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A pesar de que la ceremonia no era extravagante ni había demasiada alegría en el aire, a Jeongin le sorprendió lo atractivo que podía verse Chan en sus ropas doradas, con el cabello negro atado en una coleta alta y el rostro inclinado mientras era ungido por el Sumo Sacerdote en la entrada del pabellón Geunjeongjeon, el edificio principal que servía como centro de los asuntos del Estado.
Le habría gustado estar en otra posición, una más cercana, pero sabía que no correspondía dado su nuevo lugar. Chan había rabiado como un niño pequeño cuando le comentó dónde se ubicaría, por detrás de Sohyun y sus hermanas, sin embargo, Jeongin sólo asumió eso con calma. Si era sincero, eso pareció enojar más a Chan, que discutió largamente con Yeji sobre el lugar que le correspondía a Jeongin. Al final, no tuvo más que ceder, considerando además que había muchos nobles invitados. El patio se encontraba lleno de personas observando la entronización en silencio expectante.
A pesar de ello, Jeongin tampoco pasó por alto que su hanbok parecía ser más exquisito que el de Sohyun. Chan había encargado aquella prenda, de seda y brocados de oro y plata. El jeogori era de un fuerte color rojo, tan parecido a la sangre, con hermosos y brillantes detalles dorados, el más precioso, un dragón bordado en la zona de su pecho. La chima, por otro lado, poseía un brillante color azul mar, aunque con el borde de rojo, y con un diseño de color plateado a lo largo de la tela. Chan le había regalado el día anterior unos aretes largos de oro y zafiro, junto con un collar con esos mismos materiales. Por último, su cabello se encontraba peinado y enganchado en un tocado de oro y rubíes, con una pequeña cadena que caía en su frente y otras más en sus orejas.
Jeongin no le había visto el problema a su atuendo, hasta que se encontró con Sohyun y notó la forma en que apretó su mandíbula, con sus ojos cubiertos de odio y, probablemente, a punto de echar espuma por su boca. Si lo comparaba, el atuendo de la muchacha era menos bonito y mucho más sobrio: el jeogori era blanco y la chima rosada, y la joyería eran unos aretes que combinaba con el collar, además de un tocado sencillo.
—¿No te da vergüenza? —le espetó ella, como si no pudiera evitarlo—. Ir así, luciéndote frente a tu Emperatriz...
—Mi Emperador me ordenó venir con esto —contestó Jeongin con suavidad—. Si tiene alguna queja, futura Emperatriz, puede decírsela a él.
Más odio por parte de Sohyun. Según lo que Jeongin sabía, Chan no había vuelto a llamarla y todas las noches, él estaba con el mayor. A Chan parecía encantarle ser atendido por Jeongin, y el menor disfrutaba cuidar de él.
Sohyun sólo hizo un gesto despectivo antes de pasar de largo. Jeongin habría preferido no tener ese encontrón con ella, pues al fin y al cabo, sabía que eso sólo provocaba que la muchacha se desquitara con Bongsun. Según lo que sabía, su pobre amiga estaba sufriendo al ser doncella de Sohyun, y tenía más que claro que la princesa iba contra ella como una manera de vengarse de Jeongin.
Chan, en lo alto de las escaleras, recibió la corona de oro sobre su cabeza. Según lo que sabía por las clases de historia, medía cerca de diecisiete pulgadas, con la base de la corona teniendo un tallado de alas de pájaros en la zona interior. De ahí, la ornamentación se elevaba en cinco columnas con formas de T, decoradas con diamantes y piezas de oro en formas de corazón y escamas de pescado. Un último adorno decoraba la corona, dos alas extendidas, como si fuera un pájaro a punto de volar, y por dentro de estas, había grabado un patrón de dragón.
Una vez la corona fue acomodada, Chan levantó la cabeza con gesto solemne. Los funcionarios principales del palacio entonaron un canto de felicitación por la entronización del Emperador mientras Chan recibía el sello imperial y el Sumo Sacerdote entonaba las Tres Llamadas Solemnes.
—¡Larga vida al Emperador Bang Chan! —exclamó el Sumo Sacerdote, y todos los presentes, incluido el mismo sacerdote, procedieron con las tres inclinaciones.
Se arrodillaron casi al unísono, inclinando sus espaldas y presionando sus frentes contra el suelo. Desde las hermanas de Chan, hasta el último sirviente del palacio, todos los presentes debían cumplir con las tres postraciones en señal de respeto.
—¡Larga vida al Emperador! —exclamaron una vez acabaron, y también tres veces, porque el tres era un número sagrado en el Imperio.
De ahí, se daba paso a la celebración tanto dentro del palacio como en la capital. Se harían cuatro amaneceres de festividades en general y a mediodía, como regalo para el pueblo, se entregarían monedas de oro. Al palacio habían llegado músicos y cantantes, y se habían preparado bailes de celebración, además de varios banquetes para honrar al nuevo Emperador. Ahora venía la entrega de regalos.
Jeongin esperó su turno con paciencia. Primero la familia real, por supuesto, y después los hombres de confianza de Chan. Le seguía su prometida, y Jeongin observó en silencio como Sohyun iba hacia el nuevo Emperador con una sonrisa de orgullo y arrogancia. Se postró ante Chan.
—Mi Señor —exclamó ella antes de levantarse. Chan la observó en silencio—, felicitaciones por su coronación. Sé que los dioses le darán un reinado largo, pacífico y duradero. Mi padre le ha enviado como presente la piel de un venado que el mismo cazó junto con una lanza con mango de oro —se hizo a un lado para que sus sirvientes mostraran los regalos—, y es sólo una pequeña muestra de nuestras riquezas. Cuando sea el día de nuestra boda, mi padre traerá más presentes para usted.
—Muchas gracias, mi... prometida —contestó Chan, sin verse sorprendido y con la misma expresión helada en su rostro.
—Por mi parte —continuó Sohyun—, me he tomado la molestia de encargar nuestros anillos de compromiso —una doncella le entregó un pequeño baúl a la muchacha—, para que los dos los usemos en señal de nuestro amor y deseo por estar pronto unidos.
Jeongin sabía que algunas personas le estaban dirigiendo miradas, como esperando que perdiera la razón o hiciera algún gesto de desagrado. Él sólo se mantuvo tranquilo, esperando su turno con paciencia. Tenía más que claro que Sohyun aprovecharía cualquier oportunidad para presumir su compromiso y resaltar frente a todo el mundo.
Acarició sus dedos, rozando el anillo que Chan le regaló tantas lunas atrás.
—Nuestros anillos —dijo Chan, haciendo un gesto—, claro. Puedes dejarlos...
—Me haría mucha ilusión que usted los viera y usara el suyo, mi Emperador.
Tal vez se debía a que ya lo conocía demasiado bien, pero Jeongin reconocía cada gesto del mayor con facilidad. No cambió mucho la expresión de su rostro, sin embargo, notó como una pequeña vena saltó en la frente de Chan en clara señal de irritación.
—Claro —siseó Chan entre dientes.
Sohyun sonrió con más fuerza, quizás sin saber que estaba tentando a su suerte. Aun así, se acercó al trono, arrodillándose y abriendo el baúl, por lo que Chan se puso de pie para recibirlo y sacar un anillo. Jeongin no lo pudo apreciar bien desde la distancia a la que se encontraba, aunque pudo notar la forma en que brilló. Muy probablemente era de oro y con alguna piedra preciosa encima.
—¿Es alejandrita? —preguntó Chan, volviendo a sentarse.
—Extraída de nuestras minas, mi Señor —dijo Sohyun—, y la piedra de nuestro reino. Cambia con la luz, así como nosotros nos adaptamos a los momentos más difíciles para salir adelante... —una risa suave y encantadora—, muchas gracias por escogerme como su Emperatriz, mi Emperador. Prometo estar a la altura y darle muchos hijos.
Ahora no pudo evitarlo y Jeongin apretó sus manos en puños, sintiendo la forma en que su rostro se tensó. Más miradas sobre él que se forzó a ignorar, sólo contemplando cómo los ojos de Chan se entornaban y su mandíbula se marcaba en un gesto de ira reprimida.
—Gracias por tus presentes, princesa Kim —dijo con la voz más fría, que Sohyun sólo ignoró mientras se retiraba con esa sonrisa de triunfo.
Fue el turno de Jeongin, que compuso una sonrisa suave a medida que caminaba hacia el trono. Vio a Chan acomodarse en el lugar.
Se arrodilló.
—Mi Emperador —dijo a modo de saludo—, muchas felicitaciones por su coronación. Como siempre, se ha visto magnífico en toda la ceremonia.
—No más que tú, Joya —respondió Chan, con voz grave, y el silencio se hizo en el salón—. Hoy estás resplandeciente.
Una gran falta de respeto hacia Sohyun, se dijo Jeongin. No sólo alabándolo por su belleza, sino también llamando de esa forma, como si Sohyun no fuera su prometida ni la persona que debería ser llamada así. No sólo él lo notó, sino también el resto de las personas en el lugar, que empezaron a cuchichear. Una parte suya quiso voltearse para ver la expresión de Sohyun, pero podía verse como un gesto provocativo de su parte.
—Muchas gracias, mi Señor —dijo, poniéndose de pie—, mi presente para usted es, si perdona mi atrevimiento, una espada.
Chan se enderezó en su lugar mientras Jeongin le hacía un gesto a Wheein, que se ubicó a su lado cargando un cojín donde encima reposaba el arma fuera de su estuche.
—Su guardia personal me dijo que perdió la suya en... la guerra contra Tainan —prosiguió Jeongin, tomando la almohada—, por lo que me tomé el atrevimiento de encargar una sa-jingeom para usted.
Sa-jingeom, o mejor conocida como espada de cuatro dragones, que sólo los Emperadores podían empuñar. Jeongin sabía que Chan todavía no encargaba la suya, demasiado atareado con todo lo que había estado pasando, así que decidió arriesgarse con ella.
—Es de casi treinta y nueve pulgadas —explicó Jeongin, yendo hacia Chan mientras cargaba la espada—, del mejor acero del Imperio y con el mango recubierto con piel de raya y envuelto en cuero. No pesa más de tres libras, por lo que es muy ligera para el manejo y con doble filo para un ataque más mortal. Si gusta...
—Voy a probarla.
Jeongin se inclinó y le ofreció la espada, observando a Chan poniéndose de pie y bajando un escalón para agarrar el arma por el mango. El mayor la observó de cerca, apreciando de seguro el filo, antes de hacer un movimiento con ella, un arco veloz del que sólo se escuchó un pequeño silbido cuando cortó a través del aire.
—Puede tenerla como segunda espada si no...
—Será mi espada principal, por supuesto, Jeongin.
El menor no pudo evitarlo y sonrió con felicidad.
—Para mí sería todo un honor. Muchas gracias, mi Emperador.
—Gracias a ti —Chan le hizo un gesto con la barbilla, agarrando la vaina de la espada que estaba también en el cojín—, ahora, por favor, ve a disfrutar de la fiesta, mi Joya más preciosa.
Jeongin hizo una nueva inclinación, ignorando otra vez el título a pesar de que las palabras de Chan resonaron en toda la habitación.
La fiesta procedió como se esperaba. Jeongin tuvo la inteligencia de mantenerse lejos del camino de Sohyun que, a pesar del desaire recibido, se rodeó de personas importantes para hablar y, de seguro, prometerle cosas a cambio de su lealtad. Al chico no le sorprendió ver a algunos concejeros hablando con ella. Él también conversó con varias personas, pero procuraba que fueran conversaciones rápidas, a excepción de Chaewon y Suji, que estaban allí con sus prominentes vientres de embarazo.
A Jeongin le dolió al inicio, era inevitable. A veces, él todavía lloraba por su bebé, en especial por las mañanas. Le ocurría mucho que, por la bruma del sueño, creía que todavía estaba embarazado, y se acariciaba de manera innata. Cuando se daba cuenta de que no era así, el dolor lo hacía llorar desconsoladamente, y Chan la mayoría de las veces se daba cuenta y consolaba. Nunca preguntaba, no era necesario, porque era evidente el motivo de su llanto.
Tres días atrás agarró, luego de tanto, valor para ir a visitar la tumba del bebé. No había ido en todo ese tiempo, y cuando fue el funeral del padre de Chan, tampoco quiso pasar a verla. No quiso preguntarle a Chan si quería acompañarlo, pues a pesar de todo, una parte suya todavía se sentía culpable por haberlo perdido, y sentía que esa pena y dolor se lo merecía y él debía enfrentarlo solo.
Había roto a llorar de manera inevitable al ver el pequeño montículo, sin nombre y sin flores. Su corazón se apretó porque ni siquiera tuvo tiempo para eso, para poder nombrarlo, y el dolor le hizo caer de rodillas, destrozado y llorando sin control alguno. Wheein y Minji trataron de sostenerlo, sin embargo, él no tuvo consuelo en ese momento, y al final, su hermana, que también fue con él, decidió ir en busca de Chan. Chan llegó al poco rato y ordenó que los dejaran a solas, y luego sólo lo abrazó y dejó que llorara en sus brazos, sin decir nada y dándole suaves besos entre sus cabellos. Como ocurrió con las veces en que despertaba y se daba cuenta de la realidad, tampoco hizo preguntas ese día y Jeongin se lo agradecía.
Ahora, al ver a sus amigas, se dijo si así se habría visto si todavía tuviera a su bebé con él. Los ojos se le llenaron de lágrimas, sin embargo, parpadeó con fuerza para espantarlas y así no descompensarse. Lo que menos necesitaba en ese momento era llamar la atención, por lo que se obligó a tragarse la pena, e ir hacia ellas. Al fin y al cabo... Sabía que poco a poco iría cicatrizando esa herida en su alma.
Comió mucho, se rio y bailó también. A veces, miraba hacia Chan, que por protocolo debía estar en su trono, y no podía evitar reír por la expresión de hastío que cargaba encima. A veces, sus ojos se encontraban y el mayor le hacía un gesto, y Jeongin se lo devolvía con una sonrisa traviesa. Fue una buena celebración en general, incluso se permitió empujar lejos las preocupaciones y todo el odio que tenía para no arruinar el día en general. Estuvo gran parte del tiempo con su hermana mayor, que igualmente le ayudó a relajarse. Uno de sus peores temores había sido que, con su degradación, se hubiera visto obligado a despedir a Dawon del palacio, pero Chan le aseguró que su hermana permanecería a su lado todo el tiempo que él quisiera.
—Esta noche, Minji y el doctor Shin tienen una cita —le susurró Wheein más tarde, mientras los fuegos artificiales estallaban en el cielo.
—Bien —Jeongin asintió con la cabeza—, ¿no ha tenido mayores avances?
—Se está ganando su confianza poco a poco, mi Señor. Debe ser paciente.
Lo era, demasiado para su propio gusto. El problema es que no le quedaban demasiados días, pues se acercaba la fecha del matrimonio imperial. Veintitrés amaneceres más.
—Concubino Yang —Hyunjin apareció cuando ya era más de medianoche—, el Emperador se ha retirado a sus aposentos y me ha pedido que lo lleve con él. Desea pasar la noche con usted.
—¿Mmm? —Jeongin bajó la bebida que había estado bebiendo—. ¿No sienta eso un precedente terrible, Hyunjin?
Hyunjin enarcó una ceja con elegancia.
—¿Quiere que le diga eso al Emperador, concubino Yang?
Jeongin soltó una risita baja.
—Voy enseguida, Jin, me despediré de algunas personas.
No tardó demasiado en hacerlo, sintiéndose cansado por todo lo que había pasado en el día. Sin embargo, todavía le quedaba un último regalo para Chan, así que mientras iba para allá, trató de arreglarse lo más posible.
—Se ve atractivo, mi Señor —dijo Wheein.
—Gracias —Jeongin sonrió—, ve a dormir, debes estar cansada luego de tanto.
—Pero...
—No te preocupes, amiga mía —le agarró la mano—, no te necesitaré por el resto de la noche.
Dawon pareció entender bien su mensaje, así que sólo le sonrió y le hizo una reverencia antes de retirarse. Jeongin pronto llegó a los aposentos de Chan, siendo anunciado y entrando a la habitación.
Chan estaba sentado en la silla contra uno de los ventanales. Todavía no se quitaba las ropas y se notaba muy cansado, con la corona sobre sus cabellos haciéndole ver tan majestuoso a pesar de todo.
—Mi Empera–
—No te arrodilles y ven aquí, Nini —dijo Chan—, y no me trates así. Ahora, quiero que mi amor me consuele y consienta.
Jeongin soltó una risa suave, yendo hacia el mayor para inclinarse y darle un beso ligero en la boca, antes de moverse más arriba y besarle la cicatriz en su frente. Todavía no sanaba por completo, pero ya se encontraba en un mejor estado.
—Hoy estuviste realmente hermoso y magnífico —le dijo Jeongin, sentándose en las piernas de Chan—, tan precioso con esta corona, mi Emperador.
Las manos del mayor le agarraron por la cintura.
—No tanto como tú —Chan le acarició la barbilla—, cuando te vi en medio de la multitud, sólo podía observarte a ti, mi estrella más brillante del cielo.
—Escogiste un bonito hanbok —tarareó Jeongin.
—Tengo otro para ti mañana.
—¿Tan revelador como esas ropas que me enviaste la primera vez que estuvimos juntos?
Chan gimoteó ante el recuerdo.
—Estás metiéndote en un juego peligroso, Nini...
—¿Es así? —Jeongin parpadeó con inocencia—. Déjame darte otro regalo, mi amor, mi Señor.
—Por supuesto que puedes.
—¿Puedo tomarte con la boca?
Chan abrió los ojos con fuerza ante la propuesta, mientras que Jeongin sólo permaneció con esa sonrisa traviesa, como si no hubiera dicho nada subido de tono.
—Deja que me quite...
—No, no —Jeongin presionó un dedo contra los labios de Chan—, con la corona, mi Señor. No sabes lo mucho que adoro ver a mi Emperador con ella puesta.
Chan emitió un gemido ronco ante esas palabras, y Jeongin sonrió con más fuerza, antes de deslizarse hacia el suelo. El mayor separó sus piernas, mientras las manos del doncel desabrocharon el jokki y agarraban el borde del baji para tirarlo hacia abajo, junto con la ropa interior. No tardó demasiado en liberar el miembro de Chan, que estaba ligeramente endurecido y húmedo por el presemen.
El rostro de Chan ya tenía las mejillas coloradas y los ojos brillando por el deseo. A Jeongin le encantaba esa expresión, y mucho más saber que era él quién se la provocaba.
Agarró la polla del mayor con su mano derecha, comenzando a acariciarlo con lentitud para ver las expresiones de Chan. Notó cómo su rostro se crispó, la manera en que apretó su mandíbula, como si estuviera ahogando esos bonitos gemidos que soltaba en señal de deseo.
—¿Te aburriste mucho, Chan? —preguntó con tranquilidad, como si su mano no estuviera masturbándolo.
—Sí, pero... pero me entretenía mirándote de lejos... —murmuró Chan, observándole a través de esos ojos empapados en deseo—, pensando... Pensando en lo hermoso que te veías...
—¿Sólo eso? —jugueteó Jeongin.
—¿Quieres oírlo, realmente?
El menor soltó una risa ante esas palabras.
—Claro que quiero...
—Pensaba lo mucho que quería tomarte frente a todos... —Chan jadeó cuando Jeongin aceleró el movimiento de su mano—, que todos vieran como te hacía mío... La forma en que gimes mi nombre...
Jeongin gimoteó ante la imaginación, observando como su mano sólo se humedecía más y más por cómo le tocaba. Lamió sus labios antes de sacar la lengua y conectarla con el tronco de Chan, recogiendo el presemen derramado. Vio la manera en que Chan cerró sus ojos, echando la cabeza hacia atrás y, por el movimiento, las piezas de oro en la corona tintinearon.
Volvió a lamerlo un par de veces antes de decidirse a subir más, cerrando sus labios alrededor del glande. Su mano libre fue hacia los testículos del Emperador, acariciándolos mientras la otra sostenía la polla desde la base, y su boca chupó superficialmente, sólo ligero al inicio. Chan emitió un nuevo gruñido y extendió su mano, como si quisiera acariciarle los cabellos, pero al final sólo retrocedió al notar que Jeongin seguía con el tocado puesto y haría un desastre si intentaba quitárselo.
Chupó así unos minutos, sólo mirando las expresiones de Chan cambiar, hasta que se aburrió y decidió ir más profundo. Abrió la boca y ahuecó sus mejillas, forzándose a controlar la respiración a medida que se impulsaba hacia abajo, e hizo un ruido de atragantamiento cuando sintió el glande empujando en su garganta. Empezó a mover su cabeza de arriba hacia abajo con lentitud, ayudándose con su mano para también masturbarlo mientras le seguía acariciando las bolas.
No estuvo así mucho tiempo, decidido a que el mayor se corriera en su boca. Por lo mismo, pronto aceleró el movimiento de su cabeza, subiendo y bajando repetidas veces junto con su mano, oyendo los gemidos de Chan y sintiendo el temblor bajo él. Sus ojos estaban llorosos por el ligero ardor en su garganta, sin embargo, deseaba mucho hacerlo llegar al orgasmo.
No tuvo que batallar mucho más. Pronto percibió a Chan tensarse bajo él y las primeras gotas de semen golpearon su garganta. Se alejó un poco, sólo unos centímetros, para no terminar ahogado cuando más de la esencia de Chan llenó su boca, y es que no quería derramar nada. No en ese bonito hanbok dorado.
Siguió con la polla en su boca, tragando todo el esperma, chupando unos segundos después de que se ablandara. La soltó sólo con un ruido suave y levantó sus ojos, encontrándose con la mandíbula apretada de Chan y sus mejillas sonrojadas.
—Nini...
—¿Te ha gustado, mi Emperador? —susurró, e incluso se atrevió a darle una lamida más a la polla de Chan, que todavía tenía en su mano. Observó su nuevo estremecimiento.
—Claro que sí, mi Joya —dijo Chan con la voz ronca—, nadie se compara a ti. Ahora ven, déjame complacerte a ti también. Te lo mereces.
—Esto se trató...
—Mi Joya siempre se merece ser complacido.
Jeongin soltó una risa traviesa sin poder evitarlo, y se puso de pie.
—Déjame quitarme la ropa para ti —dijo el menor—, me encanta cuando estoy desnudo para ti, tan accesible para que me uses a tu gusto...
Chan emitió un nuevo gemido ante esas palabras y Jeongin pensó que iba a ser atacado antes de desnudarse, pero para su fortuna, el mayor le permitió quitarse la ropa. Pronto Jeongin quedó desnudo, aunque no se quitó las joyas ni el tocado, y se inclinó para quedar a la altura de Chan.
—Todavía no puedes...
—Lo sé —Chan suavizó su voz—. Ven, siéntate aquí.
—Voy a manchar...
—No importa —el mayor le agarró de las manos—, tengo muchas otras ropas para usar. Soy el Emperador ahora.
Una nueva risa por parte de Jeongin, así que finalmente se sentó en las piernas de Chan, abrazándolo por el cuello. El Emperador le abrazó por la cintura con la mano derecha y, con la otra, le agarró la polla a Jeongin, que se encontraba un poco erecta.
—Mi Se-Señor... —jadeó el menor.
—¿Señor? —Chan gruñó con enfado—. Soy tu Emperador, mi Joya hermosa.
—Em-Emperador...
—Así, así me gusta. Gime para mí, cariño —un beso en su cuello que lo hizo estremecerse—, grita mi nombre...
Jeongin abrazó a Chan por el cuello, comenzando a gemir cuando el de cabello negro movió la mano alrededor de su pene.
—Yo-Chan... Chan, mi... mi Emperador...
—¿Sí, amor?
—Por fa-favor —sollozó Jeongin, moviendo sus caderas automáticamente cuando Chan aceleró el movimiento—, ne-necesito...
—¿Necesitas de mí? ¿De tu Emperador?
—¡Sí! ¡Sí!
Escuchó su risa ronca, pero para su fortuna, Chan no detuvo el ritmo alrededor de su polla. Incluso siguió besándole el cuello a medida que le empujaba más lejos, y Jeongin lo necesitaba, por dios que lo necesitaba.
Quizás podía sonar tonto, sin sentido. Tal vez era una estupidez. Pero había estado mucho tiempo sin Chan, demasiadas lunas sin él, y necesitaba sentirlo de otra forma. No podía recibirlo todavía, no como quisiera, sin embargo, eso no quitaba que podían hacer otras cosas, y necesitaba sentir que era deseado todavía por su pareja. Luego de todo lo que habían pasado, él necesitaba saber que Chan todavía le amaba de esa forma.
No tuvo que rogarlo demasiado. Pocos minutos después, mientras Chan le besaba el cuello (o, mejor dicho, le hacía una marca), Jeongin gimió agudamente, estremeciéndose y eyaculando en la mano del mayor. Sus ojos revolotearon y sólo se aferró más al mayor, sintiendo el orgasmo crecer pues Chan no dejó de acariciarlo a pesar de que se estaba derramando en sus ropas.
Jadeó con fuerza cuando empezó a recuperarse, escuchando los murmullos suaves de Chan.
—Te amo —dijo Jeongin.
—Te amo más —aseguró Chan—. ¿Vamos a la cama?
Jeongin tarareó en afirmación, aunque se quedaron unos segundos más así, abrazados con fuerza.
Finalmente, Jeongin se puso de pie y fue en busca de una bata para cubrirse. Con cuidado y dedicación, comenzó a desvestir a Chan, ayudándole a quitarse la corona con delicadeza y dejándola en el mesón. Luego prosiguió con el hanbok, aunque cuando estaba quitándole la parte de arriba, Chan le hizo un gesto para que se detuviera y le agarró de las mejillas.
—Jeongin, necesito preguntarte algo.
El menor frunció el ceño algo confundido.
—¿Sí? ¿Qué cosa? —preguntó.
—¿Hay algo que me estés escondiendo?
Se quedó congelado ante esa pregunta, y su primera reacción fue fruncir el ceño, sin entenderlo demasiado bien.
—¿Esconderte? —Jeongin parpadeó y fingió inocencia al reparar en lo que estaba realmente interrogando Chan—. ¿Por qué te escondería algo, Chan?
—Es lo mismo que me digo yo —el mayor inclinó su cabeza—. Has estado actuando muy extraño, Jeongin. No puedo evitar preguntarme... —se detuvo—. ¿Es algo respecto a mi matrimonio con Sohyun? Si deseas... Si me lo pides, podría...
—No —Jeongin hizo una negación con la cabeza—. Chan, no. Si bien me gustaría casarme contigo, tú y yo ya hemos tenido esta conversación —se puso más serio—. Por favor, no hablemos de esto. No arruinemos nuestra noche discutiendo sobre ese tema.
Vio la forma en que suspiraba, la decepción cubriendo su mirada, pero Jeongin no podía hacer nada todavía. No si no tenía las pruebas necesarias como para incriminar a las personas que habían asesinado a su bebé.
Se forzó a controlar la ira que le llenaba ante ese pensamiento. Cada vez que aparecía en su cabeza, sentía sus manos temblar por los deseos de asesinar el mismo a los culpables.
Chan le seguía mirando con expresión expectante, como si quisiera que, de pronto, hablara, pero sólo se obligó a tragarse esa rabia y cólera.
—Vamos a dormir —dijo Jeongin—, mañana será un largo día también, Chan.
El mayor volvió a suspirar y asintió, así que procedió a desvestirlo otra vez y ayudarle con el camisón. Jeongin fue a limpiarse al baño antes de ir a la cama, y abrazó a Chan.
—Te amo —le dijo.
—Te adoro —murmuró Chan, y Jeongin se quedó con esas palabras, siendo su consuelo ante la ansiedad que sólo aumentaba cada nuevo amanecer que le acercaba a lo inevitable.
(...)
Cuando su Señor le había dicho cuál sería su misión, sabía que iba a enfrentarse a un infierno, pero ella había tenido la leve esperanza de que no sería tan malo.
Qué tonta había sido. Sohyun era realmente una insoportable.
Bongsun trató de no mirarla mientras Sohyun, histérica y fuera de sí, gritaba maldiciones y daba vuelta uno de los veladores, con el espejo volando y quebrándose al golpear el suelo.
—¡Esa puta asquerosa...! —escuchó que gritaba, tan enfurecida. Bongsun quería golpearla por lo que había dicho de su Señor, sin embargo, sólo se quedó en su lugar para no ser el objeto de ira de ella—. ¡Yo debería estar con el Emperador, no esa zorra!
—Por favor, cálmese, futura Emperatriz —habló una doncella, Joomi, pero Sohyun sólo volvió a gritar para después patear y voltear un mesón, botando también de paso las bandejas del desayuno—. Mi señorita...
—¡Es que no puedo creerlo todavía, Joomi! —gritó Sohyun, histérica todavía—. ¡Ese bastardo no se merece nada, ¿y el Emperador lo trata como un príncipe?! ¡No es más que una puta de baja categoría!
—No le hará bien estresarse, futura Emperatriz —habló Bitna, la segunda doncella—, tenemos otras fiestas ahora, por favor, respire profundo...
Sohyun se forzó a obedecer. Realmente había perdido el control cuando fue informada de que el concubino Yang pasó la noche de coronación con el Emperador, tal vez creyendo que sería llamada por él como correspondía. Esa noche, por tradición, debía haberle correspondido a ella. Sin embargo, para Bongsun no fue una sorpresa que hubiera llamado a su Señor, al fin y al cabo, ella sabía lo mucho que el Emperador lo amaba.
Ambas doncellas, viendo que se había calmado, fueron hacia ella. Bongsun no sólo debía irse con cuidado con Sohyun, sino también con esas dos chicas, pues eran amigas de la princesa ya que la habían acompañado desde que se fue de su reino. Eran de completa confianza para Sohyun, así que como solía ocurrir con la princesa, también le hacían la vida imposible.
—La arreglaremos y pondremos hermosa para este día —le dijo Bitna, peinando los cabellos de Sohyun con cariño—, va a deslumbrar a todo el mundo hoy.
—Lo odio... —susurró Sohyun, todavía con el rostro enrojecido—, lo odio tanto... —levantó la vista y posó los ojos en Bongsun. La muchacha sabía lo que se avecinaba—. ¡Ven aquí, estúpida!
Bongsun también respiró con profundidad y fue hacia la princesa, sin atreverse a levantar la vista. Ella sabía que si Sohyun veía la burla en sus ojos, era capaz de matarla.
Ya estaba lista para la primera bofetada, que la hizo retroceder un paso. Sohyun estrechó sus ojos y Joomi agarró a Bongsun del brazo, acercándola otra vez para recibir una segunda bofetada.
—¿Esto es lo que haría si tuviera a esa puta frente a usted, futura Emperatriz? —preguntó Joomi con veneno en su voz.
Como si Bongsun no fuera más que una muñeca de trapo, Sohyun la golpeó una tercera vez, rompiéndole el labio. De manera inevitable la muchacha se puso a llorar.
—¿Quieres que deje de golpearte, idiota? —se burló Sohyun—. ¡Lo haré cuando esa perra deje de humillarme! —una nueva bofetada—. ¡Si lo tuviera frente a mí, le sacaría los ojos yo misma!
La abofeteó dos veces más hasta que también empezó a sangrar por la nariz.
—¡Ahora ponte a limpiar, quiero mi cuarto impecable! —ordenó Sohyun—. ¡Y tampoco te ilusiones, no tienes mi autorización para ir a la fiesta de hoy!
En silencio, tratando de ignorar las miradas burlonas de las otras dos doncellas, Bongsun se puso a ordenar el desastre que había hecho Sohyun mientras la princesa era preparada para ese día. Sus amigas se aseguraron de vestirla con un precioso hanbok azul agua y de bordes rojos, y un maquillaje que deslumbraría a cualquiera. A cualquiera, menos al Emperador. Eso Bongsun lo sabía.
Una vez estuvo lista, Sohyun derramó el té que estaba bebiendo al suelo, antes de lanzar también la taza con el plato, que se quebraron en pedacitos.
—¡Todo ordenado cuando regrese, ¿me escuchas, estúpida?!
Bongsun no respondió y las observó salir, y una vez estuvo a solas, la muchacha pateó una silla por la ira y el cansancio. Soportar a esa princesa la estaba volviendo loca.
Fue al baño para buscar un paño con el que limpiar su sangrado. Ya se había acostumbrado un poco a esas palizas y la de hoy no había sido tan terrible como otras. La peor fue cuando Sohyun regresó de su última visita al Emperador, el mismo día en que fue ascendida y ella recién había entrado a su servicio. No sabía qué había pasado, pero la princesa regresó hecha una furia y, por supuesto, la agarró con ella. La había azotado con su cepillo de madera, dejándole verdugones horribles hasta hacerla llorar sin control alguno.
Su Señor se enteró al día siguiente, pero no pudo hacer mucho por ella al estar rebajado de puesto. Sin embargo, le había hecho llegar una crema para las heridas junto con unos aretes de oro y una pequeña nota.
Te lo recompensaré. Te juro que te lo recompensaré.
Bongsun realmente deseaba que esa tortura acabara pronto, porque no sabía cuánto tiempo más aguantaría a Sohyun.
Se puso a arreglar la habitación, aunque sabía que eso poco iba a durar pues era probable que esa misma noche la princesa llegara enfurecida otra vez y decidiera castigarla nuevamente. Además, estaba un poco deprimida ya que deseaba ir a las celebraciones, pero como el día anterior, no podía ir por orden de Sohyun. Iba a aburrirse mucho otra vez, al parecer.
Agarrando un nuevo paño, se arrodilló al lado de la cama para limpiar el té derramado. Tuvo cuidado de no pisar la cerámica rota, e hizo un mohín al darse cuenta de que también se había desparramado por debajo de la cómoda. Sabiendo que lo mejor era dejar todo limpio, pues si veía algún defecto Sohyun la golpearía, se estiró para recoger todos los trozos de cerámica.
Estaba en eso cuando aplastó algo y un olor floral inundó sus fosas nasales.
Retrocedió por la sorpresa, sorprendida y algo desconcertada. Una extraña sensación la inundó y miró hacia la puerta, como si hubiera sido sorprendida haciendo algo malo. Pasaron unos minutos y no ocurrió nada, y agarrando valor, volvió a mirar bajo la cama, estirándose para sacar lo que había tocado.
Era una bolsa de tela que se encontraba cerrada con una cuerda. Parecía algo vieja y raída, y con el estómago apretado, Bongsun comenzó a desatarla. El olor floral sólo se hizo más fuerte con esa acción.
Dentro había... Había...
Había flores secas, unas de un apagado color rosado y pétalos ovalados, otras de color blanco y pétalos más cortos y redondos. Ella nunca las había visto antes.
Un pensamiento fugaz lo golpeó.
Flores secas. Como para preparar té.
Pegó un grito ahogado y tiró la bolsa bajo la cama otra vez cuando las puertas se abrieron de pronto. Se forzó a mover el paño húmedo por el té en el piso, como si lo estuviera limpiando, y levantar la vista para encontrarse con la mirada de Bitna. La doncella la observó con un gesto sospechoso.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Bitna.
—Limpiando, ¿qué más? —exclamó Bongsun, y se felicitó por usar un tono obvio, como si Bitna fuera una estúpida—. ¿Y qué haces tú acá?
Lo bueno de hablar así fue que Bitna se irritó y la sospecha desapareció de su mirada. Lo mano fue que la doncella la abofeteó por su insolencia.
Bongsun no dijo nada mientras la veía ir a buscar unas joyas y retirarse, y sólo esperó un largo momento para volver a buscar bajo la cama y sacar el saco. Con rapidez sacó algunas de las flores, al menos una de cada una, y volvió a cerrar la bolsa para regresarla a su lugar. Guardó las flores en sus bolsillos y pensó con rapidez qué podía hacer.
Primero, necesitaba confirmar qué flores eran y para qué servían. Ella nunca vio a Sohyun consumirlas ni sacarlas de ese lugar. Es más, ¿por qué estaban ahí? Necesitaba saber para qué se usaban, pero eso sólo podía confirmárselo un herbolario o un médico. Podría ir donde el médico Han, que era de confianza de su Señor, pero ese día debía encontrarse en las fiestas. Debería ir al día siguiente, entonces... O en la noche.
Temiendo que la descubrieran si las tenía en su bolsillo (se había dado cuenta del fuerte olor que desprendían), buscó entre sus cosas hasta dar con un pequeño saquito en el que guardaba algunas monedas. Lo vació y guardó las flores allí, y luego lo escondió en su baúl.
Respiró con profundidad para calmarse. Lo mejor era mantener la cabeza fría, sin embargo, tenía un pequeño rayo de esperanza en su corazón. Quizás, por fin, había descubierto algo importante que pudiera ayudar a su Señor.
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