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Capítulo 3

Callum Maxwell

Podía sentir la calidez del sol de la mañana en mi rostro, al igual que la suave brisa. El aroma a tierra húmeda y pasto mojado se colaban por mis fosas nasales, mientras me mantenía en posición de guerrero I sobre la colchoneta. Inhalé hondo, y cambié de posición, adoptando la de flor de loto, intentando despejar por completo mi mente.

Practicar yoga en mi patio trasero se había convertido en un hábito, y vaya que lo necesitaba, considerando lo mucho que tenía que soportar a lo largo del día.

La alarma sonó, y supe que era tiempo de volver a la rutina diaria; ducharme, vestirme, beber un café y partir. Era lo mismo todos los días, y ya estaba más que acostumbrado. Llegar a la firma, reunirme con los técnicos jurídicos, colegas abogados e investigadores privadores para recibir informes de los avances en los casos pendientes. Encargarme de revisar de igual manera la parte administrativa como el registro de la actividad laboral, los reportes de productividad, los procesos de facturación y cobro masivo más los reportes financieros.

Era mucho el trabajo, debía reconocer, pero todo fuese por mantener el prestigio del legado la familia.

—Señor Callum —escuché la voz de Mackenzie a través del intercomunicador y presioné el botón para recibirlo. —. Tengo los expedientes del caso W versus E.

—Perfecto, tráelos, por favor, necesito revisarlos.

La cantidad de personal con el que contábamos me daba la facilidad de elegir cuales serías los casos que tomaría, y como era mi costumbre, me gustaba apostar por aquellos que parecían los más complicados e imposibles de ganar. Desde Laborales; empleados despedidos injustamente de grandes y famosas empresas multimillonarias, hasta Penales; personas acusadas de homicidio, Robo u asesinato. Siempre y cuando tuviera la ligera sospecha de que eran inocentes. El derecho era mi pasión, y hacer valer la ley mi obsesión.

—Permiso, señor Callum —su voz resonó nuevamente en mi oficina, combinada con las aceleradas pisadas de sus tacones altos. —. Es un expediente muy extenso, al parecer muchas personas los han...

No pudo terminar de hablar, ya que por algún motivo que ni yo mismo terminé de comprender, la joven tropezó con sus propios pies y cayó de rodillas esparciendo aquellos papeles sobre el suelo de mi oficina.

«¡Qué desastre!»

—Mackenzie —me apresuré a auxiliarla. —. ¿Estás bien?

—Lo lamento tanto —expresó afligida. —. Señor Callum, de verdad lo siento.

Su rostro enrojeció, la voz se le entrecortó y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Maya, no es motivo para que llores. —suspiré, hondo.

Bendito el día en que me introduje al mundo del Yoga.

—Oye, ponte de pie —dije, extendiéndole la mano. —. Si te molestan los zapatos altos, puedes usarlos más bajos, o zapatillas, sabes que no hay problema con ello.

—Y-Yo... si puedo, es solo que... —no supo que decir. —. Tendré más cuidado, lo prometo.

—Bien, retírate.

—P-Pero... permítame ayudarle a ordenar el expediente.

—Déjalo, Mackenzie, yo lo haré —le dije, apartándome de ella para comenzar a juntar los papeles. Bajó la cabeza, resignada y comenzó a avanzar hacia la salida. —. ¡Mackenzie! —llamé su atención, frenó en seco y giró la cabeza para verme. —. No estoy enojado, todos comentemos errores.

«Aunque no tanto como los tuyos»

Ella torció una diminuta sonrisa, y formuló un tímido "gracias", antes de continuar su camino y retirarse de mi oficina. Presioné los labios y volví a lo mío, reuniendo los papeles; desde mi punto de vista Mackenzie era como un barro listo para convertirse en vasija, no tenía el porte ni la actitud de una abogada, era tímida, despistada y un tanto inocente en algunos casos. No quería ni imaginar su reacción cuando tuviese que cursar las clases de derecho Penal y leyera los hechos en los expedientes más perversos que se cruzaran en su camino, si solo al acompañarme y escuchar las crudas historias de las mujeres víctimas de violencia domestica se echaba a llorar con ellas.

Era demasiado inexperta, pero joven y moldeable.

Ese era el motivo por el que, pese a todo, no me animaba a despedirla; tenía la esperanza de que aprendiera algo de mí, trabajando en la firma. Ello, y el hecho de que le prometí al tío Dante apoyarla a como diese lugar. Así, una vez graduada, sería una fiera en los tribunales.

Por ahora, no era más que un gatito.

—Señor Callum, su padre está aquí.

—Hazlo pasar, Mackenzie, por favor.

Me resultaba realmente extraño que mi padre se presentara en la firma por segunda vez consecutiva, en una semana.

—¡¿Cómo puedes permitir que tu hermano convierta este sitio en un prostíbulo?! —reclamó, apenas cruzó el umbral.

Ahí iba de nuevo.

—Papá, hola para ti también.

—Hablo en serio, Callum... Damián hará que me salgan canas verdes.

Damián... ¿qué podría decir de mi hermano menor? Existían personas descaradas, y luego estaba él; libertino, fiestero, mujeriego y demás. Pero mi hermano a final de cuentas.

—Sabes que solo es una etapa, papá, yo pasé por ella.

—No mientas para conciliar —bramó, sentándose en mi sofá. —. Tú nunca fuiste tan... tan...

—Estuvo toda su niñez y adolescencia bajo un yugo, papá, ese que lo obligaba a tener que ser el mejor en todo. Siempre procuró ser un buen chico, las mejores notas y se graduó con honores, adelantado a su tiempo. Es normal que ahora quiera disfrutar de su libertad.

Sabía de los que hablaba, no era sencillo estar bajo la sombra de grandes abogados, como lo fueron mis padres, es decir, apenas me gradué y en lugar de felicitarme mi madre me envió enseguida a estudiar una maestría... nada era suficiente, para ninguno de los dos, aunque mi padre era más condescendiente que nuestra progenitora. Era ella seria, perfeccionista y severa.

Admiraba a mi hermano, siendo sincero, por atreverse a decirle que no, y tomar las cosas a su ritmo.

—¿Insinúas que somos opresores, hijo? Solo hemos procurado lo mejor para tu hermano, y para ti.

—Lo sé, papá y no lo reprocho, solo intento defenderlo... es parte de mi instinto —me alcé de hombros, mientras terminaba de ordenar las copias del expediente. —. ¿Solo has venido a quejarte de Damián, o hay algo más? Porque estas visitas tan frecuentes no son comunes en ti.

Vaciló un momento, lo cual tampoco era común en él. Normalmente solía llegar, imponer u ordenar, para luego marcharse, pero, por algún motivo, aquel día parecía dudar.

—¿Pasa algo? —inquirí. —. Dímelo de una vez.

—¿No perderás la cabeza? O mucho peor, ¿no te convertirás en un Damián II?

—¿A qué te refieres? —inquirí, desconcertado.

—Hijo —él suspiró, poniéndose de pie. —. Tenemos la obligación de asistir junto a los socios a la fiesta de celebración del aniversario de la firma, dentro de un mes, ¿no?

¿Por qué la pregunta retórica? ¡Claro que era de mi conocimiento la fiesta! Se había convertido en una tradición desde que era un niño. Una semana entera en una lujosa cabaña a mitad del bosque, actividades divertidas, comidas, bebidas; era todo un acontecimiento que terminaba con un elegante baile en el salón... fue ahí donde la conocí; Haley, su padre se unió a la firma cuando éramos unos adolescentes, nos veíamos todos los años, de baile en baile nos fuimos sintiendo cada vez más atraídos. Pasaron los años y me enamoré perdidamente de aquella mujer, la adoraba con el alma, y creí que era recíproco, hasta que un año atrás, en dicha fiesta, se me ocurrió pedirles matrimonio frente a todos.

Ella me rechazó, asegurando no sentirse lista para un compromiso tan grande como lo era el matrimonio. Y de paso, terminó conmigo. Fue la peor de las experiencias; hasta ese momento nunca había tenido ese sentimiento de perdida, de desolación. El mundo se me vino abajo junto a todos los planes que alguna vez llegué a tener con ella a mi lado.

No había nada peor que la desilusión, y realmente me tomó un tiempo recuperarme.

Pero ya estaba bien, en lo que cabía, al fin y al cabo, no tenía más opción que aceptar su decisión y respetarla. Ya me había hecho a la idea, por lo que, si el que ella estaría ahí era lo que a mi padre se le dificultaba comentar, no había un motivo, lo habíamos dejado por lo sano.

—¿Esto por Hailey, papá? ¿Temes decirme que estará ahí? —pregunté, decidiendo cortar de una vez con el tema. —. No hay problema, no me convertiré en Damián solo por volver a verla.

—No es solo eso, hijo —aclaró, y el tono en su voz logró ganar por completo mi atención, despertándome la curiosidad. —. Su familia... es decir, ella asistirá con... —tragó saliva. —. Ella asistirá con su prometido.

Abrí los ojos de una mantera tan amplia que parecía que se saldrían de mis orbes, al mismo tiempo en que sentía como si alguien me derramara un valde de agua casi congelada encima.

—¿P-Prometido? —inquirí, mientras guiaba la mano hacia el nudo de mi corbata para aflojarla un poco, intentando poder tragarme el nudo que pretendía formarse en mi garganta. —. ¿Es acaso una broma?

—No, hijo —respondió, viéndome con pesar. —. Al parecer Hailey se comprometió hace tres meses con su nuevo novio.

—¿Tres meses? —me puse de pie en súbito, causando que mis pantorrillas empujaran mi silla de escritorio. —. ¿Tres meses? ¡Eso fue como ocho meses después de rechazarme, alegando no sentirse lista para el matrimonio!

No definitivamente debía tratarse de una broma... ¡una maldita broma! Iba a casarse con alguien más, luego de años y años diciendo que me amaba, y que estaba dispuesta a formar una familia conmigo en un futuro... ¡¿Qué diablos significaba todo aquello?!

Sentía tanta frustración recorrer mi cuerpo, que por segundos tuve deseos de perder el control, aventar todo de mi escritorio y vociferar mil y un maldiciones, pero simplemente no pude.

—Está bien —me limité a responder, antes de traer mi silla de regreso y acomodarme en ella. —. Me alegra que haya seguido con su vida.

—¿Esto es en serio? —preguntó papá, desconcertado.

—Sí. —me alcé de hombros y decidí volver la mirada hacia el expediente.

—Bueno, no sé porqué esperaba otra cosa viniendo de ti, mi hijo, eres muy maduro —dio una palmada. —. Es un alivio que lo digas también, porque de igual manera no pensaba permitirte faltar a esa fiesta, eres el rostro de esta firma.

Alcé la mirada para verlo, sintiéndome un tanto desencajado.

—¿No pensabas faltar, cierto?

—No, no... ¿cómo crees? Ahí estaré, y no iré solo... tendré compañía, estoy saliendo con alguien.

—¿De verdad? —preguntó, entre sorprendido y emocionado. —. Ese es mi hijo... me enorgulleces. —sonrió satisfecho. —. Entonces nos veremos dentro de un mes, campeón, porque tu madre y yo viajaremos al extranjero esta noche.

Menos mal, mi amada madre iba a ser capaz de visitarme de sorpresa esa misma noche para ir a interrogarme sobre mi supuesta novia nueva; ella era muy... ¿cómo decirlo? Selectiva, respecto a las mujeres de nuestro entorno. No por nada parecía estar por sufrir un infarto al saber que Damián había terminado con Keila para comenzar a disfrutar del libertinaje.

—Me enorgulleces, hijo... estoy seguro de que harás que Hailey se arrepienta de su decisión.

Forcé una sonrisa.

—Seguro lo haré. —alcé un puño. —. Nos vemos dentro de un mes, entonces.

—Sí, y de paso, vigila a tu hermano... dile que no puede llevar a ninguna de sus aventuras a un evento tan importante.

—Me aseguraré de que lo sepa. —prometí, sintiendo mis mejillas entumecerse de tanto forzar la sonrisa.

—Bien, hijo —él presionó los labios y asintió con la cabeza, cielos, se miraba más orgulloso que el día que obtuve mi tercera maestría. —. Nos vemos.

Ni bien cerró la puerta, la sonrisa en mis labios se desvaneció por completo. Y al sentimiento de tristeza que ya me invadía, se le sumó una profunda angustia... ¿en qué momento se me ocurrió mentirle de aquella forma? Y, ¡por un demonio! ¿Dónde iba a encontrar a una mujer que pudiese convencer a todos de que en realidad teníamos algo y que había superado a Hailey como al parecer ella me superó a mí? No tenía tiempo de instruir a alguien, menos teniendo la audiencia de juicio Oral y Público de W vs E a días antes de las vacaciones.

Estaba en problemas, problemas reales.


«Carajo».

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