pecados que todos nosotros juntos por cientos de años. ¡Je! Y ni siquiera te arrepientes todavía, a que sí, ¿Wukong?
Pero no se oyó ninguna respuesta.
- Wukong? – al momento de darse media vuelta, Bajie reparó que todo aquel trayecto habían viajado solo dos discípulos con el monje. El mono no se veía por ninguna parte, y aquello lo puso un poco nervioso. Tripitaka tampoco al oír respuesta del castaño, detuvo el caballo y miró alrededor, sintiendo un vuelco en el corazón y sus ojos se abrieron en la sorpresa.
- ¿Dónde está?
- ¡N-no lo sé, maestro! ¡Te juro que estaba con nosotros aquí, podía sentir su presencia!
- Nunca estuvo con nosotros en primer lugar... – inquirió Wujing también tratando de escrutar por el camino alguna señal del Gran Sabio, pero no halló nada.
- ¡¿C-cómo?! – exclamó Bajie incrédulo. – Desde cuándo nos dejó? ¡Ni siquiera me di cuenta!
- Yo tampoco... – murmuró tembloroso Tripitaka e hizo dar media vuelta al caballo para ver detrás. Todo el trayecto a través de la montaña que habían hecho, y las huellas que había en el suelo solo eran las de Wujing, Bajie y su corcel...Oh, santísimo Buddha, pensó el Monje. No sabía cuánto debían retroceder ahora para encontrar al mono, pero debían hacerlo y rápido. Miró entre una pizca de preocupación y seriedad a sus dos discípulos antes de emprender el trote de vuelta por el sendero. – Búsquenlo.
- Ah, ese estúpido mono – musitó Bajie sacudiendo la cabeza pesado, y se transformó en una nube de humo negra para empezar a alzarse al vuelo y surcar el aire más rápido, mientras que Wujing se quedó al lado de su maestro mientras iban deprisa por tierra.
El cerdo miraba de un lado a otro mientras retrocedía más y más...hasta llegar a recorrer un kilómetro y medio por la montaña, y todavía no veía rastro alguno de Wukong haberlos acompañado. ¿A dónde se había metido ahora? No tenía ningún sentido...recordaba perfectamente que al entrar en aquella nueva región, el mono estaba a la vanguardia, como siempre solía estar, pero de repente...al parecer lo traspasaron y él decidió abandonarlos? Aún no podía creer que podría ser tan infantil considerando su avanzada edad, mas no era capaz de culparlo del todo, pues el muy tonto era un inmortal y puede que creciera en años, pero no en mentalidad, por más noble que se fuera convirtiendo.
Finalmente, después de casi tres millas retrocediendo por la montaña, Bajie encontró las últimas huellas que dejó Wukong al andar con ellos, y volvió a su forma original para estudiar más a detalle. Como sospechaba, el mono se había quedado muy atrás de ellos cuando decidió irse, pero no notó más evidencia de a qué lado pudo haber tomado, ya que su última huella aún seguía en el sendero. De todos modos, intentó probar suerte adentrándose en el bosque de la derecha, mirando a los lados, pero sobre todo a las copas de los árboles...pero siguió sin hallar nada. Husmeó entre los pinos, las rocas, arbustos y hasta madrigueras abandonadas, pero siguió teniendo las manos vacías. Sabía que había pasado un buen rato, y debía ir a darle las malas a su maestro...¡pues que sea así! Ese mono merecía un castigo por su insolencia, y Bajie no perdió más tiempo en disolverse en viento negro para regresar con el Monje, quien apenas había podido llegar hasta la mitad del rastro.
- ¡Maestro! – lo llamó Bajie al llegar con el resto del grupo. – Bajando más la montaña encontré el último rastro de Wukong, pero no puedo saber a dónde se fue después...literalmente desapareció, ¡nos dejó otra vez tirados a la suerte! Recomiendo que uses el conjuro de la corona para obligarlo a venir otra vez aquí, ¡ese holgazán no tiene derecho a abandonar el viaje cuando quiera!
- ¿De verdad lo crees? – le preguntó Tripitaka al cerdo sin complacerse en absoluto con el resultado, viéndose apenado. Mientras más conocía a Wukong, menos le gustaba usar el hechizo de la corona contra él, pues era consciente de cuánto dolor le provocaba. Solo lo usaba en situaciones extremas cuando no tenían opción, y esta parecía ser de esa ocasión...el Monje miró alrededor en un intento inútil por dar con él.
- Wukong...
Y hablando del Gran Sabio, el mono castaño ni siquiera recordaba cuándo se separó del grupo para adentrarse en el bosque de la montaña, subirse a la alta copa de un pino de un salto, encogerse al tamaño de una hoja y quedarse profundamente dormido sobre una ramita. Parecía haber disociado entre la realidad y el sueño, pero no podía pensar en nada más que en el buen descanso que se pegaba para relajar la mente.
A medida que el viaje al Oeste avanzaba, Wukong inevitablemente se iba sintiendo más y más cansado, aunque apenas se le hubiera sido visible en el rostro. Después de combatir demonio tras demonio, de no poder ser capaz de doblegar a sus adversarios solo y estar obligado a pedir ayuda a deidades como Guanyin u otros Bodhissattvas, la energía se le estaba drenando poco a poco...pero últimamente más al ser el principal guardaespaldas del Monje Tang y el que siempre debía estar a la delantera, sus horas de descanso se habían reducido a cero.
Incluso para un Inmortal como él, el hecho de llevar esa condenada Corona de la Disciplina le reducía bastante su nivel de poder, no solo en fuerza, sino en resistencia y energía, y conforme pasaban los meses y ya años en el viaje, Wukong podía ver y sentir cómo aquello le estaba empezando a pasar factura. Su cuerpo se sentía más pesado, era más lento al caminar, padecía de constantes presiones en la cabeza, y sobre todo, con cada día que pasaba sin dormir y tener que vigilar a su maestro en las noches, iba notando que el sueño deseaba consumirlo como una enfermedad crónica.
Hubo algunas veces en las que el Monje le preguntó por su estado de ánimo al verlo más bajoneado de lo normal, pero Wukong siempre respondía que no le sucedía nada, que podía continuar el viaje cuánto quisiera, cuando en realidad solo pedía un mísero descanso para dormir. Los últimos días había dejado de permanecer a la vanguardia del grupo para estar a la par de ellos, arrastrando la cola, encorvado, con el pelaje todo despeinado y unas visibles ojeras en su cara. Tampoco se había atrevido a sonreír o ser igual de travieso como siempre, sino que se quedaba callado mientras se limitaba a hacer su trabajo.
En esa montaña en particular, Wukong sintió que su cuerpo le pedía a gritos un descanso, aunque sea unos minutos de sueño...había estado bostezando todo el trayecto y echado lágrimas inconscientes, su cuerpo sintiéndose tan pesado e inamovible como la montaña que lo aplastó por 500 años. Ni siquiera prestaba atención a la conversación de Bajie o su maestro, solo tenía en la cabeza una cosa: dormir. Por lo que, sus fuerzas lo abandonaron para seguirles el paso al grupo; soltó las riendas del caballo, se dejó adelantar, y al ver que ni siquiera repararon en su ausencia, se giró para adentrarse al bosque y así encontrar un buen lugar para echar una siestecita, convencido que no tardaría en recuperar energías y rezando para que no apareciera otro demonio ante los demás para no ser molestado.
Apenas Wukong puso su cabeza en la rama, cayó rendido como un cadáver, sin ser consciente que sus hermanos y maestro lo buscaban con desesperación. Estaba desconectado de la realidad, quedándose tan quieto como musgo pegado a la madera, aprovechando cada segundo de sueño y disfrutándolo al máximo...pero la dicha le duró poco cuando de repente sintió un desgarrador dolor en su cabeza que lo hizo despertar al instante y sujetarse la corona brillante con un llanto de dolor.
- A-aahh!! No- duele!! – gritó el Gran Sabio removiéndose y pateando al aire por la presión que sentía sobre su cráneo, y al dar una vuelta en la rama, terminó por caer al vacío, y regresar a su tamaño original para estrellarse contra el suelo, pero más que el dolor de su espina dorsal al caer, el sufrimiento que le traía la corona era insoportable, a tal punto de ser incapaz de moverse de su sitio y reduciéndose a un mono suplicante y lloriqueando entre los arbustos, rogando que se detuviera.
Wukong ni siquiera se dio cuenta de los gritos y rápidos pasos que se dirigían hacia él, los sonidos siendo opacados por sus propios gemidos e intentos desesperados por sacarse una vez más la corona de la cabeza, que lo quemaba y se encogía más a tal punto de hacerlo lagrimear.
- ¡Ahí está!
El mono se removió a un lado y apenas abrió ligeramente los ojos, soltó un grito ahogado al ver al resto del grupo ante él, y se echó cara en tierra, encogiéndose en su sitio.
- ¡M-maestro, por favor! Por favor le ruego, detenga el conjuro, duele mucho, ¡ya deténgase! – le gritó Wukong entre rasposos quejidos.
Tripitaka finalmente quedó en silencio, dejando de recitar el conjuro para que el castaño respirara, quien se tiró al suelo jadeando agitado y abatido. El Monje lo miró apenado, pero también con un toque de seriedad en sus ojos.
- Lo lamento, Wukong...pero no me dejaste opción. No teníamos idea donde estabas, ni sabíamos cómo dar contigo...
- Mono estúpido, ¡¿qué hacías durmiendo escondido en un pino?! – le gritó Bajie dándole un golpecito con su rastrillo.
- ¿En serio te separaste de nosotros solo para dormir? – preguntó Wujing alzando una ceja.
- Wukong...entiendo si puedes estar cansado, pero te necesitamos con nosotros en el viaje. No puedes desaparecer sin más para solo echarte una siesta de unos minutos. – le llamó la atención Tripitaka. – Eres nuestra primera línea de defensa por si llega a atacar algún demonio o bandido, y además...eres mi primer discípulo, debes permanecer conmigo.
- Yo... – empezó Wukong tratando de hacerse explicar, pero se interrumpió en el acto. Era obvio que tanto Wujing como Bajie estarían del lado de su maestro con tal de que él fuera castigado, ya que al cerdo le gustaba verlo sufrir por cualquier cosa, y el Monje Tang rara vez se compadecía de él, por lo que no vio sentido alguno tratando de habar con ellos sobre cuán cansado se sentía.
Una creciente amargura lo hizo gruñir y se levantó como pudo, sintiendo al instante un leve mareo, pero la misma presión en su cabeza lo azotó y mil veces peor. Sentía que estaba a punto de estallar, por unos segundos vio todo borroso y lleno de puntos negros, pero solo se sacudió y miró muy serio a su maestro y compañeros sin intención de abrirse con ellos.
- ...Perdón por haberme separado. No volverá a pasar...ahora sigamos. – les dijo disculpándose sin realmente sentir nada, y bajó la mirada para así pasar a su lado, agarrar las riendas del caballo blanco y dirigirlo de vuelta al sendero montaña arriba. A los tres integrantes se les hizo muy extraño aquella brusca y seca reacción por parte de Wukong, e intercambiaron una mirada entre ellos pero no objetaron nada al respecto, y mientras que Tripitaka dejó al Gran Sabio conducir el caballo de vuelta a donde habían dado el regreso, Wujing y el cerdo los siguieron en silencio.
Al haber retrocedido bastante, el grupo tuvo que cubrir el terreno a paso apresurado para compensar el tiempo que habían perdido. No transcurrió mucho tiempo para que Bajie volviera a sacar conversación de sus aventuras pasadas, pero a Wukong no le podría importar en lo más mínimo.
Cabizbajo y arrastrando los pies, era completamente ajeno a lo que le ocurría alrededor, de su maestro y compañeros, y más pronto que tarde sintió cómo sus párpados le pesaban más y más, la presión de su cabeza le hacía perder el ritmo, pero al ser consciente de lo lento que iba, se obligó a sí mismo a regresar a la vanguardia. Sacudirse no servía de nada, las voces del resto se hacían más distantes, y todo a su alrededor se volvió igual de borroso hasta no poder diferenciar las distancias del paisaje. Su mano perdió toda fuerza, y soltó las riendas del caballo para empezar a caminar por sí solo, como un completo sonámbulo.
Lo único que debía hacer era avanzar a ciegas, montaña tras montaña, río sobre río, cueva tras cueva...todo siempre lo mismo, tanto así que lo estaba agobiando, y solo ahora pensaba en descansar, si estuviera caminando dormido o no...no era su problema.
- ...Wukong!
El grito de Wujing resonó en los oídos del mono, pero fue demasiado tarde para hacerlo despertar a las buenas, y un paso más adelante, su cuerpo entero se precipitó a un risco por donde bajaba un caudaloso río metros abajo. El vacío que sintió su pecho por el vértigo y la caída lo despertaron como un baldazo de agua, pero en vez de solo eso, cayó de lleno al río en un escandaloso chapuzón, y un escalofrío congeló cada fibra de su pelaje. Un shock de energía lo punzó por completo y saltó disparado del río hasta agarrarse a la roca más cercana, con medio torso afuera y soltó una bocanada de aire, tiritando y jadeando agitado, calado hasta los huesos.
Al borde del precipicio, los tres hombres lo miraban estupefactos, Wujing siendo el único en querer tener iniciativa de bajar a ayudarlo, pero antes de cualquier otra cosa, una carcajada estalló en el sendero. Bajie se echó para atrás sin contener las risotadas, sosteniéndose la cabeza con su mano libre.
- ¡¿Q-qué demonios fue eso, Wukong?! ¡¡Ja ja ja ja!! N-no puedo creerlo, aparte de un mono llorón, ¡eres sonámbulo! ¡¿Q-qué carajo?! ¡Espero que ese haya sido el baldazo de agua que necesitabas! ¡¡¡Ja ja ja!!! – reía el cerdo sin parar, golpeándose la panza y las piernas sin poder controlarse.
Sus jadeos llenos de temblor no podían contener el frío que lo despertó de golpe, y al final Wukong suspiró profundo para calmar su acelerado corazón, tragándose la humillación de Bajie allá arriba. Alzó la cabeza para ver al jabalí reírse y a los otros dos esperándolo, y se pasó una mano por la frente para apartar mechones de sus ojos, empezando a salir poco a poco del río. A punta de saltos, Wukong no tardó en regresar con ellos, y le dedicó una mirada asesina al cerdo mientras regresaba al borde del risco.
- ¿Y ahora cómo pasaremos...? – preguntó Tripitaka.
Wukong rodó los ojos con una expresión pesada, y sacó su cetro de hierro de la oreja para agrandarlo y alargarlo hasta tomar el tamaño de un alto tronco de pino. Lo dejó caer y así se convirtió en un improvisado puente. El Gran Sabio se hizo a un lado y dejó al resto pasar. Bajie le devolvió la mirada con una sonrisa burlona, y Wukong le gruñó enseñando los colmillos, sin más opción que pasar de último. Pasado el acantilado del río, el mono regresó el Jingubang a su oreja y volvió a tomar las riendas del caballo para seguir dirigiéndolo en silencio.
Ahora, aparte de tres huellas de un gran hombre, las pezuñas de un cerdo y cascos de un caballo, durante todo el sendero a lo largo del día los acompañaba un rastro interminable de agua y gotas. Las ropas empapadas de Wukong y pegadas a su cuerpo no se secaban, al igual que su pelaje, y goteaban sin parar. A pesar que el frío le impedía volver a quedarse dormido, el sueño todavía lo drenaba, y mostraba toda su dentadura al bostezar a tal punto de soltar lágrimas, y estiraba tanto la espalda como las extremidades, secando sus ojos, los cuales los sentía hundidos y un poco ardidos, además que el dolor de cabeza no cesaba, pero no tenía caso discutirlo con su maestro...no lo veía como una persona de todos modos.
Wujing en cambio, notó delante suyo a Wukong estirar los brazos y mover los hombros para destensarlos, notándolo bostezar una vez más, y apretó el paso para quedar a su lado un momento.
- Wukong...te sientes bien? Te has visto cansado todo el día.
- Uh? – el mono giró la cabeza para ver al pelirrojo, y más que sentirse halagado porque alguien finalmente lo notó, le lanzó una punzante mirada, frunciendo el ceño. – Y qué si lo estoy? No es como si el maestro se atreviera a hacer una parada para que yo descanse. Soy su guardaespaldas, y no siente pena alguna por mí. Para él no soy más que otro yaoguai.
Con esa respuesta, Wujing no se atrevió a decir más, y se dejó alcanzar por Wukong para quedar de nuevo en la retaguardia, sin quitarle la vista de encima, aunque notó que Tripitaka había cambiado su postura silenciosa para bajar la cabeza y observar a Wukong desde su caballo. El hombre pelirrojo no pudo descifrar lo que expresaba el Monje en su rostro.
Sin parar a descansar ni una vez, tal como Wukong había predicho, el grupo logró abarcar un buen porcentaje de las cordilleras, siempre a paso constante, y entre los tres hacían que el Gran Sabio siempre se mantuviera a la vanguardia, ya sea Wujing dándole unas palmaditas en la espalda, o los toques del cetro de Tripitaka sobre su cabeza. Al momento de rodear una de las últimas montañas, Wukong se pasó mano en cara para tratar de mantenerse despierto, y al hacerlo se dio cuenta que de nuevo se habría quedado atrás, de no ser porque de repente sintió unas cuerdas alrededor de su cuello y lo jalaron bruscamente hacia delante, forzándolo casi a perder el equilibrio para adelantar al resto.
- Ah, ¡¿qué?!
- Jeje, vamos, monito. No te quedes atrás. – se burló Bajie tras haberle lanzado los extremos de las riendas del caballo al cuello del mono castaño para jalarlo hacia ellos, soltando una risita en el acto.
Aquello fue la gota que colmó el vaso de Wukong, y una incontenible ira bulló en él desde los pies hasta la cabeza, y tras quitarse las riendas del cuello, fue a zancadas hasta el cerdo y le propinó un puñetazo en la mejilla que lo dejó aturdido en el suelo. El caballo blanco se espantó relinchando alarmado y tanto el Monje como Wujing se tensaron.
- ¡W-wukong! ¡¿Qué estás haciendo?! – exclamó Tripitaka.
- ¡Vamos, cerdo malnacido! Dilo una vez más, te reto, ¡gordo asqueroso! – bramó Wukong furioso, sacando su Jingubang del oído para apuntarlo al jabalí.
Bajie se levantó sacudiendo la cabeza, pero miró igual de enojado al mono, empuñando su rastrillo entre las manos.
- Ngh! ¡Eres solo un perro disfrazado de mono! ¡Solo eres fuerte, y nada más! Para colmo haces pésimo tu trabajo de proteger al maestro, ¿¡Gran Sabio Igual al Cielo?! ¡No es más que una estafa!
Las provocaciones no llevaron a nada más que las dos armas estrellándose entre ellas, y a pesar del abrumador cansancio que azotaba a Wukong, la ira servía como un combustible perfecto para poner en práctica toda su fuerza en contra de Bajie. Tanto el Jingubang como el rastrillo de nueve púas chocaban y saltaban chispas de ellas con toda la brusquedad posible. Wukong no era consciente de lo que hacía o sucedía a su alrededor. Ignoraba tanto a Wujing como a su maestro gritándoles que se detuvieran y a Bajie insultándolo, pero sobre todo...el grupo entero pasó por alto el hecho de que un numeroso grupo de bandidos les habían cerrado del camino.
- Hey, ¡quietos todos!
El mono apenas oyó ese grito luego de tratar de alcanzar al cerdo se detuvo de golpe, y giró la cabeza jadeando agitado y húmedo todavía para ver a los criminales armados frente a ellos. Mientras que Wujing y Bajie alistaban sus armas de nuevo, Tripitaka retrocedió su caballo nervioso, pero Wukong no se movió un centímetro de su lugar.
- Monje, yaoguais; ¡dennos todas sus pertenencias y ninguno saldrá herido! ¡Vamos, no nos hagan perder el tiempo!
- ¡Hum! ¡Insolentes, su falta de respeto les costará caro! – les respondió Bajie tras levantarse del suelo y por ahora ignoró su pelea previa con Wukong. Les apuntó con el rastrillo a punto de cargar hacia delante y darles una paliza, pero algo más captó su atención.
Wukong en menos de un parpadeo adelantó al cerdo y alzó su cetro por encima de la cabeza, tal como un bate de béisbol, y al hacer un violento swing, alcanzó a toda la pandilla de bandidos sin que éstos tuvieran siquiera tiempo de reacción. Haciendo caso omiso a la orden de su maestro en no lastimar humanos, Wukong no se contuvo en absoluto para mandar a volar a todos los ladrones de un solo golpe del Jingubang, lanzándolos por los aires hasta que cruzaron las cordilleras y como si solo de míseras pelotas se trataran, los bandidos desaparecieron entre gritos hasta que se perdieron de vista en el horizonte. La caída para ellos sería mortal, pero al mono no podría importarle menos. Miró con desdén hacia donde se habían esfumado, y se giró en redondo para encarar los rostros atónitos de sus compañeros y maestro.
- W-wukong...pero qué has hecho?! – exclamó horrorizado Tripitaka. – ¡L-los mandaste a volar, no sobrevivirán la caída!
- ¡¿Y eso qué?! - le respondió Wukong sin miedo alguno. – ¡Eran ladrones, y querían hacerle daño, como siempre!
- Wukong... – Tripitaka se pasó los dedos por el entrecejo fruncido. – Ya hemos hablado de esto cientos de veces...Si quieres de verdad redimirte, no puedes matar personas, ¡va en contra de todo nuestro código moral!
- Humano malo, yaoguai malo...¡yo no les veo diferencia! Y si me va a castigar otra vez, ¡hágalo! – le gritó Wukong acercándose a él y le plantó cara, clavando sus ojos en él. Tanto Wujing como Bajie se pusieron nerviosos al instante, y retrocedieron unos pasos de él.
El Monje Tang no podía creer la altanería que veía en el mono. Hoy se veía mucho más agresivo que de costumbre, y según como debía hacerlo, objetivamente Wukong merecía un duro castigo por tan siquiera levantarle la voz. Pero...algo dentro de él hizo contraste con su deber, y en su rostro se reflejó vacilación, apartando la mirada del castaño, sin ser capaz de contestar.
- ...Vamos, maestro. Hágalo, recite el conjuro. ¡Hágame retorcerme y suplicarle piedad! – le retó Wukong dando un paso delante. – Sígame tratando como un puto perro en vez de su discípulo. ¡Porque ninguno de ustedes tiene consideración conmigo! Cada montaña a la que vamos solo nos trae problemas, y al igual que a ustedes con sus cuerpos mortales, ¡yo también me canso! ¡Ya ni siquiera recuerdo la última vez que dormí y repuse energías, velando todas las noches y días mientras que ustedes dormían como troncos! ¡Deberían estar agradecidos de mi protección!
Mientras Wukong no paraba de gritar y desahogarse con ellos, Tripitaka se encontraba en shock. Hasta ahora era consciente del estado en el que el mono se hallaba. Con sus ropas sucias y aún húmedas, su pelaje descuidado lleno de rasguños y cicatrices, pero sobre todo...en su lenguaje corporal. Lo notaba moverse muy suelto, brusco, tomaba pausas para jadear ya que le faltaba el aire, y debajo de sus furibundos ojos se pronunciaban profundas ojeras, la más clara evidencia de que su discípulo había tenido nulos descansos durante mucho tiempo, y ese cansancio lo había llevado al límite.
Sabía bien que su deber era castigarlo por haberle hecho daño a personas frente a él, pero...no lo hizo simplemente porque quiso, sino que fue una reacción de muchos más cúmulos dentro de Wukong que fueron estallando el día de hoy. Y con ello, se sintió muy mal sobre sí mismo. Debió haberlo notado mucho antes, que su estudiante no estaba siendo holgazán o despistado, sino que necesitaba descanso, uno con la calidad suficiente para refinar la energía, hacerle relajar los músculos y sentirse refrescado de nuevo.
- ...Y sí, lo admito. ¡Estoy cansado, jodidamente cansado! Me duele todo el cuerpo y mi mente no soporta trabajar más porque he estado meses enteros en guardia, protegiendo su vida, maestro, ¡y haciéndome cargo de cualquier amenaza que se disponga a hacerle daño! Pero mis esfuerzos no importan, ¿o sí? – seguía diciendo Wukong sin quitarle sus ojos del monje. – Lo único que para usted le importa es llegar al Paraíso del Oeste a recuperar esas escrituras, aunque sea a costa de mi propia sanidad, ¡¿me equivoco?! Entonces si quiere castigarme, hágalo, ¡maestro! Vamos, recite el conjuro, ¡¡lo veo!!
Tripitaka se tomó unos segundos para responder, pero Wukong entre su enorme rabia y desesperación contenida, se dio cuenta que el monje no reflejaba enojo alguno en su rostro, sino una profunda pena y arrepentimiento, cosa que lo hizo cambiar su semblante a uno extrañado...
- ...Lo lamento, Wukong. Siento mucho haberte empujado a todo esto. No consideré cómo te sentías tanto física como mentalmente, y...fue un grave error mío como tu maestro. Tienes razón, no eres un yaoguai, eres mi alumno, y al igual que todos nosotros...mereces un digno descanso por todo lo que has hecho por mí. – Tripitaka hizo una pausa y miró a Wujing y Bajie. Se fue bajando del caballo hasta quedar a su lado. – Discutiré algo con ellos...y ya decidiremos qué haremos a continuación.
Wukong al oír esa respuesta no supo cómo contestar de vuelta, pero aún se sentía muy molesto en general por todo, y soltó un resoplido, dándose media vuelta para darles privacidad, al tiempo que dejaba el Jingubang sobre el suelo y se apoyaba en él para recostar su peso unos minutos. El Monje Tang también le dio la espalda al mono y formó un breve círculo con sus dos discípulos restantes.
- Es evidente...que con solo montar un campamento y dejarlo dormir un par de horas no será suficiente para renovarlo. Debemos hacer algo mejor por él.
- ¡Oh, maestro! ¿Ahora por qué desea ayudarlo? ¿No vio lo insolente que se portó con usted? – replicó Bajie.
- Si vi, Bajie, pero fue porque...está agotado, sin pensar en lo que dice o hace, y además...más que él fallarme a mí, yo lo he hecho como su maestro. Ahora, pensemos en algún lugar a donde él le gustaría estar.
- Huh...todos sus amigos ya se encuentran muy lejos de estas montañas, maestro. – inquirió Wujing sacudiendo la cabeza.
- ¡Eso, eso! Más que avanzar, estaríamos retrocediendo una vez más y se podrían tratar de semanas en volver a este punto para seguir avanzando al Oeste. En mi opinión, esa parada no es más que un desperdicio.
Tripitaka se acarició pensativo la barbilla, sin querer estar convencido de que no haya nada que pudieran hacer por Wukong.
- No...debe de haber una opción. Vamos, echen cabeza. ¿Nos hemos encontrado a colegas de él últimamente...?
Los tres se quedaron en silencio mientras intentaban recordar algún lugar o a alguien que conociera lo suficientemente bien a Wukong como para que él se sintiera cómodo, pero ninguno pareció dar con una respuesta por varios segundos, hasta que Wujing habló de nuevo.
- Maestro, creo que tengo a alguien. ¿No recuerda usted ese incidente que ocurrió en el Lago Esmeralda? ¿Con el Rey Dragón y el yaoguai de nueve cabezas? Wukong y Bajie unieron fuerzas con la Divinidad Sagrada, Erlang Shen y sus hermanos...
- ¡Oh, es cierto! Ya lo recuerdo. – asintió Tripitaka al tener en mente a aquel Sabio, pero algo no le convencía del todo. – Pero...¿no que Erlang y Wukong habían sido rivales hace siglos, en la guerra contra el Cielo?
- Si me lo pregunta a mí, maestro – intervino Bajie cruzándose de brazos. – Ese mono con el Maestro Inmortal parecía tener la mejor relación de entre todos los demás ahí presentes. Yo los vi con mis propios ojos. Algo más se traen entre manos esos dos. ¡Hasta a Wukong le dio tanta pena pedirle ayuda a Erlang ese día que me mandó a mí a ser el mensajero! Parece ser de los pocos que tiene en alta estima a Wukong...
Al Monje le complació mucho oír todo aquello, y asintió decidido. – Perfecto, Bajie. Tengo entendido que Erlang reside en el Monte Mei, junto al nacimiento del Río de las Libaciones. No queda muy lejos de donde estamos actualmente, entonces creo que podemos desviarnos hasta allá, y dejar que Erlang se encargue de él.
- Suena a un plan que le gustaría a Wukong. – concordó Wujing asintiendo levemente.
- Pero no le vayan a decir nada hasta que lleguemos a la montaña, ¿entendieron? – les ordenó su maestro. – Me gustaría que fuera una sorpresa para él...
- Estás siendo demasiado compasivo con él, Maestro. – musitó Bajie.
- ...Tal vez...un poco de compasión es lo que necesita ahora. – fue lo único que Tripitaka respondió antes de dar por terminada esa pequeña reunión, y se dio media vuelta para caminar hacia el mono castaño, y quedar a unos pasos de él. – Wukong...vamos a seguir con el viaje un poco más y te dejaremos tomar un merecido descanso. No te preocupes, te aseguro que compensarás todos esos días en vela cuando lleguemos, solo resiste, un último esfuerzo.
Wukong se volteó para encarar a su maestro, quedándose en silencio mientras lo escuchaba. A pesar de que se habían calmado las cosas entre todos ellos, se le hizo menos reconfortante el hecho de que debían continuar. Lo último que quería hacer ahora era hacer uso de sus pies, pero por lo menos...sintió una mínima esperanza de poder descansar como quería en cuanto llegaran a donde sea que el maestro tenía planeado ir ahora. Aquello despertó una ligera curiosidad en él, y al encoger de nuevo su bastón para metérselo en la oreja, giró el cuello para quitarse un poco de tensión, estirando los hombros.
- Bien...sigamos adelante.
Una vez el Gran Sabio tomó las riendas del caballo, el grupo reanudó el viaje por la montaña, pero esta vez a diferencia de seguir recto por el camino convencional en dirección al Oeste, el Monje Tang hizo que tomaran un desvío al Norte, sin una explicación aparente. A Wukong se le hizo extraño el cambio repentino de ruta, pero si Wujing ni Bajie objetaron nada, ¿por qué habría de hacerlo también? Confiando ciegamente en las indicaciones de su maestro, Wukong continuó avanzando en la línea delantera, sin realmente saber a dónde iban con exactitud...hasta que después de un par de días de viaje sin detenerse y con apenas unos minutos para comer, el mono castaño pudo reconocer a lo alto la cima de árboles de ciruelo del Monte Mei.
***
Sin querer dar un paso más antes de indagar, Wukong se detuvo en seco al pie de la montaña, mirando con una cara de querer exigir respuestas por parte de sus compañeros. Por unos segundos, el sueño pareció haber desaparecido parcialmente.
- ...Qué estamos haciendo al pie del Monte Mei? Nos estamos alejando más del Oeste, ¿ahora por qué fuimos al Norte?
Los tres integrantes restantes también frenaron su camino, y tras intercambiar una mirada entre ellos, se voltearon para encarar al mono. Tripitaka decidió tomar la palabra.
- Wukong...somos conscientes de tu fatigoso cansancio que te ha indispuesto últimamente, por lo que...decidimos desviarnos un poco del camino para compensártelo, y que recibas un descanso digno, el necesario para que recuperes fuerzas.
- Pero...¿por qué acá, justamente? – quiso inquirir el Gran Sabio, tratando de ocultar su nerviosismo.
Bajie soltó un resoplido rodando los ojos. – Ughh...acaso no lo entiendes, mono? ¡Te dejaremos a cargo de ese inmortal de tres ojos!
Apenas oyó que lo dejarían junto a Erlang Shen, Wukong palideció hasta que el color abandonó su piel, y su corazón se detuvo a tal punto de ponerse frío. ¡¿De verdad estaban hablando en serio?! ¿Habían dado con un nuevo sendero solo para llegar al hogar del semidiós, y que con su ayuda específica pudiera sentirse mejor? ¡¿Por qué tenía que haber sido él?! No...no podía hacerlo. ¡Qué vergüenza, vergüenza para él! ¿Acaso sus compañeros se habían dado cuenta de sus sentimientos hacia Erlang...? No era posible, se había encargado bien de ocultarlos, a no ser que en el Lago Esmeralda se haya mostrado demasiado nervioso. En ese caso...¡cómo lo echó a perder! No podía verse así de débil ni vulnerable ante Erlang, ¡no podía permitirse pasar vergüenza frente a él!
Los tres hombres notaron cómo Wukong enrojeció a continuación hasta las orejas, y desprendía un nervioso calor de su cuerpo. El mono castaño sacudió la cabeza y las manos, tratando de retroceder.
- ¡¿C-con Erlang Shen?! ¿Saben tan siquiera de quién están hablando? ¡N-no podemos molestarlos conmigo de esa forma, me vería como alguien débil y demacrado...No podría! No puedo creer que en serio me trajeron hasta aquí solo para verlo...D-de seguro estará ocupado, ¡no tendrá tiempo para lidiar conmigo ahora! – intentó excusarse, pero Bajie lo agarró del brazo.
- Wukong, Wukong...desde cuándo te pones así de nervioso por ver a alguien, hm? Ni siquiera con Guanyin ni algún hermano jurado. ¡Anda, y sube a la cima! ¡Ya llegamos hasta aquí, no nos hagas perder el viaje!
- No! No podemos molestarlo así...hay que irnos y regresar al camino! – respondió el Gran Sabio tratando de zafarse del agarre del cerdo, pero éste hizo un mayor esfuerzo para contraatacar, jalándolo de vuelta en dirección a la montaña.
- No seas terco, a dónde se fue tu valentía de combatir yaoguais?! No puedo creer que te da miedo hablar con un hombre ahora! No seas cobarde, Sun Wukong!
- N-no!! Suéltame, cerdo! – gritó Wukong sin ningún indicio de querer subir la montaña, pero Bajie puso toda su fuerza en seguir dando bruscos jalones al brazo del mono castaño.
La pelea y forcejeos entre los dos no cesó, los dos queriendo ir en direcciones contrarias, hasta que Wujing tuvo que intervenir y jalar también a Wukong del otro brazo. Impulsándose al mismo tiempo, conseguían llevar al mono castaño cuesta arriba entre quejidos de los tres y gritos del mono en no querer ir con Erlang, aunque los otros dos no pasaron por alto su cara tan roja como tomate fresco. Los bramidos de Wukong se podían oír por toda la montaña a medida que subían, mientras luchaba para forcejear, retorciéndose como un gusano y tratando de zafarse, cada vez más alarmado de estar más cerca a la cima.
El Monje Tang avanzaba en su caballo delante de ellos en silencio, aunque viéndose claramente irritado por los gritos del mono. Incluso varios viajeros y pueblerinos que habían subido para regalar ofrendas a la Hermandad, se detenían en su sendero para dejarlos pasar, mirando estupefactos al trío de yaoguais peleándose entre ellos para avanzar.
- Y-ya suéltenme, ¡quítenme las manos de encima! – vociferó Wukong por fin logrando liberar una mano, pero al instante Wujing se vio obligado a tomarlo del pelaje y muy a su dolor, los tres siguieron avanzando. De lo desesperado que se sentía, ya ni siquiera sabía cuándo habían subido.
- ¡Que te calles y sigue subiendo! – le respondió Bajie sin dudar en embestir con su cabeza contra el torso del Gran Sabio para empujarlo y hacerle trastabillar. – ¡Cuánto problema pones, por dios! ¡Pareces un bebé haciendo rabieta, ya quédate quieto!
Wukong no pudo evitar soltar un chillido de dolor apenas el cerdo le agarró con fuerza la cola y más por reacción, le dio una patada en la cara para apartarlo, pero fue rodeado por Wujing con sus brazos, agarrándolo con fuerza de la piel a tal punto que podría arrancarle parte del pelaje. El mono castaño hizo un esfuerzo más para retorcerse y dar patadas al estómago del pelirrojo, pero debido a su cansancio y envolvente sueño, tenía las energías agotadas...se estaba excediendo más del límite.
- ¡¡Ya...suel...ten...me!! – gritó Wukong sin dejar de sacudirse entre los brazos tanto de Wujing como de Bajie, y los tres se volvieron un desastre revoltoso, entre golpes, patadas, jalones y agarrones que llevaban solo adelante, pero de repente, los pies de todos se enredaron entre ellos, y trastabillaron perdiendo el equilibrio ante tanto peso, y cayeron de golpe en el suelo, con las extremidades entrelazadas como un nudo sin posibilidad de desenredarse.
Wukong sintió los pesos de tanto el cerdo como Arenas encima suyo, aplastándolo y quitándole el aire de los pulmones, y suspiró pesado dejando caer el mentón al suelo. No tenía sentido seguir peleando...solo no quería molestar a Erlang con sus problemas ni verse como alguien ridículo frente a él, pero sobre todo...se sentía tan cansado, que si cerrara los ojos de nuevo se quedaría profundamente dormido, pero una sombra lo cubrió del sol.
- ¿Qué está pasando aquí?
Wukong pudo reconocer al instante aquel tono de voz, y los tres alzaron sus cabezas para encontrarse al hombre frente a ellos. En cuanto sus ojos se adaptaron a la silueta hallada a contra luz, el mono castaño pudo sentir cómo su alma se le cayó a los pies, su piel palideció y su corazón se detuvo.
"ERLANG SHEN!!!" pensó con pánico sin poder ocultar su shock ante el pelinegro. Con solo enfocarse en sus oscuros ojos llenos de extrañez e intriga, su cabeza comenzó a dar vueltas sin parar hasta quedarse mareado, y el desorden de su mente se despejó para quedar completamente en blanco. Notó el curioso peinado que tenía Yang Jian ese día, una delicada media cola de caballo que retenía los mechones de sus sienes hacia atrás, mientras el resto de su cabellera caía por su espalda; de cierta forma le daba un toque más juvenil a su rostro, y Wukong no pudo evitar sonrojarse como un tomate ante tal deslumbrante vista. Rápidamente Bajie y Wujing se apartaron de él para levantarse de un salto, dejando a Wukong indefenso ante el Maestro Inmortal.
Un silencio tenso congeló el ambiente, o al menos así lo pensaba Wukong, sin que ninguno de los dos despegara sus ojos del otro. Un shock de nervios lo punzó hasta cada fibra de su pelaje y no tardó en levantarse también, sintiéndose ahora de lo más acalorado.
- E-erlang! ¡Q-qué sorpresa verte aquí...! Ha-ha pasado un tiempo, no? ¿Cómo...cómo nos alcanzaste tan rápido?
La ausencia de respuesta se sintió tan pesada como una montaña aplastándolo, y no tardó en reparar lo estúpida que había sido su pregunta. No estúpida...idiota, imbécil, retardada! Todo el sudor en su cuerpo se tornó frío y apretó los puños para disimular su temblor, enrollando la cola. "Él vive aquí, pedazo de imbécil!" se insultó sintiendo su dignidad caer directamente a la basura, e incluso pudo notar detrás suyo cómo Bajie se llevaba sin poder creerlo la mano a la cara, y Wujing negando lentamente con la cabeza, sin soportar la pena ajena que dio esa mera pregunta.
Erlang ladeó la cabeza y enarcó una ceja, sonriendo levemente al notar perfectamente lo tenso que estaba el Gran Sabio.
- Yo...vivo aquí, Wukong. – dijo soltando una risita.
- L-lo sé, lo sé! Es solo que...quería decir... – tartamudeó Wukong apartando la mirada y rascándose la mejilla, sintiendo su propio rostro ardiendo en rojo.
- Y...me parece curioso que su viaje ahora no sea al Oeste, sino al Suroeste. – lo interrumpió notándose extrañado en su tono, aunque su expresión no cambió. – Aunque me trae mucho regocijo y felicidad el verte de nuevo, Wukong...debo preguntar qué los trae por aquí.
Erlang giró la cabeza para exigir una respuesta por parte de Tripitaka, quien se había bajado del caballo para acercarse a ellos, y Wukong bajó la cabeza muy sonrojado y apenado.
- Bueno, Divinidad Sagrada, verás... - empezó el maestro.
El semidiós se quedó en silencio mientras escuchaba atentamente toda la historia que relataba el Monje, desde sus muy resumidas aventuras desde la última vez que se vieron, hasta el problema de cansancio y sueño que había azotado a Wukong ya durante semanas, y ahora estaba llegando a su límite. Erlang frunció ligeramente el ceño y le dedicó una mirada de reojo al mono castaño, borrando su sonrisa al verse cada vez más preocupado. Wukong no se atrevía a mirarlo de vuelta, ya que se había cumplido justo lo que no quería que pasara: verse como un débil ante Erlang.
- ...Y por eso mismo consideramos oportuno parar aquí en busca tuya.
- M-maestro...yo creo que exageró un poco las cosas... - musitó Wukong rascándose la nuca, removiéndose en su puesto.
- No. Aunque se desviaron de su viaje original, creo que es lo mejor que pudieron hacer. – objetó Erlang negando con la cabeza y cruzando los brazos. – Así que...quieren que me encargue de él, para ayudarlo a descansar?
- Tanto como lo necesite, Divinidad Sagrada – Tripitaka se inclinó con respeto hacia él.
- Maestro! – se quejó Wukong.
Erlang rio nuevamente. – Por supuesto...sería todo un placer ayudar a un querido hermano. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos...he de admitir que los echaba de menos.
Wukong apenas notó la mirada del pelinegro sobre él, supo que aunque se refirió a ellos en plural, en realidad le quería decir específicamente que lo había echado de menos solo a él...y no podía negarlo, también desde que tuvieron que tomar caminos separados, no pasó un solo día en el que no lo hubo extrañado. Tenían tantos sentimientos encontrados y tantas cosas que decir...que sin duda Erlang aprovecharía cada segundo a su lado.
- Mientras tanto, les diré a mis hermanos que los acojan y atiendan bien. Les puedo ofrecer una buena comida ahora mismo, sé que llegar hasta el Monte Mei no es sencillo.
- Oh, si, por favor, Maestro Inmortal! – imploró Bajie inclinándose ante él. – Días hemos viajado hasta aquí gracias a Wukong, y todos los presentes tenemos un hambre tan grande que nos sobrepasa!
- Habla por ti mismo, Bajie... - musitó el Gran Sabio entre dientes, sacudiendo irritado la cola.
Erlang sonrió suavemente, pero negó con la cabeza. – El banquete será para ellos, Wukong...tú vienes conmigo. – le extendió la mano para que la tomara. – Vamos, te prometo que después te sentirás mucho mejor.
A pesar de la gentileza del pelinegro, Wukong tardó unos segundos en mover su brazo para tomarlo de la mano, no porque no quisiera pasar tiempo con él, sino...se sentía demasiado apenado y nervioso en el interior. Pero eso no tenía sentido, jamás había desarrollado ese tipo de emociones ni sentimientos por nadie a lo largo del viaje, entonces...por qué por Erlang sí? No terminaba de comprender ni su propio corazón, pero sintió una palmada en su espalda baja por parte del cerdo.
- Vamos! Hicimos esta parada por tu culpa, no lo eches a perder ahora!
Wukong le dedicó una punzante mirada unos segundos, pero luego soltó un profundo suspiro y viéndose el temblor en su mano, agarró la de Erlang y éste lo correspondió con suavidad. Así, el grupo se encaminó a través de todo el claro de la montaña hasta llegar al templo y hogar del semidiós, una amplia construcción con tres secciones principales. La primera, el vestíbulo y templo religioso dedicado a su persona para que los mortales pudieran ofrecer tributos y rezar por su protección; la segunda, para asuntos más oficiales que involucraban a toda la Hermandad del Mei; y la tercera, la más grande, que correspondía a su vivienda personal.
Al pie de la gran estancia, Erlang se detuvo para llamar a uno de sus hermanos, y salió a atender al resto del grupo el Noble Blanco. Wukong se despidió de su maestro, Wujing y Bajie mientras desaparecían tras un pasillo, y notó qué Erlang se había adelantado a una parte más profunda del templo.
- Sígueme, Wukong.
El mono castaño no perdió más tiempo en obedecer lo en un curioso silencio, sin parar de mirar alrededor por los muebles, decoraciones y patrones que decoraban las columnas, hasta que al entrar por unas cortinas blancas, reparó que estaban en una amplia sala de estar. No oía ninguna actividad de las que se hacían en el mismo templo, y dio una vuelta sobre sus pies para contemplarla atónito, pero se detuvo de golpe apenas sintió la mano de Erlang sobre su mejilla, teniéndolo de frente como si hubiera aparecido cual fantasma.
Wukong se quedó congelado bajo sus gentiles toques en su rostro, perdiéndose en sus ojos y sus mejillas no tardaron en sonrojarse hasta las orejas, mientras que Erlang usaba ahora ambas manos para acariciar su piel, sentir su áspero y sucio pelaje, pasar su pulgar por debajo de sus ojos y entre sus orejas, hasta bajar mucho más y tomar su túnica azul, notando su textura rugosa y dura. Las manos de Erlang servían como una dosis celestial de curación, y Wukong a pesar de que se encontraba tenso, no pudo evitar empezar a relajarse con él, cerrando los ojos y disfrutando del silencio.
El semidiós pudo leer la expresión del Gran Sabio, por lo que sonrió levemente y acarició su mejilla una vez más, pasando por su pómulo hasta la pronunciada ojera del castaño, y ambos se encontraron en la mirada.
- No has parado de estar tenso...pelaje y ropas sucias de polvo, hojas y tierra...y ojeras por no haber dormido ya en meses; me equivoco?
Wukong bajó la cabeza apenado y luego negó en silencio, dejando caer la cola y soltó los puños. Erlang movió la mano para sostener su mentón y levantarlo con suavidad.
- El viaje no ha sido bueno contigo, hm...? No te preocupes, no solo se lo prometí a tu maestro, sino a ti también. Haré que te sientas mejor.
- A-ah, Erlang... - titubeó Wukong apenas el mayor lo tomó de la mano y lo fue llevando a otra habitación para comenzar. Al entrar por la primera puerta, el mono castaño se quedó atónito en cuanto supo que estaban dentro de un amplio baño de madera, con cara al exterior de la montaña tras unas puertas corredizas de papel. Wukong de inmediato se sonrojó de nuevo y se dio media vuelta para ver al semidiós cerrar la puerta y empezar a preparar todo. – O-oye! No creas que me vas a dar un baño, verdad? Puedo hacerlo yo mismo, no soy un bebé..! y además, solo necesito dormir, con eso será suficiente...-
- Por supuesto que no. – le interrumpió Erlang quedando a solo centímetros del mono tras haber puesto todo en su lugar, y la bañera se llenaba sola con agua caliente ya preparada. – Necesitas todo el cuidado completo y para eso me ofrecí. Además...tu pelaje no aguantará un trozo más de tierra, así que anda...quítate la ropa.
- N-no? – se negó Wukong poniéndose nervioso y se cruzó de brazos para cubrirse.
Erlang se llevó las manos a las caderas, enarcando una ceja. Con los brazos remangados, estaba decidido a hacerlo ceder.
- No te lo diré dos veces, Wukong...
- Erlang, no es necesario todo este show! – insistió el mono sacudiendo la cabeza pero el pelinegro ya se movió para tomarlo de la túnica e intentó quitársela. – E-ey, suéltame!
- Ya quédate quieto!
Entre forcejeos de Wukong e intentos desesperados de Erlang por hacerlo dejarse ayudar, el cinturón finalmente salió volando junto con la falda de piel de tigre.
- Erlang, ya deja eso! Puedo hacerlo yo solo!
- Si te dejo hacerlo solo huirás por la puerta, ahora quieto!
De este modo, también una túnica azul fue lanzada por los aires hasta caer en una butaca.
- Wukong, por favor! Desde cuándo te importa tanto tu desnudez? Si fuera por ti entrarías sin ropa a la Corte Celestial!
- E-espera, espera!
Y así, también se desprendió de los pantalones y la ropa interior, ambos cayeron al suelo; y Wukong ahora quedando completamente desnudo a excepción de la Corona de la Disciplina, fue tomado por el mayor para ser cargado al hombro.
- Erlang, bájame ya- no, ah! De la cola no!
- ¡No me jales del pelo-...ya quieto!
No pasó mucho después cuando Wukong finalmente cayó de espaldas en un chapuzón a la bañera, llena de espuma y jabón. El agua rebosó los bordes y el suelo se fue mojando de a pocos, hasta que el mono castaño sacó la cabeza jadeando agitado, pero rápidamente se fue calmando al sentir el agua...bastante cálida, y sus músculos no pudieron evitar empezar a relajarse. Bajó los hombros y la cabeza, como si todos sus nervios se hubieran apagado.
- Está...muy cálido.
- ¿Si ves? Te dije que se sentiría bien. – sonrió Erlang mientras se sentaba detrás del Gran Sabio. Éste giró la cabeza para verlo, pero rápidamente apartó la mirada lleno de vergüenza. El pelinegro soltó una risita y metió las manos en el agua para mojarlas y luego las embadurnó de jabón para empezar a restregarlas sobre la espalda del contrario.
Wukong no recordaba con exactitud cuándo fue la última vez que alguien lo había tratado con tanta...gentileza y suavidad, pero había algo en las manos de Erlang que simplemente le borraban todo el ruido de su cabeza, y se sentían como esponjosas nubes sobre su espalda...Wukong cerró los ojos y soltó un profundo suspiro, dejándose masajear y hundiéndose en la sensación. Erlang podía sentir lo tenso que se hallaba el mono bajo sus manos, y aquello le hizo tener pena por él, por lo que fue lo más suave posible para relajar al contrario, pasando por sus hombros, sintiendo sus cicatrices debajo de su pelaje, su cuello tenso...y subió hasta su cabeza para masajearla, sintiendo el frío contacto de la corona.
- Wukong, la corona...te molesta? – le preguntó después de un rato en silencio, notando cómo el castaño se estaba relajando gracias a él.
- ...Aunque no me apriete con el hechizo, siempre la siento ajustada. – le respondió luego de unos segundos.
- ...Intenta olvidarte de ella, solo concéntrate en mí, ¿de acuerdo? – le propuso Erlang volviendo a echarse jabón en las manos para frotarlas sobre su cabeza, enredando sus dedos entre su cabellera hasta formar espuma. Wukong alzó la cabeza soltando un complacido suspiro, y debajo del agua, la punta de su cola golpeteó la base de la bañera.
- Podría intentarlo...
La temperatura del agua no bajó en todo el tiempo que pasaron juntos, finalmente Wukong se dejaba manejar y limpiar, no solo porque necesitaba despejar su mente e intentar relajarse, sino por el hecho de que Erlang era quien lo ayudaba a sentirse así, por su presencia, su habilidad con las manos, o por...aquel choque de sentimientos que ambos tenían entre sí, pero que por ahora no parecía ser necesario decirlo en voz alta. Wukong no podía evitar sentirse relajado cuando estaba junto a él, ya que Erlang era de los pocos que realmente lo tenían en cuenta, como un ser tan capaz como él, como básicamente...un igual, que merecía el mismo trato y respeto que todo el resto, e incluso solo para ellos dos, uno mucho más especial.
En un momento, Erlang alzó el brazo derecho del Gran Sabio para restregar con suavidad el jabón, hasta que llegó hasta la mano del castaño, y tras limpiarla de toda la suciedad de sus dedos y uñas, la observó en silencio un buen rato, como si quisiera hacer algo más que lavarla. Wukong notó su mirada, y Erlang al alzar los ojos, se encontró con los del castaño, y no pudo evitar dedicarle una suave sonrisa. El mono, en cambio, se puso rojo hasta las orejas y no pudo aguantar tanto tiempo la mirada, apartando avergonzado la cabeza. Erlang soltó una risita y soltó su mano para así alcanzar un pequeño balde lleno de agua, y se lo echó encima al castaño para juagarlo de la espuma.
Al salir finalmente de la bañera, el agua no esperó en gotear a cántaros y la madera del lugar se fue encharcando debajo suyo. Wukong movió los hombros y el cuello, suspirando bastante satisfecho por aquel baño, y notó que Erlang le había pasado una toalla para que se secara.
- Una vez termines, espérame en el comedor. Déjame el resto a mí.
- Oh, Erlang, no deberías... – empezó el Gran Sabio aceptando la toalla y apoyándola en sus hombros. Ahora que lo pensaba, se encontraba aún desnudo frente a él pero...ya no se sentía tan incómodo como antes, ni siquiera lo pensaba como algo malo, tal vez nunca lo fue...y hasta ahora se daba cuenta de ello.
- Wukong, yo me ofrecí a ayudarte. – le interrumpió Erlang negando con la cabeza. – Y además...de verdad quiero hacerlo. Siéntete como en casa, yo me encargo.
Wukong no tuvo nada que responder a eso, y dejó que el pelinegro se retirara del baño para dejarlo solo a él. Esas últimas palabras resonaron demasiado en su cabeza, y mientras empezaba a secarse el pelaje del cuerpo, pensó que posiblemente...aquellas paredes de ese templo del Monte Mei podrían ser lo más cercano a un hogar dentro de todos esos años desde que comenzó el viaje, ya que nunca tuvo la posibilidad de regresar a la montaña donde nació.
Una vez estando lo suficientemente seco, se dispuso a vestirse pero reparó sorprendido que Erlang se había llevado su ropa con él...hasta que vio un conjunto nuevo, perfectamente doblada sobre una butaca, y supo que la había dejado ahí para él. Se trataba de una larga túnica negra con bordes y patrones dorados. Se ajustaba perfectamente a su medida, y el algodón acariciaba su pelaje con la textura más suave, tanto así que apenas la sentía encima.
Salió del baño a pie descalzo, de todos modos la madera bajo su piel se sentía refinada y a la temperatura ideal; y se dirigió al comedor. De por sí se sorprendió por lo sencillo que era, ya que siempre creyó que Erlang era un hombre de altos estándares, pero ahora veía lo equivocado que estaba. Y a decir verdad...le agradaba que fuera así. Se acercó a la mesa y se sentó en uno de los cojines para esperar al mayor, pero no pasó mucho tiempo para que terminara aburriéndose, y decidió explorar el cuarto un poco más, levantándose para ver las decoraciones que había en las cómodas.
Le llamó la atención un largo pergamino abierto de un extremo a otro, y en él había una pintura de una mujer ante la pronunciada grieta de una montaña, y más abajo al pie del monte, yacía un lago lleno de lámparas de loto, con dos niños mirando hacia la mujer. Wukong entornó los ojos de curiosidad, sin quitarlos de lo que parecía ser una deidad femenina. Él estaba al tanto del pasado del pelinegro, un semidiós criado bajo su madre, la hermana del Emperador de Jade que irónicamente, se encargaba de regular los enamoramientos dentro del Cielo, y terminó cayendo por un mortal. Podría tratarse de una pintura dedicada a su madre después de todo, pero...quién era esa niña que acompañaba al chico ahí abajo? ¿Se trataba de una hermana? Jamás supo nada de que Erlang tuviera hermanos biológicos, y de ser así...se preguntó qué podría ser de ellos ahora.
Wukong creía conocer lo suficiente a Erlang, hasta ese mero instante. Tal vez hablar de su familia era demasiado personal, a pesar de que se conocían desde hace siglos...pero ¿cómo se podían comparar cientos de años a toda una eternidad? Más que verlo como un problema, el mono castaño pensó que podría ser una oportunidad de conocerlo más profundamente, claro, si Erlang primero se abría ante él. Pero no sentía temor que no fuera así, ya que tenía el presentimiento de que el pelinegro no le había ofrecido todos esos tratos por nada...
- Wukong?
El mencionado salió de sus pensamientos y se dio media vuelta para encarar al semidiós al pie de la entrada.
- Oh, solo...solo veía este pergamino, es todo. – trató de excusarse el mono con un poco de vergüenza en su voz y apartó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta, aunque hizo lo posible por seguir hablando. – Se...se trata de tu madre?
Erlang le dedicó una suave pero triste sonrisa al oírlo. Le parecía tierno el hecho de ver al salvaje e imponente Rey Mono siendo tan tímido y suave con él...tanto así que podría acostumbrarse. Ladeó la cabeza en un ademán para invitarlo a sentarse de nuevo.
- Ven, la comida está lista.
- ...Comida?
Wukong temió ver lo que esperaba en la mesa, pero al volver al comedor, se quedó sin palabras ante la gran cantidad de platos servidos para los dos. El mono no podía creerlo...o perdió la noción del tiempo, o Erlang era muy hábil cocinando. A este punto, consideró que se podría tratar de las dos opciones juntas. Fue muy evidente su shock, ya que lo que lo hizo despertar de su burbuja fue la risita de Erlang, quien ya se había sentado en su lado de la mesa.
- Siéntate...debes de tener hambre.
El mono sacudió la cabeza para espabilar y se apresuró a sentarse a horcajadas sobre su cojín, y agarró el primer plato: un caldo de verduras y tallarines...todo parecía ser vegetariano, tal como su estricta dieta se lo ordenaba, pero igualmente con solo olerla, una cálida sensación lo recorrió desde su pecho hasta su pelaje, haciendo que se le hiciera agua la boca, y no perdió otro segundo en agarrar los palillos y empezar a comer.
El refrescante sabor de la comida recién hecha y fresca llenó de energía y regocijo su paladar, y no podía controlarse en dar un bocado más, y otro, así hasta terminar en solo cuestión de minutos el primer tazón. Como amante de la comida no podía resistirse a una buena sazón, además que tenía demasiada hambre, su estómago vacío durante días le exigía un banquete digno de su tamaño, y al tomar la última gota del caldo, se relamió los labios, dejó el plato vacío a un lado y continuó con el resto, soltando mufidos y suspiros de placer por lo bien que sabía todo.
- ¡Mph...todo sabe muy bien! ¿De verdad lo hiciste todo tú, Erlang? – le preguntó con la boca llena al no poder contenerse.
El pelinegro sonrió levemente mientras comía de un simple plato de tofu decorado con hierbas, y asintió, pero él esperó a que terminara de tragar para poder contestarle.
- Así es...en asuntos extraoficiales, siempre suelo cocinar para mí solo, y hoy...te quise hacer el mismo favor.
- Pues...¡está delicioso! De verdad, gracias. – le agradeció en medio de sus masticadas el mono, y no tardó en reanudar su almuerzo. Sin duda aquella comida no solo le ayudaba a recuperar energía en su cuerpo, sino que le levantaba el ánimo para actuar tan vigoroso como antes, e incluso mejor, todo gracias a Erlang...
Y así, cada plato se fue vaciando rápidamente, y a pesar de que no era un banquete que Wukong solía organizar en el Monte Huaguo que podría durar una semana entera, por alguna razón sentía que era simplemente suficiente, y justo lo que necesitaba, no sentirse lleno, pero sí alimentado. Un buen vino acompañó el almuerzo, y ambos guerreros no dudaron en vaciar también las calabazas con cada ronda mientras se contaban historias y se ponían al día; Wukong sin darse cuenta hablaba ahora con un tono diferente. Energético, pero más suave, más alegre...y Erlang podía notarlo. Tanto el baño como la comida habían funcionado, pero aún faltaba una fase más antes de dejarlo dormir como debía. Igualmente, le aliviaba bastante volver a ver a Wukong sonreír tan carismático como siempre, permitiéndole olvidarse de sus cargas y concentrarse solo en un ahora congelado en el tiempo, junto a él. En el fondo, había extrañado tanto su presencia, y podía asegurar que compartía la misma sensación del Gran Sabio que, a su lado, el resto del exterior no importaba, y solo prolongaba el anhelo de permanecer con él.
Una vez el vino acabado, los dos prosiguieron a otra habitación, y Wukong a diferencia de cuando entró por primera vez, ya no se sentía como un extraño dentro del templo. Pero el sentimiento duró poco al cruzar la puerta, y hallarse a sí mismo en la mitad de un lugar mucho más personal...
- ¿Este es...tu cuarto?
- Ni siquiera mis hermanos saben cómo es por dentro. – le respondió Erlang cerrando tras de sí, y aunque pudo ver un poco de nervios en el rostro del castaño, hizo un ademán para que las cortinas se abrieran, dando paso así a la salida exterior que él tenía. – Pero descuida...haremos algo primero antes de dejarte dormir.
"En...en su cama..." pensó Wukong con un leve sonrojo en sus mejillas, sin creer que en serio el pelinegro le dejaría dormir en su propia cama, pero luego alzó la vista hacia donde Erlang había salido, y se quedó estupefacto ante el paisaje que tenían ante ellos.
El solo encontrarse ante la vista de las cordilleras y valles del norte, un cielo despejado, y con árboles de ciruelo blanco alrededor, sin oír un solo sonido más allá de las ramas y hojas crujiendo por el viento, Wukong no podría sentirse más en una extraña paz. Caminó hasta quedar al lado de Erlang, sin poder despegar sus ojos del horizonte, y por unos segundos, se olvidó por completo de su corona, del viaje, o de toda la carga que había estado llevando sobre sus hombros todo ese tiempo.
No solamente se trataba del hecho que no quería separarse de Erlang, sino...de tampoco querer irse de ahí. Jamás pensó que podría sentirse tan calmado y sin peso alguno en su cabeza en un solo lugar, que...le gustaría extender esa visita tanto como le fuera posible, además eso significaba estar con el pelinegro mucho más tiempo, ya que no tenía idea cuándo se podría volver a dar la oportunidad.
- ...Siéntate. Deja que tus pies descansen.
Wukong no dudó en obedecerlo, y se sentó a horcajadas en la madera del suelo, mientras que el pelinegro retrocedió un poco para arrodillarse detrás de él. Erlang se fijó específicamente en las manos apoyadas en el regazo del castaño, y tras dudar unos segundos, decidió aventurarse para posar la suya sobre ésta.
- ...Ahora cierra los ojos. No veas tu alrededor, siéntelo.
- Erlang, esto... - murmuró Wukong sin sentirse muy convencido de que lo que necesitaba era meditación.
- Hazlo...solo así tu mente se silenciará, y dará paso para que finalmente descanse. – le respondió Erlang con suavidad. El mono rodó los ojos pero obedeció de nuevo, sintiendo la brisa rozar su pelaje, y la cálida mano del semidiós sosteniendo la suya.
Erlang desvió la mirada de nuevo al paisaje, soltando un profundo suspiro para tratar de aliviar el propio peso de su corazón, y después de unos segundos, volvió a hablar con la misma delicadeza del aire.
- Piensa de esta habitación como un lugar privado...solo de nosotros, donde nadie más sabrá lo que pasa aquí, ni entrará. Aquí...puedes olvidarte de tus cargas, de tus angustias, de todo el ruido que te impida pensar. El tiempo está congelado, solo para ti... - le decía entre pausas también cerrando los ojos, pero sin soltar nunca su mano. – Cualquier preocupación que tengas, puedes venir aquí y perderla.
A pesar de que el cuerpo del Gran Sabio volvía a apaciguarse y relajarse con la voz de Erlang siendo una con la estancia, tuvo la sensación de que no solo hablaba para él, sino para sí mismo. ¿Acaso había algo que lo atormentaba también? Con lo pasible que se veía siempre...de tanta ayuda que recibió por su parte, Wukong creyó correcto también tratar de ayudarlo a él, si era posible.
Decidió romper el meditativo silencio, pero sin abrir los ojos todavía.
- ...Qué te preocupa a ti?
La respuesta tardó en ser devuelta, y por unos segundos, Wukong sintió una presión en el pecho que probablemente arruinó por completo el momento. Su cola se enrolló de la ansiedad, rogando que Erlang respondiera algo pronto para no quedar como un idiota, pero en cambio...solo sintió que el agarre de sus manos se hizo más fuerte.
- El apego. – finalmente Erlang respondió tras un tembloroso suspiro. – Los cielos nos obligan a eliminar todo afecto que podamos sentir por cualquiera. El mayor de los delitos, allá arriba...pero nosotros poseemos un origen terrenal, nuestro ser se liga a la Tierra, y por más que ascendamos...no podremos cambiar nunca lo que fuimos. Si el pasado, el presente, y el futuro son uno solo, dejar que nuestro corazón nos guíe será fruto de un inevitable apego.
- ...Y tú, ¿a qué le tienes apego? – preguntó Wukong.
Erlang se atrevió a abrir los ojos con lentitud, y miró al castaño con una triste sonrisa, y apartó su mano de la del mono castaño, para cambiar de posición. Wukong por otro lado, solo dejó de sentir el calor del semidiós a su lado, y oía la madera crujir, pero no supo a dónde fue. Su corazón de repente empezó a latir con fuerza, sintiéndose ansioso de nuevo por haber preguntado algo indebido, y tuvo miedo de abrir los ojos y no encontrar al pelinegro con él.
Pero, a diferencia de lo que había pensado, sintió la presencia de Erlang de golpe justo frente a él, sosteniendo sus mejillas con ambas manos, el calor de su rostro a solo centímetros del suyo, y el corazón del mono se detuvo en un vuelco al sentir los suaves labios del semidiós sobre los suyos. En vez de entrar en pánico como creyó que pasaría, su cuerpo entero fue embadurnado de una calidez y un sentimiento tan irreal pero real a la vez...que lo mantuvo en una profunda calma, simplemente abrazando el hecho de que Erlang compartía la misma sensación de su corazón, y no dudó en volverse uno con él.
Jamás había sentido algo igual, y no quería despegarse de él. Con solo aquel beso, ambos sincronizaron el mismo mensaje en sus mentes: "Elijo sentir afecto...por ti". Lo demás no importaba, solo sus presencias siendo la compañía de la otra, y el complemento que necesitaban. Dentro de Wukong no pudo evitar saltar una cálida alegría de que su sentimiento haya sido correspondido, de que alguien tan leal a las normas como Erlang estaba dispuesto a romperlas solo para serle fiel a algo más importante, a su amor.
Eso era todo lo que necesitaba saber, desde el principio...
Sus ojos se encontraron una vez más rompieron del beso, y a pesar de la diferencia del color, ambos podían asegurar que veían un reflejo de ellos mismos en el otro, y Erlang sonrió suavemente, acariciando la mejilla del contrario, sin necesidad de decir algo más. Wukong al ser consciente de su cuerpo de nuevo, no pudo evitar sonrojarse y soltar una nerviosa risita, pero sintiéndose igual de feliz al saber que el pelinegro se había convertido ahora en su único lugar seguro, como había dicho él, en su lugar privado.
Alzó su mano esta vez, y pasó sus garras entre los mechones negros del mayor para corresponderle la caricia, y eso pareció reconfortar aun más al semidiós, quien soltó un suspiro acompañado de una sonrisa más calmada, diciéndole que el peso en su corazón había desaparecido. Pero, la dicha duró poco, ya que Wukong dejó caer la mano, sintiéndose muy pesado de repente, como si el dharma mismo lo estuviera aplastando. Sacudió la cabeza, tratando de recomponerse, pero...el sueño era demasiado, sus párpados se le caían, y cada vez menos podía moverse, hasta que terminó tumbado entre los brazos del pelinegro.
Erlang rio levemente mientras lo cargaba, y llevaba de nuevo adentro.
- ¿Q-qué...me está pasando...? – preguntó Wukong sin siquiera tener la fuerza suficiente para hablar ya, y solo sintió que fue acostado sobre una superficie muy suave y acolchonada...una cama.
- Tu cuerpo se relajó lo necesario para dar paso al sueño que tanto querías. – contestó Erlang sin borrar su sonrisa mientras lo cubría con las sábanas, y se sentó a su lado para acariciar su cabeza con el pulgar suavemente. – Por fin, puedes dormir.
- E-espera... - murmuró Wukong tratando de mantenerse despierto para decirle una cosa más, pero sus ojos finalmente colapsaron, y las caricias de Erlang sobre él solo lo indujeron más al sueño. Tras dar un fuerte bostezo, no fue capaz de decir o hacer nada más, aparte de empezar a caer profundamente dormido.
Erlang permaneció a su lado en silencio con una leve sonrisa. Lo que se debía decir ya se dijo...pero de otra forma que no involucraba palabras, y ambos lo sabían. No paró de observar al mono castaño dormir y respirar de una forma tan suave y silenciosa, apenas notable a la vista, que por un momento Erlang sintió que estaba ante él el lado más vulnerable de Wukong, aquel que no estaba alerta, ni en guardia por una emboscada, ni el hiperactivo mono que todos conocían, sino alguien que al igual que todos, también tenía su faceta más calmada y silenciosa que, al igual que ese beso, quedaría guardada ahí dentro de esa habitación, protegida por él.
Wukong durante todas las incontables horas que durmió bajo el velo de Yang Jian no se despertó ni pareció perturbado, pues su subconsciente sabía que estaba bajo el cuidado de la única persona que lo llegaba a amar por quien realmente era, no por lo que podría llegar a ser, y supo que una vez culminado el viaje...volvería a su hogar, a su lado.
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