4. Elección de armas.
Mi mirada está fija en una daga con mango muy particular, color rojizo. Su forma curva me da la sensación de que al empuñarla uno tiene comodidad, ya que parece ajustarse a la forma de la mano. Hay un pequeño símbolo en el mango, color dorado; de lejos parece un águila con las alas abiertas, sosteniendo un escudo en sus garras. La funda de la hoja es del mismo tono que el mango, y las terminaciones son en dorado, igual que cada terminación y detalle en esa arma blanca.
—A pesar de que todavía no les toca elegir armas, veo que Anna ya se adelantó —giro mi cabeza para mirar de lleno a Ray, quién me mira sonriente —. ¿Te gusta esta daga, verdad? —la sostiene entre sus manos mientras espera una respuesta.
—Sólo llamó mi atención, es todo.
—Bueno, tiene una gran historia detrás, ¿sabes? Esta daga le perteneció al abuelo de mi madre, un SA-Obergruppenführer.
—¿Son descendientes de un Nazi? —Lucca mira a los hermanos con algo de recelo.
—Así es, nuestro bisabuelo perteneció a las Sturmabteilung, mejor conocidas como SA (sección de Asalto) o camisas pardas del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, los Nazis. Era un general, pero no era de los malos. Parecía serlo, debía disimular para seguir dentro del partido Nazi y así mantener a su familia a salvo. Cuando la SA se disolvió, encontró algo de paz y le regaló esta daga a mi abuelo, junto con la enseñanza de que siempre hay que hacer lo correcto, incluso estando en el bando de "los malos".
—Debí suponer su ascendencia, debido a sus nombres claramente alemanes.
—Sabes mucho, ¿verdad Lucca? —Mi primo se cruza de brazos ante la pregunta, no le gusta que lo consideren un cerebrito.
—Sólo sé que no sé nada.
—Sócrates, un gran filósofo. Anna —Ray se dirige hacia mí, aún con la daga en sus manos —, quiero que me demuestres qué tan buena eres con esta belleza.
Tomo el arma blanca y la desenfundo, dejando relucir su hoja. Acomodo la funda en mi cintura y empuño la daga en mi mano izquierda, mi mano hábil. Ray me señala un árbol en particular y voy hacia él. Imagino que es un agresor y me pongo en posición de alerta y ataque. Hago unos cortes a la corteza del tronco, a la altura dónde no se dañarían órganos vitales. Doy un salto atrás, como si mi atacante me quisiera herir y aprovecho el momento para hacer una maniobra que cambia de mano la daga; vuelvo al ataque, esta vez colocándola en un cuello imaginario y hago un poco de presión. Mi intensión no es matar, sólo herir para huir o salvarme. Me alejo lo suficiente y miro los cortes que le hice al árbol antes de volver con el resto.
—Nada mal, Anna. Tu arma será definitivamente la daga. Tienes manejo en ambas manos, sería genial si pudieras manejar dos a la vez.
—Bueno, siempre me gustó el esgrima y manejar armas blancas, supongo que es por eso.
—Debe serlo. Jane, tu turno. Escoge tu arma —mi amiga va derecho a un arco curvo y delgado, de color madera. Toma la aljaba de cuero, que contiene una gran cantidad flechas y se la cuelga en el hombro izquierdo. Al verla preparada, Ray le señala una fila de árboles que están delante de nosotros —. Quiero que apuntes a cada tronco y dispares, así sin más. Veremos qué tan buena es tu puntería.
Como si tuviera la mejor preparación del mundo, se posiciona delante del primer árbol y apunta. La veo tomar aire, concentrada como nunca antes la había visto y dispara su primera flecha, clavándola de lleno en la planta. Camina de costado hasta su segundo punto de ataque mientras prepara la flecha y vuelve a disparar, esta vez casi saliéndose del tronco. Dispara a los otros tres árboles que le quedan y vuelve con nosotros y mucha decisión en su rostro.
—No me digas nada, Ray. Mi arma será esta, como mucho una ballesta. Practicaré mejoraré mi puntería.
—¡Pero si casi ni fallaste! —Edwin la alaba con los ojos casi salidos de órbita.
—Lo sé, pero no debe haber errores. ¿Verdad, Anna? —La miro asintiendo con la cabeza.
—¿Yo también debo elegir? —Lucca mira la mesa de armas con una expresión dudosa.
—Todos debemos saber algo de defensa personal, a demás de manejar un arma por si acaso —la decisión y liderazgo se nota en mi voz, algo que me agrada.
—Me niego a manejar armas, prima. Prefiero golpear, aprender llaves y eso. Mientras perfecciono mis dotes de hacker, puedo investigar tácticas de paralización física.
—Es una gran idea, dado que no se de eso —dice Ray, pensativo —. Me intriga lo de hacker, ¿se puede saber de qué hablas?
—No fue nada grave. El año pasado, mi adorada prima aquí presente —Lucca me señala e inmediatamente me sonrojo por el recuerdo. Ya sé qué es lo que contará como gran hazaña —, tuvo tantas faltas a clases, reportes de conducta por ser extremadamente terca y discutir con los profesores, más alguna que otra pelea en el pasillo con sus compañeras, que iba a repetir el año junto a una suspensión de una semana si cometía una sola falta más. La muy rebelde, a la salida del colegio, golpeó a una chica porque había dicho algo que no debía y su vida escolar corría peligro, básicamente. Así que, esa misma tarde, entré a la red del colegio y borré unas cuantas faltas de conducta de su historial, junto con una pequeña mejora en mi nota de informática. Nadie se dio cuenta de eso, ya que la directora estaba de licencia y su suplente no se preocupó mucho por el asunto.
—Entonces, ¿nadie sabe que hackearon los datos del colegio?
—Nadie, fui lo suficientemente inteligente como para no dejar rastros y borrar cosas que no tuvieran relevancia. Lo hice todo desde mi casa, fue fácil.
—Increíble —Edwin está fascinado con la historia de Lucca, y yo estoy agradecida por haberme salvado en ese momento —. ¿Dónde lo aprendiste?
—Te diría que usé tutoriales de Youtube, pero sería una gran mentira. Hice mis investigaciones sobre programas de computadoras, discos duros y demás. El resto fue práctica, ingenio, invención y disponibilidad de tiempo, algo que en Jidrà tienes de sobra.
—Llevo aquí menos de un mes y ya me di cuenta que hay pocas cosas por hacer, y más para los adolescentes. Supongo que los primos no son tan diferentes después de todo, cada uno se mete en problemas a su manera —Lucca y yo miramos a Edwin, pidiendo una explicación a lo que acaba de decir —. ¿No es obvio? Se aburren y buscan peligro, acción. Lucca hackea redes y Anna se rebela, pelea y batalla. ¿Es por eso que pensaste en entrenar, Anna?
—Basta de charla —interrumpe Ray antes de que pudiera contestar la pregunta de Edwin —. Mi hermano y yo ya tenemos manejo de armas, así que les ayudaremos en todo lo que podamos. Lucca, insisto en que, al menos, aprendas a manejar un cuchillo a modo de defensa, nunca se sabe cuando puedas necesitarlo.
—Bien —acepta mi primo, junto a un bufido.
Pasamos el resto del día aprendiendo tácticas para usar nuestras armas, maneras de sacarlas rápido de su funda y apunte, como medidas básicas y primarias de aprendizaje. Todos probamos puntería con armas de fuego, aunque solamente Ray las llevaría a la hora de defendernos, ya que tenemos poca disponibilidad de balas. Edwin eligió la katana y sus movimientos fluidos, al igual que los de su hermano con la pistola, me hacen pensar que tuvieron mucho tiempo para entrenar, algo fuera de lo normal en adolescentes.
Distribuimos la poca comida que tenemos entre nosotros, tratando de que dure lo máximo posible. Nos turnamos para ducharnos; gracias a la energía solar que los hermanos encontraron, el calentador de agua funciona y tenemos agua caliente para aliviar los músculos. Antes de dormir, noto como Jane mira maravillada su nuevo arco.
—¿No te parece extraño todo esto, Anna?
—¿Qué cosa?
—Dos hermanos aparecen de la nada, llenos de armas y nos enseñan a usarlas —miro la daga en la vieja mesa de al lado de la cama —. Sin contar el hecho de que son descendientes de un nazi, obviamente. Son raros, Anna, igual que tú. Quizá por eso se llevan bien.
—Quizá... —dejo la frase en el aire al pensar en ello, es cierto que no es algo muy normal toda esta situación —. Te prometo que averiguaré que es, sólo necesito tiempo.
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