✧◝ 04
Jeongin estaba terminando de beber la sopa de mariscos, cuando las puertas del comedor fueron abiertas y entró Yuqi con una expresión radiante y llevando un nuevo hanbok. De su cuello, cargaba un hermoso collar con piedras preciosas, y escuchó las exclamaciones de las cortesanas a su alrededor.
El chico se forzó a sonreír, a pesar de que por dentro sentía el disgusto florecer. Quiso sentirse mal por estar pensando así, y más de quién era una gran amiga, pero no podía evitarlo.
—¿Cómo te fue, Yuqi? —preguntó Sohyun, que había acabado de su plato minutos atrás.
—¡Bien! —Yuqi se rió con torpeza, luciendo encantadora y preciosa—. El príncipe me ha regalado estas cosas, ¿no son bonitas? Incluso tomamos desayuno juntos.
Jeongin miró con desagrado su sopa, a medio comer. No le gustaba mucho ese plato, no era un gran fanático de los mariscos. Sumado a eso, su estómago se cerró por completo gracias a las palabras de Yuqi.
—¿De verdad? —se animó Chaewon—. ¡Es tan encantador, ¿no?! Dijo que podíamos salir a cabalgar algún día.
El muchacho ya lo tenía claro, era la tercera vez que Chaewon lo decía desde que volvió, el día anterior, del cuarto de Chan.
—¿Y qué fue lo que hizo contigo, Yuqi? —preguntó de pronto Suji, y las chicas soltaron risitas de diversión. Parecían aprovechar que el sacerdote no estaba allí—. El príncipe es un hombre muy bien dotado por los dioses.
Más carcajadas estallaron. Jeongin volvió a beber de la sopa, tratando de aguantar la sensación desagradable de la comida.
—¡No deberíamos hablar de eso! —chistó Chaewon, pero tenía una risa enorme en su rostro.
—Me probó —confesó Yuqi, y más chillidos se escucharon—. Él me desnudó entre besos y se metió entre mis piernas, ¡me hizo alcanzar el cielo!
Sus amigas no podían resistirse a gritar y emocionarse. Jeongin hizo un pequeño puchero, tratando de mantener la envidia a raya.
—Yo también lo probé —intervino Chaewon, en medio de las risitas hormonadas—, me arrodillé ante él y lo probé, ¡dijo que lo hacía perfecto!
¿Cómo sus amigas podían hablar tan desvergonzadamente? Jeongin de verdad que quería reírse con ellas, pero resulta imposible, tanto por la vergüenza como por los celos al comparar lo que Chan hizo con él y lo que hizo con ellas.
—Nos tocamos mutuamente —habló Sohyun, ruborizada, pero alegre—, él se vino en mi mano y yo me vine con la suya.
Muchas más risitas y chillidos. Las chicas miraron a Suji, expectantes a que la mayor hablara. Jeongin no quería oír lo que diría ella, que era la que parecía más cercana al príncipe.
Los aretes de oro, que fueron el regalo de Chan a su prima, brillaban con cada nuevo movimiento. Era el regalo más ostentoso hasta el momento.
—Mi Príncipe se encargó de hacerme una mujer —fue lo único que contestó Suji, y los chillidos escandalosos volvieron.
Jeongin ya no tenía más ganas de comer, pensando en la forma en que Chan se comportó con él. Ahora estaba casi seguro de que sólo lo vio como un objeto con el que divertirse y por el que perdió interés. Una parte de Jeongin quería ir a verlo, a pesar de que fuera grosero, y reclamar por su atención, sin embargo, otra pensaba en cómo haría para lograr que Chan posara sus ojos en él.
No era bonito como Yuqi o Chaewon, ni poseía la simpatía ni la voz de Sohyun, ni el carisma y erotismo que Suji exhalaba. Jeongin era... era sólo Jeongin, nada más, y el príncipe parecía haberse aburrido de él.
Por otro lado... ¿estaría bien que él se ofreciera tan descaradamente a Chan? El príncipe podría verlo como una ofensa, o peor aún, creer que Jeongin estaba sólo para eso, para ser usado de forma sexual, y él no quería eso. Jeongin era mucho más que una puta.
—¿Y qué hizo contigo, Innie?
Parpadeó, volviendo a la tierra con la pregunta de Yuqi, y se giró a ver a las muchachas con una clara expresión de sorpresa. Ellas parecían ávidas por escuchar lo que fuera a decir, y Jeongin se sintió algo mal, porque no había forma de que su experiencia se comparara con las de ellas.
Follarle los muslos. Como si eso fuera interesante.
—El Príncipe... uh... —bajó la vista—, se masturbó con mis muslos.
A sus palabras le siguió un extraño silencio en el lugar. Jeongin sintió sus mejillas cubiertas de escarlata por la vergüenza.
—¿Los muslos? —preguntó Sohyun, un poco confundida.
—Bueno, tienes muslos bonitos —trató de decir Chaewon, también algo extrañada.
Suji abrió la boca para decir algo, pero en ese momento, las puertas fueron abiertas y el Sumo Sacerdote apareció.
—¿Terminaron de comer? —preguntó el hombre, observándolos de a uno—. ¡Toca la lección de Pintura!
Jeongin se desanimó mucho más, pues no era bueno en la pintura, y al Sumo Sacerdote le encantaba recalcárselo. ¿Su día podía ser más desgraciado?
Claro que sí.
Una vez acabaron con pintura, les dieron la tarde libre para descansar un poco y pasear. Sohyun y Jeongin decidieron ir al jardín, aprovechando que el día estaba soleado y con un aire fresco de verano. Era un hermoso y amplio jardín en el que los nobles de palacio podían ir a relajarse. A varios pasos de ellos, estaba levantado un pabellón en dónde solían sentarse el Emperador y el Príncipe, cercado de árboles que imposibilitaban su vista. El camino de piedra se encontraba rodeado con preciosas flores de distinto tipo, pero no se detuvieron en eso, sino que caminaron hacia la fuente de agua, rodeada de piedras y en la que peces pequeños nadaban.
—Espero que el Príncipe me llame esta noche —le confesó Sohyun, ilusionada y luego de unos minutos—. Fue tan amable conmigo ese día, Jeongin...
—Si tú lo dices... —suspiró Jeongin—, bueno, yo espero que no me llame más.
—¿Cómo? —su amiga parpadeó, desconcertada.
Jeongin fingió observar el cielo, como si estuviera aburrido y no ocurriera nada interesante en ese momento. No quería demostrar lo mucho que ansiaba volver a ser llamado, porque eso podía jugarle en contra.
—Pues eso, el Príncipe es un cretino —dijo, fastidiado.
—¡Innie! —chistó Sohyun—. No digas eso, ¡es nuestro Príncipe!
—Pero eso no le quita lo cretino —Jeongin bufó—. Es un cretino, se cree muy guapo y piensa que es inteligente, ¡puede que ni siquiera folle bien!
—¿Esa es una prueba, Cortesano Yang?
Jeongin saltó cuando escuchó una grave voz detrás de él, volteándose para encontrar a Chan, de pie y con una expresión interesada. Enarcaba una ceja y las comisuras de su boca parecían retraerse en una sonrisa contenida.
Jeongin sintió que perdía el color de su cara.
—¡Mi Señor! —barboteó Sohyun, inclinándose, y Jeongin le imitó con torpeza—. No le haga caso, el Cortesano decía una tonta broma...
—Me imagino que sí —Chan rodó los ojos—. ¿Qué fue lo que dijo? Que soy un cretino, soy feo y un estúpido que no folla bien. Eso es muy gracioso, considerando que todo eso es una clara mentira, ¿no, Cortesano Yang?
Jeongin estaba muy tentado de cruzarse de brazos y decir que pensaba que eso era verdad, pero no quería exceder su suerte. No estaba bien visto que el concubinato del Príncipe tuviera esa actitud tan rebelde y poco respetable por sus superiores. Chan podía rebajarlo por cualquier motivo, y eso sería lo más suave que podría hacer con su grosería. En el peor de los casos, podía mandarlo a matar.
—Por supuesto, mi Príncipe —dijo con suavidad el chico.
Chan levantó su barbilla.
—Cortesana Kim, por favor, déjeme a solas con el Cortesano Yang —pidió el príncipe.
—Por supuesto, mi Señor —Sohyun hizo una inclinación más antes de retirarse apresuradamente.
Jeongin permaneció en silencio, viendo que Chan estaba sin compañía en ese lugar. Fue cuando notó que se encontraba de pie en el camino que llevaba hacia el pabellón, y eso sólo significaba que el príncipe estuvo escuchando todo desde el inicio. Por los dioses, que enorme desastre.
—Así que... ¿no quieres que te llame más a mis aposentos? —preguntó Chan, sin dejar la ceja enarcada—. ¿Se puede saber a qué se debe este desaire, Cortesano?
—Mi Señor... —comenzó a decir, tratando de suavizar su expresión—, fue una tonta broma, disculpe mi comportamiento —mintió Jeongin, con el rubor pintando su rostro.
Chan soltó una carcajada.
—Por favor, no soy un idiota, Jeongin, como lo piensas —en un movimiento rápido, el príncipe caminó hacia él y lo agarró de la barbilla, obligándolo a sostenerle la vista—. Dime la verdad. Soy tu Señor y me debes obediencia, Cortesano.
—Príncipe —trató de hablar Jeongin—, de verdad...
—Como sigas así, te sacaré del concubinato —advirtió Chan.
Jeongin suspiró, derrotado y odiando un poco más al príncipe. Lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba, ¡no era justo que actuara de esa forma! ¿Quién se creía que era?
Lo odiaba y lo deseaba mucho.
—Fue una mentira —admitió Jeongin—, sólo lo decía para fingir indiferencia, mi Señor. La verdad es que... —vaciló un momento—, estoy muy ansioso de volver a estar a solas con usted.
—¿Es así? —preguntó Chan, y pudo ver el humor allí—. ¿Qué tal si te arrodillas frente a mí ahora y me das placer?
El chico alejó su cara con una clara señal de sorpresa, y se volteó alrededor, fijándose si había gente cerca de ellos. No podía creer lo que estaba escuchando, ¿cómo el príncipe podía decir eso tan a la ligera?
—¡No de esa forma! —le chistó, observando la enorme sonrisa de Chan—. ¡No, mi Príncipe! Usted piensa... —enrojeció, pero si no sabía por la burla recibida o la rabia que sentía—. ¡No soy ninguna puta, mi Señor!
La sonrisa desapareció del rostro de Chan. Jeongin, a pesar de saber que se vería como un grosero y podría recibir un castigo, se volteó y caminó fuera del jardín, alejándose lo más posible del príncipe. Podía sentir el enojo bullendo en su interior, tratando de contener las lágrimas también por la forma en que fue tratado. No era justo que hubiera sido humillado de esa manera.
—Jamás te he tratado como una puta —habló Chan, alcanzándolo y agarrándole del brazo. Se vio obligado a detenerse—, ¿qué te hace creer eso, Jeongin?
Tiró de su brazo para que le soltara, pero el agarre del príncipe era fuerte. Al final, dejó de batallar, aunque se negó a mirarlo a la cara todavía, indignado por la situación.
—¡Su actuar, por supuesto! —habló Jeongin, y Chan lo soltó—. ¡Usted no tiene ninguna consideración conmigo!
Chan lo observó con el ceño ligeramente fruncido, como si estuviera realmente desconcertado por su actitud. Jeongin no podía creer que fuera capaz de decirle todas esas cosas al príncipe sin estar siendo regañado, ¿cómo era posible? A él le dijeron que nadie podía reclamar en el concubinato. Él estaba para servir, siempre con una sonrisa bien dispuesta, y debía acatar todas las órdenes que se le dieran. Incluso si eso implicaba su propia humillación.
—¿Cómo así, Jeongin? —preguntó Chan.
Las concubinas obedecían. Pero la persona que fuera la Emperatriz, estaría al mismo nivel que el futuro Emperador.
Jeongin no era un concubino, ni un simple cortesano. Él iba a ser Emperatriz. Cueste lo que cueste.
—Cuando lo fui a ver —explicó, y puso una expresión de desgracia—, me envió esa ropa. Me paseó por el palacio, casi desnudo, y no le importó que otras personas vieran lo que es suyo.
Pudo notar la forma en que el rostro de Chan cambió, desde la confusión, hasta la ira pura. ¿Tal vez presionó demasiado?
—¿Te vieron? ¿Alguien te vio? —Chan se veía realmente enojado—. Si alguien te vio con deseo, tienes que decírmelo. Nadie puede ver lo que me pertenece.
—¡No se trata de eso! —exclamó Jeongin—. Se trata... se trata de que lo hizo sólo conmigo, con ninguna de las otras Cortesanas. Usted no tuvo ninguna consideración.
Chan seguía viéndose molesto, pero pareció calmarse con sus palabras.
—¿Estás celoso, Cortesano?
—¡Claro que no! —Jeongin abultó sus labios—. Es un hombre cruel, mi Príncipe, está jugando con ellas y conmigo.
—No, de ninguna forma —replicó Chan—, pero ustedes están para servirme de cualquier manera, por algo entraron al concubinato —el príncipe alzó la voz—. Deberías agradecer lo considerado que he sido contigo, porque si no te he tomado como quiero, es porqué sé que no has sido instruido todavía.
Jeongin se calló al escuchar esas palabras, sorprendido por lo que estaba escuchando. Se encontró con el rostro de Chan, que en ese momento pareció teñirse de rojo, y Jeongin no sabía cómo tomarse esa confesión. ¿No era irrisorio lo que estaba escuchando? ¡De seguro el príncipe sólo se reía de él!
Sin embargo, a pesar de ese fugaz pensamiento, no atacó a Chan. Decidió creerle, porque junto al color ruborizado en sus mejillas, el príncipe lo contemplaba con seriedad, con una súplica muda de que le creyera.
—Gracias por la consideración —dijo con honestidad el chico, pero volvió a tomar valentía—, sin embargo, eso no significa que pueda tratarme de la forma que desee, mi Príncipe. No soy... Estoy para complacerlo, por supuesto, pero también debo mantener mi dignidad intacta. Si el palacio supiera lo que usted hace conmigo en público... Dejarían de tomarme por Cortesano.
Chan hizo un gesto con su mano, como si le estuviera dando la razón con eso.
—Te pido perdón si te he ofendido, Jeongin —se disculpó el príncipe, aunque volvió a agarrarle el brazo—. Fue una broma de mal gusto que hice, no pretendía herir tu orgullo —con un movimiento rápido, Chan tiró de él y pasó un brazo por la cintura del menor, pegándolo a su cuerpo—. ¿Puedes disculpar la idiotez de tu Señor, Cortesano?
—Mmm... —Jeongin pasó sus brazos por el cuello de Chan, fingiendo pensar en una respuesta, tratando de no sonreír por la situación en la que estaba ahora—, podría ser...
Su voz se vio cortada por un gemido que soltó cuando los labios del príncipe se posaron en su cuello, provocando que escalofríos lo recorrieran. Sin embargo, no se alejó ni echó hacia atrás, sonriendo por el placer de que el mayor lo tuviera en sus brazos, de esa forma.
—Mi Señor... —susurró Jeongin.
—Por los dioses, te deseo mucho —gruñó Chan, su boca subiendo y besándole el mentón, las mejillas, la nariz—. Eres mío, ¿cierto, Jeongin?
—Sólo suyo —prometió el cortesano, antes de recibir un beso en la boca.
Jeongin pensó un instante en lo irónico que era eso, actuar de forma tan descarada en los pasillos del palacio, a la vista de todos, cuando sólo minutos atrás acusó a Chan de ser cruel por decirle que le diera placer en medio de un jardín. Sin embargo, al chico no podía importarle menos, no cuando estaba jadeando contra la boca de Chan, siendo devorado.
No sabía qué tanto serviría actuar de esa forma, ofreciéndose pero trazando una línea, como si estuviera imponiendo sus reglas al príncipe. Por los dioses, fue una apuesta arriesgada, algo que apareció en su mente cuando escuchó a Chan hablar, sin embargo, no podía evitar el orgullo de que estuviera dando sus frutos.
Chan no dejaba de besarlo, de comerle la boca, gruñendo contra él como si fuera un animal en celo. Jeongin soltaba risitas y gemidos, sintiendo las manos del príncipe sujetarlo con fuerza, y él sólo quería...
—¡Cortesano Yang!
Jeongin saltó con el grito, volteándose apenas, porque a pesar de haber sido interrumpidos, Chan no lo soltó. Peor aún: bajó otra vez a besarle el cuello.
El sacerdote Bae lo observaba con furia, su rostro deformado por el disgusto ante la escena frente a él.
—Sa-sacerdote...
—Por los dioses, ¿qué quieres, Hyungsung? —preguntó Chan, alejando su rostro, pero sin soltarlo—. ¿No ves que estoy ocupado?
—Disculpe mi atrevimiento, mi Príncipe —se apresuró en decir el Sumo Sacerdote—, y disculpe también el comportamiento del Cortesano Yang, no ha pasado suficiente tiempo en el harem para saber su lugar.
Jeongin enrojeció con fuerza ante las palabras del hombre, pero ni así con eso Chan lo soltó. Al menos dejó de besarlo, sin embargo, seguía sosteniéndolo firmemente de la cintura, como si no quisiera que se alejara de él.
—Si alguien tuvo la culpa de estos besos, soy yo y no mi Cortesano —replicó el príncipe, sorprendiendo a Jeongin—. Ahora, ¿qué es tan importante que merezca esta interrupción, Hyungsung?
El Sumo Sacerdote se aclaró la garganta, como si no estuviera siendo regañado.
—Su padre, el Emperador, lo está esperando en su cuarto para cenar con usted —habló Bae—. Ya está atrasado, mi Príncipe.
Pudo escuchar la maldición de Chan, y recién ahí, lo liberó de su agarre. Jeongin trató de ordenar sus arrugadas ropas, tratando de extender las telas, y miró a Chan. Sin poder evitarlo, comenzó a ordenarle el cuello del hanbok, y el mayor se dejó hacer con calma.
—Ahora luce más guapo, mi Señor —le dijo Jeongin.
Chan esbozó una pequeña sonrisa y lo agarró de la barbilla, estampándole un nuevo beso en la boca.
—Mañana quiero que salgas a cabalgar conmigo, a mediodía —le dijo al alejarse, y los ojos de Jeongin brillaron por la felicidad.
—El Concubino tiene cosas que hacer, mi Príncipe —le interrumpió Hyungsung.
—Pero mi invitación es mucho más importante —replicó Chan, callándolo con un tono de irritación—. Él está para complacerme a mí, no a ti, ¿está claro?
—Sí, mi Señor —contestó el sacerdote con rigidez.
Chan le dio un suave apretón a Jeongin antes de marcharse, caminando con rapidez por los pasillos. El chico se volteó para ir hacia su cuarto, pero antes de dar un paso, escuchó el llamado de Hyungsung.
Se volteó a mirarlo, pero de pronto, el dolor estalló en su mejilla izquierda, su rostro volteado hacia la derecha.
El Sumo Sacerdote bajó su mano.
—Qué descaro más grande —habló el hombre, con voz helada—, sabía que no eras más que un chico pobre, pero ¿ofrecerte a tu Príncipe en público y besarlo con tal lascivia y lujuria? No mereces el título de cortesano, sino de puta.
Jeongin llevó sus dedos hacia su mejilla, acariciándola y haciendo un mohín por la sensación de picor que le seguía recorriendo. Nunca antes recibió una bofetada como esa, con tanta saña, y estaba muy seguro de que le saldría una marca. El golpe fue cerca del ojo.
No sabía cómo reaccionar por lo mismo. Una parte suya estaba muy tentada de devolverle el golpe, pero eso era demasiado peligroso, porque el Sumo Sacerdote era superior a su posición como Cortesano. Además, el hombre era el encargado del harem, el que aplicaba los castigos que consideraba necesarios si las concubinas y cortesanas actuaban de forma irresponsable. Si lo golpeaba, el Sumo Sacerdote podía castigarlo de otra manera.
—Él fue... —comenzó a decir.
—Él es el Príncipe —le interrumpió Hyungsung, sin dejar su tono grave—, y tú no eres más que una prostituta. De ninguna forma serás el elegido para ser Emperatriz, porque a lo único a lo que puedes aspirar es a convertirte en su perra.
Jeongin permaneció en silencio, recibiendo aquellas palabras con herido orgullo. Otra vez sintió el impulso de defenderse, de decirle algo, sin embargo, lo volvió a aplacar, porque no sabía cómo podía terminar eso.
—Ahora, vuelve a tu lugar, Cortesano —espetó el Sumo Sacerdote—. Si me vuelvo a encontrar con alguna escena como esta, recibirás el castigo que te mereces —estrechó sus ojos—. Y no quiero que le cuentes nada de esto al Príncipe, o las consecuencias serán peores, ¿entendido?
—Sí, Sumo Sacerdote —murmuró, girándose y caminando lo más rápido que pudo lejos de ese horrible hombre.
Todo su ánimo que consiguió en pocos segundos, con el coqueteo de Chan y la felicidad de la invitación, se esfumó en menos de un minuto con las palabras del Sumo Sacerdote. El sólo hecho de recordar todo lo que le dijo hacía que sus ojos picaran con fuerza, pero se felicitaba por no haber llorado frente a él. De seguro eso lo haría sentir más superior de lo que ya era.
Ese hombre no tenía razón, en nada de lo que le dijo. Jeongin no era una prostituta, no era ninguna puta. No era la perra de Chan. Jeongin se convertiría en Emperatriz, se convertiría en el amor de Chan, y eso nadie iba a detenerlo.
Jeongin no permitiría que le arrebataran lo que era suyo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro