14. El bosque de la bruja Tenanye - parte V
La bruja no había acabado un perfecto descenso con la escoba. Más bien cometió una torpeza que la llevó a rodar cuatro vueltas aparatosas, antes de escupir el montón de hojas secas que le habían entrado en la boca. Que una practicante de la brujería no sepa ocupar bien su herramienta al momento de tocar suelo es algo merecedor de burla en cualquier aquelarre. Tenanye nunca dio con un limpio aterrizaje. Era lo único que la hacía ver menos intimidante y más zopenca.
Se incorporó con actitud por si le daba un mínimo de dignidad al risible golpazo que se dio en la tierra. No vestía como la clásica bruja anciana y encorvada, con la falda talar y el chal cubriéndole la espalda y parte de la cabeza. Tampoco llevaba la túnica negra con el sombrero del mismo color y en punta. Su apariencia era la de una brujita fatal de vestido morado amatista y con un tajo en la pierna, cosa que, por más que lo intentaba, no podía suavizarle el caracho capaz de convertir en reinas de belleza a las hermanastras feas de Cenicienta. También tenía una pronunciada nariz aguileña que provocaba el morbo de querer hacerla un meme. Además, ya se había rendido con el tema de sus cejas, que eran tan pobladas como las de un hombre lobo. Y es que por más que pasaba horas y horas frente al espejo, arreglándolas con una pinza, y con la torpe ayuda de Sadronniel, su despistada dama de compañía, no podía mermar la agresiva velocidad con las que le volvían a crecer. Ni siquiera lo logró con la magia de su varita, que era un madero delgado, negro caoba y de veinticuatro centímetros de largo. El cabello plateado y con mechones violetas tampoco le corría con mejor suerte ya que, al igual que con las cejas, tuvo que resignarse a dejarlo enmarañado, desquiciado, como si hubiese sufrido un ataque de histeria.
Tenanye era pretenciosa, y aquello también se veía en su alimentación que era en base a frutas y verduras; pero con una cara desmesuradamente en contra, sumada una dentadura que parecía tener deficiencias vitamínicas, nada podía hacer.
Cuando vio que Jerónimo y el cuerpo refugiaban a Cristóbal detrás de un roble comenzó a acercarse a paso lento, calculado, tal como lo hace una leona que está a punto de dar el zarpazo.
—Turion, mi leal elfo, me ha comunicado que encontraron unas esponjas que no pertenecen a este lugar. Vienen del otro lado del muro —dijo—. Sabía que tramabas algo, Jerónimo. No estás solo. No me percaté que era un niño cuando lancé los rayos, pero sí cuando aterricé. Respóndeme, no me engañas. Estás con alguien. Lo vi desde arriba y también apenas me paré después de... hacer la rueda. Y claro, por lo visto tu otra parte estaba enojada contigo. ¡El cuerpo distanciado de la cabeza! Pero bastaron dos de mis rayos y corrió hacia ti como un cobarde, como lo que tú eres.
¿No me vas a responder? Tienes un amigo que no es de este bosque. ¿Dónde está? —miró hacia su izquierda por el rabillo del ojo— ¡Ahí está! Oh, era solo una liebre que se escondió. Por un momento pensé que era tu amiguito. ¿Quién es y qué tramas con esas esponjas?
—¡No sé de qué hablas! —respondió el fantasma, sujetado por el cuerpo que lanzaba patadas al aire para mantenerla lejos. De inmediato Tenanye agitó su varita mágica y lanzó un rayo hacia el suelo que por cuatro centímetros no los golpeó— ¡Tú que me lanzas otro rayo, y Cuerpo que te manda un cabezazo! Oye, y tiene buena chuntería.
—No te hagas el gracioso. ¡Responde de una vez o volverás a probar de mi varita!
—A ver, ¿qué pasó? Sabes que no puedes lastimarme más de lo que ya hiciste.
—No mientas. ¡Fuiste tú el que me lastimó!
Tenanye volvió a agitar el madero delgado, cuando inesperadamente recibió un peñascazo en el hombro izquierdo proveniente de un raulí en el que Cris había alcanzado a trasladarse con sigilo. La bruja, apartando la mirada de Jerónimo, descargó hacia los pies del árbol un rayo aún más atronador. En un segundo Cristóbal corrió y se escondió detrás del roble más cercano. Fue como ver a una liebre escapando de montículo a otro. Y esta vez Tenanye no estaba dispuesta a dejarlo huir. Levantó el brazo derecho con el objetivo de que el rayo diera en las raíces. Luego zarandeó la varita, el cuerpo le cayó encima y... esperen: eso último ella no lo había planeado. Sí, en una acción heroica Jerónimo y el cuerpo se tumbaron sobre la bruja, logrando que la vara saliera volando por los aires. Pero lo que no pudieron evitar, fue que esta diera dos rebotes en el suelo y descargara de igual forma una luz eléctrica que llegó hasta una rama situada por encima de Cristóbal. El golpe sacó chispas y la rama no dudó en ceder.
El pequeño, al sentir el roce en su hombro derecho, lanzó un grito desgarrador.
«¡Cri!», Jerónimo gritó desesperado. El cuerpo se levantó a tropezones y juntos acudieron en su auxilio. Mientras que Tenanye, tendida de espaldas en el suelo, sintió que se le partía el corazón debido a que nunca antes había lastimado a un niño.
—Amigo, dime que no te pasó nada —dijo Jerónimo con angustia, a la vez que el cuerpo ocupaba la mano libre para verificar que Cristóbal no sufriera alguna herida de gravedad.
—Estoy bien —apenas contestó—. La rama me rozó el hombro, pero estoy bien. Fue el susto nada más. Jerónimo, ella todavía sigue ahí. No te descuides.
El fantasma echó la vista hacia la bruja que aún no se recuperaba del sentimiento de culpa. De pronto, una idea lo iluminó.
—Cristóbal, hazte el muerto —le susurró—. No, mejor muéstrate agonizante.
—¿Pero qué...?
—Solo hazlo. Confía en mí. Aquí viene Tenanye. Agoniza, agoniza —y recordando viejas glorias comenzó a hacer una muestra de sus dotes actorales—: ¡Este Cristobalucio, cercano pariente del príncipe, mi más caro amigo, ha recibido su mortal herida por defenderme! ¡Mi honra está manchada por el ultraje de Tenanye!
—Oye, para tu teatro por favor —dijo la bruja, acercándose con el rostro desencajado y pálido como la nieve. Aunque adquiriendo fuerzas de flaqueza—. No estás sobre un escenario. Y desde ya te informo que te equivocas si piensas que una brujita como yo se va a enojar porque cites al hocicón de Shakespeare.
¿Cómo está el niño?
—¿Y tú qué crees?... ¡está muriendo! Cristóbal, por favor no me dejes. ¡Sí, es mi amigo del otro lado del muro y qué! ¡¿Tienes algún problema con eso?! —al segundo continuó con gimoteos— Lo has dañado. Se encuentra mal. Necesita del... Doctor Cupido.
Crisss, no vayas hacia la luz porque te quedarás en el cielo y no podremos reunirnos. Tú y yo tenemos tantas cosas divertidas por hacer: nos prometimos un partido. Me dijiste que me mostrarías lo que es Internet y las redes sociales. Me dejaste metido con lo del Play Station, porque si los juegos no se demoran en cargar como los del Atari, entonces debe ser algo bueno. No me dejes, hermano. Mi compañero de fútbol, mi compadre, mi gran amigo y confidente. ¡Crisss! Si tan solo el doc estuviera en este lugar... pero no está. ¡Infeliz soy! —de inmediato el cuerpo se puso de pie, lo elevó hacia el cielo con ambas manos y, emulando a un histriónico pastor del siglo XX, Jerónimo comenzó a invocar al Doctor—: ¡Cupido, ven y ayuda a este enano! ¡Sé que tú lo puedes salvar! ¡Doctor Cupido, no permitas que me quede solo! ¡No me arranques esta felicidad que...!
—¡De acuerdo, los llevaré a la casona del Doctor! —Tenanye no aguantó un segundo más de la tragedia griega y la cortó a regañadientes.
—¿Lo harás? —entretanto el cuerpo le sonaba la nariz y le secaba la única lágrima que alcanzó a rodarle hasta la comisura de la boca.
—Lo haré. Y por desgracia también tendré que llevarte; necesito a alguien que cargue a tu amigo mientras que yo dirijo la escoba. Pero te advierto una sola cosa: ni se te ocurra pedirle al Doctor que te deje completo. Tú que lo intentas, y yo que te divido en cinco partes. Esto lo hago por el niño que, por lo visto, no se encuentra tan mal. ¿Vo' creí que yo soy tonta? ¡No tengo nada de amermelá! ¡Ya!, la rama le pegó durísimo y tal vez perdió un poco el conocimiento; pero no se está muriendo.
—De acuerdo, lo que digas. Usted es la jefa.
—Sí, y me tendrás que decir de dónde salieron esas esponjas.
El fantasma arqueó una ceja y no le quedó más remedio que contestar:
—Te juro que ahí no sé de qué me hablas.
Problema casi resuelto. Cristóbal, un poco desconcertado con los chilenismos de la bruja, tendría que fingir un rato más hasta llegar a la casona del Doctor. Los cuatro volarían en la escoba de Tenanye: Jerónimo sujetado por ella, y el chico se iría acurrucado en los brazos del cuerpo. Pero este último, antes del despegue, con irritante parsimonia, agarró la chaqueta de mezclilla que se encontraba tirada cerca de la fogata ahora extinta y volvió a colocársela. Después tomó las pertenencias del niño, las regresó a la mochila y se la cargó sobre la espalda.
—¡Chicotea los caracoles! —Tenanye lo apremió.
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DICCIONARIO CHILENO
- Chuntería: puntería.
- Amermelado(a): persona tonta, idiota.
- Chicotear los caracoles: acelerar una actividad o tarea.
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