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Corazones humanos

Por décadas, tanto Jackson como Magnolia habían querido obtener total claridad y consciencia. Frente a ellos se encontraba el ejemplo ilustrado del porqué no se debe obtener todo lo que se desea.

Ciento cincuenta y cuatro años de su historia, individual y compartida, encontró la forma de allegarse a esos caminos, llamado sus nombres desde lejos. La pobre niña rica y el chico increíblemente optimista, la bruja y el soldado con el don de ver detrás del velo, la esposa llena de secretos y el esposo capaz de enfrentarse al mismo diablo para salvar su alma... el revenant y su primera víctima, los monstruos separados por capricho del cielo y el infierno. Cada una de las vidas perdidas para garantizar su existencia... estaban allí.

La diferencia mayor, eran las condiciones en que dichos elementos se presentaban. Todo aquello que Jackson fue hasta el momento en que visitó a Brigitte yacía guardado en un baúl a la orilla de uno de los caminos. Si bien el contenedor parecía estar hecho de frágil cristal, el sello que impedía que todo el horror se desbordara ardía con gran intensidad, formando una serpiente que entraba y salía entre las válvulas de un corazón latente.

—No niegues que estás protegido —reclamó Magnolia.

Para ella, no fue lo mismo. Sus fantasmas estaban presentes, todos los que una vez dejo escapar, incluso Grady. Ese era el gran secreto. La eternidad para ellos no era una promesa, era solo un punto de espera, una parada antes de llegar al cielo o al infierno. El boleto de entrada, sin duda, la vida de Magnolia Devereaux.

—No te detengas a mirar a tu alrededor —Jackson sostuvo su mano, la cual encontró bañada de un casi imperceptible sudor perlado—. La casa ha de ser el lugar más seguro.

Cruzaron la entrada y el primer impulso de Magnolia fue refugiarse junto al refuerzo del portón, justo donde el hierro se unía al concreto. Se detuvo a observar el tono celeste de la pintura, visible a la luz de la luna.

—¿Alguna vez te preguntaste por qué tantas casas en el sur favorecen el tono azul?

—Es una metáfora en brochazos — Jax entendió perfectamente lo que Magnolia perseguía ilustrar.

—No sé si metáfora sea la palabra correcta. Superstición para unos, hecho comprobable para otros. El azul neutraliza los espíritus, aleja las maldiciones. Pero la casa Devereaux siempre supo imponerse a la estética —utilizó sus uñas para separar una burbuja de pintura, de la cual tiró, tras pincharla entre sus dedos. La fina capa de pintura azul se desprendió, para dejar ver piel pulsante, supurante de sangre y podredumbre—. ¿Piensas que hay algo que pueda ver por mí en este lugar, cuando todo lo que hicieron estas paredes fue actuar en complicidad a una promesa de generaciones? Vamos, entonces.

Se reusó a subir las escaleras. Tomó el sendero lateral que llevaba al patio, en donde se encontraba el gazebo.

Ese espacio techado entre cuyas vigas de madera florecían delicados jazmines había sido testigo de su historia, su primer y último beso. El fin de la bruja, el comienzo de la revenant, a manos de Jackson.

—No me vas a arrastrar contigo, Maggie. Todo lo que fui, quedó atrás, quedó perdonado, a cambio de una cosa.

Jackson sintió la urgencia de tocar la marca en su pecho, estaba entendiendo que debía jugar su papel. Por más que atrasara el momento, Brigitte iba a exigir la vida de Magnolia. Sería la única manera de escapar la encrucijada. Cierto, el ángel los envió a ese lugar, pero solo La Dama controla quien sale de ese eterno laberinto. Sintió su piel caliente, lo que lo hizo reaccionar. Sus dedos apenas si podían distinguir la marca sobre la tela de su camisa. La equis en su pecho estaba comenzando a desvanecer. Fue justo en ese momento que entendió que Brigitte le había dejado libre para llegar a sus propias conclusiones, par tomar el paso del cual se detuvo por un siglo y medio.

«Dame una razón», pensó para sí, pero todo al derredor gritaba culpable, merecedora de la muerte.

Sus ojos siguieron a la mujer que todavía no estaba seguro de haber dejado de amar. Se detuvo un instante a apreciar la madera tallada del gazebo y fue suficiente para ser arrastrado en el tiempo...

Estuvieron conversando toda la noche, para ser sorprendidos por el amanecer. La acerco a él, mientras los primeros indicios de sol se colaban entre las vigas que sostenían el techo, la sombra de los jazmines se esparcían sobre su rostro, sugerentes, marcando un perfecto camino a seguir en su piel. En un principio sus labios a penas se rozaron. Todos sus besos siempre comenzaban así, suaves, hasta rendirse ante la urgencia. La besó entonces con fuerza, para detenerse a sonreír en el momento en que ella dejó escapar su nombre en un jadeo. Tomó su dulce tiempo en acariciar su cabello, como si sentir la curvatura de su cuello fuera la recompensa más ansiada. Mientras, el calor de su boca, esos labios completamente divorciados de timidez, le provocaban a dejar de ser un caballero, una y otra vez.

La imagen desapareció. Al levantar su vista se encontró con Magnolia, quien estaba recostada del pequeño balcón de madera, de espaldas a él. Estuvo a punto de preguntar si la experiencia fue compartida, cuando ella, sin decir palabra, aumentó la distancia entre ambos. Algo estaba llamando su atención en el jardín.

Cayó de rodillas frente a unas estatuas de piedra, las cuales Jackson en primera instancia no reconoció. Luego, al acercarse, vio perfectamente sus rostros. Eran las brujas Devereaux, Jeanine, la madre de Magnolia, y Trinidad, su nana.

—De todos este es mi peor pecado, ¿imaginas por qué?

En un principio Jax no respondió. Pero, ante su insistente silencio, se limitó a decir:

—No existe una sola que pueda reclamar inocencia entre las Devereaux, pero por alguna razón, Brigitte determinó que estas dos iban a ser perdonadas. Les regaló un eterno regresar algo diferente al tuyo y al mío.

—Eso es así —comentó Magnolia —. Debes reconocer que se portó mucho mejor con ellas que lo que hizo con nosotros. En un principio la idea de morir y volver a nacer parecía una condena, pero con el tiempo entendí que les otorgó una libertad que pudieron utilizar a su gusto y, sin embargo, escogieron el peor de los ciclos: el amor. Vida tras vida, mis protectoras, estaban sujetas a encontrarse, a jurarse fidelidad, a buscarme, a ampararme, aun cuando yo no tuviera consciencia de sus actos, o de mí misma.

—¿Y cómo les pagaste, Magnolia? —Jackson quería escucharlo de sus labios. Necesitaba convencerse. Algo estaba transformándolo desde adentro, haciéndole arrepentirse de todas las veces que deseó ser el hombre que una vez fue.

La amaba. Y necesitaba saber si ese era el último rastro de locura que quedaba en una mente que con cada paso se hacía más clara.

Magnolia reaccionó fúrica, levantándose del suelo y acortando la distancia entre ambos. Como todos los revenant, sabía ocultar su naturaleza detrás de facciones atractivas, pero esta vez había algo diferente. Sus labios temblaban y su aliento, no solo era dulce, sino también tibio.

—¿Quieres escucharlo de mí, Jackson? ¡Puedes tocar la piedra y pedirle que te cuente una historia! O mejor aún, puedes quedarte con la versión de Ginny Thompson. ¡Llevo horas tratando de figurar donde pudiste haberte metido para oler simultáneamente a agua maravilla y yerba gatera, ugh!

Volteó hacia la casa a la que en un principio no quiso entrar y Jax la siguió sin pensar en corroborar una vez más la historia.

—Maggie, entiende...

—Debo entender ¿qué? Tu evidente frialdad. La manera en que aceptaste una tras otra las historias. Comencemos por la versión de Brigitte, que en todo caso tenía derecho a esperar lo que fuera. El oráculo determinó que debía morir, Brigitte me las tenía juradas desde que respiré mi primer aliento. Y en retrospectiva, Jax, sería capaz de aceptar hasta mi muerte, consolándome con suponer que no tenías control sobre tus acciones. Pero ambos sabemos lo que ha estado pasando desde que llegaste aquí. ¿Qué juego estúpido es este? ¿Por qué me estás arrastrando una vez más a sabrá Dios qué?

—Estamos revirtiendo, Magnolia. No tengo nada que ver con esto. O al menos, no sabía de ello por adelantado. Simplemente está pasando. Con cada momento en este lugar nos hacemos más humanos. No te engaño. Es algo que se ha hecho obvio para mí en las pasadas horas. Tú siempre fuiste un poco más perceptiva, un poco más todo. Es la realidad —Jax se detuvo por un instante, entendiendo por primera vez el inmenso espacio que les separaba. Si deseaba recuperarla, tenía que reconocer que ella no era el sueño que vivía en su memoria—. Mientras fuimos humanos, ya fuéramos niños, adolescentes o aun después de casados, me tocó ser tu voz para un mundo que no estaba dispuesto a escuchar a una mujer. Pero ahora, tu voz es única y veces me da miedo lo que pueda oír. ¡Dime quién eres, Magnolia!

—¡Claro que voy a decirte! —Maggie movió su dedo frente a la nariz de Jax —. Vas a escuchar con atención, porque mi vida y mis historias, contrario a las tuyas, no están perfectamente blanqueadas y guardadas en una caja. Hablemos de Rashard, de lo fácil que fue para ti aceptarlo todo, de lo complicado que ha sido para mí cargar con el peso de una leyenda. Todos saben que Jackson Pelman se encontró con el diablo en Fredericksburg, y prefirió morir antes de ser un instrumento. De mí solo se dice que corrí a sus brazos.

Se abrazó a sí misma, recordando el asco que le provocaba entregarse al demonio con tal de recuperar un poco de preciada razón, cuan alto fue el pago de recuperar su vida, pedazo a pedazo, solo para entender que por más que trató, no pudo evitar su destino.

—Maggie, tampoco hay excusa para mí. Contrario a ti, puede que yo no tuviera control de mis acciones o mi destino, pero algo te llevaba por ventaja. Sé, perfectamente como trabaja un revenant, Brigitte se encargó de eso. Y, aunque por años la culpé de muchas cosas, hay una falta que fue solo mía. Si somos la suma de todo lo que hemos destruido, entonces algo dentro de mí sabía que estabas viva. No te sentía en mi piel, no te podía encontrar por completo en mis recuerdos. Pero estabas allí, dando sentido a lo poco que quedaba de mi alma, manteniéndome humano; permitiéndome amar. Fui un bastardo y un egoísta, al no insistir en saber... con tal de no enfrentar el hecho de que destrocé tu vida.

Quería, ante todo, librarla de su angustia, levantarla, tomarla entre sus brazos, pero ella solo se concentraba en continuar.

—Ginny Thompson fue la primera persona en darme seguridad de que habías sobrevivido. En un principio, confíé en ella, lo suficiente como para decirle algo que ni siquiera Rashard conocía. No estaba sola. Por primera vez, en más de un siglo, entendí que tenía protectoras. Que, de alguna manera, la única caridad concedida por La Dama del Cementerio fue provocar que dos mujeres que me amaron en esta vida, tuvieran un eterno regresar. Y justo cuando estábamos dispuestas a actuar contra el hombre de negro, Maggie Thompson decidió que ella era la bruja indicada para ocupar mi lugar.

—La muy hija de puta y el gordo de su gato —Jackson refunfuñó entre dientes.

—Me puso entre la espada y la pared. Como bruja podía absorber el poder de mis familiares. Así que, de mutuo acuerdo, Trinidad y mi madre me pidieron que las despachara de este mundo. Debió haber sido fácil, después de todo, sus muertes nos son eternas. Pero una vez más, quedé sola, validando mis acciones frente a Rashard y asegurándole que podía conseguir una bruja superior.

Jackson tomó asiento en el amplio sofá de la sala de estar. Durante su conversación, todo a su alrededor se estaba haciendo más palpable, como si confesar sus verdades diera forma a un mundo nuevo.

—¿Qué de Elise Johnstone, Magnolia?

—¿Es lo único que se te ocurre decir? Debo asumir que hasta ahora crees mi historia. ¿No vas a hacer que te ruegue antes de aceptar mis palabras?

—No abuses, Magnolia. No podemos dar por sentado que los dos estamos del todo recuperados de aquí —se tocó la sien, mientras Maggie tomaba asiento a su lado—. Todavía no tengo idea de cómo va a terminar esta dis que conversación.

—Lizzie fue un ardid, un riesgo medido. Rashard hubiese dado con ella, aun sin mi sugerencia. Pocas brujas escapan el alcance de un demonio con intenciones de forjar una personalidad a su imagen y semejanza y mientras más jóvenes, mejor. Hice cosas terribles para acercarme a ella, Jackson, pero está en nuestra naturaleza. Pero según digo esto, debes saber que hice lo posible para salvaguardarla. Su padre era un hombre horrible y... y...

Jackson se giró y acunó su cara entre sus manos. Magnolia estaba temblando, exorcizando todas sus culpas, incluso en su cercanía, la sentía inmensamente sola, y no podía soportarlo.

—Un riesgo medido en relación con que, Maggie. Es obvio que sientes un gran afecto por esa pequeña, que te duele exponerla. ¿Cuál fue el motivo, Magnolia?

—Tú —un caudal de emoción se escapó en esa palabra—. Algo tenía que hacer para conseguirte a ti. Me cansé de esperar por el cielo y el infierno, Jackson. Me cansé de pretender odiarte cuando en realidad nunca he dejado de... —Su frustración se hizo más visible. Jackson la estaba mirando como si fuera una primera vez, pero no podía descifrar la intención de esa mirada. Trató de argumentar una vez más solo para que él la detuviera, con un beso.

Un beso de esos que no piden perdón o permiso, que tiene la total seguridad de ser correspondido.

La atrajo hacia sí, provocando que ella se sentara a horcajadas sobre su regazo. El momento se intensificó cuando ella se abrazó su cuello y él deslizó las manos sobre su cuerpo lentamente, delineando sus muslos, hasta llegar a su cintura. Cada beso revelaba el apremio con que deseaban descubrir la piel. Maggie comenzó a tratar de abrir los botones de la camisa de Jackson solo para que él se la sacara de un tirón. Magnolia acarició su espalda antes de posar sus manos sobre su pecho y abdomen expuestos, donde la equis que antes era evidente ahora solo aparecía como una marca rosada. Jackson no iba a arriesgar una distracción, arremolinó su cabello entre sus manos y dejo un rastro de besos en su cuello, haciéndola gemir.

Magnolia sonrió, aferrándose a sus hombros mientras se mecía con un ritmo constante sobre su pelvis, recordándole lo molesta que se les estaba haciendo la ropa. Se deslizó hacia atrás, dejándose caer delicadamente frente a él, desabrochando su pantalón. Sus ojos oscuros se fijaron en el azul de los de Jackson, los cuales estaban adquiriendo un aspecto casi feral. Se sintió completamente satisfecha cuando las manos de Pelman se afianzaron en su cabello y una gentil caricia se convirtió en una demanda...

Afuera de ese espacio íntimo, el tiempo pareció congelarse, como sucede para todos los amantes. Pero la encrucijada no permaneció callada, o vacía. Justo al lado de las estatuas de las brujas Devereaux, una nueva forma comenzó a surgir de entre la tierra. Esculpida en mármol, la pequeña figura de Lizzie Johnstone reclamó su lugar. Con ojos desorbitados y un grito que jamás escaparía su garganta, anunciaba la llegada del hombre de negro.

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