Capítulo 2: Los Cuthberts
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Capítulo 2: Los Cuthbert
Veroncia McKyntire se encontraba a nuestro lado en el momento que nos dirigimos hacia nuestra nuevo hogar. Observaba el rostro deslumbrado de James cuando dirigía su atención hacia el hermoso paisaje veraniego que llevaba Avonlea luciendo en estas temporadas. Después de bajar el tren, había un carruaje esperándonos en la entrada, listos para el camino de una hora que tendríamos debido a todo nuestro equipaje. Mamá... mamá era la que traía una cantidad exagerada de maletas.
- No te acostumbres mucho a esta visita - le comenté, dando un apretón a su hombro derecho. - Aquí los inviernos son más largos, y llegan antes que en París. -
James me dirige una mirada de soslayo, y susurra sobre mi oreja con un acento francés forzado. Susurraba sólo groserías con el acento burlón, así que negué con la cabeza y le di un golpe en la nuca. Se quejó en voz baja, con una sonrisa pícara en su rostro, y supe que estaba fingiendo el dolor. La personalidad de mi hermano... era tan variante pero, al mismo tiempo, siento que eso es lo que lo hace interesante para el resto del mundo.
Verónica, mi madre, movía frenéticamente los pies en el duro suelo del carruaje, sus ojos cerrados sin mirar la vista por la que James y yo nos devivíamos. Faltaba ya poco para llegar a donde sea que mamá nos estaba llevando, pero los dos sabíamos que no estaríamos toda la tarde ahí: antes de irnos de viaje, mamá había recibido una carta desde Canadá, unos viejos amigos de ella invitándonos a quedarnos en su hogar, a sólo unos minutos de la casa veraniega donde mamá había crecido.
Sabíamos que mamá visitaba regularme esa isla con su familia, especialmente porque sus abuelos vivían en aquella casa. Más allá de eso, había muy poco, porque mamá dejó de ir cuando seguía siendo muy pequeña. De por si era extraño que por primera vez en años estuviera tan deseosa de volver a la isla de la que nunca hablaba a sus hijos.
- Madre, ¿cómo son las personas que vamos a conocer hoy? - Hice la pregunta con un deje de interés, porque quería ver sus reacciones a ella. Sólo abrió sus ojos, nos observó por unos segundos y asintió, suspirando. Mi petición había cautivado la atención de James, quien me rodeó por los hombros para inclinarse más hacia mamá, casi colocando su oreja hacia donde ella estaba. Verónica se aclaró la garganta suavemente, y logré ver en sus ojos como empezaba a formar en su mente una descripción a la altura.
- Han pasado tantos años, que probablemente todo lo que les diga ya ha cambiado. Pero ellos eran amigos de mis abuelos, una familia a la cual tenían mucho pesar debido a la muerte del padre. Solía jugar con Matthew, el menor de ellos, pero son tres hermanos. Michale era el mayor, casi no lo conocí. Marilla le sigue, una mujer bastante amable, cariñosa. Y Matthew era muy callado, de milagro jugábamos con piedras porque rara vez hablaba con alguien que no fuera su familia. - explica con ligera parsimonia, tomando sus manos y observandonos con atención. - Sólo me di cuenta, tiempo después, que Michael había muerto. Sé que mis abuelos siguieron pendientes de su familia hasta que ellos mismos se fueron.
- Y el chico, Matthew... ¿Te gustaba o algo? - preguntó James, titubeando un poco. No pude evitar reírme cuando dijo, pero con el rostro que mi madre tuvo en ese momento, me sentí mal por haberlo hecho.
- Estaba muy pequeña, niños. Si bien, Matthew era unos buenos seis años mayor que yo. Sólo los recuerdo por pedazos, pero fueron lo suficientemente amables como para invitarnos a su casa cuando llegaron las noticias de nuestro viaje, así que quiero que sean muy cordiales con ellos. Nada de tonterías, bromas, cosas así. Recuerden su educación.
Mamá se volteó de nuevo hacia la ventana, y siguió observando el paisaje floreado.
James y yo compartimos una mirada, y tuvimos presente que nuestra madre jamás hablaba de su niñez. Avonlea estaba volviéndola casi que nostálgica, aunque no quisiera admitirlo, y eso me asustaba un poco. La muerte de Jordan... no sé que tan bueno sea para mamá sumergirse en los recuerdos ahora.
Observé sobre el hombro del conductor como se dirigía hacia una casa diferente a las descripciones anteriores de nuestra madre. Era de dos pisos, ancha en todo su esplendor y con un hermoso color verde.
- ¿Dónde estamos? - pregunté maravillada, sacando mi cabeza por la ventanilla, mientras mi hermano trataba de no quedar aplastado.
- Estamos en Tejas Verdes, hijos. El hogar de los Cuthbert.
Los dos levantamos una ceja al mismo tiempo, y preguntamos: - ¿Porque llegamos aquí primero?
Mamá negó la cabeza por ese momento, y cuando el conductor se detuvo en la entrada, nos respondió.
- Les pedí a los Cuthbert si podías pasar aquí unas horas, mientras todo en la casa está arreglandose. - James no logró esperar mucho más, y abrió la puerta del auto. Frente al umbral de Tejas Verdes, estaban los dos hermanos, Matthew y Marilla Cuthbert. Pero lo único que no reconociamos mi hermano y yo, era la chica de 13 años que se balanceaba emocionada sobre sus pies.
James bajó del carro, y mamá hizo lo mismo del otro lado con la ayuda del conductor. Mi hermano me ofreció una mano, y bajé de igual manera que él. Observaba con una sonrisa todo, pero el más emocionado era él. Mamá se acerco primero a los hermanos, y escuchamos desde ahí como se saludaban y abrazaban.
La niña se presentó a nuestra madre, pero no logramos escuchar mucho. Verónica nos observó desde donde nos encontramos, e hizo una seña para acercarnos hacia ellos.
- Estos dos son mis hijos menores. - les comentó, tomando de los hombros a James, mientras yo colgaba de su brazo. - James y Jenny.
- Es un placer conocerlos - dijo Marilla con una leve sonrisa, y Matthew hizo lo mismo, pero un poco más confundido y trastabillante.
- Es un gusto, Jenny y James. - se acercó la niña pelirroja. Me estaba sonriendo como si fuera un ángel, y sabía que era por nuestro peculiar cabello. - Me llamó Anne Shirley-Cuthbert.
- Es un placer conocerlo, a todos. - les digo, apretando la mano de mi hermano para que dijera algo también.
- Si, el mio también. - James sacudió las manos de las nuevas personas, y Marilla nos invitó a pasar.
Anne Shirley venía con nosotros mientras mamá hablaba con los Cuthbert.
- ¿De dónde son? - quiso saber Anne, abriendo la puerta de Tejas Verdes. James parecía mudo, pero lo pellizqué en el brazo para que contestara. Anne no quitaba la vista de mi hermano.
- Somos de París - le respondió con nerviosismo. - Nuestros hermanos mayores son de Londres, por lo cual no hablamos con un mismo acento.
- ¡Oh, que maravilloso sería visitar París! Una amiga siempre me comenta todo sobre París, pero estaba emocionada por conocer a otras personas que han vivido ahí al igual que ella. - Anne Shirley hablaba extremadamente rápido, pero su actitud me causaba gracia. Al parecer con James era igual, porque sonrió levemente con las palabras de ella.
- Tejas verdes es maravilloso en todos los sentidos. Definitivamente la ciudad no se puede comparar. - le digo observando el campo frente a la casa. - Hace un rato pasamos por un paraje de flores hermosas, y un pequeño riachuelo al lado.
- ¡Ese es, justamente, el lago de los Barry! Diana, la hija mayor, es mi mejor amiga. - Anne se encontraba subiendo las escaleras, pero James y yo nos detuvimos en el inicio de ellas. Sería extraño pasearnos por una casa ajena sin siquiera ser recibidos en la entrada, hablar con los dueños, pero Marilla tocó mi hombro y señaló hacia arriba, musitando un "por supuesto pueden seguirla". Mamá ya se había ido, así que con un asentimiento ambos la seguimos, todavía escuchando su voz resonar mientras hablaba.
Anne nos dio entrada a su habitación, un lugar más que etéreo. Tenía plantas colgando desde la ventana, la cama organizada con unas flores encima de las fundas, varios libros acomodados en la repisa de al lado, y un juego de té decorativo, con varios colores y diseños. Nos contó que era su primera vez conociendo personas extranjeras, pues la mayoría de los residentes en Avonlea eran nacidos ahí o trasladados de otras islas cercanas. Nos contó un poco sobre su amiga Diane, y la verdad hubiera deseado tener muchas historias hermosas de París para contarle. Pero James y yo nos miramos mutuamente cuando comenzó a contar su historia de "Princesa Cordelia", riéndonos por lo bajo cada vez que la niña saltaba de un lado a otro, interpretando sus palabras.
Paris no era así de emocionante, o al menos no como el mundo que Anne nos relataba. Estaba segura que cualquier historia en la cabeza de esa pequeña podría formarse en el más maravilloso y heroíco viaje, pero creo que ninguno de los dos estábamos en forma para pensar así. No después de todo lo que nos había pasado.
Notaba la mirada divertida de mi hermano, y supe que le comenzaba a interesar Anne. Es solo un par de años menor, y una chica muy divertida e interesante.
Marilla había subido las escaleras y nos había dicho que podíamos dar un paseo por el campo, ya que James y yo eramos suficientemente mayores para ir.
- ¿Puede venir Anne también? - le pregunto, pasando un brazo por los hombros de la niña. - Estará bien con nosotros. Además sería de buena ayuda una guía como ella.
La chica no podía saltar más de la felicidad.
Nos guió por los establos, hasta que salimos a la Avenida. Ella y James estaban divirtiéndose, y me sentía mal porque no podía hacerlo al igual que ellos. Cruzamos el paraje de flores, y a lo lejos observé una reja negra con flores entre ellas.
- Ustedes sigan adelante, chicos. Se me ha caído el listón que tenía en el cabello. - les digo, efectivamente sin el listón. Tenía memorizado en el lugar exacto donde lo deje caer, pues había sentido como me rozaba el codo y lo ignoré, pensando que sería una hoja del árbol más cercano. Ellos asintieron, y mi hermano siguió atento a las historias de Anne.
Volví sobre mis pasos, y recogí el listón. Observé de nuevo la reja con flores, y esta vez me acerqué con cuidado.
Era completamente hermosa.
Tenía flores de diferentes colores enredadas por todas las varillas de hierro, y las ramas parecían haber encontrado un lugar específico entre toda esa construcción. Me encantaba el aire de viejo y olvidado, ya que era muy hermoso.
La reja era de una casa, cuya entrada estaba un poco lejos, así que no me preocupe.
Saqué de mi bolso un pequeño estuche de cuero, algo que había sido regalo de mi hermano mayor durante el último viaje que hice para verlo. Había dicho que tuvo que hacer muchas cosas para conseguir uno de esos, pero tan pronto al ver mi emoción supo que valió la pena. Suspiré, tomando el aparato de vidrio en mis manos. Era un sellador, un lente con gran aumento que al reflejarse con la luz era capaz de capturar la imagen por unos segundos en su capa de goma, más abajo. Si te lo acercas al ojo con suficiente agilidad, podías ver la imagen que capturó. Era lo más parecido a una cámara moderna que su hermano pudo conseguirle, en vistas de que eran demasiado costosas y poco accesibles.
Observé por el otro lado del lente, y se veía la flor frente a mi, con enredaderas verde opaco.
Ya que no tenía mucha luz del día, decidí acomodar mi vista a través del lente para observar los detalles, sin importarme no poder hacer uso de su función más peculiar. Seguí caminando alrededor de la reja, enfocándome en la flora, buscando algún punto de iluminación más fuerte.
Habían pasado unos minutos desde que hacía eso, y a mis espaldas escuché una rama.
Me espanté en el momento, y volví todo mi cuerpo hacia delante, aún observando con el lente. Ni siquiera vi quién era, pero estaba tan tensa que de forma inconsciente presioné mi rodilla hacia abajo, trastabillando con fuerza.
- ¿Qué estás haciendo? - preguntó un divertido Gilbert Blythe, quien sostuvo mi codo con fuerza. Esa era la única razón por la que no había caído de cara al piso todavía.
- Admirando éstas hermosas flores - le respondo, dándome la vuelta y guardando el lente en su estuche. Seguramente estaba roja de la vergüenza, pero debía disimularlo lo mejor posible. - ¿Vives por aquí?
- Esta es mi casa.- Señaló la construcción que había más adentro de la reja, aumentando aún más mi rojeza. Al menos vivía en una casa espectacular, y seguramente todo el campo que había detrás hacia parte de estas. Él miró hacia arriba, en el árbol que nos cubría, y sonrió de nuevo. - Manzanas es lo que más cultivamos, míralas.
Eran un tipo de manzana bastante roja, con piel liza y sin ninguna imperfección. Estaba demasiado alta como para bajarla sin ninguna herramienta así que el chico no lo intentó, soltándome del codo cuando logré apoyarme en la reja por fin.
- Lo siento, estaba dando una vuelta con mi hermano. Creo que debería de volver ya.
- Estas caminando de lado.
La casi caída me había hecho despertar el dolor crónico de rodilla que tenía. Suspiré, asintiendo a sus palabras y comentando mi problema, pero restándole importancia casi de inmediato. No era tan grave como para no poder caminar de vuelta a casa de los Cuthbert. Al menos eso creía.
- Creo que deberías sentarte a descansar un rato, parece que no puedes apoyar esa pierna.
- Está bien, puedo esperar a mi hermano más adelante, no creo que demore en encontrarme. - Gilbert observó a su alrededor, casi como esperando escuchar a alguien gritar mi nombre. Estaba segura que James debía de estar dando la vuelta.
- Ven - me dice mientras se acerca hacia mi - Te llevaré donde sea que esté tu hermano.
Jordan y James me había cargado muchas veces por la misma razón de la rodilla, pero jamas imaginé que terminaría siendo cargada por Gilbert Blythe, mientras encontramos a mi hermano casi corriendo por los arbustos, seguramente viéndome a lo lejos. Fue algo divertido y aterrador, ya que mi desaparición pudo haber alertado a alguien.
Cuando llegamos a la avenida, James corrió hacia los dos y me tomó en sus brazos. Realmente el dolor era casi que insoportable pero había aprendido a caminar con él, aunque ya era muy tarde como para calmarlo. James agradeció al muchacho por auxiliarme, diciendo que la persona con la que estábamos volvió a casa para alertar a sus tíos. Él suponía que me había lastimado, así que se devolvió.
Estaba roja de la pena. Golpeé a mi hermano para que nos fuéramos rápido, no quería seguir sintiéndome como la dama en apuros en frente de una persona que casi no conozco, pero aún así ellos dos seguían hablando, y ya mi mente ni siquiera procesaba sonidos. Sólo cerré mis ojos, y dejé que el fornido de mi hermano me llevara devuelta a casa de los Cuthbert.
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