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김태형
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𖥦
˓𓄹 ࣪˖ contenido:
i. 1 escrito ; SamanthaHirszenberg
ii. 1 edit ; MoonFindMe
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© . ⩇⩇ 𝄒 𖥻 (ETERNAL) 2021
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❝My Angel❞
Ven a mi, noche azul, noche gris.
—Hay un hombre afuera que quiere verte —De todas las frases que pudo usar para ponerle de mal humor, quizá esas primeras siete fueron la peor elección de todas. Tae Hyung siguió con la faena de acomodar su cabello rebelde, a la par que se aseguraba de que ninguna arruguita se arremolinara en las comisuras de sus labios. No. Allí no había nada, seguía siendo tan perfecto como siempre, así si las personas con las que había charlado esa misma mañana, estaban empecinadas en hacerle creer lo contrario—. Dice que quiere presentarte a alguien.
Batió las pestañas con incredulidad, casi como si no entendiera su idioma, y se plantó en ambos talones esperando la respuesta a una pregunta que ni siquiera había hecho.
—¿Quién? —soltó al fin, cuando entendió que solo había hecho el cuestionamiento en su mente. Cruzó los brazos, ansioso por terminar lo que sea que Nam Joon quisiera para terminar de arreglarse para la gran gala por la que había esperado tantas semanas. De reojo vio cómo uno de los chiquillos de los asistentes, acomodaban el estuche de su sax con tal descuidado en su asiento, que en verdad sintió que le hirvió la sangre—. ¡Hey, con delicadeza, que esa cosa vale más que nuestras casas juntas!
El chiquillo se disculpó con la mirada y se apartó como pudo de las cejas enmadejadas en rabia que le dedicó tan pedante saxofonista.
—Viene con un hombre llamado Min Yoon Gi —Tae Hyung hizo una mueca al escuchar ese nombre, casi como si resultara una ofensa clamarlo entre los labios. Las luces doradas de su espejo, delataron una tenue mueca en su rostro, como si la noticia lo hubiese golpeado justo como golpean los traidores, por la espalda. La dureza de su rostro disminuyó solo un poco y de reojo vio la hora en el rolex de su mano izquierda—. Dice que es urgente.
—Ah, el nombre no me suena —mintió—, dile que lo siento mucho, pero que se marche. Tengo que salir al escenario en veinte minutos. Y a la Señora Fitzgerald no le gustan los retrasos.
Las calles de Nueva York son un sendero de secretos. Las pisadas de aquellos que huyen todavía repiquetean en las piedras de los senderos, como en una sentencia, como en el clamor de una vida pasada. La vida no es triste, la vida no es triste, ni desperdiciada. Tae Hyung avanza por el mundo creyendo fervientemente en que el presionar de sus clavijas le podrán devolver el pasado entre murmullos y caladas de tabaco. Por eso es que a veces se escaba, a recorrer las calles de Nueva York, en donde sus calles... Son un sendero de secretos.
No hay nadie en esta noche de penumbra.
Dejó el estuche en algún punto del sendero, junto a sus deseos de seguir fingiendo que no es esta alma pasional que sufre ante el más mínimo atisbo de tormenta en el horizonte. Y hasta sus labios resecos aproxima la boquilla, imaginando que besa al ser amado con tal pasión, que es casi imposible no sentir que todo hierve dentro de su cuerpo.
Casi azul.
Casi gris.
Cierra los ojos cuando las primeras notas salen disparadas como un tiro de gracia... Y recuerda su voz, su suave voz cantando casi como si susurrara al micrófono. De cuando suavemente le dedicaba la mirada batiendo sus pestañas claras, mientras fingía que aquel movimiento tan suave era tan solo el accidente que comete el alma inocente sin ser consciente de lo que tienta y lo que provoca en el semejante. Pero el demonio siempre ha sabido de la magnitud de sus cuernos, o del alcance que puede tener su maldad.
Los ve, pasearse a su lado. Los ve rodeándole con miradas expectantes e indómitas. Algunos con recelo, algunos con anhelo, otros tantos, con reproche.
Casi anhelo.
Casi reproche.
Cuando bajó por primera vez de aquel tren, pensó que se libraría de ellos, de sus fantasmas. Pero se engañó tan bien, que incluso dolió más el golpe de realidad que le propinó la mirada desaprobatoria de la cantante a la que ahora debía su vida. Le había extendido la mano. Le había dicho que no todo estaba perdido. Que los hombres se van de este mundo, pero que siempre dejan algo dentro de nuestras costillas por lo que vale la pena el dolor. No importa si es tan insoportable que ni siquiera la sal la hace mermar. Pero desea tratar. Desea que el sonido de su sax no sea lo único que soporte el descender de su sal, de su océano, de su tristeza, grisácea, azulada, aperlada y tan cruenta como el adiós de un amor prohibido.
Pero si había algo en lo que creía realmente, pese a las carencias, era a la idea de que, en alguna parte, tenía un ángel de la guarda. Cuidando de sus pasos, vigilando sus andadas para que no corriera peligro. Y cuando se sentía solo, apelaba a ese ángel para hacer las noches mucho más llevaderas.
Casi, azul.
Casi gris.
La ambigüedad de su vida se reduce al seno de una familia acomodada en Nueva York. La tierra de la esperanza, la ciudad de la dicha. Dicha que se escondía en las alcantarillas cuando él pasaba. ¡Pero no importa! Porque su desastre se lo traga como el café, lo inhala como el cigarrillo, lo bebe como el vino, y como las lágrimas que se cuelan a las comisuras de sus labios de vez en vez, cuando no puede más, cuando enervado de emociones sopla aún más fuerte imaginando sus rostros repletos de regocijo y orgullo. "Ojalá me vieran. Todos".
¿Cuánto tiempo llevaba tocando? En algún punto del sendero, se olvidó de las personas en la calle. Y comenzó a recordar, cuando no tenía nada. Se vio sentado en medio de una gran mesa redonda, rodeada de ocho hermanos. Al centro una hogaza de pan, de no más de diez centímetros de largo. Todos la veían en silencio, sabiendo a la perfección lo que harían con ella, y que después de fingir que el hambre no los atormentaría durante la noche, saborean el bocadillo y dicen gracias a la mujer que los cuida, a esa misma a la que no pueden llamar madre por falta de una relación consanguínea. Pero sus lágrimas no son por el hambre de entonces, tampoco por los siete hermanos que sabe perdidos a los que nunca ha visto desde entonces y a los que presume quizá muertos o vagos, tan vagos como él, o incluso peor.
Recuerda haber cumplido los quince años cuando tuvo un cigarrillo entre los labios por primera vez. Pavoneándose entre los demás adolescentes por poder consumirlo sin toser demasiado. Desde entonces se había vuelto fumador e irresponsable. Pero, para ser honestos, ¿a quién debía responsabilidad? Llegó a robar incluso, cuando la escasez le dejó sin comida, y sin techo.
Entonces, un día mientras pensaba robar a un anciano ciego que tocaba el saxofón en las calles, vio a una mujer con un gran bolso. Salía de uno de esos clubes que se estaban volviendo populares últimamente, de donde salían grandes damas con los cuellos estirados y repletos de perlas. Así como hombres engalanados de mirada pedante y papadas alzadas.
Quizá se sintió intimidado por la mirada penetrante, parecía una celebridad. A su espalda le siguió un jovencito de traje. Se esforzaba por seguirle el paso, pero ella no se detenía.
—Lo hiciste bien, Yoon Gi. Para ser tu primera presentación, me parece un avance que no te hayas vomitado encima -su amable y elegante sonrisa tintó su rostro de una suavidad preciosa, el chico a un lado tenía la cara roja, llena de sudor. Al principio no hizo más que asentir como se asiente a un regaño. Pero tampoco se quejó demasiado—. Bien hecho, muchacho. Estoy orgullosa.
Los foquitos de navidad que colgaban todavía de los techos, iluminaban los instrumentos de los demás músicos. El nombre del bar brillaba con euforia en The Triple Dore, el bar más concurrido de Seattle. Tae Hyung comenzó a pensar que ese cuadro era perfecto para una fotografía, y se maldijo por haber vendido la suya en desesperación la semana pasada. No pueden culparlo, tenía que dejar todo atrás, y la cámara había sido el obsequio de alguien demasiado importante como para olvidar. La mujer y el jovencito subieron al gran auto que los esperaba en la entrada, mientras varios hombres subían los instrumentos al auto. Allí vio el estuche de un increíble saxofón. Por supuesto que no pensó en robarlo... La primera vez. Había mirado el artefacto con tal admiración, esperando el momento en que uno de los hombres lo tomara para subirlo al auto de su jefa. Pero ellos tomaban otras maletas, otros bolsos, otros paquetes. Casi como si desearan que Tae Hyung tomara ese estuche, como si le dieran la oportunidad divina de obtener algo que por sí mismo quizá jamás obtendría.
Un segundo más tarde, comprendió que todo lo que quisiese en este mundo, tendría que tomarlo por sí mismo, porque nada se le sería dado jamás. Ni un techo cálido, ni una familia confiable, absolutamente nada más que el oxígeno que pasa por sus pulmones de manera desenfrenada. Se aproxima con lentitud, dando una rápida mirada alrededor. Nadie está mirado. Toma el mango del estuche y camina con lentitud, controlando a la perfección el frenético latido de su corazón excitado. Nadie parece percatarse. Y el agarre del estuche se siente cálido en sus manos, casi como si en verdad le perteneciera. Avanza y da la vuelta con rapidez en las calles, preguntándose, ¿qué es lo que acaba de hacer? Y cuando por fin puede soltarse a respirar con dureza, ríe a causa del nerviosismo que el acto le ocasiona.
Lo ha robado.
Casi como si tomar el instrumento por la fuerza, lo volviera un poco más real. Como si el cuero de aquel estuche le dijera que sus sueños no son ni tan imposibles ni tan retorcidos.
Días después, cuando por fin ha logrado conseguir un techo y un empleo, se encuentra en medio de ese club otra vez. No hace gran cosa, solo sirve algunos tragos y de vez en cuando limpia las mesas. Pero a nadie parece importarle y Tae Hyung tampoco piensa quejarse. Es una gran distracción. Navidad ha pasado. Solo queda esa semana muerta entre la navidad y el año nuevo, en la que la ciudad parece morir, quizá demasiado cansada de las fiestas y los excesos. Eso es bueno, porque el trabajo es menos pesado, pero al mismo tiempo inquieta, porque el vacío hace más silenciosos los turnos. El suyo había terminado hacía unos veinte minutos. Pero como nadie le esperaba en casa, de vez en cuando decidía quedarse un poco más a perder el tiempo.
De pronto un cliente entró por la puerta. La campanilla sonó, pero Tae Hyung estaba demasiado distraído como para percatarse. Una corriente hirviente pasó por su columna vertebral cuando vio al chico sentado en la barra, casi como si un fantasma se le apareciera de pronto.
—¡Dios, no vuelvas a hacer eso! Al menos habla —exclama, escupiendo su ofensa con premura.
—Lo siento, el bar estaba abierto y estoy harto de comer el recalentado que quedó en casa. ¿Tienes algo para que cene?
—¿Vienes a un bar buscando tu cena? Lo siento, esto no es un restaurante, solo tengo bocadillos salados. Y licor, mucho licor.
—Bien, dame un whisky y todos los bocadillos salados que mis increíbles diez dólares puedan pagar —La sonrisa encantadora del cliente alegró a Tae Hyung, quien se dio la media vuelta y comenzó a servir el licor. Cuando destapó la botella, pudo notar que el cliente no le había quitado la mirada de encima, casi como si quisiera preguntar algo.
—Uh... No es que pueda hacer mucho por ti, amigo. Pero está bien, seré benevolente porque eres mi único cliente, ¿bien?
La música provenía desde el fonógrafo al fondo del recinto. No había música en vivo desde navidad, cuando la banda hizo aquel concierto. Tae Hyung recuerda haber visto a este mismo tipo husmeando entre el público, sin bailar, sin cantar, sin pedir nada a las meseras... Desde entonces algo en aquellas gafas se le había quedado en la memoria, porque aunque tardó un poco, cuando lo vio con más detenimiento, le reconoció.
—Este lugar es encantador. Lo recomendaré a mis amigos.
—¿Los mismos con los que vienes cada fin de semana?
—¿Me has visto antes?
—Siempre vienes solo. Esas gafas llaman la atención, son lindas. Desvían la atención del hecho de que solo vienes a calentar tu silla.
—Me gusta la música en vivo. Pero no me encanta beber... No ahora. Trato de dejar los vicios, ya sabes —Una sonrisa ladina, y Tae Hyung pudo jurar que el chico le estaba coqueteando. Parpadeó muy rápido cuando fue por las botanas y las asentó en la barra con mucha suavidad, para que no supiera que estaba tan nervioso como en realidad lo estaba. El otro chico perdió su vista en los instrumentos y se encaminó hasta el escenario, no sin antes tomar un par de bocadillos y metérselos a la boca de un rápido ademán—. ¿Puedo? —preguntó señalando el piano en el escenario.
—Por supuesto. Adelante, no creo que al jefe le importe. —El chico pone sus manos sobre las teclas de marfil en el piano de pared. Duda un poco en si tocarlas o no. Lo sabe porque lo ha estado observando de reojo mientras sirve la bebida, y aunque él no debería tomar cuando es su turno, se sirve un trago también, uno pequeño—. ¿Sabes tocar?
—Para mi desgracia... Sí, sé tocar —exclama el chico con una sonrisa tan grande y agradable, que Tae Hyung se traga el suspiro junto con el whisky que se sirvió hacía tan solo un segundo. Lleva el vaso del cliente entre las manos y camina hacia el piano. Lo asienta sobre el enorme instrumento, ganándose una mirada desaprobatoria del músico—. No hagas eso... Es malo para la madera, eh...
—Tae Hyung.
—Qué bonito nombre —dice con suavidad mientras toma rápidamente de su vaso y se lo pasa a Tae Hyung para que lo tome entre sus manos—. Sostenlo por mí, ¿sí? —Y Tae Hyung asiente sin rechistar, con la bebida entre las manos y la mirada clavada en las manos del otro chico—. Yoon Gi, ese es el nombre que me pusieron hace muchos años. "Crece bien y vive la buena vida" se supone que significa algo como eso, pero la verdad... No estoy tan seguro.
—¿Ah, no?, ¿por qué?
—¿Sabes lo que hará esta ciudad con los jazzistas en unos años? Seremos enterrados, bajo los escombros de una guerra. ¿Quién escuchará música entonces?, ¿quién quiere asistir a un bar cuando ha perdido a alguien importante?
—Oh... Estoy seguro de que muchos asistirán.
—Sabes a lo que me refiero... Estos años han sido tan pacíficos, que puedes salir en medio de la noche sin miedo a perderte o a salir lastimado. Eso solo se logra cuando todos estamos en paz con nosotros mismos. Podemos disfrutar de la melodía del piano en un bar, con un desconocido... Y yo solo me pregunto cuánto durará esto.
Tae Hyung ladeó la cabeza, pensando en el saxofón que tiene guardado bajo el mostrador. El piano de Yoon Gi sonaba sereno, elegante, de alguna manera, se preguntaba si él era capaz de acompañarlo y que juntos sonaran más o menos bien. ¿Se atrevería a improvisar como antes?; Cuando entre tantas palabrerías suaves y miradas de reojo, se percató de un brillo extraño en la mirada del hombre, entendió que quería hacerlo, de verdad quería hacerlo. Por eso es que camina a paso raudo, buscando ese instrumento, el sax barítono que guarda con recelo bajo la madera de su mostrador, por el miedo que le tiene a sacarlo a la calle. Yoon Gi parece sorprenderse, pero una mirada basta para que se entiendan y sepan lo que están a punto de hacer.
Está de más decir que de allí nació algo. Algo que no quieres etiquetar, algo que se siente tan fuerte que da la sensación que, de ponerle un nombre, quizá te aplaste el peso de una abrumadora expectativa. Pero ambos estaban bien. Tocaban de vez en cuando, en los días en los que el bar estaba vacío, y Tae Hyung sintió que de verdad podía hacer algo con ese instrumento. Con ese bar. Un día, mientras tocaba junto a Yoon Gi, el dueño lo llamó a su oficina, diciéndole que lo despediría si seguía fingiendo que solo era un simple bartender y que debía aceptar tocar junto a la banda.
Pero los días, al igual que las estaciones, pasan. Y Yoon Gi ha tomado su camino en el mundo. Deja los escenarios porque no se siente listo, porque no tiene la disposición emocional de salir a un escenario y tocar como antes. Quizá al principio fue sencillo, pero cuando el bar comenzó a llenarse y los lugares para tocar fueron cada vez más grandes y serios, sintió que el peso de la expectativa (ese mismo peso que les impidió etiquetar su cariño), lo obligó a huir. Había prometido que se presentaría junto a él por el resto de sus días, pero Tae Hyung estaba detrás del escenario, con el saxofón entre las manos repiqueteantes de nerviosismo y la seguridad de que Yoon Gi no aparecería tras la puerta. Se vio solitario, de nuevo. El tiempo con él había parecido justo como el saxofón, algo robado, algo que en realidad no le pertenecía.
Pasó un tiempo antes de conocer a Ella. Y recordó que Yoon Gi trabajaba con ella. No le hacía preguntas, no más de las necesarias, pero parecía tener la capacidad de saber qué era exactamente lo que pasaba por su mente. Por ejemplo, el día en que le dijo que su pupilo predilecto había dejado su instrumento principal, supo de inmediato que en su rostro había detectado la enorme decepción que la noticia le causó.
—Entonces... ¿Simplemente dejó el piano?
—Ahora quiere tratar con la guitarra, ya lo conoces... Es un vago. Dice que quiere tocar, pero no quiere saber nada de la música —exclamó la mujer mientras acomodaba su lindo vestido beige—. Le gusta tocar, pero no le gusta que le miren hacerlo... Me recuerda un poco a ti, en tus inicios.
Tae Hyung se había coronado como uno de los saxofonistas más habilidosos de la ciudad. Habían pasado tan solo unos meses, pero ya se escuchaba de este instrumentista que se había hecho amigo de Ella en tan solo un segundo, por supuesto ninguno supo de la riña que le dio la mujer cuando descubrió que el saxofón que usaba era uno que le había robado cuando adolescente, pero esos eran detalles que solo concernían a Ella y a Tae Hyung. Los días de hambruna habían quedado atrás, los días en empleos mal pagados también, estaba teniendo justo la vida que quería desde niño. Y se sentó a esperar en aquel club, todas las noches, el momento en que Yoon Gi regresara a él, que le dijera que se había ido por un tiempo, pero que estaba de vuelta. Quería que le dijera que eso que habían tenido no se había acabado del todo... Pero Min nunca regresó. Y Tae Hyung tuvo que aprender a vivir con eso.
Con el tiempo, el reconocimiento fue cada vez mayor. Cuando podía, mandaba dinero a sus hermanos, y se alegraba como un niño cuando por medio de cartas le decían que estaban bien, que lo extrañaban, y que pronto llegarían a la ciudad para acompañarle. Esa misma noche, en la que esa presentación tan importante estaba justo frente a sus ojos, los ojos pequeños de Min habían vuelto a mirarle. Pero tenían al lado a alguien más. Suspiró cerrando los ojos, entendiendo al instante que quizá nunca fue para él. Y se sintió... Bien. No fue tan catastrófico como pensó que sería. Si era honesto, le ofendía más el hecho de que Yoon Gi pretendiera abandonar la música, más que el hecho de que lo abandonara a él.
—¿En dónde está la reina? —preguntó él con curiosidad. Tae Hyung sonrió al verlo de nuevo, suspirando profundamente por los recuerdos. Se preguntó en ese instante si su vida giraría en torno a los recuerdos para siempre.
—¡Mala suerte la tuya, MinMin! —exclamó con picardía—. La reina no quiere saber nada de ti, a menos que te unas a nosotros. Y la verdad, yo tampoco quiero... —No exclamó sus palabras por rencor, ni mucho menos. Pero disfrutó con genuina alegría la sonrisa sincera en el rostro del pianista. Yoon Gi había por fin encontrado a alguien... Y se sintió bien, se alegró en el momento en que miró a ese chiquillo observarle. Sus ojos brillaban con tanto fervor, que supo de inmediato que su amigo sería amado de verdad. Ignoró entonces el hecho de que había fingido no conocerlo hacía tan solo unos días.
El día de su cumpleaños se acercaba. De alguna manera, le daba alivio que por fin los villancicos quedaran en el pasado. Estaba seguro que si tocaba "Noche de Paz" una vez más, terminaría volviendo el almuerzo. Por el contrario, los días cercanos a año nuevo siempre son muy satisfactorios. Como un punto muerto. Un tiempo en que no existe el tiempo. En el que puede descansar como se debe, sin tener qué pensar en fechas ni horarios, eso lo agradeció desde lo más profundo de sus pulmones repletos de tabaco. Desanudó el moño de su corbata y admiró su saxofón. Ella se lo había regalado. Le dijo que lo guardara como un secreto, o un obsequio.
Y Tae Hyung había estado inquieto desde su conversación con Min desde hace unos días. "¿Sabes lo que hará la guerra con los jazzistas de esta ciudad en unos años?". Pensaba en las posibilidades. El dueño del local ya le había platicado de los problemas que estaban teniendo. Cerrarían en unos meses. Muchos se habían enlistado en el ejército. Otros tantos habían huido a los campos, y Tae Hyung no se creía con el suficiente valor para hacer ninguno de los dos. ¿Qué haría?, ¿en dónde podría esconderse? La desesperación comenzó a apoderarse de su mente. ¿Qué podía hacer?, ¿podía hacer algo? Y en las calles vio a un par de niños que dormían entre los callejones, y se preguntó cómo era posible que los ciudadanos pudiesen ignorarlo todo el tiempo, ¿cómo era posible que él mismo lo hubiese ignorado?
El estruendo llegó de la nada. En sus oídos solo escuchó un ruido demasiado agudo, y después... Nada. Abrió los ojos con dificultad y observó el desastre a su alrededor. Todo estaba hecho añicos. Se levantó a tropezones, incapaz de creer que tuviera los huesos completos todavía, y casi grita cuando observa su instrumento bajo los escombros. Da un rápido vistazo a su alrededor, y entiende que la ciudad está siendo el blanco de ataques. Del bar en la esquina no había quedado nada. El chico que le había estado observando tose, y cuando por fin logra abrir los ojos, parece correr hacia Tae Hyung, como si él pudiese ofrecerle una protección que ni siquiera el adulto tiene.
—¿Estás bien?, hey, no llores —es lo primero que atina a balbucear, y siente que es más una indicación para sí mismo—. Vamos, debemos salir de aquí.
El chiquillo asiente, pero no hay dónde esconderse. Las personas de la ciudad parecen tener la misma idea porque corren frenéticos entre las calles, no sabiendo en qué lugar es bueno esconderse y qué otros no serán más que una pila de escombros a punto de caer sobre sus cabezas. Es difícil adivinar. Bien, Tae Hyung quiere ser positivo. Tiene que serlo. Hay algo en la adrenalina, que lo hace moverse con rapidez entre los escombros. Ayuda al niño a saltar y correr también. Hasta que llega al club en donde estaba tocando. Las personas no paran su carrera, pero Tae Hyung no puede evitar pensar que sus compañeros siguen allí adentro. Traga saliva con dureza y tiembla ante la idea. Nam Joon, Seok Jin... Ji Min... No puede ser. Seguro que han salido antes de que todo estuviera destrozado, ¿no?
—Hey, ¿qué haces?, debemos escondernos.
—Creo que unos amigos pueden estar atrapados.
—Si había alguien allí adentro, no creo que siga con vida —exclama el muchachito con dureza y miedo. El suelo todavía está húmedo por la lluvia, pero al caer la noche las temperaturas parecen haber descendido lo suficiente como para convertirla en granizo—. Debemos irnos. Pueden lanzar otra en cualquier momento. —Tae Hyung asiente con dificultad y continúan con su camino, buscando un refugio que los proteja. El único lugar que se le ocurre, es el metro subterráneo. Allí siempre era seguro cuando iniciaban las riñas, ya se ha escondido allí antes.
—Ven, por aquí, vamos, rápido, rápido, rápido —exclama al chico dirigiéndole hasta el lugar. Al entrar, se dan cuenta de que no son los únicos que están aterrados. ¿Han tirado misiles también en las iglesias?, ¿qué en la guerra no había alguna clase de código? Pero dados los hechos, parece que no, parece que están dispuestos a aniquilar a todo aquel que pueda fortalecer el orgullo de los ciudadanos. Tae Hyung traga saliva, pensando en su sax, en lo único que tenía desde que tenía memoria, recuerda el rostro de Yoon Gi, y el de Ella, junto al de los demás de sus compañeros. Y no quiere pensar en tragedias ahora, por lo que comienza a mirar en todas direcciones, tratando de buscar a los demás.
—¡Jung Kook!, ¡Jung Kook, ¿en dónde estás?! —reconoce la voz de inmediato. Yoon Gi está tan desesperado como para que la cara se le ponga roja de la angustia—. Maldición —lo escucha susurrar.
Es entonces cuando recién se da cuenta, de que de su cabeza está escurriendo un poco de sangre. Quizá desde la explosión tenía la herida allí, pero ahora que puede respirar con tranquilidad (en lo que cabe dada la situación), ahora que no está tan asustado, puede sentir dolor. A un costado, vislumbra a la señorita Ella con el vestido hecho girones y el cabello hecho un desastre de hollín y tierra. Pese a la suciedad, sus facciones siguen siendo endemoniadamente fuertes, como un faro en medio de la tormenta que no se deja abatir. Tae Hyung se siente aliviado de encontrarla.
—¡Ella! Por el amor de dios, ¿está usted bien?, ¿los demás están bien?
La mujer asiente con nerviosismo.
—Sí, están bien. Todos estamos bien. Hay algunos heridos y Ji Min se ofreció a ayudarlos. Los demás le siguieron, ya los conoces. —Las horas pasan tan lentas como para hacer sufrir hasta al hombre más paciente. Ella se asegura rápidamente de que las heridas de Tae Hyung no sean tan graves y regresa corriendo desesperada hacia donde sabe, hay un par de heridos terribles, se despide con un ademán preocupado, casi como si no quisiera separarse. Tae Hyung siente tan débiles las piernas que no puede evitar recargarse en una pared y sentarse a respirar con dificultad.
—¿Ya no quieres caminar? —pregunta el niño—. ¿Estás cansado?
—Un poco —susurra Tae Hyung. Sintiendo a la calidez emanar de su frente. Un hilillo de sangre recorre su frente, es cálida, no como la lluvia que cala los huesos—. Tengo mucho sueño. Creo que este es uno de los cumpleaños más desastrosos que he tenido —explica con una sonrisa en el rostro y los ojos adormilados. Sonríe, sintiéndose satisfecho con la sonrisa amable que le devuelve el niño—. Pero está bien. Cuando todo esto termine, compraré un sax nuevo y... —un quejido se escapa de sus labios—. Sí... No hay problema. ¿Qué hay de ti, niño?, ¿estás herido?
El pequeño niega con la cabeza.
Le dedica una mirada como esas que los niños dedican a los adultos cuando los descubren tan ignorantes y tontos.
—Eso no es cierto —exclama el pequeño mientras se sienta a su lado y recarga la cabeza en su brazo derecho. Tae Hyung suelta un quejido por el dolo que eso le provoca, entonces se da cuenta de que quizá tenga el hombro dislocado.
—¿Qué no es cierto, niño? —Mucha gente a su alrededor llora aliviada de encontrar a sus seres queridos. Otros tantos, llora desconsolada pues sabe que ya no los encontrará en esta vida. Todos se mueven tan lento a su alrededor, y lo único que Tae Hyung lamenta es no tener un saxofón para tocar y calmar a los niños (y a algunos adultos también).
—Este no ha sido tu peor cumpleaños. —Tae Hyung vuelve la mirada de inmediato en el chiquillo, quien se aferra a la manga de su chaqueta—. El peor fue cuando mamá preparó un pastel de café. Con lo que odias el café.
—¿Qué?
Las calles de Nueva York son un sendero de secretos. Tae Hyung guarda el mayor secreto de todos. Su ángel de la guarda lo protegió durante la tragedia de Nueva York en 1947, cuando las contusiones que obtuvo fueron tantas, que lo dejaron inconsciente en el subterráneo de la ciudad. Con tantas heridas en el cuerpo que pudieron acabar con su vida justo en ese momento. Y cuando le preguntaron en el hospital, ¿cómo fue posible que un hombre con tantas heridas pudiese caminar tanto hasta encontrar un lugar seguro? Tae Hyung no pudo explicarlo con exactitud, no podía explicar la idea de que un niño quizá lo había motivado para no rendirse e ignorar por completo sus heridas hasta estar a salvo. Y para la segunda vez que le negaron haber visto a un niño cerca suyo, Kim dejó de preguntar... Sabiendo que quizá había encontrado al ángel al que tanto le hablaba en las noches. Las personas iban y venían en la vida de Tae Hyung, pero nunca se sintió solo, desde que supo, que aquel ángel estaría acompañándole para siempre.
• hecho por ; SamanthaHirszenberg
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❝Jazz &
(V)lues❞
• hecho por ; MoonFindMe
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© . ⩇⩇ 𝄒 𖥻 (ETERNAL) 2021
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¡Muchísimas gracias por visitar este sexto apartado!
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