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Todos venden el alma por una cerveza

La primera vez que Jackson escuchó mencionar Cassadaga, fue de boca de Ray, el hijo del un esclavo de cuadra a quien, de niño, consideró su mejor amigo. En aquellos momentos, estaba tan embobado con Magnolia —ciertas cosas no cambian, a pesar del tiempo—, que prestó poca atención a la relación de las brujas Devereaux con ese sitio. Eso no significaba que considerara alguna vez tentar la suerte.

Pero, la suerte es un asunto de los vivos, y Jax, a pesar de su apariencia lozana y sorprendentemente resistente, estaba muerto.

Lo que Pelman nunca entendió, fue el asunto de la silla. Durante sus años de existencia había escuchado una variedad de versiones del cuento. Algunas escalofriantes, otras, verdaderamente trágicas.

En fin, si fuera a existir un consenso, sería el siguiente:

Se dice que hay una silla integrada a una tumba familiar en Cassadaga, Florida; un modesto monumento al dolor, perdido entre muchas otras tumbas en un cementerio local. Entre cabezas de chorlito que aún no han crecido lo suficiente como para llevar su carnet de adultos, gusta correr la historia de que en la silla se sienta el mismísimo diablo. Con cada toque de la medianoche, el maestro del mal planea su próxima jugada. Sin embargo, si alguien lo suficientemente valiente se sentara en la Silla del Diablo cuando el reloj marca las doce, podría encontrar algún secreto desagradable susurrado en su oído. Se pueden hacer cosas para apaciguar al mayor enemigo del Todopoderoso. En su mayoría ofrendas de licor, botellas selladas que se encontrarán con el sol naciente carentes de líquido, mientras sus sellos permanecen intactos.

Era una historia extraña, sin una moral escrita en piedra, o un final establecido.

En su tiempo entre los vivos, Jax se preocupaba por cosas tales como el alma, el cielo y el infierno. Tras regresar, aún consciente de la existencia de los mismos, decidió eliminarlos de su ecuación personal, con tal de hacer su vida más fácil.

Eso no significara que el cielo y el infierno no salieran a su encuentro, o que, en las peores ocasiones, actuaran a sus espaldas. Pero, para todos efectos, Jackson Pelman juraba que la descabellada idea de comprobar lo de la silla de Cassadaga, se le metió en la cabeza por inspiración propia.

El asunto es que, a su juicio, sus encuentros con Nicholas Rashard siempre fueron provocados por el último, tal vez era el momento de tomar la iniciativa. 

Detuvo su auto a unos cuantos metros de la entrada del cementerio, donde terminaba el asfalto y comenzaba un camino de tierra y piedra, blanqueado por pintura acrílica. No quería llamar la atención de los residentes.

Para su sorpresa, encontró las puertas del pequeño cementerio abierto y sonrió.

Por supuesto —farfulló—. No todo son parques de diversión y el pueblo necesita turistas, aunque solo aparezcan para dejar unas latas de cerveza a media noche.

Pero esta noche era suya, si algún curioso se asomara al cementerio, iba a encontrarse con algo que contar. Jackson traía el revenant a flor de piel. A pesar de que aún no se reflejaba en su estado físico, el deseo y la locura estaban haciendo estragos. Esta vez no se trataba de consumir sangre y carne. Deseaba saber, y temía no poder procesar lo que encontrara. 

Los revenant son famosos por saberlo todo y no saber nada. No pasan su existencia en el velo, como los fantasmas, no pueden darse el lujo de vivir la vida cómoda de los vampiros, aceptando ser una realidad dentro de dos espacios. No están conectados al suelo que les vio nacer, como los garou. Pero sin lugar a duda, Jackson, quien siempre tuvo una medida de don para discernir lo espiritual, entendió que su entrada al pequeño cementerio de Cassadaga había puesto algo en marcha.

Existían varias sillas en el cementerio y justo al dar con la adecuada, desde la periferia de su visión, pudo distinguir una figura pálida. Bien pudo haber sido un fantasma cualquiera, si no llevara consigo un aroma el cual le atormentaba tanto como le atraía: magnolias.

—No es el momento —se dijo a sí mismo, tratando de evitar la presencia.

Cuando el espíritu no cedió, Jackson volteó sobre sus talones para enfrentarlo. Su rostro no era para nada agradable. Sus ojos azules, drenados de vida, estaban hundidos en unas cuencas grises, y entre sus labios cianóticos se asomaban una dentadura letal. Su cuerpo estaba reaccionando a algo que hasta ahora había permanecido oculto. Entendió cuál fue el último regalo de Brigitte. En un momento pensó que igual que el gusto que le había dejado por el dulce, su regalo de despedida fue una afición al whiskey. Pero se trataba de algo más que eso. La Dama le dio acceso parcial al velo. Podía tocar fantasmas. Agarró al espectro por el cuello y lo atrajo hacia él. Nunca vio un fantasma tan asustado.

—No eres el hombre de Cassadaga, eso es seguro. La pregunta es: ¿Qué diablos te traes con perseguirme? No aprecio a la gente que trata de hacer un numerito con mi cabeza.

—¡No puedes tocarme!   —El espíritu habló con más temor que autoridad—. ¡Estoy protegido! Soy neutral en este asunto, o al menos eso creo.

El fantasma no solo parecía estar alucinando por el hecho de que Jax tenía un toque que hasta ahora solo había visto en el barman y el cliente. Pareció dentro de todo, detenerse por un momento a apreciar en dónde estaba. Definitivamente, no se trataba de Savannah. Eso pareció asustarlo más aún. Jax le escuchó repetir uno que otro versículo bíblico a una velocidad sorprendente, antes de que continuara con el drama del momento.

—Jackson Pelman, ¿cierto? Esto me pasa por ser entrometido. Solamente me interesaba saber quién eras, no conocerte. Eh, ¿puedes retractar la cara infernal y soltarme? Considero que a estas alturas debes entender que no soy una amenaza. Mi nombre es William Grady. Puedes llamarme Rev, todos los hacen. 

Jax le permitió recuperar espacio, y notó que el fantasma traía todas las señales de haber sido consumido por un revenant. No era una de sus víctimas. Las suyas no se manifestaban como espíritus y recordaría haberse almorzado a un bautista sureño. Los delirios de santidad de seguro durarían por meses.

—¿Quién te envía?

La pregunta fue sencilla. Jackson estaba empezando a sentir que la confusión de Grady se le estaba contagiando y ese no era el momento. El reverendo se frotó las manos y esquivó la mirada, lo cual nunca es buena señal.  

—Me prohibieron decirlo. La persona que me envió con este mensaje, de alguna manera entendió que sería divertido que, siendo un fantasma sin haber presentado mi alma a juicio, no sabrías si el mensaje viene del cielo o del infierno. Lo que debes saber es que llega de Savannah. Aparentemente, es algo que considerarás importante.

—Continúa... 

El reverendo encontró la valentía que había estado buscando. Se compuso lo suficiente como para mirar al revenant a los ojos.

—Solamente puede haber una razón para que estés aquí. Es obvio que vas a preguntar algo al hombre de Cassadaga. Quien me envía, quiere hacerte saber que a pesar de que Rashard quedará obligado a decirte la verdad, tú mejor que nadie, sabes que hay más de una forma de ganárselas al diablo. Escucha bien, Jackson, lo que salga de su boca ha de ser verdad, pero no pierdas la esperanza de cambiar el curso...

Justo cuando iba a elaborar, la figura espectral pareció disolverse en estática.

—¿En serio? —Jackson dejó escapar una maldición irreconocible. Trató de anclar de nuevo al espíritu, nada más para quedarse con una sensación de hormigueo en las manos—. Siglos de magia y nadie se ha inventado el equivalente de reiniciar el sistema.

Iba a renegar una vez más cuando sintió que el vidrio de la medida de licor que traía consigo comenzó a enfriarse al punto de casi quemarle la piel. Estaba al filo de la media noche.  Teniendo presente las advertencias, colocó la botella sobre la silla, y esperó. 

—¡Ah! Alguien interesante a quien contarle un secreto —la inconfundible voz de Rashard empezó a ganar gravedad entre las sombras—. No tienes idea el gusto que me da verte, Jackson. Necesito algo con que entretenerme. Dime que tienes un muy buen amigo a quien de repente, con un par de palabras, puedo convencerte de matar. O es acaso que, habiendo destruido todo lo que una vez amaste, vienes a entregarte. 

Jackson no le iba a dar cabida. No esta vez. Colocó el cuarto de whiskey sobre el asiento de ladrillo y continuó.

—He traído la botella y la he puesto sobre la silla. Debes beber, y contestar con toda verdad. Son las reglas del juego, según tengo entendido.

—Agradezco que sea bourbon. No sabes cuantas latas de cerveza barata he tenido que tomar para decirle a uno que otro iluso lo evidente: No. No me interesa tu alma.

Jax entendió que el tono burlón y familiar era una forma de decirle que no le consideraba una amenaza, pero el revenant confiaba en tener control total de la cordura. Se plantó con las manos en los bolsillos, y se las arregló para apuntar a la botella utilizando los labios.

—Imagino que te divertiste de lo lindo en los 80, con el club de los metaleros busca fama. Ahora, si acaso, encontrarás una que otra aspirante al éxito en plataformas de escritura, o peor, candidatos a la monetización en TikTok . ¡Qué desprestigio! 

El hombre de Cassadaga ladeó la cabeza y sonrió, con la condescendencia que se le da a un niño.  Pelman tenía sus momentos, pero si algo le complacía era deconstruirlo justo cuando llegaba a lo alto de su autoestima. Las grandes deudas se cobran, después de todo, en gestiones pequeñas.  Extendió su mano para recibir la botella y se detuvo por un momento a apreciar el sello. Reconoció que la misma venía de la destilería. La sonrisa murió en la comisura de su boca y se fue haciendo amarga en sus labios. Miró a los ojos de Pelman, quien cometió el error de sostenerle la mirada.

Si bien a estas alturas no iba a perder la cordura por completo, la parte de él que respondía a la Corte de Sombras atentó por inclinar la balanza. Jackson sintió algo terrible querer escaparse entre sus poros, disolver su piel, llamar el monstruo que día a día trataba de evitar al asomarse al espejo.  Sin embargo, se mantuvo firme.

—Puedo negarme a beber y acabar con todas tus esperanzas, pero nunca me he negado a una buena apuesta. ¿Cuánto puedo darte por una medida, Jackson? Solo una fracción de lo que puedo arrebatarte.

Rashard tomó el líquido y Jax recordó las palabras de Arasshá. Por un momento esperó que el hombre de Cassadaga explotara, o algo así por el estilo, pero el efecto del whiskey era más sutil.  No podía negarse, no podía dar vueltas a la verdad. Tendría que contestar su pregunta. 

—No debo advertirte que utilices sabiamente tu oportunidad, Pelman. Pregunta.

—Hablemos de Magnolia.

Rashard tomo asiento, cruzando sus piernas. Cerró los ojos y conjuró un mundo de recuerdos los cuales lamentó no poder mostrar a Jax en el orden que él determinara.  Rio, con una carcajada profunda, que hablaba de satisfacción, antes de tomar un segundo trago.

—¿Sabes que, Pelman? Voy a hacerte un favor. Solo para que entiendas que siempre deseé ser tu amigo. Voy a regalarte una respuesta, con la esperanza de tirar el balance del triste intento de razón que tambalea en el espacio entre tus orejas. De seguro vienes a preguntar si los sueños que te han estado plagando vienen de mi parte. No. No es algo tan sencillo como decir que sangre inocente clama por ti desde la tierra. Magnolia está viva, y a mi servicio. Atada a mí en carne y espíritu. ¿Quieres verla, Jackson? ¿Quieres sentirla, de la forma más íntima?

Si bien la bebida logró soltar la lengua del hombre de Cassadaga, el decir la verdad no suavizó el uso de sus palabras, ni lo desvío de su propósito. Sus reflejos eran óptimos y no tardó en poner su mano sobre el pecho de Jackson, casi reclamando al revenant sobre la marca dejada por La Dama del Cementerio, el recordatorio de mientras estuviese en manos de luz o de sombras, no sería más que un muñeco de trapo.

Le permitió ver a Magnolia, por primera vez en ciento cincuenta años, su tersa piel desnuda a penas cubierta por las sábanas, sus labios cansados de besar, su voz recuperándose de un éxtasis salvaje, y más que nada, escuchó sus palabras: «Quiero, que me permitas acabar con Jackson. Quiero que sea mi mano y no la tuya, la que destace su corazón. A cambio de esto, te entrego mi servicio».

Jackson se separó del toque de Rashard con un manotazo certero, pero fuera de eso, el hombre de Cassadaga no consiguió el descenso a la violencia que estaba esperando. El rostro de Pelman permaneció impasible, sorprendentemente difícil de escrutar. La única evidencia de sus sentimientos fue el desviar de su mirada antes de humedecer sus labios y preguntar:

  —¿Magnolia tiene un aquelarre? Hay ciertas cosas que un revenant puede... proveer. Pero tú lo has dicho mil veces, no pasamos de ser un entretenimiento pasajero. Una bruja, sin embargo, es algo necesario. Gracias por la información concedida de entrada. Todavía me debes una respuesta.

Rashard tosió, las notas ahumadas del whiskey se hicieron un nudo en su garganta. La frustración de haber jugado su mejor carta y perdido, le recordaron una vez más la sensación de ser burlado, hasta que recordó que las verdades a medias siguen siendo verdades. 

—En efecto  —le dijo —Magnolia selló su pacto prometiéndome otra bruja. Se puede decir que en cierto sentido, tiene un aquelarre.  ¿Dónde puedes encontrarla, para dar con dicha bruja? Una pregunta que perdiste la oportunidad de hacer. A la verdad que me sorprende que no estuvieras tan interesado en tu esposa.  Gracias por el whiskey.  Las reglas del juego no te obligan a quedarte y no tengo interés de verte la cara.  

Jackson no se movió, pero eso no evitó que se encontrara en el camino del cementerio. Caminó hacia el auto y subió al mismo sin decir palabra. No fue hasta dar reversa que subió el volumen del radio para dejar escuchar la melodía que iba a definir su noche. Los acordes desenfrenados de "El diablo llego hasta Georgia" llenaron de satisfacción a Rashard.

—¿En serio crees que puedes ganar? —Tomó otro sorbo de tributo de ángeles y se sintió más cerca de lograr todo lo que se había propuesto; cerca del cielo.

Existen variedades de sillas del diablo en el sur.

Es una leyenda muy común. A pesar de que la mayoría del tiempo la que se menciona en esta historia es la de Cassadaga, Florida (la cual de hecho, es la menos glamorosa), voy a dejar las sillas y sus respectivas leyendas aquí:

La silla del diablo
Cassadaga, Florida
Ya esta, la conocen demasiado. 😅


La silla del diablo
Kirksville, Missouri

La silla es particularmente curiosa porque fue comisionada por la familia Baird para marcar un espacio, pero ningún miembro de la familia está enterrado en ese cementerio.

La leyenda dice que la silla se construyó para pagar una deuda al infierno y cualquier persona que se siente en ella, morirá en espacio de un año.



La tumba de Johnny Mercer
Savannah, Georgia
Mercer fue uno de los compositores más populares y exitosos del siglo XX y uno de los hijos nativos más conocidos y talentosos de Georgia. (Para los amantes del terror, es el compositor de "Jeepers Creepers" 👀)

Lo curioso es que su familia era extremadamente piadosa y el hombre muy religioso.

La leyenda cuenta que al diablo le molestó de gran manera no haber logrado seducir a Mercer, porque secretamente era muy fanático de su música.

Por  eso se dice que en ciertas noches se sienta en el banco, en el cual están escritos los títulos de sus canciones más famosas, a tararear las mismas. ¡Pobre del que lo interrumpa!


Mención honorífica:

La pista de baile
Bear Creek, Carolina del Norte

Se trata de un pedazo vacío de bosque, un círculo polvoriento, desprovisto de vida vegetal, de unos 15 pies de ancho donde, según historias que datan de 1882, el diablo viene a bailar.  Las historias continúan diciendo que allí no crecerá nada y que los animales no cruzan este trozo de bosque vacío.

Cuenta la leyenda que si uno coloca algo en el centro, no importa cuán pesado sea, al día siguiente aparece en el borde del círculo (el diablo necesita espacio para bailar).

Lo que siempre me estuvo muy curioso y muy gracioso, es que a pesar de que hay una gran cantidad de leyendas que tienen origen en Louisiana, no existe una silla del diablo en ese estado. Eso fue lo que me inspiró en cierto sentido a escribir la relación Brigitte/Rashard  en donde, a causa de guardas, el primero no puede poner un pie en Nueva Orleans.

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