✧◝ 29
Chan había notado que Jeongin estaba muy extraño.
Cuando llegó ese mismo día de sus tareas, notó la expresión en sus ojos. No era tristeza, aquella que lo había perseguido los últimos días, sino otra cosa. Algo parecido a ira y odio.
Se preguntó si estaba dirigida hacia él. Al fin y al cabo, cuidar de él debía ser agotador, y más en las condiciones de Jeongin. Varias veces le dijo que podía llamar a un sirviente que le atendiera, pero Jeongin se había negado abogando a que era su deber. En el fondo, a él le deprimía un poco escucharlo decir eso, pensando que el menor se encontraba harto de cuidarle como si fuera un niño pequeño.
Jeongin estaba muy callado y apenas contestó sus preguntas sobre cómo le había ido. Le empezó a dar la cena en ese estado, que sólo empeoró cuando apareció una doncella del chico, Bongsun, con una taza de té.
Chan lo vio olisquearla y darle un pequeño sorbo. Los ojos de Jeongin se oscurecieron más de lo que ya estaban.
—Melisa y pasiflora, ¿no es así? —le preguntó a Bongsun con la voz temblando, ignorando a Chan.
—Así es, mi Señor —dijo la doncella.
—Bien, bien —Jeongin bebió más té, pero su aspecto era más sombrío.
Bongsun se inclinó y salió de la habitación. Chan sintió un golpe de ansiedad ante lo que estaba ocurriendo, sin entender nada de la situación.
—Nini... —murmuró, y Jeongin lo miró—, ¿qué ha pasado? ¿Con quién estás enfadado?
—Con nadie, Chan —el menor trató de relajar las líneas de su rostro, pero no logró demasiado—. Sólo... tuve un encontrón con Sohyun. Me ha dicho que quiere venir a visitarte e incluso insinuó que, si estaba cansado, ella podía reemplazarme.
El mayor formó puños con sus manos, arrugando las sábanas de paso. El rostro de Jeongin se mantuvo tranquilo, y por lo mismo, no le convenció por completo su explicación. Si eso hubiera pasado antes, el menor habría llegado a su cuarto rezongando y hablando contra Sohyun. Ahora, sin embargo, estaba más tranquilo.
—¿Seguro? —preguntó Chan, arrugando el ceño ligeramente antes de sentir la punzada de dolor.
—No frunzas las cejas —le dijo Jeongin, con ese tono de regaño al que ya se había acostumbrado—. Tu cicatriz todavía tiene costras y si se sale antes de lo esperado, te puedes hacer más daño.
Chan soltó un resoplido.
—La cicatriz ya me va a quedar —murmuró, con cierto desgano en su voz. Jeongin lo miró—. Nini... ¿Estás cansado de cuidarme? ¿Sientes asco al verme?
El menor bajó el plato de comida que volvió a sostener para alimentarlo, abriendo la boca con evidente desconcierto ante las preguntas. Sin embargo, aquellas dudas le habían asaltado toda la tarde, y si bien Hyunjin le dijo que no debía hacerse esas preguntas, Chan no podía evitar que rondaran en su mente. En especial ahora que el mismo Jeongin se encontraba dudando de su lugar en el palacio.
—Claro que no —dijo el más alto, sacudiendo su cabeza—, jamás me cansaría de cuidarte, Chan —dejó el plato de comida sobre el velador y le agarró la mano—. Tú eres el amor de mi vida y cuidarte es algo que hago con todo el placer del mundo, así como hiciste tú cuando yo estaba en cama también —le levantó la mano y se la besó—. Y no siento asco por tu cicatriz, Chan, te lo juro, porque, al fin y al cabo, te la hiciste para defenderme a mí —con cariño, Jeongin le agarró la mejilla sana—. Cuando sane por completo, voy a llenártela de besos, amor mío.
Chan cerró sus ojos al sentir el suave beso del menor en su moflete, dejado con tanto cariño que, de pronto, sintió ganas de llorar. Esos últimos días se había sentido mucho así, como si el llanto pujara por su garganta y muriera por salir. Trataba de ahogarlo, de no mostrarlo, pues sentía que no era justo para Jeongin. Su Nini, quién había sufrido tanto y, aun así, se mantenía entero y de pie por él. Chan sentía que le debía más que la vida a su prometido.
—Nini... —Chan quería abrazarlo y besarlo con fuerza—, no me dejes. Nunca me dejes.
—Nunca, mi Chan, mi Emperador —prometió Jeongin—, me quedaré a tu lado incluso si dejas de quererme.
Eso nunca pasaría. Chan lo temía más que claro: Jeongin era el único amor en su vida.
Terminaron de comer pocos minutos después. El menor le acomodó las almohadas, como ya estaba acostumbrado, y le sirvió un té más para ayudarlo a dormir. Sin embargo, Chan se le quedó mirando cuando notó que seguía con sus ropas, sin cambiarse al pijama.
—¿Innie? —preguntó, y Jeongin lo miró—. ¿No vas a dormir hoy conmigo?
—Claro que sí —Jeongin le sonrió con suavidad—, pero saldré a tomar un poco de aire, Chan. Ha sido un día largo.
—Te vas a resfriar —Chan se veía contrariado, como si no quisiera que saliera y estuviera lejos de él—. Deja que te acompañe por lo menos. Tampoco yo he salido mucho desde el funeral de mi padre.
Jeongin sacudió su cabeza en una clara negativa.
—No, no señor —apoyó su mano en el pecho del mayor—. A dormir. Ahora.
—Nini...
—Volveré en unos minutos, lo prometo —le aseguró—. Mañana podemos salir a pasear por los jardines. Hoy ya es tarde y debes descansar.
Chan arrugó los labios en clara señal de disgusto, pero Jeongin lo miró con advertencia, y al final no le quedó más remedio que suspirar con derrota.
—Está bien —murmuró—, pero vuelve pronto. Contaré hasta mil, y si no estás aquí cuando termine, saldré a buscarte.
—¿Hoy es el día en que seas terco? —exclamó Jeongin.
—Uno...
Jeongin se inclinó y le besó la frente. Chan se moría por abrazarlo como correspondía y no volver a estar lejos de él nunca más.
(...)
Ese no había sido el té que bebió por largas lunas a través de su embarazo.
Como si fuera un reflejo, llevó su mano hacia su vientre, casi como si pudiera volver a sentir a su bebé en él. Sin embargo, no hubo una respuesta y el dolor estalló en su corazón ante lo que era evidente para él ahora: habían matado a su bebé.
Yoorim le sujetó cuando iba a caer de rodillas al suelo, con nuevas lágrimas punzando en sus ojos. Wheein también se adelantó, ayudando a enderezarlo.
—Mi Emperatriz —dijo Bongsun, asustada.
—Estoy bien —una gran mentira y todos allí lo sabían. Sin embargo, también sabían que no debían presionarlo o insistirle, pues al fin y al cabo, ese dolor le pertenecía a él—. Ese té no era el que tomaba. Es totalmente distinto... Incluso el olor es diferente.
Y por eso, probablemente, el médico Shin había tropezado con Minji más temprano. Suji comentó que estaba tomando el mismo té que él bebió y cuando Jeongin pidió un poco, Shin sabía que iba a descubrir la verdad. Pensó que así no iba a darse cuenta, pero no se le ocurrió tampoco que Minji conocía muy bien el aroma de aquel brebaje que lo envenenó a lo largo de las lunas.
—Podría preguntarle al médico Han —dijo Wheein en voz baja—, pedirle que prepare...
—¿Varios tés abortivos y así adivinar cuál era? —Jeongin soltó una risa baja—. Arriesgado, Wheein. Además, puede malinterpretarse y Han se lo contará a Chan. Debo ser cuidadoso con esto —una pequeña pausa—. Necesito pruebas que culpen a Shin y al Sumo Sacerdote. Minji...
—Yo voy a... a encargarme del médico Shin —afirmó su doncella más joven.
Jeongin asintió con la cabeza, cansado. De pronto, quería volver con Chan y abrazarlo, como si de esa forma pudiera estar protegido de todo el daño que le habían hecho. Como si así pudiera retroceder en el tiempo y estar con su bebé otra vez.
Conversó un poco más con ellas, hablando sobre los pasos a seguir, antes de volver a los aposentos de Chan con Wheein a su lado. Vio al príncipe sentado en la cama y le miró con reprobación.
—Te tardaste mucho —se defendió Chan.
—No puedes estar siempre sobre mí —se indignó Jeongin, dejando que Wheein le ayudara a quitarse el hanbok.
—¿Es un desafío? —gruñó el mayor.
Jeongin sintió ganas de darle un golpe. Al final, sólo bufó y permitió que su dama le quitara las joyas y maquillaje de encima, y una vez estuvo listo, fue a acostarse al lado de Chan. El mayor le abrazó por los hombros, estrechándolo en sus brazos, y el menor pensó en cómo iba a reaccionar si es que se enteraba de la verdad.
No quería imaginárselo. En la condición en que estaba Chan en ese preciso momento, decirle lo que sospechaba sólo le alteraría y podía provocar un enorme desastre. Jeongin tenía que estar cien por ciento seguro antes de contarle lo que sabía, no porque no confiara en Chan, sino también para salvar su propio pellejo. Acusar a un Sumo Sacerdote sin prueba alguna... Nada salvaría a Jeongin de ese castigo.
Sin embargo, en ese preciso momento no quería pensar en eso. Se estiró a darle un suave beso en los labios, diciéndole que lo amaba, antes de cerrar sus ojos para dormir.
Cuando el nuevo día llegó, Jeongin le ayudó otra vez a bañarse, limpiar su herida y aplicarle un aceite que le ayudaría con la cicatrización. También, echando a las doncellas de Chan, fue quién lo ayudó a vestirse y a desayunar. Chan le insistió muchas veces que no era necesario y que podía hacerlo por sí mismo, pero Jeongin simplemente hacía un movimiento con su mano y decía que no le molestaba servirle de esa forma.
—Hoy hace un día precioso —dijo Bongsun mientras le colgaba unos aretes de plata—, ¿va a salir, mi Señor?
—El Príncipe quiere pasear por los jardines —contestó Jeongin, mirando su reflejo con ojo crítico—, así que yo iré con él. Por favor, dile a Minji que avise para que arreglen el pabellón central y preparen algo para beber.
Jeongin no se arregló demasiado, pues el palacio todavía estaba de luto por la muerte del Emperador y debía mostrar respeto y sobriedad esos días. Chan iba con un hanbok negro y dorado por lo mismo, mientras que Jeongin vestía con uno azul marino oscuro.
Salieron juntos de los aposentos, con Jeongin yendo del brazo de Chan. Sería la primera aparición pública del mayor desde los funerales de su padre, más de siete días atrás, y el más alto se encontraba un poco preocupado de lo que fueran a decir en el palacio. Jeongin habría preferido ir un poco más atrás que Chan, pero el príncipe se negó a siquiera escuchar dicha sugerencia.
—Realmente llegó la primavera —dijo Chan mientras caminaban por los pasillos con lentitud. Si bien ya estaba mucho más sano, la inactividad del último tiempo le había pasado la cuenta—. Los días están calurosos.
—Gracias a los dioses —Jeongin iba también lento por Chan, sabiendo que no debía sobre esforzarse—, el invierno fue muy duro para nuestro pueblo en general. Ni siquiera... —puso una expresión triste—, con todo lo que ha pasado, he descuidado por completo mi fundación.
—Podrás ir a visitarla pronto —animó Chan—, y si gustas, iré contigo. Quiero ver el bonito lugar que hiciste, Nini.
Jeongin asintió con la cabeza, aunque dudaba sobre la posibilidad de poder ir, incluso, a saludar. Como estaba la situación, todo el mundo ya debía saber que perdió al bebé y que su posición estaba pendiendo de un hilo.
—¿El invierno fue terrible allá, en Tainan? —preguntó.
—No demasiado —salieron del edificio imperial y se adentraron en los jardines—, como es una zona que queda más al sur, llovió más que nevó. Y tampoco fue demasiado.
—Mi Emperador —el título se deslizó con facilidad de su boca, a pesar de ver la mala cara de Chan. Sin embargo, en público, Jeongin sabía que debía usarlos—, no lo pregunté por... por las cosas que estaban ocurriendo, pero... ¿pero la familia real de Tainan...?
Entraron al pabellón en medio del jardín, donde ya les esperaban unas cómodas sillas, junto con unas tazas de té y pastelillos. Jeongin ayudó a Chan a acomodarse e, incluso, le pidió a Wheein que le entregara la manta que llevó.
—Innie, no es necesario... —comenzó a decir Chan cuando Jeongin le cubrió las piernas—. No está tan helado, amor...
—Sus defensas están bajas —dijo Jeongin con seriedad—, así que nada de descuidarse, mi Emperador.
Chan volvió a poner una expresión de desagrado por el título y la educación con la que le hablaba, pero Jeongin sólo fue ahora a servir el té, a pesar de que Bongsun se ofreció a hacerlo. Simplemente le hizo un gesto con la mano de que no era necesario.
—Trataron de huir en barco —dijo Chan luego de recibir la taza de té caliente—, pero los alcanzamos y los abordamos en pocos minutos. Se estaban escondiendo en el camarote, protegidos por ese guardia de mierda... —le escuchó su gruñido—. Quedé inconsciente cuando me cortó la cara. Pero los capturaron con vida.
Jeongin apretó su boca ante la narración. Una parte suya quería alegrarse por lo que escuchaba, al fin y al cabo, fue Yuqi la que trató de matarlo y deshacerse de él. Sin embargo, luego de todo lo que ocurrió, sólo había amargura y tristeza.
—Mi padre ya estaba... agonizando cuando desperté en el campamento —continuó Chan—, y a pesar del dolor, me hice cargo de sus muertes. Los condené a muerte y fueron decapitados. Toda la familia real, incluida Yuqi.
Trató de recordar su rostro. A pesar de todo lo que le hizo, él no podía negar que fue una muchacha de gran belleza y hermosura. Y fingió ser su amiga esas primeras lunas, creyendo que él no tenía oportunidad alguna... Quizás siempre tuvo la razón.
Podrás vestir toda la seda que quieras, portar las joyas más hermosas y casarte con un príncipe, pero nada de eso quita lo que realmente eres, Jeongin: un pordiosero sucio y repulsivo.
Esas palabras se las dijo la última vez que se vieron. Él simplemente las ignoró, creyendo que tenía la bendición de los dioses, que era el elegido de ellos, y al final, perdió su gracia de un día para otro. Tal vez ese era su castigo por haber aspirado tan alto, cuando siempre tuvo que quedarse en el lugar al que fue asignado.
Qué feliz se habría sentido Yuqi si se hubiera enterado de que perdió el embarazo. De seguro se habría reído a carcajadas por la alegría.
—¿Nini?
Salió de sus pensamientos y notó, entonces, sus mejillas húmedas. Las limpió con rapidez, notando la preocupada expresión de Chan sobre él.
—Perdón —murmuró—, no sé... No sé qué me pasó...
—Está bien —Chan le agarró la mano—. Cambiemos de tema, ¿te parece? He pensado que, cuando llegue el verano, podríamos instalar aquí en el jardín una pequeña piscina para...
Jeongin agradeció que Chan no le presionara a decir lo que pensaba y que, por el contrario, buscara la forma de distraerlo de todos sus pensamientos invasivos. Así que le escuchó atentamente y, pronto, se encontró disfrutando de la conversación con el mayor.
—¡Atención, la Princesa Regente Bang Yeji!
El menor se interrumpió a sí mismo cuando el guardia anunció la llegada de la princesa, poniéndose de pie e inclinándose mientras ella subía las escaleras del pabellón.
—Hermano —dijo la princesa, con su hanbok negro y dorado, y reconociendo a Jeongin con una inclinación de su cabeza—, Jeongin. Me han dicho que estaban acá y he querido venir a verlos.
—Necesitaba un poco de aire —dijo Chan, señalando la silla vacía a un lado suyo—. Toma asiento, por favor. No has ido a visitarme —añadió con reproche en su voz—. Sé que ya no soy agraciado de ver, pero esperaba un poco más de mi hermana favorita.
Yeji soltó una risa cansada. Jeongin le sirvió té con calma, aunque notó que había adelgazado y se veía muy agotada.
—Estoy al tanto de que Euijin te visitó ayer —dijo ella con calma.
—Gyuri tampoco ha venido —señaló Chan—. ¿Está enfadada conmigo?
—Para Gyuri no ha sido fácil —Yeji suspiró—. Sabes que era la más cercana a papá.
Jeongin apretó sus manos al escuchar la conversación. Una nueva ola de culpa lo golpeó. Aunque, para su fortuna, Yeji cambió de tema y preguntó cómo se había sentido los últimos días.
—Chan —dijo ella cuando se acabó la primera taza de té—, sé que no quieres escucharlo y vas a detestarme, pero has estado evitando tus deberes. No ha caído bien que hayas cancelado el Consejo de ayer.
Chan inclinó la cabeza en señal de comprensión, pero había desinterés en sus ojos.
—Sentía mucho dolor —se excusó—, además, como Regente...
—No puedo ser Regente hasta que te sanes por completo —espetó ella, y Jeongin se tensó al escuchar la molestia en sus palabras. Nunca la vio enojada, pero sabía qué era de temer—. Mañana se hará el Consejo y debes ir sí o sí. Hay que ver tu coronación.
—Jeongin, ¿me puedes servir más té? —preguntó Chan, y eso sólo hizo enfadar más a Yeji. El menor mordió su labio inferior, pero obedeció—. Gracias, cariño.
—Chan —dijo Yeji.
—Yeji —imitó el mayor—. Por los dioses, el médico Han a recomendado no estresarme, ¿y quieres que vaya a ese nido de víboras para escuchar todos los planes que tienen?
La princesa frunció el ceño y giró su rostro hacia Jeongin, que bajó la vista con vergüenza. En ese momento, Yeji se parecía mucho a su padre.
—Jeongin, por favor, retírate —ordenó ella.
El menor se puso de pie y se inclinó. Chan cambió su expresión de ligera diversión a una de molestia.
—¿Y ahora quieres dejarme sin mi enfermero? —preguntó sin gracia en su voz—. No es necesario, Jeongin.
Sin embargo, el más alto necesitaba huir de esa batalla campal que se instauró entre la princesa y el príncipe. No quería quedarse en medio de ella, a pesar de que sabía que iban a conversar de él.
—Pasearé en el jardín con mis doncellas —dijo Jeongin, poniendo una sonrisa agradable—. Cuando me necesiten otra vez, sólo manda a buscarme, mi Emperador —una nueva inclinación—. Princesa.
Y se retiró lo más rápido que pudo. Chan trataba de no fruncir el ceño al verlo marchar, recordando las advertencias del médico sobre su herida.
—¿Crees que no sé lo que estás haciendo? —preguntó Yeji, llamando su atención—. Sabes lo que va a pasar en ese Consejo. Jeongin también lo sabe.
—Por supuesto, hablarán de mi coronación —Chan sonrió sin humor—, y me pedirán que me casé, pero no con Jeongin. Jeongin ya no es apto para ser mi Emperatriz, ¿cierto, hermana?
La ira desapareció del rostro de Yeji, reemplazada por nuevo cansancio y agotamiento. Chan sabía que estaba evadiendo sus deberes, pero no quería confesar que estaba ahogado en el miedo y estrés de la situación. Él sabía que, en el algún momento, iba a tener que asumir como el nuevo Emperador, sin embargo, nunca se había preparado para que ocurriera de esa forma. No con su padre muerto en una guerra por su culpa.
—Sé que, en otras circunstancias, Jeongin podrá tener a tus hijos —dijo ella, con su voz temblorosa—, pero tampoco puedes odiar a quienes duden de él por lo que pasó. Chan —tragó saliva—, por último, debes ir a defenderlo. Han empezado a decir que, si no has ido, es porque él no quiere que vayas para cuidar su puesto.
El príncipe sintió el enojo bullir dentro de él ante dichas palabras. La situación se estaba tornando más y más oscura con el pasar de los días, y él se encontraba muy perdido sobre qué hacer.
—Jeongin será mi Emperatriz —dijo Chan—, ¿tú me apoyarías con eso, Yeji?
Yeji abrió la boca ante dicha pregunta. El mayor sabía que su hermana apreciaba a su prometido, que llegó a quererlo en ese tiempo dentro del palacio, pero Yeji era hija de su padre. Ellos crecieron siempre con el deber por delante.
—Lo más importante es el Imperio, Chan —dijo ella, y Chan sonrió con amargura.
—Entonces abdicaré en favor de Euijin —replicó él.
—¡Por supuesto que no! —Yeji se puso de pie, con nueva furia en su voz y rostro—. ¡Absolutamente no, Bang Chan! ¡Eres el Príncipe Heredero y nuestro padre te dejó a ti como futuro Emperador!
—No lo quiero si Jeongin no puede...
—¡Fuiste criado para esto! ¡Naciste para esto! —Yeji le interrumpió, feroz y sin dejar espacio a que hablara—. Nuestro padre te crio personalmente para ser su heredero, ¿y vas a manchar su memoria por amor? ¿Por amor, Bang Chan? —repitió, y el dolor inundó al príncipe—. Chan —trató de suavizar su voz, desesperada—, Euijin no tiene ni siquiera la edad mínima para gobernar, ¿vas a simplemente deslindarte de todas tus responsabilidades porque no puedes casarte con quién amas? No puedes...
La voz de Yeji se quebró y se puso a llorar. Sin embargo, lo peor fue cuando ella se arrodilló ante él y le agarró las manos, con angustia y desosiego.
—No puedes hacerlo —repitió ella entre llantos—, eso podría provocar... provocar una guerra civil, ¡lo sabes bien! Podría llevarnos a la ruina, Chan, no puedes...
Más llanto. Chan parpadeó para alejar sus propias lágrimas, pues era algo que sabía muy bien. Podía abdicar por voluntad propia, por supuesto, pero probablemente se crearían dos facciones en apoyo a él y otra en apoyo a Euijin. Y faltaban varías primaveras para que Euijin quedara habilitado para gobernar, ¿y quién lo haría en su reemplazo? ¿Chan? Si era así, y tenía hijos propios, ya fueran por Jeongin u otra concubina, ¿quién tendría más derecho al trono? ¿Euijin o los hijos de Chan? Incluso si lo hiciera Yeji como regente, si ella también tenía hijos varones, ¿serían vistos como potenciales herederos en desmedro de Euijin?
Y no sólo eso. Euijin, si bien era el segundo en la línea de sucesión, no había sido preparado para gobernar. Desde que Chan cumplió los cuatro años y empezó a crecer, fuerte y sin enfermedad alguna, que fue criado como el Príncipe Heredero. Fue educado en todos los ámbitos para ser un buen gobernador. ¿Chan realmente le dejaría esa enorme carga a su hermano menor por amor?
Incluso Jeongin se lo había dicho el día anterior.
Mi corazón es tuyo, pero tú corazón le pertenece al Imperio, Chan. Eso tu padre te lo enseñó muy bien. No puedes decepcionarlo. No ahora.
—Ponte de pie, princesa —murmuró Chan, cansado, agotado, abrumado y deseando, por encima de todo, no tener ese enorme peso en tus hombros—, limpia esas lágrimas. Y comunica que el Consejo se realizará después del almuerzo el día de mañana.
Jeongin apareció varios minutos después, cuando Yeji se había retirado, y se sentó a su lado, agarrándole la mano.
—Estás muy frío —dijo Jeongin, sonriendo con cariño—. ¿Quieres más té, Chan?
—Nini —suspiró Chan—, pide que el almuerzo lo traigan aquí, por favor. Todavía no quiero volver a nuestro cuarto.
—Como desees, mi amor.
Chan tuvo otro deseo mientras veía a Jeongin hablarle sobre las nuevas flores en el jardín: poder quedarse en ese lugar para siempre, con su prometido a su lado.
(...)
Estuvo todo el día mordisqueando sus uñas y, por lo mismo, había empezado a herirse el pellejo de los dedos.
Minji hizo un mohín de dolor por la punzada en sus dedos, pero era un reflejo del que no se daba cuenta hasta que ya era muy tarde. Ocurría siempre que los nervios la inundaban y realmente se esforzaba en controlarlo, pero las últimas horas había resultado casi imposible de lograr.
Además, no sólo eran los nervios lo que la tenían así, sino también la culpa. Gran culpa en la boca de su estómago que le hizo llorar casi toda la noche, siendo consolada por Bongsun y Wheein cuando la descubrieron así. Ella les hizo prometer que no le dirían nada a su Señor, pues Minji sabía que él tenía buen corazón y si veía lo mucho que lloró, de seguro le quitaría la gran tarea que le encomendó. Y Minji no quería decepcionarlo, no otra vez luego del enorme error que cometió.
Ella tuvo que cuidar mejor de su Emperatriz. Tuvo que asegurarse de que era el té correcto, que ese té realmente serviría para proteger del heredero del Imperio y no lo envenenaría. Minji falló por completo en su misión.
Así que ahora, debía reparar esa gran falta que tuvo. De lo contrario, ella no podría vivir con toda esa culpa que sentía dentro de su corazón, porque su Emperatriz la había acogido con una sonrisa amable cuando la eligió para estar a su servicio. Minji se lo debía.
—¿Señorita Kim?
La conocida voz la sacó de sus pensamientos, y se volteó con rapidez hacia el hombre que acababa de llegar. Era el doctor Shin.
Se forzó a sonreír con timidez. Ella sabía, por lo que había averiguado, que Shin Jungwoo era un médico de renombre y bajo otras circunstancias lo habría encontrado muy atractivo. Tenía veinticinco primaveras, por lo que era todavía un hombre joven, y su cabello castaño siempre estaba atado en una coleta, con una ordenada barba cubriendo su rostro. Minji había pensado antes, varias veces, que tenía ojos amables y voz suave.
Pero ahora, con la verdad por delante, ella lo encontró repulsivo y el odio se instaló en su corazón. Esa persona era la responsable de todo el sufrimiento de su Señor.
—Médico Shin —barboteó, y se sorprendió de que su voz saliera firme—, disculpe por molestarlo a estas horas, no quería...
—¿El prometido del Príncipe necesita algo? —preguntó él—. ¿Tal vez un té...?
—¡No! —saltó Minji, y trató de regular su voz cuando notó lo exaltada que sonaba—. No, do-doctor... —no pudo evitarlo y enrojeció por la vergüenza—. Yo... um... Sólo... sólo quería venir a verlo.
Minji averiguó muy bien varias cosas. El hombre todavía no estaba casado porque se había concentrado en sus estudios, pero ya iba siendo hora de que sentara cabeza. Y ella tenía en cuenta las miradas que le dirigía cuando iba a verlo, cada día, para recoger el té. Ese maldito té.
—¿A mí? —notó como los ojos del hombre se iluminaban—. ¿Y eso por qué, señorita Kim?
—Llámeme... Minji —dijo ella, con más decisión ahora, y sonriendo ligeramente—, yo sólo... Supongo que me acostumbré mucho a su presencia, médico.
—Minji —saboreó el nombre y ella ocultó un estremecimiento—. Está bien. Tú también puedes decirme Jungwoo. ¿Tu Señor sabe que estás aquí?
—No, no —se apresuró en decir—. Él está durmiendo y yo... Quería verlo —aclaró—, pero tampoco molestarlo, médico...
—Jungwoo.
—Jungwoo —repitió ella—. Perdón si soy muy atrevida —desvió la vista.
—No te disculpes, Minji —se veía muy complacido—. Para mí es un placer que estés aquí, pues eres una chica muy hermosa —otro estremecimiento que trató de no mostrar—. Aunque ya es algo tarde y no quiero que malinterpreten nuestra... amistad. ¿Tal vez quieras pasear el día de mañana por los jardines traseros después del almuerzo? Si es que puedes, por supuesto.
(...)
—Claro que sí —habló, y antes de poder pensarlo dos veces, sacó un pañuelo que llevaba encima y se lo tendió—. Para que... que piense en mí, Jungwoo, esta noche. Por favor, cuídelo. Lo hice yo.
Jungwoo recibió el pañuelo con una sonrisa de complacencia.
—No te preocupes, Minji. Me alegro de haberte visto —guardó el objeto en su bolsillo—. Gracias por venir.
—Nos vemos mañana —se despidió, tratando de mantener la sonrisa en su rostro, y se apresuró en marcharse de allí.
Sólo cuando se alejó lo suficiente y desapareció de su vista, Minji se permitió soltar el aire y temblar sin control alguno. Dioses santos. Santos dioses. Qué hombre más despreciable.
Pero ella lo iba a soportar. Ella le sacaría toda la verdad a ese desgraciado e iba a pagar por lo que le había hecho a su Emperatriz. Minji se aseguraría de eso.
(...)
A Jeongin ni siquiera le sorprendió la noticia de que, luego del almuerzo, debía ir con Chan al salón principal donde iba a celebrarse el Consejo que había evitado el último tiempo. Desde que Yeji apareció, el día anterior, que él imaginaba que se haría ese encuentro. También Chan estuvo más callado de lo normal, y Jeongin no quería presionarlo, así que sólo asintió ante la noticia y le pidió a Wheein que le ayudara con el maquillaje y peinado.
Esa mañana, Minji se le había acercado con una gran noticia, así que Jeongin le ordenó que aquel día no le iba a atender. Ella tenía que hacerse cargo de otra cosa.
Bongsun le acomodó un tocado de plata en la cabeza, con brillantes perlas que caían en sus cabellos como lágrimas. Wheein le hizo un delineado con kohl, le agregó algo de rubor y le pintó los labios de un rojo cereza. Ese día sería su caída, lo tenía más que claro, pero no dejaría que su aspecto delatara su estado de ánimo. Él sería majestuoso incluso en ese día.
El hanbok, de suave seda, resaltó su imagen: la chima de color negro tenía un borde plateado y detalle de flores del mismo tono a lo largo, mientras que el jeogori era gris, a excepción de las mangas, que imitaba el aspecto de la falda. Sobrio, pero elegante.
Cuando estuvo listo, se puso de pie y fue a los aposentos de Chan, esperándole afuera. Habría querido ayudar a prepararlo él, pero tenía más que claro que eso sólo haría más difícil la situación, y no quería poner más presión sobre los hombros del mayor.
Chan salió de las habitaciones poco después: iba con un hanbok negro y con un diseño de dragón en las mangas. Llevaba sobre sus cabellas un samo acomodado cuidadosamente, y la cicatriz le daba un aspecto amenazador, aunque sus ojos se suavizaron al verlo.
—Está muy guapo, mi Emperador —dijo Jeongin, y le dio un beso en la boca.
—No tanto como tú —contestó Chan, devolviéndole el beso con cariño—. Vamos —y le ofreció el brazo, a lo que Jeongin no dudó en agarrar.
—Hoy hace un día precioso —comentó cuando se pusieron a caminar—, y he escuchado que este verano será muy caluroso. Tal vez deba construir la piscina que ayer me mencionó, mi Señor.
Chan le dio la razón, comenzando a platicarle a medida que se iban acercando más y más hacia el salón principal. Jeongin notó la tensión en el mayor, pero a pesar de que los nervios se lo estaban comiendo por dentro, se forzó a seguir con la misma expresión relajada.
Cuando se encontraban por llegar, Chan se detuvo y le agarró la barbilla.
—Te amo —le dijo Chan, con la voz ronca—, tienes que saberlo, Jeongin. Te amo. Y lo que pase allí adentro, no cambiará mi amor por ti.
—Lo sé —le aseguró Jeongin—, yo también te amo. Y aceptaré todo como debe ser, mi Emperador, mi amado —le sonrió a pesar de que quería llorar—. Mi único amado.
—Mi Joya más preciosa —exhaló Chan antes de acercarlo para darle otro suave beso en la boca, tratando de decirle todo lo que sentía sólo con esa acción.
A los pocos minutos, ambos estaban entrando al salón separados. Chan iba por delante, con expresión neutra, y Jeongin a unos pasos detrás de él.
Ya estaba la princesa Yeji allí, viéndose aliviada de que su hermano hubiera aparecido. También se encontraba el Sumo Sacerdote, el general Kim Sooyang, el capitán de la flota naval Park Doyun, el general de caballería Nae Hajoon, y los consejeros del fallecido Emperador: Choi Hyunghan, Hann Pyongna, Kim Donghwan, Park Chunghee, Kim Chulmoo, Bon Chinghwa y Lee Seungjung. Todos se pusieron de pie y se inclinaron ante Chan, que fue hacia la cabeza de la mesa a sentarse. Jeongin pensó en permanecer al fondo, como si de esa forma no pudiera atraer la atención de nadie, pero cuando Chan llegó a su lugar, habló:
—Jeongin, a mi lado.
Se inclinó y apresuró a obedecer. Él nunca desobedecería ninguna orden de Chan, menos en ese momento.
Chan se sentó y todos le imitaron. Los sirvientes se apresuraron en servir vino en las copas.
—Emperador —habló Sooyang—, los dioses lo bendigan y agradezco que sus heridas estén sanando.
—General Sooyang —Chan asintió—, estos días el dolor ha disminuido y lamento no haber podido atender antes a esta reunión. Pero hoy, espero, podamos solucionar pronto esta... pequeña crisis en la que nos hemos sumergido. Lo primero que hay que resolver es lo evidente, ¿no es así, mis señores? Mi coronación.
Murmullos de asentimiento ante sus palabras. Jeongin se negó a que le sirvieran vino: no quería sonar desconfiado, pero como estaba la situación, prefería mantenerse en sus cinco sentidos.
—El pueblo está inquieto, Príncipe Heredero —dijo Seungjung, quien era el padre de Sora, la antigua concubina de Chan que fue expulsada. Jeongin trató de no mirarlo, sabiendo el odio que le tenía ese hombre a él—, han surgido muchos rumores de que usted está muy grave o incapacitado para gobernar.
—Lo mejor es que sea cuanto antes —apoyó Pyongna—. La nueva luna comenzará dentro de siete días. Lo ideal es que sea allí.
—No hay problema alguno. La coronación será en el templo imperial, ¿cierto?
—Claro, mi Emperador —contestó el Sumo Sacerdote—, cuando el sol ya haya salido por completo comenzará la ceremonia.
De ahí en adelante, debatieron sobre qué hacer en ese día: la celebración, el paseo por el pueblo, la fiesta en la noche, las invitaciones al palacio... Yeji dijo que se haría cargo de los preparativos para que todo estuviera en orden. Jeongin no habló, aunque notó la mirada de Chan sobre él en varios momentos.
El menor sintió algo de alivio de que, al menos, todos estuvieran de acuerdo en algo: Chan debía ser quién asumiera como Emperador.
El ambiente se relajó para casi cuando ya estaban hablando de las ropas. Chan escuchó todo atentamente, incluso sonrió por varios momentos, y luego conversaron sobre los puestos en el Consejo. El príncipe aseguró que los hombres de su padre permanecerían en sus lugares y que, como hizo el Emperador, evaluaría sus desempeños año a año, al igual que sus generales y capitanes del ejército.
—¿Hay algo más que quieran conversar, mis Señores? —preguntó Chan, cuando ya iba terminando su segunda copa de vino—. No es por ser grosero, pero todavía no me he recuperado por completo de mis heridas y me canso con facilidad.
—Una cosa más, mi Emperador.
Por supuesto, el Sumo Sacerdote habló con tono suave y amable.
Jeongin no pudo evitarlo ahora, y le hizo un gesto al sirviente más cercano para que le sirviera vino. Lo iba a necesitar.
—¿Sí, Sumo Sacerdote? —Chan tendió también su copa para que le dieran algo más para beber.
—Sé que... es un tema delicado —comenzó a decir el hombre—, pero me gustaría que reconsiderara su... compromiso con el doncel Yang Jeongin.
—Reconsiderar —repitió Chan.
El buen ambiente desapareció en menos de unos segundos, con la tensión inundando el lugar. Jeongin saboreó el vino.
—Un aborto es un mal presagio —habló Chunghee con clara expresión incómoda—, no da buenas señales, mi Emperador. Con el debido respeto... El futuro de la dinastía nos preocupa.
—¿De verdad? —Chan enarcó una ceja—. ¿Qué sugieren?
—Romper el compromiso, en primer lugar —intervino Chulmoo, y se notaba muy nervioso—. No es nada contra usted, doncel Yang —añadió con rapidez—, sin embargo, nuestro deber es con el Imperio y su futuro.
Nada contra mí, pero hasta ya me despojaron de todos mis títulos, pensó Jeongin con amargura, aunque trató de no mostrarla, sólo asintiendo con la cabeza.
—Jeongin es un doncel joven —dijo Chan con calma—, y el médico Han ha dicho que no ha perdido su capacidad de gestar. Puede tener otros embarazos.
—Lo es, mi Emperador —dijo el Sumo Sacerdote—, pero si los dioses le hicieron abortar, por algo habrá sido. Para mí es claro que no puede darle hijos, y otro intento... podría tener resultados espantosos.
Chan se sintió enfermo y asqueado al escucharlo decir esas palabras con tanta simpleza, como si no hubiera implicado todo un sufrimiento por detrás. Como si Jeongin no se hubiera deshecho en lágrimas por días, como si el mismo Chan no hubiera llorado por su hijo. Porque no fue sólo un aborto: fue su hijo el que murió.
Jeongin había palidecido a su lado.
—No lo sabe —susurró Jeongin, queriendo defenderse ante dichas palabras, y los otros callaron—, usted no sabe cómo pueden terminar mis otros embarazos. Pueden llegar a término y yo darle...
—¿Arriesgaría así a la dinastía, doncel? —preguntó el Sumo Sacerdote con la voz grave—. ¿Estaría dispuesto a tener aborto tras aborto sólo porque no quiere perder su lugar?
El menor creía que podía soportarlo, pero ahora, dudaba que eso hubiera sido buena idea. Parpadeó para espantar las lágrimas de sus hijos, con una parte suya queriendo gritar que todo era culpa suya, sin embargo, ¿qué ganaría con eso? Lo acusarían de haber perdido la razón.
—La pérdida de Jeongin se dio en claras circunstancias —intervino Chan, tratando de que su voz no temblara por la furia—, todos aquí sabemos que la pérdida se dio por el impacto de la noticia de la muerte de mi padre y mi herida.
—Si los dioses hubieran estado a favor, en primer lugar, no lo habría perdido —replicó Hyungsung con expresión despectiva.
Chan golpeó la mesa con la copa. Parte del vino se derramó, pero nadie más se movió.
—Agradecería que no hablaran de mi hijo muerto tan a la ligera —dijo, con una expresión dura y apretada.
—No fue mi intención, Emperador —se apresuró en decir el Sumo Sacerdote—, pero por favor, considere nuestra petición. Si usted llevara a cabo este matrimonio, el doncel Yang no quedaría embarazado pronto: los abortos dejan secuelas en el cuerpo y deben pasar varias lunas para que vuelva a estar sano otra vez, y entre un nuevo intento, podría haber dos primaveras sin un heredero. Usted necesita tener un hijo para asegurar su lugar bien.
—¿Y cuál es la sugerencia, entonces? —preguntó Chan, aunque ya la sabía.
—Tiene una Concubina Imperial —señaló Sooyang, que no se veía complacido con el rumbo de la conversación—, cásese con ella, mi Emperador. Suba de puesto a Kim Sohyun.
—¿Y a Yang Jeongin lo envío al Palacio de Tierra? —había una sonrisa sin gracia en el rostro de Chan.
—No es necesario —Hyunghan habló—, sólo devuélvalo al concubinato. O dele el lugar de Concubino Imperial —se encogió de hombros—. Al fin y al cabo, le pertenece. Puede seguirlo usando como su puta si así lo desea —y soltó una risa divertida, como si hubiera dicho algo muy gracioso.
Jeongin pensó que no serían tan crueles con él, pero había estado muy equivocado. Tal vez, pensó con dolor, algunos de esos Consejeros sabían lo que le habían hecho y estuvieron de acuerdo con el Sumo Sacerdote, todo con tal de verlo caer. A él, por venir del bajo pueblo y ser un pordiosero.
Nadie se rio ante las palabras de Hyunghan. Al darse cuenta de que ninguna otra persona se rio de su broma, el hombre se calló. Y perdió el color de su cara cuando vio la furia en el rostro de Chan.
—Mi Emperador, no quería...
—Por favor, Hyunjin, retira a Choi Hyunghan del Consejo de hoy —dijo Chan con tono suave—, su puesto ha quedado vacante.
—¡Mi... mi Emperador...!
—Y retírese ahora, si quiere conservar su cabeza —a pesar de la suavidad en su voz, su rostro tenía un rictus de cólera—, o de lo contrario, será decapitado en este mismo lugar.
Se acabaron las protestas. Hyunghan agarró sus cosas con rapidez y se apresuró en retirarse.
Chan miró a todos los hombres en el lugar con esa misma expresión.
—No quiero escuchar ningún otro comentario de ese tipo respecto a mi concubino, ¿está claro? —preguntó, y los murmullos de aceptación se hicieron resonar con rapidez—. Sobre su petición...
—Mi Emperador —dijo Jeongin con tono dulce, y Chan calló—, aceptaré su decisión con una sonrisa en la cara. Yo estoy para servirlo a usted y a la dinastía.
Chan lo miró a los ojos antes de devolver su vista hacia el resto del Consejo. Yeji, a su lado derecho, tenía una expresión de desolación y tristeza.
—Yang Jeongin será rebajado a Concubino Imperial —dijo, y trató de que su voz no temblara ni se quebrara—, y Kim Sohyun ascendida a prometida del Emperador. La boda se celebrará en la siguiente luna llena después de mi coronación.
Jeongin cerró sus ojos para espantar las lágrimas de dolor. Había ido preparado para eso, pero no quitaba que le rompiera su corazón.
Pero era lo mejor. Lo mejor en ese momento.
—¿Tanto tiempo? —exclamó el Sumo Sacerdote—. Mi Emperador, son más de treinta amaneceres...
—Quiero que mi herida cicatrice bien, Hyungsung —le interrumpió Chan, sin importarle si detectaban su evidente mentira—. Al fin y al cabo, no debe ser agradable contraer matrimonio con un hombre con una marca en el rostro. Y no se discutirá más de esto —murmullos de aceptación—. Ahora, si eso es realmente todo, doy por terminada esta sesión. Mañana me haré cargo del puesto vacante en el Consejo.
Todos se pusieron de pie cuando Chan también lo hizo. Jeongin podía sentir sus piernas temblorosas y la forma en que las lágrimas se morían por salir de sus ojos, pero sólo bajó la vista cuando Chan pasó a su lado, hacia la salida.
Mírame, mírame, Chan. Mírame, por favor, pensó con desespero, sin poder evitarlo.
Chan hizo más que eso. A pesar de su decisión, de sus palabras, Chan se detuvo en el umbral de las puertas, y se giró. Ambos ojos chocaron.
—Jeongin, acompáñame.
La orden fue dulce, suave, casi amorosa. Jeongin no miró a nadie mientras se apresuraba en alcanzarlo, saliendo tras él, y trató de contenerse cuando caminaron por los pasillos.
No lo aguantó mucho, por supuesto. Cuando doblaron en la primera esquina, lejos de esos maliciosos hombres, Jeongin sorbió por su nariz y emitió un suave gimoteo. Chan dejó de caminar, se volteó, y lo abrazó.
Jeongin rompió en lágrimas, llorando en su pecho, y Chan simplemente lo sostuvo, dejando que se deshiciera en llanto contra él.
—Siempre serás mi Joya —le murmuró Chan, y eso sólo lo hizo llorar más—, mi Joya más preciosa, mi Jeongin.
Antes, esas palabras habían hecho que su corazón diera un vuelco en alegría. Ahora sólo se apretó en dolor, sintiendo su mundo derrumbarse porque sí, seguiría siendo la Joya del Emperador, pero una joya escondida que no mostraba a nadie.
Una triste joya abandonada en un cajón.
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