1. Pie de guerra.
En otras noticias, el presidente de los Estados Unidos de América ordenó el ataque aéreo mediante bombas sobre Afganistán. Sus efectos podrían expandirse hacia Tayikistán, Pakistán y países de Asia Central. Por su parte, el país atacado recibirá ayuda de la Federación Rusa, tanto económica como en armamentos. Se especula que con este ataque, se dará inicio a la tan temida Tercera Guerra Mundial. Se les recomienda a todos los ciudadanos que tengan...
Apago el televisor porque ya no tolero más las noticias sobre guerra. Hace dos años que los que están al mando y tienen el poder se divierten jugando a tirar bombas, todo para probar quién es el que tiene el mejor juguete. Hablar de una Tercera Guerra Mundial para mí es como hablar del fin del mundo: todos sabemos que pasará, inevitablemente, en algún momento; pero no podemos predecir cuándo ni en qué circunstancias.
—¿Por qué quitaste las noticias, Anaís? —mi madre me reclama entrando a la sala. Desde la cocina, donde ella estaba, se puede escuchar tranquilamente lo que pasa en el living, cosa que hace siempre que prepara la comida o limpia los platos: dejar el televisor funcionando.
—Porque no había nada nuevo, sólo que unos pocos imbéciles se la pasan de maravilla arrojando bombas por doquier y asesinando inocentes.
—No hables así, estamos en guerra.
—Corrección, mamá: matan inocentes para obtener más poder, más dinero, ser más que el otro. ¿Qué acaso no pueden llegar a acuerdos de mutuo beneficio? ¿Cuando la humanidad retrocedió tanto para llegar al punto de tener una guerra mundial? Y encima, por tercera vez. Ahora no está Hitler para echarle la culpa a él.
—Eres imposible, Anaís.
—Es la avaricia, mamá, lo que lleva a los humanos a entrar en guerra.
Me levanto del sofá y voy a prepararme para el colegio. Mamá me mira con resignación, sabe que es imposible que cambie mi pensamiento sobre lo que está pasando en el mundo. Nadie se atreve a atacar al gran Estados Unidos, nadie quiere lanzarnos una bomba y comenzar algo que no podrán acabar, por el sencillo hecho de que nuestro país tiene las mejores armas bioquímicas que destruyen todo a su paso, dejando solo rastros de muerte, desamparo, desolación y radiactividad. Esto me hace sentirme segura, al menos por ahora. Estamos a salvo en nuestro pequeño pueblo: de atacar el país, lo harían en las grandes ciudades, no en un pueblo de entre las montañas como lo es el mío. Eso me hace sentirme más segura aún.
Me miro al espejo que está en el armario y sonrío: mi apariencia refleja muy bien mi personalidad, mi rebeldía. Mi cabello, genéticamente castaño, luce mechas turquesas que lo distinguen del resto. Mi vestimenta es otra cosa que me distingue del resto: mientras todas las chicas llevan faldas, calzas o jeans ajustados a las piernas, yo llevo mis hermosos jeans rasgados en distintas partes; mis camisetas son de bandas que me gustan, con dibujos al acqua o simplemente estampadas. Pero hoy, llevo puesta una musculosa color negra y arriba una camisa manga larga a cuadros roja con negro. Y por último, mis siempre perfectas zapatillas vans.
Salgo de mi cuarto con mi mochila estilo vintage con estampado hindú, algo raro pero que me encanta. Llevo solo un cuaderno, lo demás está en mi casillero en el colegio. Paso por la cocina antes de salir para saludar a mi madre, quien ya ha acabado de lavar y se encuentra mirando por la ventana.
—Ya me voy, mamá.
—Cuídate mucho, Anna.
—Sí mamá, como siempre. Te aviso cuando llegué.
Sonríe y deja un beso en mi mejilla antes de que me vaya. Agarro mi bicicleta y pedaleo tranquilamente por las calles del pueblo. El sol del medio día cubre todo a su alrededor, dejando alguna que otra sombra. Al pasar por la calle 25, se suman en mí recorrido mi primo Lucca y mi amiga de toda la vida, Jane. Seguimos pedaleando hasta llegar al colegio y atamos nuestras bicicletas, una al lado de la otra.
—Oí que llegó un chico nuevo, es de nuestra edad —comenta Jane.
—Supongo que lo pondrán en nuestro curso, somos el que menos cantidad de alumnos tiene —digo mientras me levanto de haber puesto el candado a mi bicicleta.
—De eso no tengo dudas, Anna. Dicen que es muy apuesto, y no se han equivocado.
Miro a donde mi amiga mira y veo venir al chico nuevo. Tiene algo que provoca que mi corazón se acelera y palpite a mil por hora: su cabello es castaño claro, tirando a pelirrojo; sus brazos están marcados, claramente por algún deporte, y una cicatriz se asoma por debajo de la manga de su remera, se nota que no es reciente. Me pregunto qué pudo haber dejado semejante marca. Sus ojos, de un color gris profundo, cruzan con los míos y me obligo a apartar la mirada para no delatar mi curiosidad al verlo. ¿Quién es y por qué me provoca tanta intriga?
—Parece que a mi querida prima le gustó el chico nuevo, pero no eres la única —dirijo mi vista a Lucca y lo golpeo en el abdomen.
—Sabes que no soy como las demás. Si me llamó la atención es porque tiene algo, no porque sea el nuevo.
—Tiene ese aspecto de chico malo y rebelde que le falta a este pueblo claramente conservador —dice mi amiga, mirando al chico que acababa de entrar al instituto —; también encaja con tu personalidad tan distinta en este lugar. Debemos ir a conocerlo —antes de que pudiera pronunciar una palabra, Jane me toma del brazo y, literalmente, me arrastra hacia el chico nuevo —. ¡Hey! ¿Qué tal? Mi nombre es Jane Willson y ella es mi amiga, Anaís Goumas. ¿Cómo te llamas?
—No pensé que sería tan fácil conocer a la gente de aquí, pero supongo que así sucede en los pueblos pequeños. Soy Raymond Giesler, pero pueden decirme Ray. ¿De qué clase son?
—Prefiero que me llames Anna —aclaro antes que nada—. Somos del último año, clase B. ¿Sabes en cual estás?
—Justamente en esa. ¿Puedo ir con ustedes?
—¡Claro que sí!
Mi amiga se muestra eufórica al ver que el chico nuevo irá con nosotras, pero más que nada está así porque fuimos las primeras en hablarle, antes que cualquier otra persona. Las miradas se posan sobre nosotros durante todo el camino, incluso dentro del salón. Ray se sentó junto a Lucca, detrás de nosotras, para no estar tan perdido. Se llevaron bien de entrada y eso facilitó mucho las cosas.
En medio de la tarde, en la clase de Historia, es cuando todo se viene abajo. Oímos una explosión a lo lejos y luego, una onda expansiva rompe las ventanas del salón y nos obliga a todos a agacharnos. Los gritos no tardan en hacerse presentes, al igual que la sangre de quienes fueron cortados por los vidrios. El edificio empieza a temblar y, presos del pánico, nos hacen salir de él por las salidas de emergencia, las cuales empezaron a colapsarse por la cantidad de alumnos.
—Por aquí.
Miro a Ray, que se dirige de nuevo a nuestro salón y le hago señas a Lucca y Jane para seguir al chico nuevo. Por alguna extraña razón, su apariencia hace que confíe en él y no me equivoco al hacerlo. Salimos por las ventanas rotas mientras poco a poco el edificio empieza a temblar más y más, los posters colgados en las paredes caen, al igual que los trofeos. Salimos al patio justo antes de que una parte del techo caiga aplastando a unos chicos de tercer año.
Al final, la guerra nos atrapó aún en la tranquilidad de nuestro pueblo. Ahora sí, estamos en peligro.
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