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Capítulo 7: Nadie Se Escapa

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Mi familia y yo nos encontramos en el cementerio. Ya habían pasado unos días desde la muerte del señor Blythe, y hoy era su Funeral.

El sacerdote dio la bendición al ataúd del hombre, y unos chicos de la escuela, entre ellos Gilbert y James, lo bajaron al hueco ya hecho en el suelo.

Volvi mi rostro hacia otro lado. No podía creer aún que no había sido capaz de salvarlo.

El momento pasó, y todos fuimos a la casa de los Blythes para la reunión del pésame. No hablé con Gilbert en todo el día, y en lugar de ir hacia ahí, decidí quedarme en el cementerio.

No había nadie por el lugar, así que me acerque a la lápida con el nombre de Jhon Blythe, dejando el ramo de flores azules sobre él.

- Lamento no poder haberlo salvado ese día, señor Blythe. - dije, arrodillandome en la nieve, y acomodando las flores. - Creo que lo mío no es la medicina. -

Me levanté del suelo, limpiando unas lágrimas que caían por mis ojos.

- Ese día quería decirle que recibí una oportunidad, señor Blythe. - volví a decir, con las manos entrelazadas. - He aceptado irme por un año a Londres, para trabajar en una iniciativa agrícola. La verdad no se porqué le digo esto. Pero me parece que debería haberlo sabido. Usted me apoyó a seguir con mi vocación, y merece saber que lo he logrado. -

Me quede unos minutos más, hasta que el frío me venció. Me dirigí a la casa de los Blythe, con la cabeza cubierta por el gorro de lana negro.

No volví a ver a Gilbert hasta una semana después, cuando me encontraba con Francis y Luzill en la ciudad, buscando ropa abrigada para el infierno frío que estaba pasando Londres. Lo encontré cargando unos barriles hacia el muelle, y pos chicos estaban subiendo a un barco cuando vieron al señor Gerald y a su esposa desde la otra esquina. Llevaba pantalones y camiseta cuando lo vi, así que el chico no me reconoció.

- ¡Chico! - me llamó una señora mayor que bajaba de uno de los barcos. - Ayudame con estas cajas, por favor. - me señaló las que tenia detrás de ella, y yo asentí. Corrí hacia la mujer, y tomé dos de las cajas.

Las baje hacia un carro que la estaba esperando, y el cochero las subió a la parte de atrás. Volví por las demás, y me encontré de nuevo a Gilbert, bajando los barriles que había en ese barco.

- Muchas gracias, muchacho - me dijo la señora, sonriendo levemente.

- No hay problema, señora. - Bajé las cajas que faltaban, y la señora me dio una monedas. Le Agradecí, y las guarde en el bolsillo de mi chaqueta.

- ¿Jenny? - la voz de Gilbert me hizo detenerme un momento, y me volví hacia el. - ¿Qué haces aquí?

- Vine con unos amigos. ¿Trabajas aquí? -

- Si, desde hace un tiempo.

- Está bien - le dije, y los dos nos quedamos en un silencio incómodo. Escuche a Francis gritando mi nombre desde el otro barco, y me volví hacia él. Observe a Gilbert, me quité el gorro y lo acerque para darle un abrazo.

- Fue bueno verte, Gilbert - le dije, dándole un beso en la mejilla. El chico asintió, sonriendo levemente.

Bajé del barco dando saltos en la escalera, y corrí hacia los chicos. Francis venía con otros muchachos, y los saludé a cada uno con un golpe en la mano. Sentía aún la mirada de Gilbert, y Luzill lo notó también.

La chica levantó sus cejas, y yo negué con la cabeza.

Francis me presentó a los muchachos como unos amigos de él, y hablamos un rato hasta que mi reloj de cuello sonó a las 5.

- Tengo que volver - les dije. Los chicos hicieron sonidos de desacuerdo, pero de igual manera lo hize. Bajé del barco, y pasé por la ciudad en dirección hacia la parada de trenes, pero un auto paro a mi lado en el camino.

- ¿Señorita Jenny? - preguntó el hombre que manejaba el carro. Era el señor Cuthbert, quien venía con un niño a su lado. - ¿Vas hacia Avonlea?

- ¡Si, señor Cuthbert! - le respondí, quitandome el gorro de nuevo. - Pasé el día con unos amigos en el muelle, y tengo pensado tomar el tren de las cinco y cuarto.

- Sube, niña. Nosotros te llevamos. - le Agradecí al hombre, y subí en la parte de atrás. El chico se presentó como Jerry, y note su acento francés.

- ¿Anne le ha contado lo del trabajo en Londres? - le pregunté al señor, y el negó confundido. - Me han ofrecido una participación en el proyecto del gobierno para rehabilitar las áreas rurales en Inglaterra.

- ¿Es mucho tiempo lo que estarás por esos lugares?

- Un año, si no es menos. Los últimos meses los pasaremos en Trinidad.

- ¿Y la escuela? - pregunta después de unos segundos. Me aclaro la garganta y vuelvo a colocarme el sombrero.

- Tendrá que esperar - le respondí. - Al menos me terminaré la escuela dominical al mismo tiempo que todos los demás.

El resto del camino fue callado, y no hablamos más del tema. Llegamos a Avonlea, y el señor Cuthbert me dejó frente a mi casa, ya que estaba en el camino hacia tejas verdes.

Le agradezco al señor, y entró a mi casa, limpiando los botas en el tapete de entrada. Mamá había ido a la casa de los Andrews para agradecerles por la cena del anterior viernes. La verdad los padres de Prissy solamente querían conocernos, así que comimos y hablamos hasta que nuestro cochero llegó por nosotros ese día.

Dejé mi saco en el perchero, y subí corriendo las escaleras hacia mi habitación.

Estaba demasiado cansada como para durar un poco más despierta, así que me cambié y fui directamente a dormir.

Al día siguiente, fui a la casa de Anne para que me ayudara a elegir que debía llevar al viaje, y que debía dejar en Avonlea.

Al mismo tiempo, la chica me enseñó un vestido que Matthew le había regalale el día anterior.

- ¡Está hermoso! - le dije, observandolo. Era de mi color favorito, y tenía mangas pomposas. Justo como Anne siempre los había querido.

- Lo voy a usar para una reunión a la cual me han invitado los Barry - me dijo, sacando de mi maleta otros vestidos, para elegir entre ellos. - Te han dejado una invitación también.

- Está bien -

Anne alzó los vestidos uno por uno, lanzando los que estaban elegidos sobre su almohada, y los otros sobre la silla de su habitación.

Observé el vestido gris azulado. La mayoría de mis vestidos me estaban quedando apretados, y sólo podía usar los que eran nuevos.

Anne también notó el vestido, y lo alzó en sus manos con los ojos brillando.

- Esto es hermoso - dijo, observando el bordadillo del cuello y las mangas. Todo el vestido tenía un aire invernal, y las flores lo hacian ver más primaveral.

- Este fue un regalo de Jordan en navidad - le dije, tocando las mangas pomposas - Está como nuevo.

- Deberías usarlo más, es hermoso - comenta Anne, dejándolo sobre la cama con una mueca de aspiración. La observe un rato, y finalmente tomé el vestido.

- Creo que lo debería tener alguien que realmente lo vaya a usar - comente, observandolo. - ¿Te ha gustado, no es así?

- Si - susurra, un poco cohibida. Se veía que los regalos no habían sido algo que hubiera recibido mucho en los pasados años.

- Entonces, es tuyo -

La niña no cabía de la alegría cuando se probó el vestido. Ya que Anne era más bajita que yo, el vestido le quedaba de un largo elegante a la altura de la espinilla, y el corcé no le quedaba ajustado.

Ya eran pasadas las 4 de la tarde cuando mi hermano arribó a Tejas Verdes, llamando por mi así ir hacia la casa. El estaba en el hogar de Gilbert, y tenía curiosidad sobre que estaba haciendo el chico.

En el camino a casa, le hize esa misma pregunta mientras pasamos por los matorrales.

- Cosas de chicos, supongo -

- ¿Supones? - le cuestione con la ceja en alto. Él colocó los ojos en blanco, y supe que no debía preguntar más. El me diría a su momento.

- Espero que les hayas dicho ya a tus demás amigas que te vas, porque no quiero recibir visitas todos los días de niñas llorando. -

- Que gracioso - contraataque, rodando mis ojos al instante. - Saben que voy a Inglaterra, así que no tienes porque preocuparte.

El día siguiente fue frío en ambos sentidos.

El invierno ya estaba llegando a Avonlea, y la fina capa de viento frío asomaba por las cortinas de mi habitación. Me levanté con un gruñido perezoso, y observando el vestido que había elegido la anoche anterior, arreglé mi cabello con una cinta azul cielo, y me vestí con cuidado de mi pie.

Aún sentía dolor, pero el daño no había sido tan terrible como temía. Salí de mi habitación con las botas puestas, y sin esperar a mi hermano (que a esas alturas estaba buscando su ropa) salí de la casa después de hacer el almuerzo de los dos.

Desde que mi padre había muerto, Verónica era casi era un fantasma en la casa. Nunca se le veía excepto cuando alguno de nosotros estaba enfermo, y despertaba casi una hora antes del almuerzo. Mis hermanos ya habíamos aprendido a ser autónomas desde ese momento, y tal vez a ellos no les molesta la actitud de mamá. Pero a mi me enfada demasiado.

Incluso aunque había salido primero que mi hermano, llegué justo a tiempo cuando la campana sonó. Aún venía lejos, y cuando escuché el tintineo, tuve que correr junto a los otros chicos que se había quedado hablando en la linde del bosque.

Al llegar a la puerta entre todos los chicos, lo primero que noté fue el asiento que ocupaba Anne. Estaba vacío.

El momento de confusión que vino después de eso me dejó aturdida unos segundos, lo suficiente para que el profesor notara mi presencia entre todo el mar de muchachos.

- ¡Pero miren que hay aquí! Señorita McKyntire, ya que disfruta tanto de la compañía de los hombres, por favor ocupe el asiento de su hermano al lado del Señor Blythe. -

Todos los demás chicos estaban ya en sus asientos, y yo quedé por unos momentos petrificada frente al profesor. ¿Como se atrevía?

- ¿Disculpe? - le dije, saliendo de mi ensimismamiento en un segundo. - ¿Es una broma, no es así?

- Sientese donde le he dicho, señorita Jenny - ordenó el profesor. Entorne mis ojos hacía él, pero la resignación salió primero de mi boca con un suspiro. Arrastre mis pies con la frente en alto, pero sentía las lágrimas quemas por detrás de mis ojos cuando escuché la risa de los chicos.

Me senté al lado de Gilbert, sin mirarlo siquiera. Solté mis libros sobre la mesa, y cubrí mi frente con las manos frías.

James entró pocos minutos después, excusándose con el profesor. Mi hermano tuvo que sentarse en la parte de atrás, con el ceño fruncido al verme ahí con los chicos.

El maestro comenzó la clase de matemáticas sin Anne.

Raíz cuadrada de 24, multiplicado con el exponente de… Era lo único que mi mente procesaba en esos momentos. Gilbert no se movía a mi lado, pero sentía su respiración cerca de mi brazo, causándome cosquillas.

Rasque esa parte de mi brazo, y seguí escribiendo sobre mi pizarra.

Las horas pasaron, y casi sin saberlo, la campana para irnos a casa había sonado. Tomé mis cosas sin mirar a nadie, y mucho menos escuchar a mi hermano que trataba de llamarme.

Me levanté del asiento de un salto, y cruze la habitación para tomar mi chaleco y la canasta (aún llena) de comida.

- ¡Jenny! - me llamó Gilbert entre la multitud de estudiantes que ya salían por la puerta. Me volví hacia el un segundo, asintiendo con la cabeza. - ¿Estás bien? - terminó, tomando también del perchero sus cosas.

- Si, claro. ¿Por qué estaría mal? - le cuestione, sorbiendome un poco la nariz por el frío que estaba haciendo.

- Lo que ha hecho el maestro estuvo mal. Te he visto todo el día sin hablarle a nadie.

- Es porque no he visto a Anne - le respondí, pasándome la correa con los libros por el brazo. -

- ¿Aún no lo sabes? - comentó Gil, deteniendo mi brazo unos segundos. Tenía la piel cálida y abrigada, casi como si el frío no le hubiera afectado aún. - El señor Cuthbert está enfermo.

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