6. Raymond Giesler.
Han pasado dos semanas desde que nos refugiamos en el valle y las provisiones se nos están acabando. Lucca pudo ver hasta dónde ha llegado el poder de Noterral, aparentemente han tomado ya siete pueblos a lo largo del país. Muchas personas han muerto a causa de sus bombas, mientras que muchos inocentes están prisioneros de quienes evitaban una guerra mundial y ahora van en contra del gobierno.
—¿Estás lista, Anna? —Ray llega a mi lado, ya con su mochila puesta y el arma enfundada en su cintura. Asiento con la cabeza mientras coloco las dagas en mi cinturón y agarro mi mochila.
—¿Seguro que no quieres que vaya con ustedes, Ray? —Jane nos mira con deseos de ir al pueblo con nosotros.
—No, quiero que te quedes aquí por cualquier cosa. Eres rápida y atlética, podrías ser de ayuda si algo pasa mientras no estamos. Edwin, cuando salgamos, cerrarás la puerta y no la abrirás a no ser que sea la clave. Ambos sabemos que eso funciona. Lucca, sigue trabajando en la investigación, necesitamos saber si la base de aquí es grande.
—Lo haré —responde mi primo mirando la pantalla de la computadora, dónde se ven unos planos—. ¿Llevan la lista de cosas que necesitamos?
—¿La de provisiones de comida e higiene? Sí. ¿La de cosas electrónicas necesarias para comunicarnos y que sigas divirtiéndote con la informática? Sí, también la tengo —mi primo rueda los ojos y río ante ese gesto. Antes de salir de la cabaña, Jane se acerca a mí y me abraza.
—Cuídate mucho, amiga. Te quiero de vuelta, con vida y sin heridas.
—Jane, ni siquiera sabemos si hay una sede en Jidrà.
—Pero es probable que lo haya.
Sin decir más, Ray y yo salimos de la cabaña. Esperamos a que Edwin cierre, tal como su hermano le pidió y partimos rumbo al pueblo. Es un día soleado, tranquilo, sin una nube en el cielo. Siento que abandonamos Jidrà hace años, pero sólo pasó una semana. Una sensación extraña se anida en mí, es una mezcla de nostalgia con rabia; tristeza con deseos de venganza. Trato de no pensar en ello, el camino al pueblo desde el valle es largo y no quiero llegar hecha una furia.
Pasamos todos estos días entrenando durante las tardes, mejorando la puntería y las técnicas de defensa cuerpo a cuerpo. Tuve la posibilidad de admirar a Ray sin remera, a su vez de que descubrí una gran cantidad de cicatrices en su espalda, como si hubiera recibido latigazos. A demás, volví a ver la cicatriz de su brazo y pude apreciar que, si bien no es reciente, tampoco es muy antigua. Fue profunda en partes y abarca desde el hombro hasta la mitad de su bícep. Ray no sabe que lo vi sin camiseta, tampoco sabe que se lo que oculta bajo la ropa y me intriga.
—Es un lindo día, ¿no crees? —Me saca de mis pensamientos, como si no quisiera que un silencio nos invadiera.
—A decir verdad, si. Ray —llamo su atención, logrando que me mire —. Hace unos días, te vi con el torso desnudo —sus ojos se abren ante la sorpresa, debe pensar que lo acoso desde la puerta de su habitación —. No es lo que piensas, tranquilo. Te vi el día que estabas en el valle, donde entrenamos, mientras todos estábamos dentro de la casa.
—Oh, comprendo —dice con un hilo de voz —. Supongo que también viste mis marcas.
—Sí, y no voy a negar que tengo curiosidad sobre ellas. Pero, si no quieres hablar de ello, te entenderé.
—Supongo que es un buen tema de conversación, considerando que no sabes absolutamente nada de mi y soy el nuevo —río ante su comentario. Ya no me parece el chico nuevo, es un compañero de lucha más, un amigo más, un familiar más —. Todo se resume en una persona: mi padre. Un guardaespaldas frustrado con su trabajo, despedido por haber empezado a tener problemas de ira. Muchas veces, su ira se mezclaba con el alcohol y eso traía consecuencias para todos.
>>Mi madre era una enfermera orgullosa de su trabajo y tenía turnos de guardia cambiantes. La primera noche que papá se embriagó hasta olvidar su nombre, mamá tenía el turno de tarde. Al llegar a casa, él la atacó diciéndole que era una zorra, que seguramente lo engañaba con algún médico y la golpeó. Un solo golpe bastó para tirarla al piso e intentó patearla, pero yo me interpuse.
>>Luego de ese día, me empecé a quedar después del colegio a las clases de karate. No era un alumno, era un observador que después practicaba solo lo que veía. Le enseñé a Edwin dos códigos que debía saber muy bien: uno para esconderse y otro para saber que era yo y viceversa.
—El código de golpes que usó al llegar a la cabaña —deduzco con la mirada perdida en el camino —. ¿Hace cuánto pasó esto?
—Hace dos años. Luego, todo empezó a ir peor. Papá se alcohilizaba cada día más, golpeaba a mamá y luego la obligaba a hacer cosas, nuestra vida se volvió un infierno. Si me encontraba haciendo algo que él consideraba incorrecto y estaba en estado de ebriedad, se sacaba el cinto y golpeaba mi espalda hasta más no poder. Recuerdo el llanto, los lamentos y las disculpas de mi madre mientras curaba mis heridas; recuerdo haberle dicho que debíamos huir o denunciarlo, por más que fuera mi padre.
—Ray, ni siquiera lo imaginaba. Lo siento tanto...
—No importa, Anna. Se siente bien hablarlo con alguien.
—Entonces siéntete libre de continuar —le dedico una sonrisa y él suspira.
—El final de todo llega hace tres meses. Llegué con Edwin del colegio y encontramos a nuestro padre en total estado de sobriedad, algo que no pasaba hacía mucho. Nos preguntó sobre nuestro día y se mostró amable. Algo me dijo que eso no era bueno, así que le dije a mi hermano que fuera a esconderse. Al rato, llegó mi madre y tuvo el mismo recibimiento.
>>Papá se ofreció a hacer la comida y así lo hizo. Pero luego, mientras mamá tomaba agua, él la apuñaló. Yo estaba en el garaje, con Edwin, cuando escuché el grito de mamá y el ruido a vidrio. Fui a ayudarla y la encontré sosteniendose el vientre mientras miraba desconcertada al hombre con el que estaba casada. Traté de acercarme a ella, pero mi padre me cortó el brazo y el dolor mezclado con el sangrado no me dejaron seguir. Me quedé en la puerta, viendo cómo volvía a ser herida y corrí. Tomé a Edwin del brazo y corrimos a la policía. Al verme sangrar, no dudaron y mandaron una patrulla, aunque ya era tarde. Nuestra madre ya estaba muerta.
>>Nuestro padre debe enfrentar a la justicia ahora y nosotros teníamos dos opciones: venir a Jidrà con nuestra tía o enfrentar todo un procedimiento con el orfanato. Mudarnos al pueblo nos pareció lo mejor, necesitamos paz y eso es lo que vinimos a buscar, aunque claramente no la encontramos.
—No se qué decirte, Ray. Juro que pensé de todo, menos esto. Lo lamento tanto...
—Anna, no te disculpes, no tienes por qué hacerlo —me sonríe y siento calidez en ese acto.
—Ahora, tú y Edwin son como parte de mi familia y me aseguraré de que nada malo les pase, no más. Estamos juntos en esto.
Ray vuelve a sonreír y, esta vez, rodea mi cuerpo con su brazo. Estamos entrando al pueblo y empiezo a sentir la soledad que se respira allí. Vamos primero a la, ahora vacía, tienda de electrónica y sacamos todo lo que Lucca nos pidió. Comunicadores, teléfonos, chips y baterías. Salimos de ahí y vamos a una tienda calles más abajo. Juntamos un poco de cosas y acomodamos todo en mi mochila.
—Es mejor que lleves esto, por las dudas. Eres un poco más cuidadosa que yo, lo tecnológico estará mejor contigo. El resto de la comida, viene conmigo.
Río ante eso y salimos de la pequeña tienda. Caminamos por las calles vacías, parece que no hay nadie en el pueblo. Tenemos que llegar al almacén central para buscar más alimento y poder volver. Vamos con cuidado, sigilosos, por las dudas de encontrar terroristas. Ray entra antes que yo en el almacén, pero sale rápido, casi corriendo.
—¡Corre!
No entiendo a qué se refiere, pero veo cómo saca la pistola y la carga. Empiezo a correr, con él atrás de mi y empieza a disparar. Dos agentes empiezan a seguirnos, los cuales son inmovilizados con balas gracias a Ray. Saco las dagas de mi cinturón y corro con ellas en las manos, lista para atacar si es necesario. Un enemigo aparece por una calle y le corto el brazo, luego la cara y, con una patada, lo dejo en el suelo y sigo corriendo. Me meto a una calle alterna y luego a una casa, todo para despistar a quién me sigue. Salgo por una ventana y corro hasta las afueras del pueblo y es ahí cuando me doy cuenta: Ray ya no me sigue.
Me trepo a un árbol y observo desde allí por un rato. Nadie viene tras de mí, nadie más me sigue. Espero un rato más y vuelvo a caminar hacia la cabaña. ¿Dónde estás, Ray? Por favor, que esté bien y haya escapado.
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