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La noticia de lo que ocurrió con Miyeon, Suhyun y Jinjin recorrió el palacio en menos de una hora, y con eso, quedó bastante claro que nadie podía meterse con Jeongin. Por los pasillos, de lo único que se hablaba, era de lo implacable que era el Príncipe Heredero y del favoritismo que demostraba hacia uno de su harem.
—No ha pasado ni un día desde que te devolví a tu cuarto y ya te metiste en problemas —le dijo Chan a Jeongin, luciendo enfadado, pero no con él, sino con la situación en sí.
El menor hizo un pequeño mohín, viéndose un poco triste con esas palabras. El dolor en su brazo apenas se sentía, excepto cuando lo movía mucho, y lo único que deseaba era descansar luego de ese desastre.
—Mi Príncipe —razonó el muchacho—, ¿no es obvio? La mayoría de tus cortesanas están celosas, apenas les has dado un poco de atención, y peor aún con las concubinas. Hasta yo estaría celoso si miraras a otra como...
—¿Y ahora las defiendes? —el mayor se veía incrédulo y mucho más molesto.
Jeongin pasó un instante en silencio, como pensando bien en las palabras que iba a decir a continuación. De sólo recordar lo que ocurrió horas atrás, sentía escalofríos recorriendo su espalda. Trataba de no tomarle el peso realmente, pero era una fortuna que hubiera podido caer, de alguna manera, bien. De lo contrario, el accidente habría sido mucho más grave.
—¿No habrás sido muy duro con ellas? —preguntó, tímido. Chan arrugó el ceño—. Quizás fue...
—No fue un accidente —le interrumpió el príncipe—. Y lo que les hice, es poco en comparación a lo que realmente merecían. Atentaron contra ti. Si hubieras ya estado casado conmigo, eso sería un atentado contra una Emperatriz. Yo las habría matado con mi propia espada.
El chico volvió a callarse, viéndose deprimido y afligido. El mayor se sentó a su lado, en la cama, y le agarró la mano, como queriendo relajarse para que su pareja no siguiera viéndose así.
—Lo van a seguir haciendo, Yoonie... —murmuró Jeongin, recostándose contra el hombro del mayor.
—No dejaré que eso pase —replicó Chan, serio—. Te voy a proteger, amor mío. Si vuelven a ponerte la mano encima...
—Lo seguirán haciendo mientras tengas tu harem —insistió el menor, sacudiendo su cabeza—. Alguna de ellas aspirará a ser Emperatriz, aunque te cases conmigo.
Chan no respondió enseguida y Jeongin temió haber ido demasiado lejos. Haber hablado demás, cuando él no tenía por qué meter mano en el concubinato. Sin embargo, no podía aguantarse mucho, con esa idea dando vueltas en su cabeza.
—¿Quieres que lo disuelva? —preguntó Chan, con voz suave—. ¿Es eso lo que quieres decirme, mi Joya más preciosa?
El cortesano no lo miró, avergonzado y muy, muy tímido. Ese era un tema que quería tratar más adelante con Chan, cuando su compromiso se consolidara, pero ahora, aprovechando esa situación, no pudo evitarlo. Él quería casarse con Chan, claro que sí, y ser coronado como Emperatriz. Pero también quería que fuera sólo suyo, de nadie más, pues tenía que claro que, a pesar de ser Emperatriz, eso no eliminaba el concubinato. Jeongin sentía arder celos y rabia en su interior con la idea de Chan compartiendo con una concubina o, peor, favoreciéndola.
—¿Es posible? —consultó, sin mirarlo—. ¿Quieres hacerlo? Tú eres mi Señor, el futuro Emperador, y puedes hacer lo que quieras. Tener a todas las concubinas que desees, e incluso concubinos...
—No —Chan le agarró las manos, dándole un beso en los nudillos—. No. Sólo quiero estar contigo. No me interesa ninguna otra persona —hizo una pequeña pausa—. Pero no es sencillo, Jeongin. Necesito tiempo para pensar bien cómo disolverlo. La mayoría de las concubinas está aquí por una razón, y no es por gusto propio. Eso lo sabes bien.
Claro que sí. Asuntos políticos y militares era el motivo por el que esas chicas llegaron al concubinato. Cada una respondía a una familia, a un objetivo, y si fueron aceptadas, era para garantizar el apoyo de familias poderosas o de países vecinos. Si las devolvía, podía ser considerado una ofensa enorme que terminaría en un conflicto, como una guerra interna o externa.
—Pero... —Jeongin titubeó—, ¿estarías dispuesto a hacerlo?
—¿Por ti? —Chan se veía feroz y salvaje—. Claro que sí. Los dioses te pusieron en mi camino, y no dejaré que nadie nos separé. Y, si para hacerte feliz debo disolver con esa tradición, no dudaré en hacerlo.
Jeongin ya no pudo aguantarlo más y lo abrazó por el cuello, besándole en la boca con contenida emoción. Sentía la felicidad estallar con fuerza en su corazón, incapaz de procesar esas emociones que hacía que su mundo girara. Chan sólo le devolvió el beso, sonriendo y luciendo tan enamorado de él, que Jeongin no podía creerlo. No podía creer que el Príncipe Heredero lo amara tanto para hacer eso.
—Chan —habló Jeongin al separarse, acariciándole la mejilla—, quiero que me hagas tuyo. Quiero que toques cada rincón de mi cuerpo y me hagas, por fin, tuyo —lo besó nuevamente—. ¿Puedes hacerlo?
—¿Si puedo? —Chan se rió—. Claro que sí, amor. Pero no hoy. Hoy debes descansar de tu caída. Cuando anuncie nuestro compromiso, te mudarás aquí, a un cuarto al lado del mío.
—Pero quiero estar contigo todas las noches —se quejó el muchacho.
—Lo harás —le prometió—. Pero debemos mantener cierto comportamiento, cosita sucia.
Jeongin soltó unas risitas, recibiendo un beso en la punta de su nariz y dejándose abrazar por el único que ocupaba su corazón.
(...)
Por decisión propia, y para seguir manteniendo las apariencias, Jeongin decidió volver esa noche al cuarto de las Cortesanas. Según lo que Hyunjin le dijo, ni Suhyun y Jinjin pudieron decir algo respecto al compromiso que tenía con el príncipe, pues fueron enviadas enseguida al Palacio de la Tierra, sin posibilidad alguna de hablar con alguien que pudiera ayudarlas. Lo mismo ocurrió con Miyeon, que recibió los diez azotes en sus pies en el patio de castigos y luego arrastrada fuera del Palacio.
No le sorprendió encontrarse con un ambiente tenso cuando entró, impasible y tranquilo. Ignoró la mirada que le dirigió Sohyun, yendo directo a su cama.
—¿Estás bien, Jeongin? —preguntó Chaewon, caminando hacia él—. Fue una caída muy horrible, ¿qué te ha dicho el médico?
—No es nada grave —aseguró el muchacho—, ha dicho que puedo bailar, pero debo tener más cuidado.
Escuchó el bufido de Yuqi, pero también lo pasó por alto.
—Qué bueno —Chaewon le sonrió, aunque con cierta rigidez—. Hemos escuchado lo de Jinjin y Suhyun. Una desgracia...
—¿Desgracia? —habló Sohyun, molesta—. De seguro Jeongin le metió cizaña al Príncipe, ¡está más que claro que fue un accidente! Pobrecitas, tener ese destino por las acusaciones de otro concubino.
Jeongin apretó sus labios con enojo. Sentía muchas ganas de ir donde Sohyun y darle un golpe en el rostro, pero se forzó a controlarse. Provocar una pelea en el concubinato no estaría bien visto.
—Si ellas recibieron ese castigo por parte del Príncipe —habló Suji, saliendo del baño—, es porque lo estimó conveniente. ¿O cuestionas las palabras de nuestro Señor?
La aludida soltó un bufido bajo, aunque al menos las palabras de la mayor la callaron.
—¿Dejas que un simple pordiosero te quite tu lugar, unnie? —preguntó Yuqi, altiva.
Suji se encogió de hombros, yendo hacia su cama. Chaewon también se puso de pie, yendo a acostarse.
—¿Un simple pordiosero? —la muchacha sonrió con tranquilidad—. Cuida tu lengua, Yuqi. Las paredes tienen oídos y ojos en este lugar. Y no creo que al Príncipe le haga gracia saber que tratan a su favorito de esa forma —inclinó la cabeza—. Buenas noches a todas. Mañana tenemos un largo día para seguir ensayando, y más porque llegaran tres muchachas nuevas para reemplazar a las chicas que no supieron controlar sus celos.
Y esas palabras fueron suficiente para sepultar cualquier indicio de protesta por parte de Yuqi y Sohyun. Jeongin no sabía cómo agradecerle a Suji el haber intervenido a su favor, porque la chica simplemente se acostó, apagando las lámparas que rodeaban su cama.
El chico, sin embargo, no pudo evitar sentir un poco de tristeza al darse cuenta de la soledad que le rodeó. Meses atrás, eso habría sido imposible, porque Sohyun siempre hablaba con él hasta tarde, contándole sobre su pueblo natal y parte de su infancia. Incluso, cuando estaban en el concubinato, antes de que Chan les eligiera, hacían eso. Yuqi, por otro lado, le ayudó desde un inicio a aprender a maquillarse, a poner su rostro mucho más bonito con esas cosas.
Si bien Suji le estaba defendiendo, ellos no eran amigos. La chica mantenía sus distancias, como dejando que los días siguieran su curso y sin querer intervenir, mientras que Chaewon era demasiado amistosa con todo el mundo como para juntarse sólo con él.
Suspirando, se prometió a pesar de todo que no iba a permitir que eso lo derribara. No se imaginó jamás que el camino para la corona pudiera ser tan solitario, sin embargo, mientras Chan estuviera con él, no tenía motivos para mirar atrás.
Los siguientes días, los ensayos prosiguieron con relativa calma. No se habló más de Jinjin, ni de Suhyun, ni de Miyeon, y el resto de concubinas y bailarinas parecieron entender con rapidez que meterse con Jeongin estaba fuera de sus límites. A lo más, podían mirarlo feo y susurrar para hablar pestes de él, pero hacerle daño era imposible. Incluso el Sumo Sacerdote lo comenzó a ignorar, como si no existiera, y eso era mucho más cómodo para Jeongin que soportar sus comentarios mordaces.
A Chan no lo vio mucho, aunque eso ya se lo esperaba, pues debido a la cercanía de Chuseok, tenían una serie de asuntos qué resolver.
Dos días antes del inicio de la festividad, aprovechando el pequeño tiempo muerto que tenía el concubinato, Suji invitó a Jeongin a pasear por el patio del palacio. Lo incómodo fue ver que Chaewon iba delante, con Yuqi y Sohyun, que habían decidido ignorarlo todo ese tiempo.
—¡Mira, es el Príncipe!
Los cinco escucharon los cuchicheos de una concubina, que cuchicheaba con una sirvienta al girar hacia un patio interior. Jeongin se dio cuenta de que estaban pasando por el patio de entrenamientos, donde la familia imperial se formaba en distintas artes de la guerra.
Jeongin contempló, en silencio, a Chan alzando su espada delgada y filosa, deteniendo un golpe que Hyunjin le lanzó con fuerza. Su corazón se aceleró, aunque en temor de que algo pudiera pasarle, a pesar de que fuera sólo una práctica. Sin embargo, pronto se calmó al notar cómo esquivó la estocada sin mucha dificultad, moviendo su espada con elegancia y viéndose poco complicado.
Se percató de que no era el único observando al príncipe. La concubina que hablo, Sora, tenía los ojos brillando por la emoción, de seguro esperando recibir una pequeña mirada por parte de Chan. Según lo que recordaba Jeongin, ella era la hija menor de un consejero del Emperador, pero aun así, era mayor que el muchacho.
Y no sólo ella se dedicaba a ver el entrenamiento. Sohyun, Yuqi y Chaewon también observaban la situación con entusiasmo, quizás esperando lo mismo que la concubina. Suji, por último, se veía un poco aburrida.
Chan hizo una finta sorpresiva, haciendo que Jin retrocediera, y en otro rápido movimiento, el príncipe lo desarmó con poca dificultad. La espada que el guardia sostenía cayó al suelo, y Hyunjin levantó sus manos con calma en un gesto de "me rindo".
—Tienes visitas, Chan —habló Jin en voz baja, llamando la atención del aludido, que miró hacia el pasillo que bordeaba el patio y algunas personas lo veían—. Cuánta gente queriendo tener una miradita de su Señor —añadió con un tono burlón, provocando que Chan bufara.
Su mejor amigo recogió la espada y Chan guardó su arma en la vaina, atada a un costado suyo gracias al cinturón que cargaba encima.
—¡Mi Señor! —habló de pronto Sora, haciendo que el resto se sobresaltara—. ¡Usted... usted pelea muy bien! —habló, sonriendo con timidez.
Chan le dirigió una mirada de reojo, lo que ocasionó que ella se ruborizara e inclinara la cabeza. Jeongin no quiso burlarse en su interior, pero la idea apareció sin poder controlarlo: qué ridícula actuaba, queriendo llamar la atención de Chan.
De inmediato se sintió mal, como si no correspondiera pensar algo así. Sin embargo, Jeongin sabía que no era perfecto y, por lo mismo, sus sentimientos a veces se desbordaban. En especial lo que atañía a Chan.
—Gracias, concubina Lee —dijo el príncipe.
—Le he preparado hotteok —continuó Sora, entusiasmada—, por si quiere probarlos. Si usted me lo permite, puedo traerlos —pestañeó con lentitud, coqueteándolo—, y los probamos en un sitio adecuado. Le aseguro que quedaron deliciosos, mi Príncipe.
Jeongin ahora sintió enojo por esa proposición, con la loca tentación de ir hacia Chan y abrazarlo, casi queriendo marcar su territorio. Además, ¿qué clase de invitación era esa? Frente a tantas personas, era casi una grosería.
—Gracias, concubina Lee —repitió Chan, viéndose desinteresado—. Pero el hotteok no me hace muy bien.
—¿De verdad? —Jeongin, sin poder evitarlo, habló—. ¿Y por qué no rechazó los que yo le hice hace unos días, mi Príncipe? Si le hacían mal, no debía...
El mayor lo observó. Jeongin sonrió ante la intensidad de su mirada, como jugueteando con él.
—Los tuyos estaban particularmente deliciosos, Jeongin —contestó Chan.
El chico saboreó su victoria. Ignoró la mirada ruda que le dirigió Sora, enojada por su intervención, pero a Jeongin no le importaba. Quedaba claro, con lo que hizo, el lugar que él ostentaba en comparación al de ella. Que le quedara claro desde ahora.
También pasó por alto la tensión que Sohyun le dirigía.
—¿Hoy no tenían ensayo? —preguntó de pronto Chan—. Chuseok será en poco.
—Nos han dado un espacio de descanso, mi Señor —habló de inmediato Yuqi—, pero le prometemos que la presentación saldrá perfecta. Sólo queda pulir unos detalles.
—Me alegro —el heredero al Trono levantó la barbilla—, no me gustaría que hubiera otro accidente en la presentación final. No sólo porque eso arruinaría las festividades, sino también debido a la integridad de Jeongin.
Hubo un instante de silencio pesado en las concubinas. El menor estuvo a punto de sonreír con superioridad, como queriendo decirles con eso "claro que yo tengo su atención". Sin embargo, logró controlarse a último momento.
—No se preocupe, mi Príncipe —Suji contestó, tan relajada y tranquila. ¿Cómo era posible que pudiera verse así?—. Estamos cuidando muy bien de Jeongin.
Chan asintió con la cabeza. Jin se aclaró la garganta.
—Mi Príncipe —habló el soldado—, tenemos asuntos qué resolver.
Volviendo a asentir con un gesto, Chan inclinó levemente la cabeza hacia ellos, retirándose con pocas palabras. No les quedó más que despedirlo, pero Jeongin podía decir, sin lugar a dudas, que las cosas estaban más que claras.
O eso creía.
—¡Eres una serpiente!
Las palabras de Sora le llamaron la atención. Se giró a verla, viendo que la chica estaba muy enojada con él, con los ojos brillando por la rabia. Jeongin simplemente la observó.
—¿Te crees más importante que nosotras? —siguió hablando ella—. ¡Pues no lo eres! Ni siquiera tienes un poco de sangre noble...
—¿Y eso qué? —preguntó él, indiferente—. Los dioses me bendijeron. Y, aún sin tener sangre noble, soy superior a ti. Así que sí —sonrió—, me creo más importante que tú, Sora.
La muchacha enrojeció con más ira, pero también en señal de vergüenza. Jeongin ni siquiera sabía porqué actuaba así, aunque tal vez tenía que ver con el cansancio. Estaba cansado y agotado de que le miraran en menos sólo por no haber tenido los mismos privilegios que ellas desde nacimiento. ¿Y eso qué? ¿Acaso venir de otro lugar, con menos recursos, lo hacía menos digno? Y una mierda. Jeongin les demostraría que eso importaba una mierda.
—No te preocupes, Sora —habló Sohyun, llamando su atención—. El Príncipe lo favorece ahora, pero, ¿qué crees que pasará cuando se dé cuenta de que su favorito no fue tan bendecido? —ella soltó una risa—. Dudo mucho que Jeongin le dé algún hijo. A muchos donceles les cuesta llevar a término sus embarazos. No creo que Jeongin sea la excepción.
La sonrisa en el rostro de Jeongin se congeló ante esas palabras, mirando fijamente a Sohyun, que le observaba con evidente malicia en el rostro. Lo que dijo la chica, además, animó a Sora, que también se rió con cierta maldad.
—Tienes razón —contestó Sora—. ¡Qué divertido será ver eso!
—¿Ver qué? —intervino Suji—. ¿Crees que será divertido que Jeongin cargue con los herederos del futuro Emperador y mueran en su vientre por tu malicia, Sora? Dudo mucho que al Príncipe eso le haga alguna gracia.
Sora apretó sus labios con fuerza, pero Jeongin se mantuvo callado, con el corazón acelerado en mil. Lo que dijo Sohyun caló hondo en él, sin embargo, no quería demostrarlo, porque eso les haría más gracia. Por su orgullo, no dejaría que ellas vieran sus temores, pues podía provocar que los usaran en su contra.
—No deberías defenderlo tanto, unnie —Sora, altiva, hizo un ruido despectivo—. A mí no me molestaría que tú te convirtieras en Emperatriz. Te lo mereces más que cualquier chico de clase baja que se cree mejor que nosotras.
Jeongin apretó sus manos en puños, teniendo que contener todas sus fuerzas para no lanzarse sobre esa concubina y dejarle un ojo morado. Tenía claro que no sería bien visto eso, y a eso se sumaba de que podrían acusarlo de empezar la pelea con lo que dijo a Sora.
—¿No eran Jinjin y Suhyun tus amigas, Sora? —dijo de forma repentina Chaewon. Sora cerró la boca—. ¿Acaso es necesario recordarte lo que pasó con ellas por molestar a Jeongin? Él podría acusarte en cualquier momento —se volteó hacia Sohyun—. A ti igual, así que más te vale que tengas cuidado con tus palabras.
—Lo que faltaría —masculló Yuqi—, que, además de pordiosero, fuera soplón.
—Sígueme ofendiendo —gruñó Jeongin—, eso no hará que Chan te mire.
—¡¿Y te atreves a llamarlo por su nombre?! —gritó Sora—. ¡Qué descaro más grande!
—Porque él me dejó —sus palabras callaron a la chica e hizo que Sohyun y Yuqi se vieran más enojadas—, ¿a ustedes no? —fingió sorpresa—. ¡Qué mal!
—¡Zorra! —Sora, enfurecida, dio unos pasos hacia él y estiró su mano para golpearlo.
Sin embargo, Jeongin no iba a permitir de ninguna forma eso. Se movió, retrocediendo con un paso y agarrando la mano de la chica, haciéndose a un lado.
—¡No te atrevas a golpearme! —le espetó, enojado, y la soltó, empujándola hacia atrás—. ¡Como lo hagas otra vez, mandaré a que te azoten cincuenta veces y luego les echen sal a tus heridas!
La amenaza sorpresiva pareció ser efectiva para Sora, que palideció y abrió la boca. De repente, se le vinieron a la cabeza las palabras que Jin le dijo tanto tiempo atrás: "si pretendes ser Emperatriz, Jeongin, no puedes dejar que nadie pase por encima de ti".
Jeongin no dejaría que lo amenazaran o lo minimizaran. Chan ya le juró que se casaría con él, que se convertiría en su Emperatriz, ¿e iba a permitir que le insultaran, lo golpearan? Una Emperatriz jamás agachaba la cabeza, no admitía que alguien inferior a él le ofendiera de esa manera, que ni siquiera le pusieran una mano encima. Ellas iban a tener que aprender, ya fuera siendo amable o actuando déspotamente.
—¿Cómo te atreves...? —farfulló Sora, tratando de agarrar apoyo en Sohyun y Yuqi, pero la amenaza pareció hacer efecto en ellas también, que ni siquiera hicieron el amago de hablar.
—Me atrevo —dijo, volviendo a agarrarle la mano—, porque si no te has dado cuenta, cuento con el favor del Príncipe e incluso del Emperador. Y si yo se lo pido a Chan, él no tendrá problema en enviarte con tus otras amigas —sonrió con falsa indulgencia—. Tal vez es eso lo que quieres, ¿o no? Debes extrañarlas mucho, Sora.
Sora titubeó, pero al ver que no contaba con nadie que la respaldara, terminó por bajar la vista. Sin embargo, Jeongin no la soltó.
—¿Eso es lo que quieres? —presionó el chico.
—No, no lo quiero —murmuró Sora, pero para Jeongin no era suficiente.
—Espero tus disculpas, concubina Lee —dijo, desafiante—. La forma en que trataste a un Cortesano, superior a ti, no fue la correcta.
Sora se veía mucho más descompuesta, mirando hacia cualquier lado excepto a Jeongin. Probablemente, estaba pidiendo auxilio a las otras chicas, puede que incluso a la misma Suji, pero aunque ella hablara, él no dejaría pasar por alto eso.
Pasado unos tensos segundos en los que nadie reaccionó, Sora se inclinó, con los ojos llenos de lágrimas por la humillación.
—Lo siento mucho, Cortesano Yang —dijo entre dientes.
Sólo recién Jeongin la soltó. Sora retrocedió de forma inmediata, barboteando una excusa rápida de que debía marcharse, y desapareció casi corriendo por los pasillos.
—Que crueldad más grande —habló Sohyun, a pesar de que se veía también pálida.
Jeongin la ignoró, pasando a su lado y caminando lo más rápido que pudo, tratando de contener el temblor en sus manos. En ese momento, la ráfaga de valentía e intrepidez que tuvo pareció desaparecer, sintiendo pánico por lo que acababa de hacer. Casi, sólo casi, estuvo a punto de delatarse sobre su compromiso con Chan, y temía haber actuado tan soberbiamente, cuando nada estaba dicho.
¿Y si de pronto el príncipe se arrepentía? ¿Si al final no hacía nada de lo prometido? Jeongin no sólo tendría su corazón roto, sino que también sería humillado y rebajado por sus compañeras. Puede que incluso lo acusaran de haber sido arrogante y altanero, cualidades que no eran bien vistas en una Emperatriz, y eso lo haría caer en desgracia ante los ojos de sus superiores.
Aprovechando que perdió de vista al resto de las chicas, se apoyó en una pared y soltó el aire que estuvo soltando. Casi de forma automática, su mano fue hacia su vientre, acariciándolo por sobre las ropas y pensando en lo que había dicho Sohyun para herirlo.
Ella tenía algo de razón, en el fondo: los donceles eran tan extraños, que por lo mismo se consideraban una bendición. Pero no sólo eso, debido a que no se les veía mucho, sus períodos de gestación y partos no solían ser demasiado estudiados, desconociéndose mucho sobre cómo actuar en el momento preciso. Eso provocaba que fueran más propensos a abortos espontáneos sin los respectivos cuidados, y mucho peor, con la muerte del bebé en el parto, o del mismo doncel.
No, pero eso no pasaría con él, se juró a sí mismo. Él no sólo fue bendecido por los dioses, sino que también Chan lo era, al ser el Príncipe Heredero al trono. Los dioses no permitirían que el hijo del futuro Emperador muriera, ni mucho menos su Emperatriz. Si era necesario, le rezaría todos los días a la diosa Dalnim, la Gran Madre y diosa de la luna y fertilidad, para asegurar el nacimiento de un niño.
Por último...
Si no concebía, no importaba cuanto amor Chan profesara por él, sería sacado de la Familia Imperial. Chan se tenía que asegurar de tener un hijo de su sangre, y si su Emperatriz no se lo daba, entonces habría que buscar otras opciones. Jeongin podría ser destituido y ser devuelto al concubinato o, peor, enviado al Palacio de la Tierra o expulsado de Shilla.
O, en el caso de un aborto...
Un escalofrío lo recorrió. Un aborto era la peor desgracia que podía caer sobre una Emperatriz, porque era señal de repudio por parte de los dioses. Se podía considerar como una sentencia de muerte, ya que si la Emperatriz presentaba un aborto, significaba que no era fértil y, por lo tanto, no merecía el título que se le dio.
No, pero eso no pasaría, de ninguna forma. Jeongin no permitiría que ninguna de esas cosas ocurriese. Él estaba destinado a la grandeza, a Chan, y ni siquiera el destino lo iba a separar de su amado. Era una promesa que cumpliría a como dé lugar.
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