Prólogo
Maya Mackenzie
Dieciocho años
—Maya... ¡Maya!
Parpadeé un par de veces, sobresaltada, antes de girar en súbito para ver a la persona responsable de sacarme tan abruptamente de mi ensimismamiento.
—¿Qué, Laura? —pregunté, frunciendo el ceño en su dirección.
—Estás babeando. —me señaló.
—¿Qué? No es cierto —inconscientemente guie la mano hacia mi boca. —. ¡Deja de mentir!
—Lo digo en serio, puedo ver que brota por la comisura de tus labios, y todo por él —señaló sin disimulo al apuesto joven que en aquel momento se encontraba sentado sobre el tablero de escritura de su silla, rodeado por varias personas que atentamente lo escuchaban hablar de cosas triviales. —. Si sigues viendo a Damián Maxwell de esa manera, no te extrañes si recibes una denuncia por acoso, y sabes de qué hablo.
Rodé los ojos, torciendo una sonrisa, mientras volvía la mirada hacia el folleto de conceptos en latín que se suponía tenía que leer en una hora y media, antes de que el abogado que impartía la clase de Derecho Romano decidiera volver. "Demanda por acoso"; sí, entendía a lo que se refería mi amiga, obviando el hecho de que todos en aquel salón nos encontrábamos sacando la carrera de Derecho, era de conocimiento público que Damián venía de una larga línea de abogados, su familia tenía una Firma Legal muy famosa y respetada, llevaban casos de todo el país, e incluso en el extranjero... toda una eminencia, y en la facultad de Ciencias jurídicas, eran como de la realeza.
No por nada el galante chico era el presidente de la facultad.
—Señorita Mackenzie, pase a la pizarra. —ordenó el profesor ni bien ingresó al salón de clases, y mi sangré se heló.
Abrí los ojos de par en par y observé a mi amiga Laura, quien al mismo tiempo se giraba para verme, igual de consternada. ¡Vaya suerte la mía! El periodo apenas comenzaba, y ya estaba en el ojo del profesor. Solo esperaba que me preguntara algo de lo que había alcanzado a leer, antes de perderme en el atractivo rostro de Maxwell.
—Escriba en latín y en español la definición de Ulpiano de Justica.
«Carajo»
—Y-Yo... —tragué saliva, sintiendo mi pulso acelerarse en tanto mis manos se humedecían... no sabía con exactitud como debía escribirlo en latín, ¡Lo que leí, lo había olvidado por completo!
Con el corazón latiéndome en la garganta, tomé el marcador acrílico y me giré hacia la pizarra. Comencé a escribir la respuesta en español "La voluntad firme y constante de dar a cada quien lo suyo". Mordí mi labio inferior y me giré para ver al profesor, esperando su aprobación. Lo revisó y asintió con la cabeza.
—Bien, ahora escríbalo en latín.
Tragué saliva, intentando deshacer el nudo que se formó en mi garganta mientras veía la pizarra, sintiendo mi presión caer en picada. Si le decía que no lo sabía, descubriría que no había estudiado durante la hora y media que nos dio para leer aquel folleto, y conociéndolo, me reprendería de una manera realmente humillante frente a setenta y seis alumnos...no podría volver a ver a nadie a la cara sin morir de vergüenza.
—Señorita Mackenzie, no tenemos toda la mañana.
Mi mano comenzó a temblar.
—A-Abogado Tyler, y-yo...
Estaba a punto de rendirme, resignándome a recibir su reprehensión, cuando de pronto sentí la presencia de alguien tras mi espalda, tan cerca, que su embriagante aroma masculino inundó mis fosas nasales.
—Déjame ayudarte —escuché aquella voz, y mi corazón se detuvo por cuestión de segundos cuando sentí su mano posarse sobre la mía desde atrás, para tomar el marcador y comenzar a escribir. —. Iustítia est cónstans et perpétua uolúntas iús súum kuíkue tribuéndi. —dijo en latín, mientras se posaba a mi lado, de espaldas a la pizarra, con una sonrisa de autosuficiencia, muy encantadora, dibujada en sus labios.
Posó la mirada en mí, y mis piernas temblaron.
—¡Señor Maxwel...! —dijo el profesor con reprehensión. —. Seguramente no alardearía tanto si hubiera llevado esta clase al inicio como ellos, no hasta ahora.
Sí, un dato a mencionar de Maxwell; él era dos años mayor e iba en el tercer año de la carrera, pero había dejado atrás la clase de Derecho Romano para centrarse en otras ramas más importantes. Seguro pensó que sería pan comido, después de todo, conociendo a su familia, debió haber aprendido latín antes que español.
Por mi parte, estaba feliz de que decidiera llevarlo tarde, o de otra manera, no habría podido respirar su mismo aire, y mucho menos vivir aquella exorbitante experiencia. Es decir, prácticamente estaba siendo salvada por el presidente de la facultad de derecho, quien había llamado mi atención desde el primer día, cuando se encargó de darnos la bienvenida a los nuevos.
Aquel día, en el instante en que lo vi, sentí como mi pulso se aceleró, envolviéndome en un mágico momento que me embriagó una sensación difícil de explicar, y miles de mariposas comenzaron a revolotear en mi estómago. Él era tan perfecto, sumamente apuesto, con aquel cabello castaño y ojos oceánicos, rostro perfilado, nariz respingada y hermosos labios. Tenía un porte muy imponente, hablaba con seguridad y elocuencia...
—Considérelo un Actio doli en su contra, abogado, porque lo hice con toda la intensión —se alzó de hombros, antes de lanzarle a atrapar el marcador y alejarse para volver a su asiento. —. No debería amedrentar de esa forma a sus estudiantes.
...No pude evitar sentirme atraída desde el principio, y en aquel momento, con su acción, solo me reafirmaba el porqué me encantaba tanto.
—Joven Maxwell, no interfiera de nuevo en mi clase, o tendré que pedirle retirarse —dijo con advertencia, antes de posar la mirada en mí. —. Señorita Mackenzie, vuelva a su asiento.
El alma me volvió al cuerpo. Asentí, y manteniendo la cabeza agachas para ocultar el rubor, me regresé a mi asiento. Laura intentó hablar sobre lo que había pasado, pero el miedo que le tenía al bogado me obligó a ignorarla, hasta que finalmente se concentró en impartir su clase sin prestarnos atención.
Suspiré de alivio cuando sentí que el peligro había pasado y, una vez que mi cuerpo se relajó, decidí voltear disimuladamente hacia atrás, en busca de mi salvador. El corazón me dio un salto cuando fijé la mirada en él y sus ojos se desviaron de la pizarra, encontrándose con los míos. Me esforcé por sonreír, aunque con lo nerviosa que estaba, seguramente no pasó de ser una mueca, y formulé un "gracias" con mis labios, a lo que él correspondió guiñándome un ojo.
Sufrí un mini- infarto.
—Bien, jóvenes, lean el libro de la página seis a la veinte. Mañana haré más preguntas y por todos los cielos, Maxwell, tienes prohibido interrumpir.
Algunas risitas se escucharon al fondo, mientras todos se ponían de pie, recogiendo sus pertenencias. Me apresuré a empacar mis libros, colgándome la mochila del hombro para luego ir detrás del grupo de estudiantes que se aglomeraba en la puerta, tan ansiosa por alcanzar a Damián, que dejé atrás a mi amiga Laura; no sabía el motivo, pero me sentía realmente optimista, al punto en que estaba convencida de que aquella sería una oportunidad para entablar una conversación con él... de verdad lo anhelaba.
Pero, al igual que un globo, mi esperanza y optimismo me estalló en la cara, cuando al cruzar el umbral me encontré de golpe a la persona que con tantas ansias deseaba ver, y no estaba solo, su novia lo acompañaba y en aquel momento, mantenían una intensa sesión de besos en el pasillo, sin ninguna especie de pudor.
—Maya, llevo un rato gritándote —Laura apareció tras mi espalda y se posó a mi lado, viendo lo mismo que yo. —. Oh, Keila y Damián... bueno, era de esperarse; sabes que ella va en tercer año y al igual que él, su familia viene de una larga fila de abogados... se supone que están destinados a estar juntos.
"Destino", realmente odiaba aquella palabra.
—Maya, creo que lo mejor es resignarse, está fuera de tu alcance. Sólo mírate, no creo que seas su tipo, tienes un estilo pueblerino en comparación con la elegante Keila Marchal.
Me aparté, cuando ella pretendía posar una mano en mi hombro, y negué con la cabeza.
—No pienso hacerlo, Laura —fijé la mirada en él, y me arrepentí al divisarlo prácticamente metiendo sus manos bajo el borde del vestido corto de aquella chica. —. No importa cuánto tiempo me tome, no descansaré hasta lograr que me vea, lo prometo.
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