Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

✧⁠◝ 17

Los siguientes días pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Jeongin no sabía si se debía al hecho de que ahora parecía tener nuevas tareas, pero el día transcurría con demasiada rapidez para él.

Ahora, como prometido del Príncipe Heredero, poseía más actividades qué hacer: caligrafía, idiomas, historia y aprender a tocar instrumentos. A Jeongin no le gustaba particularmente ese último, le era muy difícil seguir el ritmo de la música y muchas veces desafinaba. Quizás, lo único bueno, era que al ser el prometido imperial, si se equivocaba no le regañaban con dureza.

—Odio el gayageum —suspiró esa tarde, observando sus dedos enrojecidos—, ¿por qué es tan necesario?

—Porque es una tradición, Seok —Chan estaba en su escritorio, haciendo quien sabe qué. Los últimos días se la había pasado así, al acabar con sus actividades durante el día, iba a sus aposentos privados, se sentaba en su escritorio y se ponía a trabajar. A veces, se quedaba hasta tarde y Jeongin se dormía en la cama—. Podrías intentar otro instrumento.

—Yoonie... —Jeongin suspiró y se puso de pie. Chan no le dirigió una mirada, concentrado en sus documentos. Sin embargo, estaba decidido a recuperar su atención, y tiró de los cordones de su camisón. La tela descubrió sus hombros—. Mi Emperador...

Esas palabras hicieron que Chan, finalmente, levantara la vista y sus ojos se quedaron quietos en el doncel. Jeongin caminó hacia él, moviendo sus caderas con clara provocación, hasta que al final Chan dejó su lápiz y echó la silla hacia atrás. El menor no tardó en sentarse en sus piernas, abrazándolo por el cuello y acariciándole el cabello.

—Me has estado ignorando mucho —comenzó a quejarse Jeongin—, ya ni me tocas, Príncipe Heredero, ¿es qué ya se aburrió de mí?

—Mmm... —Chan le miró con ojos perezosos—, he tenido mucho trabajo, bebé. ¿Te sientes descuidado? Qué mal prometido he sido.

Jeongin le agarró de una de las mejillas y empujó su cabeza hacia atrás, inclinándose y comenzando a besarlo en el cuello. Pudo sentir la mano de Chan agarrándolo de la cintura con fuerza, y a Jeongin le encantaba la forma firme en que le sostenía.

—Mi Emperador... —le susurró el menor entre cada beso que le daba, sus labios cerrándose y su lengua lamiendo la piel de Chan—, ¿me dejará así, necesitado de usted?

—Que gran pecado —gimió Chan, y ahora la otra mano del príncipe fue hacia el camisón, levantándoselo y colando sus manos por sus piernas—, que mal rey he sido para mí lindo bebé...

Jeongin soltó unas risas divertidas que pronto se transformaron en un gemido tembloroso, y sólo dejó que Chan levantara más el camisón, sin importarle si su culo quedaba al aire. Había algo muy excitante ante ese hecho, ante quedar con pocas prendas o totalmente desnudo mientras Chan seguía con sus ropas.

—Yoonie —Jeongin se estremeció cuando los dedos se deslizaron por entremedio de sus nalgas, hacia su pequeño agujero—, quiero que me folles, por favor, por favor...

—¿Cómo voy a negarte algo, precioso mío? —las manos de Jeongin fueron al baji para tirar del pantalón hacia abajo junto con la ropa interior—. Mira cómo me tienes, ven a montar ahora tu pequeño trono.

Jeongin emitió una especie de ronroneo con su garganta al observar la enorme polla goteante, dura y enrojecida ante él. Los testículos se hallaban hinchados y pesados, y el menor tuvo que contener las ganas de inclinarse para saborearlos en su boca. Aunque no pudo evitar el lamer sus labios, y de pronto, la mano de Chan le agarró de la barbilla, apretándole las mejillas y levantándole el rostro.

—Me encanta verte así —le gruñó Chan, y metió uno de sus dedos entre los labios abultados de Jeongin, que lo lamió con ganas—, tan necesitado, siendo mi pequeña zorra sucia, queriendo una gorda polla en tu culo goloso.

Esas palabras hicieron que su propio pene reaccionara, tan excitado por la sucia palabrería que oía. Chan siempre tenía una perfecta manera de ponerlo caliente usando sólo la boca, y Jeongin sólo amaba cómo se sentía al estar así con él.

Agarró el miembro de Chan y se abrió de piernas, acomodándose en el regazo del príncipe. No le importaba demasiado el no haberse preparado previamente, sabiendo que cada palabra que le dijo el mayor era cierto: él necesitaba ese trozo de carne enterrándose en su culo y llenándolo con su esencia.

Besó a Chan profundamente, enderezándose y estirándose para acomodar el glande contra su ano. Ahora las manos del mayor lo agarraron de la cintura y Jeongin se dejó caer con suavidad, gimiendo con fuerza por la manera en que lo abría.

—Sí, sí, Gigi... —gimió Jeongin antes de gritar al recibir un fuerte azote en su nalga.

—No, no, así no —Chan le besó la barbilla dándole otro golpe—, soy tu Emperador.

Sólo volvió a gemir mientras caía en la polla de Chan, percibiendo tan bien cómo le invadía y llenaba. Amaba esa sensación, por completo, y abrazó al príncipe por el cuello antes de comenzar a mecer sus caderas, comenzando a cabalgarlo. Chan le agarró de las nalgas y se las apretó, empujándose también para entrar más en él. Jeongin sólo podía sostenerse apenas, con las piernas temblando y la lengua fuera, tratando de llevar el ritmo de besos.

A veces, le sorprendía lo sucio que podía ser el sexo con Chan, tan sudoroso, lleno de fluidos por todas partes y balbuceos desesperados. Sin embargo, en lugar de sentir asco o repulsión, sólo le excitaba más y más por lo bien que se sentía. Cada toque, beso o caricia que recibía encima de su piel era como una corriente eléctrica, y el placer sólo aumentaba y aumentaba, poniendo su piel de gallina. Su mente se ponía en blanco, sólo concentrándose en la intensidad de las sensaciones recibidas. La estimulación siempre era constante, ya fuera por la polla follándolo, la boca de Chan en su cuello o las manos agarrándolo por todas partes.

El orgasmo no tardó en estallar en ambos, primero en Chan, que se corrió dentro de él, y luego en Jeongin debido a la sensación viscosa llenándolo. Tembloroso, jadeante y lloroso, se acurrucó en brazos de Chan y apoyó su cabeza contra el hombro del príncipe.

—¿Ahora sí mi bebé está feliz? —preguntó el mayor—. Vamos a la cama, ya es tarde.

—No te salgas —gimió Jeongin—, no todavía, por favor, Gigi... Quiero ya quedar embarazado de ti, me muero por tener un niño, nuestro niño...

Chan le besó el cuello con ternura, levantándose y con Jeongin sosteniéndose y rodeándolo con las piernas para no caer al suelo. Así, casi a tropezones, cayeron sobre la suave colcha entre besos y suaves risas, y Chan acarició el rostro del menor con ojos llenos de cariño.

—No hay apuro —le recordó el príncipe—, nada de apuro. Tenemos todo el tiempo del mundo...

—Sí —Jeongin lo besó superficialmente—, pero quiero un bebé tuyo, ¡lo quiero ya!

Chan se rió ahora con más fuerza y le agarró de la cintura, comenzando a mover sus caderas otra vez. Los gemidos no tardaron en inundar el cuarto.

(...)

El Príncipe Heredero a la corona cruzó sus piernas mientras su padre y el resto del consejo observaban el mapa. Llevaban dentro de esa reunión cerca de dos horas, y Chan lo único que quería era poder descansar un poco. Los últimos días habían sido muy agitados para él y toda la familia real.

—La primera exigencia del rey ha sido el regreso de su hija —comentó el general Sooyang, sus ojos posándose en el pequeño reino marino de donde provenía la princesa Song—. La noticia de su compromiso, príncipe, ya ha llegado a Tainan. A la gente de allí la noticia no les ha caído bien.

A Chan no le sorprendió esa noticia, al fin y al cabo, era lo que se esperaba. Él sabía muy bien que sus decisiones traerían consecuencias importantes, sin embargo, le sorprendió que hubiera sido tan pronto.

Esa misma mañana había llegado el embajador que tenían en Tainan con las noticias: el reino de la princesa Song les había declarado la guerra por la humillación que sufrieron gracias al compromiso del príncipe con alguien como Jeongin.

—Podríamos no regresarla —comentó uno de los consejeros—, dejarla como nuestra prisionera. Además, sigue perteneciendo al harem del príncipe. Le pertenece al Príncipe Heredero.

Chan no respondió enseguida. Habían pasado sólo dos semanas desde su compromiso con Jeongin, y si bien su prometido no había hecho alguna pregunta, podía notar en sus ojos esa petición que le hizo meses atrás: eliminar el harem. Hacerlo desaparecer.

El harem imperial era una tradición arraigada desde los inicios del reino. Su objetivo no era sólo satisfacer, por supuesto, las necesidades del mandatario imperial, sino también establecer relaciones y tratados que aportaran a la estabilidad del país. La madre de Chan fue una importante princesa de un reino que ahora se encontraba anexado al Imperio, proceso realizado pacíficamente y sin derramamiento de sangre gracias a esto. Y si bien hubo otras princesas dentro del harem, su padre se encargó de tratarlas con la importancia que correspondía. Su madre fue la Emperatriz y ostentaba también el título de Consorte Imperial, sin embargo, Jongshin les otorgó a otras dos concubinas los títulos de Concubinas Imperiales, específicamente, a las madres de Jongin y Dahyun. Eso significaba que, en caso de que los hijos del Emperador murieran sin dejar ningún heredero, ellos podrían optar asumir como Emperadores en un futuro. Jongshin jamás descuidó a sus concubinas como lo estaba haciendo Chan.

Sin embargo, no podía evitarlo. Cuando veía a Jeongin, era como si su mente no pudiera pensar en nada más que en estar a su lado y sacarle una sonrisa. Él sabía que tenía un deber que cumplir y darle una oportunidad a las otras concubinas, especialmente a las princesas. Lo ideal siempre era establecer buenas relaciones con los reinos vecinos para evadir la guerra y llegar a acuerdos (aunque, evidentemente, habían excepciones). Lo que estaba haciendo Jeongin, consentir tanto a un concubino menor, casarse con él, se salía de ese duro equilibrio que el harem poseía.

Y, lo que era peor, decidir eliminar el concubinato... Esa decisión podía traer muchas consecuencias negativas para él.

—Si ellos nos han declarado la guerra —dijo Chan—, entonces tendrán su guerra. La princesa Song puede regresar con ellos si así lo quiere, pero de cualquier forma, su reino será aplastado por el nuestro.

—Príncipe —su padre habló y Chan lo observó—, ten cuidado con tus palabras. Lo dices como si una guerra fuera sencilla.

Chan ladeó la cabeza. Sabía que no debía tomar esa actitud prepotente y casi petulante, porque una guerra nunca era del todo buena. Para un imperio como el de Chan, traía grandes ventajas, pero las cosas no traían siempre cosas positivas. La muerte era inevitable, por ambos lados, y la economía también se detenía para destinar todos los recursos hacia la guerra.

—Si ellos quieren la guerra... —comenzó a decir Chan—, es lo que se merecen. Venir a amenazarnos...

—El diálogo es primero —suspiró su padre, interrumpiéndolo con tono decidido—, y de eso deberás encargarte tú, Chan. La princesa pertenece a tu harem.

El príncipe sabía lo que estaba proponiendo. Era lo que correspondía, al fin y al cabo, porque su padre tenía razón. Yuqi era de su concubinato, estaba allí por una razón, y la misión de Chan era asegurarse de que esa razón se cumpliera.

—Podría ascender a la princesa —sugirió el Sumo Sacerdote—, a Concubina Imperial. Es una buena posición para calmar las aguas, Príncipe Heredero, al menos por ahora.

—¿Nombrarla Concubina Imperial cuando acabo de comprometerme? —preguntó Chan sin poder evitarlo, y la molestia apareció en su voz.

Los Consejeros le dirigieron una mirada sorpresiva. Chan trató de mantener la calma en su voz, de fingir que la ira no le inundaba ante la idea que le proponían. Sin embargo, sabía que no sería bien visto, en especial porque él todavía no sugería la idea de la monogamia. Plantearlo siquiera provocaría rechazo, al menos ante tantas personas. Primero debía conversarlo bien con su padre.

—¿Qué es lo malo, Príncipe Heredero? —dijo su padre—. Entiendo que ames a Jeongin, y su lugar como futura Emperatriz será respetado. Sin embargo, te recuerdo también que tienes un deber con el Imperio —Jongshin alzó la mirada—. Yo amé a tu madre con todo mi corazón, Chan, pero también amo a mi pueblo y le quiero evitar el sufrimiento. Ella lo sabía muy bien y jamás me recriminó mis noches con otras mujeres.

Chan no quería ofender la memoria de su madre, bajo ningún motivo. Eso sería un sacrilegio de su parte, un insulto al amor que sentía por ella. Sin embargo, él no quería que compararan a Jeongin con su madre, porque ellos no eran iguales. Su madre fue una princesa y desde el inicio ella tuvo claro cuál era su lugar, pero Jeongin... Jeongin era un alma libre, tan distinto a todas las princesas que conoció, incluso a las concubinas que él tenía.

Sin embargo, su padre tenía razón, porque él era príncipe de un Imperio y tenía un deber con su gente. La guerra la podían ganar con facilidad, aunque no sin pérdidas, y era mejor evitar el sufrimiento de su pueblo.

—De cualquier forma —habló Chan—, también deberíamos prepararnos para la guerra. Preparar los barcos... Sabemos muy bien que el reino de Tainan se especializa en la batalla marítima.

—Me encargaré de eso, mi Emperador y Príncipe —dijo el general de la flota marítima, Kim Naehwan—. Encargaré a los carpinteros la construcción de nuevos barcos de guerra.

El resto de las horas siguieron con la planificación de una posible guerra, pero Chan no podía dejar de pensar en la petición que su padre le había hecho. No había visto a Jeongin en todo el día, al menos desde la mañana, cuando lo dejó en la cama. Ellos quedaron en volver a verse esa noche, pero como iban las cosas...

Al salir de la larga reunión, Hyunjin no tardó en acercársele.

—Mi Príncipe —dijo su mejor amigo—, ¿tiene alguna petición?

—Sí —Chan miró hacia el fondo del pasillo, viendo a su padre retirarse con tranquilidad—, pide que mi cena la envíen a mis aposentos y que preparen a la princesa Song. Quiero verla más tarde.

—Como usted ordene, mi Señor —Jin, como siempre, actuaba tan tranquilo y calmado, sin juzgar un poco su decisión. Lo que menos necesitaba era reproche, cuando sabía que iba a enfrentarse tarde o temprano a la mirada acusadora de Jeongin.

Pero Jeongin tendría que comprenderlo. Iba a tener que hacerlo.

(...)

El atardecer llegó con lentitud al Palacio Imperial. Jeongin estuvo gran parte de la tarde en sus clases, pero una vez libre, decidió escaparse hacia el pabellón del concubinato y pasar tiempo con Suji y Chaewon.

Los tres decidieron ir a pasear al jardín y conversar sobre los últimos acontecimientos. Jeongin estuvo riéndose gran parte del día gracias a los comentarios de ellas y sus palabras sobre cómo sería la boda. Dijeron que planificarían una boda enorme, con todos los lujos necesarios para que eso quedara escrito en la historia por siempre. Esas palabras provocaron una gran ilusión en el doncel.

Estaba tan feliz que decidió ir a dejar a las muchachas a sus aposentos. En ese momento, fue cuando la vio.

Unas damas se encontraban dentro del cuarto, y Yuqi estaba sentada en su cama, con una de ellas peinándole el largo cabello y entrelazando una cadena de oro y flores allí. Se veía muy hermosa.

—¿Yuqi? —preguntó Suji—. ¿Ha pasado algo?

—Sí —ella soltó una risita—, el Príncipe Heredero me ha llamado.

Jeongin se congeló en su lugar. Casi de inmediato, todas las miradas se voltearon hacia él, pero el doncel sólo era capaz de observar a la princesa, vestida tan hermosa con ese hanbok rojo.

—Ha debido ser un error —habló Jeongin, tratando de mantener la calma en su voz—, esta noche la pasaré yo con mi Señor.

Yuqi no borró la sonrisa de su rostro. Se veía tan hermosa, tan feliz, y Jeongin sintió arder algo en la boca de su estómago. No parecía cómo si le estuviera mintiendo, todo en su expresión denotaba triunfo y alegría. Él quería borrarle esa sonrisa de un golpe, e incluso su mano tembló por las ganas de hacerlo.

—No lo creo —dijo ella con veneno amable en su voz—, Hyunjin ha venido a decirme que el Príncipe me llamó.

Eso no podía ser posible, bajo ningún sentido. Chan le había prometido que él jamás estaría con otra mujer, con otra concubina, e incluso le prometió que iba a disolver el harem. Se lo juró. Él le creyó.

—Probablemente...

—Ay, Jeongin —las risas de Sohyun aparecieron, sentada en su cama—, ¿qué crees tú? ¡El Príncipe tiene a varias concubinas y alguien como tú no le dejará del todo satisfecho siempre!

—¡Cállate! —exclamó Jeongin ya sin poder aguantarlo, con los labios temblando por la ira—. ¡Cierra esa maldita boca, Sohyun!

—¡A mí no me callas, sucio pordiosero! —gritó Sohyun, enfurecida también—. ¡Soy una princesa, superior a ti, y como me vuelvas a gritar, voy a matarte!

Chaewon tuvo que sostener a Jeongin del brazo para evitar que se lanzara sobre ella mientras que Suji se metió en medio.

—¡Basta, SooYang! —dijo la mayor de ellas—. ¡Actúas como una cría infantil!

—No deberías intervenir, Suji —Yuqi, tranquila y calmada, se puso de pie. Jeongin sintió mucha más rabia al ver que no se había alterado ni un poco con esa discusión, perfecta y hermosa—. Son órdenes del Príncipe. Si Jeongin no puede aceptarlo, es porque quizás no está preparado para ser Emperatriz. El Príncipe Heredero se dará cuenta tarde o temprano.

Jeongin tuvo que contenerse para no tratar de lanzarse otra vez. Ahora, sin embargo, fue agarrado delicadamente por Yoorim que, para su sorpresa, tenía bastante fuerza. La mujer le sacó de la habitación, seguidos del resto de sus guardias, y Jeongin tenía más ganas de regresar al cuarto para romperle la nariz a cualquiera de esas dos arpías.

—Por favor, mi Señor, cálmese, ¡cálmese! —barboteó Wheein tratando de tranquilizarlo—. No es necesario que reaccione de esa manera, mi Señor.

—Esa víbora... —farfulló Jeongin, volteándose para caminar por los pasillos hacia el pabellón imperial—. La voy a matar, ¡la quiero matar!

—Que no lo oigan, mi Señor —farfulló Hyerin—, cualquiera podría malinterpretarlo.

A Jeongin no le importaba particularmente, ¡que todo el palacio lo escuchara si era necesario! Así esas malditas iban a entender, de una vez por todas, que con él no iban a meterse, ¡que no debían meterse!

Pero primero, tenía otro asunto qué resolver. De inmediato, se dirigió hacia las habitaciones personales de Chan, con la furia inundando su corazón. Sin embargo, el pánico también le llenaba. Todo eso debía ser sólo una estúpida confusión, era imposible que Chan le hubiera traicionado de tal forma. Él jamás se lo haría, no cuando esa misma mañana le juró amor eterno.

Chan se lo debía aclarar, iba a tener que darle alguna explicación. ¡Iba a... a...!

Se detuvo al ver a Hyunjin custodiando la entrada de la habitación junto con otros dos guardias. El mejor amigo de Chan se detuvo de su caminata, mirándolo.

—¿Cortesano Yang? —preguntó el guardia con voz cuidadosa.

—Quiero ver a Chan —habló Jeongin, y fue como si recién reaccionara—, al Príncipe Chan. Él dijo...

—Ah, sí —Hyunjin le sonrió y Jeongin sintió el alivio. Era todo una mentira, era evidente al ver al guardia allí—, lo siento mucho, Cortesano, pero el Príncipe estará ocupado esta noche.

Jeongin no entendía lo que le estaba diciendo, ¿ocupado? ¿Y eso qué? Muchas noches Chan estuvo ocupado con sus asuntos de Estado, pero eso no impidió que él le visitara. Su prometido siempre le recibía con una sonrisa dulce y amorosa.

—Dígale al Príncipe que quiero verlo —pidió Jeongin.

Hyunjin se le acercó. Su rostro pareció endurecerse de un momento hacia otro.

—Cortesano —a pesar de su expresión, su voz era suave—, por favor, vuelva a sus aposentos. El Príncipe estará ocupado esta noche —repitió—, así que es mejor que se marche. Por la mañana podrá ver al Príncipe.

Jeongin retrocedió unos pasos, sintiendo cómo perdía el color de la cara. De pronto, sentía muchas ganas de llorar y sus ojos se desviaron hacia la pared, como si de esa forma pudiera evitar el llanto pujante en su garganta.

Tratando de mantener la cabeza en alto, se volteó y caminó ahora hacia sus aposentos. Sin embargo, la sensación de angustia y dolor sólo aumentó cuando se encontró con Yuqi, rodeada de dos guardias, yendo hacia la dirección de la que él venía.

Se observaron unos largos segundos que se sintieron como una eternidad. Los labios rojos de la muchacha se curvaron hacia arriba en una sonrisita de triunfo.

—Prometido —dijo ella inclinándose levemente, con la voz llena de burla—, tenga una buena noche.

Su mano tembló otra vez, conteniéndose de golpearla. Fue una fortuna que Yuqi siguiera caminando, si no, ya habría estado en el suelo y con algún diente fuera.

Pero eso tampoco le hizo sentir mejor. No cuando la vio caminar hacia los aposentos del Príncipe, hacia el lugar que le pertenecía a él, y Jeongin sentía su corazón caer al suelo.

Chan le iba a pagar eso muy caro.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro