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Las luces del puerto de Savannah

La casa del parque Forsyth no estaba embrujada, de ser así, Magnolia lo hubiese resuelto. No obstante, algo pesado determinaba el ambiente. Durante esos preciados años en los que su pacto con Nick Rashard le habían devuelto cierto grado de claridad mental, una de las cosas que disfrutaba era dormir, sin ser interrumpida por pesadillas.

Los últimos días, sin embargo, se los había pasado soñando con ratas, aves de corral con arranques temperamentales y castillos bañados en una desagradable luz azul.

Atribuyó las interrupciones al hecho de que no había logrado integrar a la señora Price. Últimamente, cada intento se le convertía en un amargo fracaso.

Era un reto al que los revenant estaban obligados a enfrentarse. Por lo general, los que siempre regresan suelen guardar dentro de sí características y hasta recuerdos vívidos de sus víctimas. Pedazos de vidas pasadas, momentos de total claridad que, de saber utilizarse, pueden evitarles caer en la locura a la cual irremediablemente están condenados.

Pero a veces, se elimina a la persona equivocada y el peso de esa vida puede arrastrar incluso a un inmortal. En consecuencia, el despachar a su más reciente víctima tomó días, y un puñado de rituales.

—¿Qué te queda por decirme, Awilda Price?

La revenant estaba sentada en el suelo del sótano, tras pasar la noche entera limpiando el rastro de su trabajo. En su entorno, el olor a hoja de romero pretendía ahogar el químico del cloro. Era importante restaurar el suave aroma natural del suelo de madera. Cualquier elemento que la uniera a la magia primordial e incorruptible derivada de la tierra, destilaba un poder el cual no se veía obligada a compartir con nadie. Le era imprescindible tener sus espacios.

La casa era antigua y bien cuidada, pero carecía de una que otra ventaja, ofrecida por el vulgar linóleo. Remover sangre era un verdadero dolor de cabeza.

Levantó la calavera de la señora Price, acariciando con suma devoción cada curva ósea entre sus dedos. El hueso no estaba pulido, pero sin duda fue blanqueado con gran cautela. Magnolia añadió unas líneas a la calavera, trazadas con un delicado cincel que permitía crear patrones concéntricos sobre el hueso. Sus ojos no cesaban de leer lo que dichas líneas tenían que decir. La mayoría de los revenant saben por intuición y naturaleza que la piel, la sangre y el hueso guardan secretos, no todos tienen la capacidad de escrutar hasta lo más íntimo.

La soledad la llevó a tener una conversación animada con la osamenta, después de todo, no iba a correr el riesgo de conjurar a Rev y enterarlo de sus planes.

—Se lo advertí —tocó la parte superior de la cavidad nasal del cráneo, como quien saluda a un niño dándole roce de hada en la nariz—. Le rogué que se quedara conmigo por un tiempo, no solo en mi piel, sino para hacerme compañía. Pero no soy quién para forzar un fantasma y su alma estaba desesperada por cruzar al otro lado.  Eso no significa que no pueda conseguir lo que busco. Sabe perfectamente que necesito acercarme a Lizzie. Pero, debo confesar, me sorprendí al descubrir que usted era la puerta de entrada, tan cercana como sus padres. —Magnolia pausó por un instante. Sabía que utilizar sus poderes de augurio acarrearía grandes problemas. Para comenzar, llamarían la atención de Rashard y ella simplemente no estaba de humor para lidiar con el hombre de Cassadaga—. Usted sabe algo sobre esa chiquilla, señora Price, algo que decidió ocultar. Y yo, soy extremadamente curiosa.

En el silencio, los huesos, atados a la voluntad, se desbordaron en palabras que solo llegaron a los oídos de Magnolia.

—¡Ah! Ya veo. A veces olvido, lo que es ser humana. Es una de esas tantas cosas que se toman por sentadas cuando podemos guardar la apariencia. Usted era simplemente una humana más, en vías de aceptar una muerte larga y lenta, de la cual vine a librarla. Unos más que otros tienen el don de discernir, de asomarse entre el velo, sin siquiera notarlo. Lizzie está empezando a manifestarse y usted estaba tratando, de alguna manera u otra, evitar que la chiquilla entrara en cuenta de sus habilidades. Es comprensible, incluso yo, que tengo mejor idea del valor de una bruja, estoy sorprendida de que sea tan precoz.

Se detuvo, incapaz de contener el recuerdo de un ático en donde, cercana a la edad de Lizzie, compartió un espacio con Jackson. Odiaba sentir como el sonido estridente de un abandonado pianoforte se convertía en una dulce melodía. Cada vuelta en medio de ese baile congelado en el tiempo,  llegaba con una mezcla de recuerdos tan agradables como violentos. Pensar en Jax era sentir el ritmo desenfrenado de un corazón que se descubrió enamorado y  en un mismo respiro, revivir el último latido de su existencia, ahogada en su propia sangre, asiéndose a la esperanza de ser rescatada de sí misma.

—Cuando era niña —confesó de súbito—, mi nana hizo todo lo posible para evitar que me interesara en la magia. Funcionó por un tiempo, pero a la larga, lo único que logró fue traerme desventajas. No se preocupe, señora Price. Hay más de una manera de cuidar de una bruja.

Un leve toque en el marco de la puerta del sótano la hizo girar. El movimiento no fue brusco, ya esperaba la visita. Es extremadamente difícil sorprender a alguien con las capacidades de Magnolia Devereaux.

Tommy Riordan no parecía en nada al esperpento cubierto de tierra de cementerio al cual había visto por última vez la Noche de Brujas. Por el contrario, estaba perfectamente aseado, vistiendo unos jeans oscuros  y un suéter gris que le hacían el favor de crear la impresión de una constitución atlética. Tenía las manos firmes en sus bolsillos. Años de ser el mandadero de Magnolia le enseñaron a no tocar cosas que la revenant no le autorizara. Los espíritus dejan fuertes impresiones, pero sobre todo, siempre están buscando algo que poseer.

—Estamos a punto de entrar en invierno, Maggie. Tú casi siempre cierras tu ciclo la Noche de Brujas. Te estás pasando de golosa. ¿A quién le tocó esta vez?

—No preguntes. A veces es preferible no hacerlo, sobre todo, si quieres seguirme teniendo en buena estima. 

Tommy se paseó por el sótano una vez Magnolia le dio el visto bueno. Observó las delicadas botellas de perfume, los recuerdos de una vida en fotografías blanco y negro. La señora Price le ofrecía una mirada bondadosa, desde cada una de las fotos. El joven no se conmovió, no se molestó en indagar. En sus labios se empezó a formar una sonrisa casi imperceptible.

Magnolia no tardó en hacerle saber sus planes.

—Hoy es un buen día para salir río afuera, hacia el océano. En poco tiempo el Atlántico va a tornarse gris y enlodado, cuando el río Savannah empiece a soltar las crecidas de diciembre. Lo que vamos a echar a la profundidad ocupa poco espacio. Son solo huesos.

Susurrando algo parecido a un rezo, se alejó del joven, para recoger la calavera que había dejado en el suelo al levantarse. Plantó un beso en la blanca frente esculpida. Tomó un par de crisantemos, los cuales colocó en las cavidades de los ojos del cráneo, antes de colocarlas en un contenedor de plástico oscuro.

Sin duda alguna podía con la osamenta, pero, ante los ojos de los vecinos, era preferible simular que necesitaba la ayuda para mover semejante caja. No le preocupó mover los restos en plena luz del día. Después de todo, entrada y salida de cajas era algo de esperarse para alguien que recién se mudaba.

Del otro lado de la verja de madera, la pequeña Lizzie hacía burbujas de jabón junto a su madre. Magnolia las saludó con toda confianza. Los vecinos aún no habían visitado su casa, pero la bendita receta de galletas de chispa le abrió las puertas a la casa de los Johnstone. Se apresuró al auto antes de tener que contestar preguntas sobre su acompañante. De darles dos segundos de tiempo, se darían el lujo de pensar que andaba de novia. Maggie no estaba de humor para sostener más de una farsa.

Era un viernes relativamente tranquilo para ser diciembre. En el parque de enfrente, la ciudad de Savannah comenzaba a adornar para Navidad. Luces blancas, representando la idea de que la ciudad es, y siempre será la perla más preciada del Sur, colgaban de los robles cual lágrimas, esperando caer.

El día fue más largo de lo que esperaban. El anochecer los encontró mar afuera, tras consagrar los restos de la señora Price al abismo. Las luces del puerto apenas se distinguían en la distancia.

Tommy estaba al timón, relajado y perdido en sus pensamientos, tenía lo que los porteños suelen llamar buenas piernas de mar. Al joven no le molestaban los silencios de Magnolia, estaba acostumbrado a complacerla. Fue por eso que se sobresaltó cuando la escuchó pedirle que tirara el ancla.

Una hora antes habían estado conversando y la Devereaux se sentía animada, el tono suave y dulce de su voz acompañaba perfectamente el vaivén de las olas. Ahora se sentía algo ronca, rasposa. La bruja tosió un par de veces, lo que provocó que Riordan se volteara a verla.

No había luna, solo el foco fantasmal que se alzaba sobre la popa. Si bien podía ver perfectamente la definición de su figura, la luz obligaba a su rostro a perderse entre sombras. Algo estaba mal, parecía haber un olor a bilis suspendido en el aire que incluso era más fuerte que la sal. Tommy sintió un deseo irracional de darse a la huida, aun cuando su única escapatoria era la oscuridad y el mar abierto.

Magnolia se acercó con una velocidad alucinate, y sostuvo el rostro de su acompañante entre sus manos. Pedazos de hueso aparecían expuestos, rompiendo la piel sobre los nudillos. Sus uñas, largas, ennegrecidas y deformes, se clavaron en la piel de Riordan. La revenant estaba en total control de su cuerpo y su mente, lo que provocó un terror en el joven, que se manifestó como un temblor que ocupó todo su cuerpo, y un grito que vino a morir en su garganta.

—Escúchame, Tommy Riordan. Esta noche te prestaste para ayudarme a deshacerme de una mujer inocente. Si bien es cierto que pudiste haber hecho esto mil veces antes, esta noche no preguntaste. Te sentiste demasiado cómodo caminando los pasillos de esa casa, viendo las fotos de mi víctima apiladas junto a la caja donde fueron a descansar sus huesos. Te deleitaste en la idea de servir como instrumento a la muerte.

—Maggie, ¡Maggie...  por...  Dios! —Tommy había comenzado a sudar y algo de saliva clara se resbalaba entre sus labios con cada palabra suplicante.

—Esta es la verdad, la cual debiste haber intuido hace tiempo —la revenant mordió el interior de su mejilla, le fue fácil arrancar un pedazo de tejido semi-pútrido y provocar un sangrado. Escupió sobre la zona entre el cuello y el hombro del joven, haciendo que la tela de su ropa y su piel ardieran, como expuestas al ácido—. Nadie se va a apiadar de tí si decidiera darte muerte. Hay algo que te está cambiando, desde adentro, solo por estar expuesto a mí. ¿Quieres pruebas? Mi sangre te está quemando, Tommy. Tal vez no estés consciente de ello, tal vez lo hayas hecho a propósito, pero no me interesa que alguien sepa más de lo que yo quiero dejar saber. ¿Para quién trabajas, para el cielo o para el infierno?

—Él me prometió lo que tú te has negado a darme, Maggie.

—¡Ah! —contestó la bruja, sabiendo que solo podía existir un "él"—, siempre hay una promesa de por medio. No me digas, el hombre de Cassadaga ha tocado a tu puerta. Se ha presentado con alguno de sus tantos nombres y ha empeñado su palabra. No me interesa saber los términos. No eres tan importante en este esquema. Si acaso, te convertiste en una fuente de entretenimiento, una apuesta. Probablemente haya puesto hasta dinero sobre la mesa, seguro de que voy a matarte. Pero tengo cierta inclinación hacia el perdón esta noche. Voy a dejarlo todo en tus manos. Escucha bien mis instrucciones. Toma el bote, llega a donde quieras, menos de vuelta Savannah. Ancla en el puerto donde pienses que estés seguro y jamás, jamás vuelvas a pensar en mí o en el hombre de negro. Si su rostro o el nombre que te ha dado pasara por tu cabeza en algo que no fuera una pesadilla, si tan solo lo mencionaras, ansiando lo que te ha prometido, de seguro va a encontrate. Y entonces, ya no seré responsable por tu alma. Y por último, para que no me olvides, el botiquín de emergencias está justo bajo la litera.

Cual fiera poseída por la rabia, dejó atrás las palabras y se aferró al interior del antebrazo de Riordan, arrancando un pedazo que engulló sin masticar. La carne simplemente se deslizó entre sus mandíbulas desencajadas. Satisfecha saltó hasta el espacio techado en la proa, para luego precipitarse al vacío, dejando a su víctima en shock, caído, sosteniendo su brazo, sin decir más. El único rastro de su presencia fue el danzar trémulo de la luz blanquecina que, momentos antes, había dado definición a su silueta.

Magnolia se entregó a las aguas, la decisión de Tommy hormigueaba en sus labios. La sangre no miente. El chico prestaría atención a su amenaza.

Se dejó arrastrar por las corrientes hasta el fondo y al cerrar sus ojos, por un instante, tuvo la impresión de ver a Jackson, abrazado por la tierra. Fue suficiente para provocarle subir. Si él había decidido descansar, ella no lo haría. Y si optaba por desaparecer, entonces ella se encargaría de recordarle lo que cuesta ser incauto.

Pero ni siquiera el intento de liberarse de las aguas era puramente suyo. Sintió la presencia de Rashard como un abrazo. No tenía idea si se trataba de su imaginación o ese final descenso a la locura, pero lo vió triunfante, reinando sobre un mundo hecho pedazos en donde todo era suyo: los oráculos, la niña de la puerta del este, ángeles, demonios, Jax y ella misma, marioneta voluntaria en un juego peligroso. Al centro de todo, una bruja con la capacidad de amplificar el susurro de un demonio por virtud de su palabra.

Cuando su cuerpo alteró la paz de la superficie, todo lo que se había planteado estaba resuelto y ordenado en su cabeza. Tenía terribles cosas que hacer, de eso no le quedaba duda. Inocentes por sacrificar, venganzas por llevar a cabo, promesas que cumplir.

Si es que algo saliera mal, y algún día llegara a las puertas del cielo, su única defensa sería que una noche de diciembre hizo todo lo posible por salvar el alma de Tommy Riordan... ¡Vaya esperanza!

Mientras nadaba contra la corriente, hacia la desembocadura del río Savannah, las luces, por lo general rojas, comenzaron a parpadear ante los vanos esfuerzos de los empleados del puerto, quienes no podían contener el despliegue de colores.

Naranja y plateado, como los ojos dispares de quien ha visto tanto el cielo como el infierno.

—¡Hay mejores formas de llamar la atención, Nick! —gritó con todas sus fuerzas, sabiendo que nadie la escucharía—. De todas maneras, ya tienes mi alma.

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