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Historias cíclicas

Magnolia tenía muchas cosas que recriminarle a la vida, y más aún a la muerte. Desde su nacimiento hasta la tumba, su existencia fue parte de un plan forjado por seis generaciones previas carentes de otra excusa que no fuera aumentar su poder e influencia. Y, aunque su madre y su nana dieron la vida para tratar de evitar lo que sería su desgracia, Maggie no podía dejar de pensar que tanto Jeanine Devereaux como Trinidad, la mulata a cargo de su cuido, buscaban más el placer de ganarle la partida al hombre de negro, que otra cosa.

La maldición que acompaña a los revenant es eventualmente destruir todo lo que aman. Magnolia había visto írsele de entre las manos todo lo una vez amó, así que no le restaba más que destruir sus recuerdos, tergiversar cualquier cosa buena que hubiese sucedido en su vida antes de la tumba y en última instancia, convertirse en todo aquello que una vez odió.

En esto se dedicaba a reflexionar mientras sacaba una docena de galletitas del horno, antes de presentarse a casa de los Johnstone. Le había prometido al hombre de Cassadaga una bruja, y por todos los dioses, le daría a Nick Rashard lo prometido, aunque esto implicara poner en la línea lo último que le quedaba de humanidad.

—¡Buenos días, Maggie! No me digas que vas a pasar otro domingo sola.

La señora Johnstone apenas estaba entrando en los treinta, su esposo era unos quince años mayor. Desde un par de décadas a esta parte, este tipo de uniones se hacía más común en las familias sureñas, se intentaba con esto preservar las ideas conservadoras: las mujeres en casa, los hombres proveedores, los niños creciendo en ambientes cerrados, donde la educación se obtenía a través de programas que permitían la escuela en casa.

Para Magnolia, todo parecía un intento de regresar al siglo XIX, lo cual le parecía un espanto.

—Netflix me espera, Saundra. Solo pasé a dejar las galletas para Lizzie.

—¿En serio? Vamos, que dado que parece es solo Netflix y nada de compañía, puedes ver lo que sea en cualquier lado. Te invito a casa.

Magnolia accedió. Después de todo, ese era su plan, desde un principio. Los domingos en casa de los Johnstone comenzaban como los de todos, de cabeza en la iglesia, mientras más temprano, más piadosos. Sin embargo, lo que por costumbre se convertía en ya fuera un desayuno o almuerzo familiar tras el servicio, era nulo para la pequeña familia. El señor Johnstone insistía en estar ocupado con asuntos de trabajo, los cuales solo su ignorante esposa aceptaba como excusa.

Estaban en medio de una emergencia de sanitaria, y a pesar de que en Savannah no alcanzaba la tasa de mortandad de Nueva York o Nueva Orleans, la mayoría de las empresas estaban comenzando a optar por trabajar a remoto. El señor Johnstone tenía un apartamento en la Avenida Tibet, el cual había declarado oficina y donde aparentemente también residía una secretaria ejecutiva de corte exigente, que le obligaba a trabajar horas extras...

—¡Maggie! —Lizzie se anunció desde el tope de la escalera, aparentemente estaba tan aburrida como su madre, lo que Magnolia encontró lamentable. Los niños nunca deberían estar tan pendientes de los adultos, merecen perderse en un mundo de imaginación, apartados de todo aquello que les espera en un abrir y cerrar de ojos. Sintió el doble por Lizzie. La pequeña debería estar viviendo sus mejores momentos, pues ni siquiera vería la adultez.

—¡Hola, linda! —Una perfecta sonrisa encubrió todo un plan de maldad—. El expreso de las galletitas acaba de llegar.

Una hora y media después, la película animada de turno llegaba a su fin y Magnolia observaba la interacción entre madre e hija. Nada en absoluto delataba que Saundra estuviese preocupada por su hija, lo que indicaba que la niña ejercía cierto control sobre su poder o simplemente no lo había manifestado como para llamar la atención. La revenant se preguntó que pudo haber visto la señora Price.

—Johnstone es un apellido curioso, escocés, si no me equivoco. Pero nunca me dijiste cuál era el tuyo de soltera, Saundra. Sé que nadie pregunta estas cosas, pero soy muy amante de la historia. Ya sabes, como y cuando llegamos a este país.

Saundra pausó por un instante, la idea de sentirse extranjero en su propia tierra era algo que no le era cómodo. Atribuía esos pensamientos a personas de corte extremadamente liberal, los cuales no enganchaban con las inclinaciones políticas de su esposo. Pero, en ausencia de este, contesto sin problemas.

—Wanton.

—¡Ah! También escocés, pero tu apellido es mucho más interesante. Las mujeres estamos entrenadas para olvidar nuestra historia una vez nos ponen un anillo en el dedo. Así que, permíteme refrescar uno que otro dato —su mente podía actuar de forma errática de vez en cuando, peri nunca cuando se trataba de su misión—. ¿Alguna vez escuchaste del clan Wanton? Notorios hechiceros, practicantes de maleficium. O al menos, eso quedó registrado en la historia. Ya sabes lo que dicen: la pluma escribe lo que el ganador determina.

Susan se puso en pie, moviéndose instintivamente entre su hija y Magnolia. Lizzie no pareció afectarse con lo sucedido, continuaba disfrutando el privilegio de la última galleta. Pero su madre dejo ver demasiado con un solo gesto.

—¿A qué dijiste que te dedicabas, Maggie?

—Nunca mencioné concretamente a lo que me dedico, y lo sabes. Pero soy estudiante graduada de historia, me desempeño como profesora adjunta. —Magnolia estaba justo a punto de embellecer su mentira y perder un poco de cordura, entrando en detalles, cuando su teléfono celular registró una llamada. Su ánimo pareció tan pesado como el de Saundra por un instante antes de volver a levantar sus ojos, y Mirar directo a la mujer—. ¡Hablando del diablo, lo vemos venir! ¿Puedes creerlo? Mi jefe está justo afuera, ¡ven, que las casualidades hay que aprovecharlas! Te lo presento, y así de una vez entiendes por qué no tengo tiempo para hacer vida social.

No le dio tiempo de negarse, casi la arrastró hacia afuera, invitando también a Lizzie a unirse. Saundra iba de camino a vocalizar una protesta, pero el hombre que esperaba del otro lado de la verja blanca la dejo sin aliento. No se trataba de un asomo de lujuria. Su belleza era etérea, al punto de irradiar esa paz que llena espacios. Sus ojos oscuros, asomándose entre espesas pestañas, parecían validarla.

—Profesor Rashard —Maggie intervino, consciente de que sus palabras rompieron el encanto del hombre de negro—. Agradable sorpresa verlo por aquí un domingo —añadió con un tono irónico que no pasó desapercibido—. Supongo que los informes que tenía que entregarle no pueden esperar a mañana. Antes de perderme en papeles, quiero presentarle a mi vecina, Saundra Johnstone, y a su hija, Lizzie.

—Encantada —pronunció la mujer, pero fue la pequeña quien, de forma inesperada, interrumpió la conversación.

—Parece un ángel —dijo, mientras su madre disculpaba el atrevimiento de la pequeña y con una señal de mano que denotaba nervios, se despedía, volviendo a su casa.

Una vez solos, Rashard preguntó a Magnolia si le iba a invitar a pasar.

—Es tu casa, ¿por qué no?

Una simple aseveración que describía su relación a diferentes niveles. De nada vale negar algo a quien posee control sobre el alma. Pero la lealtad, por más jurada, nunca fue suficiente para Nick Rashard. En cuanto cerraron la puerta tras de ellos, cualquier apariencia de conducta civilizada desapareció. El hombre de Cassadaga la empujó contra la puerta cerrada, presionándola y obligando a mirarle a la cara.

—¿Qué estabas a punto de hacer Magnolia? ¿Acaso piensas que no tengo ojos en esa casa? Desde el momento que anunciaste haber conseguido una bruja para mí, no has estado sola un día. Tommy Riordan fue la advertencia que decidiste ignorar. Entonces, debo ser más claro. No confío en que hagas esto sola. Saundra Johnstone me pertenece, como habrá de pertenecerme su hija.

—Ah, de allí a que pareciera reconocerte. Te escurriste en sus sueños, curioso. ¿Qué descubriste, Nick? Tal vez que no todas las madres están dispuestas a entregar sus hijos. Es más fuerte de lo que crees.

—Para eso justamente te empleo, Maggie —su mano antes concentrada en hacer presión en el cuello de la revenant, se abrió delicadamente para acunar su rostro, redibujando la silueta de sus labios con el dedo pulgar —. No me hagas suponer que tuviste la intención de arrepentirte, de alertarla.

—Nick, Nick... —Magnolia suspiró mientras sus manos apresaban la de Rashard, la cual besó con gran devoción—. Tienes que darme un poco de espacio. Esa chiquilla es demasiado inocente, muy cuidada. Estoy a un par de pasos de darte todo lo que deseaste, pero de nada vale un regalo a medias. Tenemos que lograr en Lizzie lo que alcanzaste conmigo a través del sufrimiento de seis generaciones. Voy a poner en tus manos una muñequita rota y la seducción no funciona en ese caso. Hay que corromper, hay que destrozar desde adentro. No voy a arrancarla de manos de su madre, voy a conseguir que sea entregada.

Rashard rio, pero no fue una risa de complicidad, más bien de burla.

—Amo cuando te comprometes de esta manera. Me importa muy poco la fidelidad que me hayas jurado. Eres mía para hacer lo que quiera, pero no tendrás mi total y plena confianza hasta que cumplas lo que exige nuestro trato y sabes bien que mi precio no es solo una bruja. No obstante, si insistes en corromperte para ganar mi favor, Magnolia, escoge. —Rashard se acercó a su oído, provocando que Maggie cerrara los ojos en espera de la más dulce de las canciones—. ¿Quién muere esta noche? El padre, o la madre. Si vas a entregarme una muñequita rota, lo primero que debes hacer es desarraigarla.

Esa noche, Magnolia demostró lo que estaba dispuesta a hacer. Escogió de todos al más culpable, pero eso no dejó de acarrear consecuencias. Removió a un padre, un esposo y la estabilidad emocional provista a una criatura por la ilusión de una casa en armonía. Todo sin detenerse, sin pensar en consecuencias. Si acaso, su única pausa duró el espacio de dos latidos antes de que besara los labios de Nick Rashard, mojados en la sangre del señor Johnstone.

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