
✧◝ 19
Tres días después, Jeongin recibió la invitación de ir a desayunar con el Emperador. Tuvo la tentación de rechazarlo, sin embargo, sabía que no sería bien visto y, muy probablemente, generaría algo más de tensión en el palacio.
—¿Está seguro de ese hanbok, mi Señor? —preguntó Wheein, con una clara expresión de incertidumbre en su rostro.
—Sí —Jeongin sonrió—, por supuesto. No puedo ir a ver al Emperador con cualquier prenda, Wheein.
Su doncella asintió mientras Hyerin, concentrada, le terminaba de aplicar el kohl en los ojos. Después agarró el pincel para colorearle los labios, y una vez listo, Jeongin se puso de pie para envolverse en la exquisita tela de seda, observando los brocados e hilos de marfil, plata y oro, decorando el blanco género. Era el mismo hanbok que el Emperador le hizo meses atrás, y una clara provocación al Príncipe, que tanto se enceló cuando lo vio con esas prendas.
A Jeongin no le importaba. O puede que sí, y por eso lo estaba haciendo. Como fuera, iba a buscar la manera de seguir molestando más a Chan en un pequeño acto de venganza infantil.
Sólo la misma noche anterior, Chan apareció por sus aposentos para cenar juntos, llevando una bonita caja de madera que poseía dos pendientes de esmeralda. Jeongin lo vio, agarró la cajita y sonrió con indiferencia.
—Muchas gracias, mi Príncipe —dijo, yendo hacia el velador para dejarlo encima—, aunque disculpe que le diga, pero ya cené. Y estoy muy cansado, hoy hice tanto...
Observó la sonrisa de Chan apretarse, quizás tratando de contenerte una maldición.
—Entonces me puedes ver cenar —replicó Chan—, y contarme de tu día.
—Paseé por el jardín, estuve con las princesas cosiendo... —dijo Jeongin, sin perder la apatía.
—Jeongin.
—..., tomé una siesta también, ¡me encontraba tan cansado! —fingió un bostezo—. Luego fui a rezar. No hice algo interesante, mi Señor.
—Rechazaste mi invitación para el almuerzo —Chan comenzaba a verse fuera de sí.
—Almorcé con las princesas —contestó Jeongin—, usted pudo haber invitado a la Concubina Imperial, si se sentía demasiado solo.
—Tal vez deba ir con ella ahora —espetó Chan, molesto.
—Pues vaya —Jeongin se encogió de hombros—, yo me iré a dormir ahora.
—Me estás sacando de quicio.
—Mmmm —fue lo único que dijo Jeongin, y la conversación quedó allí, porque Chan se marchó refunfuñando en voz baja.
Recordando eso, y mientras se calzaba los zapatos, se volteó hacia Yoorim, que le observaba desde la puerta.
—¿Y fue donde Yuqi?
—No, mi señor —respondió la mujer—, el Príncipe no salió de su cuarto en toda la noche, y la princesa no fue a su habitación.
Jeongin sonrió, contento.
Puede que Yuqi hubiera ganado esa partida, pero Jeongin ya no dejaría que le quitara nada más. El triunfo de esa víbora no duraría demasiado, él se iba a asegurar de eso, porque Jeongin se volvió a construir esos días. Seguía herido y molesto, sin embargo, el dolor sólo dio paso a la rabia hacia Yuqi, porque ella se estaba aprovechando de algo tan delicado como una guerra para obtener lo que quería.
No excusaba a Chan, por supuesto, se encargaría de él de otra forma, no obstante, era Yuqi la verdadera fuente de su ira. Fingiendo ser su amiga en un inicio ya que no lo consideraba una amenaza, y luego buscando la manera de hacerle daño... Jeongin no le iba a perdonar eso bajo ningún motivo.
Una vez estuvo listo, no tardó en salir de sus habitaciones con sus dos doncellas y sus guardias personales. Ya se había acostumbrado a estar siempre con su pequeño séquito, y de alguna manera, le servía para no estar tanto a la defensiva en todo momento. Era agradable relajarse y contar con gente dispuesta a defenderlo en caso de que le lanzaran algún comentario. Era una preocupación menos, además que sus dos doncellas eran muy agradables para conversar y bromear, y también podía mantener una conversación relajante con sus guardias.
Por otro lado, también se habituó a las inclinaciones de los guardias y sirvientes que veía cuando salía de su habitación. Le reconocían como superior, como el prometido del Príncipe Heredero, y le gustaba esa sensación de ser respetado.
Llegó a las habitaciones del Emperador poco después, con las puertas siendo abiertas y entrando, sin tardar en inclinarse ante su superior. El hombre se encontraba ya sentado, con los platos servidos y esperándole para comenzar a comer.
—Mi Emperador —dijo Jeongin, sonriendo con gracia—, es un placer verlo y haber recibido su invitación.
—Ven a sentarte —le dijo el hombre, mientras una doncella comenzaba a servirles el té—, no hemos tenido mucho tiempo para conversar desde hace unas semanas.
Jeongin le dio la razón, yendo hacia los cojines y acomodándose con cuidado. No tardó en comenzar a comer, conversando con el Emperador de cosas superficiales y poco interesantes, y pronto el muchacho pudo adivinar que no estaba allí sólo para hablar con el hombre. Podía notarle un gesto similar al de Chan: movía sus dedos más de lo normal, quizás no en un gesto de nervio, pero sí de muchas ideas en la mente. Sin embargo, se limitó a esperar, sabiendo que no debía acelerar las cosas.
Siguió con la plática, escuchando algunas quejas que poseía sobre sus concejeros y ministros. Estuvo tentado de expresar sus protestas respecto a la decisión de Chan, pensó en eso una vez le avisaron de la habitación, quizás con la esperanza de que el hombre se pusiera de su lado, pero Jeongin llegó a la conclusión de que, tal vez, no fuera una buena idea. Jongshin y él podían poseer una relación muy cercana, sin embargo, el hombre frente a él era el Emperador, y por lo mismo, sabía mucho más acerca de los deberes y responsabilidades de ese cargo. No iba a ponerse de su lado.
Pasados unos minutos, lo vio bajar la taza con té, ya vacía.
—Me alegro de que hayas aceptado mi invitación —dijo Jongshin, con la voz tranquila—, hace mucho no tenemos un momento para nosotros, y pronto vas a partir donde tus padres.
—¿Ya está enterado? —Jeongin se reacomodó en el cojín, volviendo a sonreír, aunque con menos ganas—. Qué rápido corren las noticias.
—Fue mi idea, Jeongin.
El muchacho, que había agarrado la taza de té para beber lo último que le quedaba, se congeló ante esas palabras. Con lentitud, volteó su rostro hacia Jongshin, que estaba comiendo con total calma.
—¿Sí, Emperador? —preguntó, extrañado.
—Por supuesto —Jongshin agarró uno de los pasteles de arroz—, así como fui yo quien le encargó al Príncipe Heredero hacerse cargo del problema con el reino de Tainan. Él estaba reacio a tomar a la princesa Yuqi como Concubina Imperial.
Jeongin bebió de su té, saboreando el suave sabor de cedrón y cáscaras de naranja.
—¿Me ha invitado para defender a su hijo, mi Emperador? —dijo Jeongin, tranquilo, aunque ya se lo esperaba.
—Has sido injusto con él —el hombre le observó con una expresión severa—, cuando debieras apoyarlo y consolarlo. Mi hijo tiene una gran carga, y su Emperatriz debe estar a su altura.
—Injusto —repitió, indiferente—, puede ser, mi Emperador. No me gusta compartir lo que es mío.
Supo enseguida que no tuvo que decir eso, a pesar de que esas palabras no nacieron de la impulsividad. A algunas personas, especialmente a las poderosas, no les gustaba oír la verdad.
—Chan no te pertenece —dijo el hombre, frío—. Él pertenece al Imperio.
—Eso no es lo que dice Chan cada vez que compartimos lecho.
Jeongin pensó que Jongshin se molestaría con sus palabras, pero como él, mantuvo una expresión neutra y poco demostrativa. Por dentro, el muchacho sentía los nervios florecer, pues jamás fue regañado por el Emperador; por el contrario, la mayoría de las palabras que le había dirigido antes sólo fueron de halagos.
—Hyekyo jamás me reprochó mis noches con otras mujeres, y las Emperatrices anteriores tampoco lo hicieron con sus Emperadores, Jeongin.
—Disculpe, mi Emperador, pero yo no soy la difunta Emperatriz, ni soy esas anteriores mujeres —alzó la cabeza, orgulloso—. Yo soy Yang Jeongin, futuro esposo del Emperador Bang, y lo vuelvo a decir: no me gusta compartir lo que es mío.
Tenía claro que esas palabras no eran las ideales, que serían vistas como un claro desafío, pero Jeongin no podía permitir, en esa situación, que pasaran por encima de él. En esos tres días de casi absoluta soledad, llegó a la conclusión de que no podía seguir actuando como un muchacho joven e inocente. Ese palacio no era para ese tipo de gente: allí tenías que mostrar tus garras e impedir que te sometieran. Jeongin permitió mucho, pero ya no seguiría haciéndolo.
Y Chan, el Príncipe Heredero, era suyo. Así de simple, así de claro.
Jongshin, ahora, tuvo un gesto que sabía reconocer muy bien, porque era el mismo que hacía Chan cuando se molestaba: apretar la mandíbula, con su rostro en tensión.
—No estás listo para ser Emperatriz, entonces —espetó el hombre.
—¿Usted lo cree? —Jeongin no bajó la vista—. Le dije al Príncipe Heredero que se casara con la princesa, pero rechazó mis palabras —una sonrisa traviesa pintó sus labios—. ¿Sabe qué me dijo? Que su amor era sólo mío, y como yo lo entiendo, entonces el Príncipe me pertenece.
—Cuidado con tus palabras, Jeongin.
El chico se encogió de hombros, volteándose hacia la comida y tratando de mantener la calma para no perder los nervios. Estuvo pensando en cómo actuar de ahora en adelante, y supo que debía aplacar esa impulsividad loca que a veces le metía en problemas. No podía seguir actuando como un concubino, porque simplemente ya no lo era: ahora era el prometido del Príncipe, futura Emperatriz, y debía mantener la cabeza fría en todo momento. No demostrar miedo ni retroceder, pues eso daría espacio a que se aprovecharan de él. Jeongin no permitiría ningún otro aprovechamiento por su bondad.
—Mi hijo te ha consentido demasiado —volvió a hablar el Emperador, ahora con la voz helada.
—¿Usted no lo habría hecho? —pulló Jeongin, pestañeando con burlona coquetería—. Usted también quería tenerme en su harem, mi Emperador.
—Sí —Jongshin ladeó la cabeza—, pero no te habría dado alas, Jeongin. Te habría consentido y llenado de regalos, como creo que te mereces, pero jamás habrías sido Emperatriz conmigo.
—Y por eso no quería ser su concubino, mi Emperador —lamió sus labios—. Yo soy más que un simple concubino.
—Te lo vuelvo a repetir: ten cuidado con tus palabras —advirtió Jongshin, y Jeongin decidió obedecer esta vez, cerrando la boca.
No dejaría que se siguieran aprovechando de él, pero tampoco era idiota, y sabía que faltarle el respeto al Emperador era una locura. Especialmente ahora que se dio cuenta de que caminaba sobre una cuerda floja, ya que el Emperador ya no lo tenía en tan alta estima.
—Aprende tu lugar, Jeongin —volvió a hablar el Emperador minutos después, pareciendo recuperar los estribos—, ¿qué más puedes querer? Ser coronado Emperatriz ya es un gran honor, y darás a luz a los herederos de la Dinastía. La ambición nunca ha sido buena, y te estás dejando consumir por ella.
—No es ambición —por primera vez su voz se volvió agresiva, sintiendo el enfado aparecer por lo que acababa de oír—. Nunca ha sido por ambición, sino por amor. Yo amo a Chan y la idea de que esté con otra persona me vuelve loco.
—Es ambición querer su amor —insistió Jongshin.
—No es ambición —repitió—, porque ya lo tengo. El amor del Príncipe Heredero es mío, y no lo pienso compartir con nadie.
—¿Incluso si eso desata una guerra?
—Chan puede tener a esa mujer como Concubina Imperial —Jeongin hizo un gesto despectivo—, pero no volverá a acostarse con ella.
—Hablas de mi hijo como si pudieras controlarlo —el autocontrol del Emperador pareció esfumarse también—, como si fuera un juguete. Te recuerdo, Jeongin, que tú eres el sirviente y concubino de mi hijo, y él es el Príncipe Heredero. Tú eres de su propiedad, pero él no te pertenece.
—No llegaremos jamás a un acuerdo, mi Emperador —el muchacho negó con la cabeza.
—No, llegaremos a ese acuerdo ahora —la furia ahora se filtró por la voz del hombre—, en especial porque yo apoyé este matrimonio, creyendo que tú sabrías cuál es tu lugar en este palacio. Pensé que estarías a la altura, y por tu amor a mi hijo no insistí en que pensara mejor su compromiso. Sin embargo, ahora sólo me estás demostrando que no estás preparado para una tarea de tal calibre, creyendo que eres alguien aquí, Jeongin, cuando te lo digo otra vez: tú eres un simple sirviente y concubino, nada más.
Jeongin escuchó todo eso en silencio, apretando sus manos en puños por la humillación de cada palabra recibida. Tuvo que presionar sus labios y morder su lengua para no pegar el grito al cielo y contestarle al Emperador, ya que eso sería ponerse la soga al cuello antes de tiempo, y escuchó cada palabra en ahogado silencio.
—Mi hijo puede acostarse con las mujeres que desee, y tú aceptarás eso con una sonrisa en la cara, porque tú no eres nadie para prohibirle algo al futuro Emperador —continuó Jongshin—. Antes que el amor, está primero el deber, y Chan sabe eso muy bien. Y tú lo vas a tener que aprender ahora mismo, o romperé el compromiso.
—Aunque lo rompa —habló Jeongin—, el Príncipe ya ha dicho que no va a separarse de mí.
—Olvidas algo, concubino —el tono del hombre se volvió más suave—, que el Emperador soy yo. Y si sigues actuando así, te mandaré al Palacio de Tierra. O, peor, puede que simplemente mande a envenenarte y sería tu fin —a pesar de la suavidad en sus palabras, los ojos de Jongshin eran duros—. ¿Te ha quedado más claro ahora cuál es tu lugar, Jeongin?
Se tragó la humillación y la amenaza, forzándose a respirar con pausa para no montar en cólera. La amenaza de muerte ni siquiera le asustó.
—¿Te ha quedado claro? Quiero oír tu respuesta.
—Sí, mi Emperador. Me ha quedado claro.
—Bien. Ahora, sigue comiendo.
Estaba muy tentado de ponerse de pie y marcharse, pero tal vez era eso lo que quería el Emperador, quizás así le daba otro motivo para seguir reprendiéndolo como si fuera un niño de cinco años. Así que se forzó a agarrar unas galletas y comerlas, a pesar de que su estómago se encontraba cerrado.
Apenas hablaron de algo el resto de la comida. Jeongin no sabía si Chan fue a quejarse a su padre sobre él o le habría pedido que interviniera para que él dejara de rechazarlo. O, quizás, simplemente algunas personas fueron de chismosas a contarle todo lo que pasaba con la pareja porque, al fin y al cabo, las cosas se sabían con mucha facilidad en ese lugar.
Cualquiera que fuera la razón, a Jeongin no le importaba. El Emperador se encontraba equivocado en todas sus palabras, sin embargo, no iba a seguir gastando fuerzas en hacerlo cambiar de opinión.
Media hora después, estaba saliendo de los aposentos, respirando con profundidad, como si así pudiera quitarse toda la tensión que esa conversación le provocó.
—Necesito un baño —dijo, comenzando a caminar. Las doncellas y sus guardias, durante todo el desayuno, le esperaron fuera, lo que fue bueno ya que así no vieron el desprecio con el que fue tratado y tuvo que aguantar—, por favor, Hyerin, ¿me puedes preparar uno? De rosa y lavanda.
—¿Una situación desagradable, mi señor? —preguntó la chica con suavidad.
—Demasiado. No lo necesito enseguida, pero sí para después del almuerzo. Encárgate de eso, Hyerin, por favor.
—Por supuesto, mi señor —dijo la chica.
Tenía muchas ganas de volver a su habitación y seguir encerrado en ese pequeño auto-exilio, pero tenía claro que eso sólo seguiría provocando más rumores en su contra. A pesar de la vejación que le hizo pasar el Emperador, nadie más tenía porqué enterarse de lo ocurrido en ese lugar.
—Sehun —habló, y el guardia caminó hasta ir a su lado—, necesito que hables con las sirvientas que me atendieron con el Emperador y te asegures de que no vayan a decir nada de lo que se discutió allí.
—Como desee, mi señor.
Era extraño, pensó, como ahora tenía ese poder: que las personas le obedecieran y cumplieran sus órdenes casi sin ninguna protesta. Jeongin sabía que Sehun se encargaría de hablar con esas mujeres, sin sentirse un poco mal por el hecho de que no sería una conversación agradable.
Mientras iba llegando a su destino, se forzó a respirar profundamente, calmando sus facciones y relajando sus hombros. Pudo escuchar las risas y conversaciones a metros de distancia, y trató de poner su mejor sonrisa a pesar de que sólo recibiría miradas hostiles.
—La futura Emperatriz —anunció el guardia de ese día—, con ustedes, el prometido del Príncipe Heredero, Cortesano y futuro Consorte Yang.
Las concubinas se apresuraron en ponerse de pie e inclinarse mientras Jeongin entraba al salón principal del pabellón del concubinato. No le sorprendió ver allí también a Yuqi y Sohyun, rodeada de un pequeño séquito de concubinas, entre ellas Sora. Ni Chaewon o Suji estaban allí, pero el muchacho sabía que dos días atrás fueron sacadas del concubinato y pronto contraerían matrimonio en una pequeña ceremonia del palacio. Lamentaba no haber podido despedirse de ellas, aunque suponía que pronto las iba a ver por allí.
Sin embargo, lo que sí le sorprendió fue ver a Yuqi bien acomodada en la mesa principal, la que le correspondía a él por derecho. Recostada en los cojines, con un bonito hanbok violeta, bien acomodada y como si no estuviera siendo grosera con Jeongin.
—Se ve muy precioso, futuro Consorte —habló una concubina, y Jeongin le dirigió una leve mirada.
—Muchas gracias, concubina Park —dijo él, antes de volver su vista hacia Yuqi, que ni siquiera hizo el amago de ponerse de pie—. Fuera.
Con lentitud, casi como si eso le aburriera, la chica le observó y enarcó una ceja.
—¿Fuera? —dijo ella—. Perdóname, Jeongin, pero puedes sentarte en cualquier otra parte. Este lugar no tiene tu nombre.
Un claro desafío hacia él, tal vez queriendo humillarlo en público. Si bien ella tenía razón con el hecho de que su nombre no estaba escrito en la mesa, eso no quitaba que esa era la mesa más importante del salón y, por lo tanto, la autoridad de mayor rango debía ocuparla. Además... además, ni siquiera le había llamado por su título.
—Fuera. No te lo repetiré otra vez —dijo Jeongin, endureciendo su mirada.
—Ve a sentarte a otra parte —replicó ella.
Jeongin no tenía ni un poco de paciencia en ese momento.
—¡Guardias! —gritó, molesto, y eso sorprendió a la princesa. Sus guardias personales dieron un paso, listos para obedecer—. ¡Quiero que quiten a la concubina de mi lugar!
Youngwoon y Yoorim dieron sólo dos pasos cuando Yuqi se puso de pie, con los ojos también llenos de ira. Sohyun y el resto de las concubinas que estuvieron rodeando a la princesa se echaron hacia atrás, como queriendo evitar el choque directo.
—¡Que horrible eres! —dijo Yuqi, abandonando ese lugar—. ¡Recuerda quién soy yo!
—¡Recuerda tú quien soy yo, Concubina! —espetó Jeongin—. ¿En qué mundo una simple concubina es superior a una Emperatriz?
Las mejillas de la chica se pintaron de rojo por la furia, pero no replicó algo más, moviéndose hacia otra mesa, con su séquito siempre siguiéndola. Jeongin no tardó en ir a sentarse en ese lugar.
Esas reuniones no le agradaban, particularmente, a Jeongin. Cada ciertos días, debía ir al pabellón del concubinato y compartir con las concubinas, ya que ese lugar estaría bajo su poder ahora. Jeongin, supuestamente, debía garantizar que aquellas mujeres tuvieran todo lo que necesitaran y estuvieran siendo bien atendidas. Había evitado esos últimos días aquellas reuniones, sin embargo, no podía hacerlo para siempre, porque eso daría pie a más habladurías.
—¿Ese no fue un regalo del Emperador? —habló Sohyun de pronto, en voz alta.
—Sí, lo fue —Jeongin le hizo un gesto a Wheein para que le sirviera una taza de té—, hoy estuve con él y hablamos de la boda.
Susurros le siguieron a sus palabras.
—¿Boda? —habló Sora, a nadie en particular—. Yo oí rumores de que no se llevaría a cabo una boda.
Jeongin pasó por alto lo escuchado. Tenía más que claro que ellas querían provocarlo para hacerle perder los estribos.
Para su fortuna, esas chicas decidieron dejar de lado sus tontas pullas, y Jeongin pudo, dentro de todo, liberar un poco más de tensión. Habló con algunas concubinas sobre las necesidades de nuevas prendas, prometiendo hacerse cargo de eso la próxima vez que fuera, e incluso tuvo pequeños momentos de entretención, aunque sin bajar la guardia. Tenía claro que ese lugar era demasiado público y, por lo mismo, el instante perfecto para hacerle pasar vergüenzas.
—Este collar me lo regaló el Príncipe luego de la noche que pasamos juntos —habló Yuqi, en voz suficientemente alta como para llamar la atención de todo el mundo.
Jeongin hizo una pequeña pausa de la conversación que mantenía con la concubina Park, siguiendo a los pocos segundos.
—¿Fue una bonita noche? —preguntó Sohyun.
Tuvo que contenerse para no rodar los ojos.
—Una hermosa noche —confirmó Yuqi—, él no dejaba de decirme que estaba preciosa y que esperaba que le diera hijos.
Oyó un par de risitas maldadosas. Jeongin estuvo a punto de hacer una pregunta irónica sobre el hecho de que Chan fue a disculparse después con él por eso, pero lo pensó mejor y, a pesar del rencor que todavía sentía, no quería poner en evidencia al mayor. Al fin y al cabo, tal vez en algo podía coincidir con el Emperador, y es que era el hecho de que Chan tenía un gran deber. Hablar sobre los momentos de vulnerabilidad que el Príncipe poseía, decir esas cosas en público, podría crear una imagen de debilidad, y Jeongin no quería perjudicar a su prometido de esa manera.
—Espero que pronto te llame —dijo Sora.
—Poco probable —dijo Jeongin, sin observarlas—, el Príncipe Heredero ha pasado todos estos días conmigo... Tal vez busca limpiarse la suciedad de esa noche conmigo.
Una pequeña gran mentira, pero ¿qué debían saber ellas?
—¿De verdad? —Yuqi se veía muy escéptica, sin creerle nada—. Quizás. Pero nada quita que estuviste toda esa noche llorando mientras yo tocaba el cielo. Oh —una nueva risa—, y que, además, luego te estuviste escondiendo como una pequeña rata en su agujero. Dudo mucho que nuestro Señor haya querido estar con un lloroncito de primera, buaaaaah —añadió, burlona.
—Y yo dudo que te haya regalado ese collar, cuando si te tocó fue sólo por un bien mayor y no por cariño o amor —ahora se volteó a verla—. Felicitaciones, Yuqi, por tener una noche con el Príncipe... Pero eso no quita que yo seguiré siendo la Emperatriz, y tú, una concubina. Yo seguiré siendo la primera opción, y tú la segunda.
La sonrisa de Yuqi se tensó y apretó, con los ojos refulgiendo en más ira. Jeongin también sentía rabia acumulada, pero trató de no demostrarla, a pesar de que no sabía si lo estaba consiguiendo. Era muy difícil que su mano no temblara por las ganas que sentía por abofetearla.
—Es la segunda vez que me faltas el respeto —añadió, haciéndole un gesto a Wheein para que le sirviera más té—. Lo haces una tercera vez y voy a enfadarme peor.
El séquito de Yuqi lo miró con odio, especialmente Sohyun. Jeongin ni siquiera se inmutó ante esas miradas como dagas, sabiendo que no valía la pena responderles de esa forma. Lo único que lamentaba, en ese momento, era haber pensado que ellos pudieron haber sido buenos amigos en algún tiempo, y quizás ni eso fueron. No tenía manera de confirmarlo, pero era muy probable que, incluso cuando se llevaban bien, hablaran a sus espaldas. Ya podía imaginarse lo que decían de él...
Pronto dio la hora del almuerzo. Un eunuco apareció, yendo hacia él e inclinando su cabeza.
—Consorte Yang —saludó—, las princesas me han pedido que venga por usted, lo han invitado a almorzar con ellas.
Jeongin sonrió, complacido por escuchar esas palabras, y mucho más porque haya sido en público. Yuqi, uno. Jeongin... ¿diez? ¿Once? Qué más daba. Otra forma de demostrarle que él era invitado con ellas porque sería parte de la Familia Imperial, mientras que ella, tendría que contentarse con esa posición segundona.
—Muchas gracias por el aviso, eunuco Kim —se puso de pie, mirando a su alrededor—. Fue un grato momento compartir con ustedes. Vendré aquí más seguido, concubinas.
Las mujeres se pusieron de pie y se inclinaron. Yuqi, otra vez, ni siquiera se enderezó para despedirlo, pero Jeongin no tenía tiempo para preocuparse de ese estúpido capricho. No, al menos, hasta que escuchó el murmullo de Sora.
—Campesino miserable.
Pudo haberlo ignorado. Pudo haberlo pasado por alto y seguir su camino, fingiendo que no escuchó el insulto. Al fin y al cabo, Sora no estaba en la lista de prioridades que poseía.
Sin embargo, se preguntó si eso no daría pie a que otras concubinas se creyeran con el derecho de ofenderlo, pensando que saldrían impunes por sus ofensas. Y también se preguntó si ellas permitirían esas ofensas contra sí mismas.
—Disculpe, eunuco —dijo Jeongin, deteniéndose—, dígales a las princesas que iré con ellas en unos minutos. Primero, debo resolver un pequeño asunto que olvidé.
El eunuco hizo una inclinación con su cabeza, retirándose apresuradamente mientras Jeongin se volteaba en medio del silencio.
—Concubina Lee —dijo, con la voz tranquila. La chica lo observó—. ¿Puede repetir lo que dijo?
Parpadeando, como si no hubiera sido grosera con él, Sora sacudió la cabeza.
—No he dicho nada —respondió.
—¿No? —Jeongin, inexpresivo, miró hacia otra concubina cercana a ese grupo—. Concubina Park, seguro que usted escuchó.
La muchacha palideció y se vio repentinamente nerviosa, retrocediendo un paso. Vio a Yuqi enderezarse, estrechando los ojos, y a Sora también lucir algo alterada con lo que acababa de decir Jeongin.
Park Bongsun era una concubina de menor grado en el harem, hija de un pequeño comerciante que tuvo éxito en sus negocios el último año. No era de una familia importante o aristócrata, y por lo mismo, no iba a tener muchas oportunidades con el Príncipe. Pero, si era inteligente, quizás podía tener la gracia del Consorte Imperial.
—¡S-Sí, mi... mi Consorte! —habló Bongsun—. Yo la... la oí... ¡Ella lo ofendió!
Chica inteligente, pensó Jeongin, porque le había dicho cuando conversaron antes que, si era de ayuda, él podría devolverle el favor.
—¡No fue así! —gritó Sora, ya no tan inocente—. ¡No seas mentirosa, víbora!
—Youngwoon —dijo Jeongin—, trae a la concubina Lee, ahora.
El guardia no tardó en obedecer, yendo hacia la chica, que retrocedió y se volteó hacia Yuqi.
—¡Concubina Song! —chilló ella—. ¡Por favor, ayúdeme!
—Consorte Yang —dijo Yuqi, sin interponerse cuando Youngwoon agarró a Sora del hombro con brusquedad y la arrastró—, es todo una confusión, no es necesario que...
—¿Defiende el insulto de Lee, Concubina Song? —preguntó Jeongin, tranquilo—. ¿Permite que su Consorte reciba un insulto, entonces? Si es así, le diré al Príncipe Heredero.
Yuqi se calló, sabiendo enseguida que, si seguía interviniendo, la que sería trasquilada sería ella junto a Sora. No era tan estúpida como su amiga, al parecer.
—¡Perdón! —chilló Sora una vez el guardia la empujó delante de Jeongin—. ¡Pe-perdón, Consorte, no quería...!
Jeongin sabía que era jugar con fuego, pero quizás, eso le demostraría al resto de las concubinas en ese lugar que no debían meterse con él.
Levantó la mano y abofeteó a Sora en la mejilla, con tanta fuerza que la empujó contra el suelo.
Un silencio sepulcral le siguió a esa acción. Jeongin miró su mano, que picaba, y la bajó con calma e indiferencia. Escuchó el sollozo suave de la muchacha que se encontraba en el suelo, porque el golpe fue realmente fuerte. Jeongin liberó toda su ira y rabia en esa acción.
—Espero que le sirva de lección, concubina Lee —dijo el chico, helado—, de que no debe faltarle el respeto a un Consorte y futura Emperatriz. Sus palabras tuvieron que haber significado la muerte, sin embargo, agradezca que todavía no he sido coronado como para castigarla de esa manera.
—¡Le... le diré a mis padres! —gritó ella, enfurecida—. ¡Al Príncipe también! ¡Le diré que fui golpeado por un pordiosero!
—¿Seguirá con los insultos? —Jeongin le hizo un gesto a Youngwoon, que agarró a la concubina del brazo—. Llévala al calabozo, Youngwoon. No quiero verla frente a mí nunca más.
—Como diga, Consorte.
Sora fue arrastrada hacia fuera entre gritos y protestas, pero nadie hizo el amago de intervenir o hablar en favor de ella. Todas las concubinas, incluso Sohyun, tenían la vista baja.
No, no todas. Yuqi poseía el rostro rojo de rabia y los dientes apretados. Jeongin la contempló, esperando que perdiera el control, pero para su decepción, la chica se controló lo bastante para no comenzar a gritarle.
—¿Alguien tiene algo más qué decir? —preguntó, frío.
Escuchó un murmullo colectivo de negación. Jeongin volvió a hacer un repaso grupal, esperando oír un nuevo susurro de ofensa, pero al parecer la amenaza fue efectiva, y todas guardaron silencio.
Observó a la concubina Park.
—Si alguien osa molestarte o hacer algo en tu contra, no dudes en avisarme —ella se inclinó con rapidez—. Serás premiada por tu honestidad, porque eso es lo que me gusta a mí: las personas honestas y no serpientes que se esconden tras sonrisas y adulaciones.
Antes de irse, miró una vez más a Yuqi, que seguía callada. Fue hacia la matrona que estaba a cargo de cuidar el harem, y le dio la orden de cuidar de la concubina Park para que nada le pasara. La mujer le aseguró que se haría cargo de eso.
—¿Mi baño, Hyerin? —preguntó cuando salieron al pasillo.
—Ya está en camino, mi señor —respondió la chica—. Las sirvientas ya tienen instrucciones para prepararlo.
Jeongin asintió, mucho más cansado que en la mañana. Qué difíciles eran las tareas, y eso que sólo llevaba ya listas las del mediodía.
Para su fortuna, pasar tiempo con las princesas era siempre más agradable que nada, porque ellas le sacaban risas y no había segundas intenciones escondidas. Podía mantener una gran conversación con Yeji mientras veían a Gyuri hacer alguna tontería, siempre con su aya siguiéndola para que no provocara un desastre.
—Mi hermano ha estado algo deprimido —comentó Yeji más tarde, en el postre—. ¿Ha pasado algo?
—No que yo sepa —Jeongin saboreó el helado—. No te preocupes, yo me haré cargo de mejorarle el humor.
Yeji asintió, y para su fortuna, Gyuri interrumpió con un sapo entre sus manos. Había sacado al pequeño animalito del estanque y la aya poco más se puso a gritar al verlo.
Cuando volvió a su cuarto, la tina ya estaba llena de agua y con pétalos de rosa y lavanda flotando. Sus doncellas le quitaron el maquillaje y la ropa, y pronto se hundió en el agua caliente, emitiendo un gemido agradable por la sensación de sus músculos relajándose. Eso era lo que necesitaba en ese momento.
—Podríamos llamar a un masajista, mi señor —dijo Wheein, frotando la suave esponja en sus brazos—, quizás eso le hace falta.
—Puede ser... —murmuró, cerrando sus ojos.
La muchacha le platicó de un par de cosas más mientras que Hyerin encendía un incienso y le preparaba un té de manzanilla. Era agradable ser atendido así, pensó, con tanta preocupación para satisfacerlo. Le servía para despejar esas ideas estresantes e incluso limpiar su mente, como si...
—El Príncipe Heredero Bang Chan.
La voz del guardia le sacó de sus pensamientos. Sus doncellas se apresuraron en dejar lo que estaban haciendo para inclinarse cuando Chan atravesó las puertas del baño, todavía envuelto en sus ropas de cazas. Jeongin permaneció en la tina, sólo acomodándose.
—Déjennos a solas —ordenó Chan, viéndose algo irritado—, y cierren la puerta al salir.
—Príncipe... —suspiró Jeongin—, si espera unos minutos...
—Ahora.
Wheein y Hyerin se apresuraron en inclinarse hacia Jeongin y salir de la habitación, corriendo la puerta para dejarlos a solas. El muchacho hizo un pequeño mohín por haber visto su momento de relajo interrumpido, aunque suponía que esa visita era inevitable.
—¿Ocurre algo, príncipe?
—Me he enterado de que golpeaste y encerraste a una concubina en el calabozo —dijo Chan con lentitud—. ¿Se puede saber por qué?
—¿No te lo dijeron? —Jeongin hizo un pequeño gesto de desprecio—. Quítate la ropa y ven aquí, Chan.
—Jeongin...
—Es tu oportunidad.
Chan no era idiota, eso Jeongin lo tenía claro. No le sorprendió, por lo mismo, verlo sacarse las ropas con una rapidez increíble. Tal vez si fui muy duro, pensó el chico superficialmente cuando lo vio meterse en la enorme tina, con el agua cayendo al suelo por todo el chapoteo. Esa idea, en lugar de afectarle negativamente, sólo lo complació con cierta maldad. El Emperador estaba equivocado en absoluto: Chan no le pertenecía al Imperio, sino a él, a Jeongin.
—¿Ahora me lo dirás? —preguntó Chan, pero ya no se veía tenso y molesto. Su expresión parecía haberse relajado por completo.
—Mmm... —Jeongin levantó una mano y con la yema de su dedo acarició los hombros de Chan, sentado a su lado. Se volteó, empujando los dedos más abajo y acariciándole ahora el pecho—, Sora fue muy grosera conmigo, Chan. Me hizo enfadar porque ella dijo que nuestra boda no se haría.
Chan volvió a enfadarse, pero fue gracioso ver su rostro contraerse por el enojo al mismo tiempo que la mano de Jeongin se envolvió en su polla.
—¿De verdad dijo...?
—Y también me llamó campesino miserable —continuó Jeongin, ahora acariciándolo y sintiendo cómo se endurecía bajo su mano—. ¿No tenía derecho a castigarla?
Chan mordió su labio inferior. Jeongin sonrió y lamió sus labios, sin dejar de mover su mano alrededor del miembro de su prometido. Puede que no sólo a Chan le hubiera estado pasando factura no haber tenido sexo esos días, sino que a él también.
—Pudiste haberme dicho...
—Así no van a respetarme —volvió a interrumpirle Jeongin—. Yuqi fue mucho más grosera, pero sé que no puedo tocarla, así que... ¿no fui un buen chico, Chan?
—No lo sé...
—Déjame demostrarte que puedo ser un chico mucho mejor, mi Emperador.
Chan ni siquiera pudo añadir algo más porque Jeongin lo besó y su cabeza pareció irse a otra parte.
Quince minutos después, todavía yacían en el agua, que ahora estaba tibia. Jeongin se encontraba acomodado en el regazo de Chan, aun con el mayor dentro de él y con las grandes manos del príncipe agarrándolo de la cintura. La cabeza de Jeongin estaba recostada en el hombro de Chan, medio adormecido.
—Quiero que expulses a Sora —le dijo Jeongin.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad —Jeongin se enderezó un poco—. Si lo haces, se me irá todo el enfado.
Escuchó la risa ronca de Chan y Jeongin lo abrazó por el cuello.
—Bueno, está bien —complació el príncipe—, me meteré en un montón de problemas con su padre, pero ¿qué más da? Todo por mi lindo bebé.
Jeongin no quería demostrarlo, pero había extrañado esas muestras de afecto por parte de Chan. En el fondo, y a pesar de todo, le gustaba mucho tener las atenciones de su prometido.
—Y —añadió—, quiero saber... ¿No le enviaste ningún regalo a Yuqi luego de esa noche?
—¿Regalo? No —Chan le agarró del cuello con una mano, arrancándole un gemido bajo cuando los labios del mayor se posaron en su hombro—. ¿Por qué le daría regalos a ella? La única persona que merece mis regalos es mi Joya más hermosa.
—¿Y...?
—Tampoco lo disfruté —gruñendo, Chan le soltó el cuello, aunque sólo para agarrarle las nalgas con ambas manos, comenzando a amasarlas y apretarlas—, ni siquiera estoy seguro de que ella haya tenido un orgasmo, porque yo acabé y todo terminó ahí.
Pensó que esas palabras lo enojarían igual que antes, pero contrario a lo que creía, sólo sirvió para reírse con burla al pensar en la humillación de Yuqi. ¿Egoísta y cruel? Puede que sí, sin embargo, él tenía derecho a sentirse de esa forma luego de lo que ella le hizo.
—En cambio, tú... —Jeongin jadeó al sentir una mordida en la piel de su cuello y el endurecimiento dentro de su entrada—, por dios, incluso cuando te enojas y me gritas, eres caliente como el infierno, Jeongin. Moriría por follarte todos los días y convertirte en un desastre, en mi pequeño desastre personal. Verte húmedo y lloroso por el orgasmo...
La segunda ronda fue un poco más rápida que la primera, pero igual de desastrosa. Iban a tener que darse un segundo baño, aunque a esas alturas, los dos decidieron que cenarían juntos y luego se irían a la cama.
—Chan —le dijo más tarde, cuando se encontraban en la cama, acurrucados uno contra el otro, pegajosos y sudorosos—, si tuvieras que elegir entre el Imperio y yo... ¿qué escogerías?
Chan se veía adormilado, con una gran sonrisa somnolienta en la cara. Los dedos del Príncipe le acariciaron el cabello.
—Tú, siempre —el mayor lo abrazó con fuerza, bostezando—. Tú, mi amor. Siempre tú, mi Joya más preciosa.
—¿Eres mío por siempre?
—Por siempre y para siempre —confirmó Chan—. Soy tuyo y tú eres mío. ¿Por qué todas estas preguntas?
—Por nada —Jeongin le besó el cuello—. No quiero que nunca más te acuestes con Yuqi ni con ninguna otra mujer.
—Esa idea no ha pasado por mi cabeza, mi amor.
—Si me entero de que te acostaste con ella, la voy a matar, Chan. Y a ti, te cortaré la polla.
—Una gran amenaza, mi vida.
No sólo una amenaza, sino un hecho, se dijo Jeongin, pero suponía que sería mejor no decirlo. Quizás Chan no lo encontrara gracioso.
—Una última pregunta... —pudo escuchar el gemido de Chan en señal de protesta—, ¿fui injusto contigo, mi amor?
—¿Injusto? —Chan se vio extrañado un momento, antes de inclinarse y besarlo en la boca. Jeongin recibió el beso, somnoliento también—. No, yo también habría enloquecido si te hubiera visto con otro hombre. De sólo pensarlo...
El Emperador estaba total y absolutamente equivocado en todo. Chan le pertenecía por completo y no iba a compartirlo con nadie más.
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