12. El bosque de la bruja Tenanye - parte III
—¿Pesadilla, amigo? —preguntó Jerónimo— Imagino lo que debe ser para ti encontrarte en este bosque encantado y con un sinfín de horribles criaturas mitológicas. Tranquilo, también me asusté un poco al principio. Un tipo tan guapo como yo, entre tanta fealdad, es obvio que también tuve mis pesadillas. Ah, con Cuerpo prendimos esta fogata, te sacamos esa ropa mojada y la pusimos a secar. Él hizo un buen trabajo al formar el cordel de hojas. Técnicas de supervivencia.
Cristóbal se tocó el brazo derecho y después la panza, y en una brusca reacción intentó ponerse de pie al darse cuenta que era cierto: no llevaba la ropa puesta. Solamente una chaqueta de mezclilla que le colgaba desde el hombro izquierdo hasta los muslos.
—Calma, pequeño —Jerónimo lo detuvo—. Tienes mi chaqueta puesta, o la de Cuerpo. Como quieras verlo. En fin. Tuvimos que arroparte con eso. La cuestión es que, por ser un fantasma, no se nos moja. Y no, no es que sea a prueba de agua. En realidad es la que llevaba puesta cuando me convertí en ectoplasma. Supongo que la verdadera se fue en el ataúd. O tal vez ya la vendieron... Abrígate. Aprovecha que te queda grande y cúbrete lo más que puedas: debes mantener la temperatura. Además que ya son bien pasaditas las diez de la mañana, y con este sol tu ropa estará seca dentro de poco.
También nos tomamos la licencia de abrir tu mochila, sacar tus cuadernos para ponerlos a secar, y nos encontramos, aparte de unos lentes, con un pañuelo bastante grande. Espero que no te moleste que me lo pusiera en el cuello. Es que tenía que tapar el corte. No quería asustarte otra vez, así que por eso me ves aquí, sentado y completo. Aunque te recuerdo que... no lo estoy.
En efecto, Jerónimo le había dicho al cuerpo que se unieran por un momento para que Cristóbal no se llevara otro impacto al retornar. El pañuelo blanco, un tanto húmedo, lo ocupó como lo usan los vaqueros. Y demás está decir que el cuerpo gesticulaba más de la cuenta al tratar de ir acorde a las palabras de la cabeza, lo que se veía ridículo. Algo que a Cris, incluso, le sacó una tímida sonrisa.
—¿Usted me va a hacer daño? —preguntó Cristóbal aún temeroso.
—No —lanzó pausadamente.
—¿Me va a cortar la cabeza y se la va a colocar?
—...Nooo —lo alargó un poco más.
—¿Usted es malo?
—Nones —acortó.
—¿Usted es bueno?
—Sí —levantó las cejas y dibujó una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Y por qué?
—Porque no soy malo —cambió el rostro a uno ceñudo.
—¿Y por qué?
—Porque soy un fantasmita bueno —volvió a mostrar una sonrisa extendida.
—¿Y cómo?
—Caramba, amiguito... ¿Me sigues temiendo o no?
—No sé... supongo que un poco.
—¿Cuál es tu nombre?
—Yo... bueno... Cristóbal. Mi nombre es Cristóbal.
—Entonces, Cristóbal, para la otra ponle tus datos a los cuadernos porque tu libreta era la única que los tenía y se anduvieron borrando con el agua. Hasta este minuto suponía que te llamabas Cristián. Por cierto, mi nombre es Jerónimo —el cuerpo le extendió la mano—. Vamos, que el brazo no es el que está suelto (el niño escondió la suya un poco más). Está bien. Si no quieres no te presionaré.
—Espere —dijo el chico súbitamente. Había recordado que gracias a él se salvó de morir ahogado en el río pantanoso—. Antes de darle mi mano, ¿es verdad que ustedes son tan helados como se dice?
—Fíjate que no lo sé. Hasta el momento no me he ido a despedir de nadie como para que opinen eso de mí. Si lo quieres, Cuerpo pone las manos a la fogata y....
—No se preocupe, no es necesario. Otra vez: mi nombre es Cristóbal. Mis amigos me dicen Cris. Aunque la mayoría se come la «s» —y se dieron un fuerte apretón—. Para serle sincero ya me sabía su nombre. No hay quien no lo sepa en San Romeo.
—Mira, qué bien. Sí, es Jerónimo. Mis amigos me llamaban así... ¡Epa!, espera: ¿estás diciendo que me conocen?
—Es una... da para largo. Pero Jerónimo es como el nombre de alguien importante, de la historia. Suena antiguo.
—En realidad mi verdadero nombre es Jacinto de Ercilla Rivera Osorio Nuñez Ibañez Mateo Opazo. Abreviado queda como Jerónimo.
—¿En serio?
—Mmm... no, la verdad es que no. Mis padres son unos hippies que adoraban a su gato antes que yo naciera.
—¿Entonces... usted se llama así por un...?
—Sí, por un gato. Lindo, ¿no? No a cualquiera le ponen un nombre para homenajear a un animal. Qué más da, por lo menos me hace único.
Breve silencio. Cristóbal sintió que Jerónimo se había incomodado, así que de inmediato le cambió el tema de conversación:
—Por casualidad, ¿ha visto un balón de fútbol? —le preguntó.
—¿También te gusta el fútbol? —al fantasma le brillaron los ojos.
—Mucho. Y por lo visto nos gusta a los dos.
—¡Pero si me encanta! Es más, a veces, cuando estoy aburrido, le digo a Cuerpecito que me utilice como pelota y me domine. Una vez llegamos a hacer setenta y cinco, pero le tuve que pedir que se detuviera porque ya casi no podía contar del aturdimiento. Fíjate que él me lleva donde quiero y hace lo que le ordeno. Soy la cabeza del equipo. En realidad él no piensa: no es más que el idiota que sigue al jefe.
Al cuerpo no le gustaron las palabras de Jerónimo, y en menos de lo que canta un gallo le propinó una bofetada que lo mandó a rodar por el brazo hasta caer en el suelo.
«¡Ugh!», exclamó Cristóbal.
El cuerpo, ofendido, se puso de pie y se dirigió hacia el tronco de un árbol situado a quince metros de distancia, dejando a Jerónimo adolorido y pegado al calor de la fogata.
—Lamento que tengas que ver esto, amigo —dijo Jerónimo—. ¿Podrías colocarme en un lugar seguro antes de que mi... ectoplasma materializado se achurrasque? —el niño, un poco asqueado, lo devolvió a las piedras en las que antes parecía estar sentado como un hombre normal—. Créeme que lo lamento. Como verás, el portador de mis extremidades es un llorón. Es que nunca puedo decirle las cosas como son porque se ofende, me hace atado y luego me deja solito para irse a sacar lágrimas de cocodrilo a un rincón. ¡Tanto problema porque soy yo el que piensa!
—Está bien. Creo que él ha provocado que usted me caiga mucho mejor. Digo...
—No digas nada. Es mejor que lo ignoremos. Ya se le pasará. En fin, estábamos en... me acordé: nos encanta el fútbol y me preguntaste por una pelota. No, no la he visto. Pero si quieres te ayudo a buscarla. Me servirá para despejarme un poco de mi búsqueda, ¡sobre todo después de tanto fracaso gracias a mi otra parte que es incapaz de tener una buena idea! —abrazado al tronco, el cuerpo se encogía de la tristeza y lanzaba manotazos del dolor— Contigo, amiguito, haremos un gran equipo.
—¿Usted también busca algo?
—Por supuesto. Llevó años tratando de llegar al Doctor Cupido porque él es el único que puede dejarme otra vez completo. Pero de momento mis esfuerzos han sido inútiles.
—¿Porque usted no se lleva bien con su otra parte?
—La verdad es que no es por eso, sino por... —y la cara se le enrojeció de cólera— por esa bruja... ¡Tenanye! ¡Esa bruja que me las va a...! ¡Pues fue ella la que me dividió en dos! ¡Todos estos años buscando no solo estar completo, sino que también cobrar mi venganza! ¡Bruja, bruja y la que la reebrujó! ¡Ni siquiera me preguntó si acaso deseaba morirme con mi personal stereo que perdí cuando intentaba escapar de ella! ¡No, claro que no! ¡Llegó y me lanzó el hechizo! ¡Tirana de este bosque que ha hecho que me quede preso acá! Tal vez yo no sea uno de los secuaces de esa malcarada bruja, pero estoy varado en este lugar. ¡Este bosque no era lo mismo antes que Tenanye lo convirtiera! Amigo, necesito llegar al Doctor Cupido porque es el único que me puede liberar de este calvario. ¿Entiendes lo que significa?
Por la mente de Cristóbal pasaba la imagen de su familia y lo preocupados que podían estar. Mejor olvidarse del balón, regresar y apartarse de esta locura. Pero sentía que tenía una deuda con Jerónimo. Nadie lo estaba obligando a devolver la cortesía, salvo su conciencia.
—Usted me salvó la vida en ese río pantanoso —dijo—. Creo que puedo ayudarlo.
—¿En serio lo harás? —preguntó con el entusiasmo de un crío.
—Tiene que existir una forma de dar con ese Doctor. Aparte que he llegado demasiado lejos en este bosque.
—Amiguito, no hay cosa que haya dejado sin intentar, pero es Tenanye quien debió haber puesto una barrera invisible que no me permite hacer contacto con él. Es una tirana.
—El asunto es que ahora estoy yo, y estoy vivo. Soy un niño y, pues... —se afligió— en realidad no soy valiente. Ya ni sé lo que digo. De seguro que si llego a ver a esa bruja, gritaré del susto.
A Jerónimo le pareció ver algo que no pensaba sobre Cristóbal. Bajó las revoluciones y adquirió un tono paternal:
—Entonces... ¿por qué estás acá, Cristóbal?
—Porque perdí el balón de mi mejor amigo y vine a buscarlo. Lo cierto es que de donde vengo todos le tienen miedo a este bosque, y también yo. Debí haber pensado mejor antes de cruzar el muro. La verdad es que no soy el indicado para ayudarlo: soy un cobarde.
—¿Puedes cargarme en tus manos? —el pequeño, apesadumbrado, lo cogió—. Creo que eres demasiado valiente y no te das cuenta. Te conozco recién ahora y en todos estos años por fin siento que algo resultará bien. Si deseas volver cuanto antes a tu hogar no te detendré, te acompañaré al muro para que nada malo te pase; pero quiero que sepas que me das seguridad. Mis palabras son sinceras, amiguito. Te lo digo con el corazón que está haciendo un melodrama en el arbolito de por allá y... por lo visto no va a querer comunicarse conmigo durante el resto de la tarde.
—Tal vez no debería decirle a su otra parte que no piensa. Hace un tiempo leí que unos científicos decían que el corazón sí tiene pensamientos y guarda recuerdos, que no es solo una cuestión de historias románticas.
—¡Caramba! Aparte de valiente, eres bastante inteligente. ¿Ves que sí puedes ayudar? Dirígeme hacia mi cuerpo —Cristóbal lo giró con suavidad, y Jerónimo almibaró el trato como si llamara a una mascota regalona—: ¡¿Qué le pashó a mi Cuerpecito lindo que está con penita?! ¡¿Todavía ta' enojao?! ¡Pero si yo lo quiero tanto! ¡Usted es muy inteligentontito porque siempre piensa con el corazón! ¡A ver, ¿quién es shu amigo?! ¡¿Quién le hace cosquillas con los rulos?! ¡¿Quién le habla al ombliguito cuando se siente solo e incomprendido?!
El cuerpo dudó unos segundos. Estuvo a punto de voltear y mover la cola de alegría, tal como lo hace un perrito faldero, pero decidió cruzarse de brazos y dar la espalda en señal de tener aún los sentimientos heridos.
—Costará convencerlo —dijo Cristóbal.
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DICCIONARIO CHILENO
- Achurrascar: ajar una cosa hasta que quede como una churrasca.
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