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Desde que la noticia de que la futura Emperatriz había perdido a su bebé
Kim Sohyun supo enseguida lo que había pasado cuando la mano derecha del Príncipe (no, el Emperador) apareció en sus aposentos con aspecto solemne. Ella se lo venía imaginando desde hacía ya varios días, pues era evidente lo que iba a pasar desde que Jeongin tuvo ese aborto.
Una sonrisa de placer se deslizó por su rostro cuando la escolta del Emperador le empezó a hablar.
—Ha sido ascendida, mi Señorita —dijo Hyunjin con voz tranquila—, en el Consejo de hoy se decidió que usted se casará con el Emperador.
—¿De verdad? —Sohyun soltó una risa de felicidad—. Pero... ¿qué ha pasado con Yang Jeongin? ¿Fue expulsado acaso?
—El concubino Yang pasará a ser el Concubino Imperial, mi Señorita —dijo el guardia.
Sohyun sintió los bordes de su sonrisa tensarse en una clara muestra de descontento ante dicha decisión. Ella pensaba que, con todo lo ocurrido, finalmente se había deshecho de Jeongin, que le mandarían al Palacio de la Tierra para nunca más salir de él. Era una de las cosas que más deseaba. Sin embargo, trató de no desanimarse con esas palabras, pues, al fin y al cabo, ella iba a convertirse en Emperatriz, no ese tonto y estúpido chico al que le dieron demasiado poder.
Se puso de pie.
—¿Me voy a mudar de aposentos? ¿Cuándo podré ver al Emperador? Quiero verlo hoy mismo.
El guardia no contestó enseguida y Sohyun se molestó al notar ese rostro calmado y, quizás, un poco indiferente a él. No parecía muy intimidado por su nueva posición.
—Se mudará a los nuevos aposentos mañana por la mañana —dijo con lentitud—, primero, el Consor– El concubino Yang debe mudarse.
No era la respuesta que esperaba, pero sabía que lo mejor no era presionar.
—Supongo que se mudará aquí —dijo ella.
—Eso lo determinará el Emperador —contestó Hyunjin.
Tampoco la respuesta que quería, y Sohyun empezó a sospechar que, al parecer, las cosas no iban a ser tal y como ella esperaba. Lo que más quería era echar a Jeongin del palacio, sabiendo muy bien lo mucho que el Emperador amaba a ese grosero muchacho que no trajo más que desgracias.
—¿Hoy cenaré con él? —preguntó.
—El Emperador quedó muy cansado con la reunión de hoy en la tarde y se ha retirado para descansar. Mañana le verá, mi Señorita.
—Si está muy cansado, yo puedo cuidarlo y atenderlo. Es mi prometido ahora, y me corresponde...
—Él ya está muy cuidado y atendido —le interrumpió Hyunjin, y eso la hizo enfurecer—. Si él la solicita, vendré a buscarla. Descanse por ahora... futura Emperatriz Kim.
Y, sin esperar otra pregunta, Hyunjin inclinó su cabeza y le dio la espalda para marcharse de allí. No tenía que adivinar que la persona que estaba, en ese momento, junto al Emperador era Jeongin. A pesar de haber sido degradado de lugar y caer en desgracia, el Emperador no parecía muy interesado en apartarlo de su lado.
Eso no era lo que ella esperaba. Sohyun realmente creía que, con el aborto que el doncel sufrió, nadie querría que siguiera en el Palacio, ni siquiera el Emperador. Pensaba que eso sería suficiente...
Sacudió su cabeza. No iba a pensar en cosas absurdas por ahora, pues tampoco iba a cometer los mismos errores que Yuqi. Ella se había apresurado y no pensó un poco en sus acciones, y ahora, estaba muerta. Sohyun iba a ser más inteligente que esa tonta princesa.
Debido a ello no celebró cuando la noticia del aborto llegó a ella. Sohyun se lo esperaba, tarde o temprano iba a ocurrir, y fue lo suficientemente inteligente para no hacer una pequeña fiesta, aunque las ganas no le faltaron. Sabía que debía irse con cuidado, además de que no sería bien visto considerando la muerte del antiguo Emperador. Así que sólo fue paciente, esperando su momento para llegar más arriba, hasta que lo logró.
Ahora ella sería la Emperatriz Kim, la Joya del Imperio, y Yang Jeongin nada más que un simple concubino.
(...)
Jeongin había notado cuando Minji llegó al atardecer a los aposentos de Chan, pero sabía que podía hacer preguntas con su Emperador allí presente.
—Estás muy tenso —comentó el menor cuando acomodaba las almohadas en su espalda. Le había acariciado los hombros, notando los nudos en esa zona—, ¿necesitas un masaje? Los que hace Wheein son magníficos.
—Sólo necesito que este día acabe —bufó, y Jeongin sacudió su cabeza. Todavía tenía los ojos un poco hinchados por el llanto derramado antes, pero ahora, volvía a verse entero y firme—. ¿Pasarás la noche conmigo?
—Mmm —Jeongin se puso de pie—, no lo sé, Chan. Tengo muchas cosas que hacer... Debo empacar las cosas de los aposentos y...
—¿Por qué harías eso? —exclamó el mayor, sorprendido.
Jeongin sonrió, apesadumbrado.
—Porque esos son los aposentos de la Emperatriz, Chan.
Vio como apretaba los labios, sus ojos oscureciéndose y su mandíbula tensa. Chan tenía una mirada temible, pero Jeongin no sentía miedo alguno.
—Esos son tus aposentos independiente de...
—Claro que no —Jeongin le agarró la barbilla—. Sería muy grosero que trataras así a tu nueva Emperatriz, Bang Chan.
—Pero no la quiero —rezongó Chan, con lástima en la voz—. Ella no es tú. Nunca será tú.
—Y yo seguiré aquí —dijo el menor con lógica—, seguiré a tu lado. Seré tu concubino.
Más disgusto en el rostro de Chan, pero Jeongin ahora agarró la sopa que llevaron de cena para ayudarlo a comer.
—Pasaré la noche contigo —le dijo—, pero mis doncellas comenzarán a empaquetar todo. Ya le pedí a Hyunjin que me habilitaran unos nuevos aposentos.
Chan seguía molesto, pero al menos estaba comiendo. Jeongin había notado que recuperó el color y peso natural que tenía antes, y le calentaba el corazón que se estuviera recobrando.
—Quiero tomarte —murmuró Chan.
Jeongin bajó el plato de comida, poniéndose triste ante sus palabras.
—No por ahora —le dijo—, el médico Han ha dicho que debo esperar unas lunas. Mi cuerpo todavía está resentido por la pérdida, Chan... No está preparado para eso.
—Lo sé —Chan también se veía deprimido—, sé que es tonto, pero siento el desesperado deseo de hacerte mío otra vez. Mis dedos pican por poder tocar cada rincón de tu hermoso cuerpo, Nini.
Con lentitud volvió a alimentarlo, con su corazón apretado por las palabras que escuchaba. A veces, pensaba en eso. Pensaba en que ni siquiera servía para complacer a su Señor como correspondía, y el dolor le ganaba. No podría complacerlo por un tiempo, por lo tanto, tampoco podría cumplir su deber como concubino.
—Puedes tomar a otra...
—No te atrevas a terminar esa frase —gruñó Chan, y Jeongin obedeció—. Te deseo a ti. A nadie más, y mucho menos a Sohyun.
Una parte de Jeongin se alegró al escuchar dichas palabras, pero otra, pensó en que al final no importaba cuánto Chan lo quisiera, tenía un deber que cumplir. Un deber dónde debía engendrar un hijo pronto para asegurar su lugar en la dinastía.
Chan pareció pensar lo mismo, pues ahora se veía más deprimido.
—No quiero tener un hijo con ella —susurró, completamente bajoneado y triste.
—Aprenderás a quererla —aseguró Jeongin—, y también amarás a ese niño.
—Si no es tuyo, entonces no lo quiero —masculló Chan.
A veces, Jeongin pensaba en lo mucho que detestaba cuando el mayor se ponía así. Se suponía que era para consolarlo, para hacerle saber que lo amaba, pero el doncel sólo sentía que hacía las cosas más difíciles para él. Era un recordatorio constante de que era amado, sin embargo, ese amor debía estar oculto.
—Aprenderás a amarlo igualmente —le dijo, y su voz salió un poco dura.
Chan parecía un cachorro al que se la pasaban regañando, aunque Jeongin se enderezó y dejó el plato con sopa sobre el velador.
—Saldré a caminar para despejarme —le dijo.
—Nini...
—Volveré —le aseguró—, pero estoy un poco abrumado, Chan.
Para su fortuna, el mayor supo comprenderlo y no insistió en acompañarlo o seguirlo. Jeongin, a pesar de su ligera molestia, se inclinó a darle un suave beso en los labios.
Salió con Wheein detrás de él, dirigiéndose hacia sus aposentos (al menos, hasta el día de mañana), y con sus guardias detrás. No le dijo nada a su amiga, sabiendo que ese no era el mejor lugar para conversar, y sólo pudo relajarse una vez llegó a las habitaciones. Allí, Bongsun y Minji estaban empacando todas sus cosas en varios baúles.
Yoorim cerró las puertas detrás de él.
—Yoorim, ¿me has conseguido un espía? —preguntó Jeongin hacia su guardia de más confianza.
—Estoy en eso, mi Señor. Mañana lo tendré ya listo —prometió ella.
—Bien. ¿Minji?
—Hoy tuve... una cita con el doctor Shin, mi Señor —dijo ella con rapidez. Jeongin lo sabía, pues más temprano le pidió a Wheein que la ayudara a arreglarse para él—. El avance fue... lento, mi Señor, pero no quiero apresurarlo. No quiero que él sospeche.
—Está bien —Jeongin sonrió con cansancio—. Para mi fortuna, tengo tiempo. No esperaba que Chan me lo diera, pero al parecer, él está tan entusiasmado por esta boda como yo —una risa apagada—. Sohyun, supongo, se está preparando para mudarse aquí.
—Mandó a su doncella para apresurarnos —bufó Bongsun con evidente irritación.
Jeongin se lo esperaba también. Él tenía más que claro que Sohyun no iba a desaprovechar su nueva oportunidad para humillarlo y hacerlo sentir mal, pero eso ya lo esperaba. Además... Una parte suya sabía que pronto ella caería en cuenta de la realidad: Chan no se encontraba interesado en la princesa, por lo que no recibiría el mismo trato que tenía él. A su pequeña vena vengativa le gustaba mucho eso.
—Cuando ella me vea, actuará como una perra —dijo Jeongin con calma—, y se enfadará contigo, Bongsun, ¿lo sabes?
—Le voy a cortar la cara si...
—Estoy seguro de que querrá tenerte como doncella para humillarte por haberte puesto de mi lado.
Bongsun se calló cuando Jeongin habló. El muchacho venía pensando eso desde que la reunión con el Consejo terminó.
—Ella tiene una sola doncella —reflexionó Jeongin—, y no admitirá que yo tenga más que ellas. Una Emperatriz siempre debe ser mejor atendida que un concubino. Exigirá que tú vayas con ella para hacerme sentir mal y tratarte mal, así se encarga de los dos con una sola decisión —una sonrisa irónica—. Y tú, Bongsun, vas a aceptarlo. No te quedará de otra.
Los ojos de la muchacha brillaron.
—¿Quiere que le corte la cara por la noche, mi Señor? —preguntó con una risita de maldad.
Jeongin, sin poder evitarlo, soltó una risa divertida.
—Esto es lo que vamos a hacer.
Bongsun escuchó sus instrucciones con atención.
Se quedó unos minutos más en los aposentos, ayudando a sus doncellas a ordenar sus cosas, aunque se cansó muy rápido y pronto Wheein le pidió (o, más bien, ordenó), que era hora de ir a la cama. Sin querer discutir, obedeció a su doncella y volvió a las habitaciones de Chan, encontrándole ligeramente dormido.
Como ninguna de sus doncellas le acompañó, Jeongin se quitó las ropas, joyas y maquillaje sin ayuda. Con todo el movimiento, el Emperador despertó y le observaba a través de sus ojos somnolientos.
—Ven aquí —murmuró Chan.
Jeongin se vistió con el camisón y se apresuró en ir a la cama. Chan lo abrazó por los hombros y, como todas las noches anteriores, el menor se acomodó en su pecho.
—¿Tienes mucho dolor? —preguntó Jeongin, adormecido.
—No, ya no mucho. Estoy solo cansado —suspiró el mayor.
Jeongin enderezó su cabeza un poco para besarle en los labios.
—Te amo —le aseguró.
—También te amo, mi Joya más preciosa.
Ojalá pudieran quedarse así para siempre, pensó Jeongin antes de caer dormido.
(...)
La mañana fue agitada y agotadora.
Tuvieron que madrugar ya que Chan se vio obligado a volver a sus actividades, además de que debía prepararse para su futura coronación. Jeongin, por otro lado, debía mudarse de aposentos y acomodarse como correspondía. El Emperador refunfuñó durante todo el desayuno, insistiéndole que no era necesario que se mudara, pero Jeongin no cambió de opinión.
Chan se marchó primero con gesto molesto, con Minho detrás. Cuando Jeongin salió, se sorprendió al ver a Hyunjin esperándolo.
—Cortesano —saludó Hyunjin—, ¿tuvo una buena noche?
—Hyunjin —Jeongin comenzó a caminar y el guardia lo siguió—, ¿Chan te ha puesto a cuidarme?
—Algo así —una pequeña sonrisa en el rostro de Hyunjin—, acompáñeme, por favor. Voy a mostrarle sus nuevos aposentos. Sus doncellas ya han movido todos los baúles y están acomodando sus cosas.
Jeongin asintió y Jin se adelantó para guiarlo. Él sabía que, por costumbre, los aposentos de las Concubinas Imperiales solían encontrarse en el ala imperial, pero no en el mismo piso que los aposentos del Emperador y Emperatriz. Por eso, su rostro se pintó con sorpresa cuando vio que, luego de caminar unos minutos más, llegó ante una puerta donde Bongsun salía.
—Mi Señor —se apresuró en decir—, sus aposentos están casi listos.
—¿Cómo? ¿Estos son? —preguntó, mirando a Jin—. Pero estoy en el mismo...
—El Emperador ordenó que estos fuesen sus aposentos —explicó Hyunjin—. No ha admitido que se le entreguen otros.
Sin poder evitarlo, una sonrisa bailó en el rostro de Jeongin. Trató de no verse tan alegre, pero no pudo evitarlo.
—Puede traerle problemas —comentó Jeongin, entrando al lugar.
Notó enseguida que eran más grandes de lo que esperaba: tres habitaciones unidas, una que serviría como su dormitorio, el baño, y la otra para que fuera un pequeño salón en el que recibir a sus invitados. La anterior era de cuatro, mientras que la del Emperador era de cinco cuartos. Él sabía que los aposentos de Sohyun eran sólo dos habitaciones.
La vista era hacia las montañas y recibía buena iluminación por lo mismo. Pero lo mejor era saber que no estaba tan lejos de Chan.
—Oh, por supuesto que se los traerá —afirmó Hyunjin—, aunque es el Emperador, ¿qué se le puede hacer?
Jeongin dio un par de pasos para entrar cuando una voz desconocida habló.
—La prometida del Emperador, futura Emperatriz Kim Sohyun.
Su sonrisa se tensó en los bordes mientras se giraba, observando de reojo a Hyunjin y sus doncellas imitarle. Había sido antes de lo esperado, sin embargo, no era una sorpresa que ella se apareciera para presumir de su triunfo.
Sohyun, por supuesto, iba vestida con un precioso hanbok azul y violeta, con el cabello recogido en un complicado peinado, aretes de oro colgando de sus orejas y un tocado de flores decorando su cabeza. Su maquillaje era ligero y se veía preciosa, pero Jeongin sólo pensó que nunca la vio más soberbia que ahora.
Todos se inclinaron, por supuesto. Jeongin tardó un poco más, impasible, e hizo una pequeña inclinación.
—¿Estos son sus aposentos? —preguntó ella, y a pesar de la soberbia, también se veía molesta—. ¿Por qué en el mismo piso donde dormirá mi Señor y yo? Es una falta de respeto enorme —entró al cuarto, sin importarle si Jeongin no la había autorizado—, él debería mudarse a donde estuve yo.
—Prometida —habló Jin, educado—, fueron órdenes del Emperador. Él dijo que estos se le fueran dados al Concubino Imperial Yang.
Una mueca en esos brillantes labios rojos. Jeongin mantuvo esa irritante tranquilidad que parecía enojarla más.
—Concubino —escupió a modo de saludo—, no te sientas tan orgulloso. Voy a convencer a mi Señor que te dé unos aposentos... de acuerdo con tu lugar.
—Está bien —Jeongin sonrió sin humor—, puede hacerlo. Disculpe, prometida, pero estoy ocupado y no tengo tiempo para...
—Vas a tener siempre tiempo para mí —replicó ella, chasqueando la lengua—. Ahora soy tu Emperatriz y, por lo tanto, me debes respeto.
Hyunjin se aclaró la garganta cuando Jeongin estrechó sus ojos, como si se estuviera conteniendo de voltearle el rostro con una bofetada.
—Prometida, ¿ya vio sus nuevos aposentos? Pensaba ir a buscarla–
—Ya los vi —interrumpió Sohyun bruscamente—. Están bonitos, pero mandaré a que los remodelen. Huelen mucho a puta barata.
Todos parecieron contener el aire e incluso Hyunjin enmudeció por la sorpresa. Jeongin ladeó la cabeza.
—¡No ofendas a mi Señor, víbora! —saltó Bongsun con enojo.
Sohyun volteó su rostro hacia ella y Jeongin vio la manera en que sus ojos brillaban.
—¿Quién eres tú para llamarme así? —espetó, con la voz temblando por la ira—. ¿Quién te crees que eres para hablarme de esa forma, a mí, una Emperatriz? Voy a ordenar que te azoten, así...
—Por favor, Emperatriz, disculpe a mi doncella —intervino Jeongin—. Bongsun es un poco volátil.
—¿Volátil? —Sohyun se enrabió más—. Ella me ofendió. Debería mandar a que la maten.
—Insisto en que la disculpe —dijo el muchacho—. Bongsun, pídele perdón a la Emperatriz.
Bongsun se puso roja por la molestia, pero Jeongin tenía una expresión de piedra, y pasaron unos segundos hasta que ella se arrodilló.
—Perdón... Emperatriz —murmuró con enojo, aunque su cabeza estaba baja.
Sohyun volvió su vista a él. De pronto, algo más brilló en sus ojos y Jeongin estaba preparado para lo que iba a hacer.
—Discúlpate tú por ella, Concubino.
El menor notó la forma en que Hyunjin frunció el ceño, mientras que Bongsun levantaba la vista y palidecía. Sohyun, frente a él, tenía una sonrisa de triunfo.
—Emperatriz, recuerde que...
—Que yo soy la Emperatriz —volvió a interrumpirle ella al guardia—, y él, un concubino. Y su sirvienta me ha ofendido, lo que sólo significa que él no la ha educado bien. Me debe una disculpa —alzó la barbilla—. Pídeme perdón, concubino.
Jeongin apretó sus labios, pero la expresión de Sohyun era más que evidente: no importa lo que dijera, ella no dejaría pasar esa enorme oportunidad que tenía.
—Lamento mucho lo...
—Así no. De rodillas.
Unos segundos de tenso silencio. Todos parecían estar conteniendo el aire, a la espera de lo que fuera a ocurrir, hasta que finalmente Jeongin dio dos pasos y se arrodilló al lado de Bongsun, bajando la cabeza.
—Perdón, Emperatriz —dijo con tono suave.
—Bien —Sohyun soltó una risa—. Bongsun, tú pasarás a ser mi sirvienta ahora.
—¿Co-cómo? —barboteó la chica.
—Como has oído —la princesa parecía muy feliz, como si le hubieran dado el mejor regalo del mundo entero—, me hace falta una sirvienta y pienso que, al servirme, vas a ser educada como corresponde.
—Pero... pero soy la doncella del consor– concubino —se corrigió con rapidez, pero Sohyun notó lo que iba a decir.
—Ya no más —espetó—. Ahora me servirás a mí y vas a aprender bien cuál es tu lugar.
—Co-concubino Yang —dijo Bongsun, espantada—, no deje... no permita...
Jeongin miró a Sohyun, todavía arrodillado. Ella, desde su altura, sonreía con triunfo y orgullo, y en sus ojos se leía claramente lo que quería: si la quieres, suplícame.
Pero eso Jeongin no lo iba a hacer. Y todos allí lo sabían.
Sohyun soltó un resoplido despectivo, volteándose para marcharse de allí. A Bongsun no le quedó más remedio que ponerse de pie, con los ojos llenos de lágrimas por la humillación, y seguirla con una expresión de terror. Sin embargo, antes de desaparecer, Bongsun miró a Jeongin, que hizo un simple asentimiento con la cabeza.
Una vez Sohyun y su grupo se marchó, Wheein se apresuró en ayudar a Jeongin a levantarse. El muchacho limpió la falda de su hanbok, mientras que Hyunjin se veía muy molesto.
—Que los dioses se apiaden de nosotros con esa Emperatriz —murmuró Wheein.
—Jeongin —murmuró Hyunjin, y realmente debía estar enojado si le llamaba por su nombre y no por su título—, lo que ha pasado...
—¿Se lo contarás a Chan? —Jeongin sonrió—. Puedes hacerlo, Hyunjin.
El guardia lo miró unos largos segundos, como si tratara de adivinar qué era lo que se traía entre sus manos. Sin embargo, él permaneció impasible y tranquilo, sin demostrar lo que estaba sintiendo.
Finalmente, Hyunjin inclinó su cabeza en señal de despedida para retirarse. Jeongin lo contempló marchar, antes de voltearse hacia Minji.
—¿Cuándo verás otra vez al doctor? —le preguntó en voz baja.
—Mañana, mi Señor —prometió ella.
—Bien, bien —suspiró con cansancio—. Pobre Bongsun, santos dioses. Cuando salgamos de este embrollo, le regalaré alguna joya como recompensa por haber soportado a Sohyun —un segundo para pensar—. Por favor, sean discretas cuando se comuniquen con ella. Nada puede fallar.
Ellas prometieron tener cuidado y Jeongin volvió a suspirar, pensando en sus próximos movimientos.
(...)
Chan vio a Jeongin llegar a sus aposentos a la hora de la cena y su primer impulso fue atacarlo en preguntas para saber lo que había pasado con Sohyun, pero lanzó una mirada a su rostro y supo que lo mejor no era hacerlo ahora.
Su Joya empezó a acomodar todo para ayudarle con la comida y, como venía pasando desde hacía varios días, Chan contenía el impulso de decirle que podía por sí solo ahora. Sin embargo, había algo dulce, entrañable y tierno en el hecho de que Jeongin quisiera alimentarlo, así que simplemente comenzó a comer del estofado que le habían preparado los cocineros.
—¿Cómo fue tu día? —preguntó Jeongin.
—Aburrido —Chan hizo un mohín—. Están empezando con los arreglos para la coronación. Hemos decidido, finalmente, no hacerlo en el templo, sino en el patio del palacio. Vendrán muchas personas e invitaremos a las personas del pueblo para traer algo más de alegría.
—Suena como un buen plan —Jeongin tarareó—. Lo que es yo, me aburrí mucho.
—¿Te han gustado tus nuevos aposentos? —preguntó Chan.
—Claro —Jeongin sonrió y lo besó en la mejilla—, mi Señor siempre sabe cómo hacerme feliz.
—Mi Joya más preciosa se merece lo mejor —contestó Chan.
Platicaron unos minutos más, hasta que llegaron los postres. Jeongin parecía algo pensativo y Chan preguntó si ocurría algo.
—Estoy un poco preocupado —admitió—. Visitaré estos días mi fundación, pero como están las cosas, probablemente tendré que cerrarla. Ya no recibiré el mismo sueldo por parte del Imperio y los nobles que quisieron participar van a retirar sus donativos, así que...
—No la vas a cerrar —bufó Chan—. Tu sueldo se mantiene, Jeongin. Y yo daré los donativos necesarios para que se mantenga a flote.
Jeongin enmudeció ante dichas palabras.
—Channie... No deja un buen precedente que esté a la altura...
—Tú eres mi Emperatriz —dijo Chan—, y recibirás todos los tratos de una.
—Haces todo tan difícil —dijo Jeongin, pero decidió que no iba a pelear con él por eso, ya que había notado que cuando quería serlo, Chan era más terco que nadie. Por lo mismo, decidió cambiar de tema—. Hoy almorcé con Dawon y he pensado...
Se vio interrumpido cuando tocaron las puertas y Hyunjin abrió ligeramente.
—Su prometida, mi Emperador.
—Hazla pasar.
Jeongin dejó el plato con el postre a medio comer para ponerse de pie, pero Chan le agarró la muñeca e hizo un gesto claro de que se quedara en su lugar. Obedeció, por supuesto.
Las puertas se abrieron y apareció Sohyun por ellas con una sonrisita de orgullo, que desapareció con rapidez cuando lo vio allí. Jeongin no pasó por alto que iba mejor vestida que la mañana, ahora con el cabello suelto y una red de oro encima de ellos, y un maquillaje ligero y atractivo. Al parecer, iba con toda la intención de deslumbrar a Chan.
Las puertas detrás de ella se cerraron. Sohyun no se movió de su lugar, con el rostro cubierto de furia reprimida.
—¿Así saludas a tu Emperatriz, Concubino? —preguntó ella con tono filoso.
—¿Y así saludas a tu Emperador, Sohyun? —habló Chan, con su voz también helada y enojada.
Sohyun, por supuesto, trató de controlarse para no perder los estribos. A pesar de que Jeongin sabía que esa noche no pasaría nada entre Chan y ella, no quería quedarse para escuchar lo que fueran a conversar. Con parsimonia, se puso de pie.
—Lo mejor es que me retire, mi Emperador —dijo con lentitud.
—Puedes ir a dar una vuelta para despejarte —dijo Chan, más suave al hablarle a él—, pero vuelves a dormir conmigo. Minho irá a buscarte cuando acabe con esto —Jeongin asintió—. Pero antes, he escuchado que hoy fuiste humillado por mi prometida, Jeongin.
El muchacho sabía que tarde o temprano vendría esa conversación. Le había sorprendido que lo quisiera sacar ahora, con Sohyun presente, aunque para él era evidente los motivos de eso.
—Mi antigua... doncella, Bongsun, lanzó un comentario desafortunado —contestó con calma—, y la Emperatriz consideró que sus disculpas no fueron suficiente. Como yo era el responsable por Bongsun, decidió que era pertinente que yo también me disculpara.
Chan dejó de mirarlo para volver su vista a Sohyun, que se veía más enfurecida de ser posible. Para Jeongin era un poco gracioso adivinar cuál de los dos estaba más iracundo con el otro.
—¿Ocurrió sólo eso? —Chan fingió desconocimiento—. Porque también me dijeron que te llamaron ‹‹puta barata››.
Si era sincero, Jeongin lo había olvidado. Se acostumbró a que las concubinas le llamaran de esa forma que, sinceramente, no le importaba demasiado a esas alturas. Tenía mejores cosas qué atender.
Sohyun se veía pálida, pero no sabía si era por el terror o el enojo.
—No recuerdo haberlo escuchado —mintió.
Un nuevo mohín en el rostro del Emperador. Jeongin no había querido mentirle, sabía que lo mejor era ser honesto, sin embargo, no necesitaba todo aquel conflicto en ese preciso momento.
—Bien —un bufido por parte de Chan—. De todas formas, ¿era necesario que te arrodillaras para pedir perdón? —preguntó Chan.
—Me faltó el respeto con descaro —contestó Sohyun.
—Tú también se lo faltaste —dijo el Emperador.
—Pero él es un concubino, y yo, su prometida.
—Así es, Sohyun —Chan sonrió, aunque no había humor en su gesto—. Sin embargo, bien sabes lo que siento por ti y lo que siento por mi Joya. Y tal falta de respeto de tu parte hacia él no la dejaré pasar. Así que te doy una opción en este momento: discúlpate y olvidaré lo que hiciste hoy. De lo contrario, prohibiré que salgas de tus aposentos hasta que yo lo decida.
Los ojos de Sohyun brillaban en odio e ira, y Jeongin deseó que perdiera el control, que empezara a despotricar contra él, que incluso se lanzara a golpearlo. Pero la princesa parecía ser inteligente, porque la vio tragar saliva y girarse hacia él.
—Lo lamento, Concubino Yang —dijo, o más bien, escupió con rabia.
—Así no. De rodillas —la sonrisa en el rostro de Chan fue más siniestra—. Eso fue lo que dijiste, ¿no?
—Usted...
—Está bien de esa forma, mi Emperador —intervino Jeongin, porque a pesar de que lo deseaba con todo su corazón, no quería que Sohyun se lanzara contra él ese tiempo que le quedaba. Quería mantenerse lejos de su ojo—. No se preocupe. Acepto sus disculpas, mi Emperatriz. Si no es mucha molestia, me retiro.
Chan, para su fortuna, no insistió. Jeongin se inclinó ante él para retirarse sin dirigirle una mirada a Sohyun. Cuando el menor salió, la habitación volvió a quedar en silencio, excepto por el ligero ruido que hizo el Emperador cuando se puso de pie y fue hacia el sofá. Le hizo un gesto a Sohyun para que también se sentara, y ella, con lentitud, se acercó.
—Tú y yo sabemos que este compromiso es contra mis deseos —empezó a decir Chan, helado—. Si por mí fuera, Sohyun, tú seguirías en el lugar que te corresponde y yo adelante con mi matrimonio con Jeongin.
—Él tuvo un aborto —dijo ella, sin mirarlo a los ojos.
No lo había mirado directamente en ningún momento desde que llegó. Chan sabía que era por la herida que cruzaba su rostro, pues era la misma actitud que todas las personas tenían con él desde que llegó. Nadie quería mirarlo a la cara.
Nadie excepto Jeongin.
—Lo sé —Chan tenía muchos deseos de beber algo de vino, pero en sus condiciones, no era lo mejor—, aunque eso no disminuye mi amor hacia él. Yo habría sido partidario de intentarlo otra vez, y otra vez, y otra vez, pero nunca separarme de Jeongin. Sin embargo, cedí a las presiones de mi Consejo ya que entiendo la necesidad de tener un heredero.
Observó la forma en que su rostro se llenaba de más y más enojo. Él no podía creer que Sohyun pudiera enojarse tanto con sus palabras, pero ahí lo tenía. Se enfadaba, molestaba, sin embargo, no lo miraba a la cara porque debía darle asco. Era más que claro para él.
—Si te cité, es para aclararte todo esto y comprendas tu lugar aquí —continuó, sin importarle si era duro con ella, si la estaba humillando o haciendo sentir mal—. Te convertirás en mi Emperatriz, sí, pero nada más que eso, y tu única misión aquí es darme un heredero. Cumpliré con mi deber marital cuando corresponda en el momento necesario y, te aclaro ya, no será por placer ni deseo. Una vez des a luz a mi heredero, no volveré a tocarte.
—Mi Señor, si usted me permite...
—No te lo permito —le interrumpió Chan—, no tienes derecho a exigirme nada, porque no te lo daré. Por supuesto, serás bien atendida y cuidada, y tendrás libertad para moverte por el palacio. Pero a Jeongin no lo vas a tocar ni molestar ni intimidar. Apenas escuche o vea que le haces algo que atente contra su integridad o dignidad, voy a castigarte.
—No es justo —la voz de ella se tornó desesperada ante esas palabras—, yo soy una princesa, mi Señor. Si me diera una oportunidad, le puedo demostrar que soy mejor que él, que puedo...
—No me hables de justicia, porque aquí no la tendrás —Chan fue mucho más cruel—. Él es mi verdadera Emperatriz, nadie más. Y tú no tienes ningún derecho sobre él. Así que no volverás a humillarlo como hiciste hoy, ni a dirigirle siquiera una mirada grosera —bajó su voz a un tono más amenazante—. Como escuche que le has vuelto a llamar con una palabra que no corresponde, como puta o zorra, te llevaré a un burdel para que tú seas la verdadera puta. Estás advertida, Sohyun.
Por primera vez, desde que entró por esas puertas, ella levantó la vista. Sus ojos chocaron y notó el estremecimiento que tuvo su cuerpo.
—Usted es inhumano —acusó ella, con la mirada llorosa.
—Tú querías casarte con este Emperador inhumano, ¿no es así? —una sonrisa más siniestra—. Entonces atente a las consecuencias, Sohyun. Si te comportas, no volveré a llamarte a mis aposentos. Ahora retírate, no quiero verte más.
No tuvo que repetirlo dos veces. Sohyun se puso de pie, viéndose a punto de llorar, y se inclinó antes de ir hacia las puertas. Tocó una, la abrieron y salió a paso apresurado.
Hyunjin asomó su cabeza.
—¿Mi Emperador?
—Entra.
Su mejor amigo obedeció. Se veía algo cansado, pero siempre firme a su lado.
—No deberías estar allí —comentó Jin, más relajado ahora que estaban a solas—, como Jeongin vea que te has levantado, va a ponerse como un animalillo furioso.
—Me gusta cuando se enfada —admitió Chan—. Tienes razón. Jeongin está ocultando algo.
Hyunjin se sentó donde antes estuvo Sohyun. Más temprano, mientras almorzaba, su mejor amigo le contó lo que había ocurrido entre Jeongin y la muchacha, además de comentarle que el chico estaba actuando extraño.
Ahora Chan lo había comprobado. En realidad, llevaba ya unos días así y Chan sólo lo atribuyó a que era resignación, pero tal vez era otra cosa. Lo tenía más que claro desde que llegó Sohyun.
Antes, Jeongin habría puesto una mirada herida y le habría hecho el quite por haberse comprometido con otra, por haber invitado a otra a sus aposentos. ¿No reaccionó así cuando ocurrió lo de Yuqi? Su Nini era muy celoso y no le gustaba verlo con otra persona.
No sólo eso. También no le contó de lo que había hecho Sohyun, se lo guardó, y no parecía muy inclinado con obtener una venganza. Sumado a eso, le mintiórespecto al insulto de Sohyun diciendo que no recordaba haberlo escuchado. Incluso intervino cuando exigió que ella se arrodillara a pedirle perdón. Parecía más en control de sus emociones y expresiones, como si quisiera aparentar calma en todo momento, y Chan no podía encontrarle sentido a ninguna de sus acciones.
Tampoco le dijo que Sohyun le quitó a una de sus doncellas. Jeongin muy bien pudo haberle pedido que se metiera en ese asunto, y Chan estaba dispuesto a ordenarle a la princesa que no podía quitarle sus sirvientas al chico y que mandara a Bongsun de regreso con él. Pero no lo hizo.
—Ha sido... discreto, en general —comentó Jin—. No puedo escuchar sus conversaciones con sus doncellas. Cuando habla con ellas, siempre procura bajar la voz y asegurarse de estar solo. Y no puedo acercarme demasiado sin ser descubierto. Podrías preguntarle...
—Claro que no. Lo negará enseguida —Chan lo conocía bien—. ¿Será algo demasiado grave? —un pensamiento horrible y estúpido lo atacó—. ¿Tendrá un amante?
Hyunjin lo miró como si fuera idiota. Chan no veía tan lejana esa posibilidad.
—Poco probable, Chan —bufó su amigo—. Quizás... Está buscando una forma de deshacerse de Sohyun. Veo más probable eso.
—Podría matarla y a mí no me importaría.
—Chan —Hyunjin se puso de pie, sacudiendo su cabeza—, me aseguraré de que no lo haga. Y de descubrir la verdad. Por favor, tú no hagas una estupidez.
—¿Estupidez? ¿Cuándo yo...?
Las puertas se abrieron y Jeongin entró. Venía con una expresión de relajo, que se transformó en enojo cuando lo vio.
—¿Qué haces allí y no en tu cama, Bang Chan? —preguntó con la voz temblando por la molestia.
Chan comenzó a sudar. Hyunjin se apresuró en salir de allí lo más rápido posible antes de que el infierno se desatara en ese cuarto.
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