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Este capítulo es extremadamente largo. Son más de 11mil palabras.
Y precaución: hay una muerte.
El repentino ruido a las afueras de sus aposentos llamó su atención y levantó la vista de la pintura en la que había estado trabajando los últimos días.
Wheein dejó de ordenar las ropas que usó ese día y miró hacia la puerta, con clara expresión de sorpresa. Jeongin se puso de pie, pero su doncella le hizo un gesto de que iba ella. Minji no estaba ya que había aludido a que tenía una cita importante con el médico Shin, por lo que su amiga más cercana era la encargada de atenderlo esa noche. No creía que Chan fuera a pasar la noche con él considerando que tenía esa cena importante con los padres de Sohyun, así que...
Su dama abrió las puertas y los gritos se hicieron más fuerte. Jeongin agarró su bata, calzándose rápidamente unos zapatos y cubriéndose cuando ese escándalo se volvió más fuerte.
—¡La mataste, bastarda, tú la mataste!
Oyó el grito ahogado de Wheein y a dos de sus guardias viéndosem muy fuera de sí. Yoorim no estaba, cuando debía quedarse esa noche custodiándolo.
Sin embargo, no tuvo demasiado tiempo para pensarlo, pues en ese momento se fijó en otra figura que se veía muy, muy pequeña, en medio de otros guardias. Reconoció a Bongsun a los pocos segundos, y se percató, entonces, de sus ropas manchadas de sangre. Y otra mujer (era una doncella de Sohyun, se dio cuenta) era la que gritaba.
—Vuelva adentro, mi Señor —dijo Youngmin, poniéndose en medio para que no siguiera viendo la escena.
—¡Eres una asesina! —siguió acusando la doncella de Sohyun, luciendo histérica y fuera de sí—. ¡La asesinaste! ¡Vas a pagar por eso!
Jeongin no entendía nada, pero sus alarmas se activaron cuando observó a un guardia atar las manos de Bongsun en su espalda.
—¿Qué están haciendo? —habló, escandalizado—. ¡Suéltenla, ahora!
Sus palabras llamaron la atención. Aquellos hombres titubearon ante su orden, sin embargo, esa doncella se adelantó.
—¡Fuiste tú, ¿no es así?! —le acusó, enfurecida y con los ojos llorosos—. ¡Tú le ordenaste matarla, hijo de puta!
La acusación lo desconcertó un segundo, antes de que el enojo también lo golpeara. ¿Quién se creía ella, hablándole así a él?
—¡Cierra la boca, descarada! —le espetó, iracundo—. ¡Recuerda que estás delante de un Concubino Imperial!
Pensó que eso la haría retroceder, que escucharía sus disculpas, pero no obtuvo más que una carcajada sarcástica.
—¡Será tu fin, concubino! —se burló ella—. ¡En este mismo momento iré a acusarte con el Emperador y mi Emperatriz, y no vas a librarte de esto!
Y no se quedó a esperar su respuesta, porque esa doncella se giró y se fue corriendo, dejándolo con las palabras en la boca.
—Disculpe, Concubino Imperial —habló uno de los guardias que todavía tenía a Bongsun, que estaba callada y con la mirada baja, ida y en shock—, pero... Pero se ha cometido un asesinato hace poco en las habitaciones de la prometida del Emperador y la dama Park...
La palabra asesinato lo hizo abrir la boca en clara señal de sorpresa, incapaz de entender bien qué es lo que estaba pasando. Volvió a ver las ropas de su antigua doncella, con los restos de sangre, y una sensación desagradable hizo que su estómago diera un vuelco. ¿Qué es lo que había hecho Bongsun?
Iba a decir algo más, sin embargo, Bongsun levantó la vista ligeramente y le hizo un gesto imperceptible con su cabeza en señal de que no hablara. Jeongin sintió su garganta apretada, aunque decidió hacerle caso, y retrocedió un paso.
—No le pueden hacer daño —dijo cuando vio que la agarraron de ambos brazos—, ¿está claro? ¡No quiero que le hagan daño!
Ambos guardias asintieron y procedieron a empujar de la doncella. Jeongin vio como se la llevaban, y fue hacia Dongho.
—Averíguame qué ha ocurrido —le dijo, y él asintió con la cabeza. Jeongin ahora le habló a Youngmin—. Ve por Hongseok y Hwitaek ahora mismo... ¿Y dónde demonios está Yoorim?
—Mi Señor —dijo Youngmin—, Bongsun llegó aquí y le entregó algo a Yoorim, creo que era una planta o una flor. Le pidió que fuera donde un herbolario y el médico Han, y Yoorim obedeció antes de que la agarraran.
Jeongin arrugó el ceño ligeramente ante esas palabras antes de que Youngmin se retirara para ir en busca de sus compañeros. Wheein le agarró el brazo, pidiéndole que regresaran a la habitación y esperaran con calma lo que fuera a ocurrir.
El muchacho obedeció, aunque sabía que no iba a existir calma alguna. Él ya podía imaginarse lo que ocurriría esa misma noche.
(...)
Chan sintió algo de pesar mientras escuchaba al padre de Sohyun y rey de Baekje hablarle y pedirle de su tabaco con esa sonrisa de complicidad. Él conocía a ese hombre, a ese viejo hombre, porque cuando fue a dejar a su hija al concubinato casi dos primaveras atrás, le acompañó. Chan estuvo presente en la cena junto a su padre y sabía que el rey Jumong era un buen hombre. No entendía como pudo tener a una hija tan superficial como Sohyun.
—Nuestros hijos estarán llegando en un par de días —le comentó el rey—, aunque mi heredero no podrá asistir, pues ha quedado a cargo del reino.
—Es entendible —dijo Chan, probando las uvas mientras oía la conversación superficial de Sohyun y su madre con sus hermanas menores—. No he tenido mucho tiempo para preocuparme de los preparativos, pero sé que Sohyun y mi hermana han gastado mucho en ella.
Sólo ese día él le habían ido a tomar, en la mañana, las medidas para su hanbok. Chan lo estuvo aplazando lo más posible, como si de esa manera pudiera fingir que no iba a casarse en menos de cinco amaneceres más. Cada vez que lo pensaba, su estómago daba un vuelco en angustia y ansiedad.
—Como corresponde —dijo Yeji con tono agradable—, los Emperadores se merecen una boda grande y excéntrica. Además, le traerá alegría al pueblo —añadió—, las bodas siempre son motivo de felicidad.
—Mmmm... —Chan se llevó la pipa a la boca, evitando así decir lo que pujaba por su garganta.
—Con mi Emperador nos aseguraremos de que así sea —habló Sohyun, contenta—. Además, cuando le dé un hijo más alegría le traerá.
—Los hijos siempre son motivo de felicidad —agregó la reina Jina—. Y estaba teniendo una idea, quizás, si nuestro Emperador quisiera pensarlo... Su hermana, la princesa Yeji, también está en edad de casarse y nuestro hijo mayor, el príncipe Jooik, está buscando esposa desde hace tiempo. Para unirnos...
Chan miró a su hermana menor, que se mantuvo con una expresión tranquila y casi indiferente. Él sabía que ella tenía el sentido del deber muy arraigado en su corazón, al igual que él, por lo que si se lo ordenaba, Yeji obedecería sin protesta alguna. Pero aun así sabía que lo mejor sería hablarlo a solas con ella.
—Lo pensaré —afirmó Chan, antes de mirar a sus hermanos más pequeños—. ¿Están cansados, príncipe Euijin y princesa Gyuri?
La más pequeña de los cuatro había ocultado su bostezo, aunque no pasó imperceptible para Chan. Le hizo un gesto a la aya que los había acompañado.
—No quiero ser grosera, mi Emperador —se disculpó Gyuri con aspecto triste.
—No lo eres —afirmó Chan—. Ve a dormir, princesa. Tu igual, príncipe Euijin, si estás demasiado agotado. Sé que han estado ayudando a la princesa Yeji con mi boda, así que vayan a la cama si lo desean.
Ambos decidieron obedecer y se despidieron con tonos tímidos, pronto retirándose en compañía de sus ayas y guardias. Chan no pudo evitarlo y se quedó un segundo mirando la espalda de Euijin, su hermano menor, pensando en lo pequeño que era. Era lo que debía pensar cuando su sentido del deber se tambaleaba y deseaba huir de aquel peso que se hacía más grande en sus hombros.
El rey Jumong se puso a platicarle sobre algo, pero se vio casi interrumpido a los pocos segundos cuando un guardia entró con expresión pálida, haciendo que todos se callaran.
—Mi... Mi Emperador...
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó, dejando la pipa y frunciendo el ceño.
—Una... una dama nos ha dicho...
—¡Mi Emperatriz! —gritó una voz femenina que cruzó las puertas, luchando por soltarse del agarre de otro soldado—. ¡Mi... Mi Señora! —y se puso a llorar, desconsolada.
—¿Joomi? —Sohyun habló, poniéndose de pie—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué lloras?
—¡La ha matado!
Esas palabras provocaron que Chan abriera sus ojos con fuerza, mientras que Yeji soltó un grito ahogado y los reyes de Baekje jadearan. Sohyun fue hacia su doncella con la boca entreabierta.
—¿Cómo? ¿A quién...? —miró hacia atrás, como si quisiera ver a alguien más—. ¿Dónde está Bitna? —el llanto se hizo más histérico—. ¡¿Dónde está Bitna?!
Chan miró hacia Hyunjin, que se veía tan desconcertado como él.
—¡Bongsun mató a Bitna, mi Señora!
Sohyun ahora gritó y agarró a Joomi de los hombros, mientras que Chan también se levantó ante esas palabras, incrédulo por lo que acababa de oír.
—¡¿Cómo ha pasado?! —gritó el rey Jumong—. ¡¿Es Bongsun, la otra doncella que tomaste?!
Bongsun, la antigua doncella de Jeongin, fue lo primero que pensó Chan, pero trató de no mostrarlo en su rostro, yendo hacia la doncella mientras Sohyun se deshacía en llanto. La reina Jina fue hacia su hija, como si quisiera consolarla.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó, con tono grave y duro—. ¿Qué es lo que ha pasado?
La doncella seguía llorando sin control alguno, sin embargo, inclinó su rostro ante él.
—Yo no sé bien... Iba a buscar a mi compañera, pero al... al estar llegando a los aposentos de mi Señora sa-salió Bongsun y me... me ignoró... —comenzó a explicar—. Cu-cuando entré, vi... vi el cuerpo de Bitna en el suelo, lle-lleno de sangre y mu-muerta...
—¿Dónde está Bongsun? —gritó Chan, helado y con el rostro de piedra—. ¡¿Dónde está ella?!
—¡La... la apresaron a-afuera de los aposentos del... del Concubino Imperial! —exclamó Joomi.
Chan sintió como si un cubo de agua fría hubiera caído encima de él ante esas palabras. No quiso que la idea se concretara en su mente, por supuesto, pero no pudo controlarlo, y pensó enseguida que Jeongin se había implicado en algo.
No. No. Imposible. Él se habría dado cuenta. Jeongin no habría sido tan descuidado como para cometer un error de ese tamaño.
—¡Ese chico... Él ordenó la muerte de Bitna...! —chilló Sohyun, poniéndose histérica y volteándose hacia él. Su maquillaje se había corrido por las lágrimas—. ¡Qui-quiero su cabeza!
—¡Silencio! —gritó Chan, y se sorprendió que su propia voz saliera firme—. ¡¿Dónde demonios está Bongsun?! ¡Minho!
El antiguo guardia de su padre, y que ahora estaba bajo su servicio, se inclinó en señal de obediencia y salió del salón. Chan ordenó que quitaran todas las comidas, mientras Yeji y la reina Jina trataban de calmar a Sohyun y Joomi. El rey Jumon se veía descolocado, con Chan tomando aire profundamente para tratar de no ponerse ansioso.
Para su fortuna, no tuvo que esperar mucho: Minho llegó con la muchacha y otros dos hombres custodiándola. Chan no pasó por alto sus ropas manchadas con sangre y la mirada extraviada de su rostro.
—Doncella —habló, y su tono pareció sacarla de su desorientación, porque la vio parpadear—, ¿qué es lo que ha ocurrido?
Silencio por parte de ella. Los ojos de Bongsun se llenaron de lágrimas y sollozó ahogadamente, pero no dijo palabra alguna. Chan endureció su mandíbula.
—Te están acusando de algo grave, doncella —espetó el Emperador—, ¿qué ha pasado?
Más llanto.
—La has matado —siseó Joomi entre dientes, que había dejado de llorar y miraba a Bongsun con odio en su mirada—. ¡Admítelo, la has matado!
Bongsun sólo lloró con más fuerza y Chan sentía que no tenía paciencia ante eso, porque si lo que ocurrió fue como estaba contando la doncella de Sohyun, la situación era grave. Muy grave. No sólo ponía en tela de juicio la seguridad dentro de su palacio, sino que también podía levantar otras sospechas que apuntaban hacia Jeongin. Él ya podía verlo.
—No... no fue a-adrede... —fue lo primero que dijo Bongsun, y Chan sintió su mano temblar—. Yo... Yo e-estaba en los aposentos de la... la princesa Sohyun po-porque no me dejó venir y... y... —otro par de lágrimas derramadas—. De... de pronto, llegó Bitna y nos... nos pu-pusimos a discutir, a pelear, y ella me... me e-estaba ahorcando... ¡Yo sólo me... me defendí!
—¡Eres una perra mentirosa! —saltó Sohyun, con odio filtrándose en su voz—. ¡No te atrevas a mentir, víbora! ¡La mataste por órdenes de su verdadero Señor, ¿no es así?! ¡Me mataste porque el Concubino Yang te lo ordenó!
—¡No es así! —gritó Bongsun—. ¡Él no me... me ordenó nada!
—¡Basta! —ladró Chan, callando a ambas mujeres—. ¡Esa es una acusación muy grave, princesa! —le dijo a Sohyun, que apretó sus labios. Se volteó hacia Bongsun—. ¡¿Por qué se pusieron a pelear con Bitna?!
—Yo estaba... estaba... —Bongsun pareció ahogarse en sus palabras—. E-estaba haciendo algo y ella llegó y... y yo nunca le agradé...
Era claro que mentía, lo que sólo empeoraba las cosas en general. Y no sólo él se dio cuenta, sino también todas las personas en el salón.
—¡Mentirosa! —gritó Joomi—. ¡Le apuñalaste el cuello, casi... casi le arrancas la cabeza, serpiente!
Aquella declaración provocó otro grito de dolor por parte de Sohyun. Chan sentía que el asunto se le estaba escapando de las manos, y mucho más al darse cuenta de que el rey de Baekje lo miraba fijamente, como si esperara algo de él.
Hizo una mueca con sus labios.
—Hyunjin —masculló—, ve a por un médico y que retiren el cuerpo de la doncella —su guardia hizo una leve inclinación—. En cuanto a ti, Bongsun...
—¡Quiero al Concubino Yang! —exigió Sohyun, yendo hacia él—. ¡Ese bastardo está implicado en esto y quiero su maldita cabeza!
Tuvo que contenerse para no golpearla, para no agarrarla del cuello y zarandearla. Los padres de la princesa lo observaban con claro gesto disconforme y Yeji sólo hizo un gesto imperceptible con su cabeza.
Apretó sus dientes antes de hablar.
—Minho —gruñó—, ve por el Concubino Imperial.
La orden no calmó a Sohyun, pero Chan simplemente ignoró su mirada de furia y pidió que le sirvieran una copa de vino.
La habitación estaba en tenso silencio cuando Jeongin llegó, rodeado de sus cuatro guardias hombres y con una expresión de hielo. No habían tardado demasiado y ese hecho no le gustó demasiado a Chan, pero sólo observó al chico inclinarse ante él.
—¿Me llamaba, mi Emperador? —dijo con tono tranquilo.
Aquello hizo estallar a Sohyun.
—¡No te hagas el inocente, perra! —gritó ella, enfurecida y queriendo ir hacia él para golpearlo. Dos de los guardias de Jeongin se pusieron delante del menor—. ¡Quítense, soy su Emperatriz!
—¡Sohyun, basta! —espetó Chan—. ¡Vuelve a tu lugar ahora mismo!
La madre de Sohyun también se movió hacia su hija, agarrándola del hombro y murmurándole que se tranquilizara.
Jeongin seguía con ese rostro tranquilo, aunque Chan notó que sus manos estaban juntas, con sus uñas de su mano izquierda rascando la zona dorsal de su mano derecha.
—Concubino Imperial —habló Chan—, ha ocurrido un incidente grave y hay personas que te acusan de estar implicado.
El menor, frente a él, lo observaba con ojos brillantes y poco nerviosos. Chan pensó que fingiría desconocimiento.
—Imagino de lo que se me acusa —comenzó diciendo—, pero declaro mi inocencia desde este momento. Bongsun ha dejado de ser mi doncella hacía tiempo atrás y no he tenido contacto con ella desde entonces.
—¡Ella estaba fuera de tus aposentos cuando la atraparon! —acusó Sohyun.
—Pero no entró a ellos —dijo Jeongin con frialdad—, y eso lo pueden atestiguar tanto mis guardias como los soldados que la atraparon. Incluso tu doncella puede ser testigo de que yo salí después de que la detuvieran, y fue por todos los ruidos que hicieron.
Chan sintió algo de alivio ante esas palabras, hasta que Joomi habló.
—Es así —dijo ella, y su voz temblaba—, pero ella le entregó algo a tu guardia mujer, ¡le estaba diciendo algo cuando la encontramos! Y esa mujer se marchó enseguida, ¡ni siquiera miró atrás cuando detuvieron a Bongsun!
Se dio cuenta, en ese momento, de que Yoorim no estaba. Jeongin siempre iba acompañado de ella a todas partes, pues era su guardia personal y una mujer totalmente fiel al menor. ¿Qué significaba que no estuviera allí, entonces, y lo que había dicho Joomi?
—No sé dónde está Yoorim —admitió Jeongin, y Chan tuvo que contenerse para no soltar un ruido de su garganta en señal de lamentación— y tampoco tengo idea de qué es lo que le ha dicho Bongsun a ella. Como recalco, yo estaba en mis aposentos cuando ocurrió todo esto.
—¡Tienes algo qué ver! —siguió acusando Joomi—. ¡Bitna desconfiaba de Bongsun, por eso volvió a vigilarla! ¡Ella vio cuando, más temprano, Bongsun se acercaba a ti y fue detenida por Yoorim! Me dijo que... ¡que Yoorim la llevó lejos para conversar, cuando Bongsun tenía prohibido relacionarse contigo y tus sirvientes!
Con cada nueva palabra Chan sentía que estaba perdiendo los nervios. Incluso la cicatriz de su rostro latió en señal de estrés, y se sirvió una nueva copa de vino, como si de esa forma pudiera calmarse.
Él no quería creer que Jeongin tenía algo que ver con eso. Sí, había bromeado varias veces que no le importaría si su amante le hacía algo a Sohyun, pero eran sólo palabras sin peso alguno, porque los dos allí sabían que aquello estaba fuera de todo límite alguno. Jeongin no sería tan estúpido como para perder los cabales de esa manera, y mucho menos con los padres de Sohyun allí presentes.
Era imposible.
—No sé que habrán... —comenzó a decir Jeongin, sin embargo, se calló cuando Chan hizo un gesto con su mano.
—Suficiente —barboteó, y fue hacia Bongsun, que se había mantenido en silencio en todo momento—. ¿Qué le dijiste a Yoorim y dónde está ella ahora?
—Yo... —Bongsun miró hacia Jeongin, pero el chico mantenía la mirada al frente, negándose a observarla. Por los nervios, la muchacha se puso a llorar—, e-ella... Bitna me descubrió...
—¿Te descubrió en qué? —Chan sentía cómo se estaba exasperando—. ¡Habla, por los dioses!
—Yoorim y yo... —la doncella sorbió por su nariz—... ¡so-somos amantes, mi Emperador!
Chan abrió su boca porque, de todas las cosas que esperaba que fuera a decir, no creía que saldría con dichas palabras. Notó que no sólo fue él, sino también Jeongin quién se veía sorprendido, e incluso Yeji emitió un jadeo bajo.
—¡Mentirosa! —gritó Sohyun, escandalizada—. ¡Es una vil y asquerosa mentira para librarte del castigo! ¡Para librar a Jeongin del castigo que se merece!
—Le dije a... a Yoorim que huyera —tartamudeó Bongsun—, por eso se... se marchó... ¡El Concubino Imperial no... no está implicado en esto!
—¡Vil rata mentirosa...!
Los gritos de Sohyun se vieron interrumpidos cuando entró Hyunjin junto con el médico Kang, que era el asistente del médico Han. Se preguntó donde estaba el médico Shin, ya que este último era el segundo al mando cuando Han no estaba.
—Mi Emperador —habló Hyunjin con tono bajo—, el médico Kang ha examinado el cuerpo y ordenado que lo retiren. Los aposentos de su prometida quedarán, sin embargo, cerrados por esta noche debido a... —se silenció, dándole la palabra al especialista.
—El cuerpo de la doncella presentaba muchas puñaladas —dijo el médico Kang—, en la zona del cuello, que fueron las que le quitaron la vida. Tenía otros dos cortes en su rostro junto con hematomas formándose... Fue asesinada con mucha saña, si me permite decírselo, Emperador.
Santos dioses. Chan sintió su estómago revuelto ante esas palabras y le llenaron la copa una tercera vez.
Jeongin también se veía pálido y fuera de sí, mientras que Joomi se ponía a llorar y Sohyun parecía a punto de desmayarse.
—Doncella —gruñó Chan hacia Bongsun, que temblaba sin control alguno—, ¿asesinaste a una persona por ese secreto?
Chan no le creía. De ninguna forma le creía, por mucho que quisiera hacerlo.
—Bitna me atacó primero —tartamudeó Bongsun, y sus palabras sonaron condenatorias.
—Minho —Chan se movió hacia el soldado—, necesito que busques a Heo Yoorim y la traigas ante mí lo antes posible. Quiero escuchar lo que me tiene qué decir —una inclinación por parte de Minho—. Llévense a la doncella Park a las mazmorras.
—Quiero un juicio —susurró Sohyun, apoyándose en su madre—. ¡Qui-quiero que enjuicien a Bongsun y a las personas implicadas en la muerte de mi doncella! ¡Pu-pude haber sido yo!
—El día de mañana se hará el juicio —dijo Chan, y su voz retumbó en el lugar—. Por ahora, este asunto se cierra. ¡Saquen a la doncella de mi vista! —exigió, y no tardaron en llevársela—. En cuanto al Concubino Imperial... Quedará recluido el resto de la noche en sus aposentos —chasqueó sus dedos, apuntando a dos de sus hombres, que se pusieron rígidos—. No puede salir bajo ningún motivo, ¿ha quedado claro? Ni tampoco nadie puede entrar a su cuarto sin mi autorización.
—Como desee mi Emperador —dijo Jeongin, inclinándose antes de retirarse en silencio.
Chan fue hacia otros tres guardias, que esperaron la orden.
—Lleven a los reyes de Baekje a sus aposentos junto a mi prometida y su doncella —dijo—. Vayan en busca de otros cinco soldados y quiero que cuiden de la familia real.
Murmullos de asentimiento. Chan tenía la esperanza de que se retiraran en silencio, sin embargo, Sohyun se acercó a él.
—Te doy dos opciones —siseó ella, sin usar su título y casi repitiendo las palabras que le había dicho tantos amaneceres atrás—, o lo envías al Palacio de la Tierra, o lo asesinaré con mis propias manos cuando tenga la oportunidad —Chan gruñó—. Lo quiero fuera de tu vida mañana al atardecer, ¿me has entendido... mi Emperador?
La observó con desprecio cuando la vio retirarse con sus padres, que no dijeron nada ante la actitud de ella. A Chan no le extrañaba que la apoyaran en silencio.
Yeji se movió hacia él con aspecto desgastado y agotador una vez quedaron a solas.
—Estoy tratando de comprender lo que ha pasado aquí... —susurró.
Chan no pudo evitarlo y, con ira y furia, lanzó su copa al suelo. El ruido resonó en la habitación vacía.
—¡Mierda! —gritó, sin saber con quién encolerizarse por todo lo ocurrido.
—Mi Emperador —habló Hyunjin, que desde que regresó se mantuvo en silencio—, tengo algo más qué decirle.
El más bajo se volteó a verlo. Su mejor amigo metió la mano por entremedio de sus ropas y sacó un saco pequeño, que tenía manchas de sangre también.
—No quise mencionarlo —dijo Jin—, pero estaba cerca del cuerpo. Parecía que fue cerrado con rapidez y empujado descuidadamente debajo de la cama de los aposentos...
—¿Y qué tiene? —cuestionó Yeji.
—Flores secas —Hyunjin arrugó el ceño y lo abrió, y un fuerte olor floral llegó a las fosas nasales de Chan—. Me pareció muy extraño.
¿Extraño? Por supuesto que sí. Chan no entendía nada, y con aquel descubrimiento, su frustración no hacía más que crecer. Él sabía lo que iba a pasar mañana y, por mucho que fuera el Emperador, ¿estaba dispuesto a tomar ese riesgo? Si favorecía a Jeongin, no sólo sería una ofensa hacia Sohyun, sino también a sus padres, y desataría una nueva guerra.
Otra guerra. Por los dioses.
—Averiguaré de dónde son —dijo Yeji, agarrando el saco—. Hermano mayor, es mejor que vayas a descansar.
—¿Descansar? —Chan no pudo evitarlo y soltó una carcajada sin humor—. Luego de esto, tendré suerte si logró pegar un ojo en toda la noche —Yeji se veía ahora triste—. Hyunjin, por favor, pide una jarra de vino nueva para mí. Creo que será la única forma en que descanse un poco.
No escuchó la respuesta de su mejor amigo, sólo pensando en qué iba a hacer para resolver ese enorme problema que, de alguna forma, implicaba a Jeongin.
(...)
Esa misma mañana, antes de que todo el desastre se desatara, Minji se había sentido de la misma forma que Bongsun: con la desesperación haciendo revoltijos en su vientre.
Su Señor le había librado de sus asuntos ese día pues le había contado acerca de que esa noche tenía una cita con el médico Shin. Incluso Wheein se dio un pequeño tiempo libre para irle a ayudar con las ropas y el maquillaje.
—Lo odio mucho —le dijo Minji con aspecto deprimido.
—Lo sé. Es desagradable —suspiró Wheein, acomodándole una horquilla en sus cabellos—, pero ya sabes lo que ha dicho nuestro Señor, Minji... Si esta noche no ocurre algo, puedes dejarlo. Creo que él ya se está rindiendo con esto, Minji.
—¡Pero no es justo! —se quejó ella con ojos tristes y voz temblorosa—. Él ha hecho tantas cosas... Ha sido tan bueno con el pueblo... La gente lo quiere mucho...
—A veces, la vida no es tan justa, hermosa —suspiró Wheein.
Sólo asintió con la cabeza, más triste que antes. Sin embargo, trató de cambiar su expresión cuando fue donde Shin Jungwoo, que ya le esperaba con el carruaje listo. La había invitado a ir a la ciudad a pasear y comer, y luego, de regreso en el palacio, iban a cenar juntos. Minji tenía mucho miedo por lo que fuera a ocurrir más tarde, pero sólo trató de contenerse.
Para su fortuna, en general, se portó bien y de manera decente con ella en general. Ella no solía pensarlo demasiado, sin embargo, ese hombre parecía realmente enamorado de Minji. Aquel pensamiento sólo la hacía sentir más asqueada, pues a pesar de que era algo normal, no se sentía cómoda con la diferencia de edad entre ellos. Además, a veces era desagradable y miraba con mucho desprecio a la gente más necesitada, y solía decir algunos comentarios acerca de su Señor que la enardecía por dentro.
En general no fue un mal día, pues Jungwoo creía que los silencios de Minji eran por su timidez e introversión. Al menos, no le presionaba a hablar y estaba dispuesto a comprarle todo lo que quisiera. ¿Era una mala persona si se aprovechaba un poco de eso? Ella creía que no.
Cuando comenzó a atardecer volvieron al palacio. Minji sabía que la familia real de Baekje cenarían con el Emperador y su Señor, por lo tanto, no la iba a necesitar demasiado, así que acompañó a Jungwoo hacia su habitación, que se unía a la pequeña oficina donde atendía sus asuntos médicos.
—Podríamos pedir vino y la cena —sugirió Minji cuando vio su oportunidad—, podríamos... comer juntos si lo deseas, Jungwoo.
—¡Claro que sí! —dijo el médico con entusiasmo.
Lo segundo que más exasperaba a Minji de estar al lado del médico era fingir que sus temas de conversación le interesaban. Era egocéntrico y ligeramente narcisista, creía ella, pues sólo hablaba de él, de que provenía de una familia importante, que era un prodigio como médico y esperaba ocupar el puesto del médico Han una vez éste se retirara.
—El médico Han es muy cercano al Emperador —comentó Minji, tratando de no bostezar.
—Claro, pero ya es anciano —respondió Jungwoo con cierto desprecio—, una vez llegue el momento, el Sumo Sacerdote hablará a mi favor.
—Oh —Minji parpadeó y echó un poco más de bulgogi a su plato—, no sabía que eras cercano a él.
—Muy cercano —afirmó el médico—, él fue quien me dio las recomendaciones para entrar aquí con la guerra.
—Que... bueno... —eso Minji ya lo sabía, pero se preguntó si podría sacarle un poco más de información, y le llenó la copa de vino otra vez—, me imagino que es de gran confianza para ti.
—Y yo soy de confianza para él —dijo Shin con orgullo—, le hago muchas tareas que me encomienda... ¡Pero no hablemos de eso! Debo estarte aburriendo, ¿no?
—No, claro que no —Minji fingió beber también—, me gusta hablar contigo, Jungwoo. Eres muy inteligente y yo sólo una doncella...
Se enojó más cuando él no lo negó, sólo sonrió con más orgullo ante sus palabras.
Le sirvió vino, mucho vino, a medida que comían y las horas pasaban. Incluso cuando la comida se acabó, siguieron conversando y Minji se aseguraba de que bebiera, pues eso era lo que necesitaba en ese momento. Para cuando iba a ser la medianoche, el médico estaba muy aturdido por la bebida, pero...
Minji se quedó quieta cuando recibió un beso sorpresivo, de pronto conteniendo las ganas de vomitar por el fuerte aroma a vino que la golpeó. Trató de seguirle el ritmo de manera torpe, sin embargo, los nervios no hacían más que aumentar al percibir las manos grandes de ese hombre agarrándola de la cintura, impidiendo así que pudiera alejarse demasiado de él.
—Eres... hermosa... —jadeó Jungwoo cuando se alejó, con los ojos brillando por el placer febril que sentía—, desde... desde que te vi...
—Mi... mi Señor... —tartamudeó, luchando para no golpearlo—, de-debemos... esperar... No puede...
—Cuando nos casemos, sí... —otro beso más—, aunque no sé si aguantaré, Minji... Eres realmente la niña perfecta para mí...
Más deseos de vomitar la invadieron, aunque tuvo un golpe de suerte cuando, de pronto, el cuerpo del médico se relajó, dejando de besarla y, al abrir los ojos (los había cerrado casi sin darse cuenta, como si así pudiera reprimir el asco), se dio cuenta de que se había quedado dormido.
—¿Jungwoo? —murmuró, y el cuerpo estaba presionado contra el suyo, totalmente quieto.
Minji se movió con cuidado, sin querer despertarlo al escuchar su ronquido. Tardó varios minutos en quitárselo de encima completamente, y aunque tuvo el impulso de moverse hacia su oficina enseguida, decidió esperar un momento. Lo que menos deseaba era ser descubierta. Incluso lo cubrió con una manta, haciendo tiempo hasta que, finalmente, agarró valor y fue hacia la puerta que separaba su habitación de la oficina.
El lugar estaba a oscuras. Apenas haciendo ruido alguno, encendió una vela y entró, dándose cuenta de que estaba muy desordenada. Una vez acomodó la vela para que no se cayera, comenzó a buscar.
No supo cuánto tiempo estuvo allí metida, sin embargo, podía adivinar que mucho. Si bien no era una oficina grande, había muchos estantes con muchos libros y pergaminos, y no podía buscar con rapidez para así no hacer tanto ruido. Minji sólo buscó y buscó, pero con el pasar de las horas, aquella búsqueda la estaba llenando de desesperación ya que ni siquiera sabía qué estaba averiguando. En su mente quería encontrar algo que pudiera ayudar a su Señor, que pudiera inculpar al médico y al Sumo Sacerdote sobre la muerte de su bebé, no obstante, no descubría nada.
En un punto, con sus ojos hinchados por el sueño y cansancio, levantó la vista y observó la vela. Ya se había consumido más de la mitad, lo que sólo indicaba que habían pasado horas desde qué empezó. Se levantó, con sus rodillas quejándose por haber mantenido la misma posición mucho tiempo, y se movió a través del cuarto. Los ronquidos del médico seguían resonando en señal de que continuaba dormido, aunque se asomó de todas formas para comprobarlo.
Al volver, fue hacia el escritorio y rebuscó encima y en los cajones, con nulos resultados. Casi se puso a llorar por la frustración cuando acabó, incluso...
Sus ojos se posaron en el alargado cajón que estaba a sus pies, en la estantería de libros. Tenía un seguro de llave y no podía abrirlo por lo mismo, pues lo intentó.
La buscó por todas partes, pero tampoco la encontró, y fue hacia la habitación de Shin, comenzando entonces a revisar en sus ropas. Tampoco consiguió algo, así que continuó ahora en el joyero que poseía y... Allí estaba. Aunque había varias llaves.
Las agarró todas y no demoró demasiado en encontrar la correcta. Abrió el cajón sólo para encontrar más papeles, y puso una expresión de desilusión.
Al menos, hasta que un fuerte aroma floral inundó sus narices.
Abrió los ojos con fuerza y el sueño desapareció. Ese aroma... Aquel olor...
Era el té.
Sus manos temblaron cuando movió los papeles, encontrando un saquito de cuero, y lo abrió con rapidez. El olor se intensificó y lo dio vuelta, con flores secas cayendo al suelo, de color blanco y rosado pálido. No sólo eso: cayó también un papel y se apresuró en abrirlo.
Té de valeriana y flor de la pluma.
Según lo que sé, por sí solas no hacen mucho daño si se consume una vez. Pero considerando nuestra posición, me han recomendado que se le prepare a nuestro amigo una vez en la mañana y una vez en la noche. Debilitarán su embarazo de manera gradual.
Preparar el té es muy sencillo: dos flores blancas (flor de la pluma) y dos flores rosadas (valeriana) en agua hirviendo, y dejarlas reposando cerca de diez minutos, para que absorba bien sus propiedades. Para endulzar, un poco de miel. Tiene un aroma fuerte, así que preocúpese que sólo una persona se haga cargo de llevarle este té a nuestro amigo.
S.
Minji trató de ahogar el grito de sorpresa cuando terminó de leer aquella nota, y con las manos entumecidas, volvió a meter las flores al saquito junto con la nota. Lo guardó entre sus ropas y se puso de pie luego de cerrar el cajón con llave, y volvió al cuarto donde Shin seguía durmiendo, dejando también la llave en su lugar.
Al mirar por la ventana, se dio cuenta de que estaba amaneciendo. El cielo todavía estaba oscuro, pero a lo lejos, a través de las montañas, el color iba apareciendo poco a poco. ¿Tanto tiempo estuvo buscando algo?
Salió de la habitación en completo silencio. Minji no se había dado cuenta hasta ese momento, pero el aire del palacio estaba extrañamente tenso y ahogado, y sólo dio unos pasos cuando una figura apareció por el pasillo. Sintió miedo, hasta que se dio cuenta de que era el médico Han.
—¿Señorita? —preguntó el anciano, sorprendido—. ¿Qué está haciendo aquí a estas horas?
—Di-disculpe —tartamudeó Minji, y fue hacia él—. Médico Han, yo... Yo lo estaba buscando...
—¿Cómo? —el hombre se veía cansado y Minji reparó en que parecía haber recién llegado del pequeño viaje en el que estuvo fuera. Se sintió mal casi de inmediato, sin embargo, ella necesitaba ayuda en ese momento—. ¿Es urgente, acaso? Hoy ha ocurrido una desgracia en el Palacio y...
—¿Una desgracia? ¿Qué cosa?
—Han asesinado a una doncella —barboteó el hombre—, y están acusando al Concubino Yang, que está detenido en sus aposentos.
Minji jadeó por la sorpresa de esas palabras y el anciano se vio casi arrepentido de decírselo. ¿Qué? ¿Estaban acusando a su Señor de qué cosa?
¡Era imposible!
—Oh... Yo... —su primer instinto fue retroceder, pero el rostro de su Señor llegó a su cabeza, y se dijo que debía hacerlo por él. De pronto, tuvo una corazonada: todo se relacionaba con las pruebas que había estado buscando—. Es que... Médico Han... Estoy asustada y no sé a quién más recurrir. Si el Concubino está detenido, yo no puedo...
Y se puso a llorar, porque estaba cansada, agotada y sólo quería que esa horrible pesadilla acabara pronto. Ella sólo quería que todo volviera a cuando su Señor era feliz, pues ella también era feliz entonces.
El hombre pareció compadecerse de ella ante sus lágrimas, abriendo su oficina y haciéndole un gesto para que pasara.
—¿Qué necesitas, doncella Kim?
Y Minji comenzó a explicarle todo.
Una vez acabó su relato, el sol ya estaba saliendo por el horizonte, aunque el rostro del médico Han seguía pálido y tenso.
—Valeriana y flor de la pluma —repitió luego de un instante en silencio, con la nota entre sus dedos—, las mismas flores que la doncella Park me entregó tantos amaneceres atrás. ¿Y sabes qué descubrí en este viaje fuera, mi querida doncella Kim?
Ella no lo sabía. Sólo sabía que quería un abrazo de su Señor, porque su Señor daba los mejores abrazos de la vida.
—Que estas flores sólo crecen en las tierras del reino de Baekje —suspiró el hombre—. Vamos, creo que voy a preparar un poco de este té antes de ir donde el Emperador.
(...)
Jeongin no había dormido en toda la noche.
Wheein sugirió prepararle un té de manzanilla, pero Jeongin lo desechó casi al instante. Le insistió mucho que descansara, que tratara de cerrar los ojos y dormitar aunque fuera un par de horas, sin embargo, Jeongin sólo sacudió la cabeza en un gesto pensativo.
—Me acusarán a mí, por supuesto —le dijo a Wheein, sentado en el alfeizar de la ventana y mirando hacia el cielo estrellado—. Buscarán la forma de implicarme, a pesar de que no sé qué demonios ocurrió para que Bongsun asesinara a esa doncella.
—Mi Señor, no debe pensar en...
—Y Chan me ama, pero ¿podrá defenderme? —siguió meditando Jeongin—. No lo creo. Es el Emperador y podría, simplemente, ignorar todo esto. Estoy seguro de que es capaz de hacerlo... Pero lo que acaba de ocurrir podría desatar una guerra con el reino de Baekje. ¿Otra guerra más? El pueblo no lo aguantaría —su voz se quebró—. Otra guerra provocada por mí, ¡no es justo, Wheein!
Su amiga sólo se quedó callada, con los ojos llenos de tristeza y dolor, y Jeongin volvió a mirar afuera. Había tenido la esperanza de que Chan pudiera aparecer para conversar con él de manera más íntima, pero pronto lo desechó pues era imposible que le faltara el respeto a sus invitados de esa forma. A Jeongin ni siquiera le dolió, ya que recordó una vieja conversación que tuvo tanto tiempo atrás con el padre de Chan.
—Chan es el Imperio, Jeongin, y el Imperio es Chan. En él recae su seguridad y grandeza.
—Si ese fuera el caso..., yo me haría a un lado. Si eso pusiera en riesgo el Imperio, lo haría.
—¿Y Chan lo haría?
—Chan tomaría la mejor decisión para su Imperio. Sí, es joven y quizás un poco inexperto, pero él ama a su pueblo y no los haría sufrir si pudiera evitarlo. Confío en él y no dudo de que va a tomar la decisión correcta.
Jeongin sabía la dura y horrible carga que tenía Chan en sus hombros. Sabía lo que le pesaba, como llegaba algunas noches a sus brazos y sentía la tensión en su cuerpo, el estrés y la ansiedad haciéndolo sentir agotado. Él no preguntaba, no le correspondía, así que sólo lo besaba y le prometía amor, y eso parecía ser suficiente para Chan.
Al fin y al cabo, Chan ya no era un Príncipe que podía delegar sus tareas a otros. Ahora era el Emperador. El Emperador de un gran Imperio que se había visto sacudido las últimas lunas: la guerra, la muerte de su padre, la pérdida de su hijo nonato, la herida en su rostro... ¿Cómo Jeongin actuaría caprichosamente, resentido y enojado, cuando Chan tenía toda aquella carga? Eso no era digno de una Emperatriz.
Por lo mismo, Jeongin no se sentía molesto o herido, sólo un poco solitario, pero estaba bien. Si las cosas seguían el camino que estaba imaginado en su cabeza, entonces iba a tener que acostumbrarse a esa sensación.
—¿Yoorim sigue sin aparecer? —le preguntó a Wheein, recostado en la cama cuando el cansancio le ganó, aunque sin poder dormir. Él realmente lo intentó, sin embargo, sólo dio vueltas y vueltas—. ¿Dónde se habrá ido? ¿Será como dijo Bongsun? ¿Huyó y me abandonó?
—Por favor, mi Señor —suplicó Wheein—, debe haber algún motivo... Ella no se iría así de la nada... Por favor, a dormir ahora...
Jeongin quiso decir algo más, no obstante, decidió hacerle caso y cerró sus ojos.
No durmió. Dio más vueltas en la cama, a veces dormitaba, mas despertaba casi de inmediato. Y una vez llegó el amanecer, sólo se puso de pie y le ordenó a su amiga que le preparara un baño, a pesar de que había bebido un suave té para relajarse.
—¿Y Minji? —preguntó mientras lo enjabonaba, con tanto cansancio en su cuerpo y deseando que ese día pasara lo más rápido posible—. No volvió en toda la noche.
—Nadie puede entrar a sus aposentos, mi Señor —explicó Wheein.
—Espero que no haya pasado la noche con él —susurró, deprimido—, yo jamás me lo perdonaría, Wheein, ¿qué estaba pensando...? Es sólo una niña...
Se miraron a los ojos y Jeongin supo lo que estaba pensando, algo que hizo que su corazón también doliera: ‹‹usted también es sólo un niño, mi Señor››. ¿Lo era, acaso? Él ya no se sentía joven ni lleno de vitalidad, por el contrario, podía imaginarse que así era como Chan debía sentirse también ante tantos problemas.
Si me condenan, pensó mientras Wheein le ayudaba a vestirse, luego de comer un poco del desayuno que le fueron a dejar, espero poder despedirme de él. Espero poder darle un último beso.
A pesar de su evidente estado, su amiga le vistió con un hanbok completamente de un rojo oscuro, que parecía brillar por estar hecho de seda. Poseía detalles dorados en forma de sol en todo su largo, y las mangas junto con sus bordes eran de color negro. Le puso rubor en las mejillas, para disimular su palidez, y un suave maquillaje en los ojos para cubrir las ojeras. En su cuello acomodó un collar de oro y rubíes, junto con unos aretes del mismo material, y en sus cabellos, un precioso tocado con figura de mariposa.
—Mi Señor —Wheein se arrodilló ante él, tomándole las manos—, debe saber que, si lo mandan al Palacio de la Tierra, yo iré con usted. Yo lo acompañaré hasta el mismo infierno de ser necesario —le besó el dorso de las manos—. Pero por favor, no se rinda. No deje que lo vean derrotado, mi Señor. Es lo único que le ruego hoy: no permita que ellos vean su debilidad.
Jeongin parpadeó ante esas palabras, como volviendo en sí, y la miró nuevamente a los ojos.
—No te preocupes, amiga mía —dijo, sonriéndole con suavidad—, no voy a dejar que Sohyun me vea siquiera derramar una lágrima.
Wheein le volvió a besar las manos, con una expresión más tranquila, y en ese momento tocaron a las puertas de la habitación. Jeongin se puso de pie cuando entró Dongho.
—Mi Señor —saludó, inclinándose—, hemos venido a buscarlo para ir al Salón Principal, donde el Emperador ya le espera.
—Bien —Jeongin le sonrió—. ¿Me veo deslumbrante hoy, Dongho?
—Por supuesto, mi Señor —dijo su guardia con solemnidad.
No le sorprendió que las personas se le quedaran mirando cuando caminó por los pasillos. Todos ya debían estar enterados de lo que había pasado y, probablemente, sacado sus propias conclusiones. Jeongin tenía más que claro que las pruebas le apuntaban, pero sólo pudo meditar, otra vez, los motivos de Bongsun para haber cometido ese gran error.
Poco probable que hubiera una historia de amor por detrás, de lo contrario, la doncella habría aludido a ello desde el inicio. Sólo lo hizo para cubrir otra cosa, sin embargo, ¿de qué manera estaba implicada Yoorim? ¿Y dónde estaba Minji? Le preguntó a sus guardias si la vieron, obteniendo negativas de parte de ellos.
El Salón ya estaba atiborrado de gente: los Consejeros del Emperador, entre ellos, el Sumo Sacerdote y los Generales del Ejército; los representantes de las familias más nobles que estaban en el Palacio por motivos personales; eruditos y profesores; la familia de Sohyun y la misma princesa. Jeongin notó que Chaewon y Suji estaban también entre las personas, aunque no tuvo tiempo para compartir una mirada, cuando se dio cuenta de que Chan estaba sentado en su trono.
Se arrodilló y lo saludó.
—Mi Emperador.
—Ve a sentarte, Concubino Yang.
A Jeongin no le molestó el tono helado y sólo le dirigió una mirada de reojo. Chan vestía un hanbok completamente de negro, también con un patrón dorado de aves. La corona en sus cabellos brillaba gracias a la luz natural del salón, y lo hacía ver mucho más majestuoso de lo normal.
Se sentó en una de las sillas en medio del Salón Principal. Sohyun estaba al otro lado, rígida y con la mandíbula apretada, y a su lado, estaba su doncella Joomi.
Había otra silla vacía en medio de ellos dos. Sin embargo, pronto fue ocupada cuando trajeron a Bongsun, con las manos y pies encadenados, y aspecto desastroso. El corazón de Jeongin dolió al ver a su amiga así, sucia y agotada, y no pasó por alto el ojo morado en su rostro ni los moretones en su cuello. Contuvo el impulso de exigir una explicación, sabiendo que eso sólo provocaría más sospechas en él.
—Estamos aquí —habló Chan, y todo el salón dejó de hablar y cuchichear—, para enjuiciar a la o las personas responsables de la muerte de la doncella Choi Bitna, que sirvió a la princesa Kim Sohyun. Su muerte no sólo pone en duda la seguridad que debería existir dentro de mi propio palacio, sino también es un ataque directo a la familia real de Baekje, por lo que la decisión que se tome el día de hoy entregará justicia a las personas afectadas y condenara a quien estuvo o quienes estuvieron implicados —una pausa pequeña. Chan miró a Bongsun, que miraba al suelo.
"La principal acusada es otra doncella de la princesa Kim, la doncella Park Bongsun. Anoche declaró que lo hizo pues la doncella Choi le descubrió que poseía un... romance con una guardia, Heo Yoorim —inclinó la cabeza a un lado, mirando a Hyunjin—. ¿Encontraron a la guardia Heo, Hwang?
—No, mi Emperador —respondió Hyunjin.
—Mmm... —Chan volvió su vista a Bongsun—. Doncella Park, ¿sigue sosteniendo aquella versión?
Silencio inicial por parte de Bongsun. Jeongin, casi sin poder controlarlo, rascó el dorso de su mano izquierda.
—Bitna me descubrió algo —dijo Bongsun con tono débil, aunque gracias a que nadie hablaba, pudo escucharse con claridad—, y fue cuando comenzamos a discutir. E-ella me atacó primero.
—¡Mentiras! —exclamó Sohyun.
—Silencio —gruñó Chan y Sohyun apretó su mandíbula—. Continúa, doncella Park.
—Ella comenzó a... a gritarme que le iba a contar todo a la princesa Kim —siguió Bongsun—, y fue cuando... cuando me golpeó también. Ella y yo nos empezamos a dar golpes y caímos al suelo, y entre todo ese forcejeo, golpeamos varios muebles de los que cayeron un montón de cosas... —sorbió por su nariz—. Bitna se subió sobre mí y comenzó a... a ahorcarme —levantó su cabeza, mostrando los moretones en su cuello—. Ella iba a matarme, no me dejaba respirar y, por la... la desesperación agarré algo para... para golpearla. Ni siquiera sé que agarré, sólo quería que se quitara de encima de mí, nada más —y comenzó a llorar.
Otra vez Jeongin tuvo que contenerse para no ir donde ella a abrazarla, a consolarla, a decirle que le creía.
—¡No alegues una legítima defensa, serpiente! —dijo Sohyun—. ¡La apuñalaste en el cuello para matarla, lo hiciste varias veces! ¡Confiesa la verdad ahora mismo! ¡Di que la asesinaste por orden de alguien más!
—¿Por orden de quién, princesa Kim? —preguntó Chan con tono frío.
—¡Del Concubino Yang, evidentemente! —acusó ella, y Jeongin permaneció en su lugar—. ¿Si no por qué más estaría aquí, mi Emperador? El Concubino Yang no ha estado más que celoso de mí, pues ha caído en desgracia ante usted y el resto del palacio luego de perder a su bebé, ¡se ha vuelto loco de celos y sólo quiere deshacerse de mí! Por eso mandó a Bongsun, ¡ella antes fue su doncella!
Ante las palabras de Sohyun, estallaron muchos susurros sin control alguno. Jeongin podía imaginarse qué estaban diciendo, muy probablemente, le daban la razón a la princesa. Por lo mismo, se mantuvo inexpresivo.
—¿Qué dice usted ante esas palabras, Concubino Yang?
—Me declaro inocente —dijo Jeongin, tranquilo—. No negaré que la doncella Park me sirvió antes a mí, sin embargo, luego de que la princesa Kim fue comprometida a usted, mi Emperador, Park pasó al servicio de su prometida, y eso fue hacía más de veinte amaneceres. Además —una pequeña pausa y decidió arriesgarse—, ¿por qué le ordenaría a Bongsun asesinar a una simple doncella, y no a la princesa? Una doncella no es amenaza para mí.
Ahora los susurros se hicieron más fuertes y Jeongin miró a Sohyun, que tenía el rostro enrojecido por la rabia.
—Por otro lado —continuó—, no creo ser tan estúpido como para decirle a la doncella Park que asesinara a tu doncella de manera tan descuidada, y que luego fuera a verme. Es irrisorio, princesa Kim.
—Pues así fue —espetó Sohyun—. Mi otra doncella, Kim Joomi, vio a Park yendo a tus aposentos, ¡y allí habló con la guardia Heo, que está desaparecida! ¿Por qué se marchó, si es inocente, Concubino? ¡Mi Emperador, probablemente la guardia Heo escapó para terminar de cumplir su misión! —una pausa dramática—. ¡Que es asesinarme a mí!
Las palabras acusadoras de Sohyun provocaron un estallido de nuevos murmullos, pero Jeongin se fijó en que una sirvienta fue hacia la princesa Yeji, que estaba a un lado de Chan, y le entregó algo con rapidez.
Sin embargo, no tuvo tiempo para realmente procesarlo.
—¡No es así! —lloró Bongsun con fuerza—. ¡No, mi Emperador! Yo no... ¡Yo no recibí ninguna orden de asesinar a nadie, ni tampoco la guardia Heo! —más lágrimas—. ¡Mi Señor es inocente, se lo juro, mi Emperador!
—La doncella no miente, mi Emperador.
Una nueva voz femenina habló y todos contuvieron el aire, volteándose para ver, bajo el umbral de la entrada, a Heo Yoorim con aspecto tranquilo. Minho iba detrás de ella, y Jeongin se percató de que iban también otras dos personas a los costados del guardia, dos hombres que no conocía.
—Guardia Heo —Chan se puso de pie y Jeongin notó que también estaba sorprendido—, es una fortuna que haya llegado, pero no está en una buena posición en este mismo momento.
Yoorim caminó hacia el Emperador, arrodillándose en señal de respeto, y quienes le acompañaban hicieron lo mismo. Una sensación de alivio inundó el corazón de Jeongin.
—Lo sé, mi Emperador —dijo la mujer—, pero si me lo permite, trataré de explicar los motivos de por qué me marché tan rápido el día de ayer.
Chan volvió a sentarse y a Jeongin le pareció que poco más se dejó caer en el trono, como si estuviera cansado y ligeramente exasperado.
—Habla.
Yoorim se enderezó y cuando habló, lo hizo con calma.
—El día anterior, la doncella Park se acercó a mi Señor durante la mañana, luego de que los reyes de Baekje fueran recibidos. La detuve, pues sabía que sería mal visto que ella, siendo doncella de la princesa Kim, le hablara al Concubino Yang, y fue cuando conversó conmigo. La doncella Park estaba muy nerviosa, pues me dijo que... había encontrado algo desagradable en los aposentos de la princesa Kim.
Jeongin se enderezó ante esas palabras, con su estómago apretándose en una sensación de anticipo desagradable. ¿Tenía que ver acaso...?
Sintió que perdía el aire ante ese repentino pensamiento.
—¿Desagradable? —siseó Chan.
—Dijo que encontró unas flores que no conocía.
Wheein le dirigió una mirada y Jeongin sabía que había palidecido. Escuchó el grito ahogado de Sohyun.
—¡Me-mentiras! —exclamó Sohyun.
Yoorim se volteó hacia Jeongin.
—Mi Señor, ¿le gustaría...?
—Yo... —habló, con la voz temblorosa y quebrada—. Mi... Mi Emperador, yo... Yo tenía las sospechas de que... de que la pérdida de mi... de nuestro bebé, no fue natural.
Todos en el salón gritaron ante sus palabras. Vio a Chan ponerse de pie otra vez, con la boca entreabierta y la piel tan pálida como el arroz. Decirlo en voz alta, luego de tanto, hizo que se estremeciera casi sin control.
—¿A qué te refieres? —dijo Chan, y su voz tembló.
—E-esas flores las... las encontré hace mucho... —habló Bongsun entre sollozos—, pero... pero no sabía si llevárselas a mi Señor, no estaba segura... Tenía que confirmar qué eran y... y recurrí al médico Han...
—¿El médico Han? —Chan miró hacia la multitud—. ¡¿Dónde está el médico Han?!
—Mi Emperador, aquí estoy.
Las personas se separaron cuando el anciano habló, con Minji detrás. La doncella venía cargando una bandeja, con una humeante taza de té, y cuando Jeongin lo vio, sintió su corazón desbocado, sin control alguno.
Dioses. Santos dioses.
—Puedo corroborar eso —habló el médico—. Hace muchos amaneceres, la doncella Bongsun fue a verme y decirme que sus padres le entregaron unas flores, pero ella no sabía qué eran y quería saber sobre sus propiedades. Ahora, supongo que lo hizo para no levantar sospechas —caminó hacia Chan, con Minji detrás, que estaba pálida también—. Las flores no las conocía, pues no son naturales de la zona. Tuve que irme del palacio unos días para poder averiguar que eran... Se conocen como flor de la pluma y valeriana. Tienen muy buenas propiedades para las personas... Aunque no para las mujeres y donceles embarazados. En grandes cantidades, pueden provocar un aborto.
Jeongin sintió como el desayuno pareció atorarse en su garganta ante esas palabras. Wheein se apresuró en darle una copa con agua cuando lo escuchó atragantarse, y mientras el doncel bebía, vio a Chan ordenar que le sirvieran vino también, a pesar de que fuera temprano.
—Un aborto —repitió el Emperador, ahora sus manos temblando.
—Puedo corroborar que es así, mi Emperador —dijo Yoorim—, la doncella Park me explicó, el día anterior, que le entregó las flores al médico Han, pero que no había tenido más noticias, y por lo mismo decidió recurrir a mí entonces. Me prometió que conseguiría más flores para que pudiera averiguar qué eran, y en el anochecer, fue cuando llegó y me las entregó, cuando apareció ensangrentada, y me rogó que fuera a buscar a un herbolario. Salí de inmediato y en la madrugada encontré a uno. Fue cuando su guardia, el soldado Hwang, me encontró y le pedí que buscáramos a otro herbolario que pudiera probar para qué servían.
—¿Y dónde las encontró, doncella Park? —exigió saber Chan.
—En los aposentos de la princesa Kim —habló Bongsun. Había dejado de llorar, pero se veía muy cansada, muy agotada—. Las encontré... las encontré bajo su cama, en un saco. Bitna me... me descubrió ayer sacándolas para entregárselas a Yoorim y... y fue cuando comenzamos a discutir...
—¡Mentiras! ¡Puras mentiras! —saltó Sohyun, enloquecida y fuera de sí—. ¡Yo nunca le di ningún té a Jeongin!
—No. Esa fue Minji —dijo Jeongin, con los ojos llenos de lágrimas y sin saber cómo sentirse en ese preciso momento.
Chan miró a la doncella más joven, que seguía teniendo la bandeja entre sus brazos, y la pregunta silenciosa pronto la hizo responder.
—Los... los tés me los daba el médico Shin... —dijo Minji, con los ojos llorosos—. Cu-cuando usted e-estaba fuera, mi Emperador, por la guerra... Y el médico Han le acompañó... El médico Shin quedó a cargo del embarazo de mi Señor y me... me da-daba los tés para él... —se puso a llorar—. Era este té, mi Emperador. El... el médico Han lo preparó y cuando lo olí, supe que era el mismo té...
—La doncella Kim —continuó el médico Han—, me buscó hoy temprano, en la mañana. Me dijo que encontró este saco en los aposentos del médico Shin, con dichas flores y una pequeña nota con instrucciones, mi Emperador.
Ya no había palidez en el rostro de Chan, sino que se había puesto rojo por la ira. Su mandíbula estaba apretada, tensa, y parecía a punto de echar humo por la nariz.
—¡Quiero a ese hombre aquí! —le gritó, y dos guardias se apresuraron en obedecer, saliendo del salón lo más rápido posible—. ¡La nota, ahora!
El médico Han se la entregó. Chan la agarró y la leyó en voz alta, y cuando llegó al final, hacia la letra que servía como firma, miró a la princesa. Sohyun estaba en su lugar, quieta como una estatua, pero Jeongin captó la mirada de sus padres: desconcierto total.
—Una S firma esta carta —dijo con tono duro como la piedra—. ¿Una S de Sohyun, quizás?
—¡No... no es así! —exclamó Sohyun, ahogada—. ¡Es... es una tra-tampa, mi Señor! ¡Ese saco lo... lo pusieron en mi cuarto!
—¿Este saco? —habló Yeji, fría también, y una de sus doncellas se lo entregó—. Guardia Kim, ¿no lo descubrió usted cuando fue a ver a la doncella asesinada?
—Sí, mi Princesa —dijo Hyunjin con calma—, estaba metido bajo la cama de la princesa Kim.
—Mi herbolario también me lo confirma, mi Emperador —dijo Yeji—. Me acaba de escribir una nota. Son flores de valeriana y flor de la pluma. Me escribió sus propiedades, entre las que menciona que debe tenerse cuidado de no consumirla en los embarazos. Pero también me escribe que no son de aquí, mi Emperador.
—No —dijo el médico Han—. Son del reino de Baekje.
El escándalo y los gritos se desataron en el salón. Jeongin no pudo evitarlo y se puso a sollozar, mientras que Sohyun seguía alegando inocencia, con la voz cada vez más desesperada y desquiciada. La reina de Baekje se desmayó y su esposo tuvo que agarrarla.
Santos dioses. Santos dioses, habían matado a su bebé. Lo habían matado. Jeongin sólo podía repetir ese pensamiento, con el corazón roto por una parte, aunque por otra, había una dolorosa sensación de triunfo y pequeña alegría. ¿Cómo podía sentirse de esa manera? No lo entendía demasiado bien, así que al final, sólo sollozaba.
Chan pedía a gritos su espada, la espada que Jeongin le regaló. El doncel pensó que la mataría, mataría a Sohyun frente a él, sin embargo, Yeji gritó en ese momento.
—¡Mi Emperador! —exclamó, bajando hacia él para detenerlo—. ¡Mi Emperador, por favor, espere! ¡No pierda la razón...! ¡No todavía, por favor!
—¿No todavía? —gruñó Chan, pero al menos, no se movió hacia Sohyun con la espada en sus manos.
—No, por favor, mi Emperador —Yeji apuntó a Minji—. Doncella Kim, ¿puede comprobar con el Concubino Yang que es, efectivamente, el té?
Minji se inclinó y se apresuró en ir hacia Jeongin, que todavía lloraba.
—No —barboteó Jeongin, asqueado—. ¡No, no quiero olerlo!
—Joya —habló Chan, y eso fue todo lo que pudo escuchar Jeongin en ese momento. Esa palabra—. Mi Joya más preciosa, por favor, ¿puedes hacerlo?
Levantó la mirada llorosa hacia Chan, y cuando sus ojos chocaron, vio la ira y el odio, no dirigidas hacia él, sino hacia otra persona. Sí, había eso, aunque también un amor vengativo dirigido sólo hacia él.
Así que Jeongin, tembloroso, agarró el té y lo olió. Y se puso a llorar con más fuerza.
—Lo es, mi Emperador. Es el té que el médico Shin me dio durante todo mi embarazo —lloró.
—¡No tiene nada que ver conmigo! —siguió protestando Sohyun—. ¡Padre, ayúdame, por favor!
—¡¿En qué pensabas?! —gritó el rey Jumong—. ¡¿En qué demonios pensabas, chica tonta?!
—¡El médico Shin, mi Emperador!
Los soldados que habían ido en busca del hombre lo trajeron a rastras. Venía medio aturdido, con las mismas ropas del día anterior, se dio cuenta Minji. La muchacha no se sintió culpable, pensando sólo en los asquerosos besos que le dio.
—¡Shin Jungwoo! —exclamó Chan—. ¡¿Estas son las condiciones de presentarte ante tu Emperador?
—¿Mi...? —parpadeó, desconcertado, hasta que pareció reaccionar—. ¡Mi... Mi Emperador! ¡Pe-perdón, yo...!
—¡Dioses, basura repulsiva! —gruñó Chan, y le apuntó con su espada, arrancándole un gemido de horror—. Escúchame ahora, te están acusando de haberle provocado un aborto al Concubino Yang, ¡de haber asesinado a mi hijo!
—¿Qué? —el médico perdió el color del rostro, mirando hacia todas partes y dándose cuenta de la situación—. ¡N-no, mi... mi Emperador! ¡No... no es así!
—La doncella Park ha dicho que encontró las pruebas en tu oficina —habló Yeji, fría como el hielo.
—¿La doncella...? —se dio cuenta de que la muchacha, que estaba a un lado de Yoorim. La guardia tenía su mano en el mango de la espada—. ¡Minji, ¿qué... qué les has dicho?!
—La verdad —dijo la doncella, con el odio filtrándose en su voz—, la verdad de lo que usted le hizo a mi Señor. ¡Los tés que usted me daba, cada mañana y noche, para dárselos a mi Señor!
—No... no, mi Emperador —tartamudeó el hombre—. ¡No es así, se lo juro! ¡Yo no...! —y se puso a llorar.
Jeongin temió, por un momento, que le pudieran creer. Que le creyeran a ese despreciable hombre, pero al mirar a su alrededor, supo que no era así. Todos miraban con completo desprecio al médico, que sólo barboteaba entrecortadamente e incapaz de decir una frase coherente.
—¡Ni siquiera te mereces un juicio, bastardo! —escupió Chan, y nadie, ni siquiera Yeji, se movió para detenerlo cuando levantó su espada y, en un movimiento rápido, la dejó caer en el cuello del hombre.
La cabeza rodó por el suelo y la sangre se derramó. Algunas personas gritaron y unas pocas se desmayaron, sin embargo, Jeongin sólo la contempló en silencio indiferente. Había dejado de llorar, ahora con el corazón pensando en que ojalá ese hombre hubiera sido torturado antes para que sufriera lo que él sufrió.
—¡No, mi... mi Emperador! —gritó Sohyun cuando Chan fue hacia ella. Su doncella, Joomi, retrocedió con el horror pintando su rostro—. ¡Mi Emperador, hay alguien más implicado! ¡Fue el... el Sumo Sacerdote quién me dio la idea!
Chan se detuvo. Jeongin se puso de pie, buscando al hombre, que estaba entre las personas con una expresión de indignación.
—¡Por supuesto que no, mi Emperador! —dijo de inmediato—. ¡Por favor, deshágase de esta niña, está buscando cualquier cosa para salvarse!
—¡Es la verdad! —gritó Sohyun, llorando enloquecida—. ¡Sí, yo confabulé con el médico Shin, lo admito, mi Emperador! ¡Pero fue porque el Sumo Sacerdote me dijo que lo hiciera! ¡Él me dijo que Shin era de confianza, que Shin haría todo lo que él le dijera!
Chan se volteó hacia el Sumo Sacerdote. Jeongin, sin poder evitarlo, se giró para buscar a Joohyun, viendo que Minho la estaba sacando del salón en ese instante. Una ola de alivio le recorrió por eso, pues a pesar de todo, ella no merecía ver lo que iba a pasar a continuación.
—¡Mi Emperador, no puede creerle! —dijo el Sumo Sacerdote.
—¡No sólo eso! —Sohyun seguía hablando, frenética y enardecida—. ¡No sólo eso, mi Emperador! ¡La... la joya robada de la Princesa Gyuri, también fue él, fue quien le dio la idea a Yuqi que la dejara bajo la colcha de Jeongin! —Jeongin ahora se ahogó ante esa confesión—. ¡Y el incendio, fue él quien le dio la idea a Yuqi! ¡Fue él, se lo juro!
Ahora Wheein tuvo que sostenerlo cuando lo vio derrumbarse, con el odio llenando el corazón de Jeongin. Todas sus desgracias, los azotes recibidos, la muerte de sus padres, las quemaduras en su rostro, la muerte de su bebé... Fue todo por culpa de ese hombre. De ese horrible, despreciable hombre.
Jeongin lo quería muerto. Sí, muerto, luego de que sufriera.
—¡Guardias, quiero que se lo lleven preso! —gritó Chan, sosteniendo la espada ensangrentada todavía—. ¡Aprésenlo y quiero que le den cincuenta latigazos!
—¡Mi Emperador, no, por fa-favor! —gritó el hombre, desesperado—. ¡Es una mentira, mi Señor, es una mentira!
Entre gritos y chillidos se llevaron al hombre, que trató de resistirse y pelear, aunque sin conseguir nada. Los gritos no habían desaparecido del aire, sin embargo, cuando Chan se volteó hacia Sohyun.
—¡La quiero presa también! —ordenó, con la furia—. ¡Encadenada en una sórdida celda hasta que sepa qué hacer contigo, serpiente!
Sohyun también gritó cuando la agarraron, rogando perdón y llamando por su padre, que sólo miró hacia otra parte mientras se la llevaban, sosteniendo a su esposa. La mujer parecía haber recobrado el conocimiento, a pesar de que se seguía viendo pálida y enferma.
Los ojos de Chan se posaron en Jeongin.
—Lleven a mi Joya a mis aposentos, ahora.
Yoorim tuvo que llevarlo casi en brazos, tan débil y fuera de sí. De un momento a otro, sintió todo el peso de los últimos días cayendo sobre sus hombros, como una roca golpeándolo, y cerró sus ojos.
Tuvo que haber perdido el conocimiento un momento. Cuando los volvió a abrir, estaba en camisón, acostado en la cama de Chan. Wheein le limpiaba el rostro con un paño húmedo, mientras que Minji ordenaba sus ropas.
—¿Bong...? —trató de hablar, con sus labios secos.
—Está durmiendo, mi Señor —dijo Wheein con cariño—. No se preocupe. Está libre, a salvo. No debe preocuparse, mi Señor.
Jeongin asintió, aliviado, y escuchó las puertas siendo abiertas.
—Déjennos a solas.
La voz de Chan sonaba grave y ambas doncellas se apresuraron en obedecer. Jeongin enfocó su vista cuando el rostro del Emperador llegó a su visión, y extendió su mano hacia él. Chan la agarró, sentándose a su lado y agarrando el paño que Wheein dejó al irse.
—Mi Nini —murmuró Chan, y Jeongin leyó todo el cansancio en esa palabra, el agotamiento—, santos dioses, mi valiente Nini...
—¿Lo... lo hice bien...? —susurró Jeongin, sintiendo su garganta.
—¿Bien? —Chan soltó una risa ronca, sirviendo ahora una copa y llenándola con agua—. Por los dioses, Nini... ¿Era eso lo que estabas escondiendo? ¿Esa enorme sospecha? —bebió, apretando sus ojos en señal de asentimiento—. ¿Por qué no me lo confiaste, amor mío?
Jeongin pensó que estaría enfadado, que se enojaría con él por no habérselo dicho. Sin embargo, sólo había preocupación y cariño en sus palabras, y ese hecho, ese simple hecho, le hizo derramar un par de lágrimas.
—Porque... porque... porque no tenía pruebas —sollozó Jeongin, y Chan se acomodó para abrazarlo—. Porque sólo eran sospechas, nada más, Channie... ¿Y si eran falsas? ¿Si no tenía la razón? Incluso yo creía eso a estas alturas...
Chan lo dejó llorar, abrazándolo con más fuerza, y sintió unos suaves besos en su cuello, en su piel, que sirvieron para darle un poco de consuelo.
—Nadie más te hará daño, mi Joya más preciosa —le dijo Chan una vez dejó de llorar—. No, claro que no. Me voy a asegurar de eso... Nadie te va a siquiera tocar un pelo sin mi permiso.
Soltó una risa entrecortada, mirándolo a los ojos, y sin poder evitarlo, se inclinó a besarlo en la boca. Su corazón encontró amor en ello, y a pesar de que todavía había dolor y pena por lo que le hicieron, descubrió también que había tranquilidad.
—¿El... El Sumo Sacerdote?
—Está recibiendo su castigo —contestó Chan—, y luego de eso, se le condenará a muerte por decapitación.
Jeongin asintió con alivio. Deseaba que ese hombre muriera, así no sería capaz de hacerle más daño.
—¿Y Sohyun...?
—Estará presa hasta que se decida su destino —le dijo Chan—, y la persona encargada de decidirlo, serás tú, Jeongin. Nadie más que tú. Si la quieres muerta, sólo debes dar la orden y se le cortará la cabeza.
—Oh —Jeongin titubeó—. ¿Puedo pensarlo?
—Por supuesto —un suave beso nuevo—. Pero espero que no me obligues a casarme con ella —bromeó, y Jeongin volvió a reír, sacudiendo su cabeza.
—Claro que no, tonto —Chan lo meció como un bebé—. Aunque es una pena...
—¿Qué cosa, amor?
—Que se haya cancelado la boda —suspiró—. Yeji invirtió tanto tiempo en prepararla, y las ropas...
Chan no dijo nada enseguida, se quedó callado varios segundos, y Jeongin levantó la vista, extrañado por no verlo bromeando. El Emperador lo observaba con un gesto de desconcierto.
—No voy a cancelar la boda —dijo, atónito.
Jeongin frunció el ceño.
—¿No?
—No —Chan le agarró las mejillas—, claro que no, Nini, porque tú y yo nos vamos a casar —el doncel parpadeó—. Me voy a casar con mi Joya más preciosa en cuatro amaneceres más, ¿no?
Abrió la boca, dispuesto a decir algo, pero no salió ningún sonido de allí. Chan seguía observándolo y los labios de Jeongin temblaron, y no podía creerlo, sin embargo, se puso a llorar.
El Emperador lo abrazó otra vez para que llorara en sus brazos.
—Por supuesto que nos vamos a casar —le dijo Chan, empapado de amor—, por supuesto que mi Joya más preciosa será mi esposo, Consorte y Emperatriz.
Esas palabras sólo lo hicieron llorar con más fuerza, pero ahora, de felicidad. Sólo de felicidad.
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